Nueva partida-libro juego

La actualización no es muy larga (comparada con la anterior), pero quizás sea mejor hacer posts breves que tochos de miles y miles y miles de palabras. Los que hayan visto pelis de samurais, me parece, entenderán la primera parte, y si he fracasado al trasladarlo al formato escrito, júzguenme con benevolencia. Voy a mandarle un PM a Montaigne, por cierto.

Elección única


-¡Deténganse!-bramas con toda la fuerza de tus pulmones, y tus samurai se detienen como autómatas, reteniendo también a la masa de sirvientes y porteadores que no están acostumbrados a la disciplina militar-¡Deténganse! El que ataque morirá por mi mano.

Tres pasos al frente. El primero holla un cuerpo tendido, al segundo tu sandalia de guerra se moja en un charco de sangre, al tercero casi resbalas sobre el mango roto de una pica. La luz de las antorchas oscila, en el silencio los heridos gimen, el Espantapájaros se arrastra con movimientos espasmódicos, las hogueras crepitan. Tetsuo, con el largo cabello que ha crecido sin conocer tijeras durante años recogido en un moño, permanece congelada en una pose de espadachina, su espada corta no tiembla. También está inmóvil Kame, controlando a su montura con las rodillas. La bestia bufa y resopla. El samurai muerto es el mejor guerrero que has visto en tu vida, comprendes, la espada no es el arma de tu elección, y sus múltiples heridas no equilibran la balanza. Lo más probable es que te abata en el primer asalto, que mueras en el barro, entre los cadáveres de tus valientes, con la mujer de tu vida, que hace poco te ha confesado su amor, viéndote agonizar.

Las lágrimas afluyen a las niñas de tus ojos, y luchas porque la voz no se te quiebren de emoción y te tiemblen las rodillas. ¿Qué puedes haber hecho en tus vidas anteriores que complazca tanto a los dioses? ¡Qué honor! ¡Qué fin!

-Mi nombre es Tora Akira, vasallo del clan Minamoto, ¡Y esta es mi espada!

¿Retumban en tus sienes los truenos, o la risa del no-muerto, o la risa del Gran Gojira, que contempla todo esto desde su trono de sangre?

-Mi nombre es Kame, de los hermanos que cabalgan en silencio. ¡Esta es la mía!

El samurai desmonta, se interpone entre ti y sus dos camaradas heridos. Cuelga su maza de una correa de la silla, pero tus ojos están fijos en la espada desenvainada que empuña con las dos manos. Su tachi debe tener algunos dedos más de longitud que tu espada; es un arma de jinete, con dos estrías que recorren la hoja. A cuatro metros de ti el paso de Kame cambia: alza la espada por delante, los brazos paralelos al suelo y el tachi perpendicular a este, da tres pasos de grulla, avanzando.

Bajas la katana, te agachas, la empuñas como una lanza, anticipándote a su kata. Crees divisar un brillo divertido en los ojos de Kame cuando se detiene y, echándose la espada displicentemente al hombro, deja de caminar en línea recta hacia ti y empieza a trazar un círculo.

Alzas la espada y das un paso adelante, y en una décima de segundo su tachi, ahora agarrado con una mano, se proyecta hacia delante, deteniendo tu ataque. Ahora sois dos los que rotáis uno en torno al otro, observando el modo en el que el oponente posa los pies en el suelo, evaluando las sutiles indicaciones que muestran lo que va a hacer el rival a continuación e intentando engañar al otro con pequeños movimientos, permaneciendo a dos pasos y un tajo de la fin.

Kame oculta su tachi detrás de su cuerpo, incitándote a creer que no podrá interponerlo contra una estocada rápida. No caes en su trampa, fijándote en cómo se apoya tan solo en los dedos del pie izquierdo, listo para cortar cualquier avenida de ataque y avanzar a continuación. Haces descender tu katana hasta un ángulo de 30 grados bajo la paralela al suelo, y Kame alza su espada sobre la cabeza, convirtiendo la maniobra que planeabas en suicida.

