Reparación cara en coche, me piden 1500-2000


Aquí tenemos al fatxapobre comedoritos que es un pueblerino como consumidor y como miembro de esta sociedad.
Vacúnate más augusto.

Yo coche de familiar con 300.000 km como un tiro, me sobra coche.....
Me.podia comprar un coche al contado sin problemas.
No me compro un coche nuevo de estafadores, menos uno con pilas por esta dictadura de oligopolio de coches que se rompen cada vez más.

Si necesito alguna estultoidad, ya te pregunto, poco equilibrado.
 
Pues si, menudo negocio habría hecho el gañan del taller, solo las ruedas del coche, unas Hankook compradas nuevas hace año y medio a las que apenas se les ha hecho km ya costaron casi 500 pavos en su día, eso lo más fácil sin "escarbar" en otro tipo de piezas, que estaba perfecto de todo, en la reventa de las ruedas ya se saca un pico, sumale a eso caja de cambios, piezas del motor, molduras, interior, etc ...
Sin olvidar el hecho de que en Valencia se han destruido unos 100.000 coches o faltan piezas para arreglar los recuperables, lo cual es un poderoso incentivo para que aparezcan más piratas que busquen hacerse con coches baratos mediante estas prácticas.
 
Buenas.

El Opel dti del 2000 de un familiar se paró en autovía hace unos días, llamo a la grúa y se lo lleva a la "base", en valencia no encuentro ningún taller libre (están a tope reparando coches destruidos por la DANA)....el de la grúa me dice que en la base tienen taller y que me lo pueden mirar ahí, le digo que vale.

Al cabo de dos días me dice que ya lo han revisado y que es la bomba de inyección del motor, que la reparación es de entre 1500-2000 euros y que le diga lo que voy a hacer con el coche, que es un coche viejo y que me acabara fallando de otro lado.

Le digo que me lo pensaré y le diré algo mañana, el tío me insiste en lo de achatarrarlo, obviamente ellos lo que hacen es desmontarlo y sacarle pasta o arreglarlo y revenderlo a coste cero...

El caso es que aunque es de un familiar lo llevo yo, mi familiar está enfermo y no conduce desde hace años, el coche tiene valor sentimental y lo que dice el pavo este de que me va a fallar es mentira por qué el coche nunca ha dado problema de nada.

Lo que tengo pensado es arreglarlo pero en otro sitio, mañana les llamo y les digo que me lo acerquen con la grúa a un sitio que conozco donde lo aparcare unos días, luego iré pidiendo presupuesto, les pagaré por el diagnóstico y que les den por el pandero, no voy a dejar que hagan negocio a coste cero con ese coche, ademas como quiero comprar una casa en un pueblo cercano a valencia cuando activen las zbe me lo llevare alli y tendra una segunda vida.

Alguien ha tenido que hacer esta reparación? El precio es realista o me están intentado convencer de que achatarre el coche? Hasta mil pavos me parecería un precio aceptable ya que el coche nunca ha dado problemas de ningún tipo, el motor va perfecto pese a tener 300k km.

El tipo del taller por teléfono parecía un gañan, se qué intentarán ponerme una excusa para que no me lleve el coche, a la mínima historia me voy a una comisaría y los denunció por robo.

Que opináis?
Es la típica jugada de las grúas, se lo llevan a "la base" y ahí casualmente te descubren un montón de averías. Es un timo. Los de las grúas de los seguros están conchavados con algunos talleres. Cuando te recogen el coche hay que decirles a los de grúa que lo lleven a tu taller. Y si tu taller está cerrado que te lo dejen en tu casa y cuando abran que el seguro te mande otra grúa para llevarlo a tu taller.
 
Yo por bastante menos liquidé mi antiguo coche... claro que tenía ya 23 años... y como bien dices, si no era una cosa, iba a ser otra en poco tiempo.
 
Salvo que seas un manitas y lo repares tu mismo olvidate de reparar ese coche con esa averia

1500-2000 eur es una pasada, pero lo vas a acabar arreglando (de aquella manera) por 700 eur y vas a tragar aconsejado por los sabios mecanicos burbujeros

al de un mes te dara otro fallo relacionado con esa misma reparacion, u otro y volveras a gastar
 
cosa térmica y diésel, generador de hollín y sarama que se incrusta en el motor por los gases.

