100 grandes hombres y mujeres de España

FERNANDO I de Habsburgo

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(Alcalá de Henares, España, 1503 - Viena, 1564)

Emperador de Alemania (1556-1564). Hermano menor de Carlos I de España, se educó en Castilla y fue visto con cierta simpatía por la nobleza castellana. Tras la elección de Carlos como emperador, Fernando se convirtió en uno de sus más fiables colaboradores, y le fueron concedidos amplios territorios, como Austria, Estiria, el Tirol y Alsacia, así como el título de Rey de Romanos. Tras la batalla de Mohács, en 1526, en la que murió el último rey Jagellón, Fernando logró hacerse con la Corona húngara, aumentando así sus dominios en el centro de Europa, lo cual lo dejó en la primera línea frente a la presión turca, que llegó a amenazar Viena en 1529. En el conflicto con los protestantes, Fernando se mostró más flexible que su hermano. Cuando éste abdicó, en año 1556, la Corona imperial pasó a Fernando y quedó asociada en lo sucesivo a su línea familiar.


Segundo hijo de Felipe I el Hermoso y de Juana la Loca, Fernando permaneció en España cuando en 1504 su progenitora partió a Flandes en busca de su esposo. Tras la fin ese mismo año de su abuela materna, la reina Isabel la Católica, se ocupó de su enseñanza como ayo y gobernador de la casa del infante Pedro Núñez de Guzmán, clavero de Calatrava. En 1506, el mismo día en que falleció su padre, los caballeros Diego de Guevara y Felipe Daula intentaron secuestrarle en su residencia de Simancas (Valladolid), acción que fue evitada por Núñez de Guzmán y por el hermano de éste, el obispo de Catania, quienes dieron parte a los oidores de la Cancillería de Valladolid; éstos ordenaron el traslado de Fernando a esta ciudad, donde permaneció hasta que Juana la Loca solicitó que lo llevasen junto a ella en la aldea de Hornillos (Valladolid).

A mediados de 1508, con cinco años de edad, acompañó en un viaje por Andalucía a su abuelo Fernando el Católico, quien mostró por él gran predilección, hecho avalado por el testamento otorgado en 1512 en Burgos, en el que le encomendaba el gobierno de los reinos y los maestrazgos hasta la llegada del nuevo rey (el futuro Carlos I). Este documento, que había sido ratificado en un nuevo testamento dado en Aranda de Duero (Burgos) en 1515, quedó invalidado por otro definitivo elaborado en Madrigalejo (Cáceres) en 1516, en el que la regencia quedó asignada al cardenal Cisneros y a Alonso de Aragón; Fernando, en compensación, recibió una renta anual del reino de Nápoles, aunque conservó cierta popularidad que despertó el recelo de su hermano, Carlos I de España y V de Alemania.

Por su parte, su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo, preparó el matrimonio de Fernando con Ana Jagellón (1521), hermana de Luis II de Hungría, enlace que le garantizaba la doble sucesión de Bohemia y Hungría. Los consejeros de Carlos I, temerosos de la importancia creciente de la facción fernandina, decidieron alejarle de la Corte, medida que fue ejecutada por el entonces regente, el cardenal Cisneros, quien en el mismo año en que se produjo el encuentro de los dos hermanos en las cercanías de Valladolid (1518), le envió a Flandes.

Tras la fin en 1519 de Maximiliano I de Habsburgo, Carlos I cedió a Fernando territorios patrimoniales que comprendían la Alta y Baja Austria, Carintia, Estiria y Carniola (Dieta de Worms, 1521), y posteriormente el Tirol, la Alta Alsacia y el ducado de Württemberg (convenciones de Bruselas, 1522). En 1526, tras la fin en la batalla de Mohács de su cuñado, el rey húngaro Luis II, Fernando I de Habsburgo fue elegido rey de Bohemia, donde se le aceptó sin dificultad, y de Hungría, donde hubo de vencer la oposición del pretendiente Juan I, de la nobleza nacionalista y de los aliados otomanos. En 1531 fue elegido en Colonia rey de romanos y recibió en Aquisgrán las insignias de tal título.

En los años siguientes Fernando I de Habsburgo intentó frenar la ofensiva turca que, remontando el río Danubio, amenazaba Viena, ciudad que pudo poner a salvo en 1532 con la ayuda de Carlos I, pero no pudo impedir que Solimán el Magnífico, aprovechando la confusa situación, se apoderara de Buda y de gran parte de Hungría; estos hechos le obligaron en 1545 a firmar una tregua a cambio del pago de un tributo anual y del reconocimiento de la dinastía de los Zápolya en tras*ilvania. En 1547 vinculó la Corona húngara a su familia.

Fernando I de Habsburgo recibió el título imperial en 1556, tras la abdicación de Carlos I, aunque la elección no se celebró hasta dos años después. Para la sucesión del imperio y para las coronas de Austria y Bohemia-Hungría designó a su hijo Maximiliano, el futuro Maximiliano II de Habsburgo (1564-1576).

La política interior de Fernando I de Habsburgo estuvo marcada por la lucha contra los protestantes; en este sentido, Fernando secundó la actitud de su hermano, aunque la formación adquirida en Flandes, en contacto con el ambiente erasmista y humanista, le hizo adoptar una postura conciliadora y tolerante, opuesta a la intervención armada. Esta actitud quedó ejemplificada en la asamblea de Ratisbona (1524), donde se acordó una primera reforma católica que afectó a la disminución de fiestas de precepto y a la entrega a los príncipes laicos de una quinta parte de las rentas eclesiásticas.

Otras acciones llevadas a cabo por Fernando en materia religiosa fueron la constitución en 1529 de la Unión Cristiana, formada por los cinco primitivos cantones católicos suizos y destinada a combatir el protestantismo; la firma de la paz de Kadan (1534) con la Liga de Esmalcalda, por la cual se impedía a la Reichkammergericht proceder contra sus propios miembros; la protección a la Compañía de Jesús; la represión de una revuelta organizada en Bohemia en 1547 que pretendía ciertas reformas eclesiásticas; la negociación del tratado de Passau (1552); los esfuerzos para conseguir que Roma autorizase la comunión bajo las dos especies (1554); diversas acciones encaminadas a atenuar el conflicto religioso mediante la paz de Augsburgo (1555), a la que se oponía su hermano Carlos I; y la defensa de la libertad de conciencia hecha en la reapertura del Concilio de Trento (1562). Llevó a cabo también la reforma del sistema monetario y la reorganización del consejo áulico.

Miguel López de LEGAZPI

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(Zumárraga, Guipúzcoa, h. 1510 - Manila, 1572)

Conquistador español de Filipinas.Desde que pasó a las Indias en 1545 se instaló en México ejerciendo oficios burocráticos. Aunque no era marino, fue puesto al mando de una expedición española a Filipinas, organizada en 1564-65 por la Audiencia de México, a pesar de saber que dicho archipiélago caía en la zona de demarcación reservada a Portugal por el Tratado de Tordesillas (1494).

Aquella expedición, cuyo piloto era el agustino Andrés de Urdaneta, tío de Legazpi, tenía como objetivos traer especias y rescatar a posibles supervivientes del anterior viaje de Villalobos (1542-44), que era quien había dado a las islas el nombre de Filipinas en honor del rey Felipe II. Legazpi tomó posesión para España de la isla de Guam (en el archipiélago de las Marianas) y algunas de las principales islas de Filipinas: Leyte, Samar, Bohol, Camiguin, Mindanao, neցros y Cebú; en esta última fundó una ciudad que le sirvió de base para la conquista.

Estableció relaciones amistosas con algunos reyes locales, pero en otros lugares encontró una fuerte resistencia, como reacción de los indígenas contra los abusos sufridos en el pasado a manos de exploradores portugueses. Urdaneta (que regresó a México en 1565 para llevar noticias, descubriendo la ruta de navegación hacia el este por el norte del Pacífico), se opuso siempre a la colonización del territorio, para respetar los derechos de los portugueses; éstos reaccionaron con hostilidad a la intromisión española, enviando contra Legazpi una flota que no consiguió arrebatarle Cebú (1568-69).

En 1569 Felipe II decidió conservar el dominio español sobre el archipiélago, envió refuerzos para hacerlo efectivo y nombró a Legazpi gobernador y capitán general. Éste, que permaneció en Filipinas hasta su fin, continuó la conquista con la adquisición de nuevas islas: Panay (donde estableció su nueva base), Masbate, Mindoro y, por fin, Luzón. En esta última, la mayor de las Filipinas, hubo de vencer una fuerte resistencia de los indígenas tagalos, tras lo cual construyó allí la capital del archipiélago, Manila (1571).

Completado el control de Luzón, Legazpi organizó la colonización según el modelo seguido por los españoles en América, a base de conceder encomiendas a los colonizadores; dejó la evangelización en manos de los religiosos agustinos; y estableció relaciones comerciales con el continente asiático a través de la importante colonia de comerciantes chinos establecidos en Luzón desde antes de su llegada.

Miguel SERVET

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(Villanueva de Sijena, Aragón, 1511-Champel, Suiza, 1553)

Teólogo y médico español. Mientras cursaba estudios en Barcelona trabó amistad con el confesor de Carlos I fray Juan de Quintana, quien lo acogió a su servicio y viajó con él a Roma en 1530 con motivo de la coronación del emperador. Seguidamente abandonó a su mentor e inició una larga peregrinación por diferentes ciudades europeas (Lyon, Ginebra, Basilea), donde polemizó con algunos líderes reformistas como Johannes Ecolampadio o Martín Bucer.

En 1531 y 1532 aparecieron dos obras suyas en las que intentó dilucidar las cuestiones teológicas relativas a la Santísima Trinidad, y abogó por una visión muy personal que consideraba a Jesús como una divinidad deseada por el Padre y, en consecuencia, con un origen simultáneo al acto físico del nacimiento. Esta concepción, inmediato precedente del unitarismo, le enfrentó tanto a los católicos como a los protestantes, viéndose obligado a publicar una formulación revisada de la misma apenas un año después.

En 1537 se matriculó en la Universidad de París para estudiar medicina, pero un tratado de astrología en el que defendía la influencia de las estrellas en la salud humana lo enfrentó a la comunidad médica profesional. Su amistad personal con el arzobispo de Vienne le permitió entrar a su servicio como médico personal.

En 1546 envió a Calvino una copia de su trabajo más importante, Christianismi Restitutio, de carácter fundamentalmente teológico pero que pasó a la posteridad por contener en su Libro V la primera exposición de la circulación pulmonar o menor. Tras leer dicha obra, Calvino denunció a Servet ante la Inquisición de Lyon, lo que provocó la huida apresurada de éste.

En una fatal etapa en Ginebra, camino de Italia, Servet fue reconocido y, tras ser detenido y juzgado, fue condenado a morir en la hoguera. Su fin suscitó una fuerte polémica en el frente protestante sobre la aplicación de la pena capital por razones de supuesta herejía.

FRANCISCO JAVIER

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(Castillo de Javier, Navarra, 1506 - Isla de Sancián, China, 1552)

Misionero español. Mientras estudiaba filosofía y teología en París conoció a Ignacio de Loyola, quien le reclutó para su proyecto de fundar una nueva orden: Francisco hizo sus primeros votos en París (1534), se ordenó sacerdote en Venecia (1537) y participó en la fundación de la Compañía de Jesús en Roma (1539). Desde entonces se consagró a la actividad misionera: en 1541 fue enviado a la India como legado pontificio, con la misión de evangelizar las tierras situadas al este del cabo de Buena Esperanza, respondiendo a una petición de Juan III de Portugal. Instalado en 1542 en Goa (capital de la India portuguesa), desplegó una intensa actividad cuidando enfermos, visitando presos, predicando el cristianismo, convirtiendo nativos, negociando con las autoridades locales y defendiendo la justicia frente a los abusos de los colonos. Su apostolado se extendió por el sur de la India, Ceilán, Malaca, las Islas Molucas y Japón. Cuando se disponía a entrar en China para continuar su labor, murió de pulmonía a las puertas de Cantón. Fue canonizado en 1622 y declarado patrono de las misiones de la Iglesia católica.

Francisco de Jasso era el hijo menor de Juan de Jasso y Atondo, presidente del Real Consejo de Navarra, y de María de Azpilicueta y Aznárez, titular del señorío de Javier, defensores de la causa de Juan de Albret frente a Fernando el Católico en la guerra que determinó la anexión de Navarra a la Corona de Castilla (1512-1515). Tras la fin de su padre (1515) y la demolición de las torres y murallas del castillo de Javier por orden del Cardenal Cisneros (1516) como consecuencia del apoyo prestado por sus hermanos Juan y Miguel a la sublevación en favor del rey navarro destronado, Francisco Javier se orientó hacia la carrera eclesiástica y el cultivo de las humanidades, que estudió en Leyre y Pamplona.

En 1525, probablemente ya adquirida la tonsura, se trasladó a París para completar su formación; ingresó como interno en el Colegio de Santa Bárbara, donde trabó amistad con Pedro Fabro e Ignacio de Loyola. En 1530 se graduó como maestro en artes y pasó a ejercer la enseñanza de la filosofía con el cargo de catedrático regente en el Colegio Dormans-Beauvais, a la vez que cursaba estudios de teología. Con el propósito de adquirir prebendas eclesiásticas, solicitó en 1531 del cabildo de Pamplona la concesión de una canonjía, alegando su condición de clérigo navarro y su titulación en artes.

Sin embargo, su relación con Ignacio de Loyola, quien pretendía atraerle para el proyecto de fundación de una nueva orden religiosa, así como su desagrado por el ambiente universitario y la impresión que le causó la fin de su progenitora y de su hermana, acaecida por aquellas fechas, determinaron a Francisco Javier a abandonar sus pretensiones de promoción dentro del estamento eclesiástico. Junto con Ignacio de Loyola y otros cinco compañeros, reunidos en la capilla parisina de Montmartre, el 15 de agosto de 1534 hizo votos de castidad y pobreza, de vida consagrada al apostolado y de peregrinar a Tierra Santa, o bien, en el caso de que esto último no fuese posible, de ponerse a disposición del papa.

En 1537 se trasladó a Venecia, donde se reunió con sus compañeros con el objeto de viajar a Roma para obtener la bendición papal antes de iniciar su peregrinación; durante su estancia en Venecia recibió noticia de la concesión de la canonjía solicitada, a la que renunció, y del inicio de la guerra entre Constantinopla y Venecia, lo que significaba el retraso indefinido del viaje a Tierra Santa. Ordenado sacerdote el 24 de junio de ese año, se dedicó a la predicación en Bolonia hasta su marcha a Roma (1538), donde Francisco Javier y sus compañeros se entrevistaron con Paulo III y abandonaron definitivamente sus propósitos de peregrinación.

Durante su estancia en la Santa Sede gestionaron la fundación de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús, a la que el Papa concedió su aprobación verbal en septiembre de 1539. Ese año Ignacio de Loyola tuvo noticia de que Juan III de Portugal solicitaba misioneros que marchasen a evangelizar sus posesiones en las Indias Orientales y encomendó la tarea a Francisco Javier, quien en marzo de 1540 partió a la corte portuguesa para organizar la expedición, con el título de legado pontificio para todas las tierras situadas al este del Cabo de Buena Esperanza.

Iniciado el viaje en abril de 1541, arribó a Goa, capital de las posesiones portuguesas en la India, trece meses después. Ejerció en esta ciudad una activa labor evangelizadora, especialmente a partir de la fundación del colegio-seminario de Santa Fe para sacerdotes nativos, y de dedicación a los enfermos y presos. En septiembre de 1542 organizó una expedición misionera a la costa de Pesquería, en el sureste de la India, para predicar la doctrina cristiana entre los poblados parabas; estableció una comunidad cristiana y la dotó de un catecismo en lengua indígena. Tras ello inició la evangelización de Travancor y Ceilán (1544), Madras y Malaca (1545) y las Islas Molucas (1546-1547). Francisco Javier administró el bautismo a miles de nativos, superó la oposición de los brahmanes y estableció una asidua correspondencia con los miembros de la Compañía de Jesús en Roma, cuyas noticias, a las que se unió su fama de taumaturgo, dieron origen a numerosas vocaciones misioneras entre sus compañeros.

Tras una nueva estancia en la India y en Malaca, dedicada a reorganizar las misiones establecidas y a proveerlas de unas normas de funcionamiento, marchó a evangelizar a Japón, adonde llegó en 1549; predicó durante dos años en Kagoshima, Hirado, Yamaguchi y Bungo, estableciendo favorables contactos para su labor con los daymios o gobernadores feudales japoneses, aunque la oposición de los monjes budistas dificultó enormemente su actividad. Ante las escasas conversiones logradas en Japón, se persuadió de que para obtener éxito en su empresa era necesario evangelizar previamente China, puesto que consideraba que los japoneses habían asimilado la cultura de este imperio y que, por tanto, el ejemplo de la cristianización en China ejercería una influencia decisiva sobre Japón.

