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Piratería berberisca - Wikipedia, la enciclopedia libre
Los piratas berberiscos, también a veces llamados corsarios otomanos, fueron piratas y corsarios que actuaron desde el Norte de África (la "Costa berberisca"), donde tenían sus bases. Actuaron desde Túnez, Trípoli, Argel, Salé y puertos de jovenlandia, acosando el tráfico marítimo en el mar Mediterráneo occidental desde el tiempo de las cruzadas y que se hizo especialmente intenso tras la caída de Constantinopla (1453) en manos de los turcos otomanos. Las "razias" de estos piratas también se dirigieron a los barcos mercantes que viajaban a Asia, rodeando África, hasta principios del siglo XIX. Sus plazas fuertes estaban situadas en varios puntos de la costa de África del Norte conocida como la costa berberisca (término que define al Magreb, al ser sus habitantes originales de etnia bereber), aunque su depredación se extendía principalmente por todo el Mediterráneo, al sur junto al litoral atlántico de África occidental, y en el Atlántico Norte, llegando a puntos tan al norte como el sur de Inglaterra, Irlanda e Islandia. Además de apresar barcos y apropiarse de sus mercancías, la otra faceta lucrativa de su actividad era el asalto a pueblos costeros europeos, especialmente del levante español y el sur italiano, donde se capturaba a sus pobladores cristianos que luego eran vendidos como esclavos en los mercados norteafricanos, en Argelia y jovenlandia.
Los más famosos corsarios fueron los hermanos otomanos Barbarroja, el apodado Hızır (Jeireddín) y su hermano mayor Oruç, que tomaron el control de Argel a principios del siglo XVI y lo convirtieron en el centro de la piratería Mediterránea durante los siguientes tres siglos, así como establecieron la presencia del Imperio otomano en África del Norte que duró cuatro siglos. Otros famosos corsarios-almirantes otomanos incluyen a Turgut Reis (conocido como Dragut en Occidente), Kurtoğlu (conocido como Curtogoli en Occidente), Kemal Reis, Salih Reis, Koca Murat Reis y Tybalt Rosembraise.
Los corsarios berberiscos
Desde muy antiguo —como atestigua la campaña llevada a cabo por Julio César contra los piratas— y organizadamente desde el siglo XIV, el mar Mediterráneo conoció numerosas incursiones de piratas y corsarios turcos y berberiscos que atacaban las naves y costas europeas en medio del conflicto entre el cristianismo y el Islam, que culminó con la conquista cristiana de Granada y la turca de Constantinopla, Chipre y Creta.
Los berberiscos contaban con los importantes puertos de Tánger, Peñón de Vélez de la Gomera, Sargel, Mazalquivir y los bien defendidos en Túnez y Argelia, incluso Trípoli, desde los que atacar cualquier punto del sur europeo y refugiarse con rapidez llevando los rehenes por los que se pedía rescate.
Debe tenerse en cuenta que la piratería a naves cristianas era considerada por los berberiscos una forma de Guerra Santa y, por tanto, noble y ejemplarizante.
Desde estas fortalezas, los berberiscos atacaban los puertos del sur de la península Ibérica, el archipiélago de las islas Baleares, Sicilia y el sur de la península Itálica. Tanto es así que el cronista Sandoval escribió:
Diferentes corrían las cosas en el agua: porque de África salían tantos corsarios que no se podía navegar ni vivir en las costas de España.
Puede sorprender que un peligro tan grande durara tantos siglos, especialmente sabiendo que aquellos puertos no eran partes de un Estado centralizado (el poder de los sultanes era nominal) y el tribalismo predominaba en la región, dividiendo las fuerzas frente a un ataque de Europa. Autores como Ramiro Feijoo puntualizan que aquella región tenía un escaso o nulo valor económico para las monarquías de Zaragoza o Valladolid. Sin embargo, la situación cambió con la firma de la Paz de Lyon en 1504 y los ataques berberiscos a Elche, Málaga y Alicante en 1505.
Los especialistas consideran un error pensar que la península Ibérica sufría muchos más ataques que la Itálica. No obstante, la primera contaba con el conocimiento de la lengua, las costas y las costumbres de los andalusíes que habían abandonado la península con la Reconquista. Muchos de ellos se convirtieron en guías, lenguas, aladides, leventes o incluso capitanes[1] y, ya en tierra, contaban con la connivencia de los otros andalusíes que reclamaban, e incluso varios fiel a la religión del amores actuales siguen reclamando, aquella tierra invadida como suya. De esta manera, las viejas incursiones medievales, como la cabalgada o la algarada, vuelven a practicarse desde el mar.
