La Iglesia Católica y la creación de la Universidad, por THOMAS E. WOODS, JR.
El conocimiento sustancial de los tiempos medievales que se produjo en el siglo XX debería haber sepultado esa caricatura acondroplásica (de la Iglesia) de una vez por todas, pero aquí tenemos otro caso de conocimiento especializado que no ha sido orientado para llegar al público en general.
Fue, después de todo, en la Edad Media que la Universidad comenzó a existir. La universidad, que se desarrolló y maduró en la Europa católica, fue un fenómeno novedoso de la historia europea. Nada como ella había existido en las antiguas Grecia o Roma. La institución que reconocemos hoy, con sus facultades, cursos de estudio, exámenes y grados; así como con la distinción común entre alumno y graduado, nos viene directamente del mundo medieval. Y no sorprende que la Iglesia haya hecho mucho para promover el sistema de la naciente universidad ya que, de acuerdo al historiador Lowrie Daly, "era la única institución en Europa que mostró un interés consistente en la preservación y el cultivo del conocimiento".
Los orígenes precisos de la primera de las universidades están perdidos en la oscuridad, aunque la imagen se hace cada vez más clara si nos remontamos al siglo trece. No podemos dar fechas exactas para la aparición de las universidades en París y Boloña, Oxenford y Cambridge, ya que evolucionaron en un periodo de tiempo: el primer inicio se dio como escuelas en las catedrales y el último como reuniones informales de maestros y alumnos; pero podemos decir con seguridad que el proceso ocurrió durante la segunda mitad del siglo trece.
Para identificar una escuela medieval particular como universidad, debemos buscar ciertas características. Por un lado, una universidad tenía un corazón de textos obligatorios, con los que los profesores enseñaban y con los que generaban sus propios aportes. Una universidad también estaba caracterizada por los programas bien definidos que duraban una cierta cantidad de años, así como el otorgamiento de grados. Esta concesión de un grado, dado que permitía que quien lo recibiera fuera considerado "maestro" (master), hizo que se admitiera a nuevas personas en el gremio docente. Pese a que las universidades con frecuencia lucharon con autoridades externas en pos de un gobierno propio, por lo general lo lograron. También buscaron y recibieron el reconocimiento legal como una corporación.
El papado jugó un rol central, sino exclusivo, en el establecimiento y el aliento de las universidades. Naturalmente, la concesión de un documento a una universidad era un indicador de este rol papal. Unas 81 universidades se establecieron por el tiempo de la Reforma. De estas, 33 tenían un documento papal, 15 un decreto real o imperial, 20 tenían ambos y 13 no tenían ninguno. Además, la perspectiva aceptada era que una universidad no podía conceder grados sin la aprobación del Papa, el rey o el emperador. El Papa Inocencio IV oficialmente concedió este privilegio a la Universidad de Oxford, por ejemplo, en 1524. (De hecho) el Papa y el emperador (en teoría) tenían la autoridad sobre toda la cristiandad y por esta razón era a ellos a quien una universidad solicitaba autorización para poder conceder los grados. Ya con la aprobación de una o de las dos figuras universales, los grados de la universidad serían reconocidos en toda la cristiandad. De otro lado, los grados conferidos solo con la aprobación de los monarcas nacionales eran considerados válidos solo en el reino en el que habían sido otorgados.
En algunos casos, incluyendo en particular las universidades de Boloiña, Oxford y París, quien recibía el grado de maestro podía enseñar en cualquier lugar del mundo (ius ubique docendi). Es el documento del Papa Gregorio IX sobre la Universidad de Toulouse en 1233 en el que vemos por primera vez esa fórmula y, por eso, este documento se convirtió en un modelo para el futuro. La idea era que esos maestros pudieran unirse libremente a otras facultades en Europa occidental, aunque en la práctica cada institución prefería examinar a los candidatos por sí misma antes de admitirlos. Sin embargo, este privilegio conferido por los papas sin duda jugó un papel importante en el fomento de la difusión de conocimientos y en la difusión de la idea de una comunidad académica internacional.
Y no sorprende que la Iglesia haya hecho mucho para promover el sistema de la naciente universidad ya que, de acuerdo al historiador Lowrie Daly, era la única institución en Europa que mostró un interés consistente en la preservación y el cultivo del conocimiento".