Reclamado por las comunidades misioneras de la India, regresó a Goa en 1551, donde inició los trámites necesarios para organizar su pretendido viaje a China, dificultados por la prohibición existente en este imperio sobre la entrada de extranjeros en su territorio. Tras su nombramiento como provincial de la India, que había sido constituida como provincia jesuítica independiente de Portugal, partió rumbo a China con una embajada portuguesa en abril de 1552, pero tuvo que detenerse en Malaca, donde permaneció dos meses intentando vencer la resistencia que el gobernador Álvaro de Ataide opuso al proyecto.

Finalmente reemprendió el viaje hasta llegar a la isla de Sancián, donde le sobrevino la fin antes de que llegara el junco chino que debía tras*portarlo a Cantón. Sus restos fueron trasladados a Goa en 1554, donde su culto se extendió rápidamente. A comienzos del siglo XVII se inició el proceso de su beatificación, proclamada por Paulo V el 25 de octubre de 1619; nombrado patrón de Navarra en 1621, el 12 de marzo del año siguiente fue canonizado por Gregorio XV, juntamente con Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola. Pío X le declaró patrono de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en 1904, y Pío XI patrón de todas las misiones en 1927. Su fiesta se celebra el 3 de diciembre.

Francisco de ORELLANA

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(Trujillo, España, 1511 - ¿?, 1546)

Explorador y conquistador español, descubridor de la selva amazónica y primer navegante del río más caudaloso de la Tierra.

Poco conocido y eclipsado por nombres de la talla de Hernán Cortés o Francisco Pizarro, Orellana protagonizó, sin embargo, uno de los episodios más brillantes de la historia española en el Nuevo Mundo, siendo su vida un ejemplo de heroísmo y honestidad.

La abuela materna de Francisco de Orellana pertenecía a la familia Pizarro, de modo que tanto por su patria chica como por su linaje no le eran ajenos los aromas americanos. Nada se sabe de su infancia, pero no hay duda de que desde niño quiso emular las gestas de sus paisanos, ya que en 1527, siendo sólo un mozalbete, se trasladó al Nuevo Mundo para integrarse en la reducida hueste de su pariente, Francisco Pizarro.

Junto a él participó en la conquista del imperio de los incas, revelando ser un soldado hábil y sobre todo fogoso, tanto que en cierta ocasión pecó de temerario y perdió un ojo luchando contra los indios manabíes. Antes de cumplir los treinta años, Orellana había tomado parte en la colonización del Perú, había fundado la ciudad de Guayaquil y era, según los cronistas, inmensamente rico.

Al estallar la guerra civil entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, Orellana no dudó en decantarse a favor de su pariente. Organizó un pequeño ejército e intervino en la batalla de Las Salinas, donde Almagro fue derrotado. Luego se retiró a sus tierras ecuatorianas y desde 1538 fue gobernador de Santiago de Guayaquil y de la Nueva Villa de Puerto Viejo, etapa en la que se distinguió por su carácter emprendedor y por su generosidad.

Además, hizo algo verdaderamente encomiable y singular: puesto que deseaba ligar su existencia a aquellos territorios, juzgó necesario aprender las lenguas indígenas y se dedicó concienzudamente a su estudio. Este afán, que le honra y distingue de sus rudos pares, iba a contribuir en gran medida a que alcanzase la ansiada gloria, como veremos más adelante.

Aun cuando podía haber terminado sus días rodeado de paz y prosperidad, ni las riquezas ni el bienestar podían calmar su sed de aventuras y nuevos horizontes. Por este motivo, cuando supo que el gobernador de Quito, Gonzalo Pizarro, estaba organizando una expedición al legendario País de la Canela, Orellana no vaciló ni un momento y se ofreció a acompañarlo.

Las noticias acerca de la abundancia de la preciada especia en las tierras del oriente ecuatoriano se remontaban a una época anterior a la llegada de los españoles, y eran tan prometedoras como las que daban cuenta del fabuloso reino de El Dorado. El hermano pequeño del conquistador del Perú estaba decidido a encontrar la gloria en el descubrimiento de aquel fructífero País de la Canela y con ese propósito salió de Quito en febrero de 1541 al frente de 220 españoles y 4.000 indígenas. Por su parte, Orellana intentó reunirse con él, pero al llegar a la capital tuvo conocimiento de que Gonzalo ya había partido dejando el encargo de que siguiera sus pasos.

A la cabeza de un reducido grupo de 23 hombres, Orellana se dispuso a atravesar los temibles Andes ecuatorianos. Tras recorrer la altiplanicie, comenzó una lenta y fatigosa ascensión sorteando profundas quebradas, laderas pobladas de una maleza impenetrable y pendientes rocosas desprovistas de toda vegetación. En las cumbres andinas, los expedicionarios padecieron a causa del viento gélido y sobrecogedor; más tarde, tras un penoso descenso, el calor tórrido y la atmósfera asfixiante de la selva volvieron a quebrantarles. Al fin, macilentos y diezmados, llegaban al campamento de Gonzalo con un rayo de esperanza brillándoles en los ojos.

La decepción fue enorme. El campamento no se encontraba en ningún fragante bosque de árboles de la canela, sino en una zona pantanosa e inhabitable. Hundiéndose en las ciénagas y tropezando continuamente con las gruesas raíces que alfombran la jungla, los hombres buscaron por los alrededores el codiciado producto, encontrando tan solo pequeños arbustos silvestres escuálidos y desparramados entre el amaje, de una canela casi sin aroma.

La situación se hizo insostenible. Los víveres escaseaban y los supervivientes estaban extenuados. Ante la imposibilidad de avanzar por la selva, Gonzalo Pizarro resolvió seguir el curso de un río cercano con el auxilio de un bergantín que, por supuesto, deberían construir en aquel mismo sitio. Famélicos y empapados de sudor, los hombres se apresuraron a cortar árboles, preparar hornos, hacer fuelles con las pieles de los caballos muertos y forjar clavos con las herraduras. Cuando la improvisada nave estuvo lista, comprobaron con alborozo que flotaba sobre las aguas. Había sido una tarea ímproba pero sus esfuerzos se veían, por fin, recompensados.

Gonzalo Pizarro pidió a Orellana que se embarcase con sesenta hombres y fuese río abajo en busca de alimentos, considerando que su lugarteniente podría entenderse directamente con los indígenas en caso de encontrarlos, pues conocía a la perfección sus dialectos. Navegando por los ríos Coca y Napo, el grupo de aventureros continuó la marcha durante días y días sin encontrar poblado alguno.

El hambre atenazaba sus estómagos y hubieron de devorar cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas hierbas. Durante estas jornadas dramáticas, Orellana supo mostrarse firme y logró mantener la jovenlandesal y la disciplina de sus hombres predicando con el ejemplo antes que con las palabras. Al fin, el día 3 de enero de 1542, llegaron a las tierras de un cacique llamado Aparia, que los recibió generosamente y les ofreció grandes cantidades de comida.

Cumplida la primera parte de su misión, Orellana dio las órdenes pertinentes para emprender el regreso río arriba con objeto de ir en busca de Gonzalo Pizarro, quien, según lo acordado, iba a descender lentamente por la orilla hasta encontrarse con su lugarteniente. No obstante, sus hombres se resistieron. Juzgaban que era materialmente imposible remontar la briosa corriente con su insegura nave, y que, aun cuando lo consiguiesen, no podrían cargar víveres, pues el húmedo calor de la selva los echaba a perder en pocas horas. Se negaban a sacrificar estérilmente sus vidas por obedecer una orden suicida. Orellana, convencido por estos razonamientos, se sometió a sus hombres, poniendo como condición que esperasen en aquel lugar dos o tres semanas para dar tiempo a que Gonzalo pudiese alcanzarlos.

tras*currido un mes y puesto que no había noticias de Gonzalo Pizarro, los exploradores embarcaron de nuevo. Descendieron por las cada vez más turbulentas aguas y el 11 de febrero vieron que "el río se partía en dos". En realidad, habían llegado a la confluencia del río Napo con el Amazonas, al que bautizaron con este nombre después de tener un sorprendente encuentro con las legendarias mujeres guerreras.

Puesto que se desvanecía toda esperanza de reunirse con Gonzalo Pizarro, verdadero jefe de la expedición, Orellana fue elegido de forma unánime capitán del grupo. Se decidió construir un nuevo bergantín, al que se puso por nombre Victoria, y continuar por el río hasta mar abierto. Durante el trayecto, los heroicos exploradores arrostraron mil peligros, fueron atacados varias veces por los indígenas y dieron muestras de un valor extraordinario.

El viaje les deparó continuas sorpresas: árboles inmensos, selvas de lujuriosa vegetación y un río que más bien parecía un mar de agua dulce y cuyos afluentes eran mayores que los más caudalosos de España. Cuando dejaron de divisar las orillas de aquel grandioso río, Orellana ordenó que se navegara en zigzag para observar ambas riberas.

En la mañana del 24 de junio, día de San Juan, fueron atacados por un grupo de amerindios encabezado por las míticas amazonas. Los españoles, ante aquellas mujeres altas y vigorosas que disparaban sus arcos con destreza, creyeron estar soñando. En la refriega consiguieron hacer prisionero a uno de los hombres que acompañaban a las aguerridas damas, quien les relató que las amazonas tenían una reina que se llamaba Conori y poseían grandes riquezas. Maravillados por el encuentro, los navegantes bautizaron el río en honor de tan fabulosas mujeres.

El 24 de agosto, Orellana y los suyos llegaron a la desembocadura de aquella impresionante masa de agua. Durante dos días lucharon contra las olas que se formaban al chocar la corriente del río con el océano y, al fin, consiguieron salir a mar abierto. El 11 de septiembre llegaban a la isla de Cubagua, en el mar Caribe, culminando uno de los más apasionantes periplos de la historia de los descubrimientos.


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TERESA DE JESÚS


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(Gotarrendura, Ávila, 1515 - Alba de Tormes, 1582)

Religiosa y escritora mística española, conocida también como Santa Teresa de Ávila. Teresa de Jesús es el nombre de religión adoptado por Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda, probable descendiente de judíos conversos, y de Beatriz de Ahumada, perteneciente a una noble familia abulense. Su vida y su evolución espiritual se pueden seguir a través de sus obras de carácter autobiográfico, entre las que figuran algunas de sus obras mayores: La vida (escrito entre 1562 y 1565), las Relaciones espirituales, el Libro de las fundaciones (iniciado en 1573 y publicado en 1610) y sus cerca de quinientas Cartas.

La vida abarca desde su infancia hasta la fundación del primer convento reformado de San José de Ávila, en 1562. Gracias a ella se sabe de su infantil afición por los libros de caballerías y de los de santos. En 1531, su padre la internó como pupila en el convento de monjas agustinas de Santa María de Gracia, pero al año siguiente tuvo que volver a su casa aquejada de una grave enfermedad. Determinada a tomar el hábito carmelita contra la voluntad de su padre, en 1535 huyó de su casa para dirigirse al convento de la Encarnación. Vistió el hábito al año siguiente, y en 1537 hizo su profesión.

Por entonces empezó para ella una época de angustia y enfermedad, que se prolongaría hasta 1542. Durante estos años confiesa que aprendió a confiar ilimitadamente en Dios y que empezó a practicar el método de oración llamado «recogimiento», expuesto por Francisco de Osuna en su Tercer abecedario espiritual. Repuesta de sus dolencias, empezó a instruir a un grupo de religiosas de la Encarnación en la vida de oración y a planear la reforma de la orden carmelitana para devolverle el antiguo rigor, mitigado en 1432 por Eugenio IV.

Empezó entonces a ser favorecida con visiones «imaginarias» e «intelectuales», visiones que habrían de sucederse a lo largo de su vida y que determinaron sus crisis para averiguar si aquello era «espíritu de Dios» o del «malo». Su ideal de reforma de la orden se concretó en 1562 con la fundación del convento de San José. Se inicia entonces una nueva etapa en su vida, en la que la dedicación a la contemplación y la oración es compartida con una actividad extraordinaria para conseguir el triunfo de la reforma carmelitana.

Desde 1567 hasta su fin, fundó en Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. En 1568 se erigió en Duruelo el primer convento reformado masculino, gracias a la colaboración de San Juan de la Cruz y del padre Antonio de Heredia. Redactó las Constituciones (1563), que fueron aprobadas en 1565 por Pío IV, y que se basan en los siguientes puntos: vida de oración en la celda, ayuno y abstinencia de carne, renuncia de rentas y propiedades, comunales o particulares, y práctica del silencio.

Para ayudar a sus religiosas a la realización de su ideal de vida religiosa compuso Camino de perfección[/BI] (escrito entre 1562 y 1564 y publicado en 1583) y Las jovenlandesadas o Castillo interior (1578). La reacción de los miembros de la antigua observancia carmelita llegó a su punto culminante en 1575, año en que denunciaron a los descalzos a la Inquisición. Un breve de Roma, en 1580, ordenó la separación de las dos órdenes.

Nueve meses después de su fin abrieron el ataúd y comprobaron que el cuerpo estaba entero y los vestidos podridos. Antes de devolver el cuerpo al cofre de enterramiento le diseccionaron una mano que envolvieron en una toquilla y la llevaron a Ávila. De esa mano cortó el padre Gracián el dedo meñique y, según su propio relato, lo mantuvo con él hasta que fue hecho prisionero por los turcos. Lo rescató a cambio de unas sortijas y 20 reales de la época.

Reunido el capítulo de los descalzos, acordó que el cuerpo de Teresa debía volver a Ávila y ser custodiado en el convento de san José. Se hizo el traslado un sábado de noviembre de 1585, casi en secreto. Las monjas del convento de Alba de Tormes pidieron quedarse con un brazo como reliquia. Cuando el duque de Alba se enteró del traslado, envió sus quejas a Roma e hizo negociaciones para recuperarlo. El cuerpo volvió de nuevo a Alba de Tormes.

Después de estos hechos no la volvieron a trasladar más, pero se sacaron varias reliquias: E pie derecho y parte de la mandíbula superior están en Roma; la mano izquierda, en Lisboa; el ojo izquierdo y la mano derecha, en Ronda (edta es la famosa mano que Francisco Franco conservó hasta su fin, tras recuperarla las tropas franquistas de manos republicanas durante la Guerra Civil Española); el brazo izquierdo y el corazón, en sendos relicarios en el museo de la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes; un dedo, en la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París; otro dedo en Sanlúcar de Barramed; y dedos y otros restos "santos", esparcidos por España y toda la cristiandad.

En 1604 se inició el proceso de canonización de Teresa. En 1614 fue declarada beata, y en 1622 fue canonizada por Gregorio XV. En 1970 fue proclamada doctora de la Iglesia, siendo la primera mujer que recibía esta distinción. Además de las obras citadas, dejó escritas las siguientes: Meditaciones sobre los cantares, Exclamaciones, Visita de descalzas, Avisos, Ordenanzas de una cofradía, Apuntaciones, Desafío espiritual, Vejamen y unas treinta poesías.

Teresa tras*mite con espontaneidad su experiencia personal. Primero más de 20 años de oración estéril (sequedad o acedía), coincidiendo con enfermedades por las que padece tremendos sufrimientos. Después, a partir de los 41 años, fuertes y vivas experiencias místicas, a las que sus confesores califican como imaginarias o incluso como obra del malo, aunque Teresa confía en su origen divino por el efecto que dejan de paz, refuerzo de las virtudes (especialmente de la humildad) y anhelo de servir a Dios y a los otros. La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir la reforma iniciada ya en Europa. Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo esta vigilancia. La experiencia vivida y tras*mitida por Teresa en todos sus escritos se basa en la oración como el modo por excelencia de relación y comunicación con Dios.


Francisco de TOLEDO

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(Oropesa, 1516 - Escalona, 1582)

Administrador colonial español. Consolidó la conquista española de Perú y fue virrey de esta colonia entre 1569 y 1581, período en el que efectuó una ardua tarea de reconocimiento personal de los dominios de su jurisdicción. Durante su mandato emprendió la organización administrativa del territorio y procedió a frenar el inmenso poder ejercido por los encomenderos. También implantó en el virreinato un eficaz sistema financiero, mediante el establecimiento de instituciones incaicas como la mita, y se ocupó de legislar la actividad laboral de la población indígena a través de sendas ordenanzas como la del Cuzco o la de Chuquisaca. A pesar de su eficaz labor administrativa en beneficio de la colonia, fue acusado de malversación de bienes y debió reprimir numerosas sublevaciones indígenas, entre ellas la que le llevó, en 1571, a ordenar la ejecución del inca Tupac Amaru, que significó el fin del reino de Vilcabamba.

