Cirujano de hierro
Será en Octubre
Los sesgos de género contribuyen a una mayor estigmatización, y provocan que se acentúen los problemas derivados del consumo abusivo.
El alcohol no afecta a todas las personas por igual, y no es que, mientras unas parecen tener un agujero cuando se asientan en la barra del bar, otras no pueden cargar ni con un par de cervezas sin tambalearse. Es que la percepción social de la bebida cambia por completo según si la toman los hombres o las mujeres. El alcohol, igual que el tabaco, fue un producto exclusivo de los hombres hasta principios del siglo XX, cuando se identificaba con el ocio (que también era patrimonio de ellos). Por eso sostener un cigarrillo o una bebida alcohólica fue una actitud subversiva para las mujeres hasta hace no muchas décadas. Y fue algo chocante para todos hasta que, finalmente, acabó normalizándose socialmente... aunque solo con ciertos matices. Un elemento tan asociado a arraigos sociales como el alcohol siempre tiene sombras, tabúes y estigmas, y muchos de ellos caen, con todo su peso, sobre las espaldas de las mujeres.
Según la educadora social y antropóloga experta en género y drojas Patricia Martínez, "la sociedad asimila, lo que no significa que apruebe, los comportamientos disruptivos de los hombres con el alcohol, como una borrachera. Pero no sucede así con las mujeres: la mujer que bebe rompe con lo que se espera de ella, con el estereotipo de buena progenitora, buena esposa, buena hija… Por este motivo, a una fémina se le va a juzgar más duramente que a un hombre, da igual que se trate de una adolescente o de una persona mayor". Existe un estigma que, según un reciente informe de la Fundación de Ayuda contra la drojadicción (FAD), en colaboración con el Plan Nacional sobre drojas, aún se perpetúa en la sociedad más joven.
La trampa del alcohol de 'los fuertes' y 'las débiles'
El nuevo documento, que analiza cómo influyen los estereotipos en el consumo de drojas entre los jóvenes de 16 a 24 años, concluye que el consumo de alcohol se asocia a cierta idea de masculinidad en ese grupo de edad. Por eso beber se convierte para ellos en un refuerzo de la percepción de su rol de género. Entre las jóvenes, sin embargo, el consumo de alcohol está asociado al deterioro, lo que no evita que más cantidad de chicas que de chicos se inicien en el consumo entre los 14 y los 18 años. Según la Encuesta sobre el uso de drojas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES), un 76,9% de las adolescentes de esa edad admite haberse emborrachado en los últimos 30 días, por un 74,3% de sus compañeros.
El nuevo informe señala que tanto los unos como las otras penalizan socialmente a las adolescentes y a las jóvenes que beben, probablemente por la idea de que ellas necesitan más protección. El nuevo trabajo corrobora que hay una manera generalizada de ver el consumo de drojas en función del sesso, en la que el alcohol está incluido. Los chicos que participaron en la elaboración del informe expresaron que el mayor peligro que veían en el consumo de drojas es meterse en peleas, mientras que las chicas señalaron el de sufrir una agresión sensual. Los datos coinciden con la visión de Martínez, quien piensa que las diferencias de género son "mandatos interiorizados, basados en el estereotipo de la debilidad de la mujer frente a la fortaleza de los hombres". Según ella, el hecho de que el alcohol se ligue tradicionalmente a la "dureza masculina" es el motivo por el que la mujer se asocia habitualmente a las bebidas suaves.
Y es que los sesgos de género dejan su huella hasta en el inventario de bebidas alcohólicas. La mercadotecnia ha contribuido a fortalecer la aceptación popular de que existen las "bebidas de mujeres", que son las que se asocian a destilados de poca graduación o dulces, como el chardonnay y ciertos licores afrutados. Las "bebidas de hombres" están en las botellas de bourbon, coñac, orujo y aguardiente, por poner unos ejemplos. Lo cierto es que, aunque en general, y "por cuestiones biológicas, la misma cantidad de alcohol es más dañina en mujeres que en hombres", según asegura el médico experto en adicciones de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria Rodrigo Córdoba, "la ingesta de alcohol no tiene ningún beneficio para el organismo". Ni para el masculino ni para el femenino.
Pero el estigma les persigue a ellas más que a ellos. En el caso de las madres, la ingesta de una bebida para adultos es un plus en la factura de "mala progenitora". Muy mala progenitora, según la moda actual de las fiestas familiares a las que acuden los padres, en las que la premisa es el 0% para los adultos. El objetivo es que no haya ninguna bebida alcohólica en el campo visual de los pequeños, lo que no es negativo necesariamente. La psicóloga infantil Bárbara Zapico asegura que consumir alcohol de manera responsable delante de los hijos no genera efectos nocivos en los niños. Es más, precisamente esconderlo sea lo más preocupante de todo.