En los primeros años del siglo aparece un personaje que, apoyado por los gobernantes otomanos y bereberes, se dedicó a atacar numerosas naves europeas, principalmente españolas e italianas: era Barbarroja. Este corsario llegó incluso a recibir de manos del rey de Túnez, en 1510, el gobierno de la isla de Yerba, desde donde siguió organizando pillajes y ataques, tales como la conquista de la ciudad de Mahón en 1535. Tras su fin, su hermano Jeireddín, que había heredado de él el apodo de Barbarroja, llegó a empequeñecer la leyenda de Aruch. Tanto es así que el Abate de Brantone, en su libro sobre la Orden de Malta, escribió de él: «Ni siquiera tuvo igual entre los conquistadores griegos y romanos. Cualquier país estaría orgulloso de poder contarlo entre sus hijos.»[2]
La mayor parte de las naves berberiscas eran galeras de poca altura, propulsadas por remos. Los remos eran bogados por multitud de esclavos no fiel a la religión del amores, algunos raptados de países europeos y otros comprados en el África Subsahariana. La galera generalmente tenía un solo mástil con una vela cuadrangular. Las acciones berberiscas fueron aumentando en número y osadía, llegando a tomar posesiones en Ibiza, Mallorca y en la propia España peninsular con ataques en Almuñécar o Valencia.[2] Bien es verdad que muchas de estas acciones culminaban con éxito gracias a la cooperación que los argelinos y tunecinos obtenían de los moriscos, hasta que fueron expulsados por Felipe III.
Pese a ser el Atlántico el principal foco de atención de los Austrias, las acciones en el Mediterráneo nunca se descuidaron. Actualmente toda la costa mediterránea española está todavía jalonada por torres de vigilancia (desde donde una siempre divisa otras dos) y torres de guardia para defender las costas (un ejemplo es Oropesa del Mar, en Castellón). Estos piratas dieron origen a una frase que ha perdurado desde entonces: «No hay jovenlandeses en la costa». Lo mismo que las acciones de la que hoy llamaríamos sociedad civil, para aliviar el sufrimiento de los cautivos y sus familias con la fundación de la orden de los Mercedarios dedicados únicamente a reunir rescates.
Pero no se debe caer en la idea de que los reyes españoles se limitaban a desplegar una estrategia defensiva. Las operaciones que culminaron con la toma de Túnez y el intento de toma de Argel por Carlos V y Juan de Austria, incluso la misma Batalla de Lepanto (1571) protagonizada por este último estratega, fueron los principales y más grandes intentos de combatir esta piratería que suponía un auténtico martirio para España y otras naciones europeas.
El apogeo de la piratería berberisca llegó en el siglo XVII, en un momento en que muchos antiguos piratas ingleses —después que el rey Jacobo I de Inglaterra proclamase formalmente el fin del corso en junio de 1603— también colaboraron en la conocida como piratería anglo-turca, una alianza de protestantes y fiel a la religión del amores que intentaba aparentemente combatir el catolicismo, pero que en realidad buscaba el enriquecimiento personal. Gracias en parte a las innovaciones del diseño naval introducidas por el renegado cristiano Simon Danser, los corsarios norteafricanos extendieron sus ataques prácticamente por todo el litoral del Atlántico Norte. De esta época datan ataques tan al norte como en Galicia, las islas Feroe e incluso Islandia. Es posible que incluso alguno de estos barcos hubiese alcanzado las costas de Groenlandia de forma puntual. En el siglo XVIII la práctica, lejos de decrecer, se mantuvo e incluso aumentó en algunos momentos gracias a la disminución del dominio marítimo español sobre el Mediterráneo occidental con la pérdida de Orán y Mers-el-Kebir durante la Guerra de Sucesión Española de 1700–1714.
Las acciones de los piratas berberiscos no remitirían hasta comienzos del siglo XIX, cuando países como Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos cesaron de pagar tributos a los reyes berberiscos y comenzaron a realizar campañas de castigo contra la base pirata de Argel. Ésta vio destruida gran parte de su flota en 1816, y en 1830 cayó ante las fuerzas francesas, que la usarían como punto de partida para crear la colonia de Argelia a lo largo del siglo siguiente. La presión internacional y la decisión del Imperio otomano de acabar con esta práctica, llevaron al fin de la piratería en jovenlandia, Túnez y Tripolitania en los años siguientes.