Segundo hijo del conde de Oropesa, Francisco Álvarez de Toledo y Figueroa entró al servicio de Carlos I a los quince años de edad, y tras combatir en las guerras que mantuvo la monarquía hispánica en Europa y el Mediterráneo, el monarca Felipe II (de quien había sido mayordomo) le nombró virrey del Perú (1568) en sustitución del virrey interino Lope García de Castro; Toledo accedió al cargo al año siguiente.

Su política al frente del virreinato persiguió dos objetivos fundamentales: la consolidación de los derechos y privilegios reales frente a los encomenderos y la extinción definitiva de las recurrentes sublevaciones indígenas. Para llevarlos a cabo consideró necesaria una modernización de la administración que hiciera posible incrementar el poder real.

Éste fue precisamente el objetivo de las llamadas Ordenanzas del virrey Toledo, que establecieron las bases del sistema colonial que perduró hasta el siglo XVIII. Fueron redactadas por Juan de Matienzo y Juan Polo de Ondegardo a raíz de un viaje de dos años de duración que realizó Francisco de Toledo y su cortejo por todo el virreinato, viaje que le permitió conocer la demografía del territorio y la organización administrativa incaica.

La política del virrey Francisco de Toledo fue regida por los mismos objetivos que las Ordenanzas. Centralizó los aspectos esenciales de la administración colonial y reguló la encomienda y la mita, convirtiendo esta tradición incaica de trabajo para las autoridades en una forma de garantizar mano de obra barata, especialmente para el desarrollo de la minería en Potosí y Huancavelica. Impulsó además las reducciones, ordenando a la población indígena en un sistema de pueblos de indios bajo un patrón español, lo que favorecía así la evangelización y la concentración de los indígenas en áreas rurales concretas.

Durante el virreinato de Toledo se fundaron nuevas ciudades, como Córdoba de la Nueva Andalucía, Tarija, Cochamba y Oropesa. También durante su gobierno se implantó en Lima el Tribunal de la Inquisición (1569), que, junto con el establecido en el virreinato de Nueva España, era el único tribunal que entendía de delitos ideológicos y religiosos en las colonias españolas de América.

Por otra parte, ya desde el inicio de su mandato se encargó de sofocar con firmeza diversas revueltas indígenas. La más importante de todas ellas terminó en 1572, cuando consiguió capturar al caudillo Tupac Amaru I en Vilcabamba; tras destruir la ciudad, Francisco de Toledo ordenó su ejecución en Cuzco. También hubo de hacer frente al corso inglés en las costas del virreinato. La presencia amenazante de sir Francis Drake le conminó a fortificar el litoral y a fundar la llamada Armada del Mar del Sur, con sede en el puerto de El Callao.

Toledo impulsó asimismo los conocimientos geográficos e históricos: ordenó la confección de nuevos mapas e impulsó la redacción de la Historia Indica (1872) de Sarmiento de Gamboa, una obra que trataba de demostrar que los incas habían sido a su vez usurpadores y conquistadores para, de esta forma, legitimar la conquista española. Después de haberlo solicitado en numerosas ocasiones, Toledo fue relevado de su cargo en 1581; ya en España, no fue bien recibido en la corte, de la que fue apartado. Sus virtudes políticas le valieron el apodo de El Solón peruano.


FELIPE II

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(Valladolid, 1527 - El guanol, 1598)

Rey de España (1556-1598). A excepción del Sacro Imperio Germánico, cuya corona cedió a Fernando I de Habsburgo, el rey y emperador Carlos V legó todas las posesiones europeas y americanas que constituían el Imperio español a su hijo Felipe II, que pasó a ser entonces (como ya lo había sido su progenitor) el monarca más poderoso de la época. Hombre austero, profundamente religioso y perfectamente preparado para las labores de gobierno, a las que consagró todas sus energías, «el Rey Prudente» asumió como deber insoslayable la defensa de la fe católica, y combatió tanto la propagación de la Reforma protestante en Europa como los avances del Imperio Otomano en el Mediterráneo.

De este modo, aun sin aquella aspiración a formar un Imperio cristiano universal que guió los pasos de su padre, Felipe II hizo de nuevo frente a los turcos, a los que derrotó en la batalla de Lepanto (1571), y extendió hasta dimensiones nunca vistas los dominios del Imperio español con la incorporación de Portugal y de sus colonias africanas y asiáticas. Pero los designios de consolidar la hegemonía en Europa toparon, como ya había ocurrido en el reinado de Carlos V, con la expansión del protestantismo y la oposición de las potencias rivales: las campañas militares para frenar las revueltas protestantes de los Países Bajos desangraron la hacienda española, y el intento de someter a Inglaterra se saldó con la derrota de la «Armada Invencible» (1588), fracaso en el que suele situarse el inicio de la posterior decadencia española.

Sus maestros le inculcaron el amor a las artes y las letras, y con Juan Martínez Silíceo, catedrático de la Universidad de Salamanca, el futuro soberano aprendió latín, italiano y francés, llegando a dominar la primera de estas lenguas de forma sobresaliente. Juan de Zúñiga, comendador de Castilla, lo instruyó en el oficio de las armas. A los once años quedó huérfano de progenitora, lo que lo afectó hondamente y marcó para siempre su carácter taciturno.

El joven Felipe participó personalmente en la defensa de Perpiñán con sólo quince años, y a los dieciocho había tenido su primer hijo, Carlos, y había quedado viudo de su primera esposa, su prima doña María Manuela de Portugal. Durante el reinado de su padre asumió varias veces las funciones de gobierno (bajo la tutela de un Consejo de Regencia) por ausencia del emperador, en ocasiones en que la atención de Carlos V era absorbida por conflictos en los Países Bajos (1539) o en Alemania (1543), adquiriendo de esta forma una experiencia directa que complementó los valiosos consejos de su progenitor.

En 1554, el rey y emperador Carlos V le tras*firió la corona de Nápoles y el ducado de Milán. Ese mismo año, la boda con María Tudor convirtió a Felipe II en rey consorte de Inglaterra. Finalmente, el fatigado emperador resolvió abdicar en favor de Felipe II, que entre 1555 y 1556 recibió las coronas de los Países Bajos, Sicilia, Castilla y Aragón. Austria y el Imperio Germánico fueron entregados al hermano menor de Carlos V, Fernando I de Habsburgo, quedando separadas las ramas alemana y española de la Casa de Habsburgo.

Felipe II modernizó y reforzó la administración de la monarquía hispana, apartándola de las tradiciones medievales y de las aspiraciones de dominio universal que habían caracterizado el reinado de su padre. Los órganos de justicia y de gobierno sufrieron notables reformas, al tiempo que la corte se hacía sedentaria (capitalidad de Madrid, 1560). Desarrolló una burocracia centralizada y ejerció una supervisión directa y personal de los asuntos de Estado. Pero las cuestiones financieras le sobrepasaron, dado el peso de los gastos militares sobre la maltrecha Hacienda Real; en consecuencia, Felipe II hubo de declarar a la monarquía en bancarrota en tres ocasiones (1560, 1575 y 1596).

Alrededor del rey se disputaban el poder dos «partidos»: el de Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, y el que encabezaron primero Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, y más tarde Antonio Pérez. Las luchas entre ambas redes se exacerbaron a raíz del asesinato del secretario Escobedo (1578), culminando con la detención de Antonio Pérez y el confinamiento del duque de Alba. Desde entonces hasta el final del reinado dominó el poder el cardenal Granvela, coincidiendo con la época en que, gravemente enfermo, el rey se alejó de los asuntos de gobierno y delegó parte de sus atribuciones en las «Juntas» de nueva creación.

La división de la herencia de Carlos V facilitó la política internacional de Felipe II: al pasar el Sacro Imperio Germánico a manos de Fernando I de Habsburgo, España quedaba libre de las responsabilidades imperiales. En política exterior, Felipe II hubo de abandonar el proyecto de alianza con Inglaterra a causa de la temprana fin de María Tudor (1558). Las victorias militares de San Quintín (1557) y Gravelinas (1558) pacificaron el recurrente conflicto con Francia (Paz de Cateâu Cambrésis, 1559); el pacto quedó reforzado con el matrimonio de Felipe II con la hija de Enrique II de Francia, Isabel de Valois. Los inicios de su reinado no podían ser más prometedores: Francia, que había sido la perpetua potencia rival de Carlos V, dejaba de ser el principal problema para España.

En consecuencia, Felipe II pudo orientar su política exterior hacia el Mediterráneo, encabezando la empresa de frenar el poderío islámico representado por el Imperio Otomano; esta empresa tenía tintes de cruzada religiosa, pero también una lectura en clave interna, pues Felipe II hubo de reprimir una rebelión de los moriscos de Granada (1568-1571), fiel a la religión del amores de sus propios reinos que habían apelado al auxilio turco. Para conjurar el peligro, Felipe formó la Liga Santa, en la que se unieron a España Génova, Venecia y el Papado. La resonante victoria que esta alianza cristiana obtuvo sobre los turcos en la batalla naval de Lepanto (1571) quedó reafirmada en los años posteriores con las expediciones al norte de África.

A finales de la década de 1570, distraída la atención de los turcos por la presión persa en el este, disminuyó la tensión en el Mediterráneo. Ello permitió a Felipe II reorientar su política hacia el Atlántico y atender a la grave situación creada por la sublevación de los Países Bajos contra el dominio español, alentada por los protestantes desde 1568; a pesar del ingente esfuerzo militar que dirigieron, sucesivamente, el duque de Alba, Luis de Requeséns, don Juan de Austria y Alejandro Farnesio, las provincias del norte de los Países Bajos se declararon independientes en 1581 y ya nunca serían recuperadas por España.

La orientación atlántica de la Monarquía dio como fruto la anexión del reino de Portugal a España en 1580. Aprovechando una crisis sucesoria, Felipe II hizo valer sus derechos al trono lusitano mediante la oleada turística del país, sobre el que reinó como Felipe I de Portugal, sometiéndolo a la gobernación de un virrey. Con la incorporación de Portugal y, en consecuencia, de sus numerosas posesiones en África y Asia, el Imperio español alcanzó su mayor expansión territorial: la península, los dominios europeos y mediterráneos y las colonias españolas y portuguesas en América, África, Asia y Oceanía componían aquel vasto imperio en el que nunca se ponía el sol.

Aprovechando las guerras de religión, el monarca español se permitió también intervenir entre 1584 y 1590 en la disputa sucesoria francesa, apoyando al bando católico frente a los protestantes de Enrique de Navarra (el futuro Enrique IV de Francia). Felipe II intentó sin éxito poner en el trono francés a su hija Isabel Clara Eugenia, nacida de su matrimonio con la hija de Enrique II de Francia, Isabel de Valois, pero consiguió que Enrique IV abjurase del protestantismo (1593), quedando Francia en la órbita católica.

La mayor presencia española en el Atlántico acrecentó la tensión con Inglaterra, manifestada en el apoyo inglés a los rebeldes protestantes de los Países Bajos, el apoyo español a los católicos ingleses y las agresiones de los corsarios ingleses (con el célebre Francis Drake a la cabeza) contra el imperio colonial español. Todo ello condujo a Felipe II a planear una expedición de castigo contra Inglaterra, para lo cual preparó la «Grande y Felicísima Armada», que, a raíz de su fracaso, fue burlescamente rebautizada como la «Armada Invencible» por los británicos.


Álvaro de BAZÁN

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(Granada, 1506 - Lisboa, 1588)

Marino español al servicio de Felipe II. Fue marino por tradición familiar, pues su padre -llamado como él- había sido capitán general de las galeras de la Monarquía Hispana. Las primeras acciones navales que mandó fueron proteger la flota de Indias de los corsarios que actuaban en el golfo de Cádiz (1544-62), socorrer a Mazalquivir y Orán del ataque de los berberiscos (1563), reconquistar y fortificar el peñón de Vélez de la Gomera (1564), y socorrer a los caballeros de la Orden de Malta frente a un ataque turco (1565).

Desde que en 1568 fue nombrado capitán general de las galeras de Nápoles se dedicó a combatir a los piratas del norte de África, al tiempo que auxiliaba al capitán general de la Mar, don Juan de Austria. Con ese papel intervino en la batalla de Lepanto (1571), primera acción verdaderamente ofensiva en la que tomó parte.

A partir de entonces, sus acciones pasaron del Mediterráneo al Atlántico, nuevo escenario naval prioritario para la Monarquía. Como capitán general de las Galeras de España (1576), participó en la ocupación de Portugal (1580); luego conquistó las islas Azores, que se habían convertido en el último reducto de la resistencia contra Felipe II, y que Francia intentaba separar del resto de Portugal (1582-83).

En premio por aquella acción el rey le hizo grande de España y capitán general de la Mar Océana. Su último encargo fue la oleada turística de Inglaterra; pero Bazán murió tras planear el ataque, mientras preparaba la que sería Armada Invencible. Su hijo, de igual nombre que él (1571-1646), siguió la tradición familiar y fue otro prominente marino de la Monarquía.

Juan de HERRERA

(Mobellán, 1530-Madrid, 1593)

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Arquitecto español. Figura típica del Renacimiento, se interesó por todas las ramas del saber y manifestó siempre un espíritu aventurero y un gran afán de novedades. Su Discurso sobre la figura cúbica revela, por ejemplo, sus notabilísimos conocimientos de geometría y matemáticas, y su participación en algunas de las campañas militares de Carlos I (en Alemania, Flandes e Italia) habla de su talante inquieto.

En 1563 pasó a ser colaborador de Juan Bautista de Toledo en la construcción de El guanol y, a la fin de éste en 1567, le sucedió en la dirección de las obras. Sin duda este monasterio fue la gran realización de tan singular arquitecto, cuyo apellido ha dado nombre a un estilo, el herreriano, que siguieron destacados alarifes españoles, sobre todo en el siglo siguiente.

Herrera modificó y amplió los planos primitivos e intervino decisivamente en la ornamentación interior de la iglesia y la traza de su de derechasda, así como en la concepción de la de derechasda del monasterio. En estas obras se encuentran las líneas maestras de su estilo, basado en la horizontalidad, la uniformidad compositiva y una absoluta sobriedad en la decoración, que se reduce al empleo ordenado de las formas constructivas y las líneas arquitectónicas.

Antes de la finalización de El guanol en 1584, intervino en algunos proyectos, por ejemplo la de derechasda sur del Alcázar de Toledo, pero su otra gran realización la comenzó en 1585; se trata de la catedral de Valladolid, obra de gran envergadura para la cual el arquitecto ideó una estructura de enorme complejidad pero que lamentablemente quedó inconclusa.

La obra de Herrera supuso toda una novedad en el panorama arquitectónico del Renacimiento español, dominado por el decorativismo del plateresco y por las formas italianizantes. Con sus realizaciones, el artífice creó una arquitectura singular que ha dado imagen al reinado de Felipe II.
 
Fernando Álvarez de Toledo, el Gran Duque de ALBA

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(Piedrahíta,1508-Lisboa, 1582)


Militar y político español. Intervino desde muy joven en hechos de armas. En 1531, ya duque, sirvió en diversas campañas del emperador Carlos I, y sobresalió en la guerra contra la Liga de Esmalcalda, a la que venció en la batalla de Mühlberg (1547). Con Felipe II, la influencia de Alba llegó a su cenit, como jefe de uno de los partidos de la corte. Nombrado virrey de Nápoles (1556-1558), consiguió expulsar de Italia a los franceses.

El momento culminante de su carrera fue su etapa de Flandes (1567-1573), adonde fue enviado, al frente de un ejército y con el cargo de gobernador general, para aplastar los levantamientos iconoclastas. Actuó con excesiva dureza, pese a que los disturbios ya habían sido sofocados antes de su llegada. Instituyó el llamado Tribunal de los Tumultos, encargado de juzgar y condenar a los rebeldes y confiscar sus bienes, y ordenó la ejecución de los condes de Egmont y de Horn, acusados de complicidad en los alzamientos. Para poder mantener el ejército, impuso nuevos y gravosos impuestos, sin respetar las libertades tradicionales flamencas.

Con su actuación, no sólo fracasó en su intento de sofocar la revuelta, sino que la avivó. Solicitó entonces de Felipe II que lo relevara de sus funciones, y fue nombrado consejero de Estado. El matrimonio de su hijo Fadrique contra los deseos del rey le hizo caer en desgracia y se retiró de la vida pública.

No obstante, fue llamado de nuevo (1580) para doblegar la oposición portuguesa contra Felipe II, quien reivindicaba sus derechos dinásticos al trono de Portugal. Tras derrotar al ejército de Diego de Meneses y conseguir la rendición de la flota lusa, el duque de Alba entró en Lisboa. El anciano duque fue nombrado condestable de Portugal y recibió el Toisón de Oro.

Fray LUIS DE LEÓN

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(Belmonte, 1527-Madrigal de las Altas Torres, 1591)

Escritor español en lenguas castellana y latina. De ascendencia judía, desde muy joven militó en la orden agustina.

