EL CURIOSO IMPERTINENTE
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En este hilo reúno los respectivos manifiestos de los partidarios de uno y otro bando y otros artículos que atestiguan el ardor con el que tirios y troyanos defendían su postura y atacaban la del contrario.
Anticipo que eran los aliadófilos quienes se mostraban más belicosos y no dudaban en reclamar la entrada de España en la guerra.
Por motivos geopolíticos evidentes ni siquiera los más entusiastas germanófilos pedían que España declarara la guerra a la Entente.
Por suerte y a diferencia de Portugal nos mantuvimos neutrales y no contribuimos a la carnicería mandando nuestra carne de cañón al matadero, como pedían las izquierdas socialistas, republicanas y liberales, a mayor gloria del Imperio Británico. Bastante teníamos con el Rif.
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Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas, 1915
Anticipo que eran los aliadófilos quienes se mostraban más belicosos y no dudaban en reclamar la entrada de España en la guerra.
Por motivos geopolíticos evidentes ni siquiera los más entusiastas germanófilos pedían que España declarara la guerra a la Entente.
Por suerte y a diferencia de Portugal nos mantuvimos neutrales y no contribuimos a la carnicería mandando nuestra carne de cañón al matadero, como pedían las izquierdas socialistas, republicanas y liberales, a mayor gloria del Imperio Británico. Bastante teníamos con el Rif.
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MANIFIESTO GERMANOFILO
El espíritu político de España se halla en la actualidad como aquel, según dice el libro de Job, que habiendo paz, sospecha que hay asechanzas.
Son muchos los obstinados en que el perro rabie, y aunque pudiera ser otro el que rabiara, malo sería que ninguno mordiera. De cualquier modo, con amordazarlos ni ponerles cubreboca no se consigue nada. Hablen todos, aunque sean ladridos, y háblese claro y sépase lo que cada uno piensa.
Nada de silencios prudentes, ni de medias palabras, ni de equívocos. Así como así, ¿qué podrá sucedernos en el peor de los casos? ¿A la guerra y con la guerra triunfos y ganancias? Muy bien. ¿A la guerra y con la guerra el desastre? Mejor que mejor. La liquidación, tan necesaria en España, sería definitiva.
Pudiera ser que la liquidación fuera previa. Y esto es lo que deben meditar a solas con su conciencia, y lejos de su libro de caja, los belicosos partidarios de la intervención armada en la contienda europea.
Piensen, sobre todo, que para mancharse de sangre las manos es preciso tenerlas antes muy limpias; que pueda decirse, a lo menos, como en los crímenes pasionales, que no fue el lucro el móvil del delito.
¿Un apóstol? Sí; de una o de otra causa; pero un apóstol inmaculado, sin sospecha, en quien pueda creerse, de quien no pueda desconfiarse. Y ¿dónde está ese apóstol a la hora presente?
Pues ya que no podemos creer en el desinterés de nadie, veamos siquiera qué intereses están más o menos de acuerdo con el interés nacional.
¿Intervención? ¿Qué puede valernos? ¿Qué podemos recuperar? ¿Qué se nos ofrece? ¿Qué podría correspondernos al final de la rebatiña de los grandes?
Antes, antes, hubieran tenido valor las pruebas de amistad, y ya Vázquez de Mella, en su patriótico discurso - ésta fue su mayor fuerza, con tener tanta - enumeró cuánto debemos a las naciones que, según los intervencionistas, deben ser nuestras aliadas. ¿Gibraltar? ¿Qué importa? A cualquier amigo se le cede una habitación en casa, siempre que esa habitación no le sirva para utilizar las demás comunicaciones de la casa.
Si el amigo fuera tan buen amigo, nos querría fuertes y fortificados como él contra los comunes enemigos. ¿Es ése el caso del amigo? ¿Qué más nos ofrece? ¿Qué puede ofrecérsenos? Es muy difícil el regalo cuando el regalo tiene uñas y dientes.
De razones sentimentales no hablemos, porque todas se inclinarán de la otra parte, y hemos quedado, además, en que los tiempos no están para sentimentalismos.
En resumidas cuentas: los unos quieren empujarnos a una guerra, en la que no vamos a ganar nada. Los otros quieren sostenernos en la paz, de la que podemos lograr mucho.
