Copio y pego (casi) completo un post de un blog muy recomendable.
Después no hay nada: El topo
Me atormenta un eterno anhelo por cosas remotas, ansío navegar mares prohibidos.
Herman Melville, “Moby Dick”
James Mellaart fue un arqueólogo británico de origen holandés nacido en 1925 y muerto hace unos años, en 2012. Su historia empezó de una forma clásica: de niño quedó fascinado por las civilizaciones antiguas el día que su tío le regaló, por su once cumpleaños, un libro sobre el antiguo Egipto. Pronto el chaval aprendió precisamente egipcio antiguo, así como griego antiguo y latín, y demostró tener un sorprendente sexto sentido para hallar restos del pasado. De joven, mientras viajaba con su familia, encontró un broche de la Edad de Hierro en un pueblo de la campiña inglesa y años después, durante un viaje a Chipre, piezas de bronce micénico. Por ello a no sorprendió a nadie cuando en 1947 empezó a estudiar Historia Antigua y Egiptología en Londres. Se graduó cuatro años más tarde y en uno de sus primeros trabajos como arqueólogo, en un viaje a Jericó encontró una tumba antigua intacta.
Puede decirse que tenía un don. Y sin embargo ya por entonces empezó a mostrar un carácter impulsivo y problemas para seguir las convenciones de la arqueología científica. La pasión de Mellaart era desenterrar cosas, encontrar joyas, restos de edificaciones y ajuares, y hacerlo cuanto antes mejor. Lo suyo no era excavar pacientemente durante años un par de metros cuadrados de terreno para encontrar restos de semillas o algunos trozos de vasijas sin importancia.
Con todo, en los años cincuenta, empezó a familiarizarse con la escritura luvita y puso su atención en la Península de Anatolia lo que le iba a proporcionar inesperadas satisfacciones, primero con grandes hallazgos de estatuillas primitivas de la Edad del Cobre en el sitio de Hacilar y más tarde, en 1958, llegó el premio rellenito con el hallazgo del sitio de Catalhöyük, un emplazamiento clave a nivel mundial para conocer el tránsito hacia el Neolítico entre los años 7.500 y 5.500 a.n.e.
Para poneros en situación, en dicho asentamiento aparecieron entre otras cosas lo que en su día fueron los primeros restos de producción de textiles elaborados, también algunos de los más tempranos vestigios de cerámica, de domesticación de ganado y de pinturas en paredes de edificaciones (y no en muros de piedra naturales como había sido común en el arte anterior a esos momentos). En su día Catalhöyük fue ya algo muy parecido a un asentamiento urbano, milenios antes de las más antiguas ciudades-estado de Mesopotamia. De tal forma las publicaciones del propio Mellaart y su equipo abrieron el camino para las modernas teorías sobre los cambios en las sociedades humanas durante la tras*ición hacia el Neolítico.
Mellaart se había tras*formado en una estrella de la arqueología.
Y justo en ese momento se vio enfangado en un asunto bastante extraño.
La chica del tren
En 1959, en el culmen de su prestigio, convertido en un nuevo Arthur Evans por la prensa británica, Mellaart afirmó por sorpresa en un magazine londinense de noticias un tanto sensacionalistas, The Illustrated London News, que tiempo atrás, durante el verano del año anterior, mientras viajaba en tren por la costa turca se había encontrado por casualidad con una atractiva mujer que portaba un brazalete de oro de apariencia muy antigua, algo que le llamó la atención. Mellaart ni corto ni perezoso le dijo a la joven que era arqueólogo y quería examinar más de cerca su joya y acto seguido la joven, también sin vacilar, le invitó a su casa. Allí la misteriosa mujer no solo le dejó analizar su brazalete sino que le enseñó una inmensa colección de alhajas de oro y plata, dagas y estatuillas milenarias, objetos que según ella habían sido desenterrados ilegalmente durante la guera turcogriega de 1919-1922 cerca de un lago ubicado en las proximidades de la villa de Dorak, al Sur del mar de Mármara y no muy lejos de la antigua Troya. Mellaart no pudo hacer fotos que probasen la veracidad del hallazgo, pero según dijo se pasó cuatro días haciendo bocetos en papel de las piezas que pudo examinar.
Debido a ello pudo observar que entre las piezas había fragmentos de una lámina de oro adornada con jeroglíficos egipcios que mencionaban el nombre del faraón Sahure (mediados del III milenio a.n.e.). También pudo ver lo que describió como una “espada de plata” decorada con dibujos de barcos navegando en alta mar.
A partir de dichos datos Mellaart dedujo que existía una gran nación marinera en el noroeste de Anatolia en tiempos muy antiguos, probablemente vinculada a la cultura Yortan de la Edad de Bronce, y que el tesoro que aquella mujer guardaba en su casa procedía probablemente de una tumba real de esa época.