Estudió en las universidades de Alcalá de Henares y de Salamanca, donde obtuvo dos cátedras: la primera de filosofía jovenlandesal y la segunda de Sagradas Escrituras, que abandonó más tarde para dedicarse a su orden. Fue detenido por la Inquisición y encarcelado durante casi cuatro años (1573-1576) a causa de su Comentario al Cantar de los Cantares (1561), traducción al castellano del texto bíblico, entonces prohibido.

Fray Luis fue un gran humanista de espíritu cristiano y muy buen conocedor de los clásicos latinos. Destacó ante todo como prosista en castellano: su conciencia estilística, que se manifiesta en los efectos rítmicos que introdujo en su prosa, y su empeño en conseguir un lenguaje cuidado y natural lo convierten en un escritor fundamental para la consolidación de la prosa castellana.

Destacan en este sentido La perfecta casada (1583), sobre las virtudes de la mujer cristiana, y, sobre todo, De los nombres de Cristo (1574-1575), comentario erudito que constituye sin duda su obra más conseguida estilísticamente. Sin embargo, su fama literaria se debe a sus composiciones poéticas, veintitrés poemas publicados por primera vez por Quevedo en 1637 en un intento de ofrecer contramodelos a la corriente gongorina.

Tan riguroso como en su prosa, su poesía demuestra un gran dominio del ritmo y del tono. Siguió las innovaciones métricas introducidas por Boscán y Garcilaso, pero se decantó exclusivamente por la lira. Máximo representante de la corriente horaciana, consiguió una expresión poética de gran perfección formal y fuerza expresiva, de ejemplar sencillez. Sobre la base de su pensamiento platónico-agustiniano, cantó el ideal de vida retirada y el anhelo de plenitud que prefigura la vida celestial.

JUAN DE LA CRUZ

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(Fontiveros, 1542 - Úbeda, 1591)

Poeta y religioso español. Nacido en el seno de una familia hidalga empobrecida, empezó a trabajar muy joven en un hospital y recibió su formación intelectual en el colegio jesuita de Medina del Campo.

En 1564 comenzó a estudiar artes y filosofía en la Universidad de Salamanca, donde conoció, en 1567, a Santa Teresa de Jesús, con quien acordó fundar dos nuevas órdenes de carmelitas. Su orden reformada de carmelitas descalzos tropezó con la abierta hostilidad de los carmelitas calzados, a pesar de lo cual logró desempeñar varios cargos. Tras enseñar en un colegio de novicios de Mancera, fundó el colegio de Alcalá de Henares. Más adelante se convirtió en el confesor del monasterio de Santa Teresa.

En 1577 prosperaron las intrigas de los carmelitas calzados y fue encarcelado en un convento de Toledo durante ocho meses. Tras fugarse, buscó refugio en Almodóvar. Pasó el resto de su vida en Andalucía, donde llegó a ser vicario provincial. En 1591 volvió a caer en desgracia y fue depuesto de todos sus cargos religiosos, por lo que se planteó emigrar a América, proyecto que frustró su prematuro óbito. Canonizado en 1726, fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1926.

Aunque los versos que de él se conservan son escasos y no fueron publicados hasta después de su fin, se le considera como uno de los mayores poetas españoles de la época y como el máximo exponente de la poesía mística. Se supone que durante los meses de su encierro en 1577, que pasó en completo aislamiento y sometido a crueles interrogatorios, elaboró sus llamados poemas mayores: Llama de amor viva, Cántico espiritual y Noche oscura. Por temor a que fueran tomadas por "iluministas", ninguna de estas obras se publicó antes de 1618.

En sus tres poemas mayores, estrechamente relacionadas entre sí, Juan de la Cruz condensó sus propias vivencias personales, derivadas del constante anhelo de que su alma alcanzase la fusión ideal con su Creador; las tres composiciones, de un modo u otro, describen el ascenso místico del alma hacia Dios, y dado que surgieron como trasunto de una experiencia mística que se expresaba en alegorías y símbolos, San Juan de la Cruz consideró que debían ser explicadas. Esto le llevó a la escritura de comentarios en prosa a los poemas.

A diferencia de Santa Teresa de Jesús, que adopta el tono coloquial y se nutre de los efectos de la luz para expresar la experiencia de la comunión con Dios, la poesía de San Juan de la Cruz se constituye en un lenguaje vivo que, bebiendo en variadas fuentes, busca la expresión del arrobo y del éxtasis de la unión mística; su propósito es llegar a plasmar, o cuanto menos dejar entrever, esa realidad invisible e inefable que es el amor divino, apelando al simbolismo y a las ricas posibilidades expresivas de un lenguaje elaborado. Son precisamente estos dos factores los que atraen y fascinan aun a los no creyentes, pues sus versos, al operar fundamentalmente como vías expresivas de una experiencia personal íntima, no comprometen creencias, tradiciones o culturas no compartidas por el sujeto.

Miguel de CERVANTES

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(Alcalá de Henares, 1547 - Madrid, 1616)

Escritor español, autor de Don Quijote de la Mancha (1605 y 1615), obra cumbre de la literatura universal. La inmensa fama de este libro inmortal, que parte de la parodia del género caballeresco para trazar un maravilloso retrato de los ideales y prosaísmos que cohabitan en el espíritu humano, ha hecho olvidar la existencia siempre precaria y azarosa del autor, al que ni siquiera sacó de la estrechez el fulgurante éxito del Quijote, compuesto en los últimos años de su vida.

Cuarto hijo de un modesto médico, Rodrigo de Cervantes, y de Leonor de Cortinas, vivió una infancia marcada por los acuciantes problemas económicos de su familia, que en 1551 se trasladó a Valladolid, a la sazón sede de la corte, en busca de mejor fortuna. Allí inició el joven Miguel sus estudios, probablemente en un colegio de jesuitas.

Cuando en 1561 la corte regresó a Madrid, la familia Cervantes hizo lo propio, siempre a la espera de un cargo lucrativo. La inestabilidad familiar y los vaivenes azarosos de su padre (que en Valladolid fue encarcelado por deudas) determinaron que su formación intelectual, aunque extensa, fuera más bien improvisada. Aun así, parece probable que frecuentara las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, puesto que en sus textos aparecen copiosas descripciones de la picaresca estudiantil de la época.

En 1569 salió de España, probablemente a causa de algún problema con la justicia, y se instaló en Roma, donde ingresó en la milicia, en la compañía de don Diego de Urbina, con la que participó en la batalla de Lepanto (1571). En este combate naval contra los turcos fue herido de un arcabuzazo en la mano izquierda, que le quedó anquilosada.

Cuando regresaba de vuelta a España tras varios años de vida de guarnición en Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia (donde había adquirido un gran conocimiento de la literatura italiana), la nave en que viajaba fue abordada por piratas turcos (1575), que lo apresaron y vendieron como esclavo, junto a su hermano Rodrigo, en Argel. Allí permaneció hasta que, en 1580, un emisario de su familia logró pagar el rescate exigido por sus captores.

Ya en España, tras once años de ausencia, encontró a su familia en una situación aún más penosa, por lo que se dedicó a realizar encargos para la corte durante unos años. En 1584 casó con Catalina Salazar de Palacios, y al año siguiente se publicó su novela pastoril La Galatea. En 1587 aceptó un puesto de comisario real de abastos que, si bien le acarreó más de un problema con los campesinos, le permitió entrar en contacto con el abigarrado y pintoresco mundo del campo que tan bien reflejaría en su obra maestra.

La primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha apareció en 1605; el éxito de este libro fue inmediato y considerable, pero no le sirvió para salir de la miseria. Al año siguiente la corte se trasladó de nuevo a Valladolid, y Cervantes con ella, para poder seguir mendigando favores. Mientras los grandes poetas del Siglo de Oro, empezando por Francisco de Quevedo o Luis de Góngora, gozaban de una sólida posición o de la protección de aristócratas, y el mejor dramaturgo de la época, Lope de Vega, podía incluso vivir de su obra, la justa fama que le había dado la difusión del Quijote sólo sirvió a Cervantes para publicar otras obras que ya tenía escritas: los cuentos jovenlandesales de las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso y las Comedias y entremeses.

En 1615, meses antes de su fin, envió a la imprenta el segundo tomo del Quijote, con lo que quedaba completa la obra que lo sitúa como uno de los más grandes escritores de la historia y como el fundador de la novela en el sentido moderno de la palabra. A partir de una sátira corrosiva de las novelas de caballerías, el libro construye un cuadro tragicómico de la vida y explora las profundidades del alma a través de las andanzas de dos personajes arquetípicos y contrapuestos, el iluminado don Quijote y su prosaico escudero Sancho Panza.

Francisco de Sandoval y Rojas, el Duque de LERMA

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(Tordesillas, Valladolid, 1553 - Valladolid, 1625)

Aristócrata español, valido del rey Felipe III. Era hijo del marqués de Denia y nieto de san Francisco de Borja. Protegido por su padre y por su tío, arzobispo de Sevilla, se educó en la corte de Felipe II. Gradualmente se ganó la confianza del príncipe heredero, hasta el punto de aconsejar su alejamiento de la corte nombrándole virrey de Valencia (1595-97).

Llamado de nuevo por el príncipe, que le nombró su caballerizo mayor como hombre de confianza, el acceso al Trono de Felipe III tras la fin de su padre en 1598 le permitió hacerse con el poder en la corte. Alejó a los cortesanos más influyentes del reinado anterior y restringió en beneficio propio el acceso a la persona real (organizando continuos viajes del rey e incluso trasladando la corte a Valladolid entre 1601 y 1606). Situó a la gente de su Casa en los puestos clave del poder (oficios de Palacio, secretarías, juntas y consejos) y empleó los recursos de la Monarquía para fortalecer su propia red clientelar mediante el ejercicio del patronazgo.

Las mercedes reales y el poder omnímodo del que dispuso le permitieron amasar una gran fortuna y engrandecer a su Casa con nuevos privilegios, títulos, cargos, rentas, territorios y enlaces familiares. Nacía así la figura del valido, ministro todopoderoso propio de los llamados «Austrias menores» (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), monarcas teóricamente absolutos, pero alejados en la práctica de la gestión política por una mezcla de incapacidad e indiferencia; en el caso de Felipe III era más bien por indiferencia, que Lerma acentuó cultivando la inclinación del rey por la caza, el juego y los deportes.

La política de Lerma comenzó por la reforma de los órganos de gobierno de la monarquía, fortaleciendo las Juntas en detrimento de los tradicionales Consejos, a fin de ganar en agilidad y carácter ejecutivo, al tiempo que se acrecentaba el poder del valido y sus partidarios. En lo exterior, impuso una política pacifista, reconociendo con realismo las dificultades financieras y militares por las que atravesaba el país: firmó la paz con Francia, Inglaterra y, sobre todo, con Holanda (Tregua de los Doce Años, 1609). La paz permitió reconstruir la Hacienda Real y la explotación de los metales americanos. También fue obra de Lerma la expulsión de España de los moriscos en 1609-14.

Lerma hubo de hacer frente a una facción rival encabezada por su propio hijo, el duque de Uceda, y auspiciada por la reina, que recibiría un inesperado refuerzo por parte de los jefes militares procedentes de Flandes que regresaban a la corte y cuestionaban la política pacifista; el rey recibía memoriales contra los abusos de su valido, mientras en la calle circulaban rumores y pasquines en el mismo sentido. Los enemigos de Lerma aprovecharon en su favor el fracaso del sistema de Juntas, los excesos de nepotismo, avaricia y corrupción cometidos en el ejercicio del patronazgo regio suplantado por el valido y los errores de éste en su relación con las Cortes castellanas.

Lerma fue perdiendo capacidad para situar a sus candidatos en puestos de poder y, en consecuencia, para atraer partidarios; hasta que, perdido también el favor real, hubo de dejar el poder y retirarse a sus dominios en 1618 (con ello salvaguardaba los intereses familiares, ya que le sustituía en la privanza del rey el duque de Uceda, que era hijo suyo).

Antes, y para ponerse a salvo de represalias, se hizo nombrar cardenal en 1618 (y se ordenó sacerdote en 1619), por lo que quedó a salvo del proceso que se abrió contra él y sus «hechuras»; no obstante, el proceso le fue muy desfavorable y murió en medio del mayor desprestigio, después de ver cómo moría su antiguo amigo y protector Felipe III (en 1621) y cómo su hijo perdía el poder en favor de Olivares, para morir él también (en 1624). La línea pacifista seguida por la Monarquía se rompió inmediatamente con el inicio de la Guerra de los Treinta Años (1618-48).
 
Última edición:
Luis de GÓNGORA

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(Córdoba, España, 1561- 1627)

Poeta español. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588).

En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la fin.

Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas.

En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la fin de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados.

Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos».

El estilo gongorino es sin duda muy personal, lo cual no es óbice para que sea considerado como una magnífica muestra del culteranismo barroco. Su lenguaje destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea sintáctico (acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La dificultad que entraña su lectura se ve acentuada por la profusión de inusitadas hipérboles barrocas, hiperbatones y desarrollos paralelos, así como por la extraordinaria musicalidad de las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.

Su peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le criticó, ahonda de hecho en una vasta tradición lírica que se remonta a Petrarca, Mena o Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de las correlaciones y plurimembraciones, no ya en la línea del equilibrio renacentista sino en la del retorcimiento barroco. Sus perífrasis y la vocación arquitectónica de toda su poesía le dan un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina.

Su fama fue enorme durante el Barroco, aunque su prestigio y el conocimiento de su obra decayeron luego hasta bien entrado el siglo XX, cuando la celebración del tercer centenario de su fin (en 1927) congregó a los mejores poetas y literatos españoles de la época (conocidos desde entonces como la Generación del 27) y supuso su definitiva revalorización crítica.

Félix LOPE DE VEGA

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(Madrid, 1562-1635)

Escritor español. Lope de Vega procedía de una familia humilde y su vida fue sumamente agitada y llena de lances amorosos. Estudió en los jesuitas de Madrid (1574) y cursó estudios universitarios en Alcalá (1576), aunque no consiguió el grado de bachiller.

Debido a la composición de unos libelos difamatorios contra la comedianta Elena Osorio (Filis) y su familia, por desengaños amorosos, Lope de Vega fue desterrado de la corte (1588-1595). No fue éste el único proceso en el que se vio envuelto: en 1596, después de ser indultado en 1595 del destierro, fue procesado por amancebamiento con Antonia de Trillo.

Estuvo enrolado, al menos, en dos expediciones militares: una fue la que conquistó la isla Terceira en las Azores (1583), al mando de don Álvaro de Bazán, y la otra, en la Armada Invencible. Fue secretario de varios personajes importantes, como el marqués de Malpica o el duque de Alba, y a partir de 1605 estuvo al servicio del duque de Sessa, relación sustentada en una amistad mutua.

Lope se casó dos veces: con Isabel de Urbina (Belisa), con la que contrajo matrimonio por poderes tras haberla raptado antes de salir desterrado de Madrid; y con Juana de Guardo en 1598. Aparte de estos dos matrimonios, su vida amorosa fue muy intensa, ya que mantuvo relaciones con numerosas mujeres, incluso después de haber sido ordenado sacerdote. Entre sus amantes se puede citar a Marina de Aragón, Micaela Luján (Camila Lucinda), con la que tuvo dos hijos, Marcela y Lope Félix, y Marta de Nevares (Amarilis y Marcia Leonarda), además de las ya citadas anteriormente.

La obra y la biografía de Lope de Vega presentan una gran trabazón, y ambas fueron de una exuberancia casi besugo. Como otros escritores de su tiempo, cultivó todos los géneros literarios.

Donde realmente vemos al Lope renovador es en el género dramático. Después de una larga experiencia de muchos años escribiendo para la escena, Lope compuso, a petición de la Academia de Madrid, el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609). En él expone sus teorías dramáticas, que vienen a ser un contrapunto a las teorías horacianas, expuestas en la Epístola a los Pisones.[/BI]

De las tres unidades -acción, tiempo y lugar-, Lope sólo aconseja respetar la unidad de acción para mantener la verosimilitud, y rechaza las otras dos, sobre todo en las obras históricas, donde se comprende el absurdo de su observación; aconseja la mezcla de lo trágico y lo cómico (en consonancia con el autor de La Celestina): de ahí la enorme importancia de la figura del gracioso en su teatro y, en general, en todas las obras del Siglo de Oro; regulariza el uso de las estrofas de acuerdo con las situaciones y acude al acervo tradicional español para extraer de él sus argumentos (crónicas, romances, cancioncillas).

En general, las obras teatrales de Lope de Vega giran en torno a dos ejes temáticos, el amor y el honor, y su público es de lo más variado, desde el pueblo iletrado hasta el más culto y refinado. De su extensísima obra, más de «mil quinientas» según palabras del propio autor, se conservan unas trescientas de atribución segura.

