La verdad es amarga, la mentira dulce
-No, Takashi-doro. Si permanece usted a mi servicio será a condición de que me diga siempre lo que piensa. Incluso cuando esté usted errado, o la verdad me duela.
El entrecejo de Takashi se contrae espontáneamente. En Nippón, si se plantea la posibilidad de decir la verdad o actuar con educación, pronto se aprende a optar por la segunda. Existe una verdad de la mente, en la que uno puede pensar, y una verdad del mundo, que es la que uno puede y debe decir, una verdad en la que uno siempre habla humildemente y pide disculpas a sus superiores, y en la que la posición social cuenta más que la experiencia o la razón. En una sociedad en la que se emplean tres palabras diferentes para decir comer, según el que está comiendo sea de rango superior, igual o inferior, los consejos francos a los daimyo se limitan son el territorio de unos pocos consejeros ancianos, que pueden hablar en base a su gran prestigio y a que han aprendido a presentar sus consejos como ocurrencias propias de su señor. Además, cuando un daimyo manda a un subordinado hablar con franqueza, no se entiende que ello implique ningún compromiso de respeto a sus ideas. ¿Por qué iba a implicarlo?
Pero, después de todo, Takashi ha recibido una orden, y no se puede hacer como si no hubiera sido expresada.
-Hai, To... Shiden-san.
X
Condiciones laborales
¿Y qué será, te preguntas brevemente? Pero un hombre que ha abandonado a su esposa e hijos para fugarse con la hija de su daimyo y que cortejándola ha yacido con su sirvienta duda durante muy poco tiempo ante la mujer más atractiva que nunca ha visto. Olvidando a Terasu, que lo escucha todo a unos pocos metros, te sumes durante un instante en un silencio embarazado, pero pronto te yergues la arrogancia que conquista a todas las mujeres, sean o no aristócratas viudas del mayor señor de la guerra del archipiélago:
-Evidentemente, mi señora-cruza tu rostro una media sonrisa pícara-que os entretendré... Esta misma noche.
-Parecéis un hombre fogoso-dice, hablando como si fueras en este instante su amo y señor-. ¿No debería sentirme asustada?
-Lo que no deberíais es dudarlo-dices, confiado en la situación. Te yergues a una altura mayor de la que debería hacerlo un suplicante y hablas con voz potente, mientras te pones en pie-. Veo detrás un pabellón que parece comfortable. Haced servir bebida y...
-Y explíqueme, ronin-dice, y esta palabra te muestra que ha cambiado el hilo de la conversación, te deja congelado en medio de la ascensión a los cielos-, ¿lo creéis correcto y adecuado a vuestra categoría? ¿Pensáis la viuda de Harike Otomi Shinmen Fuje-O Nasimara-no-Kenshin, Tamamo-no-mae, va favorecer a un hombre sucio y manchado de sangre, de polvo del camino, a una alimaña que ha dado la espalda a su propio clan, a un hombre que ha cruzado espadas con uno de los Jinetes Silenciosos pero que ha temido morir en el castillo de su señor? Mi querida dama Terasu insistía en vuestras virtudes, pero la pobre niña es joven, tan inocente que pensaba que lo primero que íbais a hacer era pedir humildemente cualquier servicio a cambio de que os dejara vivir felices. Bueno, estas lecciones es mejor aprenderlas con vuestra edad. Más tarde una puede haber tomado decisiones... Incorrectas.
Por primera vez desde que tenía nueve años, ves a Terasu saltarse la etiqueta de la corte, y alzarse una cuarta la manga de su vestido, como si fuera a cubrirse con este los ojos. Luego recupera la compostura y vuelve a adoptar la pose adecuada en estas circunstancias. Hace seis o siete años que no la ves saltarse la etiqueta, sí. Pero lo que nunca la has visto es tan pálida. A poca distancia, Gengoro ríe sin respeto por las normas de la corte.
-Querida hermanilla, qué señor de la guerra hubieras podido ser.
La dama Tamamo-no-mae desvía hacia él su mirada, dura como un diamante.
