Hilo de grandes marinos de España

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Mención especial entonces también para el Panteón de Marinos Ilustres (San Fernando, Cádiz). Ahí descansa la flor y nata de la marina española que no están enterrados en ultramar o en el fondo del mar. La entrada es gratuita, pero es obligatorio presentar documento de identidad ya que el panteón se encuentra dentro de los cuarteles del TEAR. Visitar este panteón es un reconocimiento a esos marinos españoles que tanto hicieron por nuestra patria. Es una pena que este edificio no reciba tantas visitas como se merece.

Panteón de Marinos Ilustres
 
21) Andrés de Urdaneta, el explorador desconocido

Andrés de Urdaneta y Cerain (Ordicia,​ posiblemente en 1508​-Ciudad de México, 3 de junio de 1568) fue un militar, cosmógrafo, marino, explorador y religioso agustino español. Participó en las peligrosas expediciones de García Jofre de Loaísa y Miguel López de Legazpi, y alcanzó fama universal por descubrir y documentar la ruta a través del océano Pacífico desde Filipinas hasta Acapulco, conocida como Ruta de Urdaneta o tornaviaje.

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Juventud

Nació en la localidad guipuzcoana de Ordicia (entonces Villafranca), siendo sus padres don Juan Ochoa de Urdaneta y doña Gracia de Cerain, ambos de ilustre linaje. Juan de Urdaneta fue alcalde de Villafranca en 1511, y la progenitora debió tener relación familiar con el sector de las ferrerías, pues era pariente de Legazpi, y el propio Urdaneta reconocía a Andrés de Mirandaola como sobrino suyo. Aunque la tradición sitúa su lugar natal en el caserío de Oyanguren, parece más lógico suponer que se hallaba en el casco de la villa; Lope Martínez de Isasti reseña en su Compendio Historial de Guipúzcoa (1625) la existencia de una «casa de Urdaneta».

Tuvo estudios, aunque se desconoce dónde, y destacó en las matemáticas, aparte del dominio del latín y la filosofía.

La expedición de Loaísa

En 1525, junto a Juan Sebastián Elcano, formó parte de la expedición de García Jofre de Loaísa. Al fallecer Elcano, fue uno de los testigos que firmó su testamento. Tras la campaña de las Molucas, muertos Elcano y Loaisa (1526), regresó a España en 1536 al mando de la expedición en la única nao llegando a Lisboa, donde le fue incautada por el rey de Portugal la numerosa e importante información recabada en el periplo de una circunnavegación de 11 años. Ya en la corte de España, visitó al emperador y le entregó una memoria recuperada de su conocimiento sobre el viaje y acerca de esas ansiadas islas. De su estancia en las Molucas regresó con una hija que entregó a su hermano en adopción.

De España pasó a la Nueva España, de la mano de Pedro de Alvarado quien lo convierte en un personaje importante de la provincia de Nueva España ya que quería incluirlo en nuevas expediciones a las Molucas y Filipinas. A la fin de éste sigue contando en los proyectos con la confianza del virrey Luis de Velasco. Sorprendentemente y tras ostentar puestos políticos notables, en marzo de 1553 a sus 45 años, ingresó como fraile en la orden de San Agustín en un convento de la capital mexicana.

El Tornaviaje

Flota y tripulación


Los barcos de la flota se construyeron en Acapulco, Nueva España, y medían 28 metros de eslora. La expedición estaba compuesta por la Capitana, donde iban Legazpi y Urdaneta, los galeones San Pablo y San Pedro y las gabarras San Juan y San Lucas. Urdaneta seleccionó cuidadosamente a la tripulación para conseguir cohesión social y evitar motines. Incluyó un 33 % de guipuzcoanos elegidos en la Nueva España y que ya se conocían.

En un informe al virrey precisó que:

es necesario incluir alimentos frescos para buscar la salud de la tripulación.

Seleccionó, entre otros, habichuelas, ananás y cocos, para evitar el escorbuto durante la larga duración del viaje.

Ruta de ida

La expedición zarpa, al mando de Legazpi, el 21 de noviembre de 1564 del puerto de La Navidad, en Nueva España (actualmente Barra de Navidad, Jalisco, México). La ida a Filipinas se desarrolló en dos meses con los vientos alisios a favor siguiendo una ruta ya conocida.

Espera en Filipinas


En Filipinas permanecieron cuatro meses reparando los barcos y esperando el tiempo a favor para iniciar el regreso a primeros de junio.

La ruta de vuelta desde las Filipinas por el Oeste era estratégicamente muy importante, pues permitiría a la Nueva España el comercio con el Este de Asia sin navegar por aguas controladas por los portugueses en las Molucas, India y África. Urdaneta y otros pilotos, conocían los intentos anteriores y continuaron el esfuerzo navegando hacia el norte buscando hallar una corriente favorable que los llevara nuevamente hasta América.

Ruta de vuelta o tornaviaje

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Ruta del tornaviaje de Filipinas a Acapulco, Nueva España

Para el regreso, Urdaneta zarpó de San Miguel, en Filipinas, el 1 de junio de 1565, y puso rumbo nordeste aprovechando el monzón del suroeste. Ascendió hasta el paralelo 40, donde encontró la corriente de Kuro Siwo, que les llevó por el océano Pacífico hasta el cabo Mendocino en California, siendo bautizado así dicho cabo por el propio Urdaneta en honor al virrey Antonio de Mendoza. Desde allí, costearon rumbo sur hasta Acapulco, Nueva España a donde llegó el 8 de octubre, tras haber recorrido 7644 millas náuticas (14 157 km) en 130 días, a una media de 59 millas náuticas (109 km) por día.

Al llegar, Urdaneta descubrió que un capitán de la expedición, Alonso de Arellano, que se había separado de la flota, se había adelantado y desde las islas Filipinas había alcanzado primero la vuelta hasta el puerto de Navidad en agosto. Urdaneta se presentó ante la Real Audiencia y siguiendo los pasos de Arellano continuó el viaje hasta la corte del Rey, para informar del suceso.

Las crónicas agustinas han dado realce a la actuación de Fray Urdaneta y, debido a su larga experiencia empírica, se ha asociado su nombre con la ruta del tornaviaje.

Durante los siguientes 250 años las naves españolas emplearon esta ruta. En particular el galeón de Manila que recorría el trayecto Acapulco-Manila-Acapulco.

Hoy sigue siendo una de las principales rutas marítimas del mundo moderno.

Fallecimiento

Tras informar personalmente al rey Felipe II de su descubrimiento, Andrés de Urdaneta regresa a la Nueva España a su convento donde fallece el 3 de junio de 1568 a los 60 años de edad. A pesar de su gran hazaña Urdaneta fue prácticamente olvidado quedando como uno de los descubridores más desconocidos de su tiempo. El convento sufrió un incendio posteriormente y el actual reconstruido se convirtió posteriormente en la Biblioteca Nacional de México. Los restos reposan probablemente bajo el claustro del convento.

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Monumento conmemorativo de Andrés de Urdaneta en Pangasinan, Filipinas.

Legado

La evangelización de las Filipinas, que aún hoy continúa siendo el único país católico de Asia (si se exceptúa a Timor oriental) , se originó gracias a Urdaneta y a los otros cuatro frailes agustinos que le acompañaron en la expedición de Legazpi, a los que les indicó que evangelizaran en el idioma nativo. Los fundadores del Instituto Geográfico Vasco (INGEBA) (Euskera: Euskal Geografi Elkargoa) escogieron su nombre para acompañar a la denominación de la entidad.

Obra


En cuanto a las obras escritas por el Padre Urdaneta, se conocen:

La Relación sumaria del viaje y sucesos del comendador Loaisa desde 24 de julio de 1525, entregada el 4 de septiembre de 1536 a don Macías del Poyo, en la ciudad de Valladolid.

La Relación escrita y presentada al Emperador por Andrés de Urdaneta de los sucesos de la armada del comendador Loaisa, desde 24 de julio de 1525 hasta el año de 1535, entregada el 26 de febrero de 1537.

El Derrotero de la navegación que había de hacer desde el puerto de Acapulco para las islas de poniente el armada que S. M. mandó aprestar para su descubrimiento en las costas del mar del Sur de Nueva-España, con la descripción de dicho puerto y el de Navidad, y las propiedades y ventajas de cada uno de ellos; y al fin una Memoria de lo que convenía proveerse para el apresto y buen éxito de esta expedición, que escribió al Rey en 1561.