Sus obras más conocidas son las que tratan los problemas de abusos por parte de los nobles, situaciones frecuentes en el caos político de la España del siglo XV; entre ellas se encuentran Fuente Ovejuna; El mejor alcalde, el rey; Peribáñez y el comendador de Ocaña y El caballero de Olmedo. De tema amoroso son El perro del hortelano y La hermosa antiestética. El grupo más numeroso es el de comedias de capa y espada, basadas en la intriga de acción amorosa: La dama boba, etc.

Juan Martínez MONTAÑÉS

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(Alcalá la Real, 1568-Sevilla, 1649)

Escultor español. Es una figura sobresaliente de la escultura en madera policromada, la técnica escultórica que alcanzó mayor desarrollo en la España de los siglos XVI-XVII. Su nombre y el de Gregorio Fernández suponen los puntos culminantes del realismo barroquizante de este arte peculiar, que respondió al ambiente de piedad y devoción característico de la Contrarreforma. De ambos, el último capitalizó la escuela castellana de la talla en madera, mientras que Martínez Montañés fue la cabeza visible de la escuela andaluza o sevillana.

Llevó a cabo una producción vastísima, religiosa en su totalidad con la única excepción de un busto de Felipe IV (perdido), que debía servir de modelo para la estatua ecuestre encargada al italiano Pietro Tacca. El Cristo de la clemencia y La Inmaculada Concepción de la catedral de Sevilla se cuentan entre sus estatuas más admiradas. Pero su obra maestra es el retablo mayor del monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, que incluye las magníficas figuras orantes de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y doña María Alonso Coronel.

Su obra influyó en escultores como Alonso Cano y Juan de Mesa, de quienes fue maestro, y también en los principales pintores de la escuela sevillana del siglo XVII, entre ellos Velázquez y Zurbarán. El pintor y tratadista de arte Francisco Pacheco mantuvo con él una estrecha relación y a menudo policromó sus estatuas.

Según Pacheco, Juan Martínez Montañés trabajó algún tiempo en Granada junto a Pablo de Rojas, antes de establecerse en Sevilla, donde en 1588 obtuvo el título de maestro escultor de imaginería. De su período de formación (1589-1605), influido por el dramatismo de Gregorio Hernández, sobresalen el San Cristóbal de la iglesia del Salvador en Sevilla y el San Jerónimo de las Clarisas de Llerena en Badajoz. Del siguiente período (1605-1620) cabe mencionar el ya citado Cristo de la Clemencia (sacristía de la catedral de Sevilla) y el magistral retablo mayor del monasterio de San Isidoro del Campo (Santiponce). Durante la década de 1630 trabajó junto con su discípulo Juan de Mesa.

FELIPE III

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(Madrid, 1578-1621)

Rey de España y Portugal, hijo de Felipe II, a quien sucedió en 1598. La fin de Felipe II marcó el fin de un sistema político y el inicio de otro régimen de gobierno. Los reyes españoles del siglo XVII se limitaron a cumplir los deberes burocráticos de la Corona, dejando el poder en manos de personas de su absoluta confianza, los validos. Con Felipe III revivieron las luchas cortesanas entre favoritos, ávidos de poder. De este modo, la introducción del régimen de privados permitió a la alta nobleza castellana usufructuar el poder que desde comienzos del siglo XVI, dado el prestigio de la monarquía, habían visto reducido. Pudo ser necesario para suplir la insuficiencia personal del monarca, y ciertamente Felipe III, místico e indolente, no brilló por su inteligencia ni por su energía; lo lamentable fue la escasa altura de los privados, quienes decididos a conservar el dominio político a toda costa, toleraban la venalidad de los funcionarios en grave detrimento de la Corona, pues para los cargos no se nombraba a los mejores, sino a los que más pagaban.

Aficionado al teatro, a la pintura y -sobre todo- a la caza, Felipe III delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma; por influencia de éste, la corte española se trasladó temporalmente a Valladolid (1601), volviendo luego a su sede de Madrid (1606). Al morir Lerma en 1619, le sucedió en el valimiento su hijo, el duque de Uceda, si bien el rey impidió que alcanzara un poder tan ilimitado como había tenido su padre. Ambos gobernantes, predispuestos exclusivamente a enriquecerse, aumentaron considerablemente los gastos suntuarios de la Corte, mientras se manifestaban los primeros síntomas de una grave y larga crisis económica puesta en evidencia por los escritos de los arbitristas, entre ellos González de Alfango y Sancho de Moncada.

A lo largo del reinado se sucedieron las reformas institucionales para solucionar los problemas de corrupción e inoperancia que aquejaban a la administración de la Monarquía: aparte de los cambios introducidos en el tradicional sistema de Consejos, se extendió cada vez más el recurso a las Juntas, órganos destinados a mermar el poder de aquéllos en favor de un gobierno más ágil y coherente, pero que no produjeron el resultado apetecido (Junta de Guerra de Indias, Junta de Desempeño, Junta de Hacienda de Portugal…).

Paralelamente, se adoptaron disposiciones para aliviar la crisis de la Hacienda. A pesar de que los caudales que llegaban de Indias seguían siendo numerosos, se realizaron continuas manipulaciones de la moneda de cobre (vellón) por sucesivas acuñaciones y resellos, que motivaron que desapareciese de la circulación la moneda de buena ley y provocaron una inflación de precios que agravó la depresión económica.

Los problemas financieros, que se arrastraban desde el reinado anterior, hicieron al rey dependiente de las Cortes, a las que hubo de reunir con más frecuencia que sus antecesores para que le otorgaran los recursos imprescindibles para mantener la acción exterior de la Monarquía (servicios de millones). Por último, en la política interior de Felipe III hay que destacar la expulsión de los moriscos (1610), que liquidó el problema creado en tiempos de Felipe II, al esparcir por toda la Península a los fiel a la religión del amores granadinos derrotados en la Guerra de las Alpujarras; dicha expulsión tuvo efectos económicos muy negativos.

Con Felipe III se inicia la serie de los llamados «Austrias menores», monarcas de la Casa de Habsburgo en el siglo XVII, bajo los cuales se produjo la decadencia del poderío español en Europa. Los inicios del reinado se caracterizaron por una línea pacifista, obligada por las dificultades financieras: en 1604 se firmó la Paz de Londres con Inglaterra; en 1609 la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas de los Países Bajos; la paz con Francia, que Felipe II había concertado en sus últimos momentos (Vervins, 1598) quedó consolidada en 1615, mediante sendos matrimonios del rey francés con una infanta española y del príncipe heredero de España (el futuro Felipe IV) con una infanta francesa; y los éxitos militares conseguidos en el norte de Italia parecieron abrir también allí un periodo de tranquilidad (Convenio de Pavía, 1617).

Esa situación se rompió cuando los conflictos internos de los Habsburgo arrastraron a toda Europa a la Guerra de los Treinta Años (1618-48). Iniciada a propósito del enfrentamiento entre católicos y protestantes en Bohemia, la primera fase de la guerra (la correspondiente al reinado de Felipe III) enfrentó a España, aliada de Austria y de Baviera (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Liga Católica), contra los protestantes bohemios apoyados por el Palatinado (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Unión Protestante).

La victoria de las tropas españolas mandadas por Spínola en el Palatinado, y de las tropas de la Liga mandadas por Tilly en Bohemia, saldó esta primera fase en beneficio de los intereses españoles; pero la guerra se reanudaría en el siguiente reinado en un sentido mucho menos favorable. A la fin del rey, la monarquía española conservaba íntegro su prestigio exterior, aunque en el orden interior se había afianzado la crisis económica, que se manifestaría plenamente en tiempos de su sucesor, Felipe IV.

TIRSO DE MOLINA

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(Madrid, 1584 - Almazán, 1648)

Dramaturgo español. Es uno de los grandes dramaturgos del Siglo de Oro español. En su obra dramática se mantuvo fiel a Lope de Vega, del que sólo se diferencia por el análisis más profundo de la psicología de sus protagonistas, en especial en los tipos femeninos, cuya variedad y matización es poco usual en el teatro español de la época.

Pocos datos se conocen respecto de la biografía de Tirso de Molina. Se sabe que se ordenó en el convento mercedario de Guadalajara (1601); que vivió en el monasterio de Estercuel (1614-1615); que viajó a Santo Domingo en 1616, de donde regresó dos años más tarde. Una Junta de Reformación le condenó a destierro de la corte por escribir comedias profanas. En 1626 estaba de nuevo en la corte y fue nombrado comendador del convento de Trujillo. Fue confinado en el convento de Cuenca por orden del P. Salmerón, visitador general, al parecer por las mismas causas que promovieron su destierro. En 1632 fue nombrado cronista de su orden; en 1645 fue comendador del convento de Soria, y al año siguiente, definidor provincial de Castilla.

Se le atribuyen, aunque no se incluyeron en las Partes de sus comedias, dos obras de contenido filosófico de gran importancia: El burlador de Sevilla y convidado de piedra, que introdujo el tema del libertino don Juan Tenorio en la literatura universal, y El condenado por desconfiado, en la que trató el tema de la arrogancia del hombre frente a la gracia divina y la importancia del libre albedrío.
 
Última edición:
¿Bartolomé de las Casas? ¿Fabular, exagerar y contar mentiras te convierte en grande? Con razon has ampliado a 200: se ve que vas a tener que meter a todos los grandes políticos de la tras*ición a nuestros días
 
Francisco de QUEVEDO

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(Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645)

Escritor español. Los padres de Francisco de Quevedo desempeñaban altos cargos en la corte, por lo que desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudió en el colegio imperial de los jesuitas, y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad ésta
donde adquirió su fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora.
Siguiendo a la corte, en 1606 se instaló en Madrid, donde continuó los estudios de teología e inició su relación con el duque de Osuna, a quien Francisco de Quevedo dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca vertido al español.

En 1613 Quevedo acompañó al duque a Sicilia como secretario de Estado, y participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas entre las repúblicas italianas. De regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber participado en la conjuración de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par, y como consecuencia, de la caída del duque de Osuna (1620); detenido, fue condenado a la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad Real).

Sin embargo, pronto recobró la confianza real con la ascensión al poder del conde-duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y le distinguió con el título honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su estatus político al mantener su oposición a la elección de Santa Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las recomendaciones del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual le valió, en 1628, un nuevo destierro, esta vez en el convento de San Marcos de León.

Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a la cual se casó, en 1634, con Esperanza de Mendoza, una viuda que era del agrado de la esposa de Olivares y de quien se separó poco tiempo después. Problemas de corrupción en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue encarcelado en el convento de San Marcos, donde permaneció, en una minúscula celda, hasta 1643. Cuando salió en libertad, ya con la salud muy quebrantada, se retiró definitivamente a Torre de Juan Abad.

Como literato, Quevedo cultivó todos los géneros literarios de su época. Se dedicó a la poesía desde muy joven, y escribió sonetos satíricos y burlescos, a la vez que graves poemas en los que expuso su pensamiento, típico del Barroco. Sus mejores poemas muestran la desilusión y la melancolía frente al tiempo y la fin, puntos centrales de su reflexión poética y bajo la sombra de los cuales pensó el amor.

A la profundidad de las reflexiones y la complejidad conceptual de sus imágenes, se une una expresión directa, a menudo coloquial, que imprime una gran modernidad a la obra. Adoptó una convencida y agresiva postura de rechazo del gongorismo, que le llevó a publicar agrios escritos en que satirizaba a su rival, como la Aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631). Su obra poética, publicada póstumamente en dos volúmenes, tuvo un gran éxito ya en vida del autor, especialmente sus letrillas y romances, divulgados entre el pueblo por los juglares y que supuso su inclusión, como poeta anónimo, en la Segunda parte del Romancero general (1605).

Sobresalió con la novela picaresca Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, obra ingeniosa y de un humor corrosivo, impecable en el aspecto estilístico, escrita durante su juventud y desde entonces publicada clandestinamente hasta su edición definitiva. Más que su originalidad como pensador, destaca su total dominio y virtuosismo en el uso de la lengua castellana, en todos sus registros, campo en el que sería difícil encontrarle un competidor.

Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-duque de OLIVARES

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(Roma, 1587 - Toro, Zamora, 1645)

Valido del rey Felipe IV de España.Segundón de una rama menor de la casa de Medina Sidonia, inició una carrera eclesiástica estudiando en la Universidad de Salamanca. Sin embargo, la fin de sus dos hermanos mayores le convirtió en heredero y le hizo abandonar los estudios para acompañar a su padre, el conde de Olivares, en la corte de Felipe III (1604-07).

Al heredar el mayorazgo se retiró a Sevilla para administrar sus dominios. Pero regresaría a la corte en 1615 como gentilhombre de cámara del príncipe; desde ese cargo se ganó la confianza del futuro rey y se alineó, bajo la protección de su tío Baltasar de Zúñiga, en la facción del duque de Uceda, opuesta a la del valido duque de Lerma.

Afianzó sus posiciones en el periodo de declive del poder de Lerma y posteriormente se deshizo de la tutela de Uceda; de manera que, cuando accedió al Trono Felipe IV en 1621, Olivares pasó a controlar la situación, acumulando múltiples cargos palaciegos y regulando el acceso a la persona del monarca. Y cuando murió su tío en 1622, se convirtió en una especie de ministro universal del rey.

En un primer momento se dedicó a eliminar de la corte a los miembros de las facciones de Lerma y Uceda, condenando con castigos ejemplares los abusos del reinado anterior, pero también situando en los puestos clave a sus propios parientes, amigos, clientes y «hechuras», al tiempo que acumulaba para su casa títulos, rentas y propiedades. Su poder personal quedó reforzado mediante el recurso a las juntas, con las cuales tendió a suplantar el mecanismo de gobierno tradicional de los Consejos.

El programa político de Olivares está contenido en el Gran Memorial que presentó al rey en 1624. Considerando que la autoridad y reputación de la Monarquía se habían deteriorado, proponía un plan de reformas encaminadas a reforzar el poder real y la unidad de los territorios que dominaba, con vistas a un mejor aprovechamiento de los recursos al servicio de la política exterior.

En su opinión, la eficacia de la maquinaria bélica de la monarquía, sostén de su hegemonía en Europa, dependía de la capacidad para movilizar los recursos de sus reinos, tendiendo a una administración más ejecutiva y centralizada; es lo que se llamó la Unión de Armas, proyecto para incrementar el compromiso de todos los reinos de España (tal expresión era utilizada en el documento) para compartir con Castilla las cargas humanas y financieras del esfuerzo bélico. Aquel proyecto de Monarquía más cohesionada y más ejecutiva no llegó a hacerse realidad, por la oposición de los poderes locales representados en las Cortes. Pero ello no hizo desistir a Olivares de su política belicista, encaminada a recuperar el dominio de los Países Bajos y la supremacía sobre Francia.

Sin nuevos recursos financieros, las guerras provocaron un endeudamiento creciente, hasta llegar a la bancarrota de 1627. Desde entonces, las derrotas militares se sucedieron, abriendo el camino para la decadencia del poderío español en Europa: la Monarquía había perdido las buenas relaciones con la Inglaterra de los Estuardo al fracasar las negociaciones para casar a la infanta María con el príncipe de Gales; se había enfrentado con Francia al tomar partido en la disputa sucesoria de Mantua (Guerra de Monferrato, 1628-31); y al no prorrogar la Tregua de los Doce Años con Holanda, hubo de afrontar una guerra desastrosa simultáneamente contra Holanda, Inglaterra, Francia y Dinamarca, en el marco del conflicto general europeo de la Guerra de los Treinta Años (1618-48).

Olivares protagonizó en 1627-35 un último intento de imponer sus reformas por la vía autoritaria, pero las resistencias fueron mayores y, unidas a las derrotas militares, minaron el prestigio del valido. Tras un primer sobresalto con el motín de la Sal de Vizcaya (1630-31), el descontento de los reinos periféricos estalló por fin en 1640 con las rebeliones simultáneas de Portugal (que conduciría a su independencia) y de Cataluña (que no sería sofocada hasta 1652), a las que se unió la conspiración del duque de Medina Sidonia en Andalucía.

En 1643 Felipe IV prescindió por fin del conde-duque (así llamado por ser conde de Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor), que se retiró a convalecer de sus achaques en su señorío de Loeches, cerca de Madrid. Incluso entonces, los detractores del antiguo valido siguieron formulando acusaciones contra él hasta que consiguieron que el rey le desterrara más lejos, a la villa de Toro (1643), y que fuera procesado por la Inquisición (1644).

José de Ribera, El ESPAÑOLETO

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(Játiva, 1591-Nápoles, 1652)

Pintor y grabador español. No se tienen noticias seguras sobre su formación artística, si bien se cree que fue discípulo de Francisco Ribalta.

