Se cumplen 500 años de la reforma protestante

¿Fue el incio de la reforma algo positivo?


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No claro. El Renacimiento es lo que tú digas. La austeridad de los templos protestantes no quiere decir que esos países fueran ajenos al Renacimiento. El mero concepto de la interlocución individual entre el hombre y Dios a través de la lectura de la Biblia , sin necesidad de intermediarios, es un concepto imposible sin el renacimiento. Shakespeare es un autor 100% renacentista cuando en España lo que predominaba eran autores rancios como Quevedo cuyas obras giraban en torno a la honra. El exceso papista de España nunca ha dejado de ser un intento por superar el complejo de herencia fiel a la religión del amora. Siempre ponéis a Italia como ejemplo de que el catolicismo es heredero de la tradición grecorromana cuando el catolicismo español es mucho más austero y no tiene nada que ver con éste.


Que no lo digo yo, que lo dicen autores profundamente anticristianos, el protestantismo fue una reacción contra renacimiento.

¿Quevedo rancio? la progenitora que te parió, se nota que no lo has visto ni a cien metros de distancia.

¿Por exceso papista te refieres al saco de Roma?

¿El catolicismo español austero? en España tenemos el barroco, cosa que ni olieron los anglocabrones que seguían con sus infinitos estilos del gótico y neogótico y requetegótico...
 
Que no lo digo yo, que lo dicen autores profundamente anticristianos, el protestantismo fue una reacción contra renacimiento.

¿Quevedo rancio? la progenitora que te parió, se nota que no lo has visto ni a cien metros de distancia.

¿Por exceso papista te refieres al saco de Roma?

¿El catolicismo español austero? en España tenemos el barroco, cosa que ni olieron los anglocabrones que seguían con sus infinitos estilos del gótico y neogótico y requetegótico...

¿Como cuáles? El renacimiento se caracteriza por bastantes más cosas que recargar iglesias, de hecho ese estilo se llama barroco y no renacentista. Por ejemplo supone una vuelta al estudio de la naturaleza como los antiguos griegos, y de ahí la eclosión de las ciencias naturales en los países protestantes. Hoyga, si reducimos el renacimiento a bacanales y banquetes pantagruélicos para mayor gloria de Baco entonces la iglesia católica, especialmente de obispos para arriba, han vivido en un renacimiento perpetuo.
 
El "libre examen", y "la sola autoridad de la Biblia" condujo inevitablemente a la atomización de las iglesias reformadas en una infinidad de sectas minúsculas, lo que a la larga provocó el descrédito de todas ellas y a la descristianización de los países protestantes. Tal hecho a un "cristiano piadoso" como Renato:rolleye: debería causarle un profunde pesar.

El propio Lutero y sus seguidores eran conscientes de ello. Por eso estos aceptaron tan alegremente la fórmula "cuius regio, eius religio" contraria a la libertad de conciencia.

Quiero añadir que encuentro el término "Reforma Protestante" inapropiado.
El cisma de Lutero no fue un movimiento reformador, sino rupturista.
Antes y después de Lutero en el seno de la Iglesia Católica han surgido periodicamente movimientos reformadores que han tratado con mejor o peor fortuna de corregir abusos y errores, sin negar la autoridad del Papa ni romper con la sucesión apostólica.
 
Herejes cismáticos estos pseudorreformistas. El propio Lutero, glotón, borracho, libidinoso, arrogante, hipócrita, servil con los poderosos y despiadado con los humildes, violento y suicida resume en su persona lo nefario de su pestilente superchería.
 
Judaización pura y dura de una raza, anglosajona en Bretaña y teutónica en el continente, que siempre ha tendido a esa dirección; cuya una de sus cepas abrazó y prefiguró la moderna ****ría; raza pariente de los godos que antes de ellos ya eran fanáticamente antitrinitarios y arrianos:


- Abolición del culto a los Santos

- Énfasis en el Antiguo Testamento; ellos son el puebo elegido.

- Prohibición de imágenes en un paso más en su fililojudaísmo al que tiende la raza enemiga del hombre y de Dios

---------- Post added 01-nov-2017 at 12:47 ----------

No claro. El Renacimiento es lo que tú digas. La austeridad de los templos protestantes no quiere decir que esos países fueran ajenos al Renacimiento. El mero concepto de la interlocución individual entre el hombre y Dios a través de la lectura de la Biblia , sin necesidad de intermediarios, es un concepto imposible sin el renacimiento. Shakespeare es un autor 100% renacentista cuando en España lo que predominaba eran autores rancios como Quevedo cuyas obras giraban en torno a la honra. El exceso papista de España nunca ha dejado de ser un intento por superar el complejo de herencia fiel a la religión del amora. Siempre ponéis a Italia como ejemplo de que el catolicismo es heredero de la tradición grecorromana cuando el catolicismo español es mucho más austero y no tiene nada que ver con éste.

Wow, puedo leer el libro de un un ser imaginario por mi propia cuenta, he sentado las bases de del progreso.
 
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Hitler nunca apostató y la iglesia católica palmariana lo tiene entre uno de sus santos.

Miente, miente, que algo quedara.

La Iglesia Cristiana Palmariana de los Carmelitas de la Santa Faz es una escisión de la Iglesia Católica.

Y no son Catolicos, son PROTESTANTES. Si fueran catolicos, reconocerian la Autoridad Papal.

Lo que digan tres o cuatro gatos con toga es indiferente al Catolicismo, si el Vaticano no confirma ni avala. Las canonizaciones solo pueden producirse por la Iglesia, no por fuera de ella. Si Herr Adolf hubiera sido canonizado en el Vaticano, otro gallo cantaria.

