Literatura Novela absurda escrita por ia (tochos inside, lectura relajada)

Está bien para darte algún idea inspiradora, pero es un tostón. Es todo totalmente normativo y forzado. No aporta absolutamente nada.
 
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IA, escribe una novela cuyo primer capitulo sea de un hombre que se intenta tirar del viaducto de Madrid, y una mujer intenta salvarle

**Capítulo 1: La frontera del silencio**


El viento soplaba con fuerza en el viaducto de Madrid, arrastrando consigo las hojas secas de un otoño que ya se sentía nostálgico. A esa hora de la tarde, el sol se escondía tras las nubes, tiñendo el cielo de un gris plomizo que parecía anunciar la tormenta. La ciudad seguía su ritmo frenético, coches pitando, gente hablando, risas y llantos entrelazados en la urdimbre de la vida cotidiana. Pero allí, en el borde del viaducto, todo era diferente.

Javier se encontraba en la barandilla, mirando hacia abajo. La altura le ofrecía una perspectiva aterradora y liberadora al mismo tiempo. Un escalofrío recorrió su espalda mientras la brisa le acariciaba el rostro, como si el propio aire intentara disuadirlo de su decisión. Pero su mente estaba hecha de acero. Había llegado a ese punto después de años de luchas internas, de batallas perdidas que se habían ido acumulando como una pesada carga sobre sus hombros.

Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, titilando como estrellas caídas que esperaban ser recogidas. Javier pensó en todo lo que dejaba atrás: su familia, sus amigos, los momentos felices que parecían lejanos, casi irreales. Pero en su corazón solo había lugar para el dolor y la desesperanza. Había llegado a la conclusión de que el silencio sería su único refugio.

Mientras sus pensamientos se entrelazaban con los ruidos lejanos de la vida, sintió que algo dentro de él se quebraba. Fue en ese instante que recordó a su progenitora, su risa cálida y su abrazo reconfortante. Recordó las promesas que se había hecho a sí mismo de no rendirse, de buscar ayuda, de aferrarse a la vida. Pero todo eso había quedado atrás, como sombras en un callejón oscuro.

Un suspiro profundo escapó de sus labios, como si se tratara de su último aliento. Alzó la mirada, y por un breve momento, se sintió pequeño y vulnerable frente a la inmensidad de la ciudad que pululaba a sus pies. Pero ya no había marcha atrás.

Cerró los ojos, sintiendo cómo el viento le empujaba suavemente. Justo en ese instante, una voz resonó detrás de él, interrumpiendo la penumbra de su decisión.

—¡Eh! ¡Espera! ¿Qué estás haciendo?

Javier giró la cabeza, viendo a una mujer, quizás en sus treinta, con el rostro pálido y los ojos llenos de preocupación. Su tono era firme, pero había una chispa de urgencia que le hizo dudar.

—Déjame, por favor —respondió él, intentando sonar sereno, aunque su voz temblaba.

—No, no puedo dejarte. Hay más en la vida de lo que crees. ¡Bájate de ahí!

El rostro de la mujer le resultaba familiar. Tal vez la había visto en el café de la esquina, o en el parque, siempre con un libro en las manos. La imagen de un mundo más grande que el suyo, donde la gente aún se preocupaba por los demás, le atravesó la mente.

La tensión en el aire era palpable. Javier se sintió atrapado entre el abismo y el deseo de ser escuchado, de que alguien viera más allá de su desesperación. La mujer, con su cabello desordenado y sus manos extendidas, era un rayo de luz en su noche más oscura.

—Por favor —dijo ella, con la voz entrecortada—, no estás solo. Te prometo que hay esperanza.

Javier dudó, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. En ese momento, se dio cuenta de que la frontera entre la vida y la fin no siempre es tan clara. Tal vez había algo más que explorar en este caos. Tal vez, solo tal vez, aún había tiempo.


IA, siguiente capitulo, en el que laura, tras salvarle, le lleva a su casa cercana y le intenta calmar
**Capítulo 2: Refugio inesperado**



La tensión se disipó lentamente cuando Javier dio un paso hacia atrás, sus pies firmes sobre el suelo del viaducto. Laura respiró hondo, aliviada, mientras la adrenalina comenzaba a abandonarle el cuerpo.

—Ven, vámonos de aquí —dijo, tomando su brazo con suavidad pero firmeza. Javier se dejó guiar, aún aturdido por la mezcla de emociones que lo embargaban. La vida parecía cobrar tonalidad de nuevo, aunque el gris del cielo seguía amenazando con caer sobre ellos.

