Hilo de grandes marinos de España

69) Pero Niño, el pirata castellano que doblegó a los ingleses

Pero Niño (Valladolid o alrededores, 1378 – Cigales, Valladolid, 1453), I señor de Cigales y de Valverde, I conde de Buelna,​ fue un destacado militar, marino y corsario castellano al servicio del rey Enrique III el Doliente.

También es conocido por ser el protagonista de El Victorial o Crónica de Pero Niño (h. 1436), biografía escrita por el alférez bajo su mando Gutierre Díez de Games e importante obra de la literatura hispana medieval en su género.

Infancia

Pero Niño nació a principios de 1378, quizá en Valladolid o en sus cercanías. Era hijo de Juan Niño e Inés Lasso (o Lasa). La familia, de noble linaje aunque venida a menos por aquel entonces, había servido tiempo atrás a la Corona.

El 4 de octubre de 1379 nacía en Burgos el futuro Enrique III, y como era costumbre se le proporcionó una nodriza (que había de ser de estirpe señorial) para los tres años siguientes. La elegida fue Inés Lasso y por ello los padres de Niño recibieron una generosa retribución,2​ que incluía la concesión del señorío de Cigales. Además disfrutaron del privilegio de que su hijo se criase y educase con el infante, y así ambos pasaron juntos diez años como compañeros de juegos y pupilos del mismo ayo: Ruy López Dávalos, a la sazón Condestable de Castilla.

Primeras armas

Al poco de ser coronado (2 de agosto de 1393) el joven Enrique III tuvo que sofocar revueltas nobiliarias en su contra. En varias de estas acciones bélicas hizo sus primeras armas Pero Niño. En la primera de ellas (cerco de Gijón, septiembre de 1394), cuando tenía sólo quince años, avanzó en vanguardia de una incursión a los alrededores del castillo del conde de Noreña. Se señaló asimismo en posteriores enfrentamientos contra las huestes de otros nobles castellanos rebeldes y en la guerra contra Juan I de Portugal, en la que formó parte de 1396 a 1399 de las tropas al mando de su antiguo mentor el condestable López Dávalos.

Hacia 1399 Pero Niño contrajo matrimonio con doña Constanza de Guevara, dama de la alta nobleza castellana y hermana de la esposa del condestable. La pareja tuvo un hijo llamado Pedro, que vivió hasta los veintisiete años, pero se truncó por la fin de ella a los cuatro o cinco años del casamiento.

En torno a 1401 entró al servicio de Niño, Gutierre Díez de Games, quien contaba con una edad similar a la suya, y que le acompañaría en sus posteriores empresas y sería su biógrafo. Díez habla de los múltiples conocimientos y habilidades militares que poseía su señor. Cuenta que era muy diestro en el manejo de diversas armas, especialmente la espada y la ballesta. En esto último debió instruirle su abuelo Pero Fernández Niño, ballestero de Pedro el Cruel. Señala también su gran dominio de la caballería.

El Mediterráneo

Por aquellos años Castilla gozaba de un auge de sus intercambios comerciales. Sin embargo éstos eran amenazados por un creciente corso. Y en el Mediterráneo occidental era especialmente preocupante el que ejercían sobre ella los propios cristianos. Y de entre éstos, los propios corsarios castellanos, que actuaban en connivencia con la Corona de Aragón, el Papado de Aviñón, y lo que era peor, con ciertos nobles castellanos. Por ello Enrique III encomendó secretamente la tarea de atajar este problema a un hombre de su máxima confianza. Éste era Pero Niño, cuya labor debía ser la de una suerte de "policía naval" entre cristianos. No obstante, en un principio su misión por el Mediterráneo terminó derivando en corso cristiano contra fiel a la religión del amores.

Niño contaba para sus empresas con dos veteranos marinos: el sevillano Juan Bueno y el genovés Nicoloso Bonel. En Sevilla se armaron dos galeras y una nao de vela auxiliar, a las que se dotó de una cualificada tripulación de marineros y ballesteros. Al frente de la nao iba Pero Sánchez de Laredo dirigiendo a su propios hombres, y al mando de las galeras Pero Niño como capitán, acompañado por su primo hermano Fernando Niño y hasta treinta hombres de armas.

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Itinerario de la primera expedición.

La primera expedición zarpó a principios de mayo de 1404 y se dirigió hacia Gibraltar, perteneciente al Reino de Granada, que en aquel momento disfrutaba de un tregua con Castilla. Aquí la expedición se dividió en dos: la nao navegó a su aire y las galeras avanzaron paralelamente a la costa peninsular con destino a Cartagena, donde se estableció una base de operaciones. Pero el primer objetivo no serían los corsarios cristianos, como estaba previsto, sino las costas de Berbería. Tras zarpar y navegar varios días rumbo a Orán sin novedad, la expedición, necesitada de víveres y agua potable, realizó una incursión en Alcoçévar . Retomado el rumbo de nuevo, y tras varias jornadas sin avistar naves fiel a la religión del amoras, se tomó la decisión de arrumbar a Cartagena.

En junio Pero Niño tuvo de noticias de la existencia de un corsario castellano llamado Juan de Castrillo que efectuaba sus depredaciones junto al mallorquín Arnau Aymar, y salió en busca de ambos desde Cartagena con rumbo nordeste. Cuando se enteró de que se hallaban en las aguas de Marsella se dirigió allá.

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Itinerario de la segunda expedición.

A pesar de que el objetivo de Niño se encontraba alertado de la expedición en su contra, no consiguieron salir a mar abierto para escapar, y tras diversas tretas por parte de Aymar y Castrillo al verse sorprendidos, Niño, obviando su inferioridad frente a los defensores de Marsella, se apresta al combate.

Pero cuando el choque es inminente, la autoridad de Marsella, mediante un enviado, solicita la presencia de Pero Niño para dialogar. Cuando este se percata de que su interlocutor es el mismísimo Pedro Martínez de Luna, Papa de Aviñón reconocido como Benedicto XIII por Aragón, Castilla y Francia, rápidamente comprende que su objetivo se encuentra protejido y amparado por el pontífice, y tejiendo toda una serie de excusas y disculpas, consigue evitar el incidente diplomático.

La expedición pasa unos días en Marsella invitados por el Pontífice, pero protagonista no pierde de vista su objetivo, y tras la huída de Castrillo y Aymar aprovechando el deteriorado estado de salud de Niño, este ordena a su flota partir inmediatamente tras ellos.

Este nuevo periplo tras los fugitivos les llevó a la isla de Capraia. Reanudaron la marcha hacia el sur por el Tirreno, entre Córcega y el Archipiélago Toscano. Cruzaron luego el estrecho de Bonifacio hacia el oeste, y cabotando por aguas de Cerdeña arribaron a Alguer. La villa estaba bajo el control de la Corona de Aragón, que por entonces se enfrentaba a la sublevación sarda de la familia de los Jueces de Arborea. Estaban allí fondeadas las naves de otros corsarios castellanos: el veterano Nicolás Jiménez de Cádiz y su hermano Juan, junto al vasco Juan de Loda. A pesar de la disposición de Niño para atacarles, los consejos de Bueno y Bonel y la petición del capitán aragonés de la plaza le convenció de deponer su actitud beligerante. Al parecer los corsarios le facilitaban al aragonés provisiones que necesitaban e incluso les defendían, y Bueno y Bonel no las tenían todas consigo debido a la inferioridad de los castellanos y lo bien defendido que se encontraba el puerto. No todo fue improductivo, pues los castellanos fueron informados por los aragoneses de la presencia en Orestán (Oristán) de una nave robada por corsarios a comerciantes sevillanos, así que en cuanto embarcaron aproaron hacia el lugar en cuestión.

El sardo-catalán Joan Olzina, condujo la nave secuestrada a Caller (Cagliari). El gobernador aragonés de la plaza, Hug de Rosanes, lo consideró una presa válida debido a que anteriormente los sevillanos habían capturado una barca de Caller cerca del cabo de Pula, y se convirtió entonces en nave corsaria de Olzina. Pero el día 13 de junio, cuando Pero Niño llegó a Orestán, tenía un uso distinto. En esta ciudad, en poder de los rebeldes sardos, se habían reunido los representantes de éstos con los de la Corona de Aragón para negociar la paz. Y el acuerdo debía concluirse en Valencia ante la presencia del rey Martín el Humano. A Olzina le habían encomendado realizar el traslado de todos los congregados con su nueva embarcación.

Nuestro pobre Pero Niño, intentando llevar a cabo la misión encomendada por el monarca de la manera más diligente posible, se dirigía irremisiblemente hacia un nuevo incidente diplomático. En este contexto, y sin más información que la que recibiera en Alguer, Niño entró en el puerto y abordó la nave antes de que zarpara. Fue desvalijada por la marinería, que se apoderó de los equipajes de los representantes y de una carga de trigo, cueros y quesos que habían fletado los mercaderes locales. Para agravar más la situación, nuestro protagonista se negó a negociar con los diplomáticos un rescate por sus pertenencias, entre las que estaban los documentos que debían presentar ante el monarca, y envió la presa a Cartagena con algunos hombres. El suceso sirvió de excusa a Brancaleone Doria para romper las negociaciones con Aragón.

Decepcionado por sus hasta entonces problemáticas e improductivas acciones contra el corso cristiano, Pero Niño volvió otra vez a poner la vista en Berbería. Como le habían comentado en Orestán que el rey de Túnez armaba navíos corsarios, puso rumbo hacia las aguas del golfo del mismo nombre. Llegaron a Gemolín (Zembretta), al noroeste del cabo Bon, desembarcaron para acechar a las naves de la zona sin conseguir avistar ninguna. En una de las incursiones hacia el interior de la bahía, y tras apoderarse de una galera, supieron que más al interior fondeaba la galeaza del rey de Túnez. Ni cortos ni perezosos, pusieron rumbo a su presa confiando en el factor sorpresa.

Sin embargo, su objetivo había sido alertado por el ruido del combate al asaltar la galera anteriormente mencionada, y la galeaza levo anclas buscando un refugio seguro. Se inició entonces una frenética persecución, en la que la nave tunecina entró "por la canal de un río que salía de la tierra" (el canal de La Goleta). Le siguieron las galeras castellanas de una en una (dada la estrechez del paso), al mando de Pero Niño y su primo Fernando respectivamente. La de vanguardia se acercó a su presa hasta embestirla por popa, momento en que el mismo Niño saltó a ella armado de espada y adarga. El rebote alejó a la galera perseguidora e impidió a los hombres acompañar a su capitán en la pelea. No obstante éste pudo defenderse hasta que en un nuevo alcance, ya con las primeras luces de la mañana, pasaron los atacantes a la galeaza para rendirla finalmente. Sin embargo, al haber encallado no pudieron llevársela, y como la venida de numerosos defensores desde tierra (10.000 según Díez ) ponía en peligro a toda la expedición, Niño ordenó abandonarla, no sin antes saquearla, tras*bordar a los prisioneros y prenderle fuego.