Pero a fin de cuentas nadie volvió a ver jamás todos aquellos objetos preciosos, así que poco después de que The Illustrated London News publicase su historia, un periódico turco acusó a Mellaart de haber saqueado ilegalmente tumbas y luego haber sacado del país los hallazgos obtenidos para venderlos a coleccionistas en el mercado neցro.
Ahí empezaron los problemas para Mellaart pues, a pesar de realizar nuevas declaraciones proclamando su inocencia, la búsqueda de la enigmática mujer con la que aseguró haber hablado resultó infructuosa. Al parecer, según el testimonio aportado por Mellaart, la chica se llamaba Anna Papastrati y vivía el número 217 de la calle Kazim Direk en Karsiyaka, Izmir, pero nadie pudo encontrar rastro de una persona con ese nombre registrada en la zona y en concreto la dirección citada resultó pertenecer a un local comercial no a una residencia particular.
Oportunamente, en medio de la polémica, llegó una carta a la oficina de Mellaart en el Instituto Británico de Arqueología de Ankara. Dicha carta estaba firmada por la mencionada Anna Papastrati y en ella confirmaba todo lo que él había dicho, si bien existen sospechas –debido al tipo de escritura y la tipografía- de que la carta fue redactada en realidad por la esposa de Mellaart, Arlette Meryem Cenani, de origen turco, que ejercía como secretaria suya y con la que se había casado en 1954.
En cualquier caso gracias a la carta las aguas parecieron calmarse por un tiempo, hasta que tres años después la policía turca hizo público un dossier sobre Mellaart, incluyendo las declaraciones de un par de supuestos testigos, acusándolo formalmente de contrabando de tesoros arqueológicos hacia el mercado neցro.
La posterior causa penal abierta para juzgar dichos delitos quedó en nada pero, como consecuencia del descrédito que eso le supuso a Mellaart, el Departamento de Antigüedades de Turquía canceló su permiso de excavación. A su vez debido a lo anterior Mellaart perdió el control del yacimiento de Catalhöyük, también su puesto en la Universidad de Estambul y en última instancia se vio obligado a abandonar el país.
Sin embargo, pese a todo, y aunque parezca increíble visto desde el presente, la reputación internacional de Mellaart no se vio demasiado dañada por todo aquello.
Incluso ocurrió al contrario. Años más tarde empezó a circular en el mundillo especializado una supuesta explicación sobre lo que había ocurrido. Al parecer Mellaart había sido víctima de una banda de traficantes de arte. Dicha banda había descubierto un tesoro extraordinario durante una excavación ilegal en busca de restos antiguos para vender en el mercado neցro. Intrigados acerca del valor aproximado de semejante alijo de piezas, así como de su posible horizonte cronológico, los miembros de la banda decidieron consultar a un especialista antes de vender a ricos coleccionistas su tesoro. Y para ello recurrieron al mayor experto disponible en el país por entonces: el propio Mellaart. Pero como no podían consultarle abiertamente ya que, no lo olvidemos, todo el asunto era ilegal, decidieron engañarle usando para ello como cebo a una chica guapísima, la misteriosa Anna Papastrati, cuyas explicaciones sobre cómo se había hecho con aquella colección de piezas eran probablemente igual de falsas que su nombre. Incluso es posible que el propio Mellaart tuviera razones para mentir al respecto de lo que contó sobre ella porque, pese a estar casado, habría llegado a tener un affairecon dicha femme fatale. Y así, cegado por el amor, o por el sesso, le hizo el trabajo sucio a los contrabandistas sin percatarse de ello. Luego la banda de traficantes vendió todas o parte de las piezas y cuando Mellaart, desconocedor de lo anterior, inocentemente dio a conocer su aventura, se quedó literalmente vendido al haberse esfumado los miembros de la banda y con ellos toda posible esperanza de verificar la veracidad de la historia que Mellaart había contado.
La anterior era una explicación interesante, sazonada con un cúmulo de elementos atrayentes: el encuentro fortuito en un tren de un viril arqueólogo con una mujer muy atractiva engalanada con una joya de miles de años, un viaje, una conspiración, una banda de astutos criminales de guante blanco…
Así que después de todo lo sucedido, y pese a haber sido expulsado de Turquía bajo acusaciones muy graves, como ya dije en Occidente Mellaart mantuvo intacto su prestigio académico, e incluso se vio rodeado de un cierto aura de aventurero romántico con lo que pronto consiguió una plaza en la Universidad de Londres como especialista en Arqueología.
