La opinión española ante la I Guerra Mundial: germanófilos y aliadófilos

EL CURIOSO IMPERTINENTE

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En este hilo reúno los respectivos manifiestos de los partidarios de uno y otro bando y otros artículos que atestiguan el ardor con el que tirios y troyanos defendían su postura y atacaban la del contrario.
Anticipo que eran los aliadófilos quienes se mostraban más belicosos y no dudaban en reclamar la entrada de España en la guerra.

Por motivos geopolíticos evidentes ni siquiera los más entusiastas germanófilos pedían que España declarara la guerra a la Entente.

Por suerte y a diferencia de Portugal nos mantuvimos neutrales y no contribuimos a la carnicería mandando nuestra carne de cañón al matadero, como pedían las izquierdas socialistas, republicanas y liberales, a mayor gloria del Imperio Británico. Bastante teníamos con el Rif.

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MANIFIESTO GERMANOFILO



El espíritu político de España se halla en la actualidad como aquel, según dice el libro de Job, que habiendo paz, sospecha que hay asechanzas.
Son muchos los obstinados en que el perro rabie, y aunque pudiera ser otro el que rabiara, malo sería que ninguno mordiera. De cualquier modo, con amordazarlos ni ponerles cubreboca no se consigue nada. Hablen todos, aunque sean ladridos, y háblese claro y sépase lo que cada uno piensa.
Nada de silencios prudentes, ni de medias palabras, ni de equívocos. Así como así, ¿qué podrá sucedernos en el peor de los casos? ¿A la guerra y con la guerra triunfos y ganancias? Muy bien. ¿A la guerra y con la guerra el desastre? Mejor que mejor. La liquidación, tan necesaria en España, sería definitiva.
Pudiera ser que la liquidación fuera previa. Y esto es lo que deben meditar a solas con su conciencia, y lejos de su libro de caja, los belicosos partidarios de la intervención armada en la contienda europea.
Piensen, sobre todo, que para mancharse de sangre las manos es preciso tenerlas antes muy limpias; que pueda decirse, a lo menos, como en los crímenes pasionales, que no fue el lucro el móvil del delito.
¿Un apóstol? Sí; de una o de otra causa; pero un apóstol inmaculado, sin sospecha, en quien pueda creerse, de quien no pueda desconfiarse. Y ¿dónde está ese apóstol a la hora presente?
Pues ya que no podemos creer en el desinterés de nadie, veamos siquiera qué intereses están más o menos de acuerdo con el interés nacional.
¿Intervención? ¿Qué puede valernos? ¿Qué podemos recuperar? ¿Qué se nos ofrece? ¿Qué podría correspondernos al final de la rebatiña de los grandes?
Antes, antes, hubieran tenido valor las pruebas de amistad, y ya Vázquez de Mella, en su patriótico discurso - ésta fue su mayor fuerza, con tener tanta - enumeró cuánto debemos a las naciones que, según los intervencionistas, deben ser nuestras aliadas. ¿Gibraltar? ¿Qué importa? A cualquier amigo se le cede una habitación en casa, siempre que esa habitación no le sirva para utilizar las demás comunicaciones de la casa.
Si el amigo fuera tan buen amigo, nos querría fuertes y fortificados como él contra los comunes enemigos. ¿Es ése el caso del amigo? ¿Qué más nos ofrece? ¿Qué puede ofrecérsenos? Es muy difícil el regalo cuando el regalo tiene uñas y dientes.
De razones sentimentales no hablemos, porque todas se inclinarán de la otra parte, y hemos quedado, además, en que los tiempos no están para sentimentalismos.
En resumidas cuentas: los unos quieren empujarnos a una guerra, en la que no vamos a ganar nada. Los otros quieren sostenernos en la paz, de la que podemos lograr mucho.
Nuestra neutralidad no es traición ni deslealtad para nadie. ¿Quién podrá culparnos a la hora de la paz por no haber sido uno más de tantos logreros como van al río revuelto de las turbias aguas? Entre tantas ambiciones furiosas, España sola no pidió nada, pidió paz y amor y respeto ...
Y todo esto lo pedimos para los que nada nos dieron en nuestras horas tristes, cuando sólo hallamos el egoísmo de todos. Pero aquel egoísmo, como todos los egoísmos, tuvo su castigo. Con la pérdida de nuestras colonias de América perdió Europa todo derecho a intervenir en las cuestiones americanas; en cambio, los Estados Unidos intervienen en todas las cuestiones europeas. Los grandes castigan cuando les conviene; los humildes hallan satisfacción cuando Dios quiere. Pero esta satisfacción es más segura.
Muchos somos los que, impuestos de todos los males que España debe Inglaterra y Francia, desde la batalla de Trafalgar hasta los obstáculos opuestos por Inglaterra a la posesión por nuestra parte de territorios jovenlandeses después de la gloriosa toma de Tetuán, nos preguntamos extrañados cómo nuestros "intelectuales" han logrado sobreponerse a la realidad histórica para elevarse a las sublimes idealidades del amor a Francia y a Inglaterra, con la grata ilusión de que ellas son y serán siempre nuestras mejores amigas y aliadas. Que la amistad de esas dos poderosas naciones nos sería muy conveniente, ¿quién lo duda? Todas las amistades son convenientes si son verdaderas. Pero ¿cuándo has sido amigas nuestras leales esas dos señoras naciones?? ¿Qué pruebas de amistad hemos recibido nunca de ninguna de ellas?
Por eso me parece tan admirable, por lo desinteresada, la actitud de nuestros francófilos y anglófilos, implorando y ofreciendo un amor ni correspondido ni aceptado.
Los partidarios de Alemania, espíritus vulgares y ramplones, basamos nuestra idealidad sobre fuertes realidades.
Los del bando contrario nos envuelven por igual a todos bajo el nombre de reaccionarios.
La palabra reaccionario impone mucho; por eso hay tantos, muy germanófilos en su fuero interno, que se están muy callandito. ¿Bien les vaya con su prudencia, vulgo cuquería! ¿Para qué exponerse a perder parte de la parroquia?
Si por reaccionario se entiende el que se opone a una acción contraria, bien haya el mote. Si por reaccionario se entiende, en la vulgar acepción, el que retrasa o se detiene, veamos quién retrasa más y quién pretende pararse.
Dicen los partidarios de los aliados que una fatalidad geográfica e histórica nos une a Francia y a Inglaterra.
¿Qué es más reaccionario, aceptar y someterse a la fatalidad, o procurar por todos los medios vencerla y superarla.
Los que aceptan esa fatalidad geográfica, histórica, quieren una España sometida, intervenida; en una palabra, lo que viene siendo España desde hace mucho tiempo, víctima de una política temerosa, de relaciones oficiales diplomáticas sin arraigo en la realidad, concesión tras concesión para evitar el conflicto cada día... ¡Ah! Y si todo trascendiera al público ¿cuántas veces la opinión no se hubiera sublevado indignada!
Los que no aceptamos esa fatalidad queremos una España fuerte, segura de sí misma por sus propios medios, libre para elegir sus amistades y concertar sus alianzas. ¿Conviene con Inglaterra y con Francia? Pues con ellas. ¿Conviene con Alemania? Pues con ella también; pero no llevados de la mano como niños chicos, por propia voluntad.
Para ello es preciso, ante todo, fortalecernos, en el más amplio sentido de la palabra, material y espiritualmente.
Que nadie nos dicte leyes; que nuestra ley sea nuestra fuerza... ¡La ley! ¡Las leyes! Eso el lo que significa el espíritu de los que se llaman en esta ocasión defensores de la libertad y del derecho. El espíritu libresco, papelero...
La ley es el Noli me tangere de quien llegó adonde se proponía y no quiere que nadie venga a quitarle el sitio.
En nombre de la ley perseguían a los escribas y fariseos al Cristo Redentor...
Todo espíritu nuevo es arrollador de alguna ley. También ahora los que hicieron leyes de guerra a su conveniencia protestan contra el Imperio fuerte que no tiene por qué respetarlas, porque esas leyes le dicen: Sucumbe, y él se siente todo vigor y vida, y puede responder: Veremos quién sucumbe.
¡Ah! El argumento supremo: ¡El militarismo, la fuerza bruta! Hay que exterminar el militarismo.
Sí, es verdad. ¡Habráse visto esos alemanes! Sientes, saben que están rodeados de enemigos, y no se cuidan más que de prepararse para la defensa... ¡Son unos perversoss!
El día que las naciones envidiosas de su poderío, de su comercio, de su riqueza, hubieran querido aniquilarla, destruirla, ellos debieron entregarse sin resistir... Era su deber...
Esto del militarismo es un argumento en que entra por mucho la envidia.
Yo he oído como razón suprema de germanofobia: - Mire usted, yo admiro a Alemania; los alemanes me son muy simpáticos; pero... el Kronprinz me revienta... - Así, como si le hubiera quitado la pareja en el baile.
Y si de militarismo hablamos, durante el pasado siglo y lo que va de éste, ¿qué nación nos ha aturdido más con sus empresas guerreras, imperialistas y coloniales? ¿Ha sido Alemania? Aparte la guerra del 70 con Francia, a la que fue provocada por el Imperio francés, Imperio militarista por excelencia, ¿en qué otras funciones guerreras ha intervenido Alemania? ¿Qué conquistas, qué imposiciones han sido las suyas? Su colonización ha sido comercial y pacífica; no han perturbado pueblos, decadentes, como Francia ha perturbado jovenlandia; sus ejércitos no han paseado del Tonkín a Casablanca, y sus alianzas y su actitud han sido siempre defensivas... ¡Ah! Pero como lo importante son las palabras...
Alemania, Imperio ... ¡Militarismo, despotismo!... Francia, República, aunque busque su fuerza en el Imperio Ruso ... ¡Libertad, democracia! ¿Ha habido en todo el siglo nación más guerrera que Francia? ¿Ha habido en el mundo moderno, y si me apuran en el antiguo, Imperio más personal, más despótico, más militarista que el de Napoleón I? Son muy graciosos estos defensores de la libertad y de la democracia. Fuera de ellos no hay quien tenga juicio, ni siquiera sentimiento para discernir de nada ...
El público aplaude una obra... pues la obra es mala de remate. ¿Quién es el público para juzgar?
Y, no obstante, ustedes pretenden convencer al público con los más vulgares recursos de melodrama. De un lado, la Libertad, la Democracia; de otro, la Barbarie, el Oscurantismo ... Parece el Excelsior.
Y somos unos majaderos, unos fulastres, los que no podemos ni queremos creer: primero, que Alemania no sea una nación civilizada; segundo que Inglaterra y Francia hayan sido nunca amigas de España. Llegan, en su soberbia pretensión de ser los únicos enterados, a decirnos: Los que simpatizan con Alemania no la conocen. ¡Ah! Ustedes son los únicos que pueden conocer y enterarse. ¿Cómo se conoce a un pueblo? Por sus costumbres, por sus leyes, por su arte, por sus periódicos ...
¿Qué quieren ustedes decirnos, que Alemania es un país militarista? Es una nación bien organizada; es como un hombre fuerte que, por se fuerte todo él, tiene fuerza en sus brazos ... ¿Qué libertades faltan en Alemania? En el Parlamento se habla contra el Emperador y el Ejército; en el periódico, lo mismo; en el teatro se representa una obra, como La retreta, con marcado sabor antimilitarista. En en Honor, de Sudermann, un personaje civil responde a un oficial que le dice: "Soy oficial del ejército: ¿Nada más?. En otra obra, herencia, se arremete contra el propio Emperador ... ¿Es posible esto en un país sin libertades, bajo un régimen despótico, militarista?
Dejémonos de barajar palabras y de poner a un lado toda la luz y del otro toda la sombra. Nadie desconoce lo que Inglaterra, Francia y Rusia significan. ¿Por qué desconocer lo que significa Alemania?
Yo creo, y dije, y repito - y he visto con satisfacción cómo coincidía en mi juicio con el catedrático de Salamanca don Tomás Elorrieta -, que de Alemania recibe el mundo la mejor lección de socialismo. Y como creo que el mundo, dentro de algunos años, será socialista o no será, tengo la lección por muy provechosa.
Los socialistas no quieren verlo. Se interpone una figura: el emperador, que en este caso no es, como muchos piensan, la cusa determinante, sino el efector resultante ...
Nuestros aliadófilos viven en la consoladora creencia de que toda la intelectualidad se ha refugiado en los escritores, pintores y decoradores de su conocimiento. Pero ¿no hay médicos, militares, ingenieros, industriales, hombres de negocios tan intelectuales como ellos?