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Itinerario de la tercera expedición.

El escape se complicó momentáneamente al estar igualmente embarrancada la primera galera castellana, pero se solventó mediante su remolque hacia fuera por la de Fernando Niño. Tras incendiar (previo saqueo) también su primera presa los castellanos se retiraron a una posición alejada y segura en la que detenerse y reposar. El botín obtenido en esta incursión era básicamente material militar, al ser las dos embarcaciones abordadas de esta naturaleza, además de los enemigos capturados que serían vendidos como esclavos.

Después de levar anclas Pero Niño prosiguió la navegación bordeando la costa norteafricana hacia el oeste y pasando frente a Bona (Annaba) y Bugía. Pero tras*curridas varias jornadas sin divisar ningún navío berberisco resolvió regresar a Cartagena (julio de 1404), donde repartió el botín entre los hombres, envió los esclavos al rey, se repararon las naves y se curó a los heridos. En el puerto se reunieron nuevamente con Sánchez de Laredo, quien por su parte había hecho dos presas: un cárabo de la religión del amor con valiosas mercancías y un barcón cántabro fletado desde Sevilla por mercaderes barceloneses con destino a la ciudad condal.

Tras reponer material y víveres, y a pesar de estar herido en un pie, partió de nuevo Niño hacia Berbería, añadiendo al par de barcos una galeota del puerto y otra aragonesa contratada.

De camino hacia Orán la flotilla abordó al leño del mallorquín Joan Ripoll, fondeando posteriormente junto a las islas Habibas, donde tampoco hallan naves enemigas, por lo cual se decide atacar objetivos tierra adentro. Tras el infructuoso intento de asaltar un aduar (aldea de tiendas o cabañas) llamado Arceo el Nuevo en plena noche, tienen conocimiento de que a escasa distancia se encontraba el jeque Muley ben Agí con un importante contingente de tropas.

Los castellanos, a pesar de la desigual cantidad de tropa se animan a atacar el campamento aprovechando una ausencia de Muley ben Agí y con parte de sus tropas. Tras luchar con los beduinos locales llegaron hasta el ansiado campamento, de cuyo saqueo obtuvieron un enorme botín de alimentos y artículos de lujo. Tras el saqueo y posterior incendio se inicia la retirada, que a pesar de realizarse ordenadamente no esta exenta de escaramuzas debido al hostigamiento de las tropas de Ben Agí, lo que fuerza a los castellanos a defender su posición en la playa hasta conseguir embarcar en sus navíos

Siguieron la navegación por el litoral con pequeños saqueos y cañoneo de poblaciones, sufriendo grandes dificultades para repostar víveres y agua potable debido al hostigamiento de las poblaciones locales, por lo que finalmente se decide seguir el consejo de "fazer la vía de España" dado por Juan Bueno, arribando la flotilla de esta manera sin mayor novedad en Cartagena gracias a los vientos favorables.

Pero niño recibió entonces la orden de Rey de dejar las galeras en Sevilla y regresar a la Corte. Repartió el botín entre la tripulación, exceptuando la parte del rey, que viajaría hasta Sevilla, y tras unos días de descanso puso rumbo a dicha ciudad. Al poco de zarpar sorprende a una galeota catalana robando unas ovejas en tierra, y tras apresarla la conduce a puerto. Allá, los castellanos extorsionan a su patrón, Pere Narbona, obligándole a pagar una multa excesiva e incautándose de la carga con la excusa de que procedía de Berbería. La navegación hacia su destino de Niño se complicó a causa de un temporal que obligó a las galeras a resguardarse en Cádiz, donde tuvieron que esperar un mes hasta que amainara. No anclaron en la ciudad hispalense hasta diciembre. La misión, pues, había durado unos siete meses en total.

Niño, quien venía padeciendo desde Túnez el dolor de la herida allí recibida en un pie, fue examinado por los mejores cirujanos sevillanos, quienes recomendaron la amputación del miembro. El capitán castellano se negó a ello en redondo:

Si la ora es llegada en que yo devo morir, sea fecho en mí lo que a Dios plaze. Ca el cavallero, mejor le es morir con todos sus miembros juntos, segund Dios se los dio, que non bivir lastimado e menguado, e verse e non ser para bien ninguno.

Como alternativa, sugirieron los médicos cauterizar la herida con un hierro candente, cosa que según el cronista Games hizo el mismo Niño, atravesándose el pie dos veces con "un fierro tan grueso como fasta de viratón".

El Atlántico

En 1405 Carlos VI de Francia pidió ayuda al rey de Castilla para enfrentarse a Enrique V de Inglaterra, que había reanudado las hostilidades entre los dos países (tras la Guerra de los Cien Años) en un enfrentamiento por la posesión del Ducado de Guyena. Enrique el Doliente accedió a prestarle apoyo militar. Además, la situación le daba la oportunidad de acometer acciones corsarias de represalia contra Inglaterra, cuyos marinos, con la aquiescencia de su rey, estaban asaltando desde hacía tres años a naves castellanas que tras*itaban por el Canal de la Mancha en su ruta comercial hacia Flandes.

El monarca puso a disposición de Pero Niño tres galeras de guerra que habrían de salir de Santander, al tiempo que enviaba a Martín Ruiz de Avendaño a Bretaña, al frente de cuarenta barcos mercantes con escolta. Ambos capitanes debían luego reunirse para atacar conjuntamente.

Niño dotó a sus tres naves de una buena tripulación de marineros, galeotes, ballesteros y hombres de armas cántabros, además de pertrechos y víveres. De nuevo él mismo se puso al mando de una de ellas y su primo Fernando de otra. La tercera sería capitaneada por Gonzalo Gutiérrez de la Calleja. Desde Santander, y bordeando la costa del Golfo de Vizcaya, en cinco días la expedición llegó a La Rochela.

Hacia abril de 1405, el capitán castellano, al ver que Avendaño, con quien debía agruparse allí para partir después a Inglaterra, no acudía a su encuentro, decidió iniciar las operaciones por su cuenta. Tras reunirse con varios mandos franceses en La Rochela, acordó con éstos dirigirse hacia Burdeos, la capital de la Guyena en poder de los ingleses. La flotilla de tres galeras castellanas más dos chalupas francesas, llegó hasta las proximidades de la citada ciudad, demasiado bien guarnecida como para intentar una incursión en ella. Sin embargo, saqueó e incendió las dos riberas del estuario de la Gironda, también una posesión inglesa. Cuando los atacantes tuvieron noticia de la venida de una escuadra enemiga regresaron a La Rochela.

En La Rochela Niño conoció al francés Charles de Savoisy, consejero, primer chambelán y caballero de honor de Carlos VI, aunque en aquel momento cumplía una pena de destierro por dos años de la corte, dictada a raíz de una querella con la Universidad de París. Los dos marinos se pusieron de acuerdo para atacar juntos puertos y naves ingleses. Savoisy contaba con dos galeras bien equipadas y tripuladas. Partió la expedición hacia el Canal de la Mancha, e hizo parada en Brest. Allá se encontraba Avendaño, que sin embargo se negó en redondo a acompañarles, actitud que Niño le recriminó enérgicamente. Continuaron su camino entonces las cinco galeras, que al poco tiempo sufrieron una fuerte tempestad que las dispersó de tal modo que no pudieron reagruparse por completo hasta dos semanas más tarde, en las islas de Abrevack.

Reparados los daños zarparon de nuevo, y en día y medio alcanzaron las costas de Cornualles. Se adentraron en la ría de Chanta (seguramente Saint Erth), lugar "muy rico, ca hera todo de mercaderes e de pescadores". En tres horas trabaron combate con los defensores de la villa (de unos 300 habitantes), la saquearon por completo, la incendiaron y se llevaron dos barcos anclados en el puerto (que Niño envió a Harfleur).

Niño y Savoisy acordaron proseguir el corso en dirección este por el Canal de la Mancha. Así hicieron y se presentaron frente a Dartmouth. El castellano sugirió atacar, pero el francés se opuso. Éste sabía que la plaza estaba fuertemente custodiada (máxime teniendo en cuenta que toda la región ya estaba sobre alerta) y en ella había muerto recientemente durante una incursión el famoso caballero francés Guillaume du Châtel. Niño insistió, pero finalmente se avino a aceptar el consejo de Savoisy.

Probaron fortuna entonces con Plymouth adentrándose en su bahía, pero su eficaz defensa artillera les obligó a desistir. Su siguiente objetivo fue Isla de Pórtland, península unida a la costa de Dorset por un estrecho brazo de tierra que quedaba cubierto con la marea. Ese momento de aislamiento de Pórtland fue el elegido por los atacantes para desembarcar. Su millar de habitantes corrió a refugiarse en unas cuevas cercanas. Cuenta Díez de Games que "los franceses que heran en la compañía començaron de poner fuego a las casas; e los castellanos non lo quisieron fazer poner; antes fizieron que non se pusiese más, porque la gente de la ysla hera pobre".

Sin embargo, cuando bajó la marea, cruzaron el istmo soldados ingleses que los franceses tuvieron dificultad para contener, y Niño ordenó desembarcar de nuevo a los suyos para auxiliarles. Juntos rechazaron la ofensiva hasta que una nueva subida de las aguas hizo que los ingleses, para evitar quedar encerrados, se replegaran hacia tierra firme. El enfrentamiento se dio entonces con arcos y ballestas, hasta que al caer la noche reembarcaron los franco-castellanos. El resultado final, claramente favorable a éstos últimos, fue de aproximadamente 400 enemigos muertos o capturados, y Pórtland y otras cinco aldeas próximas saqueadas por completo e incendiadas. Las crónicas francesas de la época dan gran importancia a esta victoria sobre tropas de Inglaterra, entre las que citan a 200 arqueros en línea, una formación de combate muy potente por aquel tiempo.

Las cinco galeras prosiguieron con sus ataques a la costa, a la que acudían también para proveerse de agua, leña y carne de los ganados de la zona, y "ansí yvan siguiendo la costa, cada día quemando e robando muchas casas e panes, e avían muchas escaramuzas con la gente de aquella tierra."