Diosas cachondas
Allí encontró refugio y se pasó casi un cuarto de siglo en un cierto anonimato hasta que en los años 90 empezó a recuperar su notoriedad mediática. Y lo hizo gracias a un libro publicado en 1989 titulado The Goddess from Anatolia, en el cual Mellaart hablaba de unos misteriosos frescos, hallados en su día durante las excavaciones en Catalhöyük, y mostraba dibujos con las reconstrucciones hechas por él de memoria.
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Y es que los mencionados frescos no los había visto nunca nadie más porque en realidad cuando Mellaart los encontró en el yacimiento estaban casi destruidos, solo quedaban fragmentos, fragmentos demasiado pequeños para hacerles fotografías. Y luego con el tiempo incluso los fragmentos se perdieron. En un fuego. Un fuego ocurrido en la casa del padre de su mujer. Porque Mellaart se los había llevado del yacimiento para estudiarlos y los dejó en casa de su suegro con tan mala suerte que se incendió. Y por eso nadie conocía aquellos restos concretos. Así que él era el único que los había visto alguna vez y el único que podía hablar de ellos. Pero eran muy interesantes porque unidos tales restos y reconstruidas las siluetas que formaban el resultado eran representaciones de una supuesta diosa progenitora, lo que teóricamente podía proporcionar mucha información sobre la hipotética religión de los habitantes de Catalhöyük e incluso la posible existencia de un matriarcado entre los pueblos de la zona en aquel tiempo.
En cualquier caso si bien los especialistas empezaron a desconfiar un tanto de estas nuevas afirmaciones los seguidores de este tipo de ideas (un púbico bastante abundante y activo en los círculos literarios) se mostraron entusiasmados por nuevos datos que corroboraban la existencia de un culto matriarcal a una diosa progenitora mediterránea primitiva.
Todo esto os sonará porque es toda una línea de pensamiento pseudocientífico respecto al mundo antiguo que parte a finales del s. XIX de las ideas de James Frazer, más adelante durante la primera mitad del s. XX encontró supuestas pruebas en las excavaciones de Arthur Evans, y las ideas de Marija Gimbutas, y desde entonces ha tenido muchos defensores en el campo de la novela, desde Robert Graves a Mary Renault, así como en los seguidores de ciertas corrientes feministas, cultos neopaganos y new age, etc.
Pero, a raíz de aquellas primeras críticas académicas públicas y serias hacia su trabajo, y sobre todo ya en los últimos años tras su fin en 2012 y la de su esposa al año siguiente, se han ido conociendo estudios y publicaciones de colegas de Mellaart que tiran de la manta y plantean serias dudas sobre la posible carrera de Mellaart como fabulador y falsificador compulsivo.
Para resumirlo, actualmente se cree, o se teme, que falsificó desde inscripciones luvitas (particularmente la llamada inscripción de Beyköy, con referencias a Wilusa, la Troya homérica y un príncipe de nombre Muksus), hasta figurillas de la Edad de Bronce o (todos o algunos de) los citados murales de Catalhöyük.
Como poco.
Y lo peor es que, pese a todo, en su día Mellaart fue un especialista tan importante, tan erudito y con tanto poder y control sobre materiales arqueológicos, que es posible que nunca se pueda llegar a saber a ciencia cierta qué objetos e inscripciones falsificó y cuáles no. Por supuesto se puede verificar si determinadas traducciones de textos que realizó fueron correctas o hacer pruebas de antigüedad a determinados objetos. Pero en otros asuntos apenas tenemos su palabra por escrito y testimonios indirectos de personas que trabajaron con él. Aunque a ese respecto las teorías que él ideó sobre determinadas cuestiones en muchos casos están ya tan aceptadas entre seguidores de sus ideas que costará décadas deshacer la confusión en el mejor de los casos.
Una pregunta que podemos hacernos es, cómo con los avisos que aparecen en su biografía a lo largo de la extraña trayectoria que he intentado resumiros, nadie se dio cuenta antes. Pero hacerse esa pregunta sería desconocer y mitificar los tortuosos mecanismos del mundillo académico.
Así que la pregunta más interesante es otra: ¿Por qué lo hizo?
La versión de Aydin
Su motivación podría haber sido la más simple de todas: la vanidad. Mirando hacia atrás casi todo lo falsificado por Mellaart tendría la utilidad de apoyar sus propias ideas e hipótesis sobre las culturas que estudiaba. En su trayectoria fue una constante que cuando sus teorías eran cuestionadas siempre aparecía una nueva pieza, una nueva tablilla con una inscripción, o un nuevo objeto aparentemente descubierto por sorpresa en una excavación años antes y que de golpe servía para probar lo acertado de sus tesis.
(para terminar la lectura, diríjanse a
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