A eso le sumamos que las herejias que sostienes no tienen otro fundamento que no sea el capricho y el apego a los bienes de este mundo. Eres incapaz de rebatir la Doctrina Catolica apelando a la logica y a la razon.

Y si vamos a echar piedras sobre tejado ajeno, al menos la Iglesia Catolica no ha avalado las uniones sodomiticas, como han hecho aquellos a quienes veneras.

Un saludo.
 
Viéndolo desde la distancia:

-El luteranismo realmente era separatismo político alemán. La doctrina luterana es más bien un catolicismo separatista, igual que el anglicanismo. Así que se entiende mejor como un divisor político. Y durante un tiempo lo consiguió, pero tras las guerras mundiales, la herencia y mayor logro del luteranismo que es la disgregación de Europa, acabó. El proyecto europeo, más o menos, ahí sigue.

-En lo económico-social, el neoliberalismo, escuela austríaca, y el ordoliberalismo, ideologías de gran inspiración católica, han acabado siendo las teorías económicas triunfantes. En cambio, el heredero del calvinismo, el nazismo, es derrotado; y el comunismo, que parecía ser el sustituto social del cristianismo, también desaparece.

-Sólo falta que desaparezca el progresismo, que no es más que luciferianismo y gnosticismo. Está repartiendo a diestro y siniestro en aquellas regiones que pasaron la borrachera de la Reforma (en realidad Cisma), pero también en el mundo latino, que está convertido en una sopa de tribalismos y nacionalismos, en este caso por el fin del Imperio. Sólo Francia sustituyó completamente la Fe por el Estado, pero sólo hay que verla para repensar para qué le ha valido.

-Se puede argumentar que el único triunfo real del protestantismo fue el primer EEUU puritano y WASP que se convirtió en potencia, que no es poco, pero dudo de que ése sea el verdadero carácter de EEUU y no el puro pragmatismo, que es otra cosa, dejando de lado consideraciones geoeconómicas.

En resumen, la Iglesia católica ya no pinta nada, pero la realidad ha depurado muchos de los excesos propuestos por las diferentes iglesias protestantes y sus herederos ideológicos. Desde el sentido común nos encontramos en un mundo con una base bastante pragmática y realista, pero con una enfermedad gnóstica que espero que sea pasajera. Y quizás para este viaje no hacían falta tantas alforjas.
 
Han pasado 500 años y la iglesia catolica no ha recuperado el terreno perdido. Ni lo hará nunca.

Dime, y como niega eso la veracidad de la Doctrina Catolica?

La Verdad sigue siendo Verdad, la proclamen una persona o un millon.

_____​

-Se puede argumentar que el único triunfo real del protestantismo fue el primer EEUU puritano y WASP que se convirtió en potencia, que no es poco, pero dudo de que ése sea el verdadero carácter de EEUU y no el puro pragmatismo, que es otra cosa, dejando de lado consideraciones geoeconómicas.

El triunfo del fruto del protestantismo ha durado un siglo. EEUU al dia de la fecha es una nacion en decadencia bajo todo punto de vista. Van de camino a ser esclavos de todos los pecados capitales. esa época en el 2020 de la que yo le hablo de obesidad (gula), concentracion de la riqueza y aumento escandaloso de la pobreza (avaricia), hiperpromiscuidad/sodomia (lujuria), patriotismo fanatico "this is America!!!"(orgullo), adiccion al comfort y aversion al sufrimiento (pereza), violencia y esa época en el 2020 de la que yo le hablo de ataques con armas de fuego (ira). Lo unico que no se les ve es envidia, aunque si vemos la politica exterior de EEUU del ultimo medio siglo, se nota.

EEUU es el pais modelo protestante. Lo que ha comenzado como una utopia, se va convirtiendo en una pesadilla distopica.
 
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¿qué tiene que ver el progresismo con el gnosticismo? No acabo de entender porqué ciertas ideas son consideradas herejes en el catolicismo.

Crossposteo:

El Progresismo es una reaparición moderna del Gnosticismo, un conjunto de herejías cristianas de los siglos I y II. El Progresismo es por tanto como una suerte de Religión dualista extrema y espiritista. El enlace de la Wikipedia en español o en inglés está razonablemente bien.

La Doctrina gnóstica, y por tanto progre, es esta:

1. Dualismo extremo: hay dos esferas completamente separadas, la esfera del espíritu o las ideas y la esfera de la materia o realidad.

2. Dios no crea la realidad o materia, la crea el Demiurgo el cual es una suerte de entidad menor subordinada a Dios. Dios crea el mundo superior de los ideales y "delega" en seres inferiores como el Demiurgo para que creen el universo material.

3. La idea de Jesucristo y la Reencarnación no entran en el gnosticismo, no es posible que algo material o encarnado sea divino.

4. Por tanto, toda la esfera material, la realidad, está corrupta, está manchada, no ha sido tocada por Dios. Se sobrepone la esfera de los ideales, que es superior en todos los aspectos.

5. La "solución" es por tanto reducir, destruir nuestra materia o nuestra realidad en un proceso de "gnosis" (de ahí el término) en el cual vamos aumentando poco a poco más nuestro espíritu, mediante una introspección que no es más que la de conocer y asumir esos grandes ideales.

6. La esfera material es fuente de toda perdición y mal. El ser humano es cuerpo, que es corrupto y maligno, y como el cuerpo es algo a eliminar o desechar, se le puede maltratar o abandonarlo de todas las formas posibles, con drojas, sesso con todo el mundo, etc.