En eso se hallaba ocupada la flota combinada cuando se enteró de que se encontraba cerca de Pola (Poole), el señorío del marino y corsario inglés Harry Pay (Arripay para los castellanos), notorio por sus incisivos ataques a naves y poblaciones francesas y castellanas. Con el aliciente de cobrarse venganza ante tamaño enemigo en su propio feudo, la escuadra buscó el lugar en cuestión. Se situó frente a él una mañana de finales de septiembre de 1405. Savoisy desaconsejó el desembarco por los bajíos rocosos del litoral y la potencia de la guarnición. Ante la negativa de su colega, el capitán castellano decidió realizar la operación con sus propias fuerzas. Mandó a sus hombres en botes con órdenes de quemar cuanto pudieran sin detenerse a tomar botín, y así lo hicieron, recorriendo el trecho que separaba la orilla del pueblo. Los defensores pretendieron ocupar precisamente ese tramo de tierra para obstaculizarles la retirada, por lo que tuvieron que retroceder. Niño hizo desembarcar un segundo grupo al frente de su primo Fernando, que unido al anterior derrotó a la avanzadilla inglesa y continuó con la quema de toda la aldea. Varios resistentes ingleses se atrincheraron en una casa, que tras su toma resultó ser un almacén de armas y pertrechos, de los que se apoderaron los castellanos antes de incendiarla y dar por cumplida así la misión.

La retirada se complicó por un nuevo acoso enemigo y Niño hubo de bajar a tierra con el contingente de reserva. Aun así la pelea fue muy reñida, y la llegada de refuerzos rivales puso en serio peligro a los castellanos. Especialmente dañinos eran los arqueros, cuya acción continuada acabó por cubrir el suelo de flechas. Viendo los graves apuros que pasaban sus aliados, Savoisy acudió a socorrerlos con sus hombres, haciendo huir a los ingleses y posibilitando al fin el reembarco. Harry Pay no se encontraba ese día en Poole, pero sí su hermano, quien murió durante la jornada.

Una vez a salvo, los oficiales se reunieron a deliberar qué hacer a continuación. Todos coincidieron en que, dado que ya había entrado el invierno, lo más oportuno era dar por terminada la campaña y regresar a Francia. Niño aceptó la decisión, pero dijo que antes quería ver Londres. Los marinos franceses, que consideraron lógicamente que aquella era una idea descabellada, le condujeron hasta Southampton haciéndole creer que se trataba de la capital inglesa. Seguramente ni Pero Niño ni Díez de Games descubrieron nunca el fraude. Quizá el capitán pensara en emular al Almirante Fernando Sánchez de Tovar, quien en 1380, también al mando de una armada franco-castellana (aunque en aquella ocasión de veinte galeras), remontó el Támesis hasta Gravesend, a las afueras de Londres.

Tras detenerse brevemente en la Isla de Wight y en alguna de las Islas Anglonormandas las galeras anclaron en el puerto de Harfleur. Allí estaba Martín Ruiz de Avendaño, que volvió a tener otra fuerte discusión (si bien fue la última) con Pero Niño.

En octubre los hombres de Castilla fueron a invernar al alojamiento preparado a tal efecto por sus anfitriones galos en las atarazanas de Ruan, sobre el Sena. Cerca de allí, en Xirafontayna (Sérifontaine, en Vexin), vivía el anciano caballero Renaud de Trie. Había sido chambelán de Carlos VI, miembro de su Consejo Real, Almirante de Francia y capitán de los castillos de Ruan y Saint-Malo. Ahora, ya alejado de cargos políticos, disfrutaba de un lujoso retiro dedicado a los placeres mundanos. Había oído hablar de Pero Niño y de sus andanzas, quiso conocerle y le invitó a su mansión. El capitán castellano acudió a la cita y pasó allá tres días. Díez de Games, también presente, describió la estancia en el palacio con profusión de detalles: el bosque, los jardines, los edificios, las gentes y sus diversiones y costumbres. Niño se enamoró de la joven esposa de Trie, Jeanne de Bellengues, de cuya belleza da fe Díez: "Yo vos digo que quien aquello vio [querría que] siempre durase, non querría otra gloria."

Pasadas las citadas tres jornadas, Niño viajó hacia París a reclamar ante el Consejo de regencia el dinero prometido por el rey de Francia para continuar la colaboración castellana en la guerra. Allá, tras sucesivas dilaciones de los franceses, protesta por ello enérgicamente. Con intención de apaciguarle, es agasajado por los duques de Borgoña y

Orleans, quienes le invitan a participar en justas. El castellano tuvo ocasión entonces de mostrar su gran destreza en este tipo de torneos, en los que derrotó a numerosos y notables caballeros, logrando con ello fama y admiración entre los asistentes, y que se hablara de él incluso en los ambientes cortesanos parisinos.

En torno a la primavera de 1406 Niño dejó la capital para reunirse en Ruan con Bellengues, quien había enviudado. A causa del luto de ella y las obligaciones militares de él, los enamorados acordaron darse un plazo de dos años antes de compremeterse en firme.

Pero Niño y Charles de Savoisy se reunieron en verano para acometer una nueva campaña contra Inglaterra. A sus naves se sumaron tres barcones balleneros franceses, componiendo así la expedición ocho naves en total. A mediados de junio partieron de Harfleur en dirección a la costa oriental británica, pues la occidental ya estaba en alerta tras sus incursiones en ella el año anterior.

Con intención de asaltarla a la mañana siguiente, una noche se situaron frente a la villa de Orwell, pero un fuerte viento arrastró los barcos hasta el puerto de La Esclusa. Decidieron luego probar suerte con Calais, única posesión inglesa en la costa sur del Canal de la Mancha, pero la artillería de la guarnición les hizo retirarse.

Después se toparon en la mar con un convoy inglés de urcas, naos gruesas y balleneras al mando de Harry Pay, que en esos momentos estaba al pairo. En tales circunstancias, la flotilla aliada, con más capacidad de maniobra, estaba en condiciones de atacar con éxito. Por ello el capitán castellano sugirió al francés hacerlo de inmediato, pero este lo desaconsejó arguyendo que el viento podría comenzar a soplar en cualquier instante, dando así al traste con la operación. No obstante, dada la insistencia de Niño, atacaron, primero cañoneando y lanzando flechas (lo cual fue respondido por el enemigo del mismo modo) y luego tratando de incendiar una de las balleneras, acercando a ella un cópano con alquitrán. Era la galera del comandante castellano la que se encargaba de esto último, cuando empezó a rolar el viento. Entonces contraatacaron los anglosajones, ahora en clara superioridad, y las naves aliadas tuvieron que retirarse. Excepto la capitana, que había quedado atrapada entre rivales, por culpa de la obstinación de Niño en ejecutar su acción incendiaria. Finalmente fue rescatado por uno de los balleneros galos, quien mediante una hábil maniobra logró embestir al barco inglés que acosaba a la galera.

Los franco-castellanos atracaron en Crotoy para reponer agua y víveres, pero el mal tiempo les impidió zarpar de nuevo durante un mes. Savoisy se quedó sin dinero para pagar a su tripulación, por lo que tuvo que despedirse de Pero Niño. Este sí pudo seguir contando, sin embargo, con los tres balleneros, que no iban a sueldo sino a ganancia. Partieron finalmente las cinco embarcaciones, quienes, cerca del cabo de Caux se encontraron con una escuadra de seis balleneras normandas bien armadas, dirigidas por los hermanos Libuxieres. Como estos navegaban también dedicados al corso contra los ingleses, acordaron con Niño unir sus fuerzas para ir contra ellos.

Los normandos propusieron a Niño atacar la isla de Jersey, reclutando para ello hombres en la Bretaña, que embarcarían en unos 120 barcos de vela salineros que se encontraban por entonces en Batz. Atraída por el prestigio que había adquirido Niño el año anterior, la gente de armas de la región acudió a la llamada. Entre ella sobresalía el caballero Héctor de Pontbriand.

Desembarcaron en la isla 2.000 atacantes (la mitad de ellos caballería), que se enfrentarían a 3.000 infantes y 200 jinetes. El primer embate fue de los ingleses, que lanzaron a su caballería ligera, la cual se topó con los ballesteros e infantes que Niño había dispuesto parapetados tras unos paveses. Aquellos se retiraron entonces, y los segundos les persiguieron, aunque desordenadamente. A continuación atacó la caballería pesada anglosajona, que chocó contra la formación acorazada central franco-castellana. Después se dio un intenso combate cuerpo a cuerpo, que amenazaba con concluir con un elevado número de bajas y sin un resultado satisfactorio para los invasores. Por ello Niño, junto a 50 hombres destacados, derrocó al pelotón del portaestandarte inglés, dejando así sin guía al contingente enemigo, que, desmoralizado, huyó.

Pero Niño planteó a los oficiales la posibilidad de apoderarse de la isla, y estos lo consideraron inviable, pues pasaba por conquistar los cinco castillos fuertemente custodiados que había en ella, labor para la que no contaban con suficientes medios. A esto se añadía la proximidad de la armada inglesa, fondeada en Plymouth. Objetivo más fácil era tomar la villa mayor, pero los lugareños salieron al paso de la tropa y suplicaron reiteradamente clemencia al comandante castellano. Al final, este les impuso un pago de "diez mil coronas para repartir a la gente darmas" y un tributo anual (esto último más bien simbólico, dada la dificultad de su cobro), y abandonó Jersey con destino a Brest. Allá pagó a los hombres, de sobra satisfechos teniendo en cuenta el botín (ganado, bienes personales, armas, rehenes, etc.) saqueado por su cuenta en la isla.

El regreso a Castilla

Reclamado Pero Niño desde Castilla, tras una accidentada singladura a causa de los temporales regresa de Francia desembarcando en Santander. Pasa una temporada en Valladolid y se traslada a la corte de Madrid donde es recibido como un héroe, siendo armado caballero por el rey Juan II.

En 1407 Niño participó en la campaña bélica que el regente Fernando de Antequera efectuó contra Granada. Se señaló en los combates de Setenil y Ronda, como recoge la Crónica de Juan II. El cumplimiento de estos deberes militares le obligó a romper su relación con Jeanne de Bellengues.

Hacia 1412 contrae de nuevo matrimonio, en la iglesia de Cigales, con Isabel Brites de Borgoña, hija de Juan de Portugal, exilado en Castilla, y de Constanza de Castilla, rica heredera con grandes propiedades en Extremadura.

Este matrimonio no contó con la aprobación del infante Fernando de Antequera, futuro rey de Aragón y regente de Castilla en ese momento, que trató de impedirlo para casarla con su tercer hijo, el infante don Enrique. Al enterarse del enlace, dio orden de que Isabel fuera recluida en el castillo de Urueña y sus bienes confiscados, mientras Pedro Niño pudo refugiarse en Bayona de Gascuña.

Tres años más tarde llega a una reconciliación con Fernando de Antequera, entregando a cambio del perdón los señoríos que eran dominios de su esposa, recibiendo del regente como compensación la villas extremeñas de Talaván y Valverde de la Vera, títulos que unieron a las heredades del valle de Buelna, así como el permiso para regresar a Castilla y vivir junto a su esposa, con la que tendría tres hijas: María, Inés y Leonor.

A partir de entonces mantiene una gran fidelidad al infante, que perduró hasta que murió siendo Fernando I de Aragón.