Una adición invisible
Según las estadísticas del Plan Nacional sobre drojas, 13.500 personas al año demandan atención sanitaria por problemas de dependencia a la bebida. El psiquiatra especializado en alcoholismo del Hospital Universitario 12 de Octubre Francisco Arias matiza que "esa cifra es solo la punta del iceberg, no refleja la magnitud del problema real porque la gran mayoría de pacientes con problemas de consumo no demanda asistencia, y es un tema de enorme relevancia en salud pública, directamente relacionado con una alta mortalidad. Un alto porcentaje de ingresos hospitalarios, urgencias y consultas en atención primaria tiene que ver con problemas derivados de consumo de alcohol".
Y el alcoholismo femenino en una realidad escondida en la más absoluta soledad, ajena en la mayoría de los casos a bares y locales nocturnos, a diferencia de lo que sucede en los casos en los que los protagonistas son hombres. Así, en las terapias de grupo son frecuentes los testimonios de mujeres que ocultan a su familia la adicción, escondiendo la botella en la caja de la cisterna del WC. El sentimiento de culpa se vuelve asfixiante cuando hay hijos de por medio, y eso que, a pesar de los prejuicios, en un buen número de ocasiones la gestión de la adicción no interfiere ni en la familia ni en el trabajo; una ingesta con horarios y normas inflexibles.
La educadora social Patricia Martínez añade que "las mujeres tienen muchas más dificultades para pedir ayuda. En general, en el caso de los hombres alcohólicos, aunque su entorno se enfade con él, lo normal es que le acompañe en el tratamiento. Y si es padre, la familia se ocupará de sus hijos durante el proceso. En el caso de las mujeres, es frecuente el rechazo en su núcleo familiar y que no obtenga ningún tipo de ayuda en el cuidado de sus hijos, hasta el punto que los servicios sociales le acaben retirando la custodia. Esta situación hace que muchas mujeres ni se planteen someterse a un tratamiento, por el pánico a que les quiten a sus hijos".
La penalización social también interfiere en el empeoramiento de la salud. "Es una dinámica de género muy concreta. Al ocultar tanto el consumo de alcohol, cuando el entorno detecta el problema, los comportamientos de la mujer ya son muy disruptivos, en un momento grave de la adicción con consecuencias importantes en su organismo", apunta Martínez Redondo. Por su parte, la psicóloga Bárbara Zapico apunta que, en casos en los que ambos progenitores tengan problemas con el alcohol, los hijos pueden desarrollar un mayor castigo hacia las madres, por la concepción de la mujer como principal cuidadora.
El alcohol no afecta a todas las personas por igual, y no es que, mientras unas parecen tener un agujero cuando se asientan en la barra del bar, otras no pueden cargar ni con un par de cervezas sin tambalearse. Es que la percepción social de la bebida cambia por completo según si la toman los hombres o las mujeres. El alcohol, igual que el tabaco, fue un producto exclusivo de los hombres hasta principios del siglo XX, cuando se identificaba con el ocio (que también era patrimonio de ellos). Por eso sostener un cigarrillo o una bebida alcohólica fue una actitud subversiva para las mujeres hasta hace no muchas décadas. Y fue algo chocante para todos hasta que, finalmente, acabó normalizándose socialmente... aunque solo con ciertos matices. Un elemento tan asociado a arraigos sociales como el alcohol siempre tiene sombras, tabúes y estigmas, y muchos de ellos caen, con todo su peso, sobre las espaldas de las mujeres.
Según la educadora social y antropóloga experta en género y drojas Patricia Martínez, "la sociedad asimila, lo que no significa que apruebe, los comportamientos disruptivos de los hombres con el alcohol, como una borrachera. Pero no sucede así con las mujeres: la mujer que bebe rompe con lo que se espera de ella, con el estereotipo de buena progenitora, buena esposa, buena hija… Por este motivo, a una fémina se le va a juzgar más duramente que a un hombre, da igual que se trate de una adolescente o de una persona mayor". Existe un estigma que, según un reciente informe de la Fundación de Ayuda contra la drojadicción (FAD), en colaboración con el Plan Nacional sobre drojas, aún se perpetúa en la sociedad más joven.
La trampa del alcohol de 'los fuertes' y 'las débiles'
El nuevo documento, que analiza cómo influyen los estereotipos en el consumo de drojas entre los jóvenes de 16 a 24 años, concluye que el consumo de alcohol se asocia a cierta idea de masculinidad en ese grupo de edad. Por eso beber se convierte para ellos en un refuerzo de la percepción de su rol de género. Entre las jóvenes, sin embargo, el consumo de alcohol está asociado al deterioro, lo que no evita que más cantidad de chicas que de chicos se inicien en el consumo entre los 14 y los 18 años. Según la Encuesta sobre el uso de drojas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES), un 76,9% de las adolescentes de esa edad admite haberse emborrachado en los últimos 30 días, por un 74,3% de sus compañeros.