Hacia 1608-1610 marchó a Italia, donde visitó la corte de los Farnesio en Parma (San Martín partiendo su capa con el pobre) y se interesó por la obra de Correggio. Hasta 1616 estuvo en Roma, donde admiró a Rafael, Miguel Ángel y, especialmente, a Caravaggio. Allí consiguió celebridad y realizó obras de una gran calidad, como evidencian El gusto y El tacto, de la serie de Los cinco sentidos.

Se estableció definitivamente en Nápoles, donde se impuso como la personalidad más importante del foco napolitano. Gozó de la protección de los virreyes, que le fueron adoptando como pintor de cámara, como el duque de Osuna, para quien realizó el grupo de obras de la colegiata de Osuna, el conde Monterrey (Inmaculada y otras obras en la iglesia de las Agustinas de Salamanca) y don Juan de Austria. Trabajó para la iglesia napolitana de Jesús Nuevo, la capilla de San Jenaro de la catedral y, sobre todo, para la cartuja de San Martín, que conserva un magnífico conjunto (serie de Profetas, Piedad). De 1620 a 1626 no se tienen noticias de obras pictóricas, pero a este período corresponden la mayoría de sus grabados, técnica que cultivó con maestría (Martirio de san Bartolomé[/BI]).

De su origen español conservó siempre el gusto por la temática religiosa (La bendición de Jacob), con figuras aisladas de santos (abundando los penitentes y mártires) de rostros atezados y frentes arrugadas, plasmados con crudo realismo (San Andrés, San Jerónimo), así como milagros, martirios (Martirio de San Felipe, Martirio de San Andrés), episodios del Nuevo Testamento y vírgenes con Niño. Sin embargo, también cultivó el género mitológico y el retrato, y realizó las series de los Filósofos, así como representaciones de mendigos y tipos populares.

Hasta 1634 su estilo se caracterizó por un acusado tenebrismo, con violentos contrastes de luz, un plasticismo duro, un crudo realismo en los detalles y cierta tendencia a la monumentalidad. A partir de ese momento optó por una pictoricidad más libre y un colorismo más rico, así como por temas y formas más amables, asimilando influencias venecianas y boloñesas. En su producción final parece advertirse un repliegue hacia formas de su período juvenil, retornando al tenebrismo y los contrastes lumínicos.

Francisco de ZURBARÁN

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(Fuente de Cantos, 1598 - Madrid, 1664)

Pintor español. A los quince años Francisco de Zurbarán se trasladó a Sevilla, donde fue discípulo del pintor Pedro Díaz de Villanueva, y donde conoció a Velázquez. Contrajo matrimonio con María Páez en 1617, y desde ese año hasta 1628 permaneció en Llerena (Extremadura). Aunque existen noticias documentales de distintas obras realizadas por Zurbarán durante este tiempo, no se conoce ninguna que con seguridad pueda situarse en esta época.

En 1625 Zurbarán se casó en segundas nupcias con Beatriz jovenlandesales. En 1627 pintó su primera gran obra importante firmada y datada: la Crucifixión del oratorio de la sacristía del convento dominico sevillano de San Pablo el Real, para el que en 1626 había contratado la realización de veintiún cuadros en ocho meses. Entre 1628 y 1629 llevó a cabo un ciclo de pinturas para el colegio franciscano de San Buenaventura.

El arte de Zurbarán aparece ya perfectamente definido, y se aprecian en su pintura la fuerza realista propia de los mejores pintores españoles de la época, su sentido de la ordenación y de la monumentalidad; el fondo oscuro de sus cuadros subraya ya entonces la presencia volumétrica de las figuras.

En 1629 se estableció en Sevilla por invitación del Consejo Municipal de la ciudad, y era tan grande su reputación como pintor, que no tuvo que pasar el tradicional examen para ejercer su oficio. Entre 1630 y 1639 se sitúa la etapa más fecunda de la obra de este artista, que abarca tanto naturalezas muertas (Bodegón con naranjas, 1633) como obras de tema religioso (Visión del beato Alonso Rodríguez, 1630; Apoteosis de Santo Tomás de Aquino, 1631; Santa Margarita; Santa Isabel de Portugal).

Llamado a Madrid en 1634, participó en la decoración del salón de Reinos del Buen Retiro (La defensa de Cádiz contra los ingleses, y una serie de los Trabajos de Hércules); durante este período, y siguiendo el ejemplo de Velázquez, renunció al tenebrismo; en el clasicismo toscano, influido a veces por los maestros venecianos, encontró un estilo acorde con sus aspiraciones. Las pinturas del retablo de la capilla de San Pedro de la catedral de Sevilla (1635-1636) permiten apreciar su evolución artística.

Otra vez en Sevilla, trabajó para el convento de la Merced Descalza (1636), para el que pintó varias obras religiosas. Pintó también varios cuadros para la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, en Llerena, y para la cartuja de la Defensión de Jerez de la Frontera, y en 1639 firmó un contrato con el monasterio de San Jerónimo de Guadalupe para la realización de varios cuadros. Son especialmente destacables las obras realizadas para la cartuja de las Cuevas de Sevilla (San Bruno y el papa Urbano II, San Hugo en el refectorio de los cartujos, Virgen de los cartujos).

En 1639 enviudó de nuevo, y en 1644 casó en terceras nupcias con la hija de un orfebre, Leonor de Tordera. En 1650 pintó la Anunciación para el conde de Peñaranda; muestra aquí un nuevo estilo, en el que el uso del difuminado intenta atenuar la rigidez de las formas. En su Inmaculada Concepción niña (1656) se detecta además una clara influencia de Guido Reni. En 1658 se trasladó a Madrid, donde parece que pintó bastante, aunque su arte no pudo adaptarse al cambio general del gusto, orientado hacia el pleno barroco.

Diego VELÁZQUEZ

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(Sevilla, 1599 - Madrid, 1660)

Pintor español. Además de ser la personalidad artística más destacada de su tiempo, Diego Velázquez es también la figura culminante del arte español, sin rival hasta los tiempos de Goya.

Diego Velázquez realizó su aprendizaje en Sevilla, en el taller de Pacheco, con cuya hija casó en 1617. Cuando todavía era un adolescente, pintó algunas obras religiosas (La Inmaculada Concepción, La Adoración de los Reyes Magos) con un realismo inusual y pronunciados efectos de claroscuro. A la misma época pertenece una serie de obras de género con figuras de prodigiosa intensidad y una veracidad intensísima en la reproducción tanto de los tipos humanos como de los objetos inanimados; entre otros ejemplos se pueden citar Vieja friendo bemoles y El aguador de Sevilla.

Estas obras, de un estilo por lo demás muy distinto del de su época de madurez, le valieron cierta reputación, que llegó hasta la corte, por lo que en 1623 Diego Velázquez fue llamado a Madrid por el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, para que pintara un retrato del rey; tanto gustó la obra al soberano que lo nombró pintor de corte.

Comenzó así para Velázquez una larga y prestigiosa carrera cortesana, a lo largo de la cual recibió destacados títulos, como los de ujier de cámara y caballero de la Orden de Santiago. Desde su nombramiento oficial hasta el final de sus días pintó numerosos retratos de Felipe IV y de diversos miembros de su familia, a pie o a caballo.

Se trata de obras de gran realismo y excepcional sobriedad en las que el magistral empleo de la luz sitúa los cuerpos en el espacio y hace vibrar a su alrededor una atmósfera real que los envuelve. Los fondos, muy densos al principio, se suavizan y aclaran luego, con el paso del tiempo. En los retratos femeninos (el de Mariana de Austria, por ejemplo), el artista se recrea en los magníficos vestidos, en los que muestra sus grandes cualidades como colorista.

La culminación de su carrera como retratista es Las Meninas, considerada por algunos como la obra pictórica más importante de todos los tiempos. Hay que destacar igualmente las incomparables series de acondroplásicos y tullidos de la corte. Velázquez realizó dos viajes a Italia, uno en 1629-1631 y otro en 1648-1651. En ambos produjo obras importantes: La túnica de José y La fragua de Vulcano en el primero; los retratos de Juan de Pareja y de Inocencio X en el segundo; el del Papa es un retrato portentoso, dotado de una vivacidad, una intensidad y un colorismo excepcionales.

Al genio sevillano se debe también una obra maestra de la pintura histórica, La rendición de Breda, pintada en 1634 para el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro de Madrid. El mérito de la obra reside en la ausencia del engolamiento habitual en los cuadros de temática histórica y en la plasmación de las facetas más humanas del acontecimiento; la composición admirablemente resuelta y la atmósfera de extraordinario realismo han hecho de esta obra una de las más conocidas del maestro.

Artista prolífico, Diego Velázquez dejó también importantes creaciones de temática religiosa (Crucificado) y algunas de tema mitológico en clave cotidiana, como Los borrachos o Las hilanderas, ésta una de las obras capitales del artista por la perfección que alcanza en ella la perspectiva aérea. El tono de cotidianidad, de acontecimiento vivo, confiere a estas realizaciones un particular atractivo.

De temática mitológica es así mismo la magistral Venus del espejo, el único desnudo femenino que pintó y uno de los pocos de la historia de la pintura española. Poco conocido fuera de España hasta el siglo XIX, Diego Velázquez es hoy considerado uno de los grandes genios de la pintura universal.
 
Pedro CALDERÓN DE LA BARCA

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(Madrid, 1600-1688)

Dramaturgo español. Educado en un colegio jesuita de Madrid, estudió en las universidades de Alcalá y Salamanca. En 1620 abandonó los estudios religiosos y tres años más tarde se dio a conocer como dramaturgo con su primera comedia, Amor, honor y poder. Como todo joven instruido de su época, viajó por Italia y Flandes y, desde 1625, proveyó a la corte de un extenso repertorio dramático entre el que figuran sus mejores obras.

Nombrado caballero de la Orden de Santiago por el rey, se distinguió como soldado en el sitio de Fuenterrabía (1638) y en la guerra de Cataluña (1640). Ordenado sacerdote en 1651, poco tiempo después fue nombrado capellán de Reyes Nuevos de Toledo. Por entonces ya era el dramaturgo de más éxito de la corte. En 1663, el rey lo designó capellán de honor, por lo que se trasladó definitivamente a Madrid.

Según el recuento que él mismo hizo el año de su fin, su producción consta de ciento diez comedias y ochenta autos sacramentales, loas, entremeses y otras obras menores. Como todo coetáneo suyo, Calderón no podía por menos que partir de las pautas dramáticas establecidas por Lope de Vega. Pero su obra, ya plenamente barroca, tal vez alcance mayor grado de perfección técnica y formal que la de Lope. De estilo más sobrio, Calderón pone en juego menor número de personajes y los centra en torno al protagonista, de manera que la obra tiene un centro de gravedad claro, un eje en torno al cual giran todos los elementos secundarios, lo que refuerza la intensidad dramática.

el dramaturgo inventa, más allá del repertorio caballeresco, una forma poético-simbólica desconocida antes de él y que configura un teatro esencialmente lírico, cuyos personajes se elevan hacia lo simbólico y lo espiritual. Calderón destaca sobre todo como creador de esos personajes barrocos, íntimamente desequilibrados por una pasión trágica. Su personaje más universal es el desgarrado Segismundo de La vida es sueño, considerada como la cumbre del teatro calderoniano.

Esta obra, paradigma del género de comedias filosóficas, recoge y dramatiza las cuestiones más trascendentales de su época: el poder de la voluntad frente al destino, el escepticismo ante las apariencias sensibles, la precariedad de la existencia, considerada como un simple sueño y, en fin, la consoladora idea de que, incluso en sueños, se puede todavía hacer el bien.

Con él adquirieron así mismo especial relevancia la escenografía -lo que él llamaba «maneras de apariencia»- y la música. La carpintería teatral se convirtió en un elemento clave en la composición de sus obras y el concepto de escena se vio revalorizado de una manera general, en la línea del teatro barroco. En cuanto a su lenguaje, se puede considerar que es la culminación teatral del culteranismo. Su riqueza expresiva y sus complejas metáforas provienen de un cierto conceptismo intelectual, acorde con el temperamento meditabundo propio de sus personajes de ficción.

Baltasar GRACIÁN

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(Belmonte de Calatayud, 1601-Tarazona,1658)

Escritor, filósofo y jesuita español. Hijo de un funcionario, estudió en un colegio jesuita de Calatayud y en la Universidad de Huesca, tras lo cual ingresó, en 1619, en la Compañía de Jesús, probablemente en Tarragona, donde se encontraba el noviciado de la provincia.

Se dispone de escasa información sobre su vida entre esta fecha y 1635, año de su ordenación sacerdotal. Se sabe que en 1628 se encontraba en el colegio de Calatayud, donde es presumible que ejerciera como docente, y que su posterior paso por el colegio de Huesca le permitió entrar en contacto con medios muy cultos. Dotado de gran inteligencia y de una elocuencia a la vez rica y límpida, a partir de 1637 se dedicó en exclusiva a la predicación.

En Zaragoza fue nombrado confesor del virrey Nochera, a quien acompañó a Madrid, donde residió por dos veces entre 1640 y 1641, por lo que frecuentó la corte y trabó amistad con el célebre poeta Hurtado de Mendoza. Después de una corta estancia en Navarra con el virrey, ambos se dirigieron a Cataluña para sofocar la revuelta. En 1642, Nochera murió violentamente como consecuencia de su oposición a la sañuda política represiva que había adoptado la Corona en Cataluña.

Ejerció por un tiempo de secretario de Felipe IV, tras lo cual fue enviado, en parte como castigo de la Compañía por sus ideas y escritos, a combatir contra los franceses en el sitio de Lérida (1646). Su obra más conocida, El criticón, apareció en 1651, firmada por García de Marlones, anagrama de su nombre, disimulo que no pudo evitar el agravamiento de sus problemas con la Compañía de Jesús, que le aplicó una sanción ejemplar. Poco después se trasladó a Zaragoza como catedrático de la Universidad. En 1650 había empezado a preparar El comulgatorio (publicado con su apellido en 1655), obra que comprende cincuenta meditaciones para la comunión y constituye una valiosa muestra de oratoria culterana.

De carácter orgulloso e impetuoso, y, sobre todo, mucho más hombre de letras que religioso, Gracián optó por desobedecer de nuevo a la jerarquía y publicó las partes segunda y tercera de El criticón (1653 y 1657), bajo el nombre de su hermano, Lorenzo de Gracián. El segundo volumen no le costó más que una nueva amonestación de los jesuitas, pero la aparición del tercero supuso su caída en desgracia. El padre Piquer, rector del colegio jesuita de Zaragoza, lo castigó a ayuno de pan y agua, y, tras desposeerle de la cátedra que ostentaba, lo desterró a Graus. El mismo año de 1657 apareció la Crítica de reflexión, violento alegato contra él, firmado por un autor levantino. Parcialmente rehabilitado, se instaló en Tarazona, donde su petición de ingresar en una orden monástica le fue denegada por la Compañía.

La concepción pesimista sobre el hombre y el mundo predomina en sus primeras obras: El héroe (1637), El discreto (1646) y Oráculo manual y arte de prudencia (1647), en las que da consejos sobre la mejor manera de triunfar. El estilo de Gracián, considerado el mejor ejemplo del conceptismo, se recrea en los juegos de palabras y los dobles sentidos. En Agudeza y arte de ingenio (1648) teorizó acerca del valor del ingenio y sobre los «conceptos», que él entiende como el establecimiento de relaciones insospechadas entre objetos aparentemente dispares; el libro se convirtió en el código de la vida literaria española del siglo XVII y ejerció una duradera influencia a través de pensadores como La Rochefoucauld o Schopenhauer.

La obra cumbre de su producción literaria, El criticón, emprende el ambicioso proyecto de ofrecer una amplia visión alegórica de la vida humana en forma novelada. Sus dos protagonistas, Andrenio y Critilo, son símbolos, respectivamente, de la Naturaleza y la Cultura, de los impulsos espontáneos y de la reflexión prudente. Como Gracián parte del supuesto barroco de que la Naturaleza es imperfecta, Critilo es quien salva a Andrenio de las asechanzas del mundo y lo conduce luego a la isla de la Inmortalidad, a través de una serie de lugares alegóricos.

FELIPE IV

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(Valladolid, 1605 - Madrid, 1665)

Rey de España (1621-1665), hijo y sucesor de Felipe III. Durante el largo y crucial reinado de Felipe IV la monarquía hispánica, en la pendiente de la decadencia económica y política, vivió los últimos esplendores del Siglo de Oro y hubo de aceptar la pérdida de la hegemonía en Europa, después de guerras agotadoras y una grave crisis interna.

