Capítulo 8
Año 2, día 207
Llevamos varios días por esta zona y no hemos dado con el polígono industrial. Yo estoy sumiéndome en un estado depresivo: me paso todo el día oyéndole a Práxedes hablar de música electrónica, cuando a mí me va el grindcore, como a los hombres de verdad, pero lo peor no es eso.
Al principio no sabe mal que sea la chica la que salga a cazar, te sientes como un león. Pero luego te empieza a picar el gusanillo, y quieres poner tu granito de arena, te ofreces a cazar tú en su lugar. Y entonces te das cuenta de que sin ballesta no cazas ni un lagarto, y le tienes que pedir que te enseñe su técnica de caza, con pésimos resultados. Conclusión: depresión y mala leche; básicamente soy un mantenido, algo sin precedentes entre los errantes. Y por si no fuera bastante, luego está lo de las noches.
Y estoy seguro de que hay algo más: al principio la tomaba por una pobre loca, pero a veces la sorprendo dirigiéndome una mirada extraña, diferente a la de sus trances nocturnos; diría que excesivamente lúcida.
No hemos tenido percances reseñables estos días. Lo que ya es significativo en sí mismo. Yo pensaba en algún encontronazo con una manada de perros, o peor aún, con las monjas de Lamar, pero no: nada, la zona está limpia hasta el punto de poner a prueba las aptitudes de mi compañera para la procura de alimento. Y sin embargo, tengo la sensación permanente de que nos están vigilando.
Estamos siguiendo el lindero del bosque que da a la costa, no quiero perder la referencia del mar. Sobre un peñón junto al mar, se yergue un edificio bajo en buen estado. No es común encontrar edificios enteros, así que sólo por eso ya llama la atención. Pero es que además, de una chimenea sale humo. Está habitado.
Práxedes me insiste en que no vayamos, que le da mala espina. A mí también, pero vendría bien comerciar con los últimos medicamentos que me quedan, a ver qué sacamos. Siempre me pone algo nervioso ir a comerciar a una comunidad, pero eso nunca me ha echado para atrás. El motivo real en este caso, sin embargo, es que me siento un maldito inútil, y quiero hacer algo que Práxedes no pueda o no se atreva. Obviamente no se lo confieso, le pongo la excusa de conseguir otra tienda, otra mochila y un saco. Por tanto, le digo que se quede por los alrededores vigilando. Como muy tarde debería estar de vuelta a la mañana del día siguiente.
- ¿Y si te pasa algo?
- Si me pasa algo, mejor a uno solo que a los dos, así que tendrás que arreglártelas por tí misma.
Me encamino a la verja exterior del recinto, dejándola preocupada. Experimento un placer malsano en ello. Ahora te vas a enterar tú de quién es Destroyo, rica.
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Estoy en el patio de entrada del hotel. Es un edificio rústico de dos plantas, rodeado de arbolitos y jardines por todas partes, muy cuidado, uno de esos "hoteles con encanto". Esto es una incongruencia tras el Mad Max, pues estamos en una época en la que todo lo que no es imprescindible es perjudicial. Es extraño, y como todo lo extraño, amenazador. Avanzo por el patio sintiéndome espiado, haciendo crujir la gravilla rastrillada bajo mis botas. Llego a la puerta principal y llamo al timbre. Aguardo. Espero. Me enervo.
Se oye descorrer un cerrojo y la puerta se entreabre, chirriando. Aparece una mujer vestida de largo, de neցro riguroso, el porte estirado y la mirada altiva. Me recuerda a...
- ¿Sí?
- Propaganda, ¿me abre? -cosa, me he puesto nervioso- No, bueno, que... que venía a comerciar, y tal.
Me mira de arriba a abajo.
- Ya. Un errante. Supongo que vendrá a amar, ¿no, señor...?
- Pues mira, casualmente esta vez no. Ando en busca de ciertos pertrechos. Me llamo Destroyo.
