Azog el Profanador
Siervo de Sauron
Claro, entonces si no invadieron la península, los que derrotó Carlos Martel en Poitiers en el 732 eran paracaidistas. Y de esa batalla y la subsiguiente limpieza del sur de Francia sí que hay muchas crónicas por ambos lados.
Poitiers,otra mezcla entre mito y realidad.
Según la tesis de Olagüe:
Es conocido el hecho de que los cronistas bereberes ignoran o atenúan la pretendida derrota de sus antepasados. Por otra parte, los occidentales que nos cuentan el acontecimiento, los monjes Teófano, Pablo Diácono y el de Moissac, son lacónicos, inciertos y fabulosos.En realidad no saben muy bien estos frailes lo que ha ocurrido.Escriben de acuerdo con ciertos rumores.
Un autor anónimo (crónica latina anónima) escribe en el 754,es decir 21 años después de los hechos,que efectivamente hubo un combate en el 732. No cae en fábulas infantiles como Pablo Diácono. ¿No asegura éste que 375.000 árabes, es decir la totalidad probablemente de los habitantes de Arabia en aquel tiempo han perecido en la batalla? Describe las operaciones preliminares de los asaltantes y los movimientos tácticos de Carlos Martel. En una palabra, hace obra de historiador que se esfuerza en ser objetivo contando lo que ocurre en los dos campos enemigos.
¿Cómo desde su lejana Andalucía está mejor enterado que el monje de Moissac? Se sugiere que ha podido recibir alguna información oral o escrita de algún galo-franco, testigo ocular del acontecimiento... y ¿por qué no de algunos de los derrotados? Nada en su texto deja traslucir el testimonio del que ha presenciado un hecho importante; lo que siempre desprende un tufo sugestivo.
De haber escrito nuestro Anónimo su crónica en el año 754, no hubiera podido sustraerse al ambiente de los vencidos con que tropezaría por la calle. Siendo cristiano ¿cómo no desacredita a los enemigos de su fe? Mas no lo ha hecho. ¿Cómo no indisponerse con la autoridad y los intelectuales fiel a la religión del amores, doloridos por desastre tan cercano, si hubiera descrito la paliza sufrida por sus conciudadanos herejes? ¿Por qué, dadas estas circunstancias, no ha reducido el episodio a algunas palabras breves y concisas? No le vemos, al contrario, arriesgarse en larga parrafada que no podía menos que comprometerle. Sencilla es la respuesta a tal pregunta: escribe el Anónimo en una época en que la batalla de Poitiers, tras*figurada por el mito, ha quedado en lejano episodio guerrero. No suscita el hecho pasión alguna.
Si se acepta la interpretación tradicional acerca de la fecha de nuestra crónica, hay entonces que admitir que el relato más importante y objetivo de la batalla de Poitiers tiene su origen en el campo de los vencidos, mientras que los vencedores no nos han tras*mitido más que relatos fabulosos. ¿No es esto extraordinario? Si la crónica ha sido escrita dos siglos más tarde, todo cambia. Ha podido el autor desempeñar el papel de un historiador. Tan sólo por imposición del mito ya cuajado quedaba desvirtuado el sentido de los acontecimientos. La incursión hacia la llanura francesa emprendida por pirenaicos había sido tras*figurada en una oleada turística de Occidente por los árabes, como la prolongación natural de la de España.
El acontecimiento de Poitiers: las referencias francas hablan de la victoria de Carlos Martel y el repliegue de los invasores más allá —más acá, para nosotros— de los Pirineos, con Mujeres, niños, e impedimentas. ¿Qué intervención militar es ésta? ¿No será el rechazo a una emigración masiva —con mujeres y niños— ante unas hambrunas o guerras civiles en el siglo VIII que presionaron a la población hasta preferir la incertidumbre de pasar los Pirineos? ¿Dónde está ahí la caballería islámica? No valen las referencias siglos después: el etiquetado islámico ya estará patentado como el enemigo de Europa.
La batalla de Poitiers, en el año islámico 114, año cristiano 732. En ella, pierde la vida el siguiente gobernador, al-Gafiqi (730-732). Pero entre Anbasa y al-Gafiqi, en cuatro años de tras*ición, se suceden nada menos que seis gobernadores. Por añadidura, al-Gafiqi ya había sido designado durante dos meses en 721, por lo que se refuerza la teoría de que los supuestos gobernadores debieron ser jefes pacificadores/expedicionarios de algún poder constituido, o puede que incluso el recuerdo de facciones simultáneas que los cronistas alinearon cronológicamente.
Probablemente Poitiers marque la fecha de una deportación. Efectivamente, con anterioridad a 732 se estaba produciendo algún tipo de revuelta social en el Sur de Francia. Un año antes masas de población entraron en el emblemático monasterio de San Martín de Tours, destruyéndolo.
En el contexto de esas claras revueltas sociales —de tinte indudablemente religioso-, Carlos Martel, rey de los francos, entabló batalla con Eudo de Aquitania. No parece, por lo tanto, que se trate del rechazo a una oleada turística, sino una guerra vecinal como tantas otras en Europa. Como las de la antigua Hispania, o el Al Ándalus de entonces. Vence Martel, y entre Tours y Poitiers, en 732, tiene lugar una batalla en la que muere —como decimos— al-Gafiqi, pero no se recuerda con muchas bajas. Más bien como un doloroso peregrinar de vuelta por el camino llamado Balat al-shuhadá —la calzada de los mártires. Por lo que, pese a la trascendencia mítica del pretendido parón al Islam, en Poitiers debió pasar algo más para justificar el recuerdo de un largo camino a casa.
A este segundo gobernador andalusí muerto en Francia, al-Gafiqi, le había sido dado también resolver un levantamiento en Aragón protagonizado por un norteafricano, Munusa. Tal enfrentamiento se encadena de un modo interesante con el opaco capítulo de Poitiers en el sentido de que el tal Munusa, tratando de establecer sus propios fueros, estableció una alianza con el citado Eudo de Aquitania mediante el matrimonio con su hija. No es tan tras*parente, según vemos, el episodio del rey de los francos y Poitiers; más bien parece el choque entre dos caóticas vertebraciones, con algún fenómeno migratorio que tras el 732 tomó el camino de vuelta —o puede que sólo de ida, si se trataba de una expulsión.