Nuestra neutralidad no es traición ni deslealtad para nadie. ¿Quién podrá culparnos a la hora de la paz por no haber sido uno más de tantos logreros como van al río revuelto de las turbias aguas? Entre tantas ambiciones furiosas, España sola no pidió nada, pidió paz y amor y respeto ...
Y todo esto lo pedimos para los que nada nos dieron en nuestras horas tristes, cuando sólo hallamos el egoísmo de todos. Pero aquel egoísmo, como todos los egoísmos, tuvo su castigo. Con la pérdida de nuestras colonias de América perdió Europa todo derecho a intervenir en las cuestiones americanas; en cambio, los Estados Unidos intervienen en todas las cuestiones europeas. Los grandes castigan cuando les conviene; los humildes hallan satisfacción cuando Dios quiere. Pero esta satisfacción es más segura.
Muchos somos los que, impuestos de todos los males que España debe Inglaterra y Francia, desde la batalla de Trafalgar hasta los obstáculos opuestos por Inglaterra a la posesión por nuestra parte de territorios jovenlandeses después de la gloriosa toma de Tetuán, nos preguntamos extrañados cómo nuestros "intelectuales" han logrado sobreponerse a la realidad histórica para elevarse a las sublimes idealidades del amor a Francia y a Inglaterra, con la grata ilusión de que ellas son y serán siempre nuestras mejores amigas y aliadas. Que la amistad de esas dos poderosas naciones nos sería muy conveniente, ¿quién lo duda? Todas las amistades son convenientes si son verdaderas. Pero ¿cuándo has sido amigas nuestras leales esas dos señoras naciones?? ¿Qué pruebas de amistad hemos recibido nunca de ninguna de ellas?
Por eso me parece tan admirable, por lo desinteresada, la actitud de nuestros francófilos y anglófilos, implorando y ofreciendo un amor ni correspondido ni aceptado.
Los partidarios de Alemania, espíritus vulgares y ramplones, basamos nuestra idealidad sobre fuertes realidades.
Los del bando contrario nos envuelven por igual a todos bajo el nombre de reaccionarios.
La palabra reaccionario impone mucho; por eso hay tantos, muy germanófilos en su fuero interno, que se están muy callandito. ¿Bien les vaya con su prudencia, vulgo cuquería! ¿Para qué exponerse a perder parte de la parroquia?
Si por reaccionario se entiende el que se opone a una acción contraria, bien haya el mote. Si por reaccionario se entiende, en la vulgar acepción, el que retrasa o se detiene, veamos quién retrasa más y quién pretende pararse.
Dicen los partidarios de los aliados que una fatalidad geográfica e histórica nos une a Francia y a Inglaterra.
¿Qué es más reaccionario, aceptar y someterse a la fatalidad, o procurar por todos los medios vencerla y superarla.
Los que aceptan esa fatalidad geográfica, histórica, quieren una España sometida, intervenida; en una palabra, lo que viene siendo España desde hace mucho tiempo, víctima de una política temerosa, de relaciones oficiales diplomáticas sin arraigo en la realidad, concesión tras concesión para evitar el conflicto cada día... ¡Ah! Y si todo trascendiera al público ¿cuántas veces la opinión no se hubiera sublevado indignada!
Los que no aceptamos esa fatalidad queremos una España fuerte, segura de sí misma por sus propios medios, libre para elegir sus amistades y concertar sus alianzas. ¿Conviene con Inglaterra y con Francia? Pues con ellas. ¿Conviene con Alemania? Pues con ella también; pero no llevados de la mano como niños chicos, por propia voluntad.
Para ello es preciso, ante todo, fortalecernos, en el más amplio sentido de la palabra, material y espiritualmente.
Que nadie nos dicte leyes; que nuestra ley sea nuestra fuerza... ¡La ley! ¡Las leyes! Eso el lo que significa el espíritu de los que se llaman en esta ocasión defensores de la libertad y del derecho. El espíritu libresco, papelero...
La ley es el Noli me tangere de quien llegó adonde se proponía y no quiere que nadie venga a quitarle el sitio.
En nombre de la ley perseguían a los escribas y fariseos al Cristo Redentor...
