Cirujano de hierro
Será en Octubre
Este licor tradicional comenzó a asociarse con la estética pin-up a mediados de los años 50
Así de primeras no suena demasiado sexy. Si les digo «anís», ustedes automáticamente pensarán en rosquillas, abuelas levemente achispadas, mesas camilla, lingotazos de sol y sombra y villancicos. Pero hubo un tiempo en el que esta bebida espirituosa fue una de las más consumidas en España y además su imagen estuvo íntimamente relacionada con un ligero erotismo castizo. Nada demasiado explícito, por supuesto, porque hablamos de la publicidad en tiempos franquistas, pero más de uno arqueará hoy la ceja al constatar la antigua libidinosidad del anisete del mueble-bar.
El anís, aguardiente de vino con esencia de matalahúva, hinojo o anís estrellado, se consume en España desde hace siglos y fue uno de los primeros licores en vender embotellado en torno a 1870, ganando mucha popularidad gracias a que se creyó que ayudaba a contrarrestar el cólera, la silicosis y otras enfermedades respiratorias. Espirituosos anisados como la cazalla, el chinchón, el ojén o el aguardiente de Rute ya eran famosos antes de que nacieran Anís del Mono (1870) o Anís de la Asturiana (1895), las dos marcas más populares del siglo XX y las que arrastraron con ellas a los demás fabricantes, poniendo en boga las botellas estriadas o el uso de la publicidad. Sería el anís con pedigrí asturiano de Francisco Serrano López el que precisamente pusiera de moda el uso de la estética pin-up aplicada al anís.
Cartel de Anís de la Asturiana, ca. 1958. / TODOCOLECCIÓN
Con una graduación alcohólica del 40% o más, el anís era a finales del siglo XIX un licor para hombres y muestra de ello son los nombres de las marcas registradas a partir de la puesta en marcha del Boletín Oficial de Propiedad Industrial en 1886: El Cazador Manchego, El Caballo, El Lince, El Tigre, El Andaluz, Don Quijote, Anís del Gallo, El Imparcial… Sin embargo, pocas décadas después, los animales y los guiños viriles dieron paso a dos curiosas tendencias: por un lado, las marcas relacionadas con algún personaje famoso (sobre todo toreros y artistas) y por el otro las referencias femeninas. Eran éstas casi siempre regionales y locales, con una gallarda joven en la etiqueta a punto de empinar el codo y con nombres tan sonoros como La Tomellosera, La Cordobesa, La Vizcaína, La Zamorana, La Española, La Granadina, La Toledana, La Castellana o La Montañesa. La Flor de Andalucía lucía una linda flamenca en su botella, igual que La etniana y La Dolores, mientras que La Violetera mostraba una ídem y el anís San Fernando una maja con peineta abrazada a la cazalla.
«Lucena Hermanos», una destilería de Cazalla de la Sierra (Sevilla), abrió la puerta al anisado sexy primero con sus carteles, repletos de seductoras mujeres vestidas al uso de la época, y después con su anís Miss Andalucía, para cuya etiqueta posó Adelina Borza, elegida como la andaluza más guapa en 1933. La Guerra Civil y la dictadura franquista pusieron freno a esta tímida erotización del anís pero no a su creciente consumo entre las féminas. Su uso como ingrediente de repostería y la aparente inocuidad pese a sus muchos grados de alcohol de las variedades dulces se sumaron para convertir al anís en la bebida de referencia de la población femenina, ya fuera a palo seco o preferentemente en forma de «paloma», mezclado con agua y hielo.
El auge de otros destilados como el coñac y el whisky a finales de los años 50 motivó que los fabricantes de anís volvieran a usar la baza de la sensualidad en sus campañas publicitarias. La inocente campesina de La Asturiana, con su traje regional y sus madreñas, vio cómo la largura de su falda se acortó progresivamente desde 1949 (por los tobillos) hasta 1965, convirtiéndose directamente en minifalda. Los carteles de este anís elaborado en Quintanar de la Orden (Toledo) y Oviedo se llenaron de sugerentes aldeanas con las faldas levantadas, muy semejantes a las ilustraciones que desde Estados Unidos habían llegado de contrabando hasta poco antes. «Su presencia siempre agrada», decía el eslogan, y no era de extrañar. Las pantorrillas al aire y las sonrisas sugestivas de la Asturiana crearon escuela y poco después aparecieron en anuncios de otros fabricantes como los de destilerías Senriera (Valencia). El final de los 60 vio venir los carteles fotográficos del Anís de la Praviana (misma saga familiar que la Asturiana), protagonizados por modernas mujeres que se sentaban directamente en la barra del bar y pedían, eso sí, una copita de anís. Y nosotros pensando que el anís es de abuelas.