Por último, la demostración ante el Rey de su forma de ver el tema de las islas Filipinas, que obligó a Felipe II a concertar aquella reunión de expertos, de lo que existe una memoria documental que contiene todas aquellas opiniones y pareceres que se dieron: Ocho pareceres dados por este y otros cosmógrafos en 1566 y 1567, sobre si las islas Filipinas estaban comprendidas en el empeño que el emperador había hecho al rey de Portugal, y si las del Maluco y otras estaban en la demarcación de Castilla.

En cuanto a la definitoria situación de las islas Filipinas, dice así:

En uno de estos pareceres, que es de 8 de octubre 1566, dijo el P. Urdaneta que á su persuasión, el P. fray Martín de Rada, natural de Pamplona, sacerdote y teólogo, buen matemático, astrólogo, cosmógrafo y gran aritmético, llevó consigo en la armada del general Miguel López de Legazpi, desde Nueva-España á Filipinas un instrumento de mediana grandeza, para poder verificar la longitud que había desde el meridiano de Toledo hasta el de la tierra adonde llegase, y efectivamente lo verificó en el pueblo de Zubiú (que está en 10º lat N.), hallando 216º 15’ por las tablas Alfonsinas, y 215º 15’ por Copérnico, de que deducidos 43º 8’, restaban 172º 7’, y resultaba por último que aun restaban 7º 53’ hasta los 180º que pertenecían á la corona de Castilla.

Historia: Arrinconado en el silencio: Andrés de Urdaneta, el explorador desconocido

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Fray Andrés de Urdaneta - Los Grandes Olvidados nº4 | Julián Córdoba Toro

El secreto de Andrés Urdaneta y Ceraín - YouTube
 
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22) Pedro Menéndez de Avilés, el español dueño del Caribe

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Pedro Menéndez de Avilés (Avilés, 15 de febrero de 1519 - Santander, 16 de septiembre de 1574) fue un militar y marino español y gobernante de Indias. En 1565 reconquistó la Florida tras destruir Fort Caroline y otros asentamientos de hugonotes franceses que la ocupaban, y fundó la ciudad de San Agustín, la ciudad de origen europeo más antigua del territorio de Estados Unidos habitada de forma permanente. Gobernó dicha provincia con título de adelantado mayor perpetuo, y también fue gobernador de la isla de Cuba entre 1567 y 1574.

Origen familiar y primeros años

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Casa natal de Pedro Menéndez de Avilés.

Pedro Menéndez de Avilés había nacido el 15 de febrero de 1519 en la villa portuaria de Avilés del Principado de Asturias, que formaba parte de la Corona española,​ de familia hidalga.

Era el hijo segundón de Juan Alfonso Sánchez de Avilés, de igual naturaleza, y de María Alonso de Arango, oriunda del concejo de Pravia.

Su padre murió cuando él tenía ocho años, y su progenitora se volvió a casar. De uno y otro matrimonio nacieron veinte hijos, por lo que Pedro no heredó bienes de fortuna.

También fueron marinos sus hermanos mayores Álvar Sánchez de Avilés y Bartolomé Menéndez de Avilés.

Persecución de corsarios en el mar Cantábrico

A los ocho o nueve años escapó de casa, a raíz del segundo matrimonio de su progenitora. Desde entonces se dedicó a oficios relacionados con la mar, y a los catorce debió de enrolarse por primera vez como grumete de un barco de guerra en algún puerto del Cantábrico. Iniciaba así su carrera militar dedicado a perseguir a los piratas y corsarios que actuaban por dicho mar contra la flota española. A los 19, armó un barco con cincuenta hombres y con él capturó dos navíos franceses.

Tras varios años de aventuras navales se casó con Ana María de Solís, con quien estaba capitulado desde la infancia, pero la vida de casado no le retuvo en su casa.

En 1544 una escuadra francesa mandada por Jean Alphonse de Saintoge captura en Finisterre 18 naves vizcaínas, Menéndez de Avilés le persigue hasta el puerto de La Rochela, donde se ha refugiado, y recupera cinco de las naves, aborda la capitana y personalmente da fin a Jean Alphonse de Saintoge.

A pesar de las fuerzas francesas del puerto de La Rochela, Pedro Menéndez de Avilés logra salir de allí con sus presas. El emperador Carlos V le autoriza a continuar con sus acciones contra los franceses, de forma que el marino asturiano es el principal responsable de que finalicen las correrías francesas por las costas gallegas y asturianas. Su fama es tal que el emperador le encarga en 1554 que se traslade a Flandes.

Honores y viajes a América


Fue caballero de la Orden de Santiago y comendador de dicha Orden en Santa Cruz de la Zarza (Toledo, España).

En 1549 se encargó de perseguir al corsario francés Juan Alfonso Portugués, al que prendió en el puerto de La Rochela.

En 1552 comienza sus viajes a América como comandante de distintos barcos. Ese mismo año también fue capturado por los piratas y rescatado previo pago de un rescate. Dos años más tarde, cuando tenía 35 años, fue nombrado Capitán General de la flota de Indias por Felipe II, cargo que ocupará en nueve ocasiones desde 1555 hasta 1574. Tenía 46 años cuando alcanzó el máximo rango dentro de la Armada española.

En 1554 estuvo al mando de la flota que envió el rey Felipe II a Inglaterra para casarse con la reina María.

En 1555 mandaba la flota del Virrey del Perú Andrés Hurtado de Mendoza, que zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 15 de octubre con setenta y ocho navíos mercantes, dos galeones de armada y tres carabelas grandes. Ese mismo año, sin contar con el parecer de los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla, el rey le encomendó la misión de tras*portar los tesoros de Indias, codiciados por los piratas que se paseaban por el mar Caribe, y con sólo seis naves para proteger la flota, compuesta por más de setenta mercantes, logró llegar con éxito a Sevilla. Desde entonces los oficiales de la Casa de Contratación lo consideraron su enemigo.

En 1556 fue nombrado capitán general de la Armada de Indias, y al año siguiente participó en la Batalla de San Quintín. En 1561 dirigió una gran flota de galeones que trasportaban metales preciosos desde México hasta España. Cuando llegó a su destino en España, pidió permiso para regresar en busca de un buque perdido, pero el permiso le fue denegado. Este era el buque donde viajaba su hijo y otros familiares y amigos.

Entonces es detenido por la Casa de la Contratación de Sevilla junto con su hermano, el también marino Bartolomé Menéndez de Avilés, que le había acompañado en aquel viaje. Dos años está encarcelado por razones poco claras, hasta que logra salir apelando al rey, que hizo que lo juzgasen, siendo condenados los hermanos a pagar una exigua multa.

Una vez fuera de la guandoca consiguió que le permitieran buscar a su hijo que creyó náufrago en la Florida bajo la condición de que debería explorar y colonizar La Florida como adelantado del rey Felipe II, título reconocido por el monarca en 1565. Para tal propósito financió de su propio bolsillo una expedición. Cuando estaba a punto de zarpar, llegaron órdenes de que debía eliminar a todos los intrusos protestantes que se encontraran allí o en cualquier rincón de las Indias.

Esto se debía a que el 22 de junio de 1564, una expedición francesa formada por tres barcos y 300 colonos, principalmente hugonotes, había fundado Fort Caroline, dirigidos por René Goulaine de Laudonnière (reforzados después por 800 colonos, marinos y soldados y 7 barcos de Jean Ribault llegados al año siguiente), desde donde de lanzaron diversos ataques contra colonias y barcos españoles, lo que motivó a que el rey Felipe II ordenara una expedición de castigo. Los franceses rápidamente se aliaron con los caciques Saturiwa y Utina de los timucuas apoyándolos con hombres en sus luchas contra sus rivales, en especial, Potano.

Menéndez fracasó en su intento de atacar por mar el fuerte francés con cuatro barcos, retirándose a su campamento, la futura ciudad de San Agustín, lo que motivó un contraataque de Ribault con cinco barcos y 500 hombres, que fue hundida por un huracán. Con la flota enemiga destruida decidió atacar el fuerte marchando por tierra para evitar perder sus navíos por las tormentas. Durante la marcha de tres días perdió a cien de sus quinientos soldados por enfermedades y deserciones.