Hay un ligerísimo tic en su rostro que se puede interpretar con imaginación como que me ha reconocido.
- Bien, señor Destroyo, pues sea bienvenido a mi jovenlandesada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje aquí parte de la felicidad que trae consigo.
Conforme la acompaño al oscuro interior pienso que esto me da mal rollo. Casi espero que la puerta se cierre sola cuando esté dentro, como en las películas. Lo que ciertamente sucede.
- Perdona, miniña, ¿tú eres...?
- La condesa Blanche du Bois. Posiblemente me recuerde.
Uy.
- Pero relájese, señor Destroyo, sin duda debe estar cansado de su viaje. Permítame ofrecerle mi hospitalidad por esta noche.
... uyuyuy. Ay, Dios.
Blanche ha estado caminando delante mío, pero ahora se detiene y me mira sonriendo. Bueno, es un decir. Digamos que las comisuras de sus finísimos labios se han retraído un par de milímetros hacia arriba, eso es todo, y le tiemblan por el esfuerzo. Pero se entiende que debo tomarlo como expresión de amabilidad. Noto el aire enfriándose a mi alrededor.
- Le propongo un plan. Se le alojará en uno de los aposentos para invitados, donde podrá lavarse y ponerse una ropa más acorde a tan feliz ocasión. Yo haré lo propio. Es usted libre de ir y venir a su antojo por este ala del castillo. Si le parece, nos veremos en este mismo vestíbulo a eso de las nueve, y mientras esperamos la cena hablaremos del mundo y le enseñaré mi colección de arte. Creo recordar que usted tenía cierta sensibilidad para estas cosas.
Mejor no decirle cómo hago las fogatas. Teniendo en cuenta que este bicho decía dos palabras y significaba ocho, renuncio a profundizar en lo que me acabo de oir, me da escalofríos. Blanche da dos palmadas.
- ¡Exclavizador! Acompaña a nuestro invitado a un aposento libre- y volviéndose a mí-. Hasta luego, señor Destroyo- y dicho esto se marcha, envarada y vaporosa a un tiempo.
Entonces entra en escena Exclavizador, y por poco me da algo. Es una figura enfundada en un traje de cuero neցro que sólo deja sus ojos al descubierto. Incluso tiene una cremallera cerrada y candada sobre la boca. Un collar de perro le ciñe el cuello. No puedo dar crédito a lo que ven mis ojos.
- ¿Exclavizador? Oye, ¿eres tú el mismo Exclavizador que solía postear en la Guardería? ¿Pero qué haces aquí, tío?- le pregunto, mientras coge mi mochila. Por toda respuesta se encoge de hombros.
Me guía por unos pasillos lúgubres al final de uno de los cuales me hace pasar a una habitación y cierra la puerta sin despedirse. Lo primero que hago es comprobar que no está cerrada con llave. Lo segundo, intentar recapitular sobre lo que he visto, pero no me salen las ideas. El cuarto es lo que se puede esperar de un hotel de este tipo, acogedor, agradable. Miro en el armario a ver mi ropa, esperando encontrarme lo peor. Pero no, sólo es *casi* lo peor: se trata de una serie de trajes con esmoquin y zapatos a juego, de varias tallas. Nunca he llevado una cosa de estas ni en carnavales, soy más de Massimo Dutti, que es de pobres, esto empieza a adquirir tintes de pesadilla. La ventana está enrejada, imposible salir. Decido echar un vistazo al cuarto de baño anexo, cuando caigo en un detalle: ¡Hay electricidad! Como si fuera un salvaje del Amazonas, me paso cinco minutos dándole a los interruptores de la luz y admirando el milagro. Deben tener grupos electrógenos en alguna parte. Entonces se me cruza otro pensamiento: ¿tendrán agua caliente? ¡Pues sí, la tienen!.
El hombre de cuero me da miedo, así que atranco la puerta de mi habitación con una silla, antes de proceder a darme un baño. Al menos esta parte de la historia puedo decir que es deliciosa.