-Mejor, quizás, que todos los que existen hoy sobre la tierra. ¿Sigues deseando tomar a este hombre a tu servicio?
-Sí-dice sin dudarlo, empleando un lenguaje más coloquial que las arcaicas formas de la corte que recupera su hermana... y aún así, que también recueda, de alguna manera, a una edad perdida. Quizás sea la forma de hablar de los habitantes de las montañas, pues en los valles el idioma fluye con el comercio y las riadas y en los montes todos los inviernos se congela-. No es un asunto diáfano, puesto que en ocasiones como esta se comporta de forma errática y absurda, como una flecha mal emplumada. Tiene dudas y tiene lujuria. Ha traido desgracias a los que le han rodeado en más de una ocasión, y, por supuesto, ha abandonado a su anterior señor no porque hubiera otro bajo el que se pudiera ganar más honor, sino porque pensaba que era irracional y brutal. Ya sabes lo que dicen, el kimono nuevo también se desgasta. Pero bien es cierto que me dio un lugar en su comitiva, no siendo yo tampoco un modelo de conducta.
Te parece descubrir un brillo de humor en los ojos de su hermana, que sin duda también capta Gengoro.
-Yo también sé disfrazar la verdad con palabras bonitas-dice el pelirrojo-, por lo que parece. En fin, tengo un ligero defecto en mi carácter. Ah, y este ronin tiene a su servicio a otro ronin que parece también valioso...
-Mi querida Tetsuo-dice la dama Tamamo-, veo desde aquí cómo contraes los músculos de la mandíbula, cómo haces fuerza, cómo te esfuerzas porque tus ojos no traicionen tu resolución y tus dudas mientras piensas cómo deberás hacerlo. No es tan fácil cortarse la punta de la lengua de un mordisco como, dicen las leyendas, lo hizo Hiro Ashasune para no hablar nunca más al amante que la había despechado, o como la monja Pau-ssu hizo en las leyendas para maldecir a aquel príncipe con palabras ensangrentadas. Es posible hacerlo, yo lo he visto, pero en esta ocasión no merece la pena. En los próximos meses te lo enseñaré. Querido hermano, por favor, prosigue.
-... Otro ronin que me parece valioso. Además, este está tocado por los kami. Creo.
-¿Adónde irás ahora?
-Al oeste. La batalla tendrá lugar en el Este, es cierto, pero eso está en manos del general Zaribatsi y de muchos otros hombres valerosos e inteligentes. Cuento con volver en uno o dos años, a lo máximo. ¡No! No me lo preguntes: sabes que no aceptaré, y, además, sabes que seré un engorro.
-Honorable dama Tamamo-no-mae Kai-Nasimara o Harike Josei Namae no nai shiro-dice Tetsuo, sin duda tras pasarse un rato deduciendo cuáles serán los títulos y nombres de la viuda-. Os agredezco vuestra benevolencia a la hora de aceptarme en vuestra corte. Me gustaría pedir un favor para el ronin Shiden Akira, me gustaría que no lo castigárais y le diérais un puesto en la corte, y una asignación, para que no tenga que ser un ronin.
-Sin duda no habéis entendido las embrolladas palabras de mi hermano, mi apreciada niña, o quizás es que, mientras hablaba, había unas polillas en torno a vuestros oidos, polillas que se dejan sentir frecuentemente en estos casos y a vuestra edad. A partir de ahora seréis mi pupila.
-Dama Tamamo-no-mae-intervienes al fin, ansioso porque no se te escape la oportunidad-. Deseo pediros una capilla y un sacerdote, deseo...
-Si mi apreciada Minamoto Tetsuo lo desea cuando regreséis, hermano-responde Tamamo sin dignarse a mirarte-, si vuestro criado os ha dado satisfacciones y sigue vivo, podrán desposarse.
-Mi señora, debo intervenir de nuevo. Pido humildemente que mi fiel seguidor Takashi, que vuestro honrado hermano se ha dignado a recordar, sea aceptado en su servicio con la asignación adecuada a su rango, y que nos acompañe en la misión.
