Esta mañana me han contado que un compañero se ha suicidado.
A pesar de no haber tenido hace tiempo tratos con él, le he estado dando vueltas todo el dia.
Era un joven de apenas 30 años, trabajando en su profesión y cobrando bastante bien. Guapo, querido y respetado en el ámbito laboral. Me caia muy bien, era una de esas personas que sin cruzar palabra con ella, sabes que es buena. Nunca fui testigo de que tuviera un mal gesto ni una mala palabra con nadie, es mas, siempre ayudaba y no escatimaba palabras para tratar de hacerse entender y tranquilizar a las personas que lo necesitaban.
Y a pesar de no haber mantenido relación, he estado todo el dia estropeado, tratando de averiguar cual es el precio de la vida. De donde una persona saca las fuerzas para mantener las facciones de la cara impasibles, mientras sospecha que la medicina para el dolor de las entrañas que le esta matando en vida, se encuentra en el fondo de un puente.
De haber sabido lo que tenia dentro, le hubiese mantenido mas rato la sonrisa, le hubiese dado palique, me hubiese gustado saber si le podía ayudar….
Me lo imagino encaramado en un puente cualquiera, mirando con sus ojos de bonachon al cielo, llorosos, agradeciendo, maldiciendo, feliz de haber encontrado las fuerzas o yo que se …, pobre.
A lo largo de mi vida he conocido a tres personas, incluida esta, que se han quitado voluntariamente la vida. Nunca he tenido el valor de criticar esa decisión, pero me carcome la idea de que existiese la palabra o el gesto que refrenara ese deseo, de no escuchar nunca “te necesito”.
Disculpad que os involucre en esto. Escribo para aclarar mis ideas y quiero hacer algo por él. Os aseguro que lo vale. Lo único que se me ocurre es esto y debo hacerlo ahora, antes que la noche me obligue a comprimir estos sentimientos hacia él en alguna neurona escondida.
Emilio, estes donde estes, ha sido un placer haber coincidido contigo.