7. Por supuesto, reproducirse es un problema, porque aumenta la cantidad de "cuerpos".

8. Sólo unos "iniciados" los que han completado el camino de la gnosis son los que saben de qué va realmente el asunto. Así que la sociedad asume una fuerte jerarquía con esos iniciados en la cumbre. Los que no han emprendido la gnosis no tienen voz ni voto.

En definitiva, sólo los ideales cuentan (el deber ser o el quiero ser, pensamiento "Alicia", si quiero ser mujer, lo soy), la realidad es algo secundario, si la sigues estás siguiendo la perdición y el mal (el ser: ser hombre o mujer biológico es algo secundario), se permite el maltrato y abandono del cuerpo con el hedonismo moderno, drojas e hipersexualización, no hay que reproducirse (reducción de la natalidad), los actos y los hechos no importan, sólo las ideas (porque pertenecen al mundo corrupto material, por eso se acaba con la meritocracia y se ponen a mujeres, minorías, etc. por cupo en los sillones), culto a los iniciados o "los que saben", que son los medios y el poder (falta de pensamiento crítico, no hay que pensar, no hay que ver); los poderes intermedios son destruidos (hombre frente a mujer, profesor frente a alumno, padre frente a hijo) porque se entienden como repulsivos y hay que eliminarlos, no son los iniciados; se apoya la democracia representativa porque es la vía que legitima el gobierno de los iniciados (el iniciado te representa, tú no eliges)...

En definitiva, es una religión que viene muy bien a la cúpula y propone la destrucción y exterminio de todos los demás. Acabará implosionando porque es antirreal, al estilo de la Unión Soviética, cuando los engranajes de la realidad se acaben atascando e intenten seguir su camino.
 
Un poquito pillada por los pelos la equiparación entre gnosticismo y progresismo. El progresismo es fuertemente materialista y antirreligioso o antiespiritual, mientras que el gnosticismo es todo lo contrario. Tú mismo dices que el progresismo actual es hedonista. Pues ya me dirás qué tiene que ver eso con el gnosticismo, que es más bien de tipo ascético. Por no decir que de hecho los progres sólo han conseguido imponerse en el mundo material (porque la materia está impregnada de error y ha posibilitado su victoria), en el mundo de las ideas nunca, sencillamente porque no tienen razón en casi nada, sus argumentos están plagados de falacias lógicas.

No en vano hoy en día la mayor parte de los (pocos) gnósticos que hay, lejos de ser progres son más bien simpatizantes del NS. Ahí está el hitlerismo esotérico de gente como Miguel Serrano o Luis Felipe Moyano.

Le respondo:

-El progresismo es fuertemente materialista y antirreligioso o antiespiritual, mientras que el gnosticismo es todo lo contrario.

Lo "políticamente correcto" no es antirreligioso, es más, es una religión en sí misma, puesto que la democracia, la igualdad, la fraternidad, etc. se toman como apriorismos, es decir, dogmas de Fe. Que no se permiten ser negados por la ciencia ni investigados; y el que los investiga se condena al ostracismo. La idea de "antirreligión" es la misma con la que se publicitaba el catolicismo como "única Verdadera". Antes, lo que vendía es la Verdad, ahora, lo que vende es la no-religión. Pero es propaganda. Siempre hay una religión, tiene que haberla porque si no, no podríamos movernos. No tenemos la certeza de que mañana no nos vaya a atropellar un coche, pero aún así salimos porque entendemos que no va a ocurrir; este sistema de apriorismos nos gobierna y es natural, pero elegir unos u otros tiene sus consecuencias reales.

-Tú mismo dices que el progresismo actual es hedonista. Pues ya me dirás qué tiene que ver eso con el gnosticismo, que es más bien de tipo ascético.

El gnosticismo tenía varias ramas, una era la ascética como comenta, y otra no tan ascética. De hecho, en la antigüedad eran famosos ciertos bacanales y orgías gnósticas, porque el cuerpo es algo a maltratar, no es sagrado, lo único sagrado es la idea. Los progres de litrona y porro, y la hipersexualización de la sociedad lo demuestra. Eso sí, todo bajo una pátina de jovenlandesalina exquisita en cuanto a los apriorismos comentados: ideas antes que materia.

-Por no decir que de hecho los progres sólo han conseguido imponerse en el mundo material (porque la materia está impregnada de error y ha posibilitado su victoria), en el mundo de las ideas nunca, sencillamente porque no tienen razón en casi nada, sus argumentos están plagados de falacias lógicas.

A lo mejor diferimos en la definición de progre y de materialismo, pero yo lo veo al contrario. Es en el mundo de las ideas donde ahora mismo los progres tienen el control absoluto, y es la realidad material la que les está dando el tortazo. Seguramente su rechazo a la ideología progre provenga de coordenadas muy reales, y desde la realidad, nuevamente, se conquista el mundo de las ideas. La realidad actúa como un computador que resuelve cuál es la ideología a extinguir y cuál no.

-No en vano hoy en día la mayor parte de los (pocos) gnósticos que hay, lejos de ser progres son más bien simpatizantes del NS. Ahí está el hitlerismo esotérico de gente como Miguel Serrano o Luis Felipe Moyano.

El progresismo y el nazismo son dos ramas del mismo tronco, que es el tribalismo hiperidealista anticristiano. Lo que pasa es que el progre toma al conjunto de la población del mundo como su tribu (a la que quiere convertir en un enorme pueblo mestizo), y el nancy sólo a un subconjunto que es la raza aria. En el seno de cada subconjunto, se intentan limar las diferencias, se tiende a un Estado que gobierne por completo al conjunto (New World Order, o Reich ario), en vez de que se gobierne a sí mismo en un orden natural y con cuerpos intermedios, y se hace predominar el sentimiento antes que la razón; no importan los hechos (para unos, por ser blanco ya eres guay; o por ser mujer/de la religión del amor/lgtb, antes de demostrar valía con hechos ya te dan paga y cupo): estatalismo, tribalismo, sentimentalismo, voluntarismo son características de ambos grupos.

