Para los funcionalistas, el Megalitismo es la práctica funeraria de los campesinos de la Europa occidental. La competencia por las tierras de cultivo lleva a que los grupos reivindiquen la posesión del territorio mediante el levantamiento de grandes monumentos a los antepasados, legitimando el control de la tierra mediante los ancestros. La complejidad de las construcciones estaría ligada a la propia complejidad de la sociedad que las construye, evidenciándose en los ajuares la aparición de una desigualdad social. El Funcionalismo aporta un interés por conocer la estructura social y económica de los constructores, considerando que las prácticas funerarias de las sociedades guardan relación con la complejidad social de la misma.
Dentro de la corriente funcionalista, donde la cultura se presenta como un mecanismo de adaptación, R. Chapman planteaba que los megalitos son una necesidad de expresión externa en un contexto de presión por ocupar las mejores tierras. Estudiando a partir de Los Millares y el sudeste, un proceso de incremento de la complejidad social, tal y como se hace patente en los ajuares a través de los objetos de prestigio.
Desde el materialismo histórico se ha valorado las construcciones funerarias como inversión de trabajo, incidiendo en los elementos que evidencian valores de prestigio social como los ajuares y el esfuerzo colectivo empleado en la construcción. En función del estudio de estos ajuares parece constatarse como se produce un proceso de jerarquización social conforme se consolidan las actividades agropecuarias.
Autores de corte neomarxista como Tilley plantean que el Megalitismo y el ritual de inhumación colectiva pretenden enmascarar la desigualdad y legitimar el poder de una élite en un contexto de desigualdad social. Tilley, en su estudio sobre los megalitos suecos relacionaba estas construcciones con el ejercicio del poder en el seno de las pequeñas comunidades neolíticas por parte de individuos que enmascaraban este poder mediante rituales asociados a los megalitos.
la arqueología postprocesual insiste en lo “simbólico”, donde la cultura material es concebida como una escritura que es desentrañada e interpretada por los arqueólogos. Esta visión neoidealista reivindica el papel de lo individual. Desde estos postulados postmodernos, I. Hooder y Richard Bradley plantean como origen del Megalitismo una evolución desde las casas largas (long house) de la Linearbandkeramik (LBK) a los Long Mound (túmulos alargados con enterramientos interiores y sin acceso desde el exterior). El parecido entre la morfología de las “casas largas”, de la sociedad neolítica que ocupó el territorio del Danubio y su cuenca entre finales del VIº y el Vº milenio a.n.e., y los primeros Long Mound es lo que llevó a generar esta hipótesis. Se relacionaba con una vinculación entre el mundo de los vivos con el de los muertos; ya tras la fin de alguien importante dentro de la tribu en la LBK, los familiares abandonaban la casa con el difunto en el interior, dejando que esta construcción con el paso del tiempo diese lugar a un montículo o túmulo de escombros. Para Bradley, la semejanza entre esas casas derruidas y los Long Mound, así como la construcción de zanjas delimitadoras, son la evidencia de que el Megalitismo surgió en la zona de contacto de la sociedad de la LBK y los mesolíticos del norte de Europa. A la par que se difunde las innovaciones neolíticas, se genera y expande el Megalitismo. Tanto para Bradley como para autores peninsulares, como Delibes o Rojo, la complejidad del rito guarda una relación directa con la complejidad arquitectónica.
La Arqueología del Paisaje, de corte postmodernista, contempla el Megalitismo como un paisaje construido socialmente por grupos neolíticos de amplia movilidad y economía muy diversificada. Los monumentos megalíticos actúan como elementos definitorios de dicha movilidad, delimitan un paisaje. Durante agregaciones poblacionales de carácter puntual ligadas a los ciclos de la movilidad territorial se levantan dichas estructuras funerarias. Felipe Criado considera a los megalitos como una creación material de carácter monumental que representa una forma de configurar el tiempo y el espacio social. Formaría parte de un concepto de monumentalización social del espacio por parte de las nuevas comunidades neolíticas, dando lugar a un paisaje monumental. Hay una necesidad de garantizar la explotación de los recursos a las generaciones futuras, actuando los megalitos como elementos de identificación ancestral de los derechos de la comunidad sobre la tierra. Esta perspectiva espacial es de marcado carácter idealista y reduccionista, primando la superestructura ideológica.
Desde la Arqueología Social planteamos una relación directa entre el mundo de los muertos y el mundo de los vivos. Por ello creemos que es imprescindible la asociación del fenómeno megalítico con los análisis basados en aspectos socieoeconómicos, acercándonos de primera mano a una comprensión de los modos de producción y de vida de las sociedades que los construyeron. Los registros funerarios nos reportan información de las condiciones de vida de los vivos, por tanto tenemos que incidir en la valoración del costo de trabajo invertido en la construcción de las estructuras y en la obtención de objetos singulares. El Megalitismo hay que vincularlo al tránsito de las sociedades tribales a las sociedades clasistas iniciales, que derivaran desde lo colectivo de finales del neolítico hasta lo individual en el bronce.