Cuando el anís se hizo sexy
Así de primeras no suena demasiado sexy. Si les digo «anís», ustedes automáticamente pensarán en rosquillas, abuelas levemente achispadas, mesas camilla, lingotazos de sol y sombra y villancicos. Pero hubo un tiempo en el que esta bebida espirituosa fue una de las más consumidas en España y además su imagen estuvo íntimamente relacionada con un ligero erotismo castizo. Nada demasiado explícito, por supuesto, porque hablamos de la publicidad en tiempos franquistas, pero más de uno arqueará hoy la ceja al constatar la antigua libidinosidad del anisete del mueble-bar.
El anís, aguardiente de vino con esencia de matalahúva, hinojo o anís estrellado, se consume en España desde hace siglos y fue uno de los primeros licores en vender embotellado en torno a 1870, ganando mucha popularidad gracias a que se creyó que ayudaba a contrarrestar el cólera, la silicosis y otras enfermedades respiratorias. Espirituosos anisados como la cazalla, el chinchón, el ojén o el aguardiente de Rute ya eran famosos antes de que nacieran Anís del Mono (1870) o Anís de la Asturiana (1895), las dos marcas más populares del siglo XX y las que arrastraron con ellas a los demás fabricantes, poniendo en boga las botellas estriadas o el uso de la publicidad. Sería el anís con pedigrí asturiano de Francisco Serrano López el que precisamente pusiera de moda el uso de la estética pin-up aplicada al anís.
Cartel de Anís de la Asturiana, ca. 1958. / TODOCOLECCIÓN
Con una graduación alcohólica del 40% o más, el anís era a finales del siglo XIX un licor para hombres y muestra de ello son los nombres de las marcas registradas a partir de la puesta en marcha del Boletín Oficial de Propiedad Industrial en 1886: El Cazador Manchego, El Caballo, El Lince, El Tigre, El Andaluz, Don Quijote, Anís del Gallo, El Imparcial… Sin embargo, pocas décadas después, los animales y los guiños viriles dieron paso a dos curiosas tendencias: por un lado, las marcas relacionadas con algún personaje famoso (sobre todo toreros y artistas) y por el otro las referencias femeninas. Eran éstas casi siempre regionales y locales, con una gallarda joven en la etiqueta a punto de empinar el codo y con nombres tan sonoros como La Tomellosera, La Cordobesa, La Vizcaína, La Zamorana, La Española, La Granadina, La Toledana, La Castellana o La Montañesa. La Flor de Andalucía lucía una linda flamenca en su botella, igual que La etniana y La Dolores, mientras que La Violetera mostraba una ídem y el anís San Fernando una maja con peineta abrazada a la cazalla.
«Lucena Hermanos», una destilería de Cazalla de la Sierra (Sevilla), abrió la puerta al anisado sexy primero con sus carteles, repletos de seductoras mujeres vestidas al uso de la época, y después con su anís Miss Andalucía, para cuya etiqueta posó Adelina Borza, elegida como la andaluza más guapa en 1933. La Guerra Civil y la dictadura franquista pusieron freno a esta tímida erotización del anís pero no a su creciente consumo entre las féminas. Su uso como ingrediente de repostería y la aparente inocuidad pese a sus muchos grados de alcohol de las variedades dulces se sumaron para convertir al anís en la bebida de referencia de la población femenina, ya fuera a palo seco o preferentemente en forma de «paloma», mezclado con agua y hielo.
El auge de otros destilados como el coñac y el whisky a finales de los años 50 motivó que los fabricantes de anís volvieran a usar la baza de la sensualidad en sus campañas publicitarias. La inocente campesina de La Asturiana, con su traje regional y sus madreñas, vio cómo la largura de su falda se acortó progresivamente desde 1949 (por los tobillos) hasta 1965, convirtiéndose directamente en minifalda. Los carteles de este anís elaborado en Quintanar de la Orden (Toledo) y Oviedo se llenaron de sugerentes aldeanas con las faldas levantadas, muy semejantes a las ilustraciones que desde Estados Unidos habían llegado de contrabando hasta poco antes. «Su presencia siempre agrada», decía el eslogan, y no era de extrañar. Las pantorrillas al aire y las sonrisas sugestivas de la Asturiana crearon escuela y poco después aparecieron en anuncios de otros fabricantes como los de destilerías Senriera (Valencia). El final de los 60 vio venir los carteles fotográficos del Anís de la Praviana (misma saga familiar que la Asturiana), protagonizados por modernas mujeres que se sentaban directamente en la barra del bar y pedían, eso sí, una copita de anís. Y nosotros pensando que el anís es de abuelas.
Cuando el anís se hizo sexy