Elefante de guerra - Wikipedia, la enciclopedia libre
Desde Oriente, el uso militar de los elefantes pasó al
Imperio persa, donde fueron empleados en varias campañas. Posiblemente la
batalla de Gaugamela, que enfrentó, el
1 de octubre de
331 a. C., al rey persa
Darío III con
Alejandro Magno fuese el primer contacto de un ejército europeo con los elefantes de guerra. Los quince animales, situados en el centro de las líneas persas, causaron entre los soldados macedonios una impresión tal que Alejandro sintió la necesidad de hacer un
sacrificio al dios del miedo,
Fobos, la noche anterior a la batalla. Gaugamela fue el mayor de los éxitos de Alejandro, pero los elefantes enemigos le impresionaron hasta el punto de que, en sus campañas posteriores, los incorporó a su propio
ejército. Cinco años después, en la
batalla del Hidaspes contra el rey
Poros, Alejandro sabía perfectamente cómo enfrentarse a los elefantes en combate, si bien todavía no contaba con elefantes entre sus filas. Poros, que gobernaba
Punjab, Pakistán, utilizó 200 elefantes en la batalla, que pusieron en problemas a Alejandro, aunque logró salir victorioso.
Por entonces, el
reino de Magadha, situado al este de la India y
Bengala, contaba con 6000 elefantes de guerra. El monarca
Chandragupta Maurya llegaría a tener más tarde 9000 elefantes. Este número era mucho mayor que a los que se habían enfrentado hasta entonces, lo que afectó la jovenlandesal de los hombres de Alejandro y, en parte, fue la razón de que no siguiese con la conquista de la región.
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Gracias a su éxito en las batallas, el uso militar de los elefantes se extendió por el mundo. Los sucesores de Alejandro, los
Diádocos, utilizaron cientos de elefantes en sus campañas. Los
egipcios y
cartagineses iniciaron el adiestramiento de elefantes jovenlandeses para la guerra, al igual que los
númidas y los
kushitas. La especie elegida fue el elefante de la selva, concretamente el norteafricano, que terminaría casi por extinguirse a causa de su sobreexplotación. El elefante de la sabana del sur muy sur, mayor que el de la selva, era mucho más difícil de adiestrar, y solamente fue usado en contadas ocasiones. Los elefantes que emplearon los egipcios en la
batalla de Rafia en
217 a. C. eran menores que sus contrincantes asiáticos y, sin embargo, les dieron la victoria frente a
Antíoco III Megas de
Siria.
Miniatura medieval armenia que representa a los elefantes del
Imperio sasánida en la batalla de Avarayr.
En la historia de
Sri Lanka aparecen los elefantes como monturas de los reyes que dirigían a sus hombres en el
campo de batalla. El elefante
Kandula fue la montura del rey
Dutthagamani (200 a. C.) y "Maha Pabbata" la montura del rey Elahara en su histórico encuentro en la batalla.
Plinio el Viejo (45 a. C.), uno de los grandes historiadores romanos, en el libro 6 de sus 37 volúmenes de historia dice que
Megástenes había recogido la opinión de
Onesícrito de que los elefantes de Sri Lanka eran más grandes, fieros y mejores para el combate que cualquier otro. Por ello y por la proximidad de los elefantes al mar, Sri Lanka comenzó a explotar un lucrativo negocio de venta de elefantes. Incluso en tiempos de paz se utilizaba el
aplastamiento por elefante para dar fin a traidores y otros criminales.
En Europa, los elefantes se usaron contra la
República romana por
Pirro de Epiro en la
batalla de Heraclea, en
280 a. C.. En
220 a. C. fueron utilizados en Hispania por el cartaginés
Anibal para vencer a una coalición de tribus meseteñas en la
batalla del Tajo. El mismo general los emplearía posteriormente durante la
segunda guerra púnica. Los
elefantes de Cartago que Aníbal guio a través de los
Alpes, aterrorizaron a las
legiones romanas. Sin embargo, los romanos encontraron un modo de contrarrestar el efecto devastador de la carga de los elefantes. En la
batalla de Zama (
202 a. C.), la carga de los elefantes resultó inútil cuando los
manípulos romanos se hicieron a un lado y les permitieron pasar. Siglo y medio después, en la
batalla de Tapso (
46 a. C.),
Julio César armó a los soldados de la
Legión V con hachas para herir las patas de los elefantes. La legión fue capaz de resistir el ataque y el elefante se convirtió en adelante en su símbolo. La
batalla de Tapso fue la última vez que los elefantes tuvieron un uso militar en Occidente.
