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Cualquier aficionado a la Historia sabe que uno de los grandes misterios que ocurrieron en plena Segunda Guerra Mundial fue el inaudito lanzamiento en paracaídas de Rudolph Hess sobre Escocia. Desconcertante y aparentemente absurda, aquella visita tan poco convencional acaecida en mayo de 1941 y que terminó con el encarcelamiento de su protagonista hasta el fin de sus días, ha suscitado siempre montones de teorías, la mayoría de las cuales giran en torno a una presunta y nunca aclarada oferta de paz del régimen nancy.
La última incorporada a la lista y formulada recientemente por el historiador Peter Padfield insiste en esa dirección. Según explica, Hess, que era la mano derecha de Hitler, llevaba una propuesta del Führer de retirar sus ejércitos de Europa occidental a cambio de que el gobierno británico le concediera libertad plena para llevar a cabo su previsto ataque a la URSS, el que se conoció como Operación Barbarroja y que, en efecto, empezó al mes siguiente.
Según el historiador, un informador le confesó que él y otros germanoparlantes fueron reunidos por el MI6 en la sede de la BBC para que tradujeran un documento que resultó ser la citada proposición de Hitler, escrita en papel oficial de la Cancillería alemana. Al parecer llevaba anexa una traducción pero los servicios secretos querían asegurarse.
El informador, cuya identidad no revela Padfield pero sí dice que era un académico universitario ya fallecido, explicó que las dos primeras páginas detallaban con precisión la fecha del ataque y los objetivos en la URSS, además de desgranar una serie de instrucciones para que Gran Bretaña pudiera mantenerse en lo que denominaba wohlwollende neutralitat (buena voluntad de neutralidad), conservando su ejército y su imperio a cambio de que la Wehrmacht se retirara de la parte occidental del continente.
Padfield, que ya había publicado biografías de personajes de entonces como Karl Dönitz, Heinrich Himmler y el propio Hess, cuenta todo esto en un libro y opina que el tratado no se aceptó porque hubiera echado por tierra los esfuerzos de Churchill por implicar a EEUU en el conflicto, al romper con los otros aliados, y le hubiera debilitado a posteriori en hipotéticas negociaciones por haber cedido.
Ningún archivo oficial conocido menciona ese documento y el historiador cree que se debe a la protección dada a la reputación de los protagonistas de entonces, entre los cuales podría figurar la Familia Real, acaso implicada en la oferta. O quizá Hess llevaba información sobre el inminente inicio del Holocausto judío. En realidad es imposible de saber porque, al parecer, el informador dejó de establecer contacto con él después de hablar con los servicios de seguridad del Estado.
Padfield apoya toda esta tesis con otras pruebas, entre ellas la existencia de un par de inventarios de objetos que llevaba Hess cuando fue detenido y que tampoco han sido hecho públicos nunca. También las declaraciones de algunos testigos, como una mujer que vivía cerca de Eaglesham, en las inmediaciones de Glasgow, donde el tomó tierra el jerarca alemán, según la cual la policía ordenó buscar un valioso documento que faltaba y que fue hallado poco después algo maltrecho.
Pese que hablaba inglés con fluidez, Hess habría utilizado un traductor especialista del Ministerio de Exteriores alemán para elaborar el documento, algo que indicaría la aprobación oficial previa del Führer. Sin embargo, Hitler jamás lo admitió y descalificó a su ayudante como corrupto. Lo cierto es que Hess fue retenido en Gran Bretaña y luego, al finalizar la guerra, acabó procesado en Nuremberg. Se le recluyó en Spandau, de donde no salió más. Tras su suicidio en 1987 no faltaron voces, entre ellas las de su hijo, que acusaron al estado británico de asesinarle para proteger secretos.
Y en algo sí que llevaba razón Hitler. La oleada turística de la URSS fue demasiado para Alemania, incapaz de atender tantos frentes. Perdió la guerra y, precediendo cuarenta y dos años a su ayudante, también se quitó la vida.
FUENTE
La última incorporada a la lista y formulada recientemente por el historiador Peter Padfield insiste en esa dirección. Según explica, Hess, que era la mano derecha de Hitler, llevaba una propuesta del Führer de retirar sus ejércitos de Europa occidental a cambio de que el gobierno británico le concediera libertad plena para llevar a cabo su previsto ataque a la URSS, el que se conoció como Operación Barbarroja y que, en efecto, empezó al mes siguiente.
Según el historiador, un informador le confesó que él y otros germanoparlantes fueron reunidos por el MI6 en la sede de la BBC para que tradujeran un documento que resultó ser la citada proposición de Hitler, escrita en papel oficial de la Cancillería alemana. Al parecer llevaba anexa una traducción pero los servicios secretos querían asegurarse.
El informador, cuya identidad no revela Padfield pero sí dice que era un académico universitario ya fallecido, explicó que las dos primeras páginas detallaban con precisión la fecha del ataque y los objetivos en la URSS, además de desgranar una serie de instrucciones para que Gran Bretaña pudiera mantenerse en lo que denominaba wohlwollende neutralitat (buena voluntad de neutralidad), conservando su ejército y su imperio a cambio de que la Wehrmacht se retirara de la parte occidental del continente.
Padfield, que ya había publicado biografías de personajes de entonces como Karl Dönitz, Heinrich Himmler y el propio Hess, cuenta todo esto en un libro y opina que el tratado no se aceptó porque hubiera echado por tierra los esfuerzos de Churchill por implicar a EEUU en el conflicto, al romper con los otros aliados, y le hubiera debilitado a posteriori en hipotéticas negociaciones por haber cedido.
Ningún archivo oficial conocido menciona ese documento y el historiador cree que se debe a la protección dada a la reputación de los protagonistas de entonces, entre los cuales podría figurar la Familia Real, acaso implicada en la oferta. O quizá Hess llevaba información sobre el inminente inicio del Holocausto judío. En realidad es imposible de saber porque, al parecer, el informador dejó de establecer contacto con él después de hablar con los servicios de seguridad del Estado.
Padfield apoya toda esta tesis con otras pruebas, entre ellas la existencia de un par de inventarios de objetos que llevaba Hess cuando fue detenido y que tampoco han sido hecho públicos nunca. También las declaraciones de algunos testigos, como una mujer que vivía cerca de Eaglesham, en las inmediaciones de Glasgow, donde el tomó tierra el jerarca alemán, según la cual la policía ordenó buscar un valioso documento que faltaba y que fue hallado poco después algo maltrecho.
Pese que hablaba inglés con fluidez, Hess habría utilizado un traductor especialista del Ministerio de Exteriores alemán para elaborar el documento, algo que indicaría la aprobación oficial previa del Führer. Sin embargo, Hitler jamás lo admitió y descalificó a su ayudante como corrupto. Lo cierto es que Hess fue retenido en Gran Bretaña y luego, al finalizar la guerra, acabó procesado en Nuremberg. Se le recluyó en Spandau, de donde no salió más. Tras su suicidio en 1987 no faltaron voces, entre ellas las de su hijo, que acusaron al estado británico de asesinarle para proteger secretos.
Y en algo sí que llevaba razón Hitler. La oleada turística de la URSS fue demasiado para Alemania, incapaz de atender tantos frentes. Perdió la guerra y, precediendo cuarenta y dos años a su ayudante, también se quitó la vida.
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