Felipe IV, sensible e inteligente por naturaleza, escudaba su timidez, como su abuelo Felipe II, tras la compostura ceremonial. Fue muy buen deportista, gran jinete y apasionado por la caza. Su evolución física y anímica puede seguirse en los numerosos retratos de Diego Velázquez, su pintor de cámara, que lo inmortalizaría en diversas actitudes. Amante de los placeres y de voluntad un tanto débil, pero dotado de una notable cultura y aficionado a la música y al teatro, su profunda religiosidad estuvo siempre en conflicto con su temperamento sensual. Las derrotas y desgracias de la monarquía agudizaron su sentimiento de culpabilidad. Según se constata en su correspondencia con sor María Jesús de Ágreda, estaba convencido de que aquéllas eran, en buena parte, un castigo divino por sus pecados.

Aunque en algunas etapas de su vida intervino directamente en las cuestiones de gobierno, por lo general (y al igual que su padre), Felipe IV cedió los asuntos de Estado a validos, entre los que destacó Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, quien realizó una enérgica política exterior que buscaba mantener la hegemonía española en Europa. La política de Olivares, a quien Felipe IV mantuvo en el poder hasta 1643, renovaba la tradición del imperialismo de Felipe II y reaccionaba contra el pacifismo, considerado claudicante y lesivo, de la etapa anterior. La idea de Olivares era fortalecer la monarquía católica mediante la unificación de los recursos humanos, económicos y militares de sus diferentes reinos, bajo el sistema de gobierno castellano, más absolutista. Para ello puso en marcha todos los recursos de Castilla y solicitó la contribución de los demás reinos de la monarquía (Unión de Armas, 1624), a pesar de vulnerar así sus privilegios.

Finalizada la tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1621), se reanudó la guerra que, tras el sitio y rendición de Breda por Antonio de Spínola (1624-1625), se alargó sin éxitos contundentes de ningún bando. Paralelamente, los tercios españoles luchaban en Alemania en apoyo de los Habsburgo austríacos (guerra de los Treinta Años) y en Italia (guerra de Sucesión de Mantua, 1629-1631), donde se hizo evidente la rivalidad entre España y Francia. Por otro lado, la ascensión al trono inglés de Carlos I provocó la reanudación de hostilidades entre España e Inglaterra (ataque inglés a Cádiz, 1625).

La victoria española frente a los suecos en Nördlingen (1634) pareció anunciar un triunfo definitivo de los Habsburgo en Alemania, lo que motivó la inmediata intervención de Francia, que declaró la guerra a España (1635). El cardenal-infante don Fernando, hermano de Felipe IV, estuvo a las puertas de París (1636), pero se retiró por escasez de recursos. Francia tomó entonces la iniciativa y, en 1638-1639, los ejércitos franceses ocuparon el Rosellón, mientras que la escuadra holandesa del almirante Tromp derrotaba a la española en las Dunas (1639).

Olivares, en un agónico intento de ganar la guerra, obligó a Portugal y a los reinos de la Corona de Aragón a contribuir a los gastos de la contienda, sin respetar los privilegios de dichas provincias de la monarquía. Por este motivo, en 1640, el principado de Cataluña se rebeló contra Felipe IV, al igual que Portugal. El fracaso de las tropas que debían sofocar las rebeliones en 1643, motivó la caída de Olivares y su sustitución por Luis de Haro. Por el Tratado de Westfalia, España reconocía la independencia de las Provincias Unidas. No obstante, la guerra contra Francia continuó. En 1653 Francia, aliada a la república inglesa de Cronwell, retomó la iniciativa en la contienda (conquista inglesa de Jamaica en 1655, victorias sobre los españoles en Las Dunas y Dunkerque 1658) y obligó a España a firmar la paz de los Pirineos (1659), por la que se cedía el Rosellón, parte de la lechonaña y de los Países Bajos a Francia, lo que acabó con la hegemonía española en Europa. En los últimos años del reinado de Felipe IV se intentó en vano la recuperación de Portugal, cuya independencia se reconoció en 1668, muerto ya el monarca.

En el orden interno, a pesar de seguir una política reformista, la monarquía española de Felipe IV se vio envuelta en una recesión económica que afectó toda Europa, y que en España se notó más por la necesidad de mantener una costosa política exterior. Esto llevó a la subida de los impuestos, al secuestro de remesas de metales preciosos procedentes de las Indias, a la venta de juros y cargos públicos, a la manipulación monetaria, etc.; todo con tal de generar nuevos recursos que pudiesen paliar la crisis económica.

Discutible como gobernante, Felipe IV presenta un perfil más favorable como esteta y mecenas inteligente y refinado. Su mecenazgo sobre Velázquez y otros pintores y escritores contribuyó al brillo del Siglo de Oro. Incrementó notablemente la pinacoteca real, de la que se nutriría el Museo del Prado (Madrid), adquiriendo unos ochocientos cuadros para el Palacio del Buen Retiro, un palacio de recreo en la afueras de Madrid cuya construcción impulsó Olivares para resaltar la grandeza del “rey planeta” como un ambicioso proyecto artístico. En cuanto al teatro, la representación de comedias con gran aparato escenográfico, tan del gusto barroco, fue habitual en la Corte en la década de 1630. Toda una gran generación de autores dramáticos, encabezada por Calderón de la Barca, fue coetánea de Felipe IV, quien fue también gran aficionado a la música y autor de algunas composiciones.

Bartolomé Esteban MURILLO

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(Sevilla, 1617 - Cádiz,1682)

Pintor español. Nació en 1617 en el seno de una familia de catorce hermanos, de los que él fue el benjamín. Quedó huérfano de padre a los nueve años y perdió a su progenitora apenas seis meses después. Una de sus hermanas mayores, Ana, se hizo cargo de él y le permitió frecuentar el taller de un pariente pintor, Juan del Castillo.

En 1630 trabajaba ya como pintor independiente en Sevilla y en 1645 recibió su primer encargo importante, una serie de lienzos destinados al claustro de San Francisco el Grande; la serie se compone de trece cuadros, que incluyen La cocina de los ángeles, la obra más celebrada del conjunto por la minuciosidad y el realismo con que están tratados los objetos cotidianos.

El éxito de esta realización le aseguró trabajo y prestigio, de modo que vivió desahogadamente y pudo mantener sin dificultades a los nueve hijos que le dio Beatriz Cabrera, con quien contrajo matrimonio en 1645. Después de pintar dos grandes lienzos para la catedral de Sevilla, empezó a especializarse en los dos temas iconográficos que mejor caracterizan su personalidad artística: la Virgen con el Niño y la Inmaculada Concepción, de los que realizó multitud de versiones; sus vírgenes son siempre mujeres jóvenes y dulces, inspiradas seguramente en sevillanas conocidas del artista.

Tras una estancia en Madrid entre 1658 y 1660, en este último año intervino en la fundación de la Academia de Pintura, cuya dirección compartió con Herrera el Mozo. En esa época de máxima actividad recibió los importantísimos encargos del retablo del monasterio de San Agustín y, sobre todo, los cuadros para Santa María la Blanca, concluidos en 1665. Posteriormente trabajó para los capuchinos de Sevilla (Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna) y para el Hospital de la Caridad (cuadros sobre las obras de misericordia).

Murillo destacó también como creador de tipos femeninos e infantiles: del candor de La muchacha con flores al realismo vivo y directo de sus niños de la calle, pilluelos y mendigos, que constituyen un prodigioso estudio de la vida popular. Después de una serie dedicada a la Parábola del hijo pródigo, se le encomendó la decoración de la iglesia del convento de los capuchinos de Cádiz, de la que sólo concluyó los Desposorios de santa Catalina, ya que, mientras trabajaba en el cuadro, falleció a consecuencia de una caída desde un andamio.

Familia CHURRIGUERA

Jose Simón Churriguera (Barcelona ¿?-Madrid, 1682) y sus hijos José Benito (Madrid, 1665-id, 1725), Joaquín (Madrid, 1674-Salamanca o Plasencia, 1724) y Alberto (Madrid, 1676-Orgaz, Toledo, 1750).

Familia de arquitectos y escultores españoles, activos en Castilla durante los siglos XVII y XVIII. José Simón Churriguera nació en el seno de una familia de artistas y se estableció en Madrid hacia 1664, donde nació su hijo José Benito Churriguera, el principal escultor y arquitecto de la familia, al que se debe la denominación de estilo «churrigueresco» que se aplica a las obras realizadas por él y por algunos de sus hermanos, en las que el recargamiento decorativo es lo esencial y domina sobre los elementos sustentantes hasta el punto de ocultarlos en algunos casos.

Trabajó en Segovia (capilla del Sagrario de la catedral) y en Madrid (catafalco de la reina María Luisa de Orleans), antes de establecerse en 1692 en Salamanca, donde fue maestro mayor de la catedral nueva y esculpió multitud de retablos, a los que debe esencialmente su fama; entre todos ellos, destaca el retablo mayor del convento de San Esteban, una de sus obras maestras. Proyectó más tarde el palacio de Goyeneche (hoy Academia de San Fernando) y el complejo urbanístico de Nuevo Baztán (1709-1713), modelo paradigmático de la planificación urbanística de la época.

Su hermano Joaquín Churriguera, arquitecto y escultor, dejó obras en Salamanca (en particular, el colegio de Calatrava) y en León. Como retablista (retablo mayor del convento de Santa Clara de Salamanca, retablo del Tránsito de la Virgen de la catedral de Palencia) se le deben obras complicadas, de estilo fastuoso y espectacular escenografía.

Alberto Churriguera, hermano de los anteriores, después de realizar la sacristía y el coro de la catedral nueva de Salamanca (1724), se ocupó de la magnífica plaza Mayor de Salamanca, concluida por A. García de Quiñones en 1755.
 
Benito FEIJOO

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(Casdemiro, 1676 - Oviedo, 1764)

Erudito español. Fue uno de los espíritus más universales de su tiempo, exponente del racionalismo ilustrado. Ingresó en la orden benedictina en San Julián de Samos (1688) y se doctoró en el convento de San Vicente de Oviedo, del que fue abad (1721-1729). Fue maestre general de su orden y Fernando VI le nombró miembro del Consejo de Castilla. A partir de 1726 inició la publicación de sus dos grandes obras enciclopédicas: Teatro crítico universal (9 volúmenes; 1726-1740) y Cartas eruditas y curiosas (5 volúmenes; 1742-1760). Sus escritos, que tratan de los temas más dispares y recogen y comentan toda novedad científica y técnica, motivaron críticas y defensas que conmovieron el mundo cultural español. El propio autor escribió dos autodefensas, tras lo cual el rey prohibió en una pragmática que sus obras fuesen impugnadas. Llegó a ser conocido en toda Europa. Literariamente, fue un defSIZE="6"r del teatro clásico español contra el neoclasicismo y un teórico del prerromanticismo.

El espíritu crítico y racionalista de Fray Benito Jerónimo Feijoo abrió las puertas al pensamiento ilustrado en España. Perteneciente a una familia noble gallega, estudió en Salamanca y en 1688 ingresó en el convento benedictino de San Julián de Samos. Desde los treinta años residió en Oviedo, en cuya universidad ejerció como catedrático de teología. Escribió toda su obra en su celda del monasterio de San Vicente de Oviedo, del que fue abad, y mantuvo una copiosa correspondencia con las figuras más destacadas de la cultura europea y española de su tiempo.

Tras aparecer su primer ensayo, titulado Aprobación apologética del escepticismo médico (1725), Felipe V le ofreció un obispado en América, que Feijoo rechazó. Poco después se inició la publicación de los nueve volúmenes de su Teatro crítico universal (1726-1740), y posteriormente de los cinco libros de Cartas eruditas y curiosas (1742-1760). En estas obras se concentra el grueso de su vasta producción, constituido por una larga serie de disertaciones sobre las más diversas materias: medicina, matemáticas, física, astronomía, geografía, historia, filosofía, teología, jovenlandesal, literatura y lingüística.

Fruto de una insaciable curiosidad enciclopédica, los ensayos del Padre Feijoo están inspirados por un agudo sentido crítico y tratan de desterrar las ideas erróneas y supersticiosas, en la línea del pensamiento ilustrado. Guiado exclusivamente por la razón y la experiencia, Benito Jerónimo Feijoo critica la credulidad del vulgo y el clero y el espíritu rutinario de los hombres de ciencia. Asimismo recomienda la lectura de libros extranjeros para combatir el retraso intelectual de España, consecuencia de su aislamiento político y de la afición de los seudosabios por las estériles discusiones abstractas.

Además de impugnar los valores tradicionales, se rebela contra los dogmas científicos y el principio de autoridad basado en los textos antiguos, que en ocasiones impide la observación personal y la libertad de juicio. El principal valor de Feijoo no consiste en haber creado un sistema filosófico, sino en su capacidad para tras*mitir nuevas ideas empleando un lenguaje sencillo y coloquial acorde con su intención divulgadora, carente de artificios retóricos y opuesto a la prosa barroquizante vigente hasta entonces.

Considerado el primer ensayista hispánico contemporáneo, su obra fue ampliamente difundida y suscitó vivas controversias, en las que participaron numerosos científicos y hombres de letras. Entre sus detractores, los de mayor renombre fueron Fray Jacinto Segura y Diego de Torres y Villarroel. La campaña contra el benedictino fue tan virulenta que Fernando VI llegó a prohibir en 1750 que se impugnaran sus doctrinas. Si bien no fue un pensador profundo ni un investigador en sentido riguroso,Ssu tarea vulgarizadora contribuyó notablemente a elevar el nivel cultural de la época.


Blas de LEZO

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(Oyarzo, 1689 - Cartagena de Indias, 1741)

Almirante español que participó en numerosas acciones navales durante el reinado de Felipe V. Lezo organizó la protección de los dominios españoles de Chile y Perú contra los piratas, dirigió en 1732 la toma de Orán y, como Comandante general de Cartagena de Indias, defendió la ciudad del ataque inglés (1741).

Blas de Lezo de Olavarrieta nació a principios de 1689 en la antigua Oyarzo, al pie del monte Ulía, en el País Vasco. Fue bautizado en la iglesia de San Pedro, de Pasajes, el 6 de febrero de 1689. Era nieto del capitán Pedro de Lezo, que en 1657 había ganado ejecutoria de nobleza, e hijo de Pedro Francisco de Lezo y Agustina de Olavarrieta, quienes habían contraído matrimonio en 1683. Se crió a orillas del mar Cantábrico, en un hogar de marineros, rodeado de cuentos fantásticos de pesquerías insólitas y viajes fabulosos.

En 1702, cuando sólo contaba con trece años, ingresó como guardia marina en la Armada franco-española, en plena guerra de sucesión al trono español (1700-1714). Su educación y preparación las adelantó en París y sirvió por primera vez en la flota del primer almirante el conde de Tolosa, poco agraciado de Luis XIV; en la batalla de Vélez-Málaga, el 24 de agosto de 1704, el apenas adolescente Blas de Lezo perdió la pierna izquierda de un cañonazo, fue ascendido a alférez de alto bordo y continuó en el servicio con una pierna de palo.

Pese a su limitación física, el joven marino sirvió con entusiasmo y en 1705, como alférez de navío, asistió al socorro de Peñíscola; en 1706 condujo varios convoyes enviados desde Francia a Felipe V, aspirante borbón al trono español y nieto de Luis XIV, quien se hallaba acampado en Barcelona. En ese mismo año Blas de Lezo atacó e incendió por primera vez un navío inglés, el Resolution, cerca de Ventimiglia. Al año siguiente la adversidad volvió a ensañarse en él, pues, siendo comandante de un destacamento que defendía el fuerte de Santa Catalina, en Tolón, contra el furioso ataque del duque de Saboya, perdió el ojo izquierdo. Empecinado, continuó en el servicio. En 1708 ascendió a teniente de navío en el puerto de Rochefort y en 1710 a capitán de fragata. Dos años después pasó al servicio de la Armada española, a las órdenes del gaditano don Andrés de Pes.

El 11 de abril de 1713 se firmó la Paz de Utrech, en virtud de la cual la casa de Austria renunció a sus derechos sobre el trono español y éste pasó a manos de los Borbones. Sin embargo, el puerto de Barcelona no quiso entregarse y resistió por más de un año el asedio franco-español, el cual terminó con el asalto a la ciudad, el 11 de septiembre de 1714. En uno de los combates, el 14 de agosto de 1714, el capitán de fragata perdió el brazo derecho.

Así, a los 25 años de edad, Blas de Lezo había sido mutilado en la mitad de sus miembros. Sus paisanos guipuzcoanos lo llamaban en vascuence "Anka-Mortz" (Medio-Hombre). Luego de una corta recuperación, se reintegró al servicio y viajó a Italia con la escuadra que traería a España a la reina doña Isabel de Farnesio. En 1715, Blas de Lezo asistió a la reconquista de Mallorca que encabezó don Pedro de los Ríos.