(Jacinto Benavente)


Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas, 1915

España. Semanario de la vida nacional

Madrid, viernes 9 de julio de 1915
año I, nº 24
páginas 6-7

Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas

El telégrafo ha tras*mitido a España el texto de un Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas que ha aparecido en la Prensa extranjera. El documento está suscripto por un núcleo selecto de profesores, escritores y artistas españoles. Es un hecho histórico y tras*cendental, y ha sugerido comentarios diversos en nuestra Prensa. Algunos firmantes del Manifiesto envían a españa el texto original, seguido de algunas notas aclaratorias, que publicamos con suma complacencia.

El manifiesto ha sido primeramente vertido al francés, y del francés ha sido vertido nuevamente al castellano, y así, las líneas que hasta ahora conoce el público son traducción de traducción. He aquí el texto original:

La guerra europea
Palabras de algunos españoles
Levantamos la voz para pronunciar nuestra palabra, con modestia y sobriedad, como españoles y como hombres. No sería bien que, en esta coyuntura máxima de la historia del mundo, la historia de España se desarticulase del curso de los tiempos, quedando de lado, a modo de roca estéril, insensible a las inquietudes del porvenir y a los dictados de la razón y de la ética. No sería bien que en estos momentos de gravedad profunda, de intensa religiosidad, cuando la especie humana sufre sin cuento engendrando una más apretada y fraterna solidaridad, España, por el apocamiento de los políticos responsables, apareciera como una nación sin eco en las entrañas del mundo. ¡Y aún fuera peor que sus ecos propagasen la acrimonia de voces encendidas por pasiones ciegas y los denuestos de plumas y gacetas mercenarias!

Nosotros, sin más representación que nuestras vidas calladas, consagradas a las puras actividades del espíritu, sentimos que, para servir a la Patria y ser ciudadano honrado y de provecho, es fuerza ser hombre honrado y de provecho para todos los pueblos. Y así, estamos ciertos de cumplir un deber de españoles y de hombres declarando que participamos, con plenitud de corazón y de juicio, en el conflicto que trastorna al mundo. Nos hacemos solidarios de la causa de los aliados, en cuanto representa los ideales de la justicia, coincidiendo con los más hondos e ineludibles intereses políticos de la nación. Nuestra conciencia reprueba donde quiera todos aquellos hechos que menoscaban la dignidad humana y los respetos que los hombres se deben, aun en el más enconado trance de la lucha.

Deseamos con fervoroso anhelo que la paz futura sirva a las naciones todas de honrada y provechosa enseñanza, y esperamos que el triunfo de la causa que reputamos justa afirmará los valores esenciales con que cada pueblo, grande o pequeño, débil o fuerte, ha dado vida a la cultura humana, destruirá los fermentos de egoísmo, de dominación y de impúdica violencia, generadores de la catástrofe, y afirmará el cimiento de una nueva hermandad internacional, donde la fuerza cumpla su fin: El de garantir la razón y la justicia.

Profesores: Gumersindo de Azcárate, Nicolás Achúcarro, Adolfo Buylla, Américo Castro, Julio Cejador, Manuel B. Cossío, José Goyanes, Luis de Hoyos, G. R. Lafora, Eduardo López Navarro, Juan Madinaveitia, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Morente, José Ortega Gasset, Gustavo Pittaluga, Adolfo Posada, Fernando de los Ríos, J. Eugenio Rivera, Luis Simarro, Ramón Turró, Miguel de Unamuno, Luis Urrutia y Luis de Zulueta.

Compositores de música: Manuel Falla, J. Turina, Rogelio Villar y Amadeo Vives.

Pintores: Hermen Anglada Camarasa, Ramón Casas, Anselmo de Miguel Nieto, José Rodríguez Acosta, Julio Romero de Torres, Santiago Rusiñol e Ignacio Zuloaga.

Escultores y decoradores: Julio Antonio, Juan Borrel Nicolau, José Clará, Enrique Casanova, Manuel Castaños, Mateo Fernández de Soto, Joaquín Sunyer, Jerónimo Villalba y José Villalba.

Escritores: Mario Aguilar, Gabriel Alomar, Luis Araquistain, Manuel Azaña, «Azorín», José Carner, Manuel Ciges Aparicio, Francisco Grandmontagne, Amadeo Hurtado, Ignacio Iglesias, Antonio Machado, Ramiro de Maeztu, Gregorio Martínez Sierra, Enrique de Mesa, Armando Palacio Valdés, Benito Pérez Galdós, Ramón Pérez de Ayala y Ramón del Valle-Inclán.

Cuando se publiquen estas líneas, el Manifiesto habrá visto la luz en los principales periódicos ingleses, italianos, suizos y americanos del Norte y del Sur. Gracias a este claro y vivo resplandor, los pueblos todos del mundo advertirán que España conserva aún aceite en su lámpara. Era ya urgente que nuestra Patria se retrajese de la sombra letárgica y asomase su faz familiar sobre las contiendas de los hombres.

Hasta ahora, han comentado el Manifiesto: El Liberal, con frases someras e hidalgas, a la buena usanza castellana, y El País, poniéndole algunos reparos, a que respondemos en seguida. Como no podía menos de suceder, ciertos periódicos de burda estofa han mostrado hacia el Manifiesto chocarrera animosidad. El resto de los periódicos han convergido unánimemente hacia uno de los dos polos de la vida pública española, el silencio. El otro polo es la oratoria desenfrenada. No conocemos términos medios.

Indica El País que entre los firmantes del Manifiesto faltan algunos nombres. Es cierto. Faltan, por lo pronto, los escultores Mateo Inurria y Miguel Blay, el pintor Villegas y el escritor Gómez de Baquero, que, sin duda, por descuido, se han omitido en la tras*misión telegráfica. Falta Pío Baroja, cuya ausencia sentimos vivamente. Falta Ramón y Cajal, de quien por razones de delicadeza, y en atención a su cargo de presidente de la Junta para ampliación de estudios en el extranjero, los redactores del Manifiesto juzgaron oportuno no recabar su firma. Y faltan también, es verdad, esos pocos y meritísimos nombres que El País enumera, porque premuras de tiempo estorbaron a solicitar un concurso que sabíamos se nos había de otorgar de muy buen grado. Faltan, pero en puridad no faltan, por cuanto todos ellos ya habían declarado su sentir.

Califica El País de ripio esta frase de la traducción española de la traducción francesa: «en estos momentos de intensos sentimientos religiosos».

Ya verá El País que no hay tal ripio en el texto original. Se habla de intensa religiosidad y de una más apretada y fraterna unión de la raza humana, pero no de sentimientos religiosos intensos. Podrá parecer lo mismo, pero no lo es. El término «sentimiento religioso» tiene un valor psicológico estricto, y se refiere a la comunicación con lo sobrenatural. En cambio la palabra religiosidad tiene un valor tradicional, derivado de su etimología, anterior a la acepción que le dio Lactancio de unión con lo divino, y equivale a concepto serio de la vida, a unión de los hombres por el amor. Religiosidad quiere decir atadura. Los hombres están atados unos a otros, de donde quiera que sean, mal que les pese a los voceros del patriotismo ciego y cabileño. La Historia es una continua aspiración a robustecer esta atadura. Cuando las naciones pelean no es por romper esta atadura, sino por estrecharla. El hombre tiende siempre a la máxima unidad humana, y de aquí nace la idea política. Así Alemania como los aliados guerrean por la máxima unidad humana. Sólo que Alemania quiere fundarla en la fuerza, los aliados en la buena voluntad, que es el umbral del amor. Y como la unidad por la fuerza, el ideal del Imperio, no podemos aceptarlo si no es por derecho divino, de aquí que en el presente conflicto acaso esté en lo cierto el Sr. Benavente al insinuar que Alemania representa los sentimientos religiosos, esto es, un ripio histórico, como quiere El País. Y es no menos cierto que los aliados representan la acción dolorosa y el espíritu de sacrificio por la religiosidad.

Y ahora vamos con uno de esos papeles de burda estofa, de cuyo nombre, por caridad, no queremos acordarnos. He aquí alguno de sus comentarios.

«En el documento se barajan de una manera confusa las palabras hombres libres, pueblos oprimidos, humanidad, libertad...» Y es lo curioso que ni en el original ni en la traducción hay ninguno de estos términos. La palabra libertad, ni ninguno de sus derivados, aparece una sola vez. Quizá no falte quien piense que esta mixtificación es hija de la mala fe. No es eso. Es que ni siquiera saben leer.

«Hace meses que se viene hablando de este famoso documento, que a fuerza de tanto hablar de él nos parecía que ya estaba publicado, quedando sorprendidos al ver su publicación después de diez meses que se venía anunciando al son de bombo y platillos.» Pues bien, la idea del Manifiesto surgió con ocasión del discurso del Sr. Vázquez de Mella. Que les sorprendió a todos los de esa cuerda... Naturalmente.

«En el Manifiesto de nuestros intelectuales apenas se encuentra una idea clara.» No hay peor orate que el que no quiere entender. Veamos de aclarar más aún los conceptos esenciales.

Primero: que la opinión pública española no puede estar contenida en los denuestos de plumas y gacetas mercenarias.

Segundo: que la neutralidad del Gobierno no puede entenderse como la neutralidad de la nación. Valdría tanto como suponer que España había dejado de existir.

Tercero: que hay un grupo de españoles que participan, por sentimiento y raciocinio, en el conflicto europeo, echándose del lado de los aliados.

Cuarto: que la idea de Patria está subordinada a la idea de humanidad. Sólo hará obra verdaderamente patriótica aquel cuya obra tenga un valor universal para la cultura humana. Por ejemplo, Zuloaga, Falla, Blay, Pérez Galdós es obvio que son más patriotas que Vázquez Mella. Los tres primeros usan en su arte de un lenguaje universal, susceptible de ser entendido por todos los hombres, lo mismo por un cochinchino que por un extremeño. Galdós es susceptible de ser vertido a cualquier idioma, conservando el mismo caudal de emoción, cultura y eficacia. Pero, imaginemos un discurso de Vázquez Mella traducido a un idioma extranjero... ¿Se concibe que lo lea alguien, o de leerlo, que le interese, o de interesarle, por razones circunstanciales, que le sirva de provecho espiritual o práctico? Antes de estallar la guerra, la Gaceta de Colonia publicaba una crónica del corresponsal en Madrid, dando cuenta, con extremada mofa y escarnio, de un discurso del Sr. Vázquez de Mella en el Congreso, y el escritor se maravillaba de que en España se cultivase todavía ese género de oratoria, inferior al de los borrachos en las tabernas alemanas.

Y quinto: que siendo la cultura un fenómeno universal los pueblos débiles pueden cumplir igualmente su misión histórica y tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes.

Esto en cuanto a los conceptos esenciales. En cuanto al acto, es el único acto histórico que se ha realizado en España desde que comenzó la guerra. Porque no es historia sino lo que engendra historia. A la vuelta de los años, cuando ya no quede memoria de los actores de esa farsa cerril de la neutralidad, perdurarán, con luz limpia e inmarcesible, la mayor parte de los nombres que firman el Manifiesto. Entonces se dirá: «España, en la gran guerra europea de comienzo del siglo XX, se había sumado a la causa de la justicia y de la humanidad.»

La posteridad contemporánea, o como si dijéramos un anticipo de la posteridad, es el extranjero. Los nombres que van al pie del Manifiesto gozan de nombradía en el extranjero. Y hay un hecho que añade señalada calidad a los nombres que suscriben el documento. Los profesores, o se han educado en Alemania, o conocen cabalmente la ciencia alemana. Los artistas han obtenido las mayores recompensas en Alemania. Los escritores están traducidos al alemán o han vivido largos años en Alemania. Todos respetan la cultura alemana. Por eso mismo son los que con mejor autoridad pueden asumir la representación de España en los concilios del mundo.

Una advertencia final: Los calificativos de intelectuales y francófilos les han sido aplicados espontáneamente en las redacciones madrileñas o en la oficina de Telégrafos. El verdadero título del Manifiesto es el que lleva en estas columnas.
 
Última edición:
Por una vez hicimos en España lo que nos convenía.

España no encaja en la OTAN ni en la UE, a los hechos me remito. Nuestro mejor destino hubiera sido una neutralidad activa y leal, como la suiza (o como la sueca, aliada encubierta de Occidente pero neutral sobre el papel).
 
Por una vez hicimos en España lo que nos convenía.

España no encaja en la OTAN ni en la UE, a los hechos me remito. Nuestro mejor destino hubiera sido una neutralidad activa y leal, como la suiza (o como la sueca, aliada encubierta de Occidente pero neutral sobre el papel).

