¿Eso es lo único que puedes ofrecer a un incrédulo? ¿En serio?
Ojala yo tuviera el poder de dar la fe a los incrédulos.
No creo que se pueda dar la fe a un incrédulo, y menos con un argumento, o de golpe. Se puede guiar, hablar, aconsejar... pero es el mismo incrédulo al final el que debe dar un pequeño pasito. Oír la llamada, dicen algunos.
Si te estás haciendo preguntas, eso es bueno, pues quiere decir que una parte de ti, quizá minúscula, QUIERE creer.
Para creer, sólo hace falta una cosa: QUERER creer. No hace falta más. El resto va viniendo por añadidura.
Si una parte minúscula de tu alma, en las ergástulas de tu alma, quiere creer, o podría creer, lo que deberías hacer es dejar que esa parte de ti crezca. Hazlo privadamente, íntimamente, obsérvala... no la machaques de un pisotón.
Guárdalo en secreto, si quieres.
Si abres tu alma, al final no necesitarás ni CREER, sino que podrás VER. Podrás SABER que hay un Dios, lo sentirás en cada pequeña vibración del Universo.
En mi caso fue un proceso largo, lleno de muchos pequeños detalles que me iban guiando.
EJEMPLO: en algún momento de tu vida vivirás un gran revés, un gran drama, algo rellenito. No sé. Te meterán en la guandoca, o te diagnosticarán cáncer, o perderás a un ser muy querido en un accidente, o una desgracia financiera te dejará en la calle. Esas cosas suelen pasar al menos una vez en la vida de todo el mundo.
Es habitual, en esos casos, que uno intente elevar su voz a los sacerdotes del universo, a dios, a un dios etéreo, a quien sea. A una instancia superior. En esos trances decimos, mentalmente, cosas así:
- ¿Por qué?
- ¿Qué hago ahora?
- Por favor, ayúdame.
Es posible que hayas pasado por esa situación. Si no, en algún momento pasarás por ella.
Después, la vida tiende a arreglarse... y nos olvidamos. Nos olvidamos de que en un momento dado pedimos ayuda, intentamos elevar la voz pero no sabíamos ni a quien dirigirnos, nos sentimos solos e intentamos ser escuchados por alguien que escuche, por un dios, por una instancia superior.
Si eres una persona intelectualmente honesta, cabe plantearse la siguiente pregunta:
¿Qué clase de persona soy yo que intento hablar con dioses cuando me va mal, y cuando me va bien me olvido?
¿Qué pensarías de un amigo, o un hijo, que te llama sólo cuando tiene problemas muy rellenitos?
Si no te gusta ser esa clase de persona hipócrita, interesada, cortoplacista... pues, oye, deja de serlo.
Tener fe, o empezar a tenerla, no es tanto encontrar respuestas, sino empezar a hacerse preguntas.
Me alegro de que me hagas preguntas. ¿Quieres que te ayude? Pues lo mejor que puedo hacer por ti es invitarte a hacerte preguntas a ti mismo. Si te las haces sinceramente, honestamente, sin acrobacias intelectuales... encontrarás respuestas. Al principio dudarás de ellas, pero si persistes y le das espacio a tu propia alma para expandirse, al final no podrás dudar de las respuestas.
Buscadme, y me encontraréis, dijo Jesús a sus discípulos.