Llegó a Fort Caroline el 20 de agosto, día de San Agustín. La colonia francesa tenía apenas 150 habitantes, pero solo 20 eran hombres capaces de luchar y estaban dirigidos por Laudonnière, que se encontraba enfermo. En un asalto sorpresa tomaron el fuerte y los franceses supervivientes tuvieron que escapar en los barcos que aún quedaban en el puerto. Rápidamente volvió a San Agustín y masacró a inicios de octubre a los supervivientes del naufragio de la flota francesa. El lugar pasó a ser conocido como la bahía de Matanzas.

Gobernador de Cuba


Después de estos hechos recorrió el Caribe persiguiendo piratas y regresó a España en 1567. En 1568 pidió ayuda al rey por serle negada esta por el gobernador de Cuba para ayudar a los colonos de La Florida. El rey no solo escuchó su petición, sino que le nombró gobernador de Cuba. Una vez que hubo tomado posesión de su cargo, vuelve a la Florida para socorrer a los españoles de aquella colonia que habían quedado en malas condiciones.

Como gobernador de Cuba mandó levantar su primera carta geográfica, además recorrió las costas de los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina del Sur y el Canal de Bahamas, capturando y eliminado a los corsarios de aquella zona.

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Monumento a Pedro Menéndez de Avilés en San Agustín

Fallecimiento

Murió a su regreso a España en Santander, cuando el rey le había encomendado organizar una armada para atacar Inglaterra y apoyar a Luis de Requesens en Flandes. El sistema de flotas que diseñó España para comerciar con América a partir de 1561, estuvo inspirado en un memorial suyo, por lo que se le considera el padre de ese sistema de navegación.​ Su legado, en forma de testamento, se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz.

En su honor, Avilés recibe el nombre de Villa del Adelantado.

Pedro Menéndez de Avilés, el español dueño del Caribe

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23) Luis de Córdova y Córdova, el almirante español que adelantó el final de la guerra de independencia norteamericana

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Juventud

Hijo de Juan de Córdova Lasso de la Vega y Puente Verastegui, marino y caballero de la Orden de Calatrava, y de Clemencia de Córdova-Lasso de la Vega y Ventimiglia, hija del I. Marqués del Vado del Maestre. Fue bautizado en la parroquia de San Miguel, en Sevilla, el 12 de febrero de 1706. Desde muy joven sintió inclinación por la mar: a los 11 años comenzó su vida marinera acompañando a su padre, capitán de navío, y poco antes de los 13 ya había realizado dos viajes a América.

Sentó plaza de guardiamarina en la compañía del departamento de Cádiz, en 1721, y en 1723 ascendió a alférez de fragata. Sirvió con brillantez en los primeros grados del escalafón, prestando servicios en navegaciones, comisiones y acciones de guerra que merecieron la aprobación de sus superiores y el aprecio del rey Felipe V.

En 1730 fue elegido para escoltar al infante Carlos de Borbón en su viaje a Italia. Ascendió a alférez de navío en 1731 y a teniente de fragata en 1732, año en que participó de la toma de Orán. Dos años más tarde lo haría en la reconquista de Nápoles y Sicilia.

La orden de Calatrava

En 1735 ascendió a teniente de navío y en agosto de 1740 a capitán de fragata. Este mismo año tomó parte en las luchas contra los piratas argelinos en el Mediterráneo. Fue nombrado capitán de navío en 1747, y al mando del navío América, en unión con el Dragón (ambos de 60 cañones), a las órdenes de Pedro Fitz-James Stuart (después marqués de San Leonardo), trabaron combate cerca del cabo de San Vicente contra los navíos argelinos Danzik (60 cañones) y Castillo Nuevo (54), el primero capitana de Argel. El Castillo Nuevo se retiró a las primeras descargas, pero el Danzik siguió combatiendo cerca de 30 horas en el espacio de cuatro días, hasta perder la mitad de su dotación.2​ Hecho una criba arrió su bandera y hubo que quemarlo al no poderse utilizar. Se rescataron cincuenta cautivos cristianos. Por esta acción concedió el rey Fernando VI a Córdoba una encomienda de la Orden de Calatrava.

América e Inglaterra

El navío Santísima Trinidad con sus cuatro puentes y 136 cañones. Museo Naval de Madrid.

Más adelante tomó parte en la escolta de diversos convoyes de la Carrera de Indias, y en el período 1754-1758 tuvo unas destacadas actuaciones en las que combatió el contrabando en Cartagena de Indias. Al no existir por entonces el grado de brigadier, que se creó en 1773, ascendió directamente a jefe de escuadra el 13 de julio de 1760.

Tomó entonces el mando de una escuadra con la que efectuó múltiples navegaciones, sobre todo por aguas de Norteamérica, y con la que participó en diversas comisiones, como la parada de gala realizada en 1765 en aguas de Cartagena para festejar diversos acontecimientos. Finalizó el mando de dicha escuadra a su retorno a Cádiz en marzo de 1774, y en diciembre de ese mismo año ascendió a teniente general, a los 68 años de edad.

Aliada España con Francia por los pactos de familia, en plena guerra de independencia norteamericana Luis de Córdova fue nombrado comandante de una escuadra española, que se unió a la escuadra francesa de Orvilliers cuando en junio de 1779 fue declarada la guerra a Inglaterra. La escuadra combinada franco-española, en la que se contaban 68 navíos -de los que el español Santísima Trinidad portaba la insignia de Córdova-, entró en el Canal de la Mancha para intentar la oleada turística de las Islas Británicas en agosto de 1779. Los buques ingleses se refugiaron en sus puertos, causando el colapso del comercio británico, y fue apresado el navío inglés Ardent, de 74 cañones, que quedó rezagado.

Por esta campaña meritoria recibió Córdova como obsequio del rey Luis XVI de Francia una caja de oro ricamente guarnecida de brillantes con la expresiva dedicatoria "Luis a Luis". Por su parte, el rey de España le concedió la Gran Cruz de Carlos III, por aquella época la más valiosa distinción.

Los frutos de esta campaña fueron, sin embargo, escasos, ya que surgieron diferencias de opinión entre el mando francés y el español. El primero quería a toda costa destruir primeramente la escuadra enemiga, para después efectuar el desembarco proyectado en la Gran Bretaña. El español abogaba por realizar inmediatamente el desembarco, basándose en que la escuadra enemiga no estaba en condiciones de evitarlo. Al final no hubo desembarco, y los hechos dieron la razón a los españoles. Con acciones aisladas, los ingleses entorpecieron las actuaciones de la flota combinada y lograron prepararse para hacer frente a la situación, lo que unido al mal tiempo, al escorbuto y a una epidemia de tifus que afectó a las dotaciones, hizo desistir a la escuadra aliada, que se retiró a Brest.

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Castillo de Brest.

El general francés, conde de Guichen, se admiraba de que Córdova tomase ciertas precauciones de mal tiempo cuando aún lo hacía bueno y, por el contrario, que mandase suspenderlas cuando todavía se estaba en lo que eran finales de un temporal y a ellos les parecía plena fuerza de él. Preguntó el almirante francés a Mazarredo de dónde provenía semejante previsión y el mayor general el enseñó los barómetros marinos que los buques españoles habían empezado a usar cuando aún no los tenían los aliados franceses.

Director general de la Armada

En aquella época, Luis de Córdova ya tenía 73 años de edad, y muchos franceses opinaban que, si bien en el pasado había sido un buen oficial, ya era muy viejo y le fallaba la cabeza. Pero Floridablanca, en una carta a Aranda fechada el 27 de noviembre de 1779, decía que le parecía que "el viejo es más alentado y sufrido que los señoritos de Brest", y añadía que ninguno de sus detractores había podido adelantar, mejorar o rectificar ninguno de sus planes de acción. Debido a ello, el 7 de febrero de 1780 fue nombrado director general de la Armada.

Mandando Córdova la misma escuadra combinada y sobre el cabo de Santa María, el 9 de agosto de 1780, con 27 navíos a su mando, apresó un rico convoy británico de 57 fragatas cargadas para el ejército inglés en Norteamérica y la India, escoltado por tres fragatas de guerra que pasaron a la Marina Real de España con los nombres de Colón, Santa Balbina y Santa Paula. Este golpe logístico ha quedado como el mayor sufrido en toda la historia por la Royal Navy: capturó uno de los más grandes y ricos convoyes que partió jamás de Portsmouth. Córdoba hizo aquel día 3.000 prisioneros de las dotaciones, más 1.800 soldados de las compañías reales de las Indias Orientales y Occidentales, valuándose el botín capturado, de mercancías y municiones, en 1 millón de duros. Pese a la persecución de que fue objeto por parte de las fuerzas navales enemigas, que constituían la protección más lejana del convoy, logró conducir sus presas a Cádiz, lo que tuvo gran eco en la prensa de la época y le convirtió en un héroe del momento.