Ahora en Suecia se pone en cuestión la estrategia de defensa y todo por lo que pasa entre Ucrania y Rusia.
España está ubicada en un sitio privilegiado hay que sacar provecho de ello.
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Artículo de Julián Besteiro sobre Jean Jaurès, dirigente socialista francés que fue asesinado al comienzo de la Gran Guerra por su postura antibelicista.

Julián Besteiro, Jaurés y la filosofía, 1914

Renovación. Órgano de la Federación de Juventudes Socialistas de España
Madrid, 16 de agosto de 1914
año V, número 64
página 1


Juan Jaurés, asesinado. La Internacional está de duelo
Julián Besteiro
Jaurés y la filosofía
La evolución filosófica del pensamiento del gran Jaurés es un símbolo, un ejemplo eminente de la tras*formación profunda que se opera en muchos espíritus cultivados. Así como, en otros tiempos, el movimiento emancipador de la Ciencia y de la Filosofía condujo a muchos teólogos a abandonar la antigua fe y a romper los lazos que les ligaban a la Iglesia, así en nuestros días muchas almas formadas en las doctrinas del racionalismo y del individualismo, tras una lucha más o menos ardua en el interior de la conciencia, no sólo adoptan la posición teórica propia del positivismo filosófico y científico, sino que rompen también los lazos que les ligan, por su nacimiento y por su educación, con las organizaciones sociales que, tras el triunfo de la revolución burguesa, encarnaron las doctrinas dominantes en las sociedades contemporáneas.

Cuando Jaurés se doctoró, sus concepciones filosóficas estaban inspiradas en los escritos del gran maestro de las sociedades burguesas. Jaurés era individualista y kantiano.

No es extraño que los libros de Kant cautivasen en un principio la atención de nuestro llorado compañero.

Las doctrinas de Kant se distinguen por una profundidad tal en su parte negativa y crítica, que apenas si pueden encontrarse en toda la literatura filosófica otras que, como las del fundador del criticismo, sean propias para despertar a los espíritus del adormecimiento dogmático en que estaba sumida la conciencia de su mismo autor antes de la lectura del Tratado del Entendimiento Humano, de Hume.

Pero, a despecho de las afirmaciones de nuestro correligionario Max Adler, que se esfuerza por armonizar el kantismo con el Socialismo, la parte constructiva del kantismo no es sino una restauración de la Metafísica y con ella de las preocupaciones tradicionales, de las cuales ha de verse libre el espíritu del hombre de ciencia, como condición previa para su pleno y libre desarrollo.

Jaurés se supo emancipar del idealismo trascendental, como otras almas grandes hermanas de la suya se habían sabido emancipar de la Metafísica dogmática, y su emancipación fue tanto más profunda cuanto que no empleó los preciosos momentos de su vida en una estéril discusión y en crítica que ya otros entendimientos habían llevado hasta sus límites extremos, sino que se entregó de lleno a una actividad constructiva, adoptando como discípulos aquellos cuyo entendimiento, por necesidades de la evolución social, se encuentran en mejores condiciones para ver la realidad sin prejuicios (los obreros), y dedicando sus energías todas a una infatigable actividad de militante en pro de las doctrinas que representan más genuinamente el espíritu positivo de la ciencia en el campo de los conocimientos históricos y sociales (el Socialismo).

Se ha dicho ya por muchos biógrafos que la actividad de Jaurés era prodigiosa. En efecto, cuesta trabajo comprender cómo en medio de las mayores complicaciones de la lucha política encontraba tiempo el gran tribuno para componer sus admirables discursos, sus artículos y sus libros. Gracias a esta actividad, al desaparecer Jaurés nos ha dejado en sus obras testimonios irrefutables del gran camino que intelectualmente recorrió en su vida y de la claridad y penetración con que sabía ver los problemas en la plenitud de su significación y prever las consecuencias de los hechos actuales ocultos para tantos hombres, al parecer pensantes, entre la hojarasca de una literatura superficial.

Desde que Marx y Engels designaron con el nombre de materialismo histórico el método científico para el estudio de los hechos más complejos que la inteligencia humana puede aspirar a conocer, la Historia y la Sociología han progresado tanto que aun los mismos historiadores que no adoptan deliberadamente este método se rinden a la necesidad de su empleo, buscando a cada paso la explicación de los acontecimientos históricos no en los grandes hechos representativos de los héroes más o menos auténticos, sino en los movimientos de las masas, impulsadas por las condiciones económicas de la vida.

Gracias a este método, los sabios franceses han logrado reconstruir la concepción dominante de la Revolución francesa, plagada no hace mucho de errores provenientes de la interpretación arbitraria de los grandes hechos y del olvido de las pequeñas causas.

Pues bien, esta aplicación del método científico a la historia de la Gran Revolución: que ha tenido en Francia por director y guía a Maurice Aulard, encontró en el gran Jaurés el más ardiente de sus propulsores, y son los discursos pronunciados en la Sorbona por el gran orador socialista el más firme testimonio del grado en que su espíritu se había alejado de las antiguas concepciones seudocientíficas y había adoptado los principios fundamentales en que se basa el estudio contemporáneo de las ciencias que a la sociedad se refieren.

Y como supo adoptar los nuevos métodos, supo también Jaurés sacar las consecuencias de su aplicación.

Sabido es que del estudio de las condiciones económicas de la sociedad burguesa deducía Marx la consecuencia de la necesidad de una revolución social, que no podía acabar sino con el total triunfo del proletariado sobre la burguesía dominante.

Hoy en día no puede caber duda a ningún espíritu sereno de que estas conclusiones obtenidas por la aplicación del método científico no solamente son certeras, sino que el choque previsto logra alcanzar caracteres tan grandes que por nadie pudieron ser imaginados.

Los intereses capitalistas han puesto en su defensa todas las armas que ha sido dable inventar para la destrucción de los hombres y han creado un estado tal de lucha y de barbarie que amenaza con la destrucción de toda la labor cultural que el trabajo de las generaciones ha sabido crear durante largos siglos.

Ya para nadie puede ser un secreto que el problema que se ventila en la Europa del siglo XX no es sino un problema de vida o fin, de regreso a los momentos más oscuros de la historia guerrera de los pueblos o de salvación y renacimiento de una vida más grande y más noble de amor, de paz y de trabajo.

Todas las panaceas de la antigua Filosofía, de la antigua jovenlandesal, de la política, de la economía han fracasado. A un mismo precipicio inmenso han ido a parar las ideas humanitarias de los espíritus superiores, las ideas patriarcales de los grandes monarcas que pedían sacrificios a los pueblos para asegurar la paz, las ideas jovenlandesales y religiosas de los espíritus generosos que se congregaban en Consejos pacifistas sin atreverse a romper con los fundamentos de la sociedad en cuyo seno se estaban desarrollando ampliamente los gérmenes de la ruina.

Y cuando todo esto ha muerto y fracasado, la triste humanidad que sufre las consecuencias de la más cruel de todas las guerras no tendría otro recurso que resignarse a morir en medio de un escepticismo clarividente, como se resignó a morir la antigua civilización greco-romana, si no existiera una fuerza salvadora: el proletariado revolucionario, animado por el espíritu de la ciencia emancipada de las tradiciones de casta.

Que Jaurés supo ver el gran problema en toda su imponente magnitud, lo demuestra la actividad de sus últimos años, la serie enorme de sus discursos acerca del servicio militar en Francia y su libro titulado L’armée nouvelle.

El gran choque de los intereses capitalistas, que parecen querer arrastrar en su fin a la humanidad entera, ha comenzado ya entre el estruendo de los cañones.

Y esos clarines de guerra son el llamamiento a la lucha del gran pueblo trabajador, son las avanzadas de la revolución salvadora.

Los hombres que, como Jaurés, supieron ver el problema y trabajar por su solución, no mueren. Su espíritu vive en el fragor de los combates y vivirá en las jornadas de trabajo bienhechor de la humanidad emancipada.

Si las balas que disparó un pobre demente contra nuestro querido compañero pudieron dejarle algunos momentos de reflexión en los umbrales de la fin, seguramente en esos instantes el gran Jaurés supo elevarse sobre las miserias del presente a la contemplación de la nueva humanidad que nace entre crueles dolores.

Julián Besteiro

Agosto, 1914.

Luis Araquistáin, otro joven dirigente del PSOE, apoyaba abiertamente a la Entente y acusaba a Alemania de ser un Estado totalitario en el que todos sus ciudadanos estaban al servicio de los planes de dominación mundial del Kaiser:

Luis Araquistain, ¿Se puede ser germanófilo?, 1915

El Liberal
Madrid, 14 de enero de 1915
año XXXVII, número 12.748
página 1
Luis Araquistain
¿Se puede ser germanófilo?
¿Cómo puede haber germanófilos en España? He oído repetidas veces esta pregunta. La respuesta es que no hay germanófilos, sino francófobos y anglófobos, ¿y cómo es posible que en España haya francófobos y anglófobos? Sencillamente, porque los que lo son, la inmensa mayoría de los que lo son, sólo conocen a Alemania como una expresión geográfica. Esta es la conclusión: un latino no puede ser germanófilo más que por una ignorancia absoluta de Alemania.

Dejemos a un lado a aquella parte mínima de españoles que son germanófilos por amor sincero a Alemania. Nos referimos a los oficiales del ejército español que han votado sus simpatías por Alemania a causa de su admiración por el ejército alemán. Esto es ya comprensible. No se olvide que en éste breve examen queda excluida toda consideración jurídica, toda idea de culpabilidad. Estamos en el primitivo reino del sentimiento, donde sólo impera el capricho, la ley psicológica del individuo y donde no se oye hablar nunca de una razón social o colectiva. La mayor parte de los oficiales del ejército español admiran al ejército alemán porque lo creían invencible. Es posible que el término de la guerra trueque su desilusionada admiración en desdén. Es posible hasta que esto ocurra antes del término de la guerra. Cinco meses de guerra nos han bastado para ver que la grandeza del ejército alemán era puramente cuantitativa, de masa: muchos soldados, mucha disciplina automática, muchas máquinas; pero muy poco talento estratégico. Si los franceses e ingleses, con una fuerza inmensamente inferior, pudieron resistir a la avalancha alemana y hacerla retroceder definitivamente con un golpe maestro, ¿qué no hubieran hecho de haber sido sus fuerzas iguales o aproximadamente iguales a las alemanas? Cinco meses de guerra nos han enseñado esto: que la masa estaba de parte de los alemanes; pero el talento, de parte de los franceses. ¿Y no es más noble la admiración del talento?

Queremos examinar la razón de ser de otros germanófilos, de aquellos que nada admiran, que nada saben de Alemania, y son la mayoría en España. Ya se ha dicho, pero no será superfluo repetirlo, que estas buenas gentes son germanófilas por repruebo a Francia o a Inglaterra o a ambas. Su actitud se basa en un sentimiento negativo. Ahora bien: quien quiera estar a la altura de este formidable conflicto, debe fundamentar su actitud en un sentimiento positivo, en un sentimiento de solidaridad. He aquí el gran rasgo de esta guerra: su inmensa fuerza de solidarización. Dejemos ahora sus causas verdaderas, los móviles de los gobernantes que la prepararon y fijémonos en la postura de los diversos pueblos al entrar en ella. A las masas populares no les guía el interés ni el repruebo, sino el instinto de conservación, el sentimiento de solidaridad. Los rusos se mueven contra Austria por amor a sus hermanos de raza, los servios; lo que inicialmente une a todos los alemanes, pobres y ricos, católicos y protestantes, doctos e ignorantes, militaristas y pacifistas, no es repruebo a Rusia, sino el miedo de Rusia, el amor a Alemania; igualmente, lo que une a walones y flamencos en Bélgica, a republicanos y realistas, creyentes y ateos en Francia, a boers e ingleses, a lores y comunes, a nacionalistas y unionistas en el imperio británico, no es el repruebo a Alemania, sino el miedo de Alemania; el amor a las instituciones comunes, frente al peligro de instituciones extrañas, contrarias al espíritu histórico de cada nación. Nadie odia, aunque no falten gentes que escriban artículos y hasta himnos de repruebo, que es un repruebo falso y artificial, como la mayor parte de los sentimientos expresados en letra de imprenta.

Quien en este momento se deje llevar del repruebo y no de un sentimiento de afinidad, de solidaridad, de comunidad, es que no se ha enterado de lo que se disputa. No es esta guerra un episodio local, sino un acontecimiento universal, como la Revolución francesa o las guerras napoleónicas. Sus efectos, no sólo inmediatos, en lo económico, sino lejanos, en lo político, violarán todas las fronteras y modificarán drásticamente la vida interna de cada nación. Es una guerra en que se juega el destino de los neutrales no menos que el de los beligerantes. De ahí la conveniencia de calcular qué triunfo, el de los imperios germánicos o el de los aliados, sería más favorable a nuestra personalidad de individuos y a nuestra personalidad de nación.