Un coche eléctrico solo tiene una batería, una pantalla en el salpicadero y te lleva del punto A al B sin hacer ruido ni generar cosa, en los coches eléctricos no existen los cilindros, los pistones, el aceite, sistema de escape, correas de distribución, cajas de cambio. toda esa cosa es susceptible de fallos y dinerales en el taller.
Me voy a tener que comprar una nevera más grande.
Al ignore, abrigate que hace frío.
 
Última edición:
Encuentro nocturno en La Sagra.



Antes de continuar su camino, Tomás Gómez se detuvo en la solitaria estación de gasolina.

-Aquí se sentirá usted bastante solo -le dijo al viejo.

El viejo pasó un trapo por el parabrisas de la camioneta.

-No me quejo.

-¿Le gusta La Sagra?

-Muchísimo. Siempre hay algo nuevo. Cuando llegué aquí el año pasado, decidí no esperar nada, no preguntar nada, no sorprenderme por nada. Tenemos que mirar las cosas de aquí, y qué diferentes son. El tiempo, por ejemplo, me divierte muchísimo. Es un tiempo sagreño. Un calor de mil demonios en verano y un frío de mil demonios en invierno. Y las escasas plantas y la lluvia, tan diferentes. Es asombroso. Vine a La Sagra a retirarme, y busqué un sitio donde todo fuera diferente. Un viejo necesita una vida diferente. Los jóvenes no quieren hablar con él, y con los otros viejos se aburre de un modo atroz. Así que pensé: lo mejor será buscar un sitio tan diferente que uno abre los ojos y ya se entretiene. Conseguí esta estación de gasolina. Si los negocios marchan demasiado bien, me instalaré en una vieja carretera menos bulliciosa, donde pueda ganar lo suficiente para vivir y me quede tiempo para sentir estas cosas tan diferentes.

-Ha dado usted en el clavo -dijo Tomás. Sus manos le descansaban sobre el volante. Estaba contento. Había trabajado casi dos semanas ayudando a establecerse a varios okupas en Lominchar y ahora tenía dos días libres e iba a una fiesta.


-Ya nada me sorprende -prosiguió el viejo-. Miro y observo, nada más. Si uno no acepta a La Sagra como es, puede volverse a Madrid. En esta comarca todo es raro; el suelo, el aire, los arroyos, los lugareños y los relojes. Hasta mi reloj anda de un modo gracioso. Hasta el tiempo es raro en La Sagra. A veces me siento muy solo, como si yo fuese el único habitante de esta comarca; apostaría la cabeza. Otras veces me siento como si me hubiera encogido y todo lo demás se hubiera agrandado. ¡Dios! ¡No hay sitio como éste para un viejo! Estoy siempre alegre y animado. ¿Sabe usted cómo es La Sagra? Es como un juguete que me regalaron en Navidad, hace setenta años. No sé si usted lo conoce. Lo llamaban calidoscopio: trocitos de vidrio o de tela de muchos colores. Se levanta hacia la luz y se mira y se queda uno sin aliento. ¡Cuántos dibujos! Bueno, pues así es La Sagra. Disfrútelo. Tómelo como es. ¡Dios! ¿Sabe que esas ruinas de Carranque tienen dieciséis siglos y aún están en buenas condiciones? Son veinte euros.. Gracias. Buenas noches.

Tomás se alejó por la carretera, riendo entre dientes.

Era un largo camino que se internaba en la oscuridad y la desolación. Tomás, con una sola mano en el volante, sacaba con la otra, de cuando en cuando, un caramelo de la bolsa del almuerzo. Había viajado toda una hora sin encontrar en el camino ningún otro automóvil, ninguna luz. La carretera solitaria se deslizaba bajo las ruedas y sólo se oía el zumbido del motor. La Sagra era una comarca silenciosa, pero aquella noche el silencio era mayor que nunca. Los secarrales giraban a su paso y el monte de Magán se alzaba contra las estrellas.




Esta noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva, y una voz muy triste y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? A la nieve que cae calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.

La camioneta se internó en las colinas del tiempo. Tomás sintió unas punzadas en la nuca y se sentó rígidamente, con la mirada fija en el camino.