Continuáis recorriendo el círculo en silencio. Pivotáis hasta que lo encierras contra la muralla formada por tus propios hombres, y establece guardia en forma ortodoxa, con el pie avanzado. No te lanzas al ataque; sientes a tu espalda el picor de la mirada de cuatro llamaradas de luz bruja, y la presencia de las monturas supervivientes. Cuando evades el enfrentamiento, avanza rápido como una serpiente, y solo lo detiene, medio segundo después y en el instante anterior a ponerse a distancia de tajo, una guardia alta.

Más pasos. Un herido chilla con voz aguda y desesperada, preso de una sed y un miedo incontenibles. No lo escuchas. La lluvia arrecia cada vez más, te empapa, y no la sientes. Solo existes tú, solo existe la espada, solo existen los círculos de acero que imagina tu mente, solo existen los pasos que te separan de tu oponente. Mil veces el duelo termina de una u otra forma en tu imaginación, y, supones, en la de tu rival.

El pie izquierdo de Kame da un paso corto, el derecho uno largo, las dos manos agarran la empuñadura en el lado izquierdo de su cuerpo mientras recorta distancias, pero sabes que es una finta, que el golpe vendrá por el lado derecho. Contraatacas instintivamente, sin pensar, medio pivotando para dificultar su movimiento, golpeando hacia una zona desprotegida de su armadura...

Y, en un instante, comprendes que estás muerto. Sus manos cambian el modo en el que agarra el pomo del arma, la estocada que esperabas se tras*forma en un tajo que debería ser imposible dar, que tendrá en cuenta tu giro, que desplazará la punta del tachi a través de tu guardia y golpeará en la zona desprotegida de la axila con fuerza devastadora. En un golpe maestro, mezcla de planificación e improvisación, que solo puede concebir un espadachín consumado y que solo puede ejecutar un guerrero experimentado en mil campos de batalla y ágil de manos, que te penetrará en los pulmones.

Vas a morir.

(punto de destino)

Un tigre mil veces más poderoso que el del rostro de metal de tu visera ruge. Un fuego blanco te ciega. Unas pinzas invisibles tiran al tiempo de todos los centímetros de piel de tu cuerpo, y, al abrir la boca, expiras humo.

Vuelves a tus sentidos. Primero los olores a tierra húmeda, sangre, sudor y hedor de tumba. Luego, el repicar de las gotas contra tu armadura. Los dedos demasiado apretados sobre la empuñadura de la katana, algo que corriges instintivamente aún antes de saber quién eres. Y Kame, con los fuegos verdes relampagueando en su rostro, a largo y medio de la espada de ti y a uno del lugar donde impactó el rayo.

Envaina su espada, y hace una reverencia. Envainas la tuya, tras un instante de vacilación, y le correspondes con una venia un poco más pronunciada y un poco más larga. Pues, entiendes perfectamente, este duelo lo has perdido.

Luego te vuelves, dando la espalda a los tres no-muertos que se alejan en sus monturas supervivientes. La hija del daimyo de los Minamoto, y los samurai heridos que se han colocado barro en las heridas para frenar sus hemorragias, y los porteadores que han peleado con varas de bambú contra guerreros que harían estremecerse a samurais de bandera, y los agonizantes muriendo por heridas no atendidas, y los escuderos de trece años, y los cocineros y las criadas, de rodillas en el barro frío y empapado y manchado de sangre, llenan la noche con el zumbido de sus plegarias.

X

Hirobumi está muerto. Reijiró está muerto. A Hirota, el que ayer se superaba su timidez juvenil para participar en el diálogo de los hombres, sus heridas no le han permitido llegar al amanecer. Taró, para su desgracia, ha sobrevivido, la armadura se ha llevado lo peor de los golpes de Kame. Takashi tiene un horrendo tajo que ha sangrado abundantemente pero que es superficial, y Minamoto Kiyotaka está desfigurado, y es necesario vaciarle la cuenca de un ojo con una aguja al rojo para prevenir la infección. Nadie le reprocha que rompa la calma del samurai y pronuncie algunas quejas en voz inconvenientemente alta. Seibei y Taaki son los únicos razonablemente ilesos de toda la escuadra, y Sentóki Nendo aún acaudilla a dos guerreros que caminan sobre sus dos piernas. Kesugei también está ileso, y aún hay dos decenas de criados en razonable estado de salud; los que más han sufrido han sido los porteadores y los escuderos de los samurai, los que más han participado en la lucha.