Se comprende el repruebo de nuestros germanófilos por Francia; en el fondo es el repruebo al espíritu liberal. Pero en Francia había también gentes que odiaban el espíritu liberal francés tan cordialmente como los francófobos españoles. Ese repruebo ha cesado ya, porque han visto que peor que el liberalismo de Francia sería el conservatismo de Alemania. Y eso es lo que todavía no han visto los germanófilos de España. No les mueve más que el repruebo a Francia. Si diesen un paso más, el paso que todos hemos dado, y quisieran tomar una postura positiva, de solidaridad con alguien o algo ante este conflicto, convirtiendo el repruebo por Francia en amor por Alemania, verían que ello les sería imposible. Un latino, por conservador que sea, no puede desear un régimen alemán para su país. El conservadurismo de un español, por ejemplo, aunque sea un carlista, quintaesenciando la idea conservadora, es en el fondo un liberalismo limitado: quiere un régimen de autoridad, de fuerza, pero sólo en la esperanza de que en un régimen así, él, el conservador y los suyos, aunque los otros estén más sujetos, serán más libres. Es, pues, un conservadurismo oligárquico.

Pero el régimen alemán no es ni conservador ni liberal; no es una fluctuación constante de la libertad, sino la negación absoluta de la libertad; no es un régimen de oligarquías, sino el régimen de un déspota, que está por encima de todos y de todo. En el fondo del carlismo, como del republicanismo, no hay más que una querella oligárquica. Pero el germanismo, o, mejor dicho, el «hohenzollernismo», es el régimen de una casa gobernante hereditaria que no admite ninguna limitación a su soberanía. Consiente que sus súbditos se entretengan en toda clase de fabricaciones sociales; pero ella guarda la llave de todas. El partido católico del Centro, por ejemplo, es una hermosa máquina, capaz de deslumbrar a cualquier católico extranjero que desconozca su naturaleza; pero el maquinista de esa y otras máquinas que creíamos más independientes es el emperador. En el régimen político de Alemania, cada individuo es una simple tuerca, algo mecánico, desprovisto de personalidad. Y eso es lo que un latino no puede ser. Sean cuales fueren sus ideas políticas, la esencia de ellas es siempre el liberalismo: limitado para sí y para los suyos, si no lo anima la generosidad; absoluto, para todos por igual, si no le mueve el egoísmo. Pero su espíritu busca siempre la libertad.

¿Cómo es posible que en España haya germanófilos? Sólo se explica de un modo: suponiendo que, en vez de vivir en tiempo de la guerra de 1914, viven en tiempo de la separación de la Iglesia, y del Estado en Francia; suponiendo que viven del repruebo de una derrota, sin haber llegado aún a darse cuenta del peligro de una derrota inmensamente mayor. Claro que quien no haya vivido en Alemania, ni la conozca a través de los libros o de su historia de este último medio siglo, no es fácil que se forme idea de su régimen político. Pero ya sus actos durante esta guerra son una clara expresión del espíritu que la anima. Nada se diga de las pruebas abrumadoras, cada día crecientes, de su culpabilidad. Nada se diga de su táctica terrorista. Pero si la base ideal de nuestros germanófilos es su catolicismo, ¿cómo conciliar su actitud con la agresión que sufre en Bélgica la Iglesia católica bajo los cascos prusianos? Y no nos referimos sólo a la destrucción de catedrales e iglesias, en nombre de la eterna necesidad militar. Tampoco nos referimos únicamente al fusilamiento de tantos clérigos belgas. Esto no lo decimos nosotros, sino el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas, en su última y ya famosa pastoral. «Sólo en mi diócesis sé que fueron muertos trece sacerdotes o religiosos.» Hay algo más grave que todo eso, algo que no se hubiera atrevido nunca a atacar la atea Francia. Ello es la soberanía espiritual de la Iglesia, la santidad del culto católico. En esa pastoral del prelado belga hay estas magníficas y valerosas palabras, dirigidas a sus diocesanos:

«No os pediré que renunciéis a ninguno de vuestros deseos nacionales. Al contrario, considero como una de las obligaciones de mi cargo episcopal instruiros acerca de vuestro deber frente a la potencia que ha invadido nuestro territorio y que ahora ocupa gran parte de nuestro país. La autoridad de esa potencia no es una autoridad legítima. Por lo tanto, en alma y conciencia no le debéis respeto, ni fidelidad, ni obediencia.»

La pastoral iba a ser leída el 1.º de Enero en toda la diócesis del cardenal Mercier. Pero los soldados alemanes lo impidieron por la fuerza. Entraron en las iglesias y a unos sacerdotes les obligaron a callarse y a otros les detuvieron. El mismo cardenal Mercier está a estas horas detenido.

Un ejemplo como éste hace claras las palabras de Chesterton cuando dice que hay que impedir que los prusianos toquen la querella de los grandes santos y de los grandes blasfemos. El más fanático de los católicos españoles estará siempre más cerca del más fanático de los ateos franceses que de un católico prusiano. En toda Europa, fuera de Alemania, se lucha por diferentes formas y grados de libertad, pero siempre por la libertad. Sólo en Alemania se lucha por diversas formas y grados de esclavitud, pero siempre por la esclavitud.

Luis Araquistain

Londres, Enero 1915.

Miguel de Unamuno también estaba a favor de la Entente. Si dos años antes describía la guerra como la mayor de las barbaries, en 1914 poseido de un extraño fervor belicoso alababa la guerra civil como el remedio para despertar a España de su letargo.

Miguel de Unamuno, Hispanofilia, Nuevo Mundo 1915

Nuevo Mundo
Madrid, sábado 27 febrero 1915
año XXII, número 1.103
página 6
Miguel de Unamuno
Hispanofilia
Con referencia a las simpatías o antipatías que los españoles mostramos hacia unos u otros de los beligerantes, nos sale de vez en cuando algún compatriota diciendo que lo que hay que ser no es germanófilo, ni francófilo, ni anglófilo, sino hispanófilo. ¡Como si lo uno empeciese a lo otro! Hace pocos días atribuían ese mismo juicio los periódicos a un ex ministro de Estado.

Y no veo en qué la germanofilia, la francofilia o la anglofilia estén reñidas ni estorben a la hispanofilia. Hago la justicia, no ya honor, a los españoles que, como yo, se han pronunciado en uno u otro sentido, sin guardar la torpe e inmoral neutralidad del sentimiento, de creer que les guía ante todo y sobre todo su amor a España.

Lo que hay es que no es posible que los españoles todos tengamos la misma idea de nuestra patria y de su bien, y de lo que a ella le conviene. Eso no es, gracias a Dios, posible. Una unanimidad de pareceres en eso, sería la fin. Hay unanimidades que sólo se logran por exclusión, y escamoteando los verdaderos problemas. Y esa que algunos llaman la unidad jovenlandesal de España paréceme una unidad inmoral.

Los españoles que muestran simpatías por la causa de Alemania en esta guerra, lo hacen mirando a España, por hispanofilia. ¡No que todos ellos, y desde luego no que los más avisados e inteligentes esperen ventajas materiales para nuestra patria en el caso de una victoria germánica, no! Lo que esperan es una repercusión en nuestra política, un ejemplo, y una acción sobre nuestra cultura. Ahora que nosotros creemos que esa repercusión y ese ejemplo han de sernos fatales, volviéndonos a procedimientos que estimamos deplorables. Alemania pretende hacer hoy, al tratar de imponer su Kultur –que de eso y no de otra cosa se trata en el fondo– lo que trató de hacer España en el siglo XVI al pretender imponer, con Felipe II, a Europa la Contra-Reforma. Y por algo Treitsckke elogia aquella actitud de España. «Fue un grandioso idealismo político, que no se puede contemplar sin conmovida admiración», dice. Sólo que aquel grandioso idealismo político español del siglo XVI tropezó con el idealismo de la Reforma, el de la libre personalidad humana, el del libre examen, el de la heterodoxia, el que rechazaba la fe implícita y el dogmatismo y el autoritarismo absorbente.

Y hoy hay quienes de buena fe desean el triunfo de la Kultur, autoritaria, dogmática, ordenancista, anti-herética, la que quiere imponernos una rígida disciplina, con su verboten por donde quiera, y ahogar nuestras opiniones a nombre de un dogma cualquiera. Y si es el científico, peor que peor. Porque de todas las tiranías, la que más aborrecemos algunos es la de la ciencia, reclamando el derecho a brezar el sueño de la vida de los mortales con alentadoras ilusiones, por absurdas que sean. Y nos revolvemos contra una civilización tecnicista y en la que el progreso material –industrial, mercantil, higiénico, &c.– es lo dominante.

Y desean ese triunfo porque creen y dicen que aquí, en España, lo que necesitamos es eso, que nos regimenten y nos ordenen a la alemana y se acabe con nuestro individualismo anárquico. ¡Individualismo! ¡Cuánto habría que hablar de esto! Porque aquí, si algo está deprimido y ahogado bajo una casposa atmósfera oleaginosa es la personalidad. Hay el repruebo a la personalidad en este que creemos el pueblo de los personalismos.

Y así como por amor a España, mejor o peor entendido, que eso es otra cosa, se pronuncian no pocos españoles en favor de la causa germánica, por amor a aquélla también, por amor a España, por amor a la patria, nos pronunciamos otros en contra de esa causa. A nadie se le ocurrirá decir que nuestras guerras civiles –¡benditas sean!– no fueron provocadas por una y otra parte por amor a España. Lo mismo carlistas que liberales buscaban el bien de ella. ¿Que alguno se equivocaba? ¡Y qué duda cabe! ¿Mas por no equivocarse va uno a estarse quieto, y a no opinar, y a no obrar conforme a su opinión y sin esperar que ésta se eleve a ciencia? Sería hasta criminal.

No; hay que ponerse en lo cierto. Los que nos predican neutralidad en este caso de la guerra europea son los que quieren que seamos neutrales en nuestras discordias y disensiones interiores de principios, son los que quieren que no luchen las dos Españas –o acaso más de dos–. Y eso no puede ser ni debe ser. Eso es condenarnos a una verdadera fin. Eso es pretender ahogar el verdadero progreso, el progreso íntimo jovenlandesal, el progreso cultural, que sin esa lucha no se cumple.

La guerra europea ha despertado la siempre latente guerra civil española, y ha sido por ello una bendición para nosotros. Porque esa guerra civil, en una u otra forma, no puede ni debe cesar. Y ]os que más la anatematizan es porque en el fondo desean el triunfo de uno de los principios en lucha, y con ese triunfo la definitiva momificación pacífica de la patria, la paz del sepulcro jovenlandesal.

Y todo eso de que Inglaterra y Francia se han opuesto siempre a todo engrandecimiento de España, no es sino una tontería más. Quien se ha opuesto y se opone al engrandecimiento de España somos los españoles, y, sobre todo, los neutrales, los del no hacer, los haraganes, los cobardes y los pordioseros. Y de esa archi-ridícula fantasmagoría del irredentismo español más vale no hablar. El enemigo le tenemos dentro, en casa, es un enemigo indígena.

Se ha dicho que los Gobiernos neutrales o de gusto medio, de balancín o de compromiso que hemos sufrido en España, ni avanzaban hacia lo que se llama la izquierda, por miedo a la guerra civil, ni hacia la derecha, por miedo a la revolución. El miedo a los partidos extremos ha hecho que no se haya gobernado, porque eso no es gobernar. Y acabará la guerra, y la victoria de uno o de otro de los dos principios que en ella combaten será un ejemplo y una sugestión. Y surgirán en donde quiera movimientos políticos debidos a la acción inductiva de quien triunfe, sea el imperialismo germánico, sea la democracia anglo-francesa. Y aquí, en España, sentiremos el contragolpe, como se sintió el de la Revolución francesa.

No es, pues, cosa de que nos vengan diciendo que hay que ser ante todo y sobre todo hispanófilo. Decirle a un español que sea hispanófilo es una cosa ociosa. Lo que hay es que ni sentimos ni podemos sentir todos del mismo modo el amor a la patria, porque no todos creemos en un mismo bien para ella, y lo que unos estiman que ha de salvarla, jovenlandesal y culturalmente se entiende, estimamos otros que la ha de perder.