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Me doy una vuelta por el hotel embutido en mi nuevo traje de augusto, con pajarita y todo. Quizá tendría que haber venido con Práxedes, no lo sé, no me siento seguro. Hay varias salas con estanterías repletas de libros, casi todo Sade, von Masoch, Mishima y cosas así, un patio interior con una fuente que funciona, jardines... estoy asombrado. Camino por el césped de uno de los jardines, no me he vuelto a cruzar con nadie hasta ahora. Está anocheciendo, y entre cantos de grillos y correr de agua miro al cielo, impasible ante todo lo que ha ocurrido aquí abajo últimamente. Pensar en ello me provoca un no se qué que me atenaza la garganta, por eso vuelvo a tierra en seguida. Me fijo en que una de las ventanas que dan al jardín está iluminada. Me pica la curiosidad y me acerco. Está entreabierta y empañada por el vaho, se trata de la ventana de un cuarto de baño. Asomo la mirada discretamente: efectivamente, es un cuarto de baño, y Blanche está de espaldas a mí, blanquísima, elegante en su desnudez, metiéndose en la bañera...
Eh. Que lo de esa bañera no parece agua.
No quiero ver más. Me doy la vuelta aprisa y en silencio y vuelvo hacia el interior. Debe haber refrescado, porque estoy temblando, voy a ver qué tengo en mi mochila para estos casos...
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Se acercan las nueve, así que voy al vestíbulo, un poco atontado por el Valium, pero todavía coordinando y receloso. Cuando llego me encuentro con otra mujer, con ropas desastradas, como las de un errante. Tiene un montón de rastas que apuntan en las direcciones más inverosímiles. Está apoyada en la parte de atrás de un sofá, fumando un canuto. Desde que me ha visto no me quita el ojo de encima, pero no dice una palabra, ni siquiera responde a mi saludo. Me siento incómodo. Al final, después de exhalar una nube de humo, me dice:
- Eh, tú. Me pareces atractivo. ¿Por qué no te vienes a mi choza a tocar el bongo de Madagascar?
Justo en ese momento aparece la condesa, enfundada en un traje rojo oscuro. Se me disipa el efecto del Valium de golpe y se me encogen los testículos.
- Ah, hola, buenas noches. ¿Me has traido lo que te pedí?
La mujer le acerca a Blanche una botellita de Font Vella con etiqueta ilustrada por Jordi Labanda, rellena de un líquido parduzco, sin dejar de echarme miradas de reojo.
- Gracias, con esto habrá para un tiempo. Ahora ya puedes llevarte uno.
- Ése- me señala. Empiezo a buscar con la mirada objetos contundentes. Esto va a acabar mal.
- No, éste no. Es mi invitado. Elige a cualquier otro, mira a ver entre los del sótano.
La mujer desaparece en busca de su pago no sin antes guiñarme un ojo. Blanche aprovecha para ofrecerme su brazo:
- Acompáñeme, señor Destoyo. Le enseñaré mi museo particular.
Le tomo el brazo con una aprensión mortal. Juraría que irradia frío.
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El museo ocupa una sala del edificio. Nada más entrar y ver una reproducción a escala humana de Cobi sobre una silla estilo Luis XV, pierdo casi todo interés.
Blanche disfruta señalándome sus piezas, entre las que destacan un Boticelli, un Rembrandt, acuarelas de Larsson, un Tàpies y un póster de Bob Esponja, todo junto y revuelto. Eso sí, los cuadros están en bastante mal estado. Según me cuenta, es de lo poco que se pudo salvar del museo del Prado antes de que terminase de derrumbarse entre las llamas. Cómo han llegado esas obras aquí, no me lo dice.
- ¿Le gusta la música, señor Destroyo?