---------- Post added 16-abr-2014 at 19:06 ----------
1.000.000 de europeos cairom como esclavos en maghreb;
Principalmente espanoles, italianos; tambien ingleses, franceses, irlandeses, islandeses; griegos pero en el imperio ottomano
Los piratas berberiscos, también a veces llamados corsarios otomanos, fueron piratas y corsarios que actuaron desde el Norte de África (la "Costa berberisca"), donde tenían sus bases. Actuaron desde Túnez, Trípoli, Argel, Salé y puertos de jovenlandia, acosando el tráfico marítimo en el mar Mediterráneo occidental desde el tiempo de las cruzadas y que se hizo especialmente intenso tras la caída de Constantinopla (1453) en manos de los turcos otomanos. Las "razias" de estos piratas también se dirigieron a los barcos mercantes que viajaban a Asia, rodeando África, hasta principios del siglo XIX. Sus plazas fuertes estaban situadas en varios puntos de la costa de África del Norte conocida como la costa berberisca (término que define al Magreb, al ser sus habitantes originales de etnia bereber), aunque su depredación se extendía principalmente por todo el Mediterráneo, al sur junto al litoral atlántico de África occidental, y en el Atlántico Norte, llegando a puntos tan al norte como el sur de Inglaterra, Irlanda e Islandia. Además de apresar barcos y apropiarse de sus mercancías, la otra faceta lucrativa de su actividad era el asalto a pueblos costeros europeos, especialmente del levante español y el sur italiano, donde se capturaba a sus pobladores cristianos que luego eran vendidos como esclavos en los mercados norteafricanos, en Argelia y jovenlandia.
Los más famosos corsarios fueron los hermanos otomanos Barbarroja, el apodado Hızır (Jeireddín) y su hermano mayor Oruç, que tomaron el control de Argel a principios del siglo XVI y lo convirtieron en el centro de la piratería Mediterránea durante los siguientes tres siglos, así como establecieron la presencia del Imperio otomano en África del Norte que duró cuatro siglos. Otros famosos corsarios-almirantes otomanos incluyen a Turgut Reis (conocido como Dragut en Occidente), Kurtoğlu (conocido como Curtogoli en Occidente), Kemal Reis, Salih Reis, Koca Murat Reis y Tybalt Rosembraise.
Los corsarios berberiscos
Desde muy antiguo —como atestigua la campaña llevada a cabo por Julio César contra los piratas— y organizadamente desde el siglo XIV, el mar Mediterráneo conoció numerosas incursiones de piratas y corsarios turcos y berberiscos que atacaban las naves y costas europeas en medio del conflicto entre el cristianismo y el Islam, que culminó con la conquista cristiana de Granada y la turca de Constantinopla, Chipre y Creta.
Los berberiscos contaban con los importantes puertos de Tánger, Peñón de Vélez de la Gomera, Sargel, Mazalquivir y los bien defendidos en Túnez y Argelia, incluso Trípoli, desde los que atacar cualquier punto del sur europeo y refugiarse con rapidez llevando los rehenes por los que se pedía rescate.
Debe tenerse en cuenta que la piratería a naves cristianas era considerada por los berberiscos una forma de Guerra Santa y, por tanto, noble y ejemplarizante.
Desde estas fortalezas, los berberiscos atacaban los puertos del sur de la península Ibérica, el archipiélago de las islas Baleares, Sicilia y el sur de la península Itálica. Tanto es así que el cronista Sandoval escribió:
Diferentes corrían las cosas en el agua: porque de África salían tantos corsarios que no se podía navegar ni vivir en las costas de España.
Puede sorprender que un peligro tan grande durara tantos siglos, especialmente sabiendo que aquellos puertos no eran partes de un Estado centralizado (el poder de los sultanes era nominal) y el tribalismo predominaba en la región, dividiendo las fuerzas frente a un ataque de Europa. Autores como Ramiro Feijoo puntualizan que aquella región tenía un escaso o nulo valor económico para las monarquías de Zaragoza o Valladolid. Sin embargo, la situación cambió con la firma de la Paz de Lyon en 1504 y los ataques berberiscos a Elche, Málaga y Alicante en 1505.
Los especialistas consideran un error pensar que la península Ibérica sufría muchos más ataques que la Itálica. No obstante, la primera contaba con el conocimiento de la lengua, las costas y las costumbres de los andalusíes que habían abandonado la península con la Reconquista. Muchos de ellos se convirtieron en guías, lenguas, aladides, leventes o incluso capitanes[1] y, ya en tierra, contaban con la connivencia de los otros andalusíes que reclamaban, e incluso varios fiel a la religión del amores actuales siguen reclamando, aquella tierra invadida como suya. De esta manera, las viejas incursiones medievales, como la cabalgada o la algarada, vuelven a practicarse desde el mar.