En la campaña de 1781, asimismo en el canal de la Mancha, sufrió la escuadra violentos temporales sin experimentar descalabros y males de consideración, gracias a las acertadas disposiciones que tomó el general Córdova secundado por su mayor general José de Mazarredo. En dicha campaña también le cupo el éxito de apresar otro convoy británico de 24 barcos y llevarlo a Brest.

En estas navegaciones y combates sobresalió la buena instrucción de las dotaciones españolas, fruto de los desvelos del mayor general secundado eficazmente por Escaño, a la sazón ayudante de la mayoría. Se empezaban a sentir, antes de que fuesen publicadas, los efectos de lo que había de convertirse después en las Ordenanzas de la Armada, producto del laborioso trabajo y la experiencia de esos dos eminentes marinos.

El bloqueo de Gibraltar

De regreso a España, en 1782 mandó las fuerzas navales combinadas que se habían reunido en la bahía de Algeciras para bloquear Gibraltar e intentar su toma. Participó con ataques directos a la plaza, en la ocasión en que Antonio Barceló mandaba las empleadas directamente en el ataque a corta distancia, y después se produjo el ataque de las baterías flotantes, a las órdenes del general Ventura Moreno, apoyó con los fuegos de sus buques de este con poca gracia ataque del invento del francés d’Arçon. Cuando fueron incendiadas éstas por las balas rojas de los defensores, envió sus embarcaciones menores a apagar los fuegos y salvar a las dotaciones. En los incendios y voladuras de estas pesadas baterías, en teoría insumergibles e incombustibles, con circulación de agua "como la sangre por el cuerpo humano", hubo 338 muertos, 638 heridos, 80 ahogados y 335 prisioneros. Pero los efectos fueron superados en mucho por el bombardeo de las lanchas cañoneras inventadas por Barceló, que lo hacían efectivo.

Continuó el bloqueo de Gibraltar, que era defendida por el gobernador Elliot. Los barcos permanecían en el mar y sólo tomaban refugio en Algeciras con tiempos duros. La situación de la plaza llegó a ser muy apurada, por lo que los ingleses decidieron enviar un gran convoy, escoltado por una fuerza de 30 navíos al mando del almirante Richard Howe. El inglés entró en el Mediterráneo corriendo un temporal del sudoeste y Córdova salió a su encuentro, pero Howe aprovechó el temporal y logró introducir en la plaza los barcos del convoy con los tan ansiados recursos, sin que Córdova pudiese evitarlo. En el temporal se perdió un navío español, el San Miguel, arrojado por la tempestad bajo los mismos muros de Gibraltar, y otros barcos españoles sufrieron muchas averías.

Cuando lord Howe volvía al Atlántico, Córdoba le salió de nuevo al paso y el 20 de octubre de 1782 se trabó la batalla del cabo Espartel. Los británicos admiraron "el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias".

Tras cinco horas de combate indeciso, los 34 buques británicos, de más andar que los 46 hispano-franceses, rehuyeron continuarlo. El coloso español, el navío Santísima Trinidad, sólo pudo hacer una descarga completa de todas sus baterías.

Se firmó la paz con la Gran Bretaña el 30 de enero de 1783, por la que se restituía a España la isla de Menorca y la Florida. El rey premió los servicios de Córdoba nombrándole director general de la Armada el 7 de febrero de 1783 y poco después capitán general. Córdova arrió su insignia de la escuadra combinada el 1 de mayo siguiente.

El 2 de julio de 1786 puso la primera piedra del Panteón de Marinos Ilustres de la Isla de León (hoy San Fernando), localidad en la que falleció el 29 de julio de 1796, a los 90 años de edad, siendo enterrado en la iglesia de San Francisco de dicha localidad. En 1851 se decretó el traslado de sus restos al Panteón de Marinos Ilustres, lo que tuvo cumplimiento en 1870.

Descendencia

Luis de Córdova y Córdova, casado con María Andrea de Romay, tuvo un hijo, Antonio de Córdova y Romay, que también ingresó en la Armada y falleció en 1782 tras haber alcanzado el grado de brigadier.

Luis de Córdova y Córdova - Wikipedia, la enciclopedia libre

Luis de Córdova, el almirante español que adelantó el final de la guerra de independencia norteamericana. - Patrimonio La Isla

El día del gran golpe de Luis de Córdova a la Armada inglesa

La madrugada del 9 de agosto de 1780, Luis de Córdova, director general de la Armada española, estaba a punto de hacer historia con 27 navíos y algunas fragatas, en un golpe logístico que ha quedado como el mayor sufrido en toda la historia por la Royal Navy. Acechando uno de los más grandes y ricos convoyes que partió de Portsmouth en el siglo XVIII logró la presa con una precisa mezcla de astucia y audacia sumadas a las dotes de gran navegante.

Todo había empezado semanas antes, con los espías españoles en la capital inglesa, que se hicieron con los datos de salida de un gran convoy. Inglaterra necesitaba en ese momento reforzar militarmente y avituallar a sus mejores unidades, que estaban luchando en ultramar, en las postrimerías de la guerra de Independencia Norteamericana, además de la expansión del Imperio en la India. Pero Gran Bretaña acababa de vivir, en el verano de 1779, con un terror desconocido desde tiempos de la Grande y Felicísima Armada de Felipe II, el acoso de la Armada combinada a las costas británicas. Era la primera acción importante después de que los Pactos de Familia pusieran a España en guerra con Inglaterra, un acoso por el que la población británica había abandonado incluso las localidades costeñas. Luis de Córdova capitaneaba la escuadra española y hubiera invadido Inglaterra aquel verano, pero las dudas continuas del almirante francés, Luis Guillouet, y una acción combinada del escorbuto y una epidemia de tifus echaron al traste esos planes y los obligaron a retirarse a Brest.

Cuando la información del convoy llegó al conde de Floridablanca, este alertó a la Armada comandada por Luis de Córdova, que contaba entonces 73 años. A sus fuerzas de 27 navíos se había sumado una flotilla francesa de 9 navíos y una fragata. A los franceses no les parecía nada bien el mando de un hombre tan mayor, pero lo cierto es que Floridablanca lo defendía como uno de los más válidos marinos de la época: “El viejo ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest”, escribía el secretario de Estado al conde de Aranda apenas un año antes, cuando fracasaron los planes por la indecisión francesa.

Luis de Córdova estuvo acechando desde el Estrecho para encontrar el rastro del convoy. Y se aprovechó de que Londres, como consecuencia del ataque del año anterior que había detenido el comercio y parado la bolsa, ya no permitía a su flota alejarse del Canal de la Mancha. A la salida del Canal, el convoy quedó con la mínima escolta, apenas tres buques, y el resto volvió a defender las islas. Tratarían de alejarse de las rutas sabidas y confiarían su suerte a la noche y el viento.

Mientras tanto, las veloces fragatas españolas escrutaban grandes superficies alrededor de la flota, que se movía con prudencia en los primeros días de agosto de 1780. Pero todos sus esfuerzos dieron fruto en la madrugada de aquel dia 9. Poco después de la medianoche, desde el “Santísima Trinidad”, el guanol de los mares, Luis de Córdova pudo ver cómo una lejana fragata, adelantada a barlovento para rastrear la zona, lanzaba una señal, disparando sus cañones. Sin embargo, por la extrema lejanía, no se pudo contar el número de disparos que indicaba el de velas avistadas.

¿Sería el convoy? Debieron ser momentos de gran tensión hasta que la fragata, siguiendo la ordenanza y avistando numerosas velas ya en el horizonte, y no de la escuadra combinada, repitió la señal y desde el “Santísima Trinidad” pudieron contarse los disparos.

En ese momento el navegante ordenó a virar a su escuadra y calculó el rumbo para lograr que se llegase a un punto en el que, al amanecer, se encontrarían con el convoy. A su dominio de la navegación añadió una añagaza: dejó un farol en lo alto del trinquete, el palo de proa, del “Santísima Trinidad”, que confundió a los del convoy hasta el punto de dirigirlos directamente a la trampa tendida.

Amanece el día 9. A las 4:15 de la madrugada se avista una vela en el horizonte. Inmediatamente le siguen muchas más, todas se encaminan a la luz del farol que camufla su suerte inmediata. Ellos creían que se trataba de una señal de su propio comandante.