Digo jovenlandesal y culturalmente. Porque eso de que los unos o los otros nos den esto o lo otro, tal ventaja económica o territorial, no pasa de ser un ocioso ensueño. Eso no se le da al que no sabe cogerlo. Y el modo de cogerlo o que se lo den, es ponerse resuelta y eficazmente del lado del uno o del otro. Y no me parece que sea el mejor modo de satisfacer los ensueños de los irredentistas (!!!) hacer coro al conjunto de inepcias y de calumnias históricas que cuajan en torno a la ridícula frase de la pérfida Albión. ¡Gracias a su perfidia se ha mantenido la libertad, la verdadera, la liberal, en España! Conste, pues, que es por amor a España por lo que nos declaramos ahora, y en este caso, anglófilos o francófilos unos españoles, y otros se declaran germanófilos.

Miguel de Unamuno

El filósofo y psicólogo Eloy Luis André defendía la neutralidad sin ocultar sus simpatías por Alemania y dirigía sus afilados dardos contra "esos farsantes de la cultura, esas hembras del 98".

Eloy Luis André, Neutralidad y españolismo, 1915

La Esfera
Madrid, 13 de marzo de 1915
año II, número 63
página 4
Eloy Luis André
Neutralidad y españolismo

Edmundo González-Blanco, Génesis de la mentalidad alemana

La vida espiritual española en el momento presente no puede ser más interesante para el pensador: nuestro mundo intelectual está polarizado entre el siglo XVI y el siglo XVIII, del cual el siglo XIX es una raquítica continuación con ropaje más o menos romántico. Nuestros afectos pierden en profundidad y grandeza lo que ganan en intensidad aparente. La pasión es arrebatadora y frenética en sus predilecciones. Se odia y se ama ciegamente. La simpatía, la piedad y el humor, sentimientos propios de las almas cultivadas, viven respecto de la mentalidad española en destierro. Somos como los atenienses de la decadencia; aquí no hay más que plaza pública, donde charlatanes y grafómanos colocan el específico de la cultura –del cual algún curandero quiso ya mofarse, después de sacarle jugo– entre un público enfermo de la cabeza y del corazón y más o menos necio. Pero lo que más nos entristece es pensar que nuestro pueblo carece de voluntad por ineducación en unos casos y por crisis psicopática en otros, esa crisis, que en nuestras clínicas se llama abulia, es decir, impotencia para querer.

Con este bagaje espiritual asistimos como espectadores y comerciantes a la gran tragedia de la cultura europea, donde un protagonista –el pueblo alemán– y varios antagonistas –los aliados– riñen la tremenda lucha por la cultura, ¡por la cultura, señores intelectuales, por la cultura europea!

El momento presente sería una admirable lección histórica, cuyo fruto se traduciría en ascético recogimiento, si muchos profesionales de la pluma y de la palabra no rompiesen con sofisterías más o menos desinteresadas el silencio augusto de nuestros oídos, ni empañasen la visión serena de los ojos. Pero hay empeño en que el pueblo no se acostumbre a ver, oír y callar, para recogerse en sí mismo, para explorarse. Hay empeño en ejercer en monopolio el sacerdocio de la letra de molde y de la retórica, de la literatura y de la abogacía, únicos valores, que como las heces de un vino en fermentación vienen flotando en España, desde que el nuevo régimen nos quitó la capa y nos puso pantalones. En lucir los pantalones, abusando formas más o menos viriles, nos hemos pasado todo un siglo, embobados ante el espectáculo de la cultura, pero impermeables espiritualmente a ella. Las clases directoras, las clases intelectuales, se dedicaron a comerciar con las ideas europeas o con las españolas ya muertas, ignorando que las ideas son un factor de la conciencia nacional, pero no el único factor, ni el más importante. Por eso nuestro año terrible, reveló en nuestro mundo, en nuestra vida nacional, médicos de oficio y plañideras de profesión, no salvadores efectivos, no conversos, hombres, voluntades. A los diez y siete años, la podre que padecíamos en el brazo que se nos amputó, ganó por infección nuestros pulmones, nuestro cerebro y nuestro corazón. Perdimos aquello por ser unos perdidos y estamos echando a perder ahora esto, la santa casa solariega, a la que por pudor y religioso respeto debíamos consagrar la única virginidad aún no desflorada: el trabajo; porque eso sólo pueden hacerlo los que hasta ahora vivieron en el secular barbecho de la holganza. Es la única virtud de los perezosos.

Por eso, si la historia traducida en instinto de conservación nos dice que hay que estar quietos y callados viendo el drama, ni es prudente ese arrebato de ciertos intelectuales y políticos que nos quieren llevar al coro trágico como carneros, ni es prudente tampoco la resignación miedosa del inocente pajarillo ante la serpiente fascinadora. El espectáculo de la lucha trágica debe despertar en nosotros un ideal trágico, pues sólo imprimiendo grandeza a nuestro pensar, a nuestro sentir y a nuestra vida, acabaremos de una vez con ese impúdico comediaje, de gente que ha perdido la vergüenza y sólo tiene pudor para ponerse la careta.

Y mientras unos cuantos zánganos de colmena zumban para captarse las simpatías de la conciencia nacional –reina eterna aunque aún no nacida–, dediquémosnos los que amamos entrañablemente a España, a preparar su advenimiento, con el corazón lleno de esperanza, de piedad, de temor... más que de temor, de patriótica contrición.

A un lado esos farsantes de la cultura, esas hembras del 98, esos que no quieren ser sabios porque no pueden serlo, lo cual no impide que envidien a los que lo son. A un lado los que fraguan ruidosos prestigios en compadrazgo o conjuras de silencio con obstinación, los que tienen en los labios el nombre de España y en el corazón la afrenta, los que hablan de sinceridad con vulpeja maestría, los extraviadores de conciencias, los parásitos y comensales de un régimen de ficción, los eternos réprobos, que amenazan con la rebeldía, cuando tienen hambre y con la traición cuando tienen sed. A todas esas falsas clases directoras, que llaman fistro al pueblo cuando es prudente, cuando es neutral y que le llaman temerario cuando es valeroso, hay que volverles las espaldas. Viven de la confianza y del candor más o menos infantil de España.

Para ellos, la neutralidad es un espectro al cual temen volver los ojos para ver con verdad por miedo a ser petrificados, como la mujer de Loth. La neutralidad es la obsesión de esos... europeos. Ayer, cuando el pueblo quería ir o dejarse ir a jovenlandia, le predicaban la paz; y hoy que no quiere meterse en aventuras, le predican la guerra. Y la guerra se hace tan odiosa, produce su predicación tanto tedio, que hemos caído en la exageración de la neutralidad, ignorando aquel aforismo: si vis pacem para bellum. Aquí hemos llegado a da repelúsr hasta la propia defensa, ignorando, que la paz como la libertad, hay que merecerla todos los días. Por ese camino, se llega a la paz eterna, que es la paz de los cadáveres.

¿Cómo es posible conciliar la verdadera neutralidad de España con el más genuino españolismo? No gastando las fuerzas en balde, no convirtiendo la guerra en espectáculo, sino en ejemplo vivificador. Extrayendo de ella el espíritu de vida que encierra, siendo hembras o varones, es decir, teniendo sesso en la función generadora de la cultura humana, porque ser neutrales no es lo mismo que ser neutros. En la obra creadora y fecunda de los eternos valores de la actividad española, hay que sumergirse con denuedo, hay que saber navegar. Quien no tiene confianza en sus fuerzas para luchar con las olas, será juguete y náufrago. La naturaleza nos colocó, como dice Macías Picavea, en un punto del planeta donde todo pueblo que lo habite ni puede estar sordo ni quedarse dormido. Formar una conciencia nacional y nacionalizar la tierra y el espíritu español, luchando contra todas aquellas resistencias, obstáculos o enemigos que tenemos en la propia conciencia histórica, cuyo cauce es preciso descubrir; hacer que una ética basada en imperativos positivos y humanos sea la clave de nuestra vida pública, y el motor religioso y patriótico de nuestras clases directoras el más fervoroso españolismo; pensar que en la historia no hay pueblos muertos con fin eterna, sino seculares resurrecciones que el trabajo del espíritu creador y vivificante suscita; santificar en el trabajo intenso las horas; sentir con fruición alegre el esfuerzo; hacer que el reposo no sea disipación, ni el ocio privilegio de los ricos, ni don envidiado; bucear en las almas de los pueblos lo que son, pero no para ser lo mismo; creer que para ser eternos no se puede desmayar ni un sólo día; que la cadena de los instantes hay que llenarla con esfuerzos y la tierra solariega con valores, es un ideal de españolismo que nos hará fuertes, ricos y buenos al mismo tiempo... ¿Que más queremos?

Para ser acreedores al respeto hay que ser primero, y ser dando señales de vida. Aquel pueblo que aspira a ser cada vez más, a vivir cada vez mejor, será siempre, si no el más respetado, el más temido. Si para forjar españolismo interpretamos la neutralidad como eunucos, seremos tan culpables como esos cuervos de la europeización que graznan aquí el himno de la guerra, porque de la carnaza del cadáver han vivido siempre.

Eloy Luis André


---------- Post added 14-mar-2014 at 14:56 ----------

Ahora en Suecia se pone en cuestión la estrategia de defensa y todo por lo que pasa entre Ucrania y Rusia.
España está ubicada en un sitio privilegiado hay que sacar provecho de ello.
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La mejor forma de sacar provecho es no metiéndonos en berenjenales que ni nos van ni nos vienen.

Con Rusia no tenemos ningún pleito ni cuentas pendientes (como no nos remontemos al robo de las reservas de oro del Banco de España).
Nuestros "aliados", en especial Inglaterra y Francia, nos hacen la pascua todo lo que pueden y más.
 
Artículo de Julián Besteiro sobre Jean Jaurès, dirigente socialista francés que fue asesinado al comienzo de la Gran Guerra por su postura antibelicista.

Julián Besteiro, Jaurés y la filosofía, 1914



Luis Araquistáin, otro joven dirigente del PSOE, apoyaba abiertamente a la Entente y acusaba a Alemania de ser un Estado totalitario en el que todos sus ciudadanos estaban al servicio de los planes de dominación mundial del Kaiser:

Luis Araquistain, ¿Se puede ser germanófilo?, 1915



Miguel de Unamuno también estaba a favor de la Entente. Si dos años antes describía la guerra como la mayor de las barbaries, en 1914 poseido de un extraño fervor belicoso alababa la guerra civil como el remedio para despertar a España de su letargo.

Miguel de Unamuno, Hispanofilia, Nuevo Mundo 1915



El filósofo y psicólogo Eloy Luis André defendía la neutralidad sin ocultar sus simpatías por Alemania y dirigía sus afilados dardos contra "esos farsantes de la cultura, esas hembras del 98".

Eloy Luis André, Neutralidad y españolismo, 1915



---------- Post added 14-mar-2014 at 14:56 ----------



La mejor forma de sacar provecho es no metiéndonos en berenjenales que ni nos van ni nos vienen.

Con Rusia no tenemos ningún pleito ni cuentas pendientes (como no nos remontemos al robo de las reservas de oro del Banco de España).
Nuestros "aliados", en especial Inglaterra y Francia, nos hacen la pascua todo lo que pueden y más.

Besteiro se pasaba de buenazo, incluso llamar "pobre demente" a un militante de extrema derecha que había apiolado con premeditación a un dirigente socialista. Encima fue absuelto, después otro pistolero anarquista intentó apiolar al presidente francés, pese a no matarlo, fue condenado a fin. En Francia se lió una buena por parte de la izquierda comparando los dos casos y al final terminaron liberando al anarquista.

Años después, los 2 pistoleros encontraron un destino parecido en España, al empezar la guerra civil, unos milicianos reconocieron al malo del dirigente socialista, que se había refugiado aquí, y le dieron plomo. El anarquista cruzó la frontera para unirse a los suyos y también le dieron plomo durante un combate.
 
El texto de Unamuno puesto me basta para reafirmarme en mi opinión de que nada bueno ha salido jamás de Vasconia. Si acaso, algo malo para los perros ingleses, como don Blas de Lezo.
 
Es la primera vez que veo citar a Eloy Luis André en Burbuja. Gracias, Curioso Impertinente.

Siempre me ha despertado un especial interés la figura de este hombre. Y uno de sus libros "La mentalidad alemana" es una delicatesen de esas que uno reserva con un buen brandy para las noches de invierno.

Su biografía es, cuanto menos, curiosa. Fue comisionado por el gobierno español en Alemania para recabar información sobre el sistema educativo de aquel país, en aquel momento el de mayor éxito. Aborrecía a los franceses y a la herencia administrativista que dejaron como una peste por toda Europa.