Entró en una muerta aldea sagreña; paró el motor y se abandonó al silencio de la noche. Maravillado y absorto contempló los edificios blanqueados por las lunas. Deshabitados desde hacía siglos. Perfectos. En ruinas, pero perfectos.

Puso en marcha el motor, recorrió algo más de un kilómetro y se detuvo nuevamente. Dejó la camioneta y echó a andar llevando la bolsa de comestibles en la mano, hacia una loma desde donde aún se veía la aldea polvorienta. Abrió el termo y se sirvió una taza de café. Un pájaro nocturno pasó volando. La noche era hermosa y apacible.

Unos cinco minutos después se oyó un ruido. Entre las ondulaciones, sobre la curva de la antigua carretera, hubo un movimiento, una luz mortecina y luego un murmullo.

Tomás se volvió lentamente, con la taza de café en la mano derecha.

Y asomó en las ondulaciones una extraña aparición.
Era una máquina que parecía un insecto de tonalidad verde jade, una mantis religiosa que saltaba suavemente en el aire frío de la noche, con diamantes verdes que parpadeaban sobre su cuerpo, indistintos, innumerables, y rubíes que centelleaban con ojos multifacéticos. Sus seis patas se posaron en la carretera, como las últimas gotas de una lluvia, y desde el lomo de la máquina un sagreño antediluviano de ojos de oro fundido miró a Tomás como si mirara el fondo de un pozo.


Tomás levantó una mano y pensó automáticamente:
¡Hola!, aunque no movió los labios. Era un sagreño. Pero Tomás había nadado en Navacerrada en arroyos azules mientras los desconocidos pasaban por la carretera, y había comido en casas extrañas con gente extraña y su sonrisa había sido siempre su única defensa. No llevaba armas de fuego. Ni aun ahora advertía esa falta aunque un cierto temor le oprimía el pecho.

También el sagreño tenía las manos vacías. Durante unos instantes, ambos se miraron en el aire frío de la noche.

Tomás dio el primer paso.

-¡Hola! -gritó.

-¡Hola! -contesto el sagreño en su propia lengua. No se entendieron.

-¿Has dicho hola? -dijeron los dos.

-¿Qué has dicho? -preguntaron, cada uno en su habla.

Los dos fruncieron el ceño.

-¿Quién eres? -dijo Tomás en .

-¿Qué haces aquí -dijo el otro en sagreño.

-¿A dónde vas? -dijeron los dos al mismo tiempo, confundidos.

-Yo soy Tomás Gómez,

-Yo soy Pompa de Mingo.

No entendieron las palabras, pero se señalaron a sí mismos, golpeándose el pecho, y entonces el sagreño se echó a reír.
-¡Espera!

Tomás sintió que le rozaban la cabeza, aunque ninguna mano lo había tocado.

-Ya está -dijo el sagreño en español-. Así es mejor.

-¡Qué pronto has aprendido mi idioma!

-No es nada.

Turbados por el nuevo silencio, ambos miraron el humeante café que Tomás tenía en la mano.

-¿Algo distinto? -dijo el sagreño mirándolo y mirando el café, y tal vez refiriéndose a ambos.

-¿Puedo ofrecerte una taza? -dijo Tomás.

-Por favor.

El sagreño descendió de su máquina.

Tomás sacó otra taza, la llenó de café y se la ofreció.

La mano de Tomás y la mano del sagreño se confundieron, como manos de niebla.

-¡Dios mío! -gritó Tomás, y soltó la taza.

-¡En nombre de los Dioses! -dijo el sagreño en su propio idioma.

-¿Viste lo que pasó? – murmuraron ambos, helados por el terror.

El sagreño se inclinó para tocar la taza, pero no pudo tocarla.

-¡Señor! -dijo Tomás.

-Realmente… -comenzó a decir el sagreño. Se enderezó, meditó un momento, y luego sacó un cuchillo de su cinturón.

-¡Eh! -gritó Tomás.

-Has entendido mal. ¡Tómalo!

El sagreño tiró al aire el cuchillo. Tomás juntó las manos. El cuchillo le pasó a través de la carne. Se inclinó para recogerlo, pero no lo pudo tocar y retrocedió, estremeciéndose.