Se decía que los cerdos eran un arma más efectiva contra los elefantes. Plinio el Viejo comenta que "los elefantes se asustan del menor chillido de un lechón" (VIII, 1.27). El sitio de
Megara fue roto cuando los megarenses vertieron aceite sobre una piara de cerdos, les prendieron fuego y los lanzaron contra los elefantes de guerra enemigos. Los elefantes se desbocaron, aterrorizados por los chillidos de los cerdos llameantes.
El
Imperio parto utilizó ocasionalmente a los elefantes de guerra en sus batallas contra el Imperio romano, pero su importancia fue mucho mayor en tiempos del
Imperio sasánida. Los sasánidas emplearon a estas bestias en muchas de sus campañas contra sus enemigos occidentales, siendo una de las más memorables la
batalla de Avarayr, en la que los elefantes del Imperio causaron el pánico y aplastaron a los rebeldes
armenios. Otro ejemplo es la
batalla de al-Qadisiyya, en donde intervino gran número de elefantes.
En la
Edad Media, rara vez se usaron elefantes de guerra en Europa.
Carlomagno poseía un elefante,
Abul-Abbas, regalo del
califa abásida Harún al-Raschid, y lo llevó consigo en sus campañas en
Dinamarca en
804. También
Federico II Hohenstaufen tuvo la oportunidad de capturar un elefante en
Tierra Santa en el marco de las
cruzadas, para luego llegar a utilizarlo en la toma de
Cremona de
1214.
Bajorrelieve
camboyano donde se representa un antiguo ejército que incluye un elefante de guerra.
En Oriente, en cambio, el uso militar de los elefantes continuó. Gracias a los elefantes de un sultanato indio casi se puso fin a las conquistas de
Tamerlán. En
1398, el ejército de Tamerlán se enfrentó en batalla a más de un centenar de elefantes y estuvo a punto de ser derrotado por el miedo que cundió entre sus soldados. Las crónicas históricas relatan que los turcos vencieron gracias a una ingeniosa estrategia: Tamerlán ordenó que se cargasen
camellos con balas de trabajo manual a las que se prendió fuego. El humo asustó a los animales, que corrieron despavoridos hacia las filas enemigas, donde asustaron a su vez a los elefantes indios; éstos abandonaron sus posiciones y cargaron contra su propio ejército en su huida. Otra crónica de la misma campaña, escrita por
Ahmed ibn Arabshah, relata que Tamerlán cubrió el campo de batalla con
puntales de hierro gigantes que impidieron la carga de los elefantes. Posteriormente, Tamerlán incorporó estos animales a su ejército y se sirvió de ellos en las campañas contra los
turcos otomanos en
Anatolia.
Está documentado que el rey
Rajasinghe I empleó una
falange de 2200 elefantes durante el asedio de la fortaleza
portuguesa de
Colombo (
Sri Lanka) en
1558. El entrenamiento de los elefantes y sus
mahouts en la isla correspondía en exclusiva al clan Kuruwe.
Sin embargo, con la extensión del uso de la
pólvora en el
siglo XV, las cargas de elefantes de guerra comenzaron a volverse obsoletas, ya que podían ser abatidos fácilmente con un disparo de
cañón. Durante la
Guerra de Secesión de
Estados Unidos, el rey de
Siam ofreció el servicio de sus animales al presidente
Abraham Lincoln, cosa que éste rechazó.
Los elefantes siguieron usándose, aunque no en batalla, con fines militares hasta durante la
Segunda Guerra Mundial, en aquellos casos en los que los animales podían realizar trabajos en lugares que hubieran sido muy dificultosos para la maquinaria.
Uso táctico[editar]
Los elefantes servían para muchos fines. Dado su enorme tamaño, podían llevar cargas muy pesadas, lo que hacía de ellos un utilísimo medio de tras*porte hasta que los sustituyeron los medios mecánicos. En batalla, solían ubicarse en el centro de las líneas, donde se usaban tanto para repeler una carga enemiga como para comenzar una propia.