Y Tetsuo, con su séquito reducido a una dama de honor herida, te muestra la última baja: su cabello. Era una melena hermosa, de un neցro sin mácula, lisa y suave como la seda. Un cabello mimado y aceitado por las damas de la corte durante años.

-¿Por qué habéis hecho eso?-su hogar portátil está ahora frío y oscuro, por la falta de sirvientes, y Tetsuo observa en silencio, con tristeza, la melena que se ha cortado. Sobre el futón de algodón reposa la espada corta que le ha servido de tijera.

-Perdonad todo el disgusto que os cause, Tora-san, y os ruego que escuchéis mi explicación. Pero podéis pasar más dentro de la habitación. Esta noche ha muerto tanta gente que el lugar es impuro, y como muchos de ellos nos eran queridos, puede decirse que estamos en duelo.

Instintivamente te has detenido a un paso del umbral, temeroso de manchar la habitación con sus sandalias llenas de sangre y sarama. Pero ella misma no está impoluta, y tiene razón: en periodo de luto y batalla no pueden regir las mismas convenciones que en tiempo de paz. Aún así, algo se revuelve en tu interior cuando entras en el recinto de tu amada noble apestando, sin lavar ni afeitar y lleno de sangre y barro, y sus puntas segadas cuelgan a la altura de su nuca.

-Irreflexivamente he cortado mis cabellos al observar que la mayoría de mis porteadores y servidores han muerto, o están heridos, y he descargado de sus obligaciones de servicio a mi última acompañante para que atienda a otros problemas. He pensado que a partir de ahora deberé cabalgar, y pasar más incomodidades. En esa situación, la elegancia sería un inconveniente. He decidido cortar mi melena para demostrarle a usted mi compromiso para con los planes que quiera realizar, y que las preocupaciones por mi belleza no se interpondrán en lo que quiera usted disponer para mí. Pero, si es posible y los inconvenientes del camino lo permiten, me gustaría conservar mis cabellos en una caja.

-En verdad, Tetsuo-llora de nuevo por la familiaridad, y tardáis un tiempo en componeros-, Tetsuo, os digo, que me avergüenzo de no haber pensado aún en qué hacer. De las seis dimensiones del espacio, y ya que no podemos ascender a los cielos ni escondernos bajo la tierra, quedan el norte, el sur, el este y el oeste. Al norte está el clan Minamoto, donde pensáis que me espera una fin ignominiosa. Al sur, me temo que a estas alturas ya habrá fuerzas de los enemigos Takeda combatiendo con las leales a los Harike. Al este, según he averiguado, está el Bosque Hambriento, antes de llegar al Arawaka, una floresta de mala reputación y plagada de fantasmas, pero que, tras cruzarla, nos conduciría a territorios Takeda. Al oeste, no hay nada...

-Sí que lo hay-dice una voz desde el umbral.

-¡Cómo os atrevéis...!-dices desenvainando la espada. Esta vez, el samurai pelirrojo ha ido demasiado lejos con su insolencia. Se inclina brevemente.

-Si vais al norte, os espera la espada. Al sur, también. Podéis rendiros a los enemigos Takeda, pero vuestros samurai aún pertenecen al clan Minamoto, y no os seguirán: entenderán, con razón, que estáis traicionándolo. Vayáis a donde vayáis en los territorios Harike, tendréis que llevar a vuestra amada a su matrimonio o seréis perseguidos. A menos que os preste mi ayuda.

Observas a Tetsuo. Esté prestando atenció o no, mantiene el rostro inexpresivo, demasiado digna como para hacer ver que está registrando las palabras de alguien de categoría tan baja.