Nació en una diminuta aldea de Galicia y sólo le dejaron ejercer como profesor de instituto en una España ruin, rancia y clasista con un 70% de analfabetos (mientras él, sin descanso, traducía las obras más importantes de los pensadores alemanes de la época y escribía sobre un sinfín de materias que conocía y dominaba: filosofía, ética, pedagogía e incluso psicología....que estaba casi en pañales)

Confiaba don Eloy en que e la educación, el amor al trabajo y un sentimiento nacional reforzado era el modo de aproximar España a un país como Alemania y, en definitiva, a Europa. (pero se equivocaba a sabiendas, al constatar que el problema de España era una diversidad étnica y cultural que no existía en Alemania)

El propio Unamuno le recomendó que se fuese de España. La universidad....era cosa de familias y apellidos (y lo sigue siendo)

Murió y fue olvidado....sus libros se encuentran a menudo en los mercadillos, amarillentos e intonsos que buscan un español curioso e impertinente que los compre y los desflore.;)
 
Es la primera vez que veo citar a Eloy Luis André en Burbuja. Gracias, Curioso Impertinente.

Siempre me ha despertado un especial interés la figura de este hombre. Y uno de sus libros "La mentalidad alemana" es una delicatesen de esas que uno reserva con un buen brandy para las noches de invierno.

Su biografía es, cuanto menos, curiosa. Fue comisionado por el gobierno español en Alemania para recabar información sobre el sistema educativo de aquel país, en aquel momento el de mayor éxito. Aborrecía a los franceses y a la herencia administrativista que dejaron como una peste por toda Europa.

Nació en una diminuta aldea de Galicia y sólo le dejaron ejercer como profesor de instituto en una España ruin, rancia y clasista con un 70% de analfabetos (mientras él, sin descanso, traducía las obras más importantes de los pensadores alemanes de la época y escribía sobre un sinfín de materias que conocía y dominaba: filosofía, ética, pedagogía e incluso psicología....que estaba casi en pañales)

Confiaba don Eloy en que e la educación, el amor al trabajo y un sentimiento nacional reforzado era el modo de aproximar España a un país como Alemania y, en definitiva, a Europa. (pero se equivocaba a sabiendas, al constatar que el problema de España era una diversidad étnica y cultural que no existía en Alemania)

El propio Unamuno le recomendó que se fuese de España. La universidad....era cosa de familias y apellidos (y lo sigue siendo)

Murió y fue olvidado....sus libros se encuentran a menudo en los mercadillos, amarillentos e intonsos que buscan un español curioso e impertinente que los compre y los desflore.;)


La verdad, no sabía nada de él antes de hallar esos artículos. Se agradece la información que das.

Un artículo del filósofo Manuel García Morente acerca de la postura de los socialistas alemanes ante la guerra.

España. Semanario de la vida nacional
Madrid, viernes 19 de marzo de 1915
año I, nº 8
página 2
Manuel García Morente
El socialismo alemán y la guerra
¿Qué actitud ha adoptado el socialismo alemán ante la guerra? Al principio ha apoyado resueltamente al gobierno. El 4 de agosto, la minoría del Reichstag votó los créditos extraordinarios para la guerra. Los periódicos y las revistas del partido aplaudieron sin reservas esta decisión. Los sindicatos y asociaciones obreras profesionales declararon hallarse dispuestas a defender la patria.

Pero, pasados los días patéticos de entusiasmo, han empezado a oírse voces discordantes en el concierto patriótico. Rosa Luxemburg, la rosa roja, y Carlos Liebknecht, el niño terrible del partido, se han alzado contra las decisiones tomadas. El 2 de diciembre, cuando el gobierno solicitó la aprobación de nuevos créditos militares, el voto de la minoría socialista no fue unánime. Algunos se abstuvieron: Liebknecht votó en contra y ha vuelto hace poco a escandalizar a la Cámara prusiana.

Y el movimiento lleva trazas de cundir, porque se oye la voz de Kautsky pidiendo silencio, y las voces furibundas de los derechistas del socialismo, afirmando que la democracia social alemana no está representada por Liebknecht y sus amigos. El gobierno ha intervenido en esta cuestión de familia con el argumento contundente. Suprime los periódicos pacifistas con la siguiente motivación textual: «Por haber criticado con violencia la patriótica actitud de la democracia social.»

¿Vencerán pacifistas o patriotas? Es imposible augurar nada. Pero el comportamiento del socialismo alemán durante esta guerra representa, creo yo, una victoria de la fracción revisionista.

El partido socialista alemán no se ha planteado nunca en serio la cuestión de la guerra. Su revista oficial El tiempo nuevo –Die Neue Zeit– lo dice en uno de sus últimos números. «Hemos debido prever el caso y decidir de antemano, con toda tranquilidad, la actitud que íbamos a tomar.» Y es que, en realidad, esa cuestión no le interesaba hondamente, y además, la temía. Desde los comienzos de su desarrollo, el partido se ha dedicado principalmente a remover la clase trabajadora, a despertarla a la vida pública, afilando su sensibilidad para sus intereses proletarios. Los resultados de esa actividad han sido gigantescos: una organización perfecta, una disciplina electoral inquebrantable, gran abundancia de dinero –hay un millón de miembros que pagan cotizaciones–, una meticulosa jerarquía burocrática, cuatro millones de electores, un centenar de diputados, 91 diarios, 65 imprentas.

Pero esa grandiosidad ha sido un lenitivo. A la mejora del proletariado han cooperado dos causas: el estupendo desarrollo económico del país entero y la poderosa influencia ejercida por las fuertes organizaciones del partido. Esto ha dado piar resultado: 1.°, que se ha robustecido la solidaridad nacional; los trabajadores alemanes admiran y veneran su país, se sienten profundamente interesados en su ascenso industrial y comercial; 2.°, que las organizaciones del partido se han impuesto como algo intangible. Ante el deber de conservarlas y fortificarlas, retroceden todos los demás intereses. Baste un ejemplo. Los socialistas alemanes no se han decidido a conquistar revolucionariamente el sufragio universal en Prusia por no poner en peligro las organizaciones del partido.

Este estado de espíritu ha hallado últimamente su expresión franca y sincera en el movimiento revisionista. Este movimiento preconiza una política nacional, económica, colonial que ha llegado a calificarse con el extraño nombre de imperialismo socialista. Su principal teorizador ha sido Gerhard Hildebrand. Cierto que Hildebrand fue expulsado del partido en el Congreso de Chemnitz en 1912. Pero sus secuaces son legión y el partido los conserva; son además los ingenios más exactos y científicos; siguen escribiendo, hablando y difundiendo su nuevo socialismo de negocios, comercial, colonial y... militarista.

He aquí la teoría en dos palabras. La prosperidad de las clases trabajadoras depende: 1.º, de una ascensión continua de la producción industrial conforme al aumento de población. 2.º, de una extensión territorial suficiente para alimentar y vestir a la población. Los países agrícolas hácense industriales para evitar la emigración del exceso de población agraria. Este industrialismo repercute en la actividad agraria intensificándola y extendiéndola. Mas llega un momento en que la industria crece más que la agricultura. Entonces hay que buscar nuevas tierras cultivables que sirvan para proporcionar alimentos y primeras materias y para constituir mercados nuevos que den salida a la producción industrial. Una nación socializada tendría también industrias y población: necesitaría, pues, también colonias. El socialismo industrial y el capitalismo industrial son enemigos por dentro. Pero por fuera tienen el mismo límite: la nación, y hay entre ellos una elemental solidaridad: la nación.

En consecuencia, la clase obrera alemana tiene un interés vital en favorecer las expansiones de la nación alemana. «Aun desde el punto de vista socialista, la ocupación de dominios coloniales, es hoy una necesidad para Alemania.» Es más: el mundo debe repartirse de un modo socialista, es decir, justo y proporcionado a las necesidades de cada país. En este sentido, Alemania tiene menos de lo que le corresponde. Mientras no se haga ese reparto socialista pacífico, «debemos los alemanes perseguir, unánimemente, si es preciso, el triunfo de los intereses vitales permanentes de nuestra nación.» Esto lo escribía Hildebrand en 1911.

Expulsáronlo del partido. Pero siguieron en él sus amigos. Los Cuadernos mensuales del Socialismo perdieron a Hildebrand, pero conservaron a Quessel, a Schippel, a Leuthner: todos sus redactores y su editor son revisionistas, coloniales. En esa revista se ha dicho – antes de la guerra– que el repruebo a Inglaterra es justo. En ella se preconizó una política de aproximación a Inglaterra, basada en el despojo de Portugal.

En vano fruncía el ceño la compañera Rosa Luxemburg. Los mismos viejos iban excitándose. Votaban los créditos coloniales. Alababan la dimisión del ministro de las colonias, que se fue por juzgar insuficientes las compensaciones que Francia dio en el Congo. La Gaceta popular de Leipzig –órgano del partido– se burlaba entonces de Jaurés y de «su manía del desarme fraternal y otras zarandajas».

¿A quién extrañará, pues, la conducta actual del partido socialista alemán? La guerra ha sido el triunfo de los revisionistas. Así lo dicen ellos. El editor de los Cuadernos mensuales del Socialismo, en el número del 13 de agosto, habla en nombre de la revista: «Los amigos nuestros que hace años se enfadaron con nosotros porque señalábamos cuál era la tendencia real de la política inglesa y pedíamos una política alemana que la contuviera o imposibilitara, comprenderán ahora cuan engañados estaban en su juicio.» Esto es cantar victoria.

Desde el principio de la guerra, los Cuadernos mensuales sostienen, al gobierno. Ingénianse en interpretar socialistamente los actos del poder. Incautarse de alimentos y metales es hacer socialismo de Estado; la guerra, dicen, tendrá la virtud de empujar Alemania por el camino de la socialización. El militarismo alemán es el pueblo alemán; a nadie ha dañado nunca; más bien lo contrario. Formar un ejército de jóvenes de diez y seis años es realizar la «preparación militar de la juventud» pedida por los socialistas, &c. Pero hay más: reconocen que la Internacional se rompió el 1.° de agosto, mas creen que se restablecerá después de la guerra con una misión nueva. ¿Cuál? La de hacer el reparto socialista de las colonias según principios justos, contrarios al monopolio de determinados grupos de naciones. ¡La Internacional obrera puesta al servicio del industrialismo alemán!

Hasta ahora, a pesar de Rosa Luxemburg y Liebknecht, el socialismo alemán se mantiene o en silencio o a tono con los revisionistas patriotas. Podría ocurrir sin embargo más adelante que el hambre desatara las lenguas y los brazos y diera al traste con las predicaciones patrióticas. Pero esto significaría también la victoria del revisionismo, porque el origen de tal movimiento no sería una convicción ideal, sino las necesidades reales de Alemania, resignada a detenerse en su desarrollo ante una conjunción insuperable de obstáculos.

De todas maneras creo que el socialismo, después de la guerra, experimentará en todas partes hondas tras*formaciones. Desaparecerán sus dogmatismos universalistas, esa inacción en que se anquilosa mirando al futuro. Inquirirá el presente, las realidades nacionales; estudiará, investigará, fomentará, se esparcirá en mil movimientos distintos; buscará fuentes nuevas de acción, y, despertando de su hipnotismo político, perderá su ingenua fe en el Estado y vivirá una vida realmente social, la vida política de mañana. Los dogmas se tomarán en ideales amplios. Socialismo no significará partido ni clase, sino una generosa aspiración, realizable en las diarias conquistas y común a todos los hombres de buena voluntad.

Manuel G. Morente

García Morente terminaría ordenándose sacerdote hacia el final de su vida.

El catalán Eugeni d'Ors se manifestaba tímidamente germanófilo:

Eugenio D'Ors, Las obras y los dÃ*as, Renovación Española 1918

Renovación Española, revista semanal ilustrada
Madrid, 12 de febrero de 1918
año I, número 3
páginas 1-2
Eugenio D'Ors
Las obras y los días

Crónica de la Ciudad de Dios
Esta es la crónica de la Ciudad de Dios, en que a ninguna Mente derecha es negada ciudadanía. Alzáronse las ciudades de los hombres, y levantaban una contra otra grande y turbio rumor. A la Ciudad de Dios llegan ciertamente las palabras que se dicen en la lucha; pero no llega el vocerío.

A puertas de la Ciudad de Dios encontraréis, en guisa de patronal figuración, una estatua. ¡Honor a Arquímedes que, absorto en sus geometrías, dejó que le atravesase, mientras su casa ardía, la espada de un soldado de Roma! No fue Arquímedes mal patriota, y de él se dijo que proporcionó, con la invención de los espejos ustorios, medios de quemar las galeras enemigas. Pero en verdad, lo que supremamente interesaba a Arquímedes en aquellos espejos era su calidad de maravillosos, y no sus servicios como siracusanos.