Si nos vamos a la Nueva Derecha, ésta se suele calificar, incluso ellos mismos lo hacen, como progresismo de derechas. Y no es descabellado calificar a los progres como nazis de izquierdas. La búsqueda de la espiritualidad esotérica como comenta, es común a ambos grupos: el abandono de la tradición cristiana y la búsqueda de viejas tradiciones ajenas como la de la India lo hace tanto el neoderechista, como el hippy sesentero.
 
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Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: “No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe”. Tales fueron sus palabras al desparecer, y la Humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la Humanidad, a deslizarse en la tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible, que, precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él... Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto “¡Señor, dignáos, aparecérosnos!”, que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.
Y he aquí que ha querido mostrarse, al menos un instante, a la multitud desgraciada, al pueblo sumido en el pecado, pero que le ama con amor de niño. El lugar de la acción es Sevilla; la época, la de la Inquisición, la de los cotidianos soberbios autos de fe, de terribles heresiarcas, ad majorem Dei gloriam.
No se trata de la venida prometida para la consumación de los siglos, de la aparición súbita de Cristo en todo el brillo de su gloria y su divinidad, “como un relámpago que brilla del Ocaso al Oriente”. No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita, y ha escogido el lugar y la hora en que llamean las hogueras. Ha vuelto a tomar la forma humana que revistió, hace quince siglos, por espacio de treinta años.
Aparece entre las cenizas de las hogueras, donde la víspera, el cardenal gran inquisidor, en presencia del rey, los magnates, los caballeros, los altos dignatarios de la Iglesia, las más encantadoras damas de la corte, el pueblo en masa, quemó a cien herejes. Cristo avanza hacia la multitud, callado, modesto, sin tratar de llamar la atención, pero todos le reconocen.
El pueblo, impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue. Él, lento, una sonrisa de piedad en los labios, continúa avanzando. El amor abrasa su alma; de sus ojos fluyen la Luz, la Ciencia, la Fuerza, en rayos ardientes, que inflaman de amor a los hombres. Él les tiende los brazos, les bendice. De Él, de sus ropas, emana una virtud curativa. Un viejo, ciego de nacimiento, sale a su encuentro y grita: “¡Señor, cúrame para que pueda verte!” Una escama se desprende de sus ojos, y ve. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra que Él pisa. Los niños tiran flores a sus pies y cantan Hosanna, y el pueblo exclama: “¡Es Él! ¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser otro que Él!”
Cristo se detiene en el atrio de la catedral. Se oyen lamentos; unos jóvenes llevan en hombros a un pequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa, sobre flores, el cuerpo de una niña de diecisiete años, hija de un personaje de la ciudad.
—¡Él resucitará a tu hija! —le grita el pueblo a la desconsolada progenitora.
El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el ceño.
Pero la progenitora profiere:
—¡Si eres Tú, resucita a mi hija!
Y se posterna ante Él. Se detiene el cortejo, los jóvenes dejan el ataúd sobre las losas. Él lo contempla, compasivo, y de nuevo pronuncia el Talipha kumi (Levántate, muchacha).
La muerta se incorpora, abre los ojos, se sonríe, mira sorprendida en torno suyo, sin soltar el ramo de rosas blancas que su progenitora había colocado entre sus manos. El pueblo, lleno de estupor, clama, llora.
En el mismo momento en que se detiene el cortejo, aparece en la plaza el cardenal gran inquisidor. Es un viejo de noventa años, alto, erguido, de una ascética delgadez. En sus ojos hundidos fulgura una llama que los años no han apagado. Ahora no luce los aparatosos ropajes de la víspera; el magnífico traje con que asistió a la cremación de los enemigos de la Iglesia ha sido reemplazado por un tosco hábito de fraile.
Sus siniestros colaboradores y los esbirros del Santo Oficio le siguen a respetuosa distancia. El cortejo fúnebre detenido, la muchedumbre agolpada ante la catedral le inquietan, y espía desde lejos. Lo ve todo: el ataúd a los pies del desconocido, la resurrección de la muerta... Sus espesas cejas blancas se fruncen, se aviva, fatídico, el brillo de sus ojos.
—¡Prendedle!— les ordena a sus esbirros, señalando a Cristo.
Y es tal su poder, tal la medrosa sumisión del pueblo ante él, que la multitud se aparta, al punto, silenciosa, y los esbirros prenden a Cristo y se lo llevan. Como un solo hombre, el pueblo se inclina al paso del anciano y recibe su bendición.
Los esbirros conducen al preso a la guandoca del Santo Oficio y le encierran en una angosta y oscura celda.
Muere el día, y una noche de luna una noche española, cálida y olorosa a limoneros y laureles, le sucede.
De pronto, en las tinieblas se abr la férrea puerta del calabozo y penetra el gran inquisidor en persona solo, alumbrándose con una linterna. La puerta se cierra tras él. E anciano se detiene a pocos pasos de umbral y, sin hablar palabra, con templa, durante cerca de dos minutos, al preso. Luego, avanza lenta mente, deja la linterna sobre la mesa y pregunta:
—¿Eres Tú, en efecto?
Pero, sin esperar la respuesta prosigue