Gengoro se mesa la barbilla, y luego, sin dejar de estar arrodillado, gira su cuerpo hacia ti, primero la pierna izquierda, luego la derecha, apoyándose informalmente en los brazos.
-Escuchad, Shiden Akira. Takashi es el tipo de samurai que mi hermana se complace en tener a su servicio. O uno de los tipos, en todo caso. No querrá abandonarle, pero si se lo manda usted podría quedarse aquí, sirviendo al castillo y también a la dama Tetsuo.
Elección nº 1 Desprenderse de un activo
1. Aquí estará mejor, y todo lo que podamos hacer por él no será suficiente.
2. El papel de Takashi es servirme. Y, además, ¿adónde iría sin sus consejos?
3. Que se quede... Y le daré la orden secreta de que, si la dama Tetsuo va a desposarse o encamarse con otro hombre, debe decapitarla limpiamente y luego cometer seppukku. Así me aseguraré de que no me deshonre.
X
Noche de mediados del verano, puerto de Nagora
Llueve a cántaros fuera de la casa de sake en el que estáis instalados, pero es una lluvia cálida, de idéntica temperatura a la sangre, que tarda en enfriarse sobre el cuerpo. Dentro del local, donde relucen antorchas para apartar la oscuridad, donde arden pipas de opio y hachís y donde decenas de clientes pasan la velada entre apuestas, bebida y mujeres, el calor es casi insoportable. La mayor parte de los clientes llevan el torso desnudo, mostrando una rica variedad de tatuajes que son prácticamente lo único bello que has visto en Nagora, una ciudad que por lo que has visto se compone de sudor, violencia y cosa. Y a la que, sin embargo, os ha conducido Gengoro, escoltado por otros dos hombres también tocados por los kami: el callado y reflexivo gigante Yokosuka, y el áspero Ibaki, que es capaz de detectar las mentiras y que, a veces, es capaz de adivinar lo que los demás van a hacer antes de que estos lo sepan. Los dos pertenecían a la guardia de su hermana.
Quizás hubo un día en el que los muelles de Nagora eran un centro de comercio e intercambio con las tierras de Ind, Cathay y Korryu, quizás por él entraron en tiempos valiosas mercancías y nuevas ideas y salió la plata de las montañas del archipiélago. Pero desde hace mucho tiempo, la ciudad es una base pirata, uno de los tres puertos de los corsarios hiroko que, desde hace quién sabe cuánto, aterrorizan el mar de Cathay. Ahora el comercio con el exterior pasa casi siempre por la intermediación de los gaijin, e incluso los gaijin, con sus cañones y buques gigantescos, temen acercarse a Nagora, se pavonean los hiroko. Pero, teman o desprecien a los puertos del Oeste, se han llevado sus rutas comerciales al nuevo puerto de Oribatsu, al territorio Takeda, y con ellas la riqueza del comercio y la tecnología de los arbabuces.
-¿Cuánto tiempo vamos a esperar por ese pirata de Taifun?-pregunta Ibaki a Gengoro, jugueteando impaciente con unos dados en la mesa que compartís. Yokosuka monta guardia en otro punto del local, jugando el papel de un alcohólico irrecuperable que trasiega taza tras taza de sake. Pero en los meses de viaje has comprendido que ese es uno de los regalos de los kami: nunca se embriaga.
-Esperaremos lo que tengamos que esperar-responde el pelirrojo-Y si tienen que ser otros tres días, que sean otros tres días. Pero es importante que él venga a nosotros. Si nos presentamos en su mansión, nunca atenderá a nuestras peticiones, parecerá que vamos a exigirle o a pedirle algo. Y lo que quiero es negociar.
-¿Y qué es lo que queremos pedirle al señor pirata más feroz y fanático de los puertos de Nippon?-preguntas-¿Al que hace incursiones por repruebo y no por beneficios, que solo saquea para poder contratar más hombres y más barcos para mantener una guerra contra Cathay que acabó hace décadas?