Todo espíritu nuevo es arrollador de alguna ley. También ahora los que hicieron leyes de guerra a su conveniencia protestan contra el Imperio fuerte que no tiene por qué respetarlas, porque esas leyes le dicen: Sucumbe, y él se siente todo vigor y vida, y puede responder: Veremos quién sucumbe.
¡Ah! El argumento supremo: ¡El militarismo, la fuerza bruta! Hay que exterminar el militarismo.
Sí, es verdad. ¡Habráse visto esos alemanes! Sientes, saben que están rodeados de enemigos, y no se cuidan más que de prepararse para la defensa... ¡Son unos perversoss!
El día que las naciones envidiosas de su poderío, de su comercio, de su riqueza, hubieran querido aniquilarla, destruirla, ellos debieron entregarse sin resistir... Era su deber...
Esto del militarismo es un argumento en que entra por mucho la envidia.
Yo he oído como razón suprema de germanofobia: - Mire usted, yo admiro a Alemania; los alemanes me son muy simpáticos; pero... el Kronprinz me revienta... - Así, como si le hubiera quitado la pareja en el baile.
Y si de militarismo hablamos, durante el pasado siglo y lo que va de éste, ¿qué nación nos ha aturdido más con sus empresas guerreras, imperialistas y coloniales? ¿Ha sido Alemania? Aparte la guerra del 70 con Francia, a la que fue provocada por el Imperio francés, Imperio militarista por excelencia, ¿en qué otras funciones guerreras ha intervenido Alemania? ¿Qué conquistas, qué imposiciones han sido las suyas? Su colonización ha sido comercial y pacífica; no han perturbado pueblos, decadentes, como Francia ha perturbado jovenlandia; sus ejércitos no han paseado del Tonkín a Casablanca, y sus alianzas y su actitud han sido siempre defensivas... ¡Ah! Pero como lo importante son las palabras...
Alemania, Imperio ... ¡Militarismo, despotismo!... Francia, República, aunque busque su fuerza en el Imperio Ruso ... ¡Libertad, democracia! ¿Ha habido en todo el siglo nación más guerrera que Francia? ¿Ha habido en el mundo moderno, y si me apuran en el antiguo, Imperio más personal, más despótico, más militarista que el de Napoleón I? Son muy graciosos estos defensores de la libertad y de la democracia. Fuera de ellos no hay quien tenga juicio, ni siquiera sentimiento para discernir de nada ...
El público aplaude una obra... pues la obra es mala de remate. ¿Quién es el público para juzgar?
Y, no obstante, ustedes pretenden convencer al público con los más vulgares recursos de melodrama. De un lado, la Libertad, la Democracia; de otro, la Barbarie, el Oscurantismo ... Parece el Excelsior.
Y somos unos majaderos, unos fulastres, los que no podemos ni queremos creer: primero, que Alemania no sea una nación civilizada; segundo que Inglaterra y Francia hayan sido nunca amigas de España. Llegan, en su soberbia pretensión de ser los únicos enterados, a decirnos: Los que simpatizan con Alemania no la conocen. ¡Ah! Ustedes son los únicos que pueden conocer y enterarse. ¿Cómo se conoce a un pueblo? Por sus costumbres, por sus leyes, por su arte, por sus periódicos ...
¿Qué quieren ustedes decirnos, que Alemania es un país militarista? Es una nación bien organizada; es como un hombre fuerte que, por se fuerte todo él, tiene fuerza en sus brazos ... ¿Qué libertades faltan en Alemania? En el Parlamento se habla contra el Emperador y el Ejército; en el periódico, lo mismo; en el teatro se representa una obra, como La retreta, con marcado sabor antimilitarista. En en Honor, de Sudermann, un personaje civil responde a un oficial que le dice: "Soy oficial del ejército: ¿Nada más?. En otra obra, herencia, se arremete contra el propio Emperador ... ¿Es posible esto en un país sin libertades, bajo un régimen despótico, militarista?
Dejémonos de barajar palabras y de poner a un lado toda la luz y del otro toda la sombra. Nadie desconoce lo que Inglaterra, Francia y Rusia significan. ¿Por qué desconocer lo que significa Alemania?
Yo creo, y dije, y repito - y he visto con satisfacción cómo coincidía en mi juicio con el catedrático de Salamanca don Tomás Elorrieta -, que de Alemania recibe el mundo la mejor lección de socialismo. Y como creo que el mundo, dentro de algunos años, será socialista o no será, tengo la lección por muy provechosa.