En 1419 es derrotada por los castellanos la Liga Hanseática, una agrupación comercial de ciudades germanas muy poderosa e influyente confirmando la supremacía española en esas aguas, que no desaparecería hasta muchos años después, con las revueltas provocadas por la reforma protestante. Esta supremacía fue lograda en gran parte gracias a las hazañas de Ambrosio Bocanegra, Fernando Sanchez de Tovar y Pero Niño. Los barcos españoles surcarían esas aguas dueños y señores de las mismas.

Por último, Don Pero Niño, a las órdenes de Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, participa en la campaña que contra el reino granadino emprende en 1431, y donde conseguirá definitivamente el ansiado titulo de Conde de Buelna, un valle que es en la merindad de Asturias de Santillana, el 30 de Mayo de 1431.

Con estos hechos, don Pedro Niño une a su biografía heroica en el mar frente a los ingleses una faceta de intrigante político cortesano que le permitiría su ascenso social al reducido círculo de la aristocracia castellana. Sin duda a todo ello contribuía su talante y el éxito personal del que hizo gala en diversas ocasiones, como el ocurrido en Valladolid con motivo de la llegada de la reina de Navarra, tía del infante don Fernando, cuando Pedro Niño participa en unas justas celebradas en la calle de la Cascajera en las que de nuevo se distinguió por su brío y pujanza.

Al enviudar de Beatriz contrae nuevo matrimonio con Juana de Estúñiga con la intención de tener un heredero varón, pero muere en Cigales en febrero de 1453. Según su deseo, fue enterrado en el coro de la iglesia de Santiago de este municipio.

Don Pero Niño, Almirante de Castilla.

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Historia: Pero Niño, el pirata castellano que doblegó a los ingleses
 
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Volvemos después del cambio de foro y parece que algunas fotos se han borrado. A ver si se arregla...

70) Francisco Díaz Pimienta, una figura relevante

Francisco Díaz Pimienta fue un oficial naval español que desempeñó el empleo de capitán, almirante, y finalmente capitán General de la Flota Océano, formando parte del Consejo Real de Guerra. Fue además designado gobernador de Menorca, virrey de Sicilia y caballero de la Orden de Santiago.

Orígenes

Una vez terminada la conquista de las islas Canarias por los españoles, Francia y Portugal se convertirían en los países que primeramente colonizarían el archipiélago junto con la nación conquistadora. En este sentido, la extensa permanencia y vecindad del matrimonio Diego Díaz Pimienta y Mayor Franco, naturales de Cuba (Portugal), resulta acreditada por el historiador y diputado general de Canarias en la Corte José Vandewalle y Cervellón, y el cronista Juan Núñez de la Peña, quien consigna la vecindad de los mismos en Puntallana, perteneciente a la isla de San Miguel de la Palma. En igual sentido se expresa un antiguo nobiliario de la casa de Mesa y Ponte, donde consta que Cuba en Portugal era el pueblo de la naturaleza de dicho Diego.

Tuvo este matrimonio de origen portugués vecino de Puntallana, tres hijos; Francisco, Pedro y Felipa Díaz Pimienta y Franco. El primero de ellos, Francisco Díaz Pimienta y Franco, devendría padre del capitán general del mismo nombre.


Juventud

Infancia en Garachico y estudios en Sevilla

De niño se criaría algunos años en Garachico, isla de Tenerife, en casa de unos tíos, coincidiendo con el período de auge del puerto de esta localidad por ser el de principal movimiento de la isla. En este sentido, el mismo Almirante hace una revelación en su testamento al legar una lámpara para que ardiera después de su fin:
«en la mayor de la iglesia del Monasterio que en Garachico de la Isla Tenerife, que es otra de las de Canarias fundaron los
señores Pedro Diaz Pimienta y Dª. María Román, mi mui amados Tíos, que me criaron algunos años con amor y
afecto de padres»
Posteriormente partiría a Sevilla para profundizar en sus estudios académicos, a los que se aplicó con gran interés. Crónicas de "El Ramillete" durante aquellos años, donde como sabemos se insertaron brevísimas noticias del Almirante, se referiría a la vida estudiantil del mismo declarando que á los 14 años traducía del latín obras de Tito Livio y Quinto Curcio con facilidad pasmosa. El testamento del Capitán expresa que su hijo se hallaba en Sevilla el año 1610, estudiando la carrera eclesiástica, y siendo la fecha ya indicada de su nacimiento 1594, queda testimoniada su presencia en la ciudad al menos hasta los, muy probablemente, 16 años. Refiere también El Ramillete que el joven Díaz Pimienta pidió con insistencia se le destinara a la marina de guerra y se enviase a Cartagena, no sin haberse antes perfeccionado en las matemáticas, las cuales acabó de repasar en aquella población. Contemporáneos y compañeros suyos en Sevilla declararán documentalmente que, a la fin de su padre, abandonaría la carrera eclesiástica, casándose en esta misma ciudad.


Ingreso en Cartagena y destino a Flandes

Gracias a la libertad de acción facilitada por la fin de su padre, Francisco Díaz Pimienta se traslada a Cartagena e ingresa en la armada, con una categoría equivalente a la del moderno guardia marina. En 1610, posible año de su ingreso, o en los dos sucesivos, es probable que el recién reclutado miembro de la Armada fuera destinado a Flandes; siguiendo el relato publicado en El Ramillete, Díaz Pimienta pediría, una vez ingresado en la marina, ser destinado a Flandes, haciendo en estas costas su primera campaña:

«Un acto de valor y de humanidad le valió el empleo de alférez. Parece que corriendo una terrible tormenta el comandante de su buque cayó al agua arrrancado del alcázar de popa por las furiosas olas del mar, y el joven guardia marina, despreciando el peligro y desafiando el embravecidio oleaje, se arrojó al agua y logró salvar de segura fin a su desventurado jefe cuando ya iba a sumergirse, menteniéndose con él aferrado a uno de los toneles que la tripulación desesperada arrojaba al mar, dando tiempo a que llegasen algunos botes en su auxilio.»

Estancia en Las Indias

Constructor de barcos en La Habana

José Wangüemert y Poggio, olvidando establecer la fuente en donde se halla el texto original en su tratado sobre la figura del almirante, reporta la siguiente declaración de Francisco Díaz Pimienta (hijo):

«porque mi fin no de ocasión a que mis herederos paguen lo que no debo, declaro y advierto a mis albaceas que saliendo por la varra de Sant-Lucar un Galeón mío mando Sant-Francisco de Padua el año de seiscientos y veinte y uno, sirviendo de Galeón de plata debajo de asiento que hice con la Administración de la abería de la Armada [...], y por que el dicho Galeón se perdió saliendo por la varra en que Yo pedí lo que me había costado, y el dinero que en su apresto havía gastado [...], advierto lo que contrataron conmigo, por que si bolbieren a intentar la cobranza, no se balgan de la consecuencia de los otros contratos, antes por mi parte se puede alegar que en el que después hice para fabricar los dos Galeones, la Concepción y Santa Theresa en la Hav.ª contraté esta condición de riesgo en la misma conformidad de haver de ser por cuenta de su Magestad en la parte de el segundo.»
Por otra parte, en el documento titulado "Asiento de los dos galeones que el capitán Francisco Díaz Pimienta hizo en la Habana el año 1625 para servir en la Armada de Indias", puede comprobarse como, ya en el citado año, Díaz Pimienta ostentaba la condición de capitán y reputado fabricante de naves, armonizándose lo dicho con este nuevo contrato de dos galeones, que habrían de fabricarse para servir en la armada de Indias, hecho que evidencia la importancia que merecía al Estado, confiando en él para la dirección de empresas de esta índole.

Según el mismo testimonio, Díaz Pimienta sería dueño de un navío de 200 toneladas, que fabricó en el puerto de la Habana, denominado Nuestra Señora de Aguas Santas.

El asiento tiene la fecha de 8 de febrero de 1625 otorgado en Madrid, y figurando como vecino de Sevilla Francisco Díaz Pimienta, población por él ya conocida y centro importantísimo para la marina, residiendo en el Consejo de Indias y el Presidente y jueces oficiales de la Casa de Contratación.


Almirantazgo y otros hechos

El Gobierno confió a Díaz Pimienta el encargo de perseguir a los filibusteros que asolaban casi toda la América española. Cuando Pimienta recibió la petición se encontraba en La Habana, aprestó tres naves y embarcó hacia Santo Domingo con el objetivo de destruir el establecimiento de los forbanes en la Isla de la Tortuga; así fue anunciado al gobernador de la isla. Sin embargo, fueron tantas las dificultades que este funcionario opuso al proyecto que, avisados los piratas, tuvieron tiempo de poner a salvo su botín, quedando abortada entonces la misión del capitán Pimienta.

Durante el año 1632 no salieron flotas de la península en dirección a Nueva España.7 El Consejo de Indias cordó que la escuadra de galeones no se concretase sólo a escoltar, sino que aprovechando el viaje, deshiciera algunas de las guaridas, empezando por la Isla de San Martín, desde donde hacían gran daño los corsarios. En Cádiz se juntaron las escuadras de Lope de Hoces, y de Nicolás de Masibradi, a la del Marqués de Cedereyto, general en jefe, reforzándolas con cuatro urcas suecas. Pusiéronse a la vela el 12 de mayo de 1633, formando un total de 55 navíos, yendo en los 24 de guerra una pléyade de marinos como en las flotas de Nueva España, Tierra Firme y Honduras, agregados de generales y almirantes, al Estado Mayor Carlos de Ibarra, Miguel de Rediez, Francisco Díaz Pimienta, Juan de Vega Barzán, Luis Fernández de Córdoba o Luis de Aguilar. Como novedad, acompañaban a la escuadra cinco barcos luengos faleados de reciente invención, que se gobernaban a remo y vela. Se propuso por parte de los españoles la rendición y entrega del fuerte, con parlamento, encargándose de ello Arias Montano, nombrado gobernador de Arcaya, y el ayudante Candelas, conocedor de la lengua flamenca. El gobernador del fuerte recibió la embajada; sin embargo, les manifestaría su decisión de defender sus deberes militares hasta el final. El 1º de julio, se arboló bandera blanca en el fuerte, enviándose tambor con proposiciones ventajosas. Quedaban por entonces vivos 62 holandeses y 15 neցros, junto con el jefe del fortín, en grave estado. El Consejo acordó conservar la fortaleza, abriéndose un canal de comunicaciones entre las dos puertas de la isla, además de artillarla mejor y agregar una guarnición de 250 soldados a las órdenes del capitán Cebrián Lizarazu, caballero de Santiago.

