Minsky Moment
Será en Octubre
Vidrio romano en el corazón de Japón - Retiario
El mundo era mucho más grande en la antigüedad; si no en dimensiones, desde luego que sí en el tiempo necesario para cruzarlo de uno al otro extremo. El viaje por tierra era lento y trabajoso en las regiones que disponían de buenas redes de caminos, que no eran muchas; y desesperante y peligroso en los desiertos y zonas despobladas. Con frecuencia era el barco el tras*porte más rápido entre áreas muy alejadas, siempre contando con las caprichos de la navegación y la geografía. Por eso durante milenios hubo zonas del mundo que apenas estuvieron en contacto; por eso se crearon los conceptos de un Oriente y un Occidente diferentes y separados por barreras casi infranqueables (desiertos, montañas, estepas heladas). Dentro de cada área un mar servía para intercambiar experiencias, cultura y comercio; el Mediterráneo en Occidente, el Índico y los mares del Sur y del Este de China en Oriente. En medio la barrera formada por Siberia, el Himalaya, los desiertos de Oriente Medio y la forma de África hacían casi imposible el contacto. Casi. Porque sabemos que desde hace mucho tiempo, incluso antes del Imperio Romano, caravanas con bienes procedentes de Indonesia y Filipinas trasladaban pequeñas pero significativas cantidades de bienes al Mediterráneo. Y ahora un descubrimiento en una tumba japonesa del Periodo Yamato confirma que vidrio romano de era Imperial (siglo II dC) llegó nada menos que hasta Japón. Un mínimo goteo, pero un contacto real: Roma y el Japón antiguo iniciaron la primera protoglobalización.
Un bello plato azul de vidrio hallado en una tumba del siglo V dC de la Prefectura de Nara ha resultado haber sido fabricada en talleres romanos; un bol de vidrio tras*parente ha dado parámetros físicos similares a los de fragmentos de vidrio recuperados del palacio real de Ctesifonte, en Persia (actual Irán). El camino que tuvieron que seguir estos objetos para acabar en lo que por entonces era uno de los más poderosos reinos de las islas niponas y germen del posterior Japón es difícil de imaginar. Atravesando montañas, desiertos y mares, sin duda considerados como bienes de superlujo, acabaron decorando la tumba de un señor de Yamato para servirle quizá en el más allá. En Japón fue la época en la que llegaron no sólo algunos vestigios romanos, sino las influencias religioso-filosóficas sobre las que más tarde se desarrollaría el alma de Japón: el Budismo, el Confucianismo y el Taoísmo. El hallazgo confirma anteriores vestigios y demuestra que no sólo influencias de China y de la Península Coreana llegaron hasta el país del sol naciente: también Roma alcanzó a dejar su huella en el otro extremo del mundo cuando éste era mucho más grande que hoy.
El mundo era mucho más grande en la antigüedad; si no en dimensiones, desde luego que sí en el tiempo necesario para cruzarlo de uno al otro extremo. El viaje por tierra era lento y trabajoso en las regiones que disponían de buenas redes de caminos, que no eran muchas; y desesperante y peligroso en los desiertos y zonas despobladas. Con frecuencia era el barco el tras*porte más rápido entre áreas muy alejadas, siempre contando con las caprichos de la navegación y la geografía. Por eso durante milenios hubo zonas del mundo que apenas estuvieron en contacto; por eso se crearon los conceptos de un Oriente y un Occidente diferentes y separados por barreras casi infranqueables (desiertos, montañas, estepas heladas). Dentro de cada área un mar servía para intercambiar experiencias, cultura y comercio; el Mediterráneo en Occidente, el Índico y los mares del Sur y del Este de China en Oriente. En medio la barrera formada por Siberia, el Himalaya, los desiertos de Oriente Medio y la forma de África hacían casi imposible el contacto. Casi. Porque sabemos que desde hace mucho tiempo, incluso antes del Imperio Romano, caravanas con bienes procedentes de Indonesia y Filipinas trasladaban pequeñas pero significativas cantidades de bienes al Mediterráneo. Y ahora un descubrimiento en una tumba japonesa del Periodo Yamato confirma que vidrio romano de era Imperial (siglo II dC) llegó nada menos que hasta Japón. Un mínimo goteo, pero un contacto real: Roma y el Japón antiguo iniciaron la primera protoglobalización.
Un bello plato azul de vidrio hallado en una tumba del siglo V dC de la Prefectura de Nara ha resultado haber sido fabricada en talleres romanos; un bol de vidrio tras*parente ha dado parámetros físicos similares a los de fragmentos de vidrio recuperados del palacio real de Ctesifonte, en Persia (actual Irán). El camino que tuvieron que seguir estos objetos para acabar en lo que por entonces era uno de los más poderosos reinos de las islas niponas y germen del posterior Japón es difícil de imaginar. Atravesando montañas, desiertos y mares, sin duda considerados como bienes de superlujo, acabaron decorando la tumba de un señor de Yamato para servirle quizá en el más allá. En Japón fue la época en la que llegaron no sólo algunos vestigios romanos, sino las influencias religioso-filosóficas sobre las que más tarde se desarrollaría el alma de Japón: el Budismo, el Confucianismo y el Taoísmo. El hallazgo confirma anteriores vestigios y demuestra que no sólo influencias de China y de la Península Coreana llegaron hasta el país del sol naciente: también Roma alcanzó a dejar su huella en el otro extremo del mundo cuando éste era mucho más grande que hoy.