-Eso también lo sabrán ustedes cuando llegue el momento-gruñe Sengoro.
En ese momento, sus ojos chispean. Por la puerta acaba de entrar un rellenito gigantesco, probablemente eunuco, cuya mirada recorre la sala haciendo bajar ojos y haciendo que muchos de los presentes sientan una repentina curiosidad por sus propias sandalias, el fuego que arde en el hogar o las cucarachas que se pasean por el suelo. Luego, el rellenito se hace a un lado, y entra un hombre de mediana estatura, con la piel convertida en un cúmulo de azul y blanco: la representación de la ola encrespada de un tsunami. No lleva más que sandalias, un taparrabos de marinero y un cinto del que penden un kris, un cuchillo y un wakizashi, así que es posible contemplar a placer sus tatuajes. Un barco en llamas chispea en su antebrazo izquierdo, un gojira atrapado en la corriente ruge de furia, placer o desesperación en el omóplato derecho. Akkorokamuis, amabies, pulpos con manos humanas, tiburones hechos de humo, ballenas con colmillos de jabalí, amemasu, heikegani con sus pinzas entrelazadas en torno a los tobillos, isonade de colas repletas de espinas como dagas, con el ominoso azul oscuro del mar en tempestad de fondo, lo cubren casi por entero, las partes que no son cabellos neցros, ojos oscuros y piel morena. Ha llegado Taifun, y Taifun se sienta ante vosotros. Enseña los dientes, unos dientes, por cierto, perfectos y blancos, y os recorre con la mirada.
-Así que samurais quieren hablar conmigo, ¿eh? Honrados samurai de alta alcurnia, ¿o culos de mono? Tú, amigo-te señala-, ¿eres samurai? Dime, ¿qué opinas de los samurai?
Elección nº 2 La primera impresión es la que cuenta
1. Los samurai son guerreros con dos espadas en vez de una.
2. Los samurai son la guardia del honor y la gloria de Nippon.
3. Los samurai no son más que esclavos de sus daimyo.
-No, Takashi-doro. Si permanece usted a mi servicio será a condición de que me diga siempre lo que piensa. Incluso cuando esté usted errado, o la verdad me duela.
El entrecejo de Takashi se contrae espontáneamente. En Nippón, si se plantea la posibilidad de decir la verdad o actuar con educación, pronto se aprende a optar por la segunda. Existe una verdad de la mente, en la que uno puede pensar, y una verdad del mundo, que es la que uno puede y debe decir, una verdad en la que uno siempre habla humildemente y pide disculpas a sus superiores, y en la que la posición social cuenta más que la experiencia o la razón. En una sociedad en la que se emplean tres palabras diferentes para decir comer, según el que está comiendo sea de rango superior, igual o inferior, los consejos francos a los daimyo se limitan son el territorio de unos pocos consejeros ancianos, que pueden hablar en base a su gran prestigio y a que han aprendido a presentar sus consejos como ocurrencias propias de su señor. Además, cuando un daimyo manda a un subordinado hablar con franqueza, no se entiende que ello implique ningún compromiso de respeto a sus ideas. ¿Por qué iba a implicarlo?
Pero, después de todo, Takashi ha recibido una orden, y no se puede hacer como si no hubiera sido expresada.
-Hai, To... Shiden-san.
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Condiciones laborales
¿Y qué será, te preguntas brevemente? Pero un hombre que ha abandonado a su esposa e hijos para fugarse con la hija de su daimyo y que cortejándola ha yacido con su sirvienta duda durante muy poco tiempo ante la mujer más atractiva que nunca ha visto. Olvidando a Terasu, que lo escucha todo a unos pocos metros, te sumes durante un instante en un silencio embarazado, pero pronto te yergues la arrogancia que conquista a todas las mujeres, sean o no aristócratas viudas del mayor señor de la guerra del archipiélago:
-Evidentemente, mi señora-cruza tu rostro una media sonrisa pícara-que os entretendré... Esta misma noche.