Combustibles, tristes combustibles, son galeras y casas; perecederos imperios y repúblicas. Pasan y se olvidan guerras y paces. Amistad, flor de un día; repruebo, fuego de virutas. Sólo es grande la Inteligencia.

Como de la Iglesia se dice, también hay para la Inteligencia tres estados. Hay la Inteligencia militante, la Inteligencia paciente, la Inteligencia triunfante. Vivimos hoy momentos de Inteligencia paciente. Jamás en la historia de la cultura europea ha padecido como ahora, si no es en las cercanías del año 1000.

Mayor deber, por tanto, de fidelidad y de heroísmo en sus servidores. De heroísmo, sí. Que no es únicamente heroico el soldado que da su sangre en la trinchera. Si no aquel otro que sabe afirmar imperturbablemente su confianza en las luces, cabe una lámpara que la carestía dejó en claridad fementida y vacilante, y mantener el calor de un corazón universalmente generoso, al lado de una chimenea, que bosteza su álgida orfandad de carbón.

Madame de Stael
No únicamente se erigen grandes estatuas en la Ciudad de Dios. Bustos graciosos decoran también los discretos jardines.

He leído el volumen que Pedro Kohler, de Lausanne, dedica a Madame de Stael. Un homenaje a la gran dilettante que enriqueció la literatura francesa con el panegírico de Alemania, sería hoy prematuro. Contentémonos con tales estudios y con su escondido poder de reparación.

En el Museo de Versalles hay el retrato de Mme. de Stael por Mlle. Godefroy. Sin la garganta poderosa –que da toda clase de garantías en otro sentido–, la figura podría pasar, en rigor, por un Goethe. Por un Goethe que, en alusión a sus lecturas gozosas del «Diván», hubiese tenido el capricho de tocarse con un pomposísimo turbante persa.

Jamás, cuando visito aquel Museo, escapo a la aprensión de que la escritora está allí pensando en Goethe y reproduciendo inconscientemente alguna de las actitudes del poeta, y sobre todo, uno de sus visajes. Aquel, por ejemplo, que nos ha conservado, con más años encima, la famosa imagen de Stieler.

«El entusiasmo es la cualidad verdaderamente distintiva de Alemania.» En estas palabras resumía Mme. de Stael, según auténtica indicación, todo su libro. Seguramente también hubiera podido resumir, con las mismas palabras, la propia vida. ¿Ese entusiasmo le engañó alguna vez? No podrán quejarse de ello, en todo caso, ni el país que cálidamente admiraba ni aquel otro, dotado, por obra de tal admiración, de un libro que es un pequeño monumento de libertad intelectual y de generosidad comprensiva.

La vida es sueño
Mme. de Stael era una Weltbürgerin. Arturo Farinelli es hoy un Weltbürger, un ciudadano del mundo. Tenía ella sangre ginebrina. El ha nacido junto a los lagos ticinos.

Cuando Júpiter robó a Europa parece que, como un vulgar adúltero turista, la instaló por allí. Así fundóse allí una estirpe de grandes almas europeas.

¡Qué manifiesto el que Arturo Farinelli lanzó al mundo [2] erudito en 1913, proyectando en el más ardiente sentido de la internacionalidad, su nueva colección de literaturas modernas! Pero la flor de sus amores siempre fue y será para España.

España ha sido ingrata con él. A los dos admirables volúmenes de La vita e un sogno –el más sabio, el más hondo, el más apasionado y apasionante comentario a Calderón que jamás se haya escrito–, ha respondido aquí el silencio. Algún erudito tal vez... Pero este libro debía haber interesado más que a nadie a los teólogos.

«Car c'este vraiment, Seigneur, le meilleur témoignage
Que nous puissions donner de notre dignité
Que cet ardent sanglot qui roule d'agé en age
Et vient mourir au bord de votre éternité.»

Así cantaba Baudelaire, sobre la desesperación oculta tras la fastuosa sensualidad de los pintores-faros. Farinelli ha recogido otro sollozo que también rueda como una ola a través de los siglos. Y también en su voz profunda trae testimonio de la dignidad del hombre y de la Eternidad de Dios.

¿Hay teólogos en España?

Un filósofo madrileño
Filósofo nace aún alguno. Suele marcharse.

Jorge Santayana nació en Madrid. Ahora profesa en la Universidad Harvard. No era muy conocido. El Baldwin cita nada más de él el título de algún trabajo. El Eisler dice: «Aunque procedente del pragmatismo, es realista.»

Ahora ha publicado un panflet contra la filosofía de los alemanes. Esto le ha hecho celebrado en Inglaterra, traducido en Francia. ¡Triste!

Más que un panflet es «Egotism in German Philosophy» un álbum de caricaturas. Su aspecto satírico viene de acusar, en las mentes germánicas, los rasgos del subjetivismo individual... Otras caricaturas, no menos sofísticas, habían venido antes con la atribución contraria: la de un realismo excesivo. Según estas últimas, colectividad y naturaleza anulan, en el pensamiento germánico, cualquier libre individualidad; según el filósofo madrileño es, al revés, la individualidad caprichosa, la que priva de cualquier derecho y consideración a la colectividad y a la naturaleza.

¡Bah! Un libro así antes de la guerra hubiera sido juzgado como una ocurrencia más o menos ingeniosa. Ahora es traducido, examinado, prologado por Boutroux, puesto por las nubes. Bien es verdad que al lado de algún hermano suyo, el panflet de Pedro Duhem, por ejemplo, resulta aún el de Santayana un prodigio de lógica y delicadeza.

Gobierno de la Ciudad de Dios
En la ciudad de Dios el cargo público más importante es hoy el ministerio de la Memoria.

Vendrá la paz entre las ciudades de los hombres. Entonces el cargo público más importante en la ciudad de Dios será el ministerio del Olvido.

Xenius

———
Barcelona, 31 Enero 1918.

Señor director de RENOVACIÓN ESPAÑOLA.

Mi distinguido amigo:

He visto que en algún prospecto de su nueva publicación figuraba mi nombre entre los muy estimados de los redactores de la misma. Creo preferible y más fiel al sentido de la invitación con que usted me honró, que sea aquél incluido en el cuadro de colaboración.

Hay en esto un matiz que subraya la condición de libertad de opiniones que ha sido la base de nuestro acuerdo. Pareciéndome muy respetables y elevadas las que ustedes enuncian en aquel prospecto, no podría yo compartirlas todas. Empiezan ustedes por decir: «España sobre todas las cosas», y a mí me parece que, por encima de España y de cualquier patria, están todavía ciertos altos intereses ideales, como la Justicia o la Belleza.

Le agradeceré haga constar este punto de vista, que no llega a tener la importancia de una rectificación.

Le estrecha la mano,

Un artículo germanófilo firmado por Edmundo González-Blanco, en el último año de la guerra la fortuna parecía decantarse por el bando aliado pero el autor aún confiaba en que la voluntad férrea prevalecería frente a un enemigo abrumadoramente superior en número y medios materiales, pero torpe y desorganizado.

Renovación Española, revista semanal ilustrada
Madrid, 19 de febrero de 1918
año I, número 4
páginas 4-5
Edmundo González-Blanco
La guerra y el porvenir del mundo

El esfuerzo y el gesto
Es curiosa y frecuentemente cómica la actitud que quieren ofrecernos las naciones beligerantes.

Reconozcamos que mientras los aliados, desde el principio de la guerra se están devanando los sesos para adivinar lo que piensan sus enemigos, éstos no parecen preocuparse demasiado en averiguar los planes contrarios.

Aliados y alemanes contienden en el terreno del tiempo y del espacio, de la celeridad y del número; arrojando, unos plomo, y otros azogue, y mientras que los aliados hacen guerra mecánica y de tardanza, los alemanes hacen guerra dinámica y de ejecución. En una escrupulosa clasificación de los países interesados en el espantoso conflicto (que en mayor o menor grado lo son todos), y atendiendo, para realizarla, al modo cómo reaccionan las energías de cada nación, hallamos que los alemanes, atentos principalmente a su propósito militar, desdeñan bastante el uso de las actitudes teatrales y se esmeran poco en el arte del gesto, en que son consumados maestros los aliados.

En vez de conferenciar y discutir, obran, obedeciendo a planes premeditados y bajo el impulso de una voluntad única, y presentándolos con claridad y precisión, a guarismo seco, con una lógica que no tiene escape ni puede ser por nadie controvertida.

Sócrates y Platón
Luciano de Samosata, en el libro II de su Historia verídica, pretende haber percibido, en una visión de los Campos Elíseos, cómo son felices en la otra vida los diferentes sabios y héroes, cada uno de ellos a su modo. Sócrates es objeto del disgusto del gobernador de aquella feliz región, quien le había amenazado con arrojarle de ella si no cesaba en su charlatanería y se dejaba de ironías durante los festines. Platón, empero, no se hallaba en aquellos lugares, sino que habitaba en la república fundada por él, y en la cual vivía según sus propias leyes.

Paréceme que, en este infierno de la guerra, la Entente desempeña un papel semejante al de Sócrates, y Alemania uno semejante al de Platón.

La Entente tiene de la vida un sentido finito y estacionario y un concepto de la felicidad y de la civilización por completo languideciente y egoísta. Alemania, adelantándose al porvenir y consciente de que la vida es verdad y sinceridad, no quimera y engaño, se ha creado su propio ideal y va derechamente a dar mayores vigores y energías a las supremas aspiraciones económicas y sociales. Verdad es que, para lograrlo, lucha y luchará contra el mundo entero, que se obstina en conservar la diversidad de sus diferentes tipos de cultura; pero sólo las montañas que se llaman inaccesibles son las que suben con gusto y con honor. Cualquiera está orgulloso de haber ascendido hasta la cúspide del Pico de Tenerife, pero nadie se alaba de haber trepado las laderas de la Isleta de Las Palmas.

Los alemanes son fuertes, imperiosos, valientes, organizados, y en el diccionario de sus aspiraciones no existe la palabra imposible, porque lo imposible, o al menos lo más difícil, es lo que más desean. Su voluntad no encuentra límites para hacer verdaderos milagros de ejecución, en la paz y en la guerra, pero el hada que los realiza está al servicio de todo el mundo, y se llama perseverancia. Desde la cumbre de la nueva civilización contemplan a Alemania, no cuarenta siglos de pasado, sino cuarenta siglos de porvenir.

El factor jovenlandesal
La ventaja en las guerras, una vez que se insinúa, va creciendo en proporción geométrica, determinada por los temores y el recelo del que flaquea, por el orgullo y reanimación del que gana terreno, siquiera sea jovenlandesal, y esto ocurre a los gobernantes de la Entente, que, al fin, han adquirido el convencimiento de que no serán aplastados por los ejércitos de una nación con la que el mundo entero ha roto las hostilidades.

Pero ¿saben esos políticos si se ha manifestado todavía el máximo esfuerzo de la voluntad teutónica? ¿No parecen creer más bien en un recrudecimiento de las energías tudescas, fecundo en acciones decisivas, cuando les vemos uno y otro día dar de mano a sus improvisaciones infecundas y sustituirlas por una organización de más racional desarrollo, copiada servilmente de la organización germánica?

Por desdicha para ellos, es muy de temer que semejante imitación no les dé la victoria a que aspiran, y que se cumplan en perjuicio suyo las profecías pesimistas de algunos de sus más videntes ciudadanos, como se ha cumplido ya la hecha por el socialista francés Delaisi en su opúsculo titulado La guerre qui vient, publicado en 1911.

Una profecía y un presentimiento
Delaisi anunciaba con tristeza que ríos de sangre de sus compatriotas iban a verterse por una causa que, realmente, no interesaba a Francia. Véase cómo se expresaba, al pensar en tal contingencia: «Los ingleses han dicho: No tenemos soldados, pero Francia los tiene. Allá abajo, más allá del paso de Calais, hay un ejército numeroso, maniobrero, bien disciplinado, bien armado, capaz, en suma, de hacer frente a Alemania. Los franceses son valientes, son belicosos, les gusta la guerra y saben hacerla. Con tal que se les saquen a relucir las grandes palabras de honor nacional y de intereses superiores de la patria y de la civilización se pondrán en marcha. Tratemos de hacer nuestro el ejército francés. No será difícil.»