Me aterra que me empiece a cantar algo de Esplendor Geométrico, pero no: me tararea durante un rato la melodía del Sombrero de Tres Picos, hasta asegurarse de que la he reconocido. Asiente satisfecha:
- Veo que conoce a Sibelius, no esperaba menos de usted. Oohh- me mira de pronto como si se acordara de algún detalle de capital importancia-. ¿No le he dicho que soy pianista? Qué descuido- me toma de la mano-. Venga, le regalaré un nocturno de Liszt.
Disfrutando como una chiquilla en su cuarto de juguetes, me lleva hasta un piano de cola blanco en un extremo de la sala. Tiene señales de cigarrillos, posavasos y pegatinas de marcas de cerveza por todas partes, me pregunto de qué antro lo habrán sacado. Se sienta al piano, hace crujir de forma monstruosa sus larguísimos dedos, y se lanza a una interpretación de Para Elisa, ejecutada sólo con los índices, como el que toca un teclado por primera vez. Yo aprovecho que está concentrada en la pieza para rascarme las pelotas con fruición, porque la costura del pantalón me roza. Pero tengo que dejarlo cuando noto que la música ha cesado y Blanche me está mirando fijamente, con expresión inescrutable. Espero la bronca del siglo.
- Oh, señor Destroyo, esta música hace aflorar mis momentos de debilidad... ¡Me siento TAN desolada a veces!- exclama con voz quebrada al borde de las lágrimas.
¿Y a qué huevones viene esto ahora? No tengo ni fruta idea de qué decir en estos trances, pero intento estar a la altura:
- Eeeeh... ¿Quieres echar una partida a los dados?
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Dados no tiene, eso es demasiado ordinario, pero sí ajedrez. Nos sentamos a los lados de una mesita con un tablero de maderas nobles y piezas de marfil. Bueno, no todas, porque las que faltan han sido sustituidas por otras baratas de plástico. Ella juega con blancas. Al cabo de unas cuantas jugadas rompe el silencio:
- Y dígame: ¿está contento con su vida de errante, señor Destroyo? Jaque.
- Bueno, desde luego no te aburres. Y no tienes que soportar compañías indeseadas continuamente, como en las comunidades.
- En eso estamos de acuerdo. ¿Pero no le resulta un tanto... decadente? Jaque.
- Sí. Y ahí está parte del encanto, en ver la entropía desatada sobre nuestra cultura sin que nadie le oponga resistencia -Dios, ¿pero qué shishi estoy diciendo?
- Eso suena a claudicación, ¿me equivoco? Jaque.
- Nopes. Claudicación es conformarse con mezclar piezas de plástico y marfil en un ajedrez y pretender que no pasa nada. Eso sí que es decadente.
- Touché- sonríe, esta vez de verdad-. Entonces usted no trata con las comunidades, ¿no? Jaque.
- Intento hacerlo lo menos posible. Pero de vez en cuando tengo que comerciar...
- Ah, ¿y qué hay en las comunidades que todo un señor cínico como usted pueda necesitar? Jaque.
- Mujeres. Todo lo demás lo obtengo del exterior, a excepción de esta vez. No necesito mucho.
- No. Pero necesita mujeres. Porque fuera de las comunidades no se encuentran mujeres por ahí, a no ser grupos como el de Lamar o la bruja Medusa. Jaque.
- Es cuestión de tiempo, ya irán apareciendo.
- ¿Sí? ¿Cuánto tiempo cree que duraría una mujer sin protección física en medio de bandas como el comando Katiuska o la mayoría de los errantes? Jaque.
- Ya estuvimos así antes y no nos extinguimos.
- No exactamente así, Destroyo. Y fue hace mucho tiempo. Jaque. ¡Y deje de rascarse los testículos mientras le hablo, es una falta de educación!
- ¡Es que me pica, leche!
- ¿Se le ha pasado alguna vez por la cabeza la extraña idea de que las comunidades de homínidos se articulan en torno a la defensa y protección de sus hembras? Jaque.
- ... ¿Protegerlas de qué, de otras comunidades? ¿Entonces estás sugiriendo que el Búnker, el barco pirata y demás rescoldos mal apagados, son el futuro de la humanidad?