Mientras caminaban, Laura hablaba sin parar, como si necesitara llenar el silencio que rodeaba su encuentro. Contó historias sobre su vida, sus sueños y las pequeñas cosas que le traían alegría: el aroma del café por la mañana, los paseos por el parque, las risas compartidas con sus amigos. Era un torrente de palabras que trataba de anclar a Javier en el presente.

Él apenas escuchaba. Su mente aún giraba en torno a la idea del abismo, a la tranquilidad que le prometía. Sin embargo, cada palabra de Laura le hacía sentir algo que había olvidado: la conexión humana. Un hilo tenue que, aunque frágil, comenzaba a entrelazarse en su ser.

Finalmente, llegaron a su casa, un pequeño apartamento en un edificio antiguo. La puerta se abrió con un crujido, y Laura lo hizo pasar al interior, donde la luz cálida de una lámpara iluminaba el espacio acogedor. Las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y neցro y coloridas pinturas que parecían contar historias de momentos vividos.

—Siéntate —le indicó, señalando un sofá desgastado pero cómodo—. ¿Quieres algo de beber?

—No, gracias —respondió Javier, sintiéndose un poco perdido en ese ambiente tan diferente al frío del viaducto.

Laura lo observó un momento, su mirada llena de compasión. Se acercó a la cocina y volvió con una taza de té humeante. Se la ofreció, y él la aceptó con manos temblorosas, sintiendo el calor atravesar su piel.

—No tienes que decirme nada si no quieres —dijo ella, sentándose frente a él—. Pero me gustaría que supieras que estoy aquí para escuchar.

Javier miró la taza, su reflejo distorsionado en el líquido oscuro. Las palabras se agolpaban en su mente, pero la tristeza lo mantenía mudo. En lugar de hablar, dejó escapar un suspiro profundo, el peso de su decisión aún presionando sobre su pecho.

—A veces… —comenzó, finalmente—, sientes que no hay salida. Que has fallado en todo.

Laura lo escuchó atentamente, sus ojos anclados en los de él. —Es normal sentirse así. La vida a veces puede ser abrumadora. Pero siempre hay esperanza, siempre hay otra opción.

Javier negó con la cabeza. —No sé si hay esperanza para mí. He estado luchando tanto tiempo… estoy cansado.

Laura se inclinó hacia adelante, sus manos cruzadas sobre las rodillas. —Yo también he estado allí. Hay días en los que todo parece oscuro. Pero, por favor, no dejes que ese cansancio te defina. La lucha es parte de vivir, y a veces, buscar ayuda es el acto más valiente que uno puede hacer.

Las palabras de Laura resonaron en su interior, como un eco que buscaba abrirse paso entre el desorden de su mente. No sabía si realmente podía creer en lo que ella decía, pero había algo en su voz que le daba una pizca de esperanza.

—¿Y tú? —preguntó, su curiosidad finalmente superando el miedo—. ¿Cómo lograste salir de esos momentos oscuros?

Ella sonrió, una expresión que iluminó su rostro. —Con el tiempo, aprendí a buscar la luz en los lugares más inesperados. A veces, simplemente es una canción, un libro, o incluso una conversación con un extraño en el viaducto.

El silencio se instaló de nuevo, pero esta vez no era opresivo. Javier tomó un sorbo de su té, el calor del líquido invadiendo su cuerpo y, de alguna manera, despertando algo dentro de él. En ese instante, comprendió que, tal vez, la vida aún tenía algo que ofrecerle.

—Gracias —murmuró, sintiendo la vulnerabilidad en sus palabras. —Por lo que hiciste.

—No tienes que agradecérmelo —respondió Laura, con sinceridad—. Solo quiero que sepas que no estás solo en esto. Y si alguna vez sientes que el abismo vuelve a llamar, yo estaré aquí

Por primera vez en mucho tiempo, Javier sintió que podía respirar un poco más libre. A pesar del caos que había enfrentado, en ese pequeño apartamento, con una mujer que apenas conocía, había encontrado un destello de luz que podría guiarlo a través de la oscuridad.


siguiente capitulo, en el que javier expone porque el mundo funciona mal y sus razones para suicidarse, mientras que laura intenta convencerle de que vivir merece la pena

**Capítulo 3: La sombra de la desesperanza**


Javier se acomodó en el sofá, su taza de té todavía caliente en las manos, pero su mente empezaba a correr en círculos de nuevo. Laura lo miraba con atención, como si sus ojos pudieran desentrañar las capas de su dolor. Pero las palabras no fluían con facilidad. Al final, dejó escapar un suspiro pesado, sintiéndose más vulnerable que nunca.

