Eric Finch
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Entre que se determina si es una máquina o una mujer de verdad, aquí un enlace por si a alguien le sirve de utilidad:
Así será (o podría terminar siendo) el sesso con androides
Así será (o podría terminar siendo) el sesso con androides
Así será (o podría terminar siendo) el sesso con androides
Publicado por E.J. Rodríguez
Lo hemos visto en novelas y película de ciencia ficción: usted, por un módico precio, adquiere una flamante reproducción de Scarlett Johanson o de Brad Pitt para que se convierta en su pareja perfecta. Para que le haga el desayuno después de una satisfactoria sesión de sesso a la precisa medida de sus gustos particulares. La posibilidad está ahí, o eso se intuye por cómo pensamos que podría evolucionar la tecnología. Pero siendo realistas, ¿sucederá esto alguna vez?
Imaginemos que efectivamente terminan creándose androides lo suficientemente parecidos a seres humanos como para que puedan ejercer como compañeros sensuales convincentes. Las posibilidades que genera esta situación, normalmente de tipo emocional, las habrá visto usted reflejadas en esas películas, novelas y series de televisión de las que hablamos. Pero existe una posibilidad que no suele plantearse: ¿acaso no preferirán los androides del futuro mantener relaciones sensuales entre ellos antes que rebajarse a tener contacto sensual con seres humanos? La verdad es que es bastante posible que así sea, al menos cuando los androides sensuales alcancen un alto grado de sofisticación. Así, podríamos encontrarnos con supuestos esclavos sensuales artificiales que, de uno u otro modo, terminen rebelándose contra sus creadores… porque no quieren acostarse con ellos.
Uno de los objetivos básicos de la robótica es el de conseguir construir máquinas que reproduzcan el comportamiento humano de la manera más fiel posible. A día de hoy, podríamos decir que ese proceso de imitación se encuentra todavía en mantillas, pero el constante progreso de la tecnología nos permite imaginar que puedan estar aguardándonos grandes logros más o menos a la vuelta de la esquina, quizá incluso en el tras*curso de unas pocas generaciones. El problema de la robótica del futuro, claro, es que las cosas no terminen saliendo como los científicos y técnicos esperan que salga.
No se preocupe si le disgusta la idea de tener relaciones sensuales con un androide, por visualmente atractivo que este pudiera resultar. Hay gente que sí lo haría. Aunque las encuestas tienen un valor muy relativo —por no decir que en buena parte de los casos no pueden ser tomadas en serio—, si hacemos caso de una célebre encuesta realizada por YouGov, un 9% de los individuos interrogados afirma que tendría contacto sensual con un androide si surgiera la oportunidad. Los robots sensuales tendrían su mercado, eso está claro. Ahora bien, no crea usted que el mayor problema sería conseguir un varón o hembra robóticos cuyo tacto, movimiento y demás características físicas puedan resultar convincentes y atractivos. Esto es una tarea difícil, desde luego, pero tarde o temprano se acabará consiguiendo. Lo realmente difícil sería crear buenos compañeros sensuales desde el punto de vista psicológico, que fuesen más allá de meros autómatas que no pasaran de ser juguetes singularmente realistas.
El quid de las relaciones sensuales entre humanos es que a ambas partes (o más partes, si hablamos de sesso en grupo) les gusta la idea de practicarlo. La implicación de la pareja sensual es mucho mayor si ella también disfruta con lo que hacemos, así que la pareja sensual artificial ideal sería aquella que llegase a disfrutar con el acto sensual tanto como nosotros. Porque, entre otras cosas, cuando un androide posea una mente lo suficientemente compleja como para resultar un buen amante, será difícil programarlo de manera sencilla para que finja y la planificación de su conducta se convertirá en una tarea verdaderamente laberíntica.
¿Por qué? Pensemos en una computadora actual: discos rígidos que contienen información almacenada en un entorno de almacenaje. Una memoria rígida y por lo tanto una conducta también rígida (aunque no siempre previsible, desde luego). Esto no se parece demasiado a la manera en que funciona un cerebro humano ni es la manera en que lograremos mentes artificiales lo bastante complejas. Nuestro cerebro no solamente es una red de circuitos electrónicos, sino que está modulado por multitud de mecanismos. Por ejemplo, está la liberación de determinadas sustancias —como los neurotransmisores— que tienen un efecto enorme sobre nuestro comportamiento y nuestras emociones. La máquina bioquímica del cerebro interactúa constantemente con el resto del organismo y con el entorno, e interactúa de varias maneras simultáneamente. Así, la manera en que pensamos y sentimos en un momento dado puede estar marcada por algo tan simple con el exceso o defecto de un neurotransmisor, o con algo tan complejo como el conjunto de estímulos internos y externos al que nos vemos sometidos. Por lo tanto, nuestra conducta no es el resultado de un programa, de un software, sino más bien de una especie de red de influencias en la que nuestro «software» determina solamente una parte.