—No hables, calla. ¿Qué podías decirme? Demasiado lo sé. No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste. ¿Porqué has venido a molestarnos?… Bien sabes que tu venida es inoportuna. Mas yo te aseguro que mañana mismo... No quiero saber si eres Él o sólo su apariencia; sea quien seas, mañana te condenaré; perecerás en la hoguera como el peor de los herejes. Verás cómo ese mismo pueblo que esta tarde te besaba los pies, se apresura, a una señal mía, a echar leña al fuego. Quizá nada de esto te sorprenda...
Y el anciano, mudo y pensativo sigue mirando al preso, acechando la expresión de su rostro, serena y suave.
—El Espíritu terrible e inteligente — añade, tras una larga pausa —, el Espíritu de la negación y de la nada, te habló en el desierto, y la Escrituras atestiguan que te “tentó”. No puede concebirse nada más profundo que lo que se te dijo e aquellas tres preguntas o, para emplear el lenguaje de la Escritura, en aquellas tres “tentaciones”. ¡Si ha habido algún milagro auténtico, evidente, ha sido el de las tres tentaciones! ¡El hecho de que tales preguntas hayan podido brotar de unos labios, es ya, por sí solo, un milagro! Supongamos que hubieran sido borradas del libro, que hubiera que inventarlas, que forjárselas de nuevo. Supongamos que, con ese objeto, se reuniesen todos los sabios de la tierra, los hombres de Estado, los príncipes de la Iglesia, los filósofos, los poetas, y que se les dijese: “Inventad tres preguntas que no sólo correspondan a la grandeza del momento, sino que contengan, en su triple interrogación, toda la historia de la Humanidad futura”, ¿crees que esa asamblea de todas las grandes inteligencias terrestres podría forjarse algo tan alto, tan formidable como las tres preguntas del inteligente y poderoso Espíritu? Esas tres preguntas, por sí solas, demuestran que quien te habló aquel día no era un espíritu humano, contingente, sino el Espíritu Eterno, Absoluto. Toda la historia ulterior de la Humanidad está predicha y condensada en ellas; son las tres formas en que se concretan todas las contradicciones de la historia de nuestra especie. Esto, entonces, aún no era evidente, el porvenir era aún desconocido; pero han pasado quince siglos y vemos que todo estaba previsto en la Triple Interrogación, que es nuestra historia.¿Quién tenía razón, di? ¿Tú o quien te interrogó?...
Si no el texto, el sentido de la primera pregunta es el siguiente: “Quieres presentarte al mundo con las manos vacías, anunciándoles a los hombres una libertad que su tontería y su maldad naturales no lo permiten comprender, una liberad espantosa, ¡pues para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada tan espantoso como la libertad!, cuando, si convirtieses en panes todas esas piedras peladas esparcidas ante tu vista, verías a la Humanidad correr, en pos de ti, como un rebaño, agradecida, sumisa, temerosa tan sólo de que tu mano depusiera su ademán taumatúrgico y los panes se tornasen piedras.” Pero tú no quisiste privar al hombre de su libertad y repeliste la tentación; te horrorizaba la idea de comprar con panes la obediencia de la Humanidad, y contestaste que “no so1o de pan vive el hombre”, sin saber que el espíritu de la tierra, reclamando el pan de la tierra, había de alzarse contra ti, combatirte y vencerte, y que todos le seguirían, gritando: “¡Nos ha dado el fuego del cielo!” Pasarán siglos y la Humanidad proclamará, por boca de sus sabios, que no hay crímenes y, por consiguiente, no hay pecado; que so1o hay hambrientos. “Dales pan si quieres que sean virtuosos.” Esa será la divisa de los que se alzarán contra ti, el lema que inscribirán en su bandera; y tu templo será derribado y, en su lugar, se erigirá una nueva Torre de Babel, no más firme que la primera, el esfuerzo de cuya rigidez* y mil años de sufrimientos podías haberles ahorrado a los hombres. Pues volverán a nosotros, al cabo de mil años de trabajo y dolor, y nos buscarán en los subterráneos, en las catacumbas donde estaremos escondidos — huyendo aún de la persecución, del martirio —, para gritarnos: “¡Pan! ¡Los que nos habían prometido el fuego del cielo no nos lo han dado!” Y nosotros acabaremos su Babel, dándoles pan, lo único de que tendrán necesidad. Y se lo daremos en tu nombre. Sabemos mentir. Sin nosotros, se morirían de hambre. Su ciencia no les mantendría. Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: “¡Cadenas y pan!” Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca — ¡nunca! — sabrán repartírselo. Se convencerán también de que son indignos de la libertad; débiles, viciosos, necios, indómitos. Tú les prometiste el pan del cielo. ¿Crees que puede ofrecerse ese pan, en vez del de la tierra, siendo la raza humana lo vil, lo incorregiblemente vil que es? Con tu pan del cielo podrás atraer y seducir a miles de almas, a docenas de miles, pero ¿y los millones y las decenas de millones no bastante fuertes para preferir el pan del cielo al pan de la tierra? ¿Acaso eres tan sólo el Dios de los grandes? Los demás, esos granos de arena del mar; los demás, que son débiles, pero que te aman, ¿no son a tus ojos sino viles instrumentos en manos de los grandes?... Nosotros amamos a esos pobres seres, que acabarán, a pesar de su condición disoluta y rebelde, por dejarse dominar. Nos admirarán, seremos sus dioses, una vez sobre nuestros hombros la carga de su libertad, una vez que hayamos aceptado el cetro que — ¡tanto será el miedo que la libertad acabará por inspirarles! — nos ofrecerán. Y reinaremos en tu nombre, sin dejarte acercar a nosotros. Esta impostura, esta necesaria mentira, constituirá nuestra cruz.