Cuando ya es tarde, descubren su error y viran en desbandada. Luis de Córdova comienza a cañonear de manera selectiva a los aterrados ingleses para que se detengan y ordena una caza general para capturar y marinar las presas con dotaciones inmediatamente.

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El Santísima Trinidad.

A las 5 de la mañana ha capturado 26 buques con 10 navíos, pero la caza continúa durante toda la jornada, aciaga para el inglés, trepidante para la combinada. Al anochecer cuentan 41 naves. Solo se escapa un bergantín chico por el Este y seis o siete pequeñas embarcaciones por barlovento, de las que solo se podrá dar caza a una más tarde. Lo hará la fragata “Nereyda”. El recuento, acabado el día 10 será de 51 naves capturadas. A las huidas hay que sumar la huida del único navío, de 74 cañones, y las dos fragatas que escoltaban el convoy. ¡Y qué convoy!

Cuando los españoles empiezan el recuento apenas pueden dar crédito a lo que ven su ojos. Se trata de un convoy doble, apresado antes de separarse. Una mitad iba a las Antillas inglesas, con el fin de reforzar a las tropas que combaten en Norteamérica, y la otra mitad se dirigía a la India, con un valiosísima carga. Luis de Córdova, que además comprende enseguida el valor estratégico del material militar apresado, ordena a Vicente Doz que escolte las presas a Cádiz, en cuyo puerto fondean el 20 de agosto. Allí van los buques que además de pólvora en gran cantidad y armas, uniformes y vituallas para miles de soldados, portaban lingotes de oro por valor de un millón de duros (para comprender la dimensión, piénsese que el valor de tantas naves no pasaba de 600.000).

El mayor desastre logístico de la historia británica incuía 37 fragatas, 9 bergantines, 9 paquebotes; sumaba 294 cañones; portaba 1692 hombres de equipajes, 1159 hombres de la tropa de tras*porte y 244 pasajeros, entre ellos algunos importantes. De las fragatas había algunas de 700 toneladas, muchas de 400, más de 10 de 200 y el resto de 300 toneladas. Tres de ellas pasaron a la Armada española con los nombres de “Colón”, “Santa Balbina” y “Santa Paula”.

Las noticias de la captura hicieron caer la bolsa de Londres. El toma y daca se repetirá, varias veces casi en las mismas aguas durante los siguientes 25 años, hasta Trafalgar, pasando por las batallas del Cabo de San Vicente y la del de Santa María. En la última, en 1804, un año antes del desastre de la Armada combinada en Trafalgar, estalló por los aires la “Mercedes”, tan célebre desde hace unos años por culpa del expolio de los cazatesoros de Odyssey.

Texto de su epitafio en el Panteón de Marinos Ilustres

«Aquí está la parte mortal del digno de inmortalidad Luis de Córdova, quien a fin de multiplicar para sus descendientes los trofeos de sus antepasados, lanzas y escudos, yelmos y espadas y conquistar lauros para sí mismo abrazó la profesión de las armas en la que brilló, no por halago del vulgo ni por la fortuna, sino por su fortaleza elevando al ejercicio del mando supremo de la armada, después de llevar a cabo tan memorables y útiles gestas como arduas y peligrosas sobre toda ponderación. Cuantos honores recibió de Francia a la que defendió y cuantas riquezas obtuvo de España a la que tantas proporcionó con las de sus enemigos; aplaudido por el Rey, los nobles y el Reino entero, todo lo empleó en honor de la virgen progenitora y en socorro de los desgraciados, entendiendo que solo las así empleadas justamente con el cortejo de las virtudes eran sus verdaderas riquezas. Nacido en Sevilla, murió el 27 de Julio del año del señor 1796, habiendo vivido noventa años, cinco meses y dieciséis días.

Aprende lector.

En todos tus negocios toma siempre el camino que va desde las virtudes a la gloria eterna»


El día del gran golpe de Luis de Córdova a la Armada inglesa | Espejo de navegantes
 
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24) Antonio de Ulloa, el marino y científico que descubrió el platino

Antonio de Ulloa y de la Torre-Giralt (Sevilla, 12 de enero de 1716-Isla de León, 5 de julio de 1795) fue un naturalista, militar y escritor español.

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Inicios

Nació en Sevilla, en la calle del Clavel, el día doce de enero del año de 1716 y fue cristianizado en la iglesia de San Vicente, donde está guardada celosamente su fe de bautismo donde figura con los siguientes nombres: Antonio Eustaquio Arcadio Ramón Benito Simón de Ulloa y de la Torre Guiral.

Fueron sus padres don Bernardo de Ulloa y Sosa y doña Josefa de la Torre Guiral, él economista y regidor perpetuo del Ayuntamiento de Sevilla, de familia noble y hidalga sevillana, oriundos de Extremadura y Galicia y radicados en Sevilla desde el año de 1480, siendo sus hijos: Martín, nacido en el año de 1714; Antonio, en el de 1716; Pascual, en el de 1718; Zenón, en el de 1720; Fernando, en el de 1721; Margarita en el de 1722, Luisa en el de 1725; María de la O, en el de 1726; Josefa, en el de 1727 y Vicente en el de 1729.

Fueron educados al igual que sus antecesores, estudiando en centros de altos estudios, como era el Colegio de Santo Tomas de los padres Dominicos, a los que se accedía por una estricta selección académica y severas pruebas de nobleza, de ellos; uno se dedicó a la jurisprudencia, cuatro a la milicia, de ellos dos en la Infantería y dos en la Armada y el último a la religión; de las hijas, dos pasaron a un convento y las otras dos, por no poseer dote, fallecieron solteras.

Carrera militar

Con trece años se embarcó en el galeón San Luis, navío que zarpó de Cádiz rumbo a Cartagena de Indias, y con el cual regresó a Cádiz en septiembre de 1732. Ingresó en la Real Academia de Guardiamarinas de Cádiz de la marina española en 1733. En 1735 fue destinado, con el grado de teniente de fragata junto con su colega Jorge Juan y Santacilia, como miembros de una Misión geodésica francesa, expedición científica dirigida por Pierre Bouguer, y patrocinada por la Academia de Ciencias de Francia para medir el arco de un meridiano en las proximidades de Quito (Ecuador). El viaje se inició el 26 de mayo de 1735, quedando en la ciudad de Cartagena de Indias con los académicos franceses quienes se retrasaron en la llegada varios meses. Descubrió el platino en Esmeraldas (Ecuador),​ siendo llevado el metal por primera vez a Europa en el año 1735; y participó en la revisión de las defensas de los puertos de El Callao y de la costa chilena.

En el tornaviaje a Europa, su navío, la fragata Deliverance, debido al mal tiempo y averías se separa del resto de las naves, siendo apresada por corsarios británicos. En Londres fue presentado a Martin Folkes, presidente de la Royal Society, quien le propuso como miembro del cuerpo, siendo elegido el 11 de diciembre de 1746; finalmente fue liberado y regresó definitivamente a Madrid el 25 de julio de 1746; acababa de morir Felipe V y ahora reinaba Fernando VI siendo ministro el marqués de la Ensenada. Tras su viaje de 11 años fue nombrado capitán de navío y recibió el encargo de recorrer el continente europeo para tomar conocimiento de los últimos avances científicos.

Fue el fundador del Estudio y Gabinete de Historia Natural, antecesor del Real Gabinete de Historia Natural, actual Museo Nacional de Ciencias Naturales, del Observatorio Astronómico de Cádiz y el primer laboratorio de metalurgia del país, así como miembro de la Real Academia de las Ciencias de Suecia, la Academia Prusiana de las Ciencias conocida como Academia de Berlín y correspondiente de la Real Academia de Ciencias de París.

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Busto de Antonio de Ulloa en el emplazamiento turístico ecuatoriano Ciudad Mitad del Mundo.