Los socialistas no quieren verlo. Se interpone una figura: el emperador, que en este caso no es, como muchos piensan, la cusa determinante, sino el efector resultante ...
Nuestros aliadófilos viven en la consoladora creencia de que toda la intelectualidad se ha refugiado en los escritores, pintores y decoradores de su conocimiento. Pero ¿no hay médicos, militares, ingenieros, industriales, hombres de negocios tan intelectuales como ellos?
(Jacinto Benavente)
Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas, 1915
España. Semanario de la vida nacional
Madrid, viernes 9 de julio de 1915
año I, nº 24
páginas 6-7
Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas
El telégrafo ha tras*mitido a España el texto de un Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas que ha aparecido en la Prensa extranjera. El documento está suscripto por un núcleo selecto de profesores, escritores y artistas españoles. Es un hecho histórico y tras*cendental, y ha sugerido comentarios diversos en nuestra Prensa. Algunos firmantes del Manifiesto envían a españa el texto original, seguido de algunas notas aclaratorias, que publicamos con suma complacencia.
El manifiesto ha sido primeramente vertido al francés, y del francés ha sido vertido nuevamente al castellano, y así, las líneas que hasta ahora conoce el público son traducción de traducción. He aquí el texto original:
La guerra europea
Palabras de algunos españoles
Levantamos la voz para pronunciar nuestra palabra, con modestia y sobriedad, como españoles y como hombres. No sería bien que, en esta coyuntura máxima de la historia del mundo, la historia de España se desarticulase del curso de los tiempos, quedando de lado, a modo de roca estéril, insensible a las inquietudes del porvenir y a los dictados de la razón y de la ética. No sería bien que en estos momentos de gravedad profunda, de intensa religiosidad, cuando la especie humana sufre sin cuento engendrando una más apretada y fraterna solidaridad, España, por el apocamiento de los políticos responsables, apareciera como una nación sin eco en las entrañas del mundo. ¡Y aún fuera peor que sus ecos propagasen la acrimonia de voces encendidas por pasiones ciegas y los denuestos de plumas y gacetas mercenarias!
Nosotros, sin más representación que nuestras vidas calladas, consagradas a las puras actividades del espíritu, sentimos que, para servir a la Patria y ser ciudadano honrado y de provecho, es fuerza ser hombre honrado y de provecho para todos los pueblos. Y así, estamos ciertos de cumplir un deber de españoles y de hombres declarando que participamos, con plenitud de corazón y de juicio, en el conflicto que trastorna al mundo. Nos hacemos solidarios de la causa de los aliados, en cuanto representa los ideales de la justicia, coincidiendo con los más hondos e ineludibles intereses políticos de la nación. Nuestra conciencia reprueba donde quiera todos aquellos hechos que menoscaban la dignidad humana y los respetos que los hombres se deben, aun en el más enconado trance de la lucha.
Deseamos con fervoroso anhelo que la paz futura sirva a las naciones todas de honrada y provechosa enseñanza, y esperamos que el triunfo de la causa que reputamos justa afirmará los valores esenciales con que cada pueblo, grande o pequeño, débil o fuerte, ha dado vida a la cultura humana, destruirá los fermentos de egoísmo, de dominación y de impúdica violencia, generadores de la catástrofe, y afirmará el cimiento de una nueva hermandad internacional, donde la fuerza cumpla su fin: El de garantir la razón y la justicia.
Profesores: Gumersindo de Azcárate, Nicolás Achúcarro, Adolfo Buylla, Américo Castro, Julio Cejador, Manuel B. Cossío, José Goyanes, Luis de Hoyos, G. R. Lafora, Eduardo López Navarro, Juan Madinaveitia, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Morente, José Ortega Gasset, Gustavo Pittaluga, Adolfo Posada, Fernando de los Ríos, J. Eugenio Rivera, Luis Simarro, Ramón Turró, Miguel de Unamuno, Luis Urrutia y Luis de Zulueta.
Compositores de música: Manuel Falla, J. Turina, Rogelio Villar y Amadeo Vives.
Pintores: Hermen Anglada Camarasa, Ramón Casas, Anselmo de Miguel Nieto, José Rodríguez Acosta, Julio Romero de Torres, Santiago Rusiñol e Ignacio Zuloaga.