- No, no tiene por qué. Hay otra opción. Jaque.
Me doy cuenta de que hace unas veinte jugadas que me ha dejado sólo con el rey, y que me está haciendo jaque continuamente pero dejando una vía de escape. No me gusta esto.
- Oye, Blanche, ¿me vas a dar mate de una fruta vez o no?
Ella me mira fijamente a los ojos.
- Siempre puede abandonar, Destroyo.
Ahora me toca a mí poner cara de duro.
- Ni lo sueñes.
Su mirada se hace más intensa, y su sonrisa se tuerce a un lado.
- Bien. Bien- Se levanta-. Entonces iremos a cenar, que ya es hora. Si después de la cena aún se encuentra con ánimo, volveremos a terminar la partida.
Tengo la impresión de estar en medio de una pelea como la del restaurante con el amaciervos, pero en serio.
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Segundo round. Esperaba una mesa de diez metros de largo, como en las películas, pero es una simple mesa para dos del comedor del hotel. Es poca distancia para lo tenso que estoy ahora.
Un acondroplásico que no llegará al metro, también enfundado en cuero, entra empujando un carro con los platos y la bebida; es una cena vegetariana. Observo con alarma que el vino es Marqués de Riscal. Para servir los platos y los cubiertos, el enanito se tiene que ayudar de un taburete. Cuando ha terminado la complicada tarea, Blanche lo despide:
- Bien, ya te puedes ir, Sopapo- El Sopapo hace una reverncia y se marcha.
- ¡¡¿QUÉ?!! ¿Éste es El Sopapo?
- Por supuesto. No pensará que era el de abajo de su avatar, ¿verdad? Pero vamos, no hacía falta verlo en persona para saber qué pequeño era, bastaba con leerle.
- Oye, Blanche, una pregunta: ¿hay muchos de la antigua Guardería por aquí?
Blanche me mira un momento sorprendida e incrédula, echa hacia atrás la cabeza y ríe francamente durante largo rato antes de responderme:
- ¡Ay, Destroyo, no me puedo creer que sea usted tan ingenuo! Pero de verdad, ¡si no tenía más que leerlos! Más de la mitad de la Guardería está aquí. Y de ellos, casi todos por propia voluntad.
Ese "casi" no me ha acabado de gustar.
- Pensaba que sólo querías rodearte de, cómo era aquello... anarquistas... nosequé, o algo así.
- Y lo son, porque a mí me gusta -ante mi mueca de incredulidad, me aclara-: y si mañana les digo que me he leído el Mein Kampf, pasado ya me han organizado un desfile marcando el paso de la oca...
- Oye, una cosa... ¿No estará Don Pako por aquí también? Viendo la botella de vino me ha venido a la mente que le tengo que decir una cosa.
- ¿Don Pako? ¡Ay, sí! Le había asignado un puesto destacado, era el pintor oficial de la uña del dedo medio de mi pie izquierdo, incluso le permití hablarme de Sartre mientras la pintaba, pero tuvo un desafortunado desliz con el esmalte, ahora ha encontrado el Tao en la bañera de mis aposentos, y el puesto ha quedado vacante- relata con tristeza.
A pesar de que lo tenía en mi lista de color, no puedo evitar sentir cierta lástima por el con poca gracia. Don Pako, pobre viejo, yo te habría dado una fin más digna.
- Pero bueno, nos habíamos quedado en la explicación de la utopía errante. Prosiga, por favor, tengo mucho interés.
- No hay mucho que explicar, es algo sencillo. Se trata de la abolición de las jerarquías mediante la eliminación física de sus líderes, para acabar de erradicar esos "genes alfa", por llamarlos así.
La condesa me mira ahora muy seria:
- Comprendo, porque han sido los monos alfa los que nos llevaron al Mad Max, al margen de sus ideologías o creencias, ¿verdad?
- Eso es.
