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Los delegados del C.I.C.R. pudieron visitar todos los campos de concentración alemanes. Es de destacar el elogio que se hace del campo de Theresienstadt (Terezin) en el que se hallaban exclusivamente judíos. «Este campo, en el que vivían unos 40.000 judíos deportados de diversos paises, era un ghetto relativamente privilegiado». (1)
Según informes recogidos por el C.I.C.R. este campo había sido creado a título experimental por ciertos dirigentes del Reich que querían dar a los judíos la posibilidad de vivir en común en una ciudad administrada por ellos mismos y dotada de una autonomía interna casi completa... Los delegados pudieron visitar ese campo el 6 de Abril de 1945, semanas antes del fin de la guerra y doce días antes de su ocupación por los Aliados, y confirmaron la impresión favorable obtenida en su primera visita». (2)
El C.I.C.R. elogia, muy especialmente, la actitud humantaria del régimen de la Rumania fascista de Antonescu, que permitió y dió toda clase de facilidades al Comité para que socorriera a los 183.000 hebreos rumanos. Esta ayuda duró hasta la ocupación del país por las tropas soviéticas, lo que significó el fin de la misma, pues «el C.I.C.R no consiguió jamás mandar ni un sólo paquete de víveres, ni de correspondencia, a la Unión Soviética ni a los paises controlados militarmente o políticamente por ella. (3)
Es típico el caso de Auschwitz. El C.I.C.R. recibió una correspondencia voluminosa procedente de ese campo hasta la llegada de los soviéticos; entonces la correspondencia cesó de llegar. Una parte de los detenidos fué evacuada hacia el Oeste, a la zona ocupada por americanos e ingleses, instalándose en Oranienburg y Buchenwald, y el C.I.C.R. pudo continuar haciéndoles llegar víveres y medicamentos no así a los que quedaron en Auschwitz, con los que se perdió todo contacto.
Es curioso, por otra parte, que si los detenidos podían mandar, a través del C.I.C.R., una voluminosa correspondencia, y más concretamente desde el famoso «campo de la fin» de Auschwitz, no se filtrara, en la misma, ningún indicio acerca de los supuestos asesinatos masivos alli cometidos. Evidentemente en Auschwitz, como en todas partes, existía una rígida censura de correspondencia con sus propios co-nacionales, y a mayor razón con los internados políticos o por razones administrativas. Pero choca con el sentido común más elemental que ni una sóla de las misivas escritas desde Auschwitz consiguiera, por medios indirectos, comunicar a los Aliados la supuesta realidad de las masacres y de las cámaras de gas. Y raya en la imposibilidad pura y simple que los delegados de la Cruz Roja que se pasearon por los campos de concentración alemanes durante el curso de la guerra, no se apercibieron de nada. Podrá argüirse qúe si se apercibieron pero guardaron silencio para no agravar aún más la suerte de los internados. Pero este argumento no es válido, por cuanto el Rapport del Comité Internacional de la Cruz Roja fué publicado en Ginebra, tres años después del fin de la guerra. Es más, teniendo en cuenta el clima político imperante en aquellas fechas, hubiera sido más popular para el C.I.C.R. afIrmar que había comprobado la existencia de cámaras de gas que guardar silencio sobre el tema. Y cuando fueron requeridos, los delegados del C.I.C.R., a que se pronunciaran al respecto, manifestaron que les era imposible no oponerse a la irresponsable campaña con la que se pretendía acusar de genocidio al régimen nancy.
Uno de los aspectos más importantes del Rapport a que nos estamos refiriendo es que viene mucha luz sobre los motivos del aumento de los decesos en los campos de concentración hacia el final de la guerra. Por ejemplo, se afirma que «... en las condiciones caóticas en que se debatia Alemania hacia el final de la guerra, los tremendos bombardeos aéreos arruinaron no sólo la economía sino los tras*portes en el ámbito del III Reich. Los víveres no llegaron a los campos de concentración y hubo cada vez mas .detenidos que perecían de inanición». (4)
Alarmado por tal situación, el Gobierno Alemán informó de ello a la Cruz Roja, en Febrero de 1945. A principios de Marzo de 1945, Kaltenbrunner se entrevistó con el Presidente del C.I.C.R. De resultas de tal entrevista, la Cruz Roja se encargó, a través de sus propios delegados, de tal distribución de los paquetes de víveres en los campos y un delegado del C.I.C.R. fué autorizado a permanecer en cada campo. Dicho delegado tenía plena libertad tic movimientos. (5)
Es decir, que en los dos últimos meses de la conflagración, cuando, según los apóstoles de la literatura concentracionaria, los alemanes llevaban a cabo, con toda su intensidad, su política de genocidio, había un delegado de la Cruz Roja en cada campo. Y ninguno de tales delegados se dió cuenta de nada. Ninguno vió una cámara de gas. Ninguno vio un crematorio que no se utilizara para incinerar cadáveres de apestados o de tíficos. Ninguno tuvo la curiosidad para escuchar los rumores sobre el gaseamientos o cremaciones colectivas de seres vivos. Todos estaban distraídos ¿Tódos? ¿Es esto admisible?