Miró luego al sagreño que se perfilaba contra el cielo.
-¡Las estrellas! -dijo.

-¡Las estrellas! -respondió el sagreño mirando a Tomás.

Las estrellas eran blancas y claras más allá del cuerpo del sagreño, y lucían dentro de su carne como centellas incrustadas en la tenue y fosforescente membrana de un pez gelatinoso; parpadeaban como ojos de tonalidad violeta en el estómago y en el pecho del sagreño, y le brillaban como joyas en los brazos.

-¡Eres tras*parente! -dijo Tomás.

-¡Y tú también! -replicó el sagreño retrocediendo.

Tomás se tocó el cuerpo, sintió su calor y se tranquilizó. «Yo soy real», pensó.

El sagreño se tocó la nariz y los labios.

-Yo tengo carne -murmuró-. Yo estoy vivo.

Tomás miró fijamente al fío.

-Y si yo soy real, tú debes de estar muerto.

-¡No! ¡Tú!

-¡Un espectro!

-¡Un fantasma!

Se señalaron el uno al otro y la luz de las estrellas les brillaba en los miembros como dagas, como trozos de hielo, como luciérnagas, y se tocaron otra vez y se descubrieron intactos, calientes, animados, asombrados, despavoridos, y el otro, ah, si, ese otro, era sólo un prisma espectral que reflejaba la acumulada luz de unos mundos distantes.

Estoy borracho, pensó Tomás. No se lo contaré mañana a nadie. No, no.

Se miraron un tiempo, de pie, inmóviles, en la antigua carretera.

-¿De dónde eres? -preguntó al fin el sagreño.

-De Madrid.

-¿Qué es eso?

Tomás señaló al norte.

-¿Cuándo llegaste?

-Hace más de un año.

-Jamás habíamos visto a nadie como tú.

-Ni yo a alguien como usted.

-Escúcheme. En La Sagra no vive nadie como usted hace casi dieciséis siglos. Así lo dicen las viejas leyendas que cuentan las viejas con olor a meado de lechón, diente torcido e hijo petulante.

-No entiendo lo que dice. Voy a una fiesta en el Palatium, a orillas del Aquae Divergia . Allí estuve anoche. ¿No ve la villa?

Tomás miró hacia donde indicaba el sagreño y vio las ruinas.

-Pero cómo, esa ciudad está muerta desde hace siglos.

El sagreño o se echó a reír.

-¡Muerta! Dormí allí anoche.

-Y yo estuve allí la semana anterior y la otra, y hace un rato, y es un montón de escombros. ¿No ve las columnas rotas?

-¿Rotas? Las veo perfectamente a la luz de la luna. Intactas.

-Hay polvo en las calles -dijo Tomás.

-¡Las calles están limpias!

-Los estanques están vacíos.

-¡Los estanques están llenos de vino de lavándula!

-Está muerta.

-¡Está viva! -protestó el sagreño riéndose cada vez más-. Oh, está muy equivocado ¿No ve las luces de la fiesta? Hay barcas hermosas esbeltas como mujeres, y mujeres hermosas esbeltas como barcas; mujeres del tonalidad de la arena, mujeres con flores de fuego en las manos. Las veo desde aquí, pequeñas, corriendo por las calles. Allá voy, a la fiesta. Flotaremos en las aguas toda la noche, cantaremos, beberemos, haremos el amor. ¿No las ve?

-Su ciudad está muerta como un lagarto seco. Voy a las urbanizaciones de Chozas de Canales. Es una colonia de madrileños desterrados por la burbuja. No puede ignorarlo. Las constructoras trajeron muchas toneladas de ladrillo y cemento y construyeron las dos urbanizaciones más espantosas que pueda imaginar. Esta noche festejaremos la okupación de un chalet. Llegan de Lavapiés un par de fragonetas que traen a nuestras mujeres y a nuestras amigas. Habrá bailes, kalimotxo y Dyc…

El sagreño estaba inquieto.

-¿Dónde está todo eso?

Tomás señaló a lo lejos en varias direcciones.

-Allá están las luces nocturnas de los diferentes pueblos ¿Los ve?

-No.

-¡Maldita sea! ¡Ahí están! ¡El resplandor de Madrid se ve claramente!