Como ves, la primera de la tres preguntas encerraba el secreto del mundo. ¡Y tú la desdeñaste! Ponías la libertad por encima de todo, cuando, si hubieras consentido en tornar panes las piedras del desierto, hubieras satisfecho el eterno y unánime deseo de la Humanidad; le hubieras dado un amo. El más vivo afán del hombre libre es encontrar un ser ante quien inclinarse. Pero quiere inclinarse ante una fuerza incontestable, que pueda reunir a todos los hombres en una comunión de respeto; quiere que el objeto de su culto lo sea de un culto universal; quiere una religión común. Y esa necesidad de la comunidad en la adoración es, desde el principio de los siglos, el mayor tormento individual y colectivo del género humano. Por realizar esa quimera, los hombres se exterminan. Cada pueblo se ha creado un dios y le ha dicho a su vecino: “¡Adora a mi dios o te mato!” Y así ocurrirá hasta el fin del mundo; los dioses podrán desaparecer de la tierra, mas la Humanidad hará de nuevo por los ídolos lo que ha hecho por los dioses. Tú no ignorabas ese secreto fundamental de la naturaleza humana y, no obstante, rechazaste la única bandera que te hubiera asegurado la sumisión de todos los hombres: la bandera del pan terrestre; la rechazaste en nombre del pan celestial y de la libertad, y en nombre de la libertad seguiste obrando hasta tu fin. No hay, te repito, un afán más vivo en el hombre que encontrar en quien delegar la libertad de que nace dotada tan perversos criatura. Sin embargo, para obtener la ofrenda de la libertad de los hombres, hay que darles la paz de la conciencia. El hombre se hubiera inclinado ante ti si le hubieras dado pan, porque el pan es una cosa incontestable; pero si, al mismo tiempo, otro se hubiera adueñado de la conciencia humana, el hombre hubiera dejado tu pan para seguirle. En eso, tenías razón; el secreto de la existencia humana consiste en la razón, en el motivo de la vida. Si el hombre no acierta a explicarse por qué debe vivir preferirá morir a continuar esta existencia sin objeto conocido, aunque disponga de una inmensa provisión de pan. Pero ¿de qué te sirvió el conocer esa verdad? En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la fin. Nada tan caro para el hombre como el libre albedrío, y nada, también, que le haga sufrir tanto. Y, en vez de formar tu doctrina de principios sólidos que pudieran pacificar definitivamente la conciencia humana, la formaste de cuanto hay de extraordinario, vago, conjetural, de cuanto traspasa los límites de las fuerzas del hombre, a quien, ¡tú que diste la vida por él!, diríase que no amabas. Al quitarle diques a su libertad, introdujiste en el alma humana nuevos elementos de dolor. Querías ser amado con un libre amor, libremente seguido. Abolida la dura ley antigua, el hombre debía, sin trabas, sin más guía que tu ejemplo, elegir entre el bien y el mal. ¿,No se te alcanzaba que acabarías por desacatar incluso tu ejemplo y tu verdad, abrumado bajo la terrible carga de la libre elección, y que gritaría: “Si Él hubiera poseído la verdad, no hubiera dejado a sus hijos sumidos en una perplejidad tan horrible, envueltos en tales tinieblas?” Tú mismo preparaste tu ruina: no culpes a nadie. Si hubieras escuchado lo que se te proponía... Hay sobre la tierra tres únicas fuerzas capaces de someter para siempre la conciencia de esos seres débiles e indómitos — haciéndoles felices — : el milagro, el misterio y la autoridad. Y tú no quisiste valerte de ninguna. El Espíritu terrible te llevó a la almena del templo y te dijo: “¿Quieres saber si eres el Hijo de Dios? Déjate caer abajo, porque escrito está que los ángeles tomarte han en las manos.” Tú rechazaste la proposición, no te dejaste caer. Demostraste con ello el sublime orgullo de un dios; ¡pero los hombres, esos seres débiles, impotentes, no son dioses! Sabías que, sólo con intentar precipitarte, hubieras perdido la fe en tu Padre, y el gran Tentador hubiera visto, regocijadísimo, estrellarse tu cuerpo en la tierra que habías venido a salvar. Mas, dime, ¿hay muchos seres semejantes a ti? ¿Pudiste pensar un solo instante que los hombres serían capaces de comprender tu resistencia a aquella tentación? La naturaleza humana no es bastante fuerte para prescindir del milagro y contentarse con la libre elección del corazón, en esos instantes terribles en que las preguntas vitales exigen una respuesta. Sabías que tu heroico silencio sería perpetuado en los libros y resonaría en lo más remoto de los tiempos, en los más apartados rincones del mundo. Y esperabas que el hombre te imitaría y prescindiría de los milagros, como un dios, siendo así que, en su necesidad de milagros, los inventa y se inclina ante los prodigios de los magos y los encantamientos de los hechiceros, aunque sea hereje o ateo.