—¿Sabes? —comenzó, la voz apenas un murmullo—. A veces siento que el mundo está roto. Hay tanta injusticia, tanto sufrimiento…

Laura asintió, invitándolo a continuar. —Es cierto, hay muchas cosas que no tienen sentido. Pero eso no significa que no haya belleza en medio del dolor.

Javier la miró, frustrado. —¿Belleza? ¿En qué? Cada día despierto y veo la misma rutina vacía. Gente atrapada en trabajos que odian, relaciones que se desmoronan, soledad en medio de la multitud. A veces creo que el mundo está diseñado para hacernos daño.

—Entiendo lo que sientes, realmente lo entiendo —respondió Laura, su voz suave pero firme—. Pero hay más que eso. Hay quienes luchan, quienes encuentran formas de cambiar las cosas. No todo está perdido.

—¿Y eso qué? —replicó él, casi a la defensiva—. A veces, parece que esas pequeñas victorias son solo parches en una herida que nunca sana. La gente sufre en silencio y, al final, el sufrimiento siempre gana.

Laura se inclinó hacia adelante, su mirada intensamente fija en la de Javier. —Lo sé, pero también hay esperanza. Hay amor, amistad, momentos de alegría. La vida no es solo dolor. Hay razones para seguir, incluso en la oscuridad.

—He intentado aferrarme a eso —confesó él, su voz quebrándose—. Pero las promesas de un futuro mejor me parecen vacías. Cada vez que me esfuerzo, algo se rompe. Perdí mi trabajo, mi relación se desmoronó y, al final, la gente se aleja. Me siento como un paracaidista sin paracaídas, cayendo hacia la nada.

Laura lo escuchó en silencio, su expresión compasiva. —Es doloroso, sí. Pero a veces, la vida nos empuja a lugares oscuros para que podamos encontrar nuestra propia luz. Hay personas que pasan por cosas horribles y aún encuentran razones para seguir adelante.

—¿Y qué pasa con aquellos que no pueden? —preguntó Javier, su voz cargada de desesperanza—. Hay quienes no encuentran esa luz. Y yo me siento como uno de ellos. He luchado, pero me siento derrotado.

Laura se sentó en el borde del sofá, más cerca de él. —A veces, las luchas más grandes son las que nos tras*forman. La vida puede ser un camino tortuoso, pero cada experiencia, cada dolor, nos enseña algo. Quizás lo que necesitas no es encontrar una razón para vivir, sino redescubrir las razones por las que vale la pena luchar.

Javier sintió un nudo en el estómago. —¿Qué sabes tú de mi lucha? —dijo, un poco más agudo de lo que pretendía—. Es fácil hablar cuando no has estado ahí.

—Tienes razón —admitió ella—. No puedo saber exactamente lo que sientes. Pero he tenido mis propias batallas. He visto a personas que amaba perderse en la oscuridad. La diferencia está en cómo elegimos responder. Yo elegí buscar la luz.

—¿Y qué pasa si no hay luz? —preguntó Javier, el escepticismo palpitando en su voz—. ¿Qué pasa si todo lo que hay es vacío y sufrimiento?

Laura se quedó en silencio un momento, como si estuviera sopesando sus palabras. Finalmente, dijo: —El vacío puede parecer abrumador, pero incluso en la oscuridad más profunda, hay destellos de luz. A veces se encuentran en la amistad, en el arte, en las pequeñas cosas que damos por sentado.

—Como un café por la mañana o una conversación con un extraño en un viaducto —murmuró él, recordando su encuentro.

—Exactamente —sonrió Laura, su voz un susurro cálido—. Esos momentos cuentan. La vida está llena de ellos, si estamos dispuestos a mirar.

Javier se quedó en silencio, su mente en un torbellino. Las palabras de Laura resonaban en su interior, pero la sombra de su desesperanza seguía acechando.

—No sé si puedo seguir adelante —confesó, sintiéndose abrumado por la fragilidad de su propia vulnerabilidad—. A veces pienso que la única salida es el final.

Laura extendió su mano, y él sintió su calidez. —No, por favor. Prométeme que no te rendirás. La vida tiene momentos difíciles, pero también hay oportunidades para encontrar lo que realmente importa. Y yo quiero ayudarte a encontrarlo.

Javier miró su mano, sintiendo la conexión que se formaba entre ellos. Tal vez había algo más allá de la desesperación, algo que merecía la pena explorar. Pero la lucha dentro de él continuaba, y aún necesitaba tiempo para reconciliarse con sus propios demonios.

—No prometo nada —dijo, su voz un susurro—. Pero estoy dispuesto a intentarlo.

Laura sonrió, una chispa de esperanza iluminando sus ojos. —Eso es todo lo que pido. Un día a la vez, Javier. Un día a la vez.
 
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