-Parecéis un hombre fogoso-dice, hablando como si fueras en este instante su amo y señor-. ¿No debería sentirme asustada?
-Lo que no deberíais es dudarlo-dices, confiado en la situación. Te yergues a una altura mayor de la que debería hacerlo un suplicante y hablas con voz potente, mientras te pones en pie-. Veo detrás un pabellón que parece comfortable. Haced servir bebida y...
-Y explíqueme, ronin-dice, y esta palabra te muestra que ha cambiado el hilo de la conversación, te deja congelado en medio de la ascensión a los cielos-, ¿lo creéis correcto y adecuado a vuestra categoría? ¿Pensáis la viuda de Harike Otomi Shinmen Fuje-O Nasimara-no-Kenshin, Tamamo-no-mae, va favorecer a un hombre sucio y manchado de sangre, de polvo del camino, a una alimaña que ha dado la espalda a su propio clan, a un hombre que ha cruzado espadas con uno de los Jinetes Silenciosos pero que ha temido morir en el castillo de su señor? Mi querida dama Terasu insistía en vuestras virtudes, pero la pobre niña es joven, tan inocente que pensaba que lo primero que íbais a hacer era pedir humildemente cualquier servicio a cambio de que os dejara vivir felices. Bueno, estas lecciones es mejor aprenderlas con vuestra edad. Más tarde una puede haber tomado decisiones... Incorrectas.
Por primera vez desde que tenía nueve años, ves a Terasu saltarse la etiqueta de la corte, y alzarse una cuarta la manga de su vestido, como si fuera a cubrirse con este los ojos. Luego recupera la compostura y vuelve a adoptar la pose adecuada en estas circunstancias. Hace seis o siete años que no la ves saltarse la etiqueta, sí. Pero lo que nunca la has visto es tan pálida. A poca distancia, Gengoro ríe sin respeto por las normas de la corte.
-Querida hermanilla, qué señor de la guerra hubieras podido ser.
La dama Tamamo-no-mae desvía hacia él su mirada, dura como un diamante.
-Mejor, quizás, que todos los que existen hoy sobre la tierra. ¿Sigues deseando tomar a este hombre a tu servicio?
-Sí-dice sin dudarlo, empleando un lenguaje más coloquial que las arcaicas formas de la corte que recupera su hermana... y aún así, que también recueda, de alguna manera, a una edad perdida. Quizás sea la forma de hablar de los habitantes de las montañas, pues en los valles el idioma fluye con el comercio y las riadas y en los montes todos los inviernos se congela-. No es un asunto diáfano, puesto que en ocasiones como esta se comporta de forma errática y absurda, como una flecha mal emplumada. Tiene dudas y tiene lujuria. Ha traido desgracias a los que le han rodeado en más de una ocasión, y, por supuesto, ha abandonado a su anterior señor no porque hubiera otro bajo el que se pudiera ganar más honor, sino porque pensaba que era irracional y brutal. Ya sabes lo que dicen, el kimono nuevo también se desgasta. Pero bien es cierto que me dio un lugar en su comitiva, no siendo yo tampoco un modelo de conducta.
Te parece descubrir un brillo de humor en los ojos de su hermana, que sin duda también capta Gengoro.
-Yo también sé disfrazar la verdad con palabras bonitas-dice el pelirrojo-, por lo que parece. En fin, tengo un ligero defecto en mi carácter. Ah, y este ronin tiene a su servicio a otro ronin que parece también valioso...
-Mi querida Tetsuo-dice la dama Tamamo-, veo desde aquí cómo contraes los músculos de la mandíbula, cómo haces fuerza, cómo te esfuerzas porque tus ojos no traicionen tu resolución y tus dudas mientras piensas cómo deberás hacerlo. No es tan fácil cortarse la punta de la lengua de un mordisco como, dicen las leyendas, lo hizo Hiro Ashasune para no hablar nunca más al amante que la había despechado, o como la monja Pau-ssu hizo en las leyendas para maldecir a aquel príncipe con palabras ensangrentadas. Es posible hacerlo, yo lo he visto, pero en esta ocasión no merece la pena. En los próximos meses te lo enseñaré. Querido hermano, por favor, prosigue.
