Berebere
Carpe Diem
Un vapor noruego encalla frente a Carnota y los lugareños se lanzan al expolio, trabajo que consideran «tan legítimo como aprovechar el marisco de las peñas»
Viernes, 13 de septiembre de 1901
«Los precedentes en materia de naufragios hacen que la mayoría de los jovenlandesadores de los pueblos de la costa hayan adquirido el convencimiento de que lanzarse sobre un buque náufrago para repartírselo es un trabajo admitido por la costumbre, tan legítimo como aprovechar el marisco de las peñas en marea viva». Cuando los pescadores de los alrededores de Corcubión se lanzaron sobre el Skuld Stavanger, llovía sobre mojado.
Pocos meses antes de que el vapor noruego embarrancase en los bajos de Lobeira Chica, frente a Carnota, había pasado tres cuartos de lo mismo con el Sovereign, «de la matrícula de Dublín», y con el Castor, abanderado en Rusia. Tras toparse su casco con el fondo nada más virar junto al monte Louro, el bergantín británico «se vio asaltado por una turba tal que en pocos minutos arrasó todo lo que había en las cámaras», hasta las pertenencias del capitán, que «tuvo que pedir ropa interior para mudarse». «Llegó a tal extremo la audacia de los asaltantes que, hacha en mano, hicieron astillas los restos del buque». El Castor, que encalló «en los arrecifes denominados Miñarzos, entre Muros y el cabo de Finisterre», con un cargamento de naranjas, corrió parecida suerte, ya que «se apoderaron los asaltantes de todo lo que pudieron, incluso las ropas de los tripulantes».
Que algún barco fuese a dar con la quilla allí donde crecen los percebes estaba a la orden del día. Y que los habitantes del lugar se entregasen al saqueo, también. Los talleres de La Voz tenían listos dos clichés: para la información sobre el siniestro marítimo, «Un naufragio», y para la siguiente edición, «La piratería en nuestras costas».
Juicio salomónico por un piano
Hubo un expolio más por aquella época, el del alemán Trier. Los carabineros se enfrentaron varias veces a los «raqueros», con desigual resultado. Recordaba Félix Estrada Catoyra en un artículo de 1928, cuando aquel pillaje ya era cosa «Del tiempo pasado», que del botín formaba parte un piano «cuya propiedad se disputaban dos sujetos, y por un jurado que habían establecido entre ellos, se acordó serrar el instrumento a la mitad, y que uno se llevase las notas bajas y el otro las altas».
En el Skuld no había piano, así que el reparto de beneficios debió de ser más fácil. Días después del accidente, el periódico decía: «Tales trabajos vienen practicándose, siempre que hay ocasión, desde el año 1846, fecha del naufragio del [...] Liverpool, que encalló en la playa de Gures, a cuatro millas de la situación que hoy ocupa el Skuld. Respecto de este caso -triste es tener que consignarlo- aún vemos en las guías de viajeros extranjeras una advertencia alarmante respecto a los habitantes de estas costas, calificándolos de feroces asaltantes».
En un principio, el cónsul noruego formuló una reclamación al Gobierno español con motivo de «los actos de intento de saqueo» por parte de pescadores que «estuvieron al acecho largo tiempo para llevar a cabo sus propósitos». Ni los disparos de los carabineros que custodiaban el Skuld lograron arredrarlos, porque «la gente de mar de las cercanías de Corcubión no se paran en barras cuando ocurre algún naufragio». Finalmente, «los merodeadores lleváronse gran parte de los objetos que en dicho buque había». Como no había forma de meterlos en cintura, la Armada envió a la zona el «destroyer Osado», además de fuerza terrestre. Personal de la Marina «procedió al registro de algunas casas en el lugar del Pindo, auxiliado por [...] la Guardia Civil de Muros, dando por resultado el encuentro de efectos procedentes del vapor». E ingresaron en la guandoca de Corcubión «unos individuos sobre quienes recaen indicios de culpabilidad».
Ni los botes
No sirvió de escarmiento. «Aun con este lujo de fuerza y con todo el anuncio de rigor no se ha conseguido gran cosa. Indudablemente mucho de esto ha de ocurrírseles al capitán y armadores del Skuld cuando sepan que dos botes de su propiedad [...] que estaban fondeados en el puerto de Corcubión, bajo la custodia de aquella Administración de Aduanas [...] han desaparecido de la noche a la mañana, sin que nadie sepa nada, ni sea posible dar con ellos».