Durante la
Primera Guerra Mundial los elefantes trasladaban equipamiento pesado. Este trabajaba en un almacén de
munición en
Sheffield.
Las cargas de los elefantes pueden llegar a alcanzar una velocidad de 30 km/h y, al contrario que una carga de
caballería, no podían ser repelidas fácilmente por la
infantería mediante las
lanzas. Su poder se basaba en la fuerza bruta: chocar contra las filas enemigas, aplastarlas y voltear a la gente en el aire con los colmillos. Los hombres que no resultaban aplastados, como poco eran golpeados y tenían que retroceder. Además, el terror que inspiraban los elefantes a un enemigo que no estuviese habituado a enfrentarse a ellos (incluso en los disciplinados legionarios romanos) podía llevarlos a una huida desesperada solo con la primera carga. La caballería tampoco estaba a salvo de los elefantes, porque entre los
caballos podía cundir el pánico fácilmente, y en mayor medida por la falta de costumbre del caballo al olor del elefante.
La dura piel del elefante hacía que fuese muy difícil de apiolar o neutralizar, y su gran altura y masa servía de protección para quienes los montaban. Además de para cargar, los elefantes hacían un papel importante dando protección estable y segura a los
arqueros, que podían disparar flechas desde dentro del mismo campo de batalla, pudiendo alcanzar más objetivos. Los soldados que iban subidos en el elefante llevaban arcos y flechas para atacar a la caballería e infantería, así como largas lanzas para el combate cuerpo a cuerpo. Los arqueros, por su parte, fueron evolucionando a otras armas de largo alcance más avanzadas: El
Imperio jemer y los reyes de la India utilizaron plataformas gigantes con
ballestas para lanzar proyectiles que pudiesen atravesar armaduras y apiolar a los elefantes enemigos, así como caballería o carros. A finales del siglo XVI también se introdujeron armas de fuego, pero la pólvora acabó haciendo que los grandes y relativamente lentos elefantes fueran quedando obsoletos como armas de batalla.
Sin embargo, los elefantes también tenían tendencia a dejarse llevar por el pánico: tras aguantar una cantidad moderada de heridas o cuando moría su conductor, huían en estampida, causando bajas indiscriminadas por donde fuera que intentasen huir. La estampida podía causar grandes bajas en ambos bandos. Los romanos, por ejemplo, intentaban cortarles las
trompas, a sabiendas de que causarían el pánico instantáneo y esperando que el elefante saliese huyendo hacia sus propias filas. También se usaban los hostigadores con
jabalinas para hacerles huir, puesto que las jabalinas y armas similares podían volver loco al elefante. Los deportes a caballo nacieron de los regimientos de caballería que entrenaban para incapacitar o hacer huir a los elefantes enemigos.
Los documentos históricos de Sri Lanka relatan que se ataban pesadas cadenas de hierro con bolas de acero a las trompas de los elefantes, y que se les entrenaba para voltearlas de forma amenazante y con gran agilidad. Esta era una medida muy eficaz para mantener a las tropas enemigas a una cierta distancia.
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urante las guerras púnicas, los elefantes de guerra llevaban armaduras pesadas y tras*portaban encima una torre, llamada howdah, con tres tripulantes: arqueros y/o hombres armados con sarissas (una pica de 6 m de largo). Los elefantes de guerra del bosque, más pequeños que los jovenlandeses o asiáticos, no eran tan fuertes como para poder aguantar una torre, y sólo llevaban dos o tres hombres. Aparte de éstos, también estaba el conductor (el mahout), normalmente un númida, que era el encargado de manejar al animal. El mahout llevaba asimismo un cincel y un martillo para atravesárselo al animal por la espina dorsal y matarle en el caso de que saliese en estampida.
Los elefantes se han comparado en ocasiones a los
carros de combate de la Segunda Guerra Mundial, pero sus usos tácticos tienen demasiadas diferencias como para mantener dicha comparación.
Jayantha Jayawardhene, en su
Elefante en Sri Lanka (1994), da una visión de que los elefantes no eran algo en lo que se pudiese confiar en una batalla, salvo para intimidar al enemigo. Dice que «
se encontró que eran fáciles de asustar y que se alarmaban por sonidos que no fuesen familiares y que por ello eran propensos a romper filas y huir.»