La ética de Hume se inspira en el emotivismo de Hutcheson. Según esta teoría, las acciones deben ser valoradas en función del sentimiento de agrado o desagrado que generan. La ética no se puede fundar en la razón, sino en los sentimientos. La pasión, la emoción es lo que realmente mueve al hombre a obrar, y no los motivos aportados por la razón. La libertad es, una vez más, un concepto vacío: Hume niega su existencia. Para él, las éticas fundadas en la razón o las que se autodefinen como “realistas”, cometen lo que después se ha llamado “falacia naturalista”: tratan de deducir el “deber ser” (la norma o el valor jovenlandesal) a partir del ser (las cuestiones de hecho). En realidad, se enfrenta Hume con esta crítica a toda la tradición naturalista, identificándose más con el convencionalismo jovenlandesal que ya defendiera Ockham: no existe algo así como una “naturaleza humana” a partir de la cual puedan deducirse las normas o los valores jovenlandesales. Los únicos “hechos” que pueden ayudarnos a construir juicios jovenlandesales son los sentimientos o las pasiones que generan las acciones y decisiones en el propio individuo. Es “bueno” lo que despierta en el sujeto la aprobación o un sentimiento agradable, mientras que sería “malo” lo que despierta desaprobación. En el fondo, está adelantando Hume tesis utilitaristas y consecuencialistas: las acciones deben evaluarse en función de la utilidad que reportan, en función de sus consecuencias. Quizás de un modo provocador, Hume llegó a afirmar que no había contradicción alguna en que un individuo prefiera que el mundo sea aniquilado antes de que se le rompa una de las uñas de su mano. Aunque también parte de la reflexión de Hume una corriente egoísta, lo cierto es que hay que entender sus propuestas jovenlandesales dentro del contexto ilustrado, comenzando a incluir también preocupaciones sociales en su reflexión. Así dirá Hume: “Todo lo que contribuye a la felicidad de la sociedad merece nuestra aprobación”. Hume entiende a la razón como la esclava de las pasiones, que son las que, por así decirlo, marcan el rumbo de la ética. Al emotivismo de Hutcheson, Hume le añade ideas que después serán aún más desarrolladas por todos los pensadores utilitaristas (J.S. Mill, J. Bentham…) y por los pragmatistas americanos (W. James)