Unos más y otros menos.
Esto nos demuestra, una vez más, que las semejanzas entre el mono y el hombre, en las que tanto se insiste, son semejanzas seleccionadas de acuerdo a la hipótesis evolucionísta. Las semejanzas que no encajan en la hipótesis, se silencian.
De este modo, como acabamos de ver, en la capacidad de emitir sonidos articulados, característica altísimamente peculiar del hombre, somos semejantes al loro. En cuanto a la forma, tamaño relativo y posición de los órganos internos (las vísceras), el animal más parecido al hombre no es ciertamente el mono, sino el lechón (en otros aspectos también ... ). De acuerdo a la estructura del pie, el animal más parecido al hombre es el oso polar. De acuerdo al tamaño y forma del cerebro (no sólo más grande, sino con un grado de cefalización -esto es, franco predominio del lóbulo frontal, asiento de las actividades psíquicas superiores- muchísimo más avanzado que los personajes), el animal más parecido al hombre es el delfín. En nuestros hábitos alimenticios (omnívoros), somos mucho más semejantes, nuevamente, al lechón y a la rata (sin suspicacias, por favor) que a los monos, la mayoría de los cuales son frugívoros. Y seguiría una larga lista de etcétera. Todo lo cual no hace sino corroborar lo que vengo diciendo: semejanza no prueba parentesco.
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