En reconocimiento a las facilidades dadas por el Gobierno español para el rodaje del film en las afueras de Madrid, el productor Samuel Bronston hizo un hueco a España entre las potencias ocupantes de China: en la primera escena del film, la bandera rojigualda es izada en la embajada española a los sones de la Marcha Real al igual que hacen ingleses, franceses, alemanes, rusos, italianos, japoneses y americanos en sus respectivas sedes. Además, en otra escena, el embajador español, interpretado por el entonces famoso actor Alfredo Mayo, es tratado de igual a igual por las potencias e incluso hace una breve apología del valor de los españoles en su negativa a abandonar Pekín ante la amenaza de los bóxers. La realidad histórica es bien distinta: En 1900, España salía de una humillante derrota militar ante EEUU, en la que había perdido los últimos restos de su imperio, y podía considerarse cualquier cosa menos una potencia europea a la altura de Gran Bretaña o Francia. Y por supuesto, no disponía de la menor posesión territorial o comercial en China aparte de algunos misioneros desperdigados por las ciudades costeras.