Cabe destacar la expedición siguiente, cuya dirección fue otorgada a Fernando Mascarenhas, conde de la Torre, como capitán general del mar Océano. Las escuadras de Portugal y Castilla salieron de Lisboa, ascendiendo las dos a 42 velas, 23 de la primera, mandada por Francisco Melo de Castro y Cosme de Couto Barbosa, almirante, y 18 de Castilla, dirigidas por Juan de Vega Bazán y el almirante Francisco Díaz Pimienta, con 5.000 hombres de infantería. Sufrió esta armada una fuerte epidemia que costó la vida a 3.000 tripulantes, al arribar a las islas de Cabo Verde, y llegando a Bahía de Todos los Santos, debilitada por este accidente. Los holandeses, con 36 navíos a las órdenes del almirante Loos, salieron al encuentro, abriéndose batalla entre Tamaracé y Goiana el 12 de enero de 1640. En los días siguientes se renovó la acción frente a Parayva; sin embargo, el enfrentamiento más importante se daría a la altura de Río Grande, durante todo un día. Los holandeses se mantendrían en la distancia haciendo uso de la artillería, y tras pequeños contratiempos por ambas partes, acabaría alejándose de la escuadra española en Arrecife.

En el año de 1641 se encontraba con su escuadra en la Habana, se le comunicó que los ingleses habían tomado las islas de Santa Catalina ó Providencia y Engracia, por lo que alistó rápidamente la escuadra de su mando que seguía siendo la del Mar Océano. Puso rumbo a las islas llevando tropas del ejército, las cuales desembarcaron con el apoyo de fuego de los galeones y tras un feroz pero glorioso combate los arrojó de ellas. Por esta razón el monarca don Felipe IV, en agradecimiento por este triunfo le otorgó el hábito de Santiago.

En el año de 1652 puso rumbo a las aguas del Rosellón para cruzar con su escuadra, entre éstas y la ciudad Condal, en la que estando dándole sitio, encontró la fin en uno de los ataques. La revuelta es conocida como de Els Segadors. Se cree que está enterrado en la iglesia de San Andrés de Palomar lugar original donde surgió la revuelta soberanista.

Dejó escrita una relación del más famoso de sus hechos de armas, con el siguiente título: " Relación del suceso que tuvo en la isla de Santa Catalina o la Providencia el almirante Francisco Diaz Pimienta, en que se da cuenta de como la tomó á los enemigos, echándolos de ella, y de la estimación de los despojos y número de prisioneros". Fue publicado en Madrid en el año de 1642.

Francisco Díaz Pimienta, general y almirante de la Armada, tuvo además los títulos de consejero de guerra de Su Majestad y Señor de la Villa de Puerto Real.

En la parroquia matriz de Los Remedios, en Los Llanos de Aridane, existe una lápida, muy antigua, colocada en el baptisterio, que dice:“Aquí fue bautizado don Francisco Díaz Pimienta.- General y almirante de la Real Armada de Indias.- Caballero del Hábito de Santiago.- Marqués de Villarreal de Burriel. Que feneció gloriosamente sus días en el sitio de Barcelona y año del Señor 1652″.

Su nombre, querido y respetado por los suyos, fue temido de las demás naciones de Europa, porque el Pabellón de Castilla ondeó siempre con gloria en el mástil de su buque. No hubo combate naval ni hecho alguno de armas en su tiempo, en los que nuestro General-Almirante no tomara parte activa y saliera vencedor; pero desgraciadamente en 1652, en aquel tenáz y sangriento sitio de catorce meses que sufrió Barcelona, una bala de arcabúz, hiriéndole en el pecho, le quitó la vida antes que la plaza se sometiera, cuya batalla se ganó al fin, no por la fuerza de las armas, sino por el respeto y admiración que inspiraba á todos la persona de Díaz Pimienta. Y decimos que bastó el nombre del General-Almirante para que la capital del principado se sometiera, porque la noticia de su fin, noticia que causó honda pena á los rebeldes que defendían la plaza, no trascendió al público hasta después de rendida ésta.

Dos héroes palmeros. Francisco Díaz Pimienta, hijo. (II)

Francisco Díaz Pimienta, una figura relevante
 
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71) Diego García de Moguer, el explorador que da nombre a una isla

Diego García de Moguer (Moguer, 1484 - océano Índico, 1544), marino y descubridor español, que también estuvo al servicio de los portugueses.

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Participó en la expedición de Magallanes y Elcano que dio la primera vuelta al mundo entre 1519 y 1522.

El 15 de enero de 1526 zarpó desde La Coruña al mando de una expedición de tres naves, financiada por comerciantes para buscar la ruta de las especias, siguiendo la derrota de Elcano y pasando por el Estrecho de Magallanes. En el camino, en febrero de 1528, se detuvo a explorar la zona del Río de la Plata. Navegando en abril por el Río Paraná, encontró de improviso el fuerte Sancti Spiritu.

Sorprendido e indignado, ordenó al capitán Caro (designado por Sebastián Gaboto), que abandonase el lugar, ya que esa era conquista que solo a él le pertenecía por haber sido designado por España para explorar esas tierras. Pero vencido por los ruegos de Caro y su gente para que fuese en auxilio de Gaboto, García siguió aguas arriba y entre lo que hoy día son las localidades de Goya y Bella Vista se encontró con el piloto veneciano, quien le obligó a cooperar en la búsqueda de la Sierra de la Plata, y juntos exploraron el río Pilcomayo, para seguir después hacia el estrecho.

A todo esto, en Sancti Spiritu, los españoles descuidaron la defensa del fuerte, y en septiembre de 1529, antes del amanecer, los indígenas tomaron por asalto la fortaleza. Sebastián Gaboto y Diego García de Moguer se encontraban en ese tiempo en el asentamiento de San Salvador, preparando hombres y embarcaciones, y no sabían nada de lo que se estaba desarrollando en Sancti Spiritu, hasta que vieron llegar a Gregorio Caro con los supervivientes, y la terrible noticia de la destrucción del fuerte.

Inmediatamente Gaboto y García se dirigieron al fuerte intentando rescatar a sus hombres. En los alrededores de Sancti Spiritu hallaron algunos cadáveres completamente mutilados; los bergantines defondados y hundidos, los almacenes saqueados e incendiados. Solo dos cañones quedaron como testigos de la primera fortaleza que se levantó en tierra argentina.

El 24 de agosto de 1534 viajó de nuevo en la carabela Concepción hacia el territorio del Río de la Plata, pasó por la isla de Santiago de Cabo Verde, luego al Brasil, donde ascendió el estuario del Plata de los ríos Uruguay y Paraná y se convirtió en uno de los primeros vecinos del primigenio asentamiento de Santa María del Buen Aire (la actual ciudad de Buenos Aires) fundada por Pedro de Mendoza, y posteriormente regresó a España.

En una posterior exploración portuguesa en 1544, descubrió (o redescubrió) el archipiélago Chagos. La mayor de las islas, Diego García, puede haber recibido su nombre, aunque también puede derivar de una tras*literación europea y británica, ya que en los mapas antiguos también se llamaba isla de Don Gracia (o Don Garcia de Noronha) y Deo Gracias.

La isla Diego García es un atolón del Archipiélago de Chagos, situado en el Territorio Británico del Océano Índico (BIOT), un Territorio Británico de Ultramar. La isla alberga una base militar estadounidense. Las instalaciones incluyen un aeropuerto, hangares, áreas técnicas, viviendas y otras infraestructuras civiles y un puerto de aguas profundas.

Murió en el viaje de regreso en medio del océano Índico, frente a las costas sudafricanas.

Diego García de Moguer | Real Academia de la Historia

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72) Baltasar Hidalgo de Cisneros y de la Torre, héroe de Trafalgar y virrey del Río de la Plata

Baltasar Hidalgo de Cisneros y de la Torre (Cartagena, España, 6 de enero de 1756 - ib., 9 de junio de 1829) era un marino y administrador colonial español que llegó al grado de almirante y que fue el último virrey del Río de la Plata con poder efectivo sobre todo el territorio rioplatense ya que Francisco Javier de Elío, designado como su sucesor por el Consejo de Regencia, solo pudo ejercer su autoridad sobre algunos territorios, principalmente en la gobernación de Montevideo.

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Origen familiar y primeros años

Baltasar Hidalgo de Cisneros nació en el año 1755, en la casa en que residían sus padres y hermanas, ubicada en la cartagenera calle de la Caridad, siendo bautizado días después en la parroquia de Santa María de Gracia. Sus padres eran Francisco Hidalgo de Cisneros y Seijas, teniente general de la Real Armada, y Manuela de la Torre y Gofre. A pesar de que los Hidalgo de Cisneros tenían una larga tradición de servicio militar en la caballería, Baltasar siguió desde muy joven la carrera naval, ingresando el 3 de marzo de 1770 en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz.

Carrera militar en España

En 1780, al mando de la balandra Flecha, Baltasar Hidalgo de Cisneros capturó dos buques corsarios británicos, el Rodney y el Nimbre. Al año siguiente y al mando de la fragata Santa Bárbara capturó otros cuatro corsarios de la misma nacionalidad. Durante los años siguientes participó de la expedición militar española a Argel y fue ascendido al grado de brigadier, participando en la defensa de Cádiz contra el bloqueo inglés. Fue destinado al Estado Mayor de la Real Armada, pero en los últimos días de 1804 decidió incorporarse a la escuadra que se uniría en Cádiz a la flota francesa para la batalla decisiva contra Gran Bretaña.

En 1805 combatió contra los ingleses en la batalla de Trafalgar, resultando ser uno de los marinos españoles más destacados que participaron en ella. Ostentaba además el rango de general y Jefe de escuadra y enarboló su insignia en el navío Santísima Trinidad, que era el barco mayor de todos los que tomaron parte en la batalla y que protagonizó uno de los episodios más intensos. En dicha batalla desarrolló cierto grado de sordera por el golpe recibido al caerle encima el palo mayor de su buque.

La de Trafalgar fue su última acción naval. Asumió el mando del puerto de Cartagena y participó en la resistencia contra la oleada turística napoleónica de su país. Fue vicepresidente de la Junta de Cartagena, presidente de la Junta de Guerra y capitán general del Departamento Naval de Cartagena, uno de los más importantes puertos militares de España.

Virrey del Río de la Plata

La Junta Suprema de Sevilla nombró a Baltasar Hidalgo de Cisneros virrey del Río de la Plata en 1809, en reemplazo de Santiago de Liniers. Su misión principal era recomponer la autoridad virreinal, erosionada por las desavenencias entre su antecesor, Santiago de Liniers (sospechoso de deslealtad a España por su origen francés) y el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, quien había creado una Junta de Gobierno local.