-Hay una posibilidad... Un clan del que quizás nunca habéis oido hablar, pero de gran poder, tiene un castillo a varias jornadas al oeste de aquí. Podría daros refugio a ambos, podría incluso hacer que el señor Minamoto renunciara a que le devolvieran a su hija, podría convencer a los samurai de vuestra escolta de que volvieran al norte sin la honorable Tetsuo-hime. Pero, eso sí, tendríais que jurarle lealtad. Y es un clan a cuyo servicio es fácil morir, y que no se puede dejar nunca. Recluta a pocos hombres. Os lo ofrezco, Tora-san-dice situándose a tu mismo nivel-porque un hombre al que los kami han lanzado una barra de fuego en medio de un duelo con un andeddo tendría una historia extraordinaria que contar incluso en ese clan. Y, además, usted me ayudó cuando pensaba que yo estaba en una situación complicada.

Elección única ¿Qué horóscopo es propicio?

1. Al norte, la gigantesca tortuga genbu se aposenta sobre la tierra.

2. Al oeste, el tigre albino, byakko, cabalga los vientos.

3. Al este, el dragón seiryuu calma o agita las aguas.

4. Al sur, el ave suzaku domina el fuego.
 
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Elección nº 2 Un nuevo nombre para una nueva vida

3. Shiden Akira, el del relámpago púrpura.

Un rayo nos salvó la vida, portento que muestra el favor de los dioses a nuestra conducta. El púrpura es el tonalidad del ocaso, pero también el del amanecer de una nueva vida.

Por cierto, la escena absolutamente ÉPICA.:Aplauso:



-He aquí que pierdo la espada de mis antepasados.

Las runas inscritas en ella le hacen aún resistir unos segundos al peso de tu cuerpo cuando haces palanca contra una roca. Las dos mitades caen al polvo, y, por un instante, te preguntas si habrás cometido un error. ¿Cómo puede saber un hombre si ha perdido su alma?

"La espada es el alma del samurai" es una cita de Tokugawa Ieyasu, y es una expresión poética, pues la katana del samurai, como la espada del caballero cristiano, era un arma secundaria. Pero me ha gustado mucho que en este Nippon la frase tenga un significado literal. No hay más que recordar la simbiosis que tienen hérores como Gotrek y Felix con sus armas rúnicas.


Elección nº 3 Qué hacer con Taaki

1. Después de decir esas palabras, Taaki, no puedo dejarte vivir. Acabad con él.

2. No puedo matarle. Te dejaré libre, Taaki.

3. Levanta esa maldición si no quieres que te mate, Taaki.


Miras con severidad a los ojos Taaki, enfrentando tu ki al suyo, con la serenidad de quién ha tomado una determinación inflexible.

"Deberías morir por esas palabras, Taaki..." dices en tono duro, pero tras una pausa, hablas con compasión. "... pero no eres responsable de lo que dices, pues son el dolor y la pena las que hablan por ti"



Miras a Taro y a Takashi y les haces una reverencia, un gesto de deferencia de superior a inferior.

"Mis bravos y leales samurai, os doy las gracias por vuestra lealtad incuestionable , pero tengo que disculparme por no haber sabido comunicar con claridad mis propósitos y por qué el honor y la virtud me obligan a romper los lazos con el señor Toyotomi, y han hecho que mi conducta sea malinterpretada y censurada por el honorable Taaki."

Si es eso de verdad lo que deseas, Taaki, tendrás la oportunidad de darme fin... pero no antes de que escuches lo que tengo que decir y puedas juzgar con serenidad y no desde la cólera. Yo concedí parlamento al abominable no-muerto. ¿Serás tú menos digno y honorable?

Sosegaos pues. Amigos, nipones, compañeros de clan, prestadme oídos.

(creo que es conveniente que el sabio Kuesugei escuche esto también)

Vuelves a mirar a los ojos a Taaki:

¿Quién eres tú para juzgar al vasallo de otro hombre? Pues por su señor se mantiene firme o cae, y si sigue la senda del honor, el Cielo aprobará su conducta.

Me acusas de no saber lo que es el deber. ¡A mí, antes llamado Tora Akira!

- con ademán violento te abres las vestiduras, desnudas tu torso y exclamas:

"¡Contemplad mis cicatrices! ¡Siete heridas! - te vuelves - ¡ninguna por la espalda! - te vuelves- ¡Todas ganadas en cumplimiento del deber!"