Podemos pensar que nos gusta el sesso, pero lo cierto es que este pensamiento por sí mismo no bastaría para que el sesso nos gustase. Se precisa de toda una red de receptores sensoriales, tras*misión bioquímica de información y respuestas cerebrales para que, efectivamente, nos guste el sesso. Todo nuestro organismo ha evolucionado de manera en que nos guste el sesso, pero en su complejidad necesita también de determinados condicionantes. A cualquier ser humano no le resulta posible el sesso en cualquier circunstancia. Por este motivo no siempre nos apetece, y depende mucho de nuestro estado físico y emocional el que tengamos ganas de practicarlo o incluso el que disfrutemos más o menos con ello, o incluso el que seamos fisiológicamente capaces. Naturalmente, dado que del sesso ha dependido siempre la reproducción biológica y la supervivencia de nuestra especie, la selección natural se ha preocupado de que el acto sensual recompense ampliamente a casi todos los individuos normales que lo practican. Mediante el placer sensual, sobre todo, pero también existen otras recompensas relacionadas con el ego, por ejemplo, y desde luego con necesidades de contacto emocional con los demás. Pero bueno, biológicamente hablando, las respuestas fisiológicas sí son las más importantes y las más determinantes.
Si quisiéramos fabricar el androide sensual perfecto, tendríamos que conseguir que el sesso le gustase. Así, se entregaría en el acto sensual como hace cualquier pareja sensual humana. A día de hoy, esto está fuera del alcance de nuestra tecnología, pero no parece improbable que en un futuro pueda conseguirse. La clave estaría en crear cerebros artificiales que funcionasen de manera análoga a un cerebro humano. Pretender conseguirlo únicamente mediante software y hardware al estilo de los que manejamos hoy sería una tarea de gigantes, o más bien una quimera. Pero podría lograrse si tuviésemos un tejido cerebral artificial capaz de funcionar según patrones similares a los biológicos. Así, nuestro androide sensual podría experimentar placer mediante la liberación de determinadas sustancias en su cerebro: herramientas que consigan algo más que sencillamente producir cambios de los enunciados de información que almacena en su software. Los seres humanos no solamente pensamos que algo nos gusta, sino que sentimos que nos gusta. Si pudiéramos conseguir algo así en un robot, o en un androide, tendríamos una pareja sensual psicológicamente convincente. Un robot que sienta que le gusta el sesso.
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Desde luego, un androide tan complejo empezaría a estar ya muy alejado de nuestro concepto de lo que es una máquina, incluso de lo que es una computadora avanzada. Y bastante más cercano morfológicamente hablando a un ser humano que a cualquier máquina. Quizá estos hipotéticos androides no se comportasen exactamente igual que nosotros, pese a estar modelados a nuestra imagen y semejanza, pero sí presentarían patrones de conducta cuya complejidad sería muy similar. Así, un robot al que le gustase el sesso sería un robot capaz de albergar emociones, porque el gusto por el sesso implica cierto grado de capacidad emocional. Y un robot emocional sería tan difícil de programar como lo es un ser humano. Es decir: a un ser humano lo podemos obligar a realizar tareas que no le gustan, incluso lo podemos doblegar y quebrar psicológicamente para que sea nuestro esclavo. Pero esto no entra dentro de los patrones normales de relación entre personas y por ejemplo si se produce en el ámbito sensual hablamos de abuso, violación, y términos parecidos que describen una interacción aberrante e impropia entre dos individuos. Esta manera de proceder tampoco entraría dentro de los patrones normales de relación entre personas y androides. Y no hablamos solamente del aspecto jovenlandesal o ético del asunto, sino desde una perspectiva meramente funcional. Un androide que practique sesso porque le gusta difícilmente será tan buen amante si lo hace por obligación.
Ahora bien, ¿será un androide complacido por las mismas cosas que nos complacen a nosotros? La respuesta es que no. En el ámbito sensual, ni siquiera a todos los seres humanos nos complacen las mismas cosas. La química cerebral de la que hablábamos se entremezcla con años de experiencias, aprendizajes, estímulos… cada persona es un mundo, literalmente, y al final el modo en que dos seres humanos obtienen placer sensual puede ser completamente opuesto pese a que biológicamente hablando estén «programados» para que les gusten más o menos las mismas cosas. Si existe esta divergencia de preferencias entre humanos, imaginen lo que sucederá entre humanos y androides.