Fue también comendador de Ocaña en la Orden de Santiago. Volvió a América como gobernador de Huancavelica (Virreinato del Perú) y superintendente de las minas de mercurio de la región (1758–1764), tratando de recuperar la productividad de la mina y enfrentándose con el gremio de mineros y los funcionarios del virreinato. Fue nombrado contraalmirante en 1760. A petición propia fue relevado de su cargo a finales de 1764 y se estableció en La Habana a la espera de un nuevo destino. Ulloa aprovechó su estancia en la isla de Cuba para elaborar un informe sobre el funcionamiento de las comunicaciones postales entre España y el Perú a raíz de la creación de la empresa estatal de los Correos Marítimos. En su Modo de facilitar los Correos de España con el Reyno del Perú escrito en 1765, no sólo se ponía de manifiesto la inviabilidad de la ruta existente, sino que también ofrecía una posible alternativa al respecto. Por aquel entonces, la correspondencia para América se enviaba desde La Coruña a La Habana, para su posterior reparto por todo el continente. Este trabajo nos describe a la perfección las dificultades por las que atravesaba la distribución del correo por la América meridional, problemas que se solventaron cuando en 1767 una nueva línea postal quedase inaugurada entre La Coruña y Buenos Aires.

La estancia de Ulloa en Cuba no duraría mucho tiempo y muy pronto tendría la oportunidad de desempeñar nuevamente responsabilidades de gobierno. Tras la Guerra de los Siete Años, y como compensación a las pérdidas sufridas por sus compromisos en el Pacto de Familia en la lucha contra Inglaterra, España recibió de Francia el territorio de la Luisiana. Antonio de Ulloa fue nombrado gobernador de la misma, tomando posesión del cargo el 5 de marzo de 1766, pero fue expulsado por los colonos franceses en 1768, que no aceptaron el dominio español y mucho menos la restricción del comercio a seis puertos peninsulares. Durante su mandato prohibió el comercio y la entrega de armas a los indios, pero no tuvo éxito en su reclamación de ayuda económica a la metrópoli.

Entre 1776 y 1778 participó en la organización de la flota del virreinato de la Nueva España (actual México) y la creación de un astillero en Veracruz. Estuvo al mando de la última gran flota de Cádiz al nuevo continente.

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Estatua de Antonio de Ulloa en Madrid, esculpida por José Alcoverro en 1899.

Alcanzó el grado de teniente general en 1779, pero su servicio activo no fue tan brillante como su carrera científica. Participó en el Gran Sitio a Gibraltar (1779) y en 1780, siendo comandante de la flota de Azores. Fracasó en la reconquista de la Florida, por lo que fue juzgado en una corte marcial que lo declaró inocente, pero le exoneró de sus responsabilidades de mando, tras lo cual fue designado director general de la Armada española, cargo que ocuparía hasta su fin, en 1795.

Obras

-Tratado físico e historia de la aurora boreal (1752)
-Modo de facilitar los correos de España con el reyno del Perú (1765, publicada en Sevilla en 2001)
-Noticias americanas: entretenimientos físico-históricos sobre la América meridional, y la septentrional oriental: comparación general de los territorios, climas y producciones en las tres especies vegetal, animal y mineral (1772)
-La marina: Fuerzas navales de la Europa y costas de Berbería (c.1773, obra inédita, censurada por el gobierno, el manuscrito original se encuentra en el Archivo General de Simancas, publicada por la Universidad de Cádiz en 1996)
-Observación en el mar de un eclipse de sol (1778)
-Conversaciones de Ulloa con sus tres hijos en servicio de la Marina (1795).

En colaboración con Jorge Juan

-Plan del camino de Quito al río Esmeraldas, según las observaciones astronómicas de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1736–1742)
-Observaciones astronómicas y físicas hechas en los Reinos del Perú (Madrid, 1748)
-Relación histórica del viaje hecho de orden de su Majestad a la América Meridional (Madrid, 1748)
-Disertación Histórica y Geográfica sobre el Meridiano de Demarcación entre los dominios de España y Portugal (1749)
-Noticias Secretas de América, sobre el estado naval, militar y político del Perú y provincia de Quito (1748, publicadas en Londres en 1826), cuya publicación fue prohibida por el gobierno español.

Más biografía:
http://www.todoavante.es/index.php?title=Ulloa_y_de_la_Torre_Guiral,_Antonio_de_Biografia

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El elemento de la tabla periódica que descubrió España pero le robó Inglaterra

El platino es uno de los metales preciosos más valorados. En la tabla periódica de los elementos lo encontramos con el símbolo Pt y el número atómico 78, ¿pero quién lo puso allí? Tanto España como el Reino Unido presumen de haberlo descubierto. Y los dos tienen parte de razón.

En realidad ya era conocido por los pueblos americanos prehispánicos, pero nadie reparó en este material más que como una impureza que se solía encontrar junto al oro. La primera mención es del italiano Julius Caesar Scaliger en el siglo XVI sin que la cosa tuviera mayor trascendencia. Dos siglos más tarde aparece el hombre clave en esta historia: el astrónomo y marino Antonio de Ulloa y de la Torre-Giralt.

Con solo 19 años, este sevillano se unió a la Misión Geodésica Francesa. La Academia de Ciencias de París quería averiguar de una vez por todas cuál era la forma exacta de la Tierra –lo de que está achatada por los polos viene de entonces– y para ello necesitaba realizar mediciones en el ecuador. Felipe V dio su permiso para que los científicos franceses trabajasen en tierras americanas, pero en compañía de los comisionados españoles Jorge Juan y el propio Ulloa.

El viaje comenzó en 1735 y se prolongó toda una década. La Relación Histórica que publicaron ambos contando esa peripecia es un extraordinario compendio de saberes y descripciones de las tierras que visitaron. Ulloa había encontrado en minas colombianas "la platina", llamada así por su cierto parecido a la plata, una "piedra de tanta resistencia, que no es fácil romperla, ni desmenuzarla con la fuerza del golpe sobre el yunque de acero".

Detenido por corsarios ingleses

En el viaje de regreso a la península no tuvo mucha suerte. Iba a bordo de la fragata Deliverance, que fue apresada por corsarios británicos, así que acabó encarcelado en Inglaterra. Sin embargo, su condición de científico le salvó. No solo le pusieron en libertad, sino que le eligieron miembro de la Royal Society. Finalmente, acabó regresando a España en 1746 y dos años más tarde apareció la obra en la que narra su aventura americana junto a Jorge Juan.

El caso es que durante su estancia en tierras británicas habló a sus colegas científicos del platino y casi forma paralela y por casualidades de la historia el metal que durante siglos había sido ignorado empezaba a darse a conocer por más de una vía. Charles Wood lo encontró en Jamaica en 1741, en muestras llevadas de contrabando desde Cartagena de Indias. Tras hacer algún experimento, se lo envió al médico William Brownrigg, quien a su vez compartió la noticia con William Watson, de la Royal Society.

Para entonces, Ulloa ya había pasado por Londres y Watson deja por escrito que esa sustancia ya la había mencionado el español, así que también la denomina platina.

¿No sería esto motivo suficiente para reconocer de forma unánime a Antonio de Ulloa como descubridor de este elemento? Algunos expertos creen que no. En realidad, el sevillano no lo estudió, ni lo aisló ni investigó sus propiedades, así que el descubrimiento desde el punto de vista científico hay que atribuírselo a Wood y Brownrigg por mucho que él lo diera a conocer al mundo con anterioridad.

Por el contrario, no faltan científicos y divulgadores españoles que sí reivindican tal honor para este personaje, cuya carrera no había hecho más que empezar. Entre otras cosas, recorrió Europa para empaparse de novedades científicas, regresó a América con diversos cargos y acabó siendo director general de la Armada.

España también descubrió el vanadio (junto a Suecia) y el wolframio o tungsteno, que es el único elemento químico realmente aislado en territorio español, por los hermanos Fausto y Juan José Elhuyar en 1783.

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25)Martín Fernández de Navarrete, el Marino Historiador

Martín Teodoro Fernández de Navarrete y Ximénez de Tejada (Ábalos, La Rioja, 8 de noviembre de 1765-Madrid, 8 de octubre de 1844) fue un noble español. Entre su antepasados por línea directa figuran miembros de las ordenes de Calatrava, de Santiago, y de Malta. Él mismo fue miembro de la Orden de San Juan de Jerusalén -u orden de Malta-, marino de la Armada Española, escritor e historiador español.

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Sobrino nieto del 69ª gran Maestre de la orden de Malta Francisco Ximénez de Tejada y Eslava, y del marqués de Ximénez de Tejada Pedro Ximénez de Tejada y Eslava, hermano del ministro de Hacienda Julián Fernández de Navarrete y Ximénez de Tejada.

