A mi peque le solían dar ataques febriles. La primera fue la peor de todas, pasados dos meses, le volvio a dar una por la mañana acompañada de mi progenitora. Me llamo por teléfono y directos a urgencias. Lo bueno de pediatría es que te atienden casi al momento, más si es una urgencia real. Como había mucho tráfico, mi progenitora se bajo del coche intentando ganar tiempo, Diez minutos más que ella tarde en llegar a las puertas del hospital. Entro como un miura en Las Ventas, paso acelerado por la zona de enfermeras buscando a mi pequeñaja, en la segunda habitación veo a tres médicos nervisosos otra persona vestida de calle sentada y a mi hija tumbada en una cama de observación.
El ambiente de inquietud entre ellos me acelera aún más, sale uno y me pregunta a ver si soy el padre, asiento con la cabeza y lamento un par de veces: ¡es mi hija, es mi hija! de repente, me vuelvo a fijar en la mujer sentada que niega con cara de asombro que yo no soy el padre. Más nervioso que me pongo, miro a la niña, juraría que es mi hija, me acerco un poco más, echo un tercer vistazo, me pongo rojo, expreso mi equivoción y pies en polvorosa ¿donde está mi hija?