Los esclavos neցros
Comenzando por la población de origen joven, como sabemos, su presencia en Extremadura estuvo estrechamente relacionada con la proximidad del Reino portugués, desde donde se introducían estos esclavos a tierras castellanas. Gran parte de ellos llegaban directamente desde las factorías lusas en África, tal y como se deduce del calificativo de
cubreboca empleado para designarlos, término que hace referencia a que aún no conocían el idioma ni las costumbres peninsulares, es decir, que acaban de ser desembarcados. Es muy posible que estos esclavos, en tales circunstancias, ni siquiera fueran capaces de pronunciar sus nombres correctamente, pero todos portaban los nombres cristianos que les habían impuesto en un bautismo reciente recibido en la misma costa o nada más llegar a Portugal
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Analizando los nombres propios de los esclavos neցros que fueron traspasados en los principales mercados extremeños durante la Edad Moderna —Badajoz, Trujillo, Cáceres, Llerena, Jerez de los Caballeros y especialmente Zafra— podemos comprobar que estos esclavos raramente contaban con apellidos, simplemente se les designaba con el nombre de pila, encontrando una gran variedad onomástica, a pesar de que se observa la tendencia a repetir ciertos nombres. Entre los varones predominaban aquellos llamados Juan (también Joan), Antonio (o Antón) y Francisco y entre las mujeres María, Isabel, Catalina, Francisca, Juana y Ana.
Su paso por Portugal explicaría que hallemos nombres como Paulo, Tomé o Duarte, forma portuguesa de Pablo, Tomás y Eduardo. En general, los nombres propios que se les daba a los esclavos no eran muy distintos de aquellos que tenía la población libre
3 y que solían corresponderse con las principales advocaciones de la época, aunque también guardaban cierta relación con los nombres de los monarcas reinantes o de sus hijos. En este sentido, son nombres que difieren poco de las nominaciones de los esclavos del mismo origen presentes en otros espacios peninsulares como Andalucía
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Un aspecto a resaltar es que, mientras en el momento de la venta es excepcional encontrar esclavos neցros con apellidos, no lo es tanto cuando sus amos les conceden la libertad. Normalmente, estos apellidos coinciden con los de los dueños, como Antonia de Carvajal, esclava de la cacereña Jimena Álvarez, viuda de Jerónimo de Carvajal
5 o los neցros Alonso Rubio y Francisco Rubio, liberados por los herederos de su amo que se llamaba Juan Rubio el viejo
6. Considerando que, en la mayor parte de los casos, los esclavos liberados habían permanecido durante largo tiempo sirviendo en la misma casa, es lógico que asumieran el apellido de la familia a la que pertenecían, pudiendo considerarse esta tras*misión nominal como un signo que afianzaba la pertenencia y la propiedad. Pero no deja de ser significativo que sea en el instante en que van a ser ahorrados cuando los documentos reflejen esa circunstancia y no en otro, lo que podría interpretarse como la creación de un vínculo entre el esclavo y sus propietarios que pretende mantenerse a pesar de la liberación. En este sentido hay que recordar que los libertos, según la ley, seguían en cierta medida unidos a las personas que les habían concedido la gracia de la libertad
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