Cuando te dijeron, por mofa: “¡Baja de la cruz y creeremos en ti!”, no bajaste. Entonces, tampoco quisiste someter al hombre con el milagro, porque lo que deseaba de él era una creencia libre, no violentada por el prestigio de lo maravilloso; un amor espontáneo, no los tras*portes serviles de un esclavo aterrorizado. En esta ocasión, como en todas, obraste inspirándote en una idea del hombre demasiado elevada: ¡es esclavo, aunque haya sido creado rebelde! Han pasado quince siglos: ve y juzga. ¿A quién has elevado hasta ti? El hombre, créeme, es más débil y más vil de lo que tú pensabas. ¿Puede, acaso, hacer lo que tú hiciste? Le estimas demasiado y sientes por él demasiado poca piedad; le has exigido demasiado, tú que le amas más que a ti mismo. Debías estimarle menos y exigirle menos. Es débil y fistro. El que hoy se subleve en todas partes contra nuestra autoridad y se enorgullezca de ello, no significa nada. Sus bravatas son hijas de una vanidad de escolar. Los hombres son siempre unos chiquillos: se sublevan contra el profesor y le echan del aula; pero la revuelta tendrá un término y les costará cara a los revoltosos. No importa que derriben templos y ensangrienten la tierra: tarde o temprano, comprenderán la inutilidad de una rebelión que no son capaces de sostener. Verterán estúpidas lágrimas; pero, al cabo, comprenderán que el que les ha creado rebeldes les ha hecho objeto de una burla y lo gritarán, desesperados. Y esta blasfemia acrecerá su miseria, pues la naturaleza humana, demasiado mezquina para soportar la blasfemia, se encarga ella misma de castigarla.
La inquietud, la duda, la desgracia: he aquí el lote de los hombres por quienes diste tu sangre. Tu profeta dice que, en su visión simbólica, vio a todos los partícipes de la primera resurrección y que eran doce mil por cada generación. Su número no es corto, si se considera que supone una naturaleza más que humana el llevar tu cruz, el vivir largos años en el desierto, alimentándose de raíces y langostas; y puedes, en verdad, enorgullecerte de esos hijos de la libertad, del libre amor, estar satisfechos del voluntario y magnífico sacrificio de sí mismos, hecho en tu nombre. Pero no olvides que se trata só1o de algunos miles y, más que de hombres, de dioses. ¿Y el resto de la Humanidad? ¿Qué culpa tienen los demás, los débiles humanos, de no poseer la fuerza sobrenatural de los fuertes? ¿Qué culpa tiene el alma feble de no poder soportar el peso de algunos dones terribles? ¿Acaso viniste tan sólo por los elegidos? Si es así, lo importante no es la libertad ni el amor, sino el misterio, el impenetrable misterio. Y nosotros tenemos derecho a predicarles a los hombres que deben someterse a él sin razonar, aun contra los dictados de su conciencia. Y eso es lo que hemos hecho. Hemos corregido tu obra; la hemos basado en el “milagro”, el “misterio” y la “autoridad”. Y los hombres se han congratulado de verse de nuevo conducidos como un rebaño y libres, por fin, del don funesto que tantos sufrimientos les ha causado. Di, ¿hemos hecho bien? ¿Se nos puede acusar de no amar a la Humanidad? ¿No somos nosotros los únicos que tenemos conciencia de su flaqueza; nosotros que, en atención a su fragilidad, la hemos autorizado hasta para pecar, con tal que nos pida permiso? ¿Por qué callas? ¿Por qué te limitas a mirarme con tus dulces y penetrantes ojos? ¡No te amo y no quiero tu amor; prefiero tu cólera! ¿Y para qué ocultarte nada? Sé a quién le hablo. Conoces lo que voy a decirte, lo leo en tus ojos... Quizá quieras oír precisamente de mi boca nuestro secreto. Oye, pues: no estamos contigo, estamos con Él... ; nuestro secreto es ése. Hace mucho tiempo — ¡ocho siglos! — que no estamos contigo, sino con Él. Hace ocho siglos que recibimos de Él el don que tú, cuando te tentó por tercera vez mostrándote todos los reinos de la tierra, rechazaste indignado; nosotros aceptamos y, dueños de Roma y la espada de César, nos declaramos los amos del mundo. Sin embargo, nuestra conquista no ha acabado aún, está todavía en su etapa inicial, falta mucho para verla concluida; la tierra ha de sufrir aún durante mucho tiempo; pero nosotros conseguiremos nuestro objeto, seremos el César y, entonces, nos preocuparemos de la felicidad universal. Tú también pudiste haber tomado la espada de César; ¿por qué rechazaste tal don? Aceptándole, hubieras satisfecho todos los anhelos de los hombres sobre la tierra, les hubieras dado un amo, un depositario de su conciencia y, a la vez, un ser en torno a quien unirse, formando un inmenso hormiguero, ya que la necesidad de la unión universal es otro de los tres supremos tormentos de la Humanidad. La Humanidad siempre ha tendido a la unidad mundial. Cuanto más grandes y gloriosos, más sienten los pueblos ese anhelo. Los grandes conquistadores, los Tamerlan, los Gengis Kan que recorren la tierra como un huracán devastador, obedecen, de un modo inconsciente, a esa necesidad. Tomando la púrpura de César, hubieras fundado el imperio universal, que hubiera sido la paz del mundo. Pues, ¿quién debe reinar sobre los hombres sino el que es dueño de sus conciencias y tiene su pan en las manos?
Tomamos la espada de César y, al hacerlo, rompimos contigo y nos unimos a Él. Aún habrá siglos de libertinaje intelectual, de pedantería y de antropofagia —los hombres, luego de erigir, sin nosotros, su Torre de Babel, se entregarán a la antropofagia—; pero la bestia acabará por arrastrarse hasta nuestros pies, los lamerá y los regará con lágrimas de sangre. Y nosotros nos sentaremos sobre la bestia y levantaremos una copa en la que se leerá la palabra “Misterio”. Y entonces, sólo entonces, empezará para los hombres el reinado de la paz y de la dicha. Tú te de tus elegidos, pero son una mi noria: nosotros les daremos el re y la calma a todos. Y aun de esa minoría, aun de entre esos “fuertes” llamados a ser de los elegidos, ¡cuántos han acabado y acabarán por cansarse de esperar, cuán tos han empleado y emplearán contra ti las fuerzas de su espíritu y el ardor de su corazón en uso de la libertad de que te son deudores! Nosotros les daremos a todos la felicidad, concluiremos con las re vueltas y matanzas originadas por la libertad. Les convenceremos de que no serán verdaderamente libres, sino cuando nos hayan confiado su libertad. ¿Mentiremos? ¡No! Y bien sabrán ellos que no les engañamos, cansados de las dudas y de los terrores que la libertad lleva consigo. La independencia, el libre pensamiento y la ciencia llegarán a sumirles en tales tinieblas, a espantarlos con tales prodigios, a causar los con tales exigencias, que los menos suaves y dóciles se suicidarán; otros, también indóciles, pero débiles y violentos, se asesinarán, y otros —los más—, rebaño de cobardes y de perversoss, gritarán a nuestros pies: “¡Sí, tenéis razón! Sólo vosotros poseéis su secreto y volvemos a vosotros! ¡Salvadnos de nosotros mismos!”