Al llegar Cisneros a Montevideo, a mediados de julio de 1809, Elío aceptó la autoridad del nuevo virrey y disolvió la Junta, siendo nombrado inspector de armas del Virreinato. En Buenos Aires había dos partidos opositores: los juntistas locales, dirigidos por Martín de Álzaga, estaban en decadencia tras la derrota de la asonada del pasado 1 de enero. No obstante, eran mejor vistos en España, por lo que Cisneros se congració con estos al no desautorizar a Elío e indultar a los responsables de la asonada. El otro partido, el carlotismo, intentaba establecer la regencia de Carlota Joaquina de Borbón en el Río de la Plata y cuestionaba la autoridad de la Junta Suprema y —por consiguiente— la de Cisneros. Este evitó los ataques carlotistas exigiendo y logrando el traspaso del mando fuera de la capital, en Colonia.

Ocupó finalmente su cargo en Buenos Aires, donde intentó aplacar las conspiraciones y fortalecer su poder: aunque se vio obligado a enviar a Elío a España, logró rearmar las milicias españolas disueltas tras la asonada de Álzaga, con lo que la crisis política estaba momentáneamente resuelta.

Pero Cisneros asumió su cargo en un momento que era también de crisis económica: con la derrota de la flota española por la Marina Real británica, el comercio con las colonias se paralizó al no poder enviar barcos a estas. Aunque España posteriormente estableció una alianza con Gran Bretaña, no podía comerciar con ella debido al secular monopolio español del comercio con sus colonias.

Cisneros autorizó entonces el libre comercio con Gran Bretaña, pero esto generó quejas de los comerciantes más poderosos que obtenían grandes ganancias con el contrabando. Para no perder su apoyo, anuló el decreto de libre comercio que había dictado. Esto causó, a su vez, quejas de los comerciantes ingleses, quienes reclamaban que —en tanto que aliados de España contra Napoleón— no deberían ser perjudicados. Para quedar en buenos términos con ambos, dio una prórroga de cuatro meses al libre comercio para que los ingleses pudieran finalizar sus asuntos.

Durante 1809 ocurrieron dos revoluciones en el Alto Perú, la actual Bolivia, que dependía del Virreinato del Río de la Plata: el 25 de mayo estalló la Revolución de Chuquisaca y el 16 de julio otra en La Paz. En ambas ciudades se formaron juntas de gobierno por la ausencia del rey español. Cisneros envió en su contra un ejército al mando del general Vicente Nieto, que logró un éxito incruento en Chuquisaca. El alzamiento de La Paz, en cambio, fue aplastado por tropas enviadas desde el Virreinato del Perú, siendo sus dirigentes condenados a fin. En Buenos Aires, la represión aumentó el resentimiento de los revolucionarios porteños: Domingo French y Antonio Luis Beruti criticaban que los alzamientos altoperuanos —dirigidos por criollos españoles— fueran reprimidos con la pena capital, mientras los alzamientos contra Liniers— dirigidos por españoles peninsulares — acabaran en indultos.

Al llegar el 13 de mayo de 1810, un barco con noticias de España, que incluían el sometimiento de la corona española y la Junta de Sevilla a las fuerzas de Napoleón Bonaparte, Cisneros intentó incautar los periódicos traídos para que la noticia no se supiera. No obstante, uno de esos periódicos llegó a manos de Manuel Belgrano y Juan José Castelli, quienes difundieron la noticia. Cisneros se vio obligado a proclamarla oficialmente el 18 de mayo.

Revolución de Mayo

La Revolución de Mayo, que se produjo temporalmente entre el 18 y el 25 de mayo de 1810, se inició con la confirmación de la caída de la Junta de Sevilla y desembocó en la destitución de Baltasar Hidalgo de Cisneros como virrey del Río de la Plata y la asunción de la Primera Junta.

Castelli y Martín Rodríguez se presentaron el 20 de mayo y le demandaron a Cisneros la celebración de un Cabildo abierto para decidir el destino del gobierno de la colonia. El mismo se realizó dos días después, el 22 de mayo. En este se decidió la formación de una Junta de Gobierno. El día 24, el cabildo de Buenos Aires nombró una Junta, de la cual Cisneros fue nombrado presidente. Sin embargo, mucha gente rechazaba su permanencia en el cargo. Cornelio Saavedra afirmó que esa maniobra no se sostendría: la gente se rebelaría de todas formas, y los soldados desertarían de sus puestos. En consecuencia, la Junta fue disuelta.

Durante la mañana del 25 de mayo una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza Mayor, actual Plaza de Mayo, liderados por los milicianos de Domingo French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de una Junta de gobierno. Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando al grito de "¡El pueblo quiere saber de qué se trata!"

Cisneros seguía resistiéndose a dimitir y tras mucho esfuerzo, los capitulares lograron que ratificara y formalizara los términos de su renuncia, abandonando pretensiones de mantenerse en el gobierno. Esto, sin embargo, resultó insuficiente, ya que los representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo había resuelto reasumir la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22, exigiendo la formación de una Junta. Además, se disponía el envío de una expedición de 500 hombres para auxiliar a las provincias interiores.
Pronto llegó a la sala capitular la renuncia de Cisneros, tras lo cual se procedió a designar a la Primera Junta. El mismo 25 de mayo Cisneros despachó a José Melchor Lavín rumbo a Córdoba para advertir a Santiago de Liniers y pedirle que emprendiera acciones militares contra la Junta.

El 15 de junio los miembros de la Real Audiencia juraron fidelidad en secreto al Consejo de Regencia y enviaron circulares a las ciudades del interior, llamando a desoír al nuevo gobierno. Para detener sus maniobras, la Primera Junta convocó a todos los miembros de la audiencia, al obispo Lué y Riega y al antiguo virrey Cisneros, y con el argumento de que sus vidas corrían peligro fueron embarcados en el buque británico HMS Dart. Su capitán, Marcos Bayfield, recibió instrucciones de Larrea de no detenerse en ningún puerto americano y de trasladar a todos los embarcados a las Islas Canarias.

Retorno a Europa

Al llegar a las Canarias, el destituido virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros informó al Consejo de la Regencia sobre los hechos ocurridos en Buenos Aires, y solicitó unos meses de licencia por enfermedad. Tras reunirse allí con su familia venida de Buenos Aires partió para Cádiz en julio de 1811.

En enero de 1813 fue nombrado comandante general del departamento de Cádiz y poco después recibió el ascenso al grado de capitán general. El 14 de septiembre de 1818 fue nombrado ministro de Marina y en diciembre del mismo año director general de la Armada, con orden que desempeñase en comisión la capitanía general de Cádiz y se encargase de los preparativos de la expedición hacia América que preparaba el conde de La Bisbal.

Sin embargo, en 1820 triunfó la revuelta de los constitucionales y Cisneros fue apresado y llevado al arsenal de la Carraca, permaneciendo en esa situación hasta que el rey juró la Constitución de 1812. Prescindiendo de opiniones políticas, el gobierno reconoció sus méritos y le concedió los honores del consejo de Estado y su cuartel en el departamento de Cartagena, de donde fue nombrado capitán general el 6 de noviembre de 1823.

Matrimonio y descendencia

En lo personal, Baltasar Hidalgo de Cisneros casó en Cartagena el 23 de 1788 con Inés de Gastambide, con la que tuvo a José María, Baltasar, Esteban y Francisco, todos militares. Un tataranieto suyo fue el también militar Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la Fuerza Aérea Republicana durante la Guerra Civil Española.

Último cargo burocrático y fallecimiento

Con la llegada del Trienio Liberal Baltasar Hidalgo de Cisneros fue cesado de todos sus cargos y volvió a Cartagena. En 1823, al restablecerse el gobierno absolutista de Fernando VII, se le nombró capitán general de Cartagena y falleció en el cargo seis años después, el 9 de junio de 1829

Biografía de don Baltasar Hidalgo de Cisneros.

Hidalgo de Cisneros y de la Torre, Baltasar Biografia - Todoavante.es
 
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73) Francisco de Cuéllar, naúfrago de la Felicísima Armada

Francisco de Cuéllar ( siglo XVI) fue un capitán español. Formó parte de la Armada Invencible en 1588 y naufragó en la costa de Irlanda. Escribió un notable relato sobre su experiencia en la flota y su recorrido por Irlanda.

La vida de Cuéllar antes de la jornada de Inglaterra

Desconocemos la fecha de nacimiento del capitán Francisco de Cuéllar, si bien podría estar en torno a 1563, ya que en su narración afirma que sirvió desde que tuvo edad para ello. Respecto a su lugar de nacimiento, no existe certeza sobre en qué punto de la geografía castellana se produjo.

Todo indica que se alista en el ejército que va a invadir Portugal en 1581 -siguiendo su narración y las hojas de servicios descubiertas por Rafael Girón- y participa en toda la anexión del reino vecino. Acto seguido se va a embarcar con Diego Flores Valdés en su expedición al Magallanes, siendo capitán de infantería española en la fragata Santa Catalina. Esta expedición durará hasta 1584 y llevará a Cuéllar al fuerte de Paraíba en Brasil, para desalojar a los colonos franceses que se habían apoderado de la región.

Tras regresar de Indias, Cuéllar va a participar en la expedición a las Azores bajo el mando del marqués de Santa Cruz. Aparece cierta referencia en la narración "El hacerme este bien nació del francés, que había sido soldado en la Tercera, que le pesó harto verme hacer tanto mal".

Armada Invencible

La Armada Invencible sufrió terribles pérdidas en las tormentas que se produjeron en otoño de 1588. Cuéllar era capitán del San Pedro, un galeón del escuadrón de Castilla, cuando este barco rompió la formación de la Armada en el Mar del Norte. Fue condenado a morir en la horca por desobediencia por el General Francisco de Bobadilla. Enviaron a Cuéllar al galeón San Juan de Sicilia, para que el Auditor General Martín de Aranda ejecutase la sentencia

Naufragio


Mapa de la ruta seguida por los navíos de la "Armada Invencible".

La sentencia de fin no se ejecutó y Cuéllar permaneció a bordo hasta que el galeón - que formaba parte del escuadrón Levante, que sufrió numerosas bajas (con menos de 400 supervivientes de los 4.000 que zarparon) - se ancló cerca de la costa de Irlanda, a una milla de Streedagh Strand en el actual Condado de Sligo, en compañía de otros dos galeones. Al quinto día de estar anclados, los tres barcos fueron arrastrados hacia la costa y destrozados en pedazos. De la tripulación de los tres barcos (1.000 hombres) 300 sobrevivieron.

Los habitantes locales agredieron, robaron y desnudaron a los que llegaron a la costa, pero Cuéllar que se había agarrado a una tabla, consiguió llegar a la orilla sin ser visto y se escondió entre la maleza. Su estado era muy malo, y pronto se unió a él otro superviviente, desnudo, que pronto murió. Cuéllar siguió deambulando perdiendo a veces la consciencia. En un momento él y su acompañante fueron descubiertos por dos hombres armados, que los cubrieron para dirigirse al pillaje en la orilla. En otro momento vio a 200 jinetes cabalgando por la playa.