El nuevo informe señala que tanto los unos como las otras penalizan socialmente a las adolescentes y a las jóvenes que beben, probablemente por la idea de que ellas necesitan más protección. El nuevo trabajo corrobora que hay una manera generalizada de ver el consumo de drojas en función del sesso, en la que el alcohol está incluido. Los chicos que participaron en la elaboración del informe expresaron que el mayor peligro que veían en el consumo de drojas es meterse en peleas, mientras que las chicas señalaron el de sufrir una agresión sensual. Los datos coinciden con la visión de Martínez, quien piensa que las diferencias de género son "mandatos interiorizados, basados en el estereotipo de la debilidad de la mujer frente a la fortaleza de los hombres". Según ella, el hecho de que el alcohol se ligue tradicionalmente a la "dureza masculina" es el motivo por el que la mujer se asocia habitualmente a las bebidas suaves.
Y es que los sesgos de género dejan su huella hasta en el inventario de bebidas alcohólicas. La mercadotecnia ha contribuido a fortalecer la aceptación popular de que existen las "bebidas de mujeres", que son las que se asocian a destilados de poca graduación o dulces, como el chardonnay y ciertos licores afrutados. Las "bebidas de hombres" están en las botellas de bourbon, coñac, orujo y aguardiente, por poner unos ejemplos. Lo cierto es que, aunque en general, y "por cuestiones biológicas, la misma cantidad de alcohol es más dañina en mujeres que en hombres", según asegura el médico experto en adicciones de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria Rodrigo Córdoba, "la ingesta de alcohol no tiene ningún beneficio para el organismo". Ni para el masculino ni para el femenino.
Pero el estigma les persigue a ellas más que a ellos. En el caso de las madres, la ingesta de una bebida para adultos es un plus en la factura de "mala progenitora". Muy mala progenitora, según la moda actual de las fiestas familiares a las que acuden los padres, en las que la premisa es el 0% para los adultos. El objetivo es que no haya ninguna bebida alcohólica en el campo visual de los pequeños, lo que no es negativo necesariamente. La psicóloga infantil Bárbara Zapico asegura que consumir alcohol de manera responsable delante de los hijos no genera efectos nocivos en los niños. Es más, precisamente esconderlo sea lo más preocupante de todo.
Una adición invisible
Según las estadísticas del Plan Nacional sobre drojas, 13.500 personas al año demandan atención sanitaria por problemas de dependencia a la bebida. El psiquiatra especializado en alcoholismo del Hospital Universitario 12 de Octubre Francisco Arias matiza que "esa cifra es solo la punta del iceberg, no refleja la magnitud del problema real porque la gran mayoría de pacientes con problemas de consumo no demanda asistencia, y es un tema de enorme relevancia en salud pública, directamente relacionado con una alta mortalidad. Un alto porcentaje de ingresos hospitalarios, urgencias y consultas en atención primaria tiene que ver con problemas derivados de consumo de alcohol".
Y el alcoholismo femenino en una realidad escondida en la más absoluta soledad, ajena en la mayoría de los casos a bares y locales nocturnos, a diferencia de lo que sucede en los casos en los que los protagonistas son hombres. Así, en las terapias de grupo son frecuentes los testimonios de mujeres que ocultan a su familia la adicción, escondiendo la botella en la caja de la cisterna del WC. El sentimiento de culpa se vuelve asfixiante cuando hay hijos de por medio, y eso que, a pesar de los prejuicios, en un buen número de ocasiones la gestión de la adicción no interfiere ni en la familia ni en el trabajo; una ingesta con horarios y normas inflexibles.
La educadora social Patricia Martínez añade que "las mujeres tienen muchas más dificultades para pedir ayuda. En general, en el caso de los hombres alcohólicos, aunque su entorno se enfade con él, lo normal es que le acompañe en el tratamiento. Y si es padre, la familia se ocupará de sus hijos durante el proceso. En el caso de las mujeres, es frecuente el rechazo en su núcleo familiar y que no obtenga ningún tipo de ayuda en el cuidado de sus hijos, hasta el punto que los servicios sociales le acaben retirando la custodia. Esta situación hace que muchas mujeres ni se planteen someterse a un tratamiento, por el pánico a que les quiten a sus hijos".
La penalización social también interfiere en el empeoramiento de la salud. "Es una dinámica de género muy concreta. Al ocultar tanto el consumo de alcohol, cuando el entorno detecta el problema, los comportamientos de la mujer ya son muy disruptivos, en un momento grave de la adicción con consecuencias importantes en su organismo", apunta Martínez Redondo. Por su parte, la psicóloga Bárbara Zapico apunta que, en casos en los que ambos progenitores tengan problemas con el alcohol, los hijos pueden desarrollar un mayor castigo hacia las madres, por la concepción de la mujer como principal cuidadora.