Escultores y decoradores: Julio Antonio, Juan Borrel Nicolau, José Clará, Enrique Casanova, Manuel Castaños, Mateo Fernández de Soto, Joaquín Sunyer, Jerónimo Villalba y José Villalba.
Escritores: Mario Aguilar, Gabriel Alomar, Luis Araquistain, Manuel Azaña, «Azorín», José Carner, Manuel Ciges Aparicio, Francisco Grandmontagne, Amadeo Hurtado, Ignacio Iglesias, Antonio Machado, Ramiro de Maeztu, Gregorio Martínez Sierra, Enrique de Mesa, Armando Palacio Valdés, Benito Pérez Galdós, Ramón Pérez de Ayala y Ramón del Valle-Inclán.
Cuando se publiquen estas líneas, el Manifiesto habrá visto la luz en los principales periódicos ingleses, italianos, suizos y americanos del Norte y del Sur. Gracias a este claro y vivo resplandor, los pueblos todos del mundo advertirán que España conserva aún aceite en su lámpara. Era ya urgente que nuestra Patria se retrajese de la sombra letárgica y asomase su faz familiar sobre las contiendas de los hombres.
Hasta ahora, han comentado el Manifiesto: El Liberal, con frases someras e hidalgas, a la buena usanza castellana, y El País, poniéndole algunos reparos, a que respondemos en seguida. Como no podía menos de suceder, ciertos periódicos de burda estofa han mostrado hacia el Manifiesto chocarrera animosidad. El resto de los periódicos han convergido unánimemente hacia uno de los dos polos de la vida pública española, el silencio. El otro polo es la oratoria desenfrenada. No conocemos términos medios.
Indica El País que entre los firmantes del Manifiesto faltan algunos nombres. Es cierto. Faltan, por lo pronto, los escultores Mateo Inurria y Miguel Blay, el pintor Villegas y el escritor Gómez de Baquero, que, sin duda, por descuido, se han omitido en la tras*misión telegráfica. Falta Pío Baroja, cuya ausencia sentimos vivamente. Falta Ramón y Cajal, de quien por razones de delicadeza, y en atención a su cargo de presidente de la Junta para ampliación de estudios en el extranjero, los redactores del Manifiesto juzgaron oportuno no recabar su firma. Y faltan también, es verdad, esos pocos y meritísimos nombres que El País enumera, porque premuras de tiempo estorbaron a solicitar un concurso que sabíamos se nos había de otorgar de muy buen grado. Faltan, pero en puridad no faltan, por cuanto todos ellos ya habían declarado su sentir.
Califica El País de ripio esta frase de la traducción española de la traducción francesa: «en estos momentos de intensos sentimientos religiosos».
Ya verá El País que no hay tal ripio en el texto original. Se habla de intensa religiosidad y de una más apretada y fraterna unión de la raza humana, pero no de sentimientos religiosos intensos. Podrá parecer lo mismo, pero no lo es. El término «sentimiento religioso» tiene un valor psicológico estricto, y se refiere a la comunicación con lo sobrenatural. En cambio la palabra religiosidad tiene un valor tradicional, derivado de su etimología, anterior a la acepción que le dio Lactancio de unión con lo divino, y equivale a concepto serio de la vida, a unión de los hombres por el amor. Religiosidad quiere decir atadura. Los hombres están atados unos a otros, de donde quiera que sean, mal que les pese a los voceros del patriotismo ciego y cabileño. La Historia es una continua aspiración a robustecer esta atadura. Cuando las naciones pelean no es por romper esta atadura, sino por estrecharla. El hombre tiende siempre a la máxima unidad humana, y de aquí nace la idea política. Así Alemania como los aliados guerrean por la máxima unidad humana. Sólo que Alemania quiere fundarla en la fuerza, los aliados en la buena voluntad, que es el umbral del amor. Y como la unidad por la fuerza, el ideal del Imperio, no podemos aceptarlo si no es por derecho divino, de aquí que en el presente conflicto acaso esté en lo cierto el Sr. Benavente al insinuar que Alemania representa los sentimientos religiosos, esto es, un ripio histórico, como quiere El País. Y es no menos cierto que los aliados representan la acción dolorosa y el espíritu de sacrificio por la religiosidad.
