M. Priede
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El Confidencial:
Lo que esta lectura darwinista y teleológica de los idiomas no tiene presente son los cambios tecnológicos que se han producido en los últimos años y que, por ejemplo, pueden poner patas arriba la necesidad de aprender idiomas. A Fernández Vítores le sorprende que aprender idiomas siga siendo un factor esencial de diferenciación laboral, algo que ya está popularizado en todos los currículos. "Pensaba que eso de proyectarse profesionalmente por saber lenguas iba a pasar a mejor vida, pero el inglés o el chino aún son muy vendibles en las empresas con relaciones internacionales", responde.
Sin embargo, la cotización de los traductores ha descendido en los últimos 20 años, cuando él comenzó a trabajar como traductor y recibía quince céntimos por palabra. La razón es sencilla: en algo más de un lustro, el 'software' de traducción ha mejorado sensiblemente, por lo que si al lingüista hace años le encargaban traducciones de textos "para saber de qué iban", hoy sus potenciales clientes no tienen más que pasarlo por el traductor automático. El mercado de contratos mercantiles ha crecido, pero ha descendido también su valor. Fernández Vítores tiene por ello una teoría que puede sorprendente: "La lengua del futuro va a ser cualquiera, porque la lengua del futuro va a ser la traducción".
Puede sonar chocante, pero propone el siguiente escenario: "Cada persona redactará sus textos en su propia lengua, y los sistemas de traducción van a estar tan perfeccionados que, más pronto que tarde, el 98% de los textos estará perfecto". Es decir, no hará falta perfeccionar un idioma, y la traducción simultánea quedará más como una cuestión de cortesía y protocolo que como una necesidad. Ganancia para el mundo de la investigación, la docencia y los negocios, pérdida para los traductores.
En ese contexto, ¿para qué queremos el español, ni siquiera el inglés? Como concluye Fernández Vítores, el hecho de que el número de hablantes no nativos haya superado a los nativos ha provocado que el inglés se haya desnacionalizado: "Ahora es patrimonio de todos y que no hables bien inglés no quiere decir que tu resultado de negociación sea peor que el de un nativo, que a lo mejor se desespera porque tiene que plegarse a tu sintaxis. Imagínate que los españoles tuviésemos que enfrentarnos a 600 millones de no nativos que quisieran dirigirse continuamente a nosotros en español". ¿Quién quiere vivir en un mundo donde todo el mundo chapurree español?
El español nunca desbancará al inglés: "Hay que usarlo incluso en filología hispánica"
El desastre del bilingüismo (inglés-español) en la enseñanza
Lo que esta lectura darwinista y teleológica de los idiomas no tiene presente son los cambios tecnológicos que se han producido en los últimos años y que, por ejemplo, pueden poner patas arriba la necesidad de aprender idiomas. A Fernández Vítores le sorprende que aprender idiomas siga siendo un factor esencial de diferenciación laboral, algo que ya está popularizado en todos los currículos. "Pensaba que eso de proyectarse profesionalmente por saber lenguas iba a pasar a mejor vida, pero el inglés o el chino aún son muy vendibles en las empresas con relaciones internacionales", responde.
Sin embargo, la cotización de los traductores ha descendido en los últimos 20 años, cuando él comenzó a trabajar como traductor y recibía quince céntimos por palabra. La razón es sencilla: en algo más de un lustro, el 'software' de traducción ha mejorado sensiblemente, por lo que si al lingüista hace años le encargaban traducciones de textos "para saber de qué iban", hoy sus potenciales clientes no tienen más que pasarlo por el traductor automático. El mercado de contratos mercantiles ha crecido, pero ha descendido también su valor. Fernández Vítores tiene por ello una teoría que puede sorprendente: "La lengua del futuro va a ser cualquiera, porque la lengua del futuro va a ser la traducción".
Puede sonar chocante, pero propone el siguiente escenario: "Cada persona redactará sus textos en su propia lengua, y los sistemas de traducción van a estar tan perfeccionados que, más pronto que tarde, el 98% de los textos estará perfecto". Es decir, no hará falta perfeccionar un idioma, y la traducción simultánea quedará más como una cuestión de cortesía y protocolo que como una necesidad. Ganancia para el mundo de la investigación, la docencia y los negocios, pérdida para los traductores.
En ese contexto, ¿para qué queremos el español, ni siquiera el inglés? Como concluye Fernández Vítores, el hecho de que el número de hablantes no nativos haya superado a los nativos ha provocado que el inglés se haya desnacionalizado: "Ahora es patrimonio de todos y que no hables bien inglés no quiere decir que tu resultado de negociación sea peor que el de un nativo, que a lo mejor se desespera porque tiene que plegarse a tu sintaxis. Imagínate que los españoles tuviésemos que enfrentarnos a 600 millones de no nativos que quisieran dirigirse continuamente a nosotros en español". ¿Quién quiere vivir en un mundo donde todo el mundo chapurree español?
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