Tras la guerra de sucesión, la Armada española se dedicó a contrarrestar la acción de los piratas ingleses y holandeses, causantes en buena parte de la depredación económica de España. Blas de Lezo fue comisionado a ese servicio. En 1716, como comandante de El Lanfranco, condujo los galeones de Nueva España que debían llevar a la metrópoli un cargamento de plata. Inmediatamente después pasó a formar parte de la escuadra de Urdizo y Martinet contra los piratas del Mar del Sur, en cuyo servicio permaneció catorce años, durante los cuales navegó continuamente a lo largo de las costas del Perú y de Chile. En repetidas ocasiones el marino español logró derrotar a los corsarios enemigos y se convirtió en toda una leyenda por sus sorpresivos ataques contra los bucaneros.

El 5 de mayo de 1725, Blas de Lezo se casó en Lima con doña Josefa Pacheco: la ceremonia se efectuó en la hacienda de la Magdalena, presidida por fray Diego Morcilla, arzobispo de la ciudad. Fruto del matrimonio fue un hijo, bautizado el 1 de junio de 1726; pero el novio se volvió a la mar a cumplir con sus deberes. El 18 de agosto de 1730 regresó a Cádiz, donde fue nombrado comandante de la Escuela del Mediterráneo. En calidad de tal acompañó, en diciembre de 1731, al infante don Carlos (futuro rey Carlos III) a Italia, a tomar posesión de los ducados de Toscana, Parma y Florencia. Allí también brilló el genio guerrero del guipuzcoano, pues al mando de seis navíos atacó Génova y consiguió para la Corona dos millones de pesos que inmediatamente fueron invertidos en la planeada expedición de Orán.

Libia y Mauritania significaban un reto para España, pues allí había fracasado su afán de conquista. En la expedición de Orán, que zarpó de Alicante el 15 de junio de 1732, Blas de Lezo figuró como segundo comandante de la escuadra que, entre el 25 y el 28 de junio, conquistó esa ciudad. Confiado del triunfo, el contingente regresó a España y con él Lezo escoltó ciento veinte embarcaciones de tras*porte. Pero dos meses después, los berberiscos intentaron recobrar la perdida plaza, acción en la que murió el gobernador, el marqués de Santa Cruz de Marcenado. Al conocerse la noticia, el "Medio-Hombre" fue comisionado para desbloquear el sitio. Lo logró con siete velas y veinticinco tras*portes. El 6 de junio de 1734, fue promovido a teniente general de la Armada y nombrado comandante general de Cádiz. Para entonces, la salud de Blas de Lezo estaba muy dañada. El 15 de mayo de 1735 otorgó testamento en Madrid y por esos días hizo pintar su retrato.

Nombrado jefe de la escolta de los galeones de Tierra Firme a finales de 1736, partió de Cádiz el 3 de febrero de 1737 con dos navíos, ocho mercantes y dos registros, escoltando los galeones que se dirigían a Cartagena de Indias. Arribó a este puerto el 11 de marzo de 1737. Las tirantes relaciones entre España e Inglaterra estaban a punto de romperse; una gran flota al mando del almirante Edward Vernon zarpó rumbo a América con la misión secreta de apoderarse del Darién y partir en dos los dominios españoles para romper la comunicación entre los virreinatos del Perú y México.

A la llegada de Blas de Lezo a Cartagena, el principal puerto de la América española estaba prácticamente desguarnecido: los fuertes de la bahía lo eran sólo de nombre, los cañones eran demasiado frágiles y no había munición suficiente para abastecerlos, ni recursos para consolidar las defensas y adquirir armas adecuadas. Era presa fácil para la experimentada Armada inglesa, que rápidamente había conseguido importantes logros al atacar La Guaira y La Habana. Vernon mismo, con seis navíos, había tomado el indefenso puerto de Portobello y la desembocadura del río Chagre, ocupación que el almirante inglés comunicó a don Blas el 27 de noviembre de 1737.

El guipuzcoano tuvo dos reacciones: una, avisar el 24 de diciembre al marqués de la Ensenada sobre la angustiosa situación de Cartagena; otra, responder su carta a Vernon, el 27 de diciembre, en términos de abierto reto. La reacción de éste no se hizo esperar y el 7 de febrero de 1740 algunos navíos ingleses cañonearon el puerto desde la distancia. Pocos días después, el 23 de febrero, falleció el gobernador de la plaza, don Pedro Fidalgo, y Blas de Lezo asumió el mando. Rápidamente improvisó la defensa, instaló en tierra varios cañones de los barcos y cerró con una cadena el paso de Bocachica. La avanzada inglesa tuvo que volverse dos veces a Jamaica.

El 21 de abril llegó a Cartagena de Indias el recién nombrado virrey del restablecido Virreinato del Nuevo Reino de Granada, el teniente general de los Ejércitos Reales y comendador de Calatrava, Sebastián de Eslava, con dos navíos y algunas municiones, e inmediatamente se dedicó a reparar el castillo de Bocachica y los fuertes, a reparar las armas y aprovisionar municiones y a entrenar militarmente a la improvisada tropa. Entre tanto, el almirante inglés había reunido en Jamaica la escuadra más numerosa y fuerte que vieran jamás los mares americanos.

Entre el 13 y 15 de marzo de 1741, la escuadra del almirante Vernon ocupó dos leguas frente a Cartagena, con más de 140 naves, 36 de ellas navíos y el resto fragatas, tras*portes, brulotes y bombardas, con novecientos hombres de desembarco y dos mil neցros de machete. Las fuerzas de Cartagena eran netamente inferiores: seis navíos de línea, siete galeones de comercio y algunas embarcaciones menores, mil cien soldados de tropa, trescientos milicianos, dos compañías de neցros y seiscientos indígenas flecheros.

El 20 de marzo comenzó el bombardeo de Bocachica, fuerte que se encargó de defender heroicamente Blas de Lezo durante 21 días. El 4 de abril, en las horas de la noche, De Lezo se encontraba conferenciando con el virrey en la Galicia, nave capitana, cuando una bala de cañón destrozó la banqueta de Eslava, hiriéndole en los pies, y al general en el muslo y en la mano, únicos que tenía. No por ello abandonó su puesto ni cejó un punto en su celo y vigilancia. El 6 de abril el virrey ordenó la evacuación de Bocachica, movimiento táctico que favoreció a los ingleses, pues se apoderaron del castillo de San Luis. Luego, entre el 8 y 11 de abril, se hundieron los galeones mercantes y dos navíos de guerra para cegar el puerto.

El 2 de abril los ingleses habían iniciado el bombardeo de la ciudad y el 26 hundieron la Galicia, con lo que quedaron a don Blas sólo dos navíos. Los ingleses veían cada vez más cerca el triunfo, con la toma de los castillos de Manzanillo y Fuerte Grande. Ante tal situación, el heroico Blas de Lezo hundió sus últimos buques y se preparó a luchar cuerpo a cuerpo, defensa que no pudieron resistir los ingleses. El 28 de abril cesó el fuego y el 30 se verificó el canje de prisioneros. El 20 de mayo no quedó ni una sola vela inglesa en las cercanías de Cartagena.

Blas de Lezo murió el 7 de septiembre en medio de dolores físicos y jovenlandesales, ya que el virrey le había inculpado por los desastres del asedio. Sin embargo, recibió después el merecido reconocimiento de la Corona y a su hijo mayor se le otorgó, en 1762, el título de marqués de Ovieco. Dos siglos después, el 7 de septiembre de 1955, en Cartagena de Indias fue erigida una estatua donada por el gobierno español en homenaje a Blas de Lezo.

José de CARVAJAL

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(Cáceres, 1696-Madrid, 1754)

Político español. Rival del marqués de la Ensenada, se esforzó por mantener la neutralidad española en las luchas entre Francia e Inglaterra. Fue director de la Real Academia Española (1751-1754).

Se inició en la Real Chancillería de Valladolid como oidor. Ocupó cargos en la Cámara de Indias y participó en el Consejo de Estado como secretario del ministro.

Estuvo al frente de la presidencia del Consejo de Indias en el reinado de Felipe V y fue presidente de la Junta de Comercio y Moneda (enero de 1746).

Como secretario de Estado en el reinado de Fernando VI fue el promotor de la Expedición de Límites del Orinoco que se estaba organizando en ejecución del Tratado de Límites hispano-portugués de 1750 mediante el cual Portugal renuncia a la colonia del Sacramento y a su pretensión de libre navegación por el Río de la Plata. A cambio, España cedió a Portugal dos zonas en la frontera brasileña, una en la Amazonia y la otra en el sur, en la que se encontraban siete de las treinta reducciones guaraníes de los jesuitas. Los españoles tuvieron que expulsar a los misioneros jesuitas, lo que generó un enfrentamiento con los guaraníes que duró once años.

El conflicto de las reducciones provocó una crisis en la Corte española. El marqués de la Ensenada, favorable a los jesuitas, y el padre Rávago, confesor del rey y miembro de la Compañía de Jesús, fueron destituidos, acusados de entorpecer los acuerdos con Portugal.

Zenón de Somodevilla , Marqués de la ENSENADA

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(Hervías, La Rioja, 1702 - Medina del Campo, 1781)

Político español. Procedente de una familia de hidalgos, fue incorporado al servicio de la Monarquía por Patiño, quien le reclutó como oficial del Ministerio de Marina durante la preparación de una expedición a Ceuta (1720).

Ascendió progresivamente en la carrera burocrática hasta el puesto de comisario de Marina en El Ferrol (1730). Pero lo que le encumbró políticamente fue su eficaz labor como organizador de la escuadra española destinada a reconquistar Nápoles para el príncipe Carlos (el futuro Carlos III) durante la Guerra de Sucesión de Polonia (1733); sus servicios fueron premiados con el título de marqués de la Ensenada en 1736.

Desde entonces ocupó los más altos cargos de la Monarquía: secretario del Consejo del Almirantazgo (1737), intendente de Ejército y Marina de la expedición a Italia durante la Guerra de Sucesión de Austria (1741). y, en 1743, secretario de Estado y del Despacho, ocupando simultáneamente tres de las cuatro carteras ministeriales existentes: la de Hacienda, la de Guerra y la de Marina e Indias. Su poder se completó con cargos como los de notario de los reinos de España, lugarteniente general del Almirantazgo, superintendente de las Rentas de Millones y de Tabacos, miembro del Consejo de Estado. La fin de Felipe V en 1746 mejoró aún más su situación, pues el nuevo monarca, Fernando VI le confirmó en todos sus cargos y le nombró además secretario de la reina (1747).

Convertido prácticamente en ministro universal, Ensenada encaminó su política hacia el fortalecimiento del Ejército y la Marina en previsión del inevitable conflicto que, a la larga, tendría que sostener España con Inglaterra por sus intereses coloniales enfrentados, conflicto en el que desconfiaba de poder contar con la ayuda de Francia. Para ello se esforzó por impulsar la economía productiva de la Península y el comercio con América, mejorar el rendimiento del sistema fiscal, fortalecer el control de la metrópoli sobre las Indias y reconstruir la flota.

En ese ambicioso programa destacan medidas como las nuevas ordenanzas militares, el envío de «espías industriales» a Europa para modernizar la construcción naval española, la creación del Real Giro, el levantamiento de un catastro general de la riqueza de las 22 provincias castellanas (el famoso «Catastro de Ensenada»), el proyecto de simplificar la Hacienda y hacer contribuir a los estamentos privilegiados a través de la Única Contribución, la construcción de canales y carreteras. en definitiva, una acción de fortalecimiento del poder real y de fomento de la riqueza del país, que le sitúan en el ámbito del «despotismo ilustrado» propio de su época.

Su posición en la corte fue socavada desde 1746 por el secretario de Estado Carvajal, representante de los intereses ingleses; tras la fin de aquél en 1754, Ensenada cayó del gobierno por la acción combinada de las protestas inglesas y del malestar que sus iniciativas fiscales habían causado entre los estamentos privilegiados. Fue desterrado a Granada y más tarde al Puerto de Santa María. Con el advenimiento al Trono de Carlos III (1760) fue liberado, pero no recibió cargos políticos; por el contrario, en 1766 fue acusado de haber participado en el motín de Esquilache y nuevamente confinado, esta vez en Medina del Campo.

CARLOS III

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(Madrid, 1716-1788)

Rey de Nápoles (1734-59) y de España (1759-88), perteneciente a la Casa de Borbón. Era el tercer hijo de Felipe V, primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de Farnesio, por lo que fue su hermanastro Fernando VI, quien sucedió a su padre en el Trono español.

Carlos sirvió a la política familiar como una pieza en la lucha por recuperar la influencia española en Italia: heredó inicialmente de su progenitora los ducados de Parma, Piacenza y Toscana (1731); pero más tarde, al conquistar Nápoles Felipe V en el curso de la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-35), pasó a ser rey de aquel territorio con el nombre de Carlos VII.
La fin sin descendencia de Fernando VI, sin embargo, hizo recaer en Carlos la Corona de España, que pasó a ocupar en 1759, dejando el Trono de Nápoles a su tercer hijo, Fernando IV.

Superado el «motín de Esquilache» (1766), que fue un estallido tradicionalista instigado por la nobleza y el clero contra los aires renovadores que traía Carlos III, se extendería un reinado largo y fructífero. En cuanto a la política exterior, el tercer Pacto de Familia firmado con Francia en 1761 alineó a España con Francia en su conflicto permanente con Gran Bretaña. Ello llevó a España a intervenir en la Guerra de los Siete Años (1756-63) y en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América (1775-83); como resultado final de ambas, España recuperó Menorca, pero no Gibraltar (al fracasar el asedio realizado entre 1779 y 1782).

A partir de entonces, las dificultades financieras obligaron a volver a la política «pacifista» del reinado de Fernando VI, mientras se ensayaban diversas mejoras en la Hacienda Real, como la emisión de vales reales (primer papel moneda) o la creación del Banco de San Carlos (primer banco del Estado).

En la línea del despotismo ilustrado propio de su época, Carlos III realizó importantes reformas -sin quebrar el orden social, político y económico básico- con ayuda de un equipo de ministros y colaboradores ilustrados como Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca, Wall y Grimaldi. Reorganizó el poder local y las Haciendas municipales, poniéndolos al servicio de la Monarquía.

Puso coto a los poderes de la Iglesia, recortando la jurisdicción de la Inquisición y limitando -como aconsejaban las doctrinas económicas más modernas- la adquisición de bienes raíces por las «manos muertas»; en esa pugna por afirmar la soberanía estatal expulsó de España a los jesuitas en 1767. Fomentó la colonización de territorios despoblados, especialmente en la zona de Sierra Morena, donde las «Nuevas Poblaciones» contribuyeron a erradicar el bandolerismo, facilitando las comunicaciones entre Andalucía y la Meseta. Reorganizó el ejército, al que dotó de unas ordenanzas (1768) destinadas a perdurar hasta el siglo XX.

Creó la Orden de Carlos III para premiar el mérito personal, con independencia de los títulos heredados. Protegió las artes y las ciencias; apoyó a las Sociedades Económicas de Amigos del País, en donde se agrupaban los intelectuales más destacados de la Ilustración española; sometió las universidades al patronazgo real y creó en Madrid los Estudios de San Isidro (1770) como centro moderno de enseñanza media destinado a servir de modelo. Creó manufacturas reales para subvenir a las necesidades de la Monarquía (cañones, pólvora, armas blancas, cristal, porcelana.), pero también para estimular en el país una producción industrial de calidad.

En esa misma línea, impulsó la agricultura (decretando el libre comercio de granos y organizando cultivos experimentales en las huertas reales de Aranjuez) y el comercio colonial (formando compañías como la de Filipinas y liberalizando el comercio con América en 1778).

Cuando el rey murió en 1788 terminó la historia del reformismo ilustrado en España, pues el estallido de la Revolución francesa al año siguiente provocó una reacción de terror que convirtió el reinado de su hijo y sucesor, Carlos IV, en un periodo mucho más conservador. Y, enseguida, la oleada turística francesa arrastraría al país a un ciclo de revolución y reacción que marcaría el siglo siguiente, sin dejar espacio para continuar un reformismo sereno como el que había desarrollado Carlos III.

Entre los aspectos más duraderos de su herencia quizá haya que destacar el avance hacia la configuración de España como nación, a la que dotó de algunos símbolos de identidad (como el himno y la bandera) e incluso de una capital digna de tal nombre, pues se esforzó por modernizar Madrid (con la construcción de paseos y trabajos de saneamiento e iluminación pública) y engrandecerla con monumentos (de su época datan la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado -concebido como Museo de Ciencias- o la inauguración del Jardín Botánico) y con edificios representativos destinados a albergar los servicios de la creciente Administración pública.

El impulso a los tras*portes y comunicaciones interiores (con la organización del Correo como servicio público y la construcción de una red radial de carreteras que cubrían todo el territorio español convergiendo sobre la capital) ha sido, sin duda, otro factor político que ha actuado en el mismo sentido, acrecentando la cohesión de las diversas regiones españolas.
 
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Como no metas en la lista a melchor cano, martin de azpilcueta, covarrubias y Francisco suarez, te hostio.
 
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