-No.

Tomás se echó a reír.

-¡Está ciego!

-Veo perfectamente. ¡Es usted el que no ve!

-Pero ve el resplandor nocturno, ¿no es así?

-Yo veo una laguna, y con abundante agua.

-Señor, esa agua se evaporó hace siglos.

-¡Vamos, vamos! ¡Basta ya!

-Es cierto, se lo aseguro.

El sagreño se puso muy serio.

-Dígame otra vez. ¿No ve la ciudad que le describo? Las columnas muy blanca, las barcas muy finas, las luces de la fiesta… ¡Oh, lo veo todo tan claramente! Y escuche… Oigo los cantos. ¡No están tan lejos!

Tomás escuchó y sacudió la cabeza.

-No.

-Y yo, en cambio, no puedo ver lo que usted me describe -dijo el sagreño.

Volvieron a estremecerse. Sintieron frío.

-¿Podría ser?

-¿Qué?

-¿Dijo que «del Norte»?

-De Madrid.

-Madrid, ese nombre nada me dice -dijo el sagreño-. Pero… al subir por el camino hace una hora… sentí…



Se llevó una mano a la nuca.

-¿Frío?

-Sí.

-¿Y ahora?

-Vuelvo a sentir frío. ¡Qué raro! Había algo en la luz, en las ondulaciones, en el camino… -dijo el sagreño-. Una sensación extraña… El camino, la luz… Durante unos instante creí ser el único sobreviviente de este mundo.

-Lo mismo me pasó a mí -dijo Tomás, y le pareció estar hablando con un amigo muy íntimo de algo secreto y apasionante.

El sagreño meditó unos instantes con los ojos cerrados.

-Sólo hay una explicación. El tiempo. Sí. Usted es una sombra del pasado.

-No. Usted, usted es del pasado -dijo el madrileño.

-¡Qué seguro está! ¿Cómo es posible afirmar quién pertenece al pasado y quién al futuro? ¿En qué año estamos?

-En el año dos mil veinte.

-¿Qué significa eso para mí?

Tomás reflexionó y se encogió de hombros.

-Nada.

-Es como si le dijera que estamos en el año 1.123 Ab urbe condita. No significa nada. Menos que nada. Si algún reloj nos indicase la posición de las estrellas…

-¡Pero las ruinas lo demuestran! Demuestran que yo soy el futuro, que yo estoy vivo, que usted está muerto.

-Todo en mí lo desmiente. Me late el corazón, mi estómago siente hambre, mi garganta sed. No, no. Ni muertos, ni vivos, más vivos que nadie, quizá. Mejor, entre la vida y la fin. Dos extraños cruzan en la noche. Nada más. Dos extraños que pasan. ¿Ruinas dijo?

-Sí. ¿Tiene miedo?

-¿Quién desea ver el futuro? ¿Quién ha podido desearlo alguna vez? Un hombre puede enfrentarse con el pasado, pero pensar… ¿Ha dicho que las columnas se han desmoronado? ¿Y que la laguna está vacía y la acequias, secas y las doncellas muertas y las flores marchitas? -El sagreño calló y miró hacia la ciudad lejana. -Pero están ahí. Las veo. ¿No me basta? Me aguardan ahora, y no importa lo que diga.

Y a Tomás también lo esperaban los perroflautas, allá a lo lejos, y las urbanizaciones, y las mujeres de Madrid.

-Jamás nos pondremos de acuerdo -dijo.

-Admitamos nuestro desacuerdo -dijo el sagreño-. ¿Qué importa quién es el pasado o el futuro, si ambos estamos vivos? Lo que ha de suceder sucederá, mañana o dentro de diez mil años. ¿Cómo sabe que esos templos no son los de su propia civilización, dentro de cien siglos, desplomados y en ruinas? ¿No lo sabe? No pregunte entonces. La noche es muy breve. Allá van por el cielo los fuegos de la fiesta, y los pájaros.

Tomás tendió la mano. El sagreño lo imitó. Sus manos no se tocaron, se fundieron atravesándose.

-¿Volveremos a encontrarnos?

-¡Quién sabe! Tal vez otra noche.

-Me gustaría ir con usted a la fiesta.