En los primeros años del siglo aparece un personaje que, apoyado por los gobernantes otomanos y bereberes, se dedicó a atacar numerosas naves europeas, principalmente españolas e italianas: era Barbarroja. Este corsario llegó incluso a recibir de manos del rey de Túnez, en 1510, el gobierno de la isla de Yerba, desde donde siguió organizando pillajes y ataques, tales como la conquista de la ciudad de Mahón en 1535. Tras su fin, su hermano Jeireddín, que había heredado de él el apodo de Barbarroja, llegó a empequeñecer la leyenda de Aruch. Tanto es así que el Abate de Brantone, en su libro sobre la Orden de Malta, escribió de él: «Ni siquiera tuvo igual entre los conquistadores griegos y romanos. Cualquier país estaría orgulloso de poder contarlo entre sus hijos.»[2]
La mayor parte de las naves berberiscas eran galeras de poca altura, propulsadas por remos. Los remos eran bogados por multitud de esclavos no fiel a la religión del amores, algunos raptados de países europeos y otros comprados en el África Subsahariana. La galera generalmente tenía un solo mástil con una vela cuadrangular. Las acciones berberiscas fueron aumentando en número y osadía, llegando a tomar posesiones en Ibiza, Mallorca y en la propia España peninsular con ataques en Almuñécar o Valencia.[2] Bien es verdad que muchas de estas acciones culminaban con éxito gracias a la cooperación que los argelinos y tunecinos obtenían de los moriscos, hasta que fueron expulsados por Felipe III.
Pese a ser el Atlántico el principal foco de atención de los Austrias, las acciones en el Mediterráneo nunca se descuidaron. Actualmente toda la costa mediterránea española está todavía jalonada por torres de vigilancia (desde donde una siempre divisa otras dos) y torres de guardia para defender las costas (un ejemplo es Oropesa del Mar, en Castellón). Estos piratas dieron origen a una frase que ha perdurado desde entonces: «No hay jovenlandeses en la costa». Lo mismo que las acciones de la que hoy llamaríamos sociedad civil, para aliviar el sufrimiento de los cautivos y sus familias con la fundación de la orden de los Mercedarios dedicados únicamente a reunir rescates.
Pero no se debe caer en la idea de que los reyes españoles se limitaban a desplegar una estrategia defensiva. Las operaciones que culminaron con la toma de Túnez y el intento de toma de Argel por Carlos V y Juan de Austria, incluso la misma Batalla de Lepanto (1571) protagonizada por este último estratega, fueron los principales y más grandes intentos de combatir esta piratería que suponía un auténtico martirio para España y otras naciones europeas.
El apogeo de la piratería berberisca llegó en el siglo XVII, en un momento en que muchos antiguos piratas ingleses —después que el rey Jacobo I de Inglaterra proclamase formalmente el fin del corso en junio de 1603— también colaboraron en la conocida como piratería anglo-turca, una alianza de protestantes y fiel a la religión del amores que intentaba aparentemente combatir el catolicismo, pero que en realidad buscaba el enriquecimiento personal. Gracias en parte a las innovaciones del diseño naval introducidas por el renegado cristiano Simon Danser, los corsarios norteafricanos extendieron sus ataques prácticamente por todo el litoral del Atlántico Norte. De esta época datan ataques tan al norte como en Galicia, las islas Feroe e incluso Islandia. Es posible que incluso alguno de estos barcos hubiese alcanzado las costas de Groenlandia de forma puntual. En el siglo XVIII la práctica, lejos de decrecer, se mantuvo e incluso aumentó en algunos momentos gracias a la disminución del dominio marítimo español sobre el Mediterráneo occidental con la pérdida de Orán y Mers-el-Kebir durante la Guerra de Sucesión Española de 1700–1714.
Las acciones de los piratas berberiscos no remitirían hasta comienzos del siglo XIX, cuando países como Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos cesaron de pagar tributos a los reyes berberiscos y comenzaron a realizar campañas de castigo contra la base pirata de Argel. Ésta vio destruida gran parte de su flota en 1816, y en 1830 cayó ante las fuerzas francesas, que la usarían como punto de partida para crear la colonia de Argelia a lo largo del siglo siguiente. La presión internacional y la decisión del Imperio otomano de acabar con esta práctica, llevaron al fin de la piratería en jovenlandia, Túnez y Tripolitania en los años siguientes.
---------- Post added 16-abr-2014 at 19:06 ----------
1.000.000 de europeos cairom como esclavos en maghreb;
Principalmente espanoles, italianos; tambien ingleses, franceses, irlandeses, islandeses; griegos pero en el imperio ottomano