Cuéllar se arrastró y vio 800 cadáveres esparcidos en la arena, de los que los cuervos y perros salvajes se alimentaban. Se dirigió a la Abadía de Staad, una pequeña iglesia que había sido incendiada por las autoridades inglesas y cuyos monjes había escapado: vio a doce españoles colgando de ganchos atados a las barras de hierro de las ventanas que quedaban en las ruinas de la iglesia. Una mujer de la zona le recomendó que se alejara del camino, después se encontró con dos soldados españoles, desnudos, que le informaron de que los soldados ingleses habían apiolado a los 100 españoles que habían caído en sus manos.

Juntos se acercaron a la playa y vieron cuatrocientos cadáveres en la arena. Se detuvieron para enterrar los cadáveres de dos oficiales cuando cuatro locales se les acercaron con la intención de tomar lo que quedaba de las ropas de Cuéllar. Otro les ordenó que los dejaran en paz y condujo a los españoles a su poblado. Caminaron descalzos con el frío, por un bosque donde encontraron a dos jóvenes que viajaban con un viejo y una joven: los jóvenes atacaron a Cuéllar, que recibió una cuchillada en una pierna antes de que el viejo interviniese.

Le quitaron su ropa, una cadena de oro por valor de mil ducados y cuarenta y cinco coronas de oro. La mujer se aseguró de que le devolvieran su ropa y tomó un pequeño cofre que contenía reliquias, que se colgó al cuello antes de partir. Un muchacho le ayudó a curar sus heridas y le trajo comida.

Cuéllar siguió el consejo del muchacho de no acercarse al poblado, y se mantuvo comiendo bayas y berros. Fue atacado de nuevo por otro grupo de hombres que le dieron una paliza y le quitaron su ropa. Se cubrió con un faldón de helechos y ramas. Llegó a una población desierta donde encontró a otros tres españoles. Tras pasar algún tiempo en este lugar, encontraron a un joven que hablaba latín y que los condujo al territorio del señor Brian O'Rourke en el actual Condado de Leitrim.

La tierra de O'Rourke's

En tierras de O'Rourke se encontraban seguros. En un pueblo se refugiaban setenta españoles. Cuellar se dirigió al norte con un grupo en busca de un barco español anclado, pero el barco había partido. Volvieron a la tierra de O'Rourke, donde la esposa del señor fue su anfitriona.

Cuéllar observó la sociedad, percibiendo que esas gentes vivían de modo salvaje, pero que eran amistosos y seguían los usos de la Iglesia. Escribió que, de no haber sido por su hospitalidad, él y sus compañeros no habrían sobrevivido. Concluyó que en esas tierras no había justicia ni derecho, ya que todo el mundo hacía lo que quería (Kilfeather, p.83).

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La ruta de Francisco de Cuéllar

El sitio de Rosclogher

En noviembre de 1588, Cuéllar se desplazó al territorio de Maglana (MacClancy) con otros ocho españoles. Permaneció en uno de los castillos del señor - probablemente en Rosclogher en la orilla sur del lago Melvin. Les llegaron nuevas de que los ingleses habían enviado mil setecientos soldados contra ellos. En respuesta el señor optó por huir a las montañas, mientras que los españoles defendían el castillo. Disponían de dieciocho armas de fuego - mosquetes y arcabuces - y consideraron que el castillo era inexpugnable, debido a su ubicación en tierras que evitaban el uso de artillería.

Los ingleses llegaron al mando del hermano de Richard Bingham, gobernador de Connacht. El sitio duró diecisiete días. En ese tiempo no pudieron cruzar el difícil terreno y tal y como relata Cuéllar, tras ver rechazada su oferta de salvoconducto a España, ahorcaron a dos españoles a la vista del castillo para aterrorizar a sus defensores. Los ingleses se vieron forzados a levantar el sitio a causa del mal tiempo.
MacClancy regresó con regalos para los defensores, incluida la oferta a Cuéllar de la mano de su hermana, que Cuéllar declinó. En contra del criterio del jefe, los españoles dejaron estas tierras diez días antes de Navidad, dirigiéndose al norte. Encontraron que el obispo de Derry, Redmond O'Gallagher, tenía otros doce españoles a su cargo, a los que intentaba ayudar a llegar a Escocia.

Huida

Tras seis días, Cuéllar y los otros diecisiete zarparon hacia Escocia. Dos días después alcanzaron las Hébridas y poco después la costa escocesa. Cuéllar permaneció en Escocia seis meses, hasta que los esfuerzos del Duque de Parma le obtuvieron pasaje para Flandes. Los holandeses esperaban en la costa y el barco de Cuéllar naufragó y muchos de los supervivientes se ahogaron o los mataron tras capturarlos. De nuevo se encontró en una situación similar a la que había vivido en Irlanda, cuando entró en la ciudad de Dunquerque con sólo su camisa. Escribió el relato de su experiencia y continuó en Flandes algunos años más.

O'Rourke fue colgado en Londres por traición en 1590; entre las acusaciones que se le hicieron estaba la de socorrer a los supervivientes de la Armada. MacClancy fue capturado por el hermano de Bingham en 1590 y decapitado.

La vida de Cuéllar después de la jornada de Inglaterra

El capitán Cuéllar servirá en el ejército de Felipe II a las órdenes de Alejandro Farnesio, el conde de Fuentes y Mansfeld durante los años siguientes. Entre 1589 y 1598 participa en el Socorro de París, las empresas de Laón, Corbel, Capela, Châtelet, Dourlens, Cambrai, Calais, Ardres y el sitio de Hults. Entre 1599 y 1600 estará bajo mando del duque de Saboya en la guerra de Piamonte. En 1600 pasará a Nápoles junto al virrey Fernando Ruiz de Castro, conde de Lemos.

En 1601 será nombrado capitán de infantería en uno de los galeones con destino a las islas de Barlovento (Antillas), si bien hasta 1602 no embarcará hacia Indias con la flota de galeones de don Luis Fernández de Córdova.

Parece que estas fueron las últimas campañas militares del capitán. Entre 1603 y 1606 residirá en Madrid a la espera de nuevos destinos. Es posible que volviera a pasar a América en 1607.

Nada se sabe del lugar de fallecimiento del capitán Cuéllar o si tuvo descendencia.

AMPLIACIÓN:

El capitán Francisco de Cuéllar y su ruta irlandesa. | Armada Invencible



La aventura del Capitán Francisco de Cuéllar, el cronista involuntario de la Empresa de Inglaterra

Francisco de Cuéllar: náufrago de la Felicísima Armada y héroe de España
 
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74) Roger de Lauria, un marino fiel a la Corona de Aragón

Roger I de Lauria (o de Llúria)(Lauria, Basilicata, 17 de enero de 1245-Valencia, 19 de enero de 1305) fue un marino y militar procedente del Mezzogiorno peninsular, al servicio de la Corona de Aragón.

Fue almirante de la flota de la Corona de Aragón y de Sicilia, la cual dirigió brillantemente durante todo el reinado de Pedro III el Grande de Aragón. Se le concedió el condado de Cocentaina (Alicante) como recompensa por su trayectoria militar al servicio de la Corona de Aragón.

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Biografía

Nació según fuentes alrededor de 1250, tantas o más dudas hay sobre su procedencia, según unos en Scala o Calabria, según otros en Loria o Lauria, perteneciente entonces al reino de Nápoles.

Era su padre el señor de Lauria, quien cayó muerto al servicio del rey de Sicilia, don Manfredo en la batalla de Benevento combatiendo contra Carlos de Anjou.

La progenitora de Roger de Llúria, Bella d’Amici, era una dama de Constanza de Sicilia (la futura Constanza II, 1282-1302) que formó parte del séquito que acompañó a Constanza cuando se trasladó a la Corona de Aragón para contraer matrimonio (1262) con el infante Pedro, futuro Pedro III de Aragón el Grande (1276-1285). Roger de Llúria, que marchó con su progenitora, se educó en la Corte aragonesa, donde pronto fue armado caballero y recibió territorios en el reino de Valencia.

Nombrado almirante en 1283, defendió Sicilia y los derechos de los reyes de la Corona de Aragón contra los angevinos tras las Vísperas sicilianas, derrotando a una flota francesa al mando de Carlos de Anjou en las inmediaciones de Malta. En 1284 derrotó al príncipe de Tarento (heredero del trono napolitano) en la bahía de Nápoles y realizó una espectacular campaña en Calabria. Posteriormente fue a Cataluña, a petición de Pedro III de Aragón, para hacer frente a los franceses. La victoria más destacable que obtuvo fue sobre la flota francesa de Felipe III, en la batalla de Formigues, los días 3 y 4 de septiembre de 1285. De esa forma rompió las líneas de comunicaciones de los invasores franceses en Cataluña y arruinó completamente el poder naval francés de la época. También tomó parte en la batalla del collado de las Panizas (en catalán, Coll de Panissars) en 1285. Totalmente derrotadas, las tropas francesas abandonaron ese año Cataluña.

Los triunfos del almirante de Lauria estuvieron basados en innovaciones técnicas. Los ataques no se basaban únicamente en el abordaje y el uso de la espada, sino en el empleo de espolones y de ballestas, ya fueran de mano o, en el caso de las más grandes, montadas en parapetos situados en los barcos.

Las hazañas del marino en el mar Mediterráneo fueron notables. Interpelado por el conde de Foix, emisario del rey de Francia, el cronista Bernat Desclot pone en boca Roger de Lauria (1285):

«Señor, no sólo no pienso que galera u otro bajel intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón, ni tampoco galera o leño, sino que no creo que pez alguno intente alzarse sobre el mar si no lleva un escudo con la enseña del rey de Aragón en la cola para mostrar el salvoconducto del rey aragonés.»
Cortes de Aragón: la bandera de Aragón

Al acceder Jaime II al trono de Aragón, tendría que haber cedido el trono siciliano a los angevinos con los que había firmado la paz. Sin embargo, su hermano menor Federico aceptó la corona que le habían ofrecido los sicilianos y luchó por la corona contra los angevinos y su hermano. Aunque al principio Roger apoyó a Federico, poco después se puso al servicio de Jaime. Confiscados sus territorios sicilianos y tildado de traidor, venció al infante Federico en cabo Orlando y Ponza. Firmada la Paz de Caltabellota en 1302 entre ambos hermanos, Roger se retiró a su condado en Cocentaina, donde murió.

Fue enterrado en Santes Creus, un monasterio cisterciense, al pie del sepulcro de Pedro el Grande de Aragón. También se le dedicó un monumento al final de la Rambla Nova de Tarragona, obra del escultor Feliu Ferrer Galzeran.

Lauria, Roger de Biografia - Todoavante.es

Biografia de Roger de Llúria o Lauria
 
Este hilo nunca se olvidará, porque este hilo representa la eternidad de los grandes marinos de España.