Por la rama del apellido "Fernández de Navarrete", es pariente de algunos personajes de la historia de España, Entre ellos grandes militares como Pedro Fernández de Navarrete y de Ayala (1647-1711), que fue Gobernador de Flandes y posteriormente Gobernador Perpetuo de las Armas de Guipúzcoa, escritores como los clérigos Domingo Fernández de Navarrete (1616-1689) , Obispo de China y de Santo Domingo , Pedro Fernández de Navarrete (1564-1632), creador de la escuela de pensamiento denominada arbitrismo autor de la magna obra "La Conservación de Monarquías" , o el pintor de cámara de Felipe II del siglo XVI Juan Fernández de Navarrete "El mudo" (H.1538-1579)

Es abuelo del también escritor Eustaquio Fernández de Navarrete (1820-1866).

Martín Fernández de Navarrete fue Llamado el "Marino Historiador"​, su saber enciclopédico y su pertenencia a la mayoría de las Academias y Sociedades Geográficas internacionales de la época han llevado a considerarle uno de los mayores eruditos de los siglos XVIII y XIX españoles. Vicente Palacio Attard reproduce el calificativo de "el último enciclopedista" que mereció Martín Fernández de Navarrete, en boca de prestigiosos estudiosos de su Obra.

Su retrato -réplica del retrato pintado por Vicente López- preside hoy en día la sala del patronato del Museo Naval de Madrid en homenaje a su inabarcable labor de investigación histórica y de reivindicación de las exploraciones marítimas españoles desde el siglo XV.

La principal obra de Martín Fernández de Navarrete es "Colección de los viages y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV: con varios documentos inéditos concernientes á la historia de la marina castellana y de los establecimientos españoles en Indias". Consta de cinco extensos volúmenes y fue impreso por la Imprenta Real entre 1825 y 1837.

El mayor logro de Fernández de Navarrete fue censar múltiples exploraciones españolas que se hallaban en los archivos desde el siglo XV, y que los navegantes al servicio de la Monarquía Hispánica realizaron antes que cualquier otro navegante, desmontando invenciones y fabulaciones sobre exploraciones que ingleses y franceses pretendían atribuirse de modo inexacto.

El propio Alexander Von Humboldt consideró que la obra de Martín Fernández de Navarrete estaba "redactada en todas sus partes con un espíritu de crítica ilustrada es uno de los monumentos históricos más grandes de los tiempos modernos"

También tuvo Martín Fernández de Navarrete una actividad política, en la que los afrancesados, los absolutistas de Fernando VII, y los liberales tanto moderados como los de Riego buscaron contar con su participación. Fueron tiempos muy convulsos, con la Revolución Francesa (1789), la oleada turística Napoleonica de España (1808-1814) . el Trienio Liberal (1820-1823) y la Década Ominosa (1823-1833), en la que se consuma el fin del Imperio Español como principal potencia mundial (1492-1824), dónde Martín Fernández de Navarrete no pudo quedar al margen de la perenne inestabilidad política, y eso le causó problemas en 1814 tras el fin de la oleada turística francesa.

Biografía

Era hijo de los nobles Francisco Antonio Fernández de Navarrete y Ramírez de la Piscina, natural de Ábalos, La Rioja, y de la navarra Catalina Ximénez de Tejada y Argáiz, nacida en Funes. Estudió gramática latina en Calahorra con el sacerdote Ildefonso Caballero. Recibió parte de su educación en el ilustrado Seminario de Nobles de Vergara, administrado por la Real Sociedad Económica Vascongada de Amigos del País. En 1780 ingresó en la Armada como guardia marina, entrando en combate ya en 1782 y siendo ascendido a alférez de fragata. La mala salud le obligó a abandonar temporalmente sus tareas. Esto le abrió las puertas a un mundo nuevo: la historia. Desde 1789 y comisionado por el Ministerio de Marina durante tres años, se dedicará a recopilar la historia marítima española. Su incansable trabajo de investigación en los archivos de España y Portugal le llevó a descubrir los legajos de tres de los viajes de Cristóbal Colón, así como los dos diarios de éste del primer y tercer viaje.

En la guerra con Francia después de la Revolución Francesa (1793-1795) se reincorporó al servicio activo, siendo ascendido a capitán de navío. Amigo de Gaspar Melchor de Jovellanos y de Félix María Samaniego, y coleccionó sus manuscritos y escribió su primera biografía.

Aunque algunos autores han publicado que colaboró posteriormente con la ocupación francesa José I Bonaparte, atribuyéndole condición de afrancesado, sin embargo la realidad tras la oleada turística francesa de 1808 es mucho más compleja, tal y como indica Jesús Fernando Cáseda Teresa en su obra "Martín Fernández de Navarrete y la literatura de su tiempo":

" En esta situación Fernández de Navarrete aparece dubitativo y vacilante. Es buen amigo de muchos de los afrancesados que a partir de 1808 dirigen las riendas del país, pero como buen patriota ve el ejemplo contrario de otros muchos como los Iriarte, el propio Jovellanos que encabeza la Junta Gubernativa Central, [...] . Por ellos su respuesta negativa [de Martín Fernández de Navarrete] de prestar juramento de fidelidadal rey intruso no oculta cierta duda y cierto indisimulado deseo de no compromiso. Y sobre todo cuando dicho requerimiento viene del entonces Ministro de Marina, su antiguo amigo don José de Mazarredo"

Citada por los historiadores J.F Cáseda Teresa y Carlos Seco Serrano en su Introducción a su edición de las "Obras de D. Martín Fernández de Navarrete"4​, la respuesta dada por Martín Fernández de Navarrete y Ximénez de Tejada a José de Mazarredo cuando le solicitó se involucrara en el gobierno de España bajo la ocupación francesa fue esta:

" da repelús a mi conciencia y al derecho natural contribuir a la fin de mis padres, hermanos y parientes, y en fin al de toda mi nación ligándome a una causa, que está resistente con las armas en la mano. En tales circunstancias todo lo que se puede exigir de mí es que sea un ciudadano pacífico, y bajo estas consideraciones renuncio a todos mis empleos , que puedan forzarme a ir contra estos principios de honor, de patriotismo y de sana jovenlandesal." [Martín Fernández de Navarrete y Ximénez de Tejada].

Y es que Martín Fernández de Navarrete fue un gran enciclopedista y un gran ilustrado -movimiento ideológico surgido en Francia- pero no por ello simpatizó con los franceses. Según Cáseda:

" De hecho cuando José Bonaparte llegó a España, Navarrete junto sus compañeros del consejo de Marina se opuso no sólo a jurar obediencia al intruso sino que llegó incluso a manifestar por escrito sus ideas contrarias a los invasores. En Diciembre de 1808, con ocasión de la segunda venida de los franceses a Madrid, fue hecho prisionero y mandado deportar a Francia; pero José de Mazarredo, su buen amigo, Ministro del rey intruso entonces logró que se retirara la orden. Fernández de Navarrete siguió persistiendo en su actitud hostil a los franceses y renunciando a su elevado sueldo dimitió de su cargo."

Sin embargo en 1810 habría lugar a la confusión:

"En mayo de 1810 el influyente Mariano Luis de Urquijo le ofreció el puesto de Intendente de Marina [Ministro] para lo cual era preciso su traslado al Puerto de Santa maría. Pero ya entonces nuevamente Mazarredo, insistiendo una vez más , sin su conocimiento ni su intervención lo nombró miembro de la Orden fundada por José [Bonaparte] , de modo que ante todo el mundo pasó Navarrete por un afrancesado más , sobre todo cuando apareció su nombramiento en la en la Gaceta de Madrid junto al de sus buenos amigos Carlos Pignatelli y van Halen, lo cual escandalizó sin duda a los patriotas."

En mala situación económica por la larga duración de la ocupación francesa que dificultaba la producción económica, y en 1811 aceptó la dirección de los "Reales Estudios de San Isidro". según Cáseda "pensando que tal cargo de carácter apolítico no podría ser utilizado como excusa para una posterior depuración, pero se equivocaba".

Una vez terminada la ocupación francesa tuvo que defenderse de los ataques de aquellos que consideraban que no debía haber aceptado el puesto de educación en los "Reales Estudios de San Isidro". dentro de la confusión reinante tras el fin de la oleada turística napoleónica, consiguió que finalmente a finales de 1814 se cerrara esta polémica de modo oficial obteniendo el perdón real.

En 1814 sería nombrado secretario de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando.