Y ahora vamos con uno de esos papeles de burda estofa, de cuyo nombre, por caridad, no queremos acordarnos. He aquí alguno de sus comentarios.
«En el documento se barajan de una manera confusa las palabras hombres libres, pueblos oprimidos, humanidad, libertad...» Y es lo curioso que ni en el original ni en la traducción hay ninguno de estos términos. La palabra libertad, ni ninguno de sus derivados, aparece una sola vez. Quizá no falte quien piense que esta mixtificación es hija de la mala fe. No es eso. Es que ni siquiera saben leer.
«Hace meses que se viene hablando de este famoso documento, que a fuerza de tanto hablar de él nos parecía que ya estaba publicado, quedando sorprendidos al ver su publicación después de diez meses que se venía anunciando al son de bombo y platillos.» Pues bien, la idea del Manifiesto surgió con ocasión del discurso del Sr. Vázquez de Mella. Que les sorprendió a todos los de esa cuerda... Naturalmente.
«En el Manifiesto de nuestros intelectuales apenas se encuentra una idea clara.» No hay peor orate que el que no quiere entender. Veamos de aclarar más aún los conceptos esenciales.
Primero: que la opinión pública española no puede estar contenida en los denuestos de plumas y gacetas mercenarias.
Segundo: que la neutralidad del Gobierno no puede entenderse como la neutralidad de la nación. Valdría tanto como suponer que España había dejado de existir.
Tercero: que hay un grupo de españoles que participan, por sentimiento y raciocinio, en el conflicto europeo, echándose del lado de los aliados.
Cuarto: que la idea de Patria está subordinada a la idea de humanidad. Sólo hará obra verdaderamente patriótica aquel cuya obra tenga un valor universal para la cultura humana. Por ejemplo, Zuloaga, Falla, Blay, Pérez Galdós es obvio que son más patriotas que Vázquez Mella. Los tres primeros usan en su arte de un lenguaje universal, susceptible de ser entendido por todos los hombres, lo mismo por un cochinchino que por un extremeño. Galdós es susceptible de ser vertido a cualquier idioma, conservando el mismo caudal de emoción, cultura y eficacia. Pero, imaginemos un discurso de Vázquez Mella traducido a un idioma extranjero... ¿Se concibe que lo lea alguien, o de leerlo, que le interese, o de interesarle, por razones circunstanciales, que le sirva de provecho espiritual o práctico? Antes de estallar la guerra, la Gaceta de Colonia publicaba una crónica del corresponsal en Madrid, dando cuenta, con extremada mofa y escarnio, de un discurso del Sr. Vázquez de Mella en el Congreso, y el escritor se maravillaba de que en España se cultivase todavía ese género de oratoria, inferior al de los borrachos en las tabernas alemanas.
Y quinto: que siendo la cultura un fenómeno universal los pueblos débiles pueden cumplir igualmente su misión histórica y tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes.
Esto en cuanto a los conceptos esenciales. En cuanto al acto, es el único acto histórico que se ha realizado en España desde que comenzó la guerra. Porque no es historia sino lo que engendra historia. A la vuelta de los años, cuando ya no quede memoria de los actores de esa farsa cerril de la neutralidad, perdurarán, con luz limpia e inmarcesible, la mayor parte de los nombres que firman el Manifiesto. Entonces se dirá: «España, en la gran guerra europea de comienzo del siglo XX, se había sumado a la causa de la justicia y de la humanidad.»
La posteridad contemporánea, o como si dijéramos un anticipo de la posteridad, es el extranjero. Los nombres que van al pie del Manifiesto gozan de nombradía en el extranjero. Y hay un hecho que añade señalada calidad a los nombres que suscriben el documento. Los profesores, o se han educado en Alemania, o conocen cabalmente la ciencia alemana. Los artistas han obtenido las mayores recompensas en Alemania. Los escritores están traducidos al alemán o han vivido largos años en Alemania. Todos respetan la cultura alemana. Por eso mismo son los que con mejor autoridad pueden asumir la representación de España en los concilios del mundo.
Una advertencia final: Los calificativos de intelectuales y francófilos les han sido aplicados espontáneamente en las redacciones madrileñas o en la oficina de Telégrafos. El verdadero título del Manifiesto es el que lleva en estas columnas.
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