"Así como me desnudo ante vosotros, también os desnudo mi alma.

He sido fiel y valiente vasallo del clan Toyotomi. Nadie, ni mucho menos tú, Taaki, puede acusarme de cobardía, y de no haber cumplido mi deber, y mucho menos de traidor, ni de abandonar a mi señor por una mujer... como mal dices, Taaki.

El sabio dijo que el valor es hacer lo que es justo, y no hacer lo que es justo es la peor de las cobardías. He servido con valor al señor Minamoto, a pesar de mis crecientes dudas sobre si es un señor digno y honorable, y la justicia de su causa. A pesar de todo, he cumplido con mi deber, hasta que mi deber para con la dama Terasu ha entrado en conflicto con mis órdenes. He desobedecido las órdenes del señor porque son injustas y crueles.

Taaki, puedes acusarme de desobedecer al señor Minamoto, pero no de más. Nuestros bravos compañeros no murieron combatiendo con los muertos sin reposo por mi culpa, como bien sabes, si no en cumplimiento de nuestro deber de proteger a la dama Terasu, tú estabas de acuerdo con ello y diste ejemplo a los otros.

Taaki, has ablado extraviado por el dolor y la pena. Yo no maté a tu hermano. Lo mataste tú.

Y no te correspondía hacerlo, pues es a tu capitán a quien corresponde hacer justicia y castigar. Tampoco era necesario, pues cuando os conté la naturaleza del terrible enemigo que nos acechaba, sabía que alguno flaquearía, pero que los otros que se mantendrían firmes les avergonzarían y eso les obligaría a callar su miedo y combatir con más ardor en la batalla que se avecinaba para hacer olvidar su debilidad. En el peor de los casos, un samurai que se deshonra por su cobardía siempre puede expiar su vergüenza haciéndose el seppuku.

Taaki, yo he estado en más batallas que tú, y si matásemos a todo el que haya sentido miedo alguna vez y haya huido, nos quedaríamos sin guerreros y luego tendríamos que arrojarnos sobre la espada. Pues habéis de saber, amigos, que yo también he sido fistro, -dices, recordando la conversación con tu cuñado Murakumi- en el primer asalto en el que estuve, aquella noche no dormí. A cada poco despertaba a mi cuñado con mis murmullos, o con una patada.

-Todo el mundo es fistro en su primera batalla. Luego algunos de esos cobardes se convierten en los guerreros más valientes que haya visto. También ocurre lo contrario. Al igual que el filo de una espada que golpea demasiadas veces se embota y se mella, el valor también se desgasta. Curtidos veteranos un día tienen demasiado y rompen filas. Es el caso de tu hermano Keigo. Era un hombre valiente y me apenó su fin. Si hubieras vivido más batallas, Taaki, sabrías que los cobardes pueden ser valientes otra vez, si se les da una oportunidad.

Taaki, cometes una injusticia al acusarme, porque sabes que la culpa de apiolar a tu hermano es tuya y sólo tuya. Dices que lo mataste para salvar su honor, pero al hacerlo, le has condenado. Con tu acción irreflexiva, le privaste de la oportunidad de morir con honor, en combate o por su mano. Y con ello has deshonrado a tu familia y a tus ancestros.

Lo sabes, y esos remordimientos lo que te han impulsado a culparme a mí de todo y a maldecirme. Te perdono porque eres joven y porque comparto tu dolor.

Al pedirte la espada de Keigo, no sólo es porque un samurai necesite una espada, si no porque quería hacerte un honor a ti y a tu hermano. Igual que las almas mueren y renacen en la rueda de las encarnaciones, las espadas se quiebran y se forjan de nuevo.

Esta espada, - dices señalando tu espada quebrada- fue del guerrero Kame, antes que mía. Esta espada - señalas la de Keigo - tiene parte del alma de tu hermano. Keigo fue una vez un valiente, y quisiera portar su espada, en honor y memoria suya, para que su alma sea redimida de su vergüenza al ser blandida por mi mano.

(sigue)
 
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