-Y a mí me gustaría ir a su urbanización y ver esas gentes de las que me habla, y oír todo lo que sucedió.

-Adiós -dijo Tomás.

-Buenas noches.

El sagreño voló serenamente hacia las ondulaciones en su vehículo de metal verde. El madrileño se metió en su camioneta y partió en silencio en dirección contraria.

-¡Dios mío! ¡Qué pesadillas! -suspiró Tomás, con las manos en el volante, pensando en los cohetes, en las mujeres, en el Dyc, en las noticias del el bichito, en la fiesta.

-¡Qué extraña visión! -se dijo el sagreño, y se alejó rápidamente, pensando en el festival, en los canales, en las barcas, en las mujeres de ojos dorados, y en las canciones.

La noche era oscura. La luna se había puesto. La luz de las estrellas parpadeaba sobre la carretera ahora desierta y silenciosa. Y así siguió, sin un ruido, sin un automóvil, sin nadie, sin nada, durante toda la noche oscura y fresca.
 
He leído hasta Opel.
Tira esa sarama a la sarama.

Tú eres ignorante sobre este asunto. Ese Opel es de la época en que era General Motors, y el propulsor diésel es japonés, eterno (con sus cambios de aceite filtro y demás) y con cadena; es Isuzu.

Nada que ver con lo que es la Opel actual de Stellantis y sus Pudretech.

Lo que ha fallado, por cierto, es una bomba de Bosch, aunque con 300k km ha cumplido.
 
no se como es la bomba, si se trata de una electrica con un tubo que entra y otro que sale, no deberia ser dificil encontrar un taller aue te la ponga, o incluso repare la antigua
 
Mañana por la mañana lo llamo, pero no lo voy a llevar a un taller, de momento lo aparcare en una zona pública segura y buscaré a algún ñapas.

Si me la intenta liar poniendo excusas para que no me lo lleve primero llamo a los del seguro y luego directo a una comisaría a denunciar robo de coche.

A no ser que lo cubra el seguro, te puede cobrar la grúa por llevarlo a otro destino.

Luego te escribo un mensaje más largo que creo que te va a interesar.
 
Opel y diésel.
Huye

Que no, que no tenéis ni idea: los Opel diésel de esa época, la de General Motors, montaban un propulsor japonés Isuzu, eterno, nada que ver con los siguientes, que creo que eran de una joint venture con Fiat, o con los actuales de Stellantis y sus maravillas como el Pudretech.
 
Haces bien en sacarlo de ahí y ya buscaras un mecánico que te la coloque por mucho menos
Mi experiencia para q te puedas hacer una idea fue similar a la tuya. Compré la bomba de inyección de alta presión por eBay, 50€, para mí BMW serie 3 E46D de150cv, y un conocido mecánico en su garaje me cobró 180€ de mano de obra por colocarla.

¿Y duró la reparación y la oieza?

¿Era pieza nueva o usada?
 
cosa térmica y diésel, generador de hollín y sarama que se incrusta en el motor por los gases.

Un coche eléctrico solo tiene una batería, una pantalla en el salpicadero y te lleva del punto A al B sin hacer ruido ni generar cosa, en los coches eléctricos no existen los cilindros, los pistones, el aceite, sistema de escape, correas de distribución, cajas de cambio. toda esa cosa es susceptible de fallos y dinerales en el taller.

Un EV pasa por un badén mal se golpean los bajos y te dicen que hay que cambiar la batería que vale casi tanto como el coche, que no se hacen responsables si no la cambias porque se ha dañado y no es segura, puede salir ardiendo. Consulta que hay muchos casos.

Y solo te hablo de uno de los problemas.

Y tengo un eléctrico desde hace años, también he tenido un diésel como el del forero y era eterno: soltaba toda la cosa fuera, nada de estos modernos que la recirculan para reducir emisiones y atascan los conductos; es un diésel de otra época, muy contaminante pero eterno.
 
Si la grúa te lleva el coche a casa para repararlo tú o un amigo será el último traslado que te hagan, ellos te dan asistencia para repararlos en un taller y no en tu garaje particular.

Una vez te lo llevan a tu casa, el resto de veces no te lo recogen salvo q pagues por el servicio
 
Volver