El rol papal no se confinó a estos asuntos sino que se extendió a muchos otros también. Una mirada a la historia de la universidad medieval revela que el conflicto entre la universidad y el pueblo o el gobierno del área no eran algo infrecuente. Los hombres de los pueblos eran con frecuencia ambivalentes en su postura hacia los estudiantes universitarios: por un lado, la existencia de la universidad era buena para los mercaderes y para la actividad económica en general ya que los alumnos llevaban dinero para gastar; pero por otro lado, los alumnos universitarios, entonces como ahora, podían ser irresponsables y revoltosos. Como lo dice un comentarista moderno, los habitantes de los pueblos donde había universidades medievales amaban el dinero pero odiaban a los alumnos. Como resultado, los alumnos y sus maestros se quejaban con frecuencia del trato que recibían.
En esa atmósfera, la Iglesia dio una protección especial a los alumnos universitarios al ofrecerles lo que se conoce como el beneficio del clero. Los clérigos en la Europa medieval disfrutaban de un estatus legal especial según el cual, primeramente, era un crimen muy grave atentar contra ellos; y en segundo lugar, tenían el derecho de presentar sus casos legales ante un tribunal eclesiástico antes que en uno secular. Los alumnos universitarios, por ser verdaderos o potenciales candidatos al clero, también tenían estos privilegios. Algunos gobernantes seculares decidieron también establecer protecciones similares: como cuando en el 1200, Felipe Augusto de Francia otorgó y confirmó esos privilegios a los alumnos de la Universidad de París, permitiéndoles llevar sus casos ante lo que sería una corte más empática con ellos en vez de aquellas existentes en la ciudad.
Los papas intervinieron en nombre de la universidad en numerosas ocasiones, como cuando el Papa Honorio III (1216-27) se puso del lado de los maestros en Boloña en 1220 contra una serie de infracciones a sus libertades. Cuando el canciller de París insistió en un juramento de lealtad ante él, el Papa Inocencio III (1198-1216) intervino. Luego, cuando el Obispo de París y el canciller de la universidad quisieron eliminar la autonomía institucional de la casa de estudios, fue el Papa Gregorio IX, quien en 1231 emitió la bula Parens Scientiarum en nombre de los maestros parisinos. En este documento el Papa efectivamente otorgaba a la Universidad de París el derecho del autogobierno, confiriéndole la potestad de hacer sus propias reglas sobre sus cursos y estudios. El Papa también le otorgó a la universidad una jurisdicción papal separada, emancipando a la institución de las interferencias de lo que había sido una autoridad diocesana prepotente. "Con este documento –escribe un experto– la universidad logra la mayoría de edad y aparece en la historia legal como una corporación intelectual completamente formada para el avance y la capacitación de los maestros". El papado, escribe otro, "debe ser considerado una fuerza importante en el modelado de la autonomía de los docentes de París (es decir, el cuerpo organizado de maestros en París)".
En el mismo documento, el Papa también otorgó un privilegio conocido como cessatio: el derecho de la universidad a suspender sus clases para ir a la huelga general solo porque incluyó casos como el del "rechazo al derecho de establecer precios para alojamientos o el caso de una lesión o mutilación de un alumno para la cual no se hubiese llegado a una satisfacción adecuada en el plazo de 15 días o en el caso de el encarcelamiento injusto de un alumno". Al apoyar a las universidades en su derecho a suspender sus clases y al establecer las razones que constituirían una justificación adecuada para hacerlo, el Papa hizo una importante contribución al cultivo de un ambiente amable y estable que llevara a la erudición y el aprendizaje.
En estas grandes instituciones los alumnos no solo estudiaban muchas de las disciplinas de las llamadas artes liberales, sino también la ley civil y canónica, la filosofía natural, la medicina y la teología.
Se hizo común para las universidades llevar sus problemas ante el Papa en Roma. En varias ocasiones, el Papa incluso intervino para forzar a las autoridades de una universidad para que pagasen los salarios de sus profesores, tal fue el caso de los Papas Bonifacio VIII, Clemente V, Clemente VI y Gregorio IX. No sorprende, entonces, que un historiador haya declarado que "el más grande y más consistente protector (de las universidades) fue el Papa de Roma. Fue él quien otorgó, aumentó y protegió el estatus privilegiado en un mundo que tenía con frecuencia jurisdicciones conflictivas".