- ¿Y los genes beta, señor Destroyo? ¿Y los gamma? ¿Dónde dejamos de eliminar gente para asegurarnos de no repetir un Mad Max en el futuro? ¿En los omega?
- ...
- Y ahondando en la lista de preguntas que usted ha evitado hacerse durante este tiempo, ¿qué pasa si los alfas fuesen algo que surge espontáneamente de juntar a muchos omegas, como por fermentación? ¿Qué arreglaría eliminándolos?
... gññññññññ...
- ¿Sería usted capaz de cargarse a una comunidad entera para evitar que sus líderes la lleven al desastre? ¿Es que aspira a convertirse en un ángel exterminador?
Jaque.
- Pues bien, yo aquí soy la hembra super-alfa-de-la-fin, y no puedo competir físicamente con usted. ¿Por qué está desperdiciando tantas oportunidades para acabar conmigo, señor Destroyo?- remarca esto con una sonrisa feroz.
Porque no sería una victoria reventarte la cabeza, maldita bruja, pienso. No sé cómo va a acabar esta pelea, pero tengo que hacerle aunque sea un arañazo en su propio terreno.
- Pero tú pareces estar de acuerdo conmigo en que fueron las élites las que nos llevaron al desastre. ¿Cuál es tu utopía entonces?
- Los errantes y yo estamos en extremos opuestos del espectro. Ustedes proponen una humanidad desjerarquizada, aunque del todo es imposible, incapaz de pasar de la fase de cazadores-recolectores. Mi idea no va por ahí. Aunque le dé otra impresión, Destroyo, esto, más que una comunidad, es un dominio. O, si quiere, una comunidad despojada de todo artificio e hipocresía. Es lo que siempre debió haber si...
- Ya. Entiendo. Lo que tú propones como redención de la humanidad es un sadomatriarcado, ¿no? Desde luego, Dolores Ibárruri se sentiría orgullosa de tí- remacho con todo el sarcasmo del que soy capaz.
- Ella pensaba lo mismo- responde la muy caradura sin inmutarse-. No me culpe a mí si usted no sabe leer entre líneas, Destroyo. Por cierto, no se sobreestime, iconoclasta de todo a cien, su ironía está al nivel de la de Risto Mejide- eh, eso ha dolido, cortesana.
Dios, puede que mis ideas tengan algún agujero, vale, lo admito, pero esta tía está de atar, está como una regadera. Apuro el vaso de vino de un trago, esperando encontrarme de nuevo con el sabor a vinagre. Pero no, esta vez sabe a vino, muy rico, de hecho.
- Yo estoy aquí por mis súbditos, no me culpe por ello. Ellos ya deseaban entregarse a alguien antes de que yo apareciera.
- Todos no, Blanche. "Casi" todos.
Sonríe un tanto ruborizada. Su voz adquiere algo de eco.
- Tiene razón, Destroyo. No puedo decir que no me guste mi papel. Aprecio igualmente a todos mis fieles, pero disfruto horrores quebrando vol...
No acabo de pillar esta frase. La cara de Blanche se alarga un poco, como si fuera de chicle, lo que me provoca una risita sencilla.
- ¿Qué quieres decir...?
En ese momento capto un movimiento por el rabillo del ojo. Lo que había tomado antes como un retrato de Santiago Niño Becerra ha resultado ser una imagen de Camarón de la Isla. Y me está diciendo cosas. Le susurro:
- ¿Qué? Más alto, compadre, que no te oigo.
- Que tan hodío bien hodío, shurmano, que te lo digo yo! Que la dronja eh mu mala!
Me vuelvo hacia Ella Laraña, que está acabando de explicármelo con una bestial mueca de triunfo.
- ... que me gusta más cuando se me resisten, señor Destroyo.
Sus palabras tienen tonalidad de vino y huelen a almendras. Y desde lo profundo de sus ojos cuarenta siglos de Historia me contemplan.
Y no recuerdo más, jaque mate.
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Año 2, día 208
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