Pero aún hay más. El C.I.C.R. protestó, el 15 de Márzo de 1944 contra «la bárbara guerra aérea de los Aliados». (6) Esta protesta se hizo oficialmente en el interés de los prisioneros de guerra y de los internados administrativos (es decir, en su gran mayoría judíos). El 2 de Octubre de 1944 el C.I.C.R. formuló una nueva protestas al «Foreign Office», advirtiendo del inminente hundimiento del sistema de comunicación alemán y afirmando que traería como consecuencia inevitable el hambre para todos los que se encontraban entonces en Alemania, prisioneros incluidos. (7)
En lo que concierne a la tasa de mortalidad en los campos, el Rapport precisa que se utilizaron los servicios de la mayor parte de los médicos judíos internados para luchar contra el tifus en el frente del Este, pero muchos médicos israelitas, estuvieron en los campos luchando contra las epidemias de tifus cuando éstas llegaron a su punto álgido en 1945. (8)
Por lo que se refiere a la alegación de que los alemanes habían camuflado las cámaras de gas en salas de duchas, el Rapport del comité lo desmiente tácitamente al declarar:
«Los delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja visitaron no solamente los lavabos, sino las instalaciones de baños, las duchas y los talleres de lavado de ropas. Debieron intervenir a menudo para hacer reparar algunas instalaciones o para lograr mejoras». (9)
Esto nos parece definitivo. Los delegados del C.I.C.R. visitaron los célebres baños-ducha, y si debieron intervenir para repararlos o lograr mejoras, es porque los vieron en acción. Admitamos que a algún o algunos delegados lograran engañarles los alemanes, haciendoles «ver» que las «cámaras de gas» eran baños-ducha. Concedido. Pero, ¿a todos los delegados a la vez, y en todos los campos?. Precisamente el examen de este voluminoso Rapport en tres volumenes, con un total de 1.630 páginas de documentos oficiales demuestra que los delegados del C.I.C.R. no encontraron ningúna prueba, en los campos de concentración de Alemania y de los países ocupados o bajo su área de in. fluencia, de una política oficial, extra-oficial y deliberada de exterminio de los judíos. En ninguna de las 1.630 páginas se habla de cámaras de gas, ni de otros crematorios que los convencionales, destinados a incinerar cadáveres. El Rapport reconoce que los judíos, como muchos otros pueblos en el curso de la guerra, sufrieron privaciones y que la vióa en los campos de concentración, sobre todo en los últimos meses, fué penosa, pero el silencio total sobre una política deliberada de exterminio, refuta, por si sólo, la fábula de los Seis Millones.
El Volumen III del Rapport trata extensamente de la ayuda «prestada a los judíos de la población libre». (10) Se demuestra sin resquicio alguno a la duda razonable que no todos los judíos fueron internados en campos de concentración, sino que muchos miles de ellos, en ciertas zonas, permanecieron mezcladas con la población civil, aún cuando estuvieron sometidos a determinadas restricciones.
En Eslovaquia, por ejemplo, estuvieron casi todos libres, en un regimen parecido al de la «libertad vigilada». En ese país actuaba el adjunto de Eichmann, Dieter Wisliceny, (11) y los judíos que fueron enviados a campos de concentración sólo fueron los participantes en acciones de sabotaje y los afiliados a los partidos marxistas. Esta situación se prolongó hasta Agosto de 1944, en que se produjo un conato de sublevación contra el regimen del Padre Tisso, aliado de Alemania; en esa sublevación los judíos eslovacos tomaron parte casi en masa y entonces, salvo raras excepciones, los judíos fueron internados en campos de concentración. (12) Entre los tres millones o tres millones doscentos mil judíos que, según demostrado en el epígrafe «Los derechos de la aritmetica» se hallaban en Europa, en el curso de la guerra, en territorio controlado por Alemania, hubo no sólo muchos que no fueron internados y otros muchos que tomaron parte en los movimientos de partisanos, sino que además una parte de ellos pudo emigrar en el curso de la contienda, generalmente yía Hungría, Rumania y Bulgaria, hacia Turquía Europea. Esta emigración a partir de los territorios ocupados por los alemanes fué facilitada igualmente por el Reich. Es curioso el cáso de los judíos polacos que llegaron a Francia antes de la ocupación de este país. «Los judíos de Polonia que, hallándose en Francia, habían obtenido varias visados de entrada en los Estados Unidos, fueron considerados ciudadanos americanos por las autoridades alemanas de ocupación, que aceptaron ulteriormente reconocer la validez de unos tres mil pasaportes entregados a judíos por determinados consulados de países de América Latina» (13): Como futuros ciudadanos americanos, estos judíos fueron internados en el campo de Vittel reservado a ciudadanos americanos cuya presencia se consideraba «non grata» en la Francia Ocupada. Muchos de estos ciudadanos americanos eran, también, de origen racial judío.
La emigración de los judíos europeos a partir de Hungría, en especial, continuó en el curso de la guerra, sintrabas por parte de las autoridades alemanas. «Hasta Marzo de 1944, los judíos que tenían el privilegio de haber obtenido visados ingleses para ir a Palestina fueron autorizados a abandonar Hungría, en dirección a Estambul». (14)
Incluso después de la caída del régimen de Horthy y su substitución por el de Szallasi la emigración de los judíos continuó. El C.I.C.R. recibió un mensaje personal del Presidente Roosevelt en el que se especificaba:
«El Gobierno de los Estados Unidos reitera expresamente que hará todo lo necesario para ocuparse de todos los judíos que están siendo autorizados a partir enlas actuales circunstancias». (15)
Un hecho que ilustra claramente la profundidad del lavado de cerebro colectivo a que se ha llegado en nuestra triste época es que un documento de especialistas, como el Rapport de la Cruz Roja, sea prácticamente ignorado por el gran público, mientras la lacrimógena impostura del Mito de Anna Frank haya alcanzado alguna notoriedad mundial y hasta haya sido impuesto como libro de texto obligatorio en varios «lander» de la muy democrática República Federal Alemana.
El mito de los 6 millones, Joaquín Bochaca.