Jepser
Madmaxista
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- 29 Dic 2015
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Muy estimados conforeros:
Siendo propio de la realidad (y dentro de la realidad, la psique humana) manifestarse en grados y no en dualidades, sin perjuicio de todo lo que están ustedes amablemente compartiendo y exponiendo, y sin ánimo de confrontar ni polemizar, quisiera sugerir un par de matices con la sana intención de añadir colores a la paleta de este debate.
Siendo cierto que en muchos casos el matrimonio acaba por ser el sepulcro de la vida sensual y el pábulo de la frustración, también es cierto que las ventas de artilugios de auto-gratificación femenina están en máximos, y subiendo.
Así mismo, todos sabemos de (muchas) mujeres que tras un divorcio han adoptado como propio y hasta el paroxismo el consabido "carpe diem", y aprovechan a su favor las indudables e incontestables ventajas que ofrece un maltrecho país como es el nuestro, para dar rienda suelta a un fervor sensual renovado que ya hubiera querido disfrutar siquiera en décimas partes el "expulsado".
A mi juicio, lo que desaparece no es el deseo en sí, sino el deseo por su hombre.
Como ya ha apuntado un compañero mensajes atrás, la consecución de objetivos suele ir pareja a la pérdida de la intimidad; sea porque también lo quiere, sea porque cree que también lo quiere, o sea porque cede por miedo a la soledad, el antaño gozoso novio se va tras*mutando en marchito marido, y con cada meta superada (hipoteca, coche nuevo, boda, hijo, reforma, segundo hijo, casa nueva...) en vez de acercarse a la felicidad, se aleja cada vez más. El marido se afana servil en el cumplimiento, y se olvida de todo lo demás, y en primer lugar, de sí mismo.
Y aquí es donde quería llegar: ¿no será un factor importante también el hecho de que el hombre se haya abandonado por completo en el proceso? Y no me refiero sólo a haber desarrollado una panza y unos modales... "poco refinados", sino a haber perdido toda ilusión y toda iniciativa más allá de la de acoplarse a los deseos de su señora, para la que hace mucho que no es más que un otro trasto de la casa. Un trasto que come y respira y habla, pero poco más.
Créanme que soy el primero en reconocer, comprender y empatizar con la situación que padecemos los hombres en este peculiar futuro que ninguno esperábamos, pero también he de reconocer que simplemente mirando a mi alrededor en la oficina, puedo ver varios hombres poco merecedores de tal término, que perdieron hace mucho todo rastro de orgullo, vigor y amor propio. ¿Qué mujer quiere estar con un ser así? la que lo encuentra útil, práctico, igual que lo son la lavadora, la nevera o el coche. ¿Qué mujer desea a un hombre así? Ninguna (digan lo que digan los adalides de la deconstrucción).
Conclusiones a la espera de sus comentarios: 1.- Reconozcamos que la responsabilidad de un matrimonio frustrado es compartida por ambas partes. 2.- Si, como apunta otro compañero los hombres pusieran límites y se atuvieran a ellos sin miedo (como hacen ellas), habría más divorcios (aún), pero los matrimonios que perdurasen serían más felices.
Sean la paz y la fortuna con todos ustedes.
Siendo propio de la realidad (y dentro de la realidad, la psique humana) manifestarse en grados y no en dualidades, sin perjuicio de todo lo que están ustedes amablemente compartiendo y exponiendo, y sin ánimo de confrontar ni polemizar, quisiera sugerir un par de matices con la sana intención de añadir colores a la paleta de este debate.
Siendo cierto que en muchos casos el matrimonio acaba por ser el sepulcro de la vida sensual y el pábulo de la frustración, también es cierto que las ventas de artilugios de auto-gratificación femenina están en máximos, y subiendo.
Así mismo, todos sabemos de (muchas) mujeres que tras un divorcio han adoptado como propio y hasta el paroxismo el consabido "carpe diem", y aprovechan a su favor las indudables e incontestables ventajas que ofrece un maltrecho país como es el nuestro, para dar rienda suelta a un fervor sensual renovado que ya hubiera querido disfrutar siquiera en décimas partes el "expulsado".
A mi juicio, lo que desaparece no es el deseo en sí, sino el deseo por su hombre.
Como ya ha apuntado un compañero mensajes atrás, la consecución de objetivos suele ir pareja a la pérdida de la intimidad; sea porque también lo quiere, sea porque cree que también lo quiere, o sea porque cede por miedo a la soledad, el antaño gozoso novio se va tras*mutando en marchito marido, y con cada meta superada (hipoteca, coche nuevo, boda, hijo, reforma, segundo hijo, casa nueva...) en vez de acercarse a la felicidad, se aleja cada vez más. El marido se afana servil en el cumplimiento, y se olvida de todo lo demás, y en primer lugar, de sí mismo.
Y aquí es donde quería llegar: ¿no será un factor importante también el hecho de que el hombre se haya abandonado por completo en el proceso? Y no me refiero sólo a haber desarrollado una panza y unos modales... "poco refinados", sino a haber perdido toda ilusión y toda iniciativa más allá de la de acoplarse a los deseos de su señora, para la que hace mucho que no es más que un otro trasto de la casa. Un trasto que come y respira y habla, pero poco más.
Créanme que soy el primero en reconocer, comprender y empatizar con la situación que padecemos los hombres en este peculiar futuro que ninguno esperábamos, pero también he de reconocer que simplemente mirando a mi alrededor en la oficina, puedo ver varios hombres poco merecedores de tal término, que perdieron hace mucho todo rastro de orgullo, vigor y amor propio. ¿Qué mujer quiere estar con un ser así? la que lo encuentra útil, práctico, igual que lo son la lavadora, la nevera o el coche. ¿Qué mujer desea a un hombre así? Ninguna (digan lo que digan los adalides de la deconstrucción).
Conclusiones a la espera de sus comentarios: 1.- Reconozcamos que la responsabilidad de un matrimonio frustrado es compartida por ambas partes. 2.- Si, como apunta otro compañero los hombres pusieran límites y se atuvieran a ellos sin miedo (como hacen ellas), habría más divorcios (aún), pero los matrimonios que perdurasen serían más felices.
Sean la paz y la fortuna con todos ustedes.