Viernes, 13 de septiembre de 1901
«Los precedentes en materia de naufragios hacen que la mayoría de los jovenlandesadores de los pueblos de la costa hayan adquirido el convencimiento de que lanzarse sobre un buque náufrago para repartírselo es un trabajo admitido por la costumbre, tan legítimo como aprovechar el marisco de las peñas en marea viva». Cuando los pescadores de los alrededores de Corcubión se lanzaron sobre el Skuld Stavanger, llovía sobre mojado.
Pocos meses antes de que el vapor noruego embarrancase en los bajos de Lobeira Chica, frente a Carnota, había pasado tres cuartos de lo mismo con el Sovereign, «de la matrícula de Dublín», y con el Castor, abanderado en Rusia. Tras toparse su casco con el fondo nada más virar junto al monte Louro, el bergantín británico «se vio asaltado por una turba tal que en pocos minutos arrasó todo lo que había en las cámaras», hasta las pertenencias del capitán, que «tuvo que pedir ropa interior para mudarse». «Llegó a tal extremo la audacia de los asaltantes que, hacha en mano, hicieron astillas los restos del buque». El Castor, que encalló «en los arrecifes denominados Miñarzos, entre Muros y el cabo de Finisterre», con un cargamento de naranjas, corrió parecida suerte, ya que «se apoderaron los asaltantes de todo lo que pudieron, incluso las ropas de los tripulantes».
Que algún barco fuese a dar con la quilla allí donde crecen los percebes estaba a la orden del día. Y que los habitantes del lugar se entregasen al saqueo, también. Los talleres de La Voz tenían listos dos clichés: para la información sobre el siniestro marítimo, «Un naufragio», y para la siguiente edición, «La piratería en nuestras costas».
Juicio salomónico por un piano
Hubo un expolio más por aquella época, el del alemán Trier. Los carabineros se enfrentaron varias veces a los «raqueros», con desigual resultado. Recordaba Félix Estrada Catoyra en un artículo de 1928, cuando aquel pillaje ya era cosa «Del tiempo pasado», que del botín formaba parte un piano «cuya propiedad se disputaban dos sujetos, y por un jurado que habían establecido entre ellos, se acordó serrar el instrumento a la mitad, y que uno se llevase las notas bajas y el otro las altas».
En el Skuld no había piano, así que el reparto de beneficios debió de ser más fácil. Días después del accidente, el periódico decía: «Tales trabajos vienen practicándose, siempre que hay ocasión, desde el año 1846, fecha del naufragio del [...] Liverpool, que encalló en la playa de Gures, a cuatro millas de la situación que hoy ocupa el Skuld. Respecto de este caso -triste es tener que consignarlo- aún vemos en las guías de viajeros extranjeras una advertencia alarmante respecto a los habitantes de estas costas, calificándolos de feroces asaltantes».
En un principio, el cónsul noruego formuló una reclamación al Gobierno español con motivo de «los actos de intento de saqueo» por parte de pescadores que «estuvieron al acecho largo tiempo para llevar a cabo sus propósitos». Ni los disparos de los carabineros que custodiaban el Skuld lograron arredrarlos, porque «la gente de mar de las cercanías de Corcubión no se paran en barras cuando ocurre algún naufragio». Finalmente, «los merodeadores lleváronse gran parte de los objetos que en dicho buque había». Como no había forma de meterlos en cintura, la Armada envió a la zona el «destroyer Osado», además de fuerza terrestre. Personal de la Marina «procedió al registro de algunas casas en el lugar del Pindo, auxiliado por [...] la Guardia Civil de Muros, dando por resultado el encuentro de efectos procedentes del vapor». E ingresaron en la guandoca de Corcubión «unos individuos sobre quienes recaen indicios de culpabilidad».
Ni los botes
No sirvió de escarmiento. «Aun con este lujo de fuerza y con todo el anuncio de rigor no se ha conseguido gran cosa. Indudablemente mucho de esto ha de ocurrírseles al capitán y armadores del Skuld cuando sepan que dos botes de su propiedad [...] que estaban fondeados en el puerto de Corcubión, bajo la custodia de aquella Administración de Aduanas [...] han desaparecido de la noche a la mañana, sin que nadie sepa nada, ni sea posible dar con ellos».