-... Otro ronin que me parece valioso. Además, este está tocado por los kami. Creo.
-¿Adónde irás ahora?
-Al oeste. La batalla tendrá lugar en el Este, es cierto, pero eso está en manos del general Zaribatsi y de muchos otros hombres valerosos e inteligentes. Cuento con volver en uno o dos años, a lo máximo. ¡No! No me lo preguntes: sabes que no aceptaré, y, además, sabes que seré un engorro.
-Honorable dama Tamamo-no-mae Kai-Nasimara o Harike Josei Namae no nai shiro-dice Tetsuo, sin duda tras pasarse un rato deduciendo cuáles serán los títulos y nombres de la viuda-. Os agredezco vuestra benevolencia a la hora de aceptarme en vuestra corte. Me gustaría pedir un favor para el ronin Shiden Akira, me gustaría que no lo castigárais y le diérais un puesto en la corte, y una asignación, para que no tenga que ser un ronin.
-Sin duda no habéis entendido las embrolladas palabras de mi hermano, mi apreciada niña, o quizás es que, mientras hablaba, había unas polillas en torno a vuestros oidos, polillas que se dejan sentir frecuentemente en estos casos y a vuestra edad. A partir de ahora seréis mi pupila.
-Dama Tamamo-no-mae-intervienes al fin, ansioso porque no se te escape la oportunidad-. Deseo pediros una capilla y un sacerdote, deseo...
-Si mi apreciada Minamoto Tetsuo lo desea cuando regreséis, hermano-responde Tamamo sin dignarse a mirarte-, si vuestro criado os ha dado satisfacciones y sigue vivo, podrán desposarse.
-Mi señora, debo intervenir de nuevo. Pido humildemente que mi fiel seguidor Takashi, que vuestro honrado hermano se ha dignado a recordar, sea aceptado en su servicio con la asignación adecuada a su rango, y que nos acompañe en la misión.
Gengoro se mesa la barbilla, y luego, sin dejar de estar arrodillado, gira su cuerpo hacia ti, primero la pierna izquierda, luego la derecha, apoyándose informalmente en los brazos.
-Escuchad, Shiden Akira. Takashi es el tipo de samurai que mi hermana se complace en tener a su servicio. O uno de los tipos, en todo caso. No querrá abandonarle, pero si se lo manda usted podría quedarse aquí, sirviendo al castillo y también a la dama Tetsuo.
Elección nº 1 Desprenderse de un activo
1. Aquí estará mejor, y todo lo que podamos hacer por él no será suficiente.
2. El papel de Takashi es servirme. Y, además, ¿adónde iría sin sus consejos?
3. Que se quede... Y le daré la orden secreta de que, si la dama Tetsuo va a desposarse o encamarse con otro hombre, debe decapitarla limpiamente y luego cometer seppukku. Así me aseguraré de que no me deshonre.
X
Noche de mediados del verano, puerto de Nagora
Llueve a cántaros fuera de la casa de sake en el que estáis instalados, pero es una lluvia cálida, de idéntica temperatura a la sangre, que tarda en enfriarse sobre el cuerpo. Dentro del local, donde relucen antorchas para apartar la oscuridad, donde arden pipas de opio y hachís y donde decenas de clientes pasan la velada entre apuestas, bebida y mujeres, el calor es casi insoportable. La mayor parte de los clientes llevan el torso desnudo, mostrando una rica variedad de tatuajes que son prácticamente lo único bello que has visto en Nagora, una ciudad que por lo que has visto se compone de sudor, violencia y cosa. Y a la que, sin embargo, os ha conducido Gengoro, escoltado por otros dos hombres también tocados por los kami: el callado y reflexivo gigante Yokosuka, y el áspero Ibaki, que es capaz de detectar las mentiras y que, a veces, es capaz de adivinar lo que los demás van a hacer antes de que estos lo sepan. Los dos pertenecían a la guardia de su hermana.