Así, resulta muy posible que los androides lleguen a preferir practicar el sesso entre ellos. A fin de cuentas, ¿quién podrá conocer mejor las necesidades sensuales de un androide que otro androide? Es incluso posible que los androides, o algunos de ellos, lleguen a sentir repulsión ante la idea de hacerlo con humanos… aunque en principio hayan sido fabricados para que precisamente esa sea su función. Los vericuetos de su compleja psicología son algo que no podemos prever. Al final, pues, yacer con un juguete sensual artificial no sería muy distinto de recurrir a la prespitación: para el androide el sesso con humanos podría convertirse en un mero trabajo escasamente placentero, mientras que buscaría relaciones sensuales satisfactorias con otros miembros de su propia especie. Si tal cosa sucediese, la creación de androides destinados al placer sensual sería un logro técnicamente admirable, pero socialmente inútil… ya que vendrían a ejercer una función que ya existe y no por nada calificamos como «el oficio más antiguo del mundo». Es muy posible que la idea de fabricar amantes eternamente complacientes choque con la realidad psicológica y física de esos androides. Incluso aunque pudiésemos fabricar androides capaces de amar —posibilidad que no se antoja completamente imposible ni mucho menos—, lo más seguro es que terminasen eligiendo a quién amar, exactamente igual que hacemos nosotros una vez trascendemos el ámbito de la familia. Así pues, los humanos solitarios del futuro que tuviesen puestas sus esperanzas en comprar una novia o novio robóticos, bien podrían obtener un resultado no muy distinto del que tendrían usando ese dinero para tener una pareja que esté con ellos por pura conveniencia monetaria. Es más, la pareja humana —aun por conveniencia— podría dar muchos mejores resultados que la pareja robótica.
Por supuesto, cabe la posibilidad de que los androides encontrasen tan deseable el sesso con humanos como el sesso entre ellos mismos. Quién sabe, quizá podríamos convertirnos en un fetiche para algunos de ellos, aunque en tal caso comprobaríamos que se ha dado vuelta la tortilla y que de repente somos nosotros los juguetes sensuales. Esto, en principio, podría alentar a quien sueñe con acostarse con un complaciente androide… solo que ese androide ya estaría pensando en su propio placer más que en el nuestro y podría resultar no tan complaciente. Es más, ¿quién asegura que no podrían surgir entre los androides conductas sensuales aberrantes, hasta el punto de hallarnos ante verdaderos orates sensuales artificiales? No tenemos forma de saber con seguridad cómo funcionarán sus mentes y sus emociones. Ni siquiera podemos prever cómo funcionarán las de nuestros congéneres humanos, así que imaginen la papeleta.
Todo esto, por descontado, sin mencionar el aspecto ético del asunto. Un androide lo suficientemente complejo como para tener la posibilidad de convertirse en un amante convincente podría ser también lo bastante complejo como para que nos planteemos hasta dónde llegan sus derechos y sus prerrogativas. O al menos para que ese mismo androide termine planteándoselo y exigiendo esos derechos por su cuenta. Y quizá entre esos derechos, piense él o ella (o ello, si lo prefieren) podría estar el derecho de practicar sesso con quien le apetezca y cuando le apetezca. Ya hemos dicho que programarlo para que ejerza como sumiso esclavo sensual no sería nada fácil, por no decir que podría resultar imposible. En todo caso, se los podría educar para que fuesen esclavos sensuales, pero esto plantearía dilemas jovenlandesales considerables y no muy distintos a los que nos plantea la posibilidad de que alguien críe a seres humanos con la única intención de convertirlos en juguetes sensuales.
Así pues, el único amante robótico que aseguraría una complacencia y obediencia totales sería una imitación física pero sin personalidad propia de un amante humano. Algo no muy distinto de las inquietantes muñecas sensuales interactivas que ya se han empezado a fabricar y cuyo uso no va mucho más allá de proporcionar una forma elaborada de masturbación. Y claro, ahí no estaríamos hablando de una pareja sensual convincente.
En resumen, el sesso con androides es como un lanzamiento de dados: sabemos lo que pretendemos obtener, pero solamente una conjunción de afortunadas casualidades podría conseguir que efectivamente lo obtengamos. A priori, y dada la extensa capacidad emocional del ser humano, no resulta completamente imposible concebir una historia de amor —o siquiera una satisfactoria relación sensual— entre un humano y un androide lo suficientemente complejo como para despertar afecto y sentir afecto a su vez. En la práctica, sin embargo, ese ideal podría no alcanzarse nunca. Poniéndonos en plan película de ciencia ficción, los androides podrían terminar creando clubes donde acuden para relacionarse entre ellos y accediendo al sesso con humanos con no mucho mayor interés que el que ofreciera alguien que se prostituye. Podríamos ver a una perfecta reproducción de Scarlett Johansson ligando con una perfecta reproducción de Brad Pitt, pero sin la posibilidad de que un vulgar humano —incluso un humano de físico particularmente agraciado— despertase interés sensual en ninguno de ellos dos.
Solo el tiempo dirá qué sucede, pero por si las moscas vaya usted haciéndose a la idea: intente seguir perfeccionando el arte de gustarle a los humanos, porque su reluciente Scarlett Johansson recién venida de fábrica podría decidir que no resulta usted lo bastante interesante. Así de insatisfactorio será, muy probablemente, el sesso con robots. Cosas que pasan.
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