En estas grandes instituciones los alumnos no solo estudiaban muchas de las disciplinas de las llamadas artes liberales, sino también la ley civil y canónica, la filosofía natural, la medicina y la teología. Mientras las universidades tomaban forma en el siglo 12, fueron las felices beneficiarias de los frutos de los que algunos expertos han llamado el renacimiento del siglo 12, entre los que destacan la traducción masiva de muchas de las grandes obras del mundo antiguo que había estado perdido para los académicos de occidente por muchos siglos, incluyendo la geometría de Euclides, la lógica, la metafísica, la filosofía natural, la ética de Aristóteles, y el trabajo médico de Galeno. Los estudios sobre leyes comenzaron a florecer también, particularmente en Boloña, en donde se redescubrió el Digest, el principal componente del cuerpo jurídico (Corpus Juris Civilis) del emperador Justiniano del siglo VI: un compendio de la ley romana, admirado desde sus orígenes hasta la actualidad.
La distinción entre la educación de los alumnos y los graduados se hizo en las primeras universidades más o menos como es hoy en día. Y, como hoy en día, algunos lugares eran especialmente conocidos por la distinción académica en algunas áreas: así Boloña fue reconocida por el estudio de las leyes y París fue reconocida por la teología y las artes.
El alumno o el artista (es decir, el alumno de artes liberales) asistía a clases, tomaba parte de disputas ocasionales y asistía a disputas formales de otros. Sus maestros o los masters–como eran conocidos– típicamente explicaban un texto importante, con frecuencia tomado de la antigüedad clásica. Había un fuerte énfasis en Aristóteles. Junto con los comentarios de estos textos antiguos, los profesores gradualmente comenzaron a incluir una serie de cuestionamientos para ser resueltos a través de la argumentación lógica. Con el paso del tiempo, estos asuntos desplazaron esencialmente a los comentarios. Aquí está el origen de la pregunta por el método del argumento escolástico, del tipo encontrado en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
Tales preguntas también se hacían en lo que se conoce como la disputa ordinaria. El maestro asignaba a los alumnos que argumentaran con otro alumno en la posición contraria de la disputa. Cuando cesaba su interacción, era entonces el turno del master para "determinar" o resolver el asunto. Para lograr el grado de bachiller de artes, se esperaba que el alumno determinara un asunto por sí mismo para satisfacción de la facultad. (Antes de se permitiera hacer eso, sin embargo, el alumno debía probar que poseía la preparación adecuada y era capaz de someterse a una evaluación). Este tipo de énfasis en cuanto al argumento o en cuanto a dirigir un caso para cada lado del asunto o la capacidad de resolver una disputa usando las herramientas racionales parece sonar como algo opuesto a la vida intelectual que la mayoría de gente asocia con el hombre medieval. Pero así fue cómo operaba el proceso de otorgamiento de grados. (Yo mismo me he deleitado traviesamente al imaginar a los pobres señores Knight y Lomas tratando de defender su sinsentido anti-católico ante una audiencia de verdaderos expertos).
Una vez que el alumno era capaz de determinar algo, entonces se le confería el grado de Bachiller en Artes. El proceso tomaba típicamente entre cuatro y cinco años. En ese punto, el alumno simplemente declaraba que su educación estaba completa, como muchos bachilleres hacen hoy, y buscaba un trabajo remunerado (incluso como profesor, tal vez en alguna escuela de menor rango en Europa) o decidía seguir sus estudios y tratar de tener el grado de graduado. El llamado grado de maestro, que lograba ese título al completar sus estudios, le permitía luego enseñar en el sistema universitario.
Para comenzar estudios más avanzados y llegar a ser un profesor calificado, o simplemente para buscar puestos deseables en el servicio civil o eclesiástico, el futuro master tenía que demostrar su competencia dentro del canon de las obras importantes de la civilización occidental. Esto era antes de solicitar su licenciatura para enseñar, que era conferida entre los grados de bachiller y master. Podemos tener una idea del avanzado bagaje del alumno de parte de un historiador moderno opinando sobre textos con los que esperaba se familiarizaron los alumnos.