Quizás hubo un día en el que los muelles de Nagora eran un centro de comercio e intercambio con las tierras de Ind, Cathay y Korryu, quizás por él entraron en tiempos valiosas mercancías y nuevas ideas y salió la plata de las montañas del archipiélago. Pero desde hace mucho tiempo, la ciudad es una base pirata, uno de los tres puertos de los corsarios hiroko que, desde hace quién sabe cuánto, aterrorizan el mar de Cathay. Ahora el comercio con el exterior pasa casi siempre por la intermediación de los gaijin, e incluso los gaijin, con sus cañones y buques gigantescos, temen acercarse a Nagora, se pavonean los hiroko. Pero, teman o desprecien a los puertos del Oeste, se han llevado sus rutas comerciales al nuevo puerto de Oribatsu, al territorio Takeda, y con ellas la riqueza del comercio y la tecnología de los arbabuces.
-¿Cuánto tiempo vamos a esperar por ese pirata de Taifun?-pregunta Ibaki a Gengoro, jugueteando impaciente con unos dados en la mesa que compartís. Yokosuka monta guardia en otro punto del local, jugando el papel de un alcohólico irrecuperable que trasiega taza tras taza de sake. Pero en los meses de viaje has comprendido que ese es uno de los regalos de los kami: nunca se embriaga.
-Esperaremos lo que tengamos que esperar-responde el pelirrojo-Y si tienen que ser otros tres días, que sean otros tres días. Pero es importante que él venga a nosotros. Si nos presentamos en su mansión, nunca atenderá a nuestras peticiones, parecerá que vamos a exigirle o a pedirle algo. Y lo que quiero es negociar.
-¿Y qué es lo que queremos pedirle al señor pirata más feroz y fanático de los puertos de Nippon?-preguntas-¿Al que hace incursiones por repruebo y no por beneficios, que solo saquea para poder contratar más hombres y más barcos para mantener una guerra contra Cathay que acabó hace décadas?
-Eso también lo sabrán ustedes cuando llegue el momento-gruñe Sengoro.
En ese momento, sus ojos chispean. Por la puerta acaba de entrar un rellenito gigantesco, probablemente eunuco, cuya mirada recorre la sala haciendo bajar ojos y haciendo que muchos de los presentes sientan una repentina curiosidad por sus propias sandalias, el fuego que arde en el hogar o las cucarachas que se pasean por el suelo. Luego, el rellenito se hace a un lado, y entra un hombre de mediana estatura, con la piel convertida en un cúmulo de azul y blanco: la representación de la ola encrespada de un tsunami. No lleva más que sandalias, un taparrabos de marinero y un cinto del que penden un kris, un cuchillo y un wakizashi, así que es posible contemplar a placer sus tatuajes. Un barco en llamas chispea en su antebrazo izquierdo, un gojira atrapado en la corriente ruge de furia, placer o desesperación en el omóplato derecho. Akkorokamuis, amabies, pulpos con manos humanas, tiburones hechos de humo, ballenas con colmillos de jabalí, amemasu, heikegani con sus pinzas entrelazadas en torno a los tobillos, isonade de colas repletas de espinas como dagas, con el ominoso azul oscuro del mar en tempestad de fondo, lo cubren casi por entero, las partes que no son cabellos neցros, ojos oscuros y piel morena. Ha llegado Taifun, y Taifun se sienta ante vosotros. Enseña los dientes, unos dientes, por cierto, perfectos y blancos, y os recorre con la mirada.
-Así que samurais quieren hablar conmigo, ¿eh? Honrados samurai de alta alcurnia, ¿o culos de mono? Tú, amigo-te señala-, ¿eres samurai? Dime, ¿qué opinas de los samurai?
Elección nº 2 La primera impresión es la que cuenta
1. Los samurai son guerreros con dos espadas en vez de una.
2. Los samurai son la guardia del honor y la gloria de Nippon.
3. Los samurai no son más que esclavos de sus daimyo.
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