75) Blas Ruiz, el español que pudo reinar en Indochina

Aunque la epopeya -porque fue una epopeya- tuvo lugar a finales del siglo XVI, no se tuvo noticia de la misma hasta 1893, cuando el historiador y marino Cesáreo Fernández Duro publicó un artículo en el número 35 del boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid. Por esas fechas, el mundo bien informado no hablaba de otra cosa que del conflicto entre Siam y Francia.

Pocos españoles sabían entonces que hubo un tiempo en que el escenario de las tensiones -la región de Indochina– a punto había estado de ser incorporado al Imperio español. No así don Cesáreo, que hurgando en los archivos de un antiguo convento en Filipinas dio con la crónica de un fraile donde se daba cuenta de las andanzas e inquietudes de un personaje fabuloso: Blas Ruiz.

Casi nada se sabe de sus primeros años: que nació en La Calzada (Ciudad Real) y que pronto debió de verse poseído por un irrefrenable impulso de hacerse rico y ser poderoso. Primero lo intentó en América -sin éxito- y luego en Filipinas o, por precisar, en el sudeste asiático, donde por poco cambia para siempre el rumbo de la historia, si “la suerte le hubiera deparado época distinta y teatro menos lejano que el de sus proezas”, por usar palabras de González Duro.

Un consejero como botín de guerra

A Blas Ruiz lo encontramos en el reino de Camboya hacia finales del siglo XVI, donde era una suerte de consejero áulico del rey Prauncar Langara. Cómo un extranjero como él ejercía tanta y tan alta influencia en un país que no era el suyo, eso es algo que no está suficientemente documentado. Lo que sí lo está es la oleada turística de Camboya por parte del vecino reino de Siam en 1595, que trajo como consecuencia la huida de la familia real a Laos y el apresamiento, entre otros, de los cuatro extranjeros de la corte camboyana: el español Blas Ruiz y tres portugueses.

Los nuevos amos y señores de Camboya debieron de considerar muy valiosos a estos extranjeros, pues embarcó a tres -Ruiz, entre ellos- rumbo a Siam con lo más sustancioso del botín en un junco tripulado por chinos y siameses. Durante la travesía, el astuto Ruiz, que no se resignaba al cautiverio, logró convencer a los chinos de que si se deshacían de los siameses, podrían huir con el tesoro a su país, donde nunca más tendrían que preocuparse por la cosa esa del dinero, pues serían inmensamente ricos. Y así fue como, con nocturnidad y alevosía, los chinos pasaron a cuchillo a los siameses.

Con lo que no contaban los traicioneros era con que, al convencerlos de su plan, Ruiz había inoculado en ellos el bichito de la codicia. ¿Por qué compartir el botín con el resto, por muy compatriotas que fueran? Cuanto menos fuesen, a más tocarían en el reparto. Así que procedieron a degüello y sacamanos entre ellos. Muchos murieron en la refriega y los que no, estaban tan exangües que no fueron capaces de hacer frente a Ruiz y sus correligionarios, quienes se hicieron con los mandos de la nave, poniendo rumbo a Manila.

La flotilla de la orden de Santo Domingo

Fue en la capital de Filipinas donde Ruiz se reencontró con el portugués Diego Belloso, más amigo que un hermano. Ruiz y Belloso se habían conocido en Camboya, donde compartían ascendente sobre el rey Prauncar. A diferencia de Ruiz, los invasores no habían enviado a Belloso a Siam por mar, sino por tierra. Cómo logró Belloso escapar de sus captores y llegar a Manila, eso es historia aparte. Lo cierto es que enseguida uno y otro se pusieron a la labor de convencer a quien quisiera escucharles de armar una expedición para devolver el trono al rey depuesto. Si España quería aumentar su influencia en la zona, era la ocasión propicia.

Pero las autoridades competentes no parecían por la labor de embarcarse en nuevas aventuras expansionistas, siendo su prioridad la defensa del archipiélago de los jovenlandeses y los piratas. Curiosamente, quien sí prestó oídos al plan de Ruiz y Belloso fue la orden de Santo Domingo, por cuyo concurso finalmente se armó una escuadrilla formada, por “tres buques, 120 españoles, algunos japoneses cristianos y pocos indios filipinos”, tal como consignan las crónicas. Corría 1596.

De las tres naves, la de mayor porte era la comandada por Juan Juárez Gallinato, jefe de la operación. En ella viajaba el grueso de la marinería y tropa. Las otras dos naves, más pequeñas, las mandaban Ruiz y Belloso, una cada uno. Un temporal dispersó la expedición, yendo Gallinato, sus hombres y su buque a dar a las costas de Singapur. Por su parte, los protagonistas de esta historia lograron alcanzar las costas de Camboya y, remontando el río Mekong, atracar en la capital del reino.

Un reino dividido

Allí, supieron que los camboyanos se habían alzado en armas contra los invasores siameses, expulsándolos. Solo que lejos de volver el país al statu quo anterior, la familia real seguía en el exilio, el nuevo rey -Anacaparan- lo era sin consentimiento de sus pares y con el apoyo del partido chino, y el reino estaba dividido en tantas fracciones como pretendientes había al trono.

Ante tanta anarquía, Ruiz y Belloso creyeron llegada la hora de actuar. Su idea seguía siendo reponer al monarca depuesto. Incapaces de sufrir con paciencia la inacción, no esperaron la llegada de Gallinato con refuerzos. Fracasada con el usurpador la vía de la diplomacia (tampoco es que se emplearan demasiado a fondo en dialogar), unieron a los descontentos contra él, y una noche, al frente de medio centenar de hombres, “sin ser esperados ni sentidos”, tomaron al asalto el palacio real, reduciéndolo a cenizas, no sin antes pasar a cuchillo a quien se interpusiera en su camino, que del rey abajo resultaron todos. Ruiz y Belloso, en cambio, no tuvieron que lamentar una sola baja.

Cuando Gallinato finalmente arribó en Camboya, lejos de felicitar a sus subordinados, les leyó la cartilla por haber actuado sin esperar instrucciones. Menores fueron sus remilgos cuando le hicieron la cuenta del botín incautado, que enseguida ordenó subir a las naves. En sus prisas por poner rumbo a Manila, no quiso ni oír hablar de la posibilidad de que un representante del Imperio -él- fuese el árbitro de la nueva situación en Camboya. España perdía así una oportunidad de extender su influencia en la zona, que era el viejo sueño de Blas Ruiz; sueño al que ni siquiera entonces renunció.

La restauración

Ruiz y su compañero de fatigas, Belloso, emprendieron por su cuenta y riesgo -o sea, a su manera habitual- el viaje a Laos, exilio de la familia real camboyana. Una vez allí, se enteraron de que Prauncar El Viejo y sus dos hijos mayores habían fallecido. El legítimo heredero era Prauncar El Joven, un muchachito apocado, al cuidado permanente de su madrastra, su abuela y sus tías.

Contra todo pronóstico, Ruiz y Belloso convencieron a la “regencia mujeril” -así la llama Cesáreo Fernández Duro- de que abandonaran con el rey la seguridad del exilio y emprendieran la vuelta a casa, en un viaje plagado de peligros, con la sola protección de ellos dos.

No fue aquella la única demostración de diplomacia de que fueron capaces Ruiz y su leal Belloso. En su correteo por los reinos orientales, no solo sostuvieron guerras y conquistaron provincias, como corresponde a dos caudillos de los que aman el peligro, sino que obtuvieron el apoyo de caciques locales, bien en forma de soldados, bien de piezas de artillería, bien de elefantes. Por esa mezcla de arrojo y astucia, la gesta recordaba a la acometida no mucho tiempo atrás por otro español, Hernán Cortés, al que Ruiz admiraba hasta la emulación.

"Sujete a la fortuna y aliada a la victoria”

La historia, no obstante, nos dice que la aventura camboyana no tuvo un final tan glorioso como la mexica. Y eso que en su irresistible avance, Ruiz y Belloso parecían tener “sujeta a la fortuna y aliada a la victoria”; tanto, que lograron colocar en el trono a Prauncar El Joven, obteniendo a cambio únicamente una provincia en feudo, mucho menos de lo prometido. Aunque si solo hubiera sido eso…

Los mismos que en la guerra habían tenido al español y al portugués como aliados, en la paz los trocaron por enemigos a batir. ¿Qué pintaban dos extranjeros inmiscuyéndose en asuntos que no eran los de su país? Porque, no se pierda de vista, en Blas Ruiz siempre anidó el propósito patriótico de someter aquellos territorios al Imperio español. Prueba de ello son las cartas a Manila solicitando refuerzos. Pero en Manila aquella era la última de sus preocupaciones. Con todo, sus plegarias terminaron por ser atendidas. Es verdad que no en el número deseado, pero menos era nada.

Si en el pasado Blas Ruiz se las había tenido tiesas con los chinos, ahora eran los malayos -el partido mayoritario en Camboya- los que le tenían puesta la proa. A Ruiz no le quedó sino aliarse con la minoría japonesa del país, “en sostén de los intereses mutuos”. Sumando japoneses, españoles y portugueses, la cifra no alcanzaba más allá de los 100 hombres armados, nada que hacer frente a los malayos, muy superiores en número y siempre buscando las cosquillas a los hombres de Ruiz. Era cuestión de tiempo que Troya -o mejor: Camboya- ardiera.

El estallido, una provocación a un español

Que aquellos españoles pantaletados fuesen cristianos viejos no significaba que pusieran la otra mejilla con facilidad. De hecho, la guerra empezó por contestar un español a una provocación. La “regencia mujeril”, en lugar de ponerse del lado de Ruiz y Belloso, sus primeros valedores, excitaron los ánimos de todos contra ellos y sus hombres. Es una lástima que no siempre sea cierto aquello de que no puede el número, sino el ánimo.

Queda, sin embargo, el consuelo de que Ruiz y Belloso vivieron como murieron, es decir, haciendo derroche de valor y peleando contra miles de enemigos. Queda también el consuelo -¿o es acaso regodeo?- de que a la fin de tan bravos capitanes, el reino de Camboya cayera en la anarquía y el fraccionamiento.

De la escabechina, solo sobrevivió un español, Juan de Mendoza, que logró huir para contarlo. Su relato permanecería siglos criando polvo en los archivos de una misión española en el archipiélago de las Filipinas, hasta que dio con él Cesáreo Fernández Duro. Se quejaba don Cesáreo de que soldados que habían enfrentado menos peligros que Ruiz y Belloso sí tuvieran quiénes les cantaran. Así que quien quiera pasar a la posteridad que ponga un cronista en su vida. Al final, va a tener razón César Cervera: la historia no la escriben los vencedores, si no que vence quien mejor escribe la historia.

Blas Ruiz y Diego Velloso, pícaros aventureros en la corte del Imperio Jemer

Blas Ruiz, el español que pudo reinar en Indochina - Milenio

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