Según el historiador de la ciencia Edward Grant, la creación de la universidad, el compromiso con la razón y la discusión racional y el espíritu de investigación que caracterizó la vida medieval intelectual fue "un don de la Edad Media latina para el mundo moderno… pese a que este don podría nunca ser reconocido.
Luego de su bachillerato y antes de solicitar su licencia para enseñar, los alumnos debían "haber escuchado e París o en alguna otra universidad" las siguientes obras aristotélicas: Physics, On Generation and Corruption, On the Heavens, (Física, Sobre la generación y la corrupción) y, principalmente la Parva Naturalia; y los tratados de Aristóteles Sobre el sentido y la sensación, Sobre caminar y dormir, sobre la memoria y el recuerdo, sobre la extensión y la brevedad de la vida. También debía haber escuchado (o tener planes para escuchar) On the Metaphysics(Sobre Metafísica) y debía haber tomado clases sobre los libros de matemática. [Historiador Hastings]. Rashdall, cuando habla del currículo de Oxford, da la siguiente lista de obras, para ser leídas por el bachiller entre el periodo de su determinación y su incepción (maestría): libros sobre las artes liberales: en gramática Prisciano; en retórica, la Retórica de Aristóteles Rhetoric (tres periodos), o los tópicos de Boecio (bk. iv.), La Nova Rhetorica o la Metamorphoses de Ovidio o las Poetria Virgilii; en lógica la De Interpretatione de Aristóteles o los tópicos de Boecio (periodos del 1 al 3) o el análisis previo de Tópicos (de Aristóteles); en aritmética y en música, Boecio; en geometría, Euclides, Alhaceno o Vitelio, Perspectiva; en astronomía, Theorica Planetarum (dos periodos) o sobre Ptolomeo, Almagesta. En filosofía natural las obras adicionales eran: La Física o Sobre el Cielo (tres periodos) o On the Properties of the Elements (Sobre las propiedades de los elementos) o Los Meteorics o Sobre plantas y vegetales o On the Soul o On Animals (Sobre el alma o sobre los animales) o cualquiera de la Parva naturalia; en filosofía jovenlandesal, la Ética o Economía o Política de Aristóteles por tres periodos y en metafísica: La Metaphysics de dos o tres periodos si el candidato no se había determinado aún.
El proceso de adquirir una licenciatura generalmente consistía en otra demostración del conocimiento y un compromiso con ciertos principios de la vida universitaria. Una vez que este proceso estaba completo, la licenciatura era conferida oficialmente. En Santa Genoveva, la persona que obtenía la licenciatura se arrodillaba frente al vicecanciller, que decía:
Yo, por la autoridad investida en mí por los apóstoles Pedro y Pablo, te otorgo la licenciatura para dar clases, investigar, disputar y determinar el ejercicio de otros actos magisteriales en la facultad de artes de París y en todo lugar, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.
La extensión precisa del tiempo que típicamente pasaba entre la recepción de la licenciatura y la recepción del grado de master (que aparentemente requería un mayor conocimiento de libros) es difícil de determinar, pero un estimado razonable está entre seis meses y tres años. Se consideraba que un candidato, que tal vez ya había leído todos los libros requeridos, recibía ambas distinciones el mismo día.
La universidad y la vida intelectual que promovió, jugó un rol indispensable en la civilización occidental. Christopher Dawson observa que desde los días de las primeras universidades, "los altos estudios fueron dominados por la técnica de la discusión lógica: la quaestio y la disputa pública que tan extensamente determinaron la forma de la filosofía medieval, incluso en sus más grandes representantes. "Nada –dice Robert de Sorbonne– se conoce perfectamente si es no ha sido masticado por los dientes de la disputa y la tendencia de colocar toda pregunta, desde la más obvia hasta la más compleja, a este proceso de masticado no solo alentando la disposición del ingenio y la exactitud del pensamiento, sino y sobre todo ese espíritu de crítica y de la duda metódica a la que la cultura y la ciencia occidentales le deben tanto".
Según el historiador de la ciencia Edward Grant, la creación de la universidad, el compromiso con la razón y la discusión racional y el espíritu de investigación que caracterizó la vida medieval intelectual fueron "un don de la Edad Media latina para el mundo moderno… pese a que este don podría nunca ser reconocido. Tal vez siempre se quedará con el estatus que ha tenido en los últimos cuatro siglos: ser el secreto mejor guardado de la civilización occidental".