No se les ocultará que el pan —obtenido con su propio trabajo, sin milagro alguno— que reciben de nosotros se lo tomamos antes nosotros a ellos para repartírselo, y que no convertimos las piedras en panes. Pero, en verdad, más que el pan en sí, lo que les satisfará es que nosotros se lo demos. Pues verán que, si no convertimos las piedras en partes, tampoco los panes se convierten, vuelto el hombre a nosotros, en piedras. ¡Comprenderán, al cabo, el valor de la sumisión! Y mientras no lo comprendan, padecerán. ¿Quién, dime, quién ha puesto más de su parte para que dejen de padecer? ¿Quién ha dividido el rebaño y le ha dispersado por extraviados andurriales? Las ovejas se reunirán de nuevo, el rebaño volverá a la obediencia y ya nada le dividirá ni lo dispersará. Nosotros, entonces, les daremos a los hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad compuesta de pan y humildad. Sí, les predicaremos la humildad — no, como Tú, el orgullo . Les probaremos que son débiles niños, pero que la felicidad de los niños tiene particulares encantos. Se tornarán tímidos, no nos perderán nunca de vista y se estrecharán contra nosotros como polluelos que buscan el abrigo del ala materna. Nos temerán y nos admirarán. Les enorgullecerá el pensar la energía y el genio que habremos necesitado para domar a tanto rebelde. Les asustará nuestra cólera, y sus ojos, como los de los niños y los de las mujeres, serán fuentes de lágrimas. ¡Pero con que facilidad, a un gesto nuestro, pasarán del llanto a la risa, a la suave alegría de los niños! Les obligaremos, ¿qué duda cabe?, a trabajar; pero los organizaremos, para sus horas de ocio, una vida semejante a los juegos de los niños, mezcla de canciones, coros inocentes y danzas. Hasta les permitiremos pecar — ¡su naturaleza es tan flaca!—. Y, como les permitiremos pecar, nos amarán con un amor sencillo, infantil. Les diremos que todo pecado cometido con nuestro permiso será perdonado, y lo haremos por amor, pues, de sus pecados, el castigo será para nosotros y el placer para ellos. Y nos adorarán como a bienhechores. Nos lo dirán todo y, según su grado de obediencia, les permitiremos o les prohibiremos vivir con sus mujeres o sus amantes y les consentiremos o no les consentiremos tener hijos. Y nos obedecerán, muy contentos. Nos someterán los más penosos secretos de su conciencia, y nosotros decidiremos en todo y por todo; y ellos acatarán, alegres, nuestras sentencias, pues les ahorrarán el cruel trabajo de elegir y de determinarse libremente.
Todos los millones de seres humanos serán así, felices, salvo unos cien mil, salvo nosotros, los depositarios del secreto. Porque nosotros seremos desgraciados. Los felices se contarán por miles de millones, y habrá cien mil mártires del conocimiento, exclusivo y maldito, del bien y del mal. Morirán en paz. pronunciando tu nombre, y, más allá de la tumba, sólo verán la oscuridad de la fin. Sin embargo, nos lo callaremos; embaucaremos a los hombres, por su bien, con la promesa de una eterna recompensa en el cielo, a sabiendas de que, si hay otro mundo, no ha sido, de seguro, creado para ellos. Se vaticina que volverás, rodeado de tus elegidos, y que vencerás; tus héroes sólo podrán envanecerse de haberse salvado a sí mismos, mientras que nosotros habremos salvado al mundo entero. Se dice que la fornicadora, sentada sobre la bestia y con la “copa del misterio” en las manos, será afrentada y que los débiles se sublevarán por vez postrera, desgarrarán su púrpura y desnudarán su cuerpo impuro. Pero yo me levantaré entonces y te mostraré los miles de millones de seres felices que no han conocido el pecado. Y nosotros que, por su bien, habremos asumido el peso de sus culpas, nos alzaremos ante ti, diciendo: “¡Júzganos, si puedes y te atreves!” No te temo. Yo también he estado en el desierto; yo también me he alimentado de langostas y raíces; yo también he bendecido la libertad que les diste a los hombres y he soñado con ser del número de los fuertes. Pero he renunciado a ese sueño, he renunciado a tu locura para sumarme al grupo de los que corrigen tu obra. He dejado a los orgullosos para acudir en socorro de los humildes.
Lo que te digo se realizará; nuestro imperio será un hecho.
Y te repito que mañana, a una señal mía, verás a un rebaño sumiso echar leña a la hoguera donde te haré morir, por haber venido a perturbarnos. ¿Quién más digno que Tú de la hoguera? Mañana te quemaré. Dixi.
El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en sus labios exangües de nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice: “¡Vete y no vuelvas nunca... , nunca! Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad”. El preso se aleja.
 
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