Muy poco antes de estallar la guerra europea, escribía Le Bon su libro sobre La Révolution Française et la psychologie des revolutions, libro que termina por las siguientes palabras: «En el centro de Europa se desarrolla una potencia formidable que aspira a dominar el globo, con el fin de hallar salida a sus productos y a una población creciente, que pronto será incapaz de alimentar.» Y al señalar y apuntar tan sobriamente el hecho magno, Le Bon se proponía sencillamente advertir a sus compatriotas, que si Francia continuaba rompiendo su cohesión «por luchas intestinas, rivalidades de partido, persecuciones religiosas rastreras y leyes que pongan trabas al desarrollo industrial», su significación en el mundo terminaría en breve plazo y se vería obligada a ceder el sitio «a pueblos sólidamente unidos que hayan sabido adaptarse a las necesidades naturales, en vez de pretender remontar su curso».

Bien puede afirmarse, que si no hubiera estallado tan pronto el cataclismo, habría sido por haber querido Dios que las naciones europeas estacionarias se hubieran podrido lentamente, y se hubieran pulverizado todas en sarama, para mayor fertilidad de la flora que habría venido después.

Germanófilos conscientes
No faltan espíritus desmayados y superficiales que dicen: «Amamos a Alemania, pero no a la vencedora de las naciones vecinas; no al gigante, que espuela en bota, cubierta la cabeza con el férreo casco, se pasea triunfante por la Europa estremecida, sino a la tierra generosa en donde el idealismo sentimental forma parte integrante de la vida diaria hasta de los más humildes e ignorantes; en donde perduran en el pueblo, bajo tras*parentes disfraces cristianos, las leyendas de Odín, de Thor, de Sigfredo y de Brunilda, y en donde la canción popular, como inmortal nodriza, arrulla en su regazo, consolándolas y alegrándolas, a las generaciones que pasan [5] sobre el haz de la tierra, peregrinas hacia el sepulcro como las ondas de los ríos a la mar.»

Los que usan este lenguaje de romanticismo trasnochado (sin perjuicio de increpar a Alemania con todos los vocablos insultantes, groseros y desvergonzados de la lengua española), ignoran u olvidan la razón, por la que, en los países neutrales, nos llamamos sin rebozo germanófilos, los que lo somos de un modo genuino y consciente.

Decía el gran Bolívar, defendiéndose de acusaciones de ambición partidista y de seducción intrigante, que él no era partidario ni de Cristo, y que si le seguía no era por espíritu de partido, ni porque le siguiesen naciones enteras, sino porque estaba íntimamente penetrado de la santidad de su doctrina, y de que era el verdadero Dios.

Tampoco nosotros fundamos nuestra germanofilia en preocupaciones políticas, ni en admiraciones irrazonadas, ni en preocupaciones religiosas, ni en ansias reaccionarias; y sí, por lo contrario, en el convencimiento de que el mundo necesita una renovación radical, y que esta renovación sólo puede conseguirse por medio de los procedimientos pedagógicos, económicos, científicos, técnicos y sociales que en Alemania imperan.

El triunfo trascendental
Sin que merezca el calificativo de cruel, la Alemania militar y guerrera viene manifestando energía y tenacidad de carácter que adquirió en las empresas civiles y en el estado de paz y que cuesta trabajo concebir en los países donde ese género de mentalidad es desconocida. Conscientes de ello, los aliados se han opuesto una y otra vez a que la contienda termine sin la realidad de una Alemania vencida e impotente para toda lucha futura (no sólo marcial, sino económica).

Quien aún dudara de que esta guerra había de convertirse en pugna de aniquilamiento, debe variar de opinión.

Con toda la perversidad que dan las supremas exigencias de la vida, la inmensa falange de pueblos que componen la Entente no vacila en mirar frente a frente a una nación sola, considerando una vergüenza rendir su superioridad de fuerza y de número y los infinitos recursos de que dispone ante un pueblo taponado por estrechísimo bloqueo.

También el gobierno alemán se ha dado cuenta de que el pueblo alemán debe esforzarse por contener la avalancha enemiga, y que para ello no cuenta más que con sus propias fuerzas y con el auxilio de las tres únicas naciones que se han puesto a su lado. Y para dar efectividad a semejante esfuerzo, decretó la movilización civil por una ley que hizo obligatorio el servicio nacional, y en cuyo cumplimiento no establecen las categorías sociales la más leve diferencia. Si esta patriótica organización (que ha tenido gran repercusión en la vida económica del país, y que encuentra un apoyo formidable en la intensidad, cada vez mayor, de la campaña submarina), consigue su objeto, el fracaso de la Entente no es dudoso.

Y entonces callará la envidia y enmudecerán el resentimiento y la parcialidad.

A Alemania se deberá la terminación honrosa y la trascendencia venidera del conflicto, y los que infatuados presagiaban la desaparición de aquel Estado, se verán confundidos y llenos de vergüenza.

Edmundo González-Blanco

Otro del mismo autor:

Edmundo González-Blanco, Alemania en la guerra, Renovación Española 1918


Renovación Española, revista semanal ilustrada
Madrid, 5 de marzo de 1918
año I, número 6
páginas 3-4
Edmundo González-Blanco
Consideraciones actuales
Alemania en la guerra

Pacifismo belicoso y guerra pacifista
Todos los hombres de corazón de los países neutrales consideran inútil prolongar esta horrenda carnicería, que sólo sirve para favorecer ambiciones nuevas. Los alemanes también se muestran propicios a terminar, sin que les importe que algún interés propio no se reivindique. Empero, para desengaño de los que habíamos tomado en serio los conceptos de cultura y civilización, los aliados, que se dicen representantes exclusivos de estos conceptos, exaltan su fórmula de paz futura, paz que implica la prolongación de la guerra hasta el total aplastamiento de Alemania. Tanto ellos como los aliadófilos de los países neutrales, hablan de la guerra como si la paz debiera consistir en el aniquilamiento de los adversarios, y no en el justo restablecimiento del alterado equilibrio.

Curiosa muestra del pacifismo inglés nos da Bottomby, popular editor del John Bull, y cuantos en Inglaterra proclaman, como base de la victoria absoluta de la Entente, la destrucción de Alemania y el castigo personal de su emperador. Bottomby se decide por esta última solución, y se plantea todavía el siguiente problema final: «No podrá hablarse de paz, ni siquiera cuando hayamos expulsado a los alemanes de Bélgica. Es necesario, además, invadir a Prusia y aniquilarla, pulverizarla, aventarla. El Kaiser y el Kronprinz tienen que ser colgados. Por el logro completo de todo esto es por lo que pelean los soldados ingleses. Si el general Joffre nos anunció que la paz no llegará hasta que el poderío militar de Alemania sea destruido totalmente, yo agrego que esa paz no habrá de imponerse mientras no se hundan todos sus barcos y lleguemos triunfantes a Berlín.» Dejo al buen juicio del lector discreto si podrían aplicarse al mismo exaltado germanófobo inglés sus vergonzosas palabras, que se resiste uno a creer hayan sido escritas, por un hombre cuerdo.

Serenos y tenaces
Entre los horrores y las desolaciones de una lucha como en los tiempos antiguos no hubo ninguna, tan sólo la conducta de los alemanes da la impresión de gente resuelta, que sabe que lucha por su existencia, y que está decidida a defenderse hasta el final. Los alemanes son un gran pueblo, con un ejército que es disciplinado, valiente y atrevido, que se forma rápidamente y se mueve con facilidad.

El Tratado de Londres, la negativa a firmar una paz separada, el designio trágico que condena a un pueblo al aniquilamiento, no son más que actos de sorda desesperación frente a la potencia y la serenidad de la nación germana, que sigue inmutable su camino, sin preocuparse de los odios y sarcasmos de sus adversarios, y convencidos de que su fuerza noble y profunda es, para la humanidad, una constante inminencia de sorprendentes renovaciones.

En los alemanes, la mentalidad consiste en mirar el mundo, no como jardín de delicias o como yermo de nostalgias, sino como lira o palenque lleno de muchedumbre ansiosa, al cual descienden para dar la demostración de sus miembros de titán.

A ellos puede aplicarse como nación lo que de los individuos decía Víctor Hugo, conviene a saber: que en la lucha de la vida los únicos sublimes son los tenaces. Quien no es más que bravo, no sirve más que para una acometida; quien no es más que valiente, no representa más que un temperamento; quien no es más que esforzado, no tiene más que una virtud; sólo quien se obstina en triunfar, posee la verdadera grandeza. Casi todo el secreto de los grandes corazones reside en la palabra perseverando. La perseverancia es, con respecto a la energía, lo que la rueda con respecto a la palanca: la renovación perpetua del punto de apoyo.

La vida y los ideales
De lo hasta aquí declarado resulta henchido de razón el difunto general Moltke cuando, después de negar a Alemania la responsabilidad del conflicto, exclamaba, poseído de convencimiento:

«En el campo de batalla y dentro de la patria he tenido bastantes oportunidades de observar a nuestro pueblo durante esta guerra, y para juzgarle en ambas capacidades no existe más que una palabra: admirable. No hay bastantes elogios con que encarecer la manera con que esta mimada ciudad de Berlín está soportando la guerra. Un pueblo semejante no merece hundirse ni tampoco puede ser hundido.

El que afirme que esta lucha la hemos provocado para mejorar nuestros intereses materiales demuestra un total desconocimiento de la situación. No hemos entrado en ella por el afán de conquistar nuevos territorios, sino que sostenemos una gigantesca pugna para defender la existencia de nuestro pueblo, y al mismo tiempo defendemos la valía de la raza humana, los ideales del mundo y los bienes intelectuales.

No pretendo hacer frases, pero me siento con derecho a decir, sin que esto crea lo ponga nadie en duda, que hoy Alemania es el portaestandarte de la cultura del porvenir y del desarrollo de la mentalidad. ¿Puede ostentar esta representación [4] Francia con su decadente y casi muerta cultura? ¿Puede asumirla Inglaterra, cuyos únicos ideales consisten en enriquecerse a costa de los demás pueblos? En cuanto a Rusia, ni aun nombrarla siquiera es necesario.

Guerra popular
Nuestro pueblo debe tener conciencia de la tarea que pesa sobre él en esta guerra, y tampoco debe ignorar que cuanto hace es en beneficio propio. El término de la guerra no depende sólo del ejército. La masa civil de nuestro pueblo representará un papel muy importante en la terminación del conflicto. La actitud que nosotros observemos aquí, en nuestro patrio solar, se tras*mite por medio de millones de hilos invisibles e influye sobre la actitud de nuestros soldados. Esto lo sabe todo el que tenga conocimiento de las relaciones que unen a nuestro ejército con el conjunto de la nación y yo he encontrado nuevas ocasiones de convencerme de ello.

Nuestras tropas forman un ejército popular en toda la extensión de la palabra, ejército que se compone de nuestros padres, nuestros hermanos y nuestros hijos. No sólo dirigen éstos sus ojos al enemigo: también tienen miradas para nosotros. Su ánimo, su valor y su firmeza no son producto de la casualidad, sino que se les inspira desde la patria; por eso en el combate pelean por cuantos en el hogar permanecieron.

Hasta ahora este continuo e íntimo cambio de impresiones entre el pueblo y el ejército ha producido el resultado de dotar al último de una resistencia casi sobrehumana, y conozco bastante a nuestra valiente raza para saber que no decaerá esta actitud. Con toda seguridad obtendremos, no sólo una paz honrosa, sino una paz en la que nuestra superioridad mundial quede plenamente reconocida.»

Edmundo González-Blanco


---------- Post added 15-mar-2014 at 00:11 ----------

El texto de Unamuno puesto me basta para reafirmarme en mi opinión de que nada bueno ha salido jamás de Vasconia. Si acaso, algo malo para los perros ingleses, como don Blas de Lezo.

Pues a mí Bilbainadas88 me parece un excelente forero y mejor persona, lo digo sinceramente.
Fuego Azul también parece buen tipo.
 
Resubo el hilo por aquello de que estamos en el centenario y por si alguien se lo perdió la vez primera.
 
Id directamente a los artículos del año 1915. Esos eran pensadores españoles de la época. Igualito que ahora.
Efectivamente: eran igual de iluso, pero sabían escribir sus insensateces con respeto por la sintaxis, la ortografía y las eminencias de la lengua española que les precedieron.
 
Ahora en Suecia se pone en cuestión la estrategia de defensa y todo por lo que pasa entre Ucrania y Rusia.
España está ubicada en un sitio privilegiado hay que sacar provecho de ello.
Enviado desde mi GT-S5830i usando Tapatalk 2

Profecía cumplida (ver hilo de Guerra en Ucrania). Se ha ganado el Thxs merecidamente.
 
Los socialistas de antes tan estúpidos, traidores a su país y criminales como los de ahora, sin novedad en el frente.


Por lo demás, queda patente una vez más, que Unamuno de política no tenía ni idea.
 
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