Igualmente sería en 1814 cuando regresa Fernando VII a Madrid será el texto redactado por Martín Fernández de Navarrete titulado "Oración para felicitar al señor Rey don Fernando VII por su feliz advenimiento al trono "​ quién dará la bienvenida a su reinado al monarca en nombre de la Real Academia Española de La Lengua, aunque inicialmente había sido redactado en 1808.

De hecho, dentro de los tiempos convulsos que le tocó vivir existe una anécdota propia del imprevisible siglo XIX español, con la división entre absolutistas Fernandinos y Liberales, y a su vez su división entre liberales moderados y exaltados, en la que el rey Fernando VII halaga a Martín Fernández de Navarrete a pesar de considerarlo "un liberal":

"[...] Fernando VII, al regreso tras su exilio, reconocerá a Navarrete como un liberal, aunque "liberal como debiéramos de serlo todos" [Frase pronunciada por Fernando VII sobre Navarrete], curiosa anécdota que explica perfectamente su compromiso más con el quehacer y el trabajo que con la exaltación extremista de las ideas. Uno de su biógrafos Louis Vidart supo expresar perfectamente este espíritu del ilustrado Fernández de navarrete con acertado tino: "Sus ideas políticas no le inspiraban grandes entusiasmos ni rudas intransigencias, pues quiso vivir tranquilo durante las revueltas del periodo liberal iniaciado por la Rrevolución del año 1820". En efecto, incluso años más tarde, tras el regreso del Rey [Fernando VII] publicará a sus expensas y bajo su protección algunas de sus obras".

En cualquier caso, Martín Fernández de Navarrete aunque tuvo actividad política como Senador y Como Consejero del Consejo de España y de Yndias incluso en la época de reinado de Isabel II (reinó de 1833 a 1868), siempre destacó más por su actividad intelectual que por su actividad política.

Fernández de Navarrete nace en 1765 durante el prolífico reino de Carlos III (reinó de 1759 a 1788), dónde España sigue siendo ala primera estructura política mundial, y muere en 1844, durante el reinado de Isabel II (que reinó de 1833 a 1868) , cuando España ha perdido gran parte de su imperio colonial continental americano -soilo subsisten como entes coloniales principales las Capitanías Generales de Filipinas, Puerto Rico y Cuba que se perderán en 1898, ya tras la fin de Martín Fernández de Navarrete. Entre medias los reinados de Carlos IV y Fernando VII, este último durante el cual España pierde gran parte de su liderazgo mundial.

Asi describe Palacio Attard el último discurso de Fernández de Navarrete (1765-1844) en 1843. Había sido nombrado director de la Academia de la Historia en 1824, y describía el periodo que le había tocado vivir , pocos meses antes de su fin en 1844 en su intervención en la Real academia de la Historia:

"El 15 de Diciembre de 1843 leyó Fernández de Navarrete el discurso en que, como en anteriores ocasiones análogas, rendía cuentas como director de las actividades académicas durante el trienio anterior, antes de procederse a la reelección del cargo [como director de la Real Academia de la Historia]. Aquélla había de ser una de sus últimas intervenciones académicas y lamentaba el retraso de los trabajos corporativos "que -decía- por su naturaleza necesitan de tiempo sosegados y tranquilos para sus cultivos, y de un estímulo y protección de los Gobiernos para su progreso y prosperidad: circunstancias que no se hallan entre las repetidas y tumultuosas revoluciones" de los últimos tiempos."

Obra

La obra de Martín Fernández de Navarrete fue muy extensa, y combina tanto el genero de investigación histórica sobre las exploraciones marítimas españolas, como sobre ciencia náutica, también sobre literatura, Bellas Artes e historia dentro de las Reales academias, así como los opúsculos y biografías de personajes relevantes de la historia de España.

Su obra fue traducida al francés, inglés alemán y otros muchos idiomas.

Entre las biografías más conocidas de Fernández de navarrete, en 1819 publicó "Vida de Cervantes", una de las obras cumbres para entender al escritor universal, y que supuso la recuperación del Quijote en el siglo XIX. Tras la biografía de Gregorio Mayáns y Siscar, fue la segunda vez que se publicó una biografía de Miguel de Cervantes, rigurosamente documentada gracias a la búsqueda en los archivos nacionales que había venido realizando Navarrete.

Entre las obras desarrolladas en las Reales Academias, es de especial relevancia la "Ortografía de la lengua Castellana" de la Academia Española de la Lengua, publicada en 1815, cuyas normas principales permanecen vigentes más de 200 años después, de las Navarrete fue "hacedor en buena medida".

Igualmente es importante su discurso "Disertación Histórica sobre la parte que tuvieron los españoles en las guerras de Ultramar o de las Cruzadas y cómo influyeron estas expediciones desde el siglo XI hasta el XV en la extensión del comercio marítimo y en los progresos del arte de navegar" publicado originalmente en el Tomo V de la Real Academia de la Historia de 1816 , fue el "germen de sus estudios posteriores": Fernández de Navarrete fue pionero también en el estudio de la presencia de españoles en las cruzadas, hasta entonces negado por muchos autores.

Alexander Von Humboldt escribió al respecto de esta obra de Fernández de Navarrete:

" En el año 1825 ha sido indemnizado el mundo sabio de esta pérdida con la publicación de la "Colección de viajes y descubrimientos que hicieron por mar les españoles desde finales del siglo XV". Esta obra de DON MARTIN FERNANDEZ DE NAVARRETE , emprendida sobre una vasta escena y redactada en todas sus partes con un espíritu de crítica ilustrada es uno de los monumentos históricos más grandes de los tiempos modernos"

Sus obras sobre la historia española de la exploración marítima española recuperaron para la posteridad todos los hechos y hazañas de los siglos XV y XVI.

Entre ellas la principal obra de Martín Fernández de Navarrete: "Colección de los viages y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV: con varios documentos inéditos concernientes á la historia de la marina castellana y de los establecimientos españoles en Indias". Consta de cinco extensos volumenes y fue impreso por la Imprenta Real entre 1825 y 1837.

La mayor contribución de Fernández de Navarrete fue censar múltiples exploraciones españolas que se hallaban en los archivos desde el siglo XV, y que los navegantes al servicio de la Monarquía Hispánica realizaron antes que cualquier otro navegante, contribuyendo a desmontar fabulaciones sobre exploraciones que ingleses y franceses realizaron de modo posterior a los navegantes españoles.

Distinciones

El Curriculum Vitae de Martín Fernández de Navarrete y Ximénez de Tejada publicado por la Real Academia de la Historia tras su fallecimiento era cuando menos impresionante: estas son algunas de sus distinciones figuran:

- Consejero de Estado.
- Senador.
- Director de la Real Academia de la Historia (RAH) desde 1824. Miembro desde 1800.
- Caballero de la Orden de Malta (ingresó en 1777).
- Gran Cruz de la Real orden Americana de Ysabel la Católica.
- Comendador de la Legión de Honor de Francia.
- miembro del Consejo de España e Yndias.
- Director del Depósito Hidrográfico
- Vocal nato de la junta del Almirantazgo.
- Vice-protector de Real Academia de Nobles Artes de San Fernando.
- Decano de la Real Academia Española de la Lengua (RAE).
- Individuo del Ynstituto de Francia.
- del Histórico de Rio de Janeiro.
- de la Academia de San Lucas de Roma.
- de la de Ciencias de Turín.
- de la de Berlín.
- de las Sociedades de Anticuarios de Copenhague y de Normandía.
- de la filosófica Americana de Filadelfia.
- de las de Geografía de París y de Londres.
- y de la Económica Matritense.
- Y de otras varias del Reino de España.

Martín Fernández de Navarrete - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Obras de Fernández de Navarrete, Martín, 1765-1844 - Pag. 1
 
26) Blasco Núñez Vela, primer capitán de la Flota de Indias

Blasco Núñez Vela (Ávila, 1495-Iñaquito, 1546), fue un militar y político español, Capitán General de la Armada de las Indias.

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En 1530, fue el primero que capitaneó la Flota de Indias que cruzó el Océano Atlántico llevando los cargamentos de oro y plata al rey Carlos I de España evitando las amenazas de los corsarios​ y en 1543 fue el primero que envió hacia España, por demanda de los comerciantes de Sevilla, la navegación de convoyes protegida por buques de guerra, sustituyendo por primera vez en Hispanoamérica los navíos sueltos.

Fue nombrado primer Virrey del Perú en 1543, con la tarea de hacer cumplir las Leyes Nuevas redactadas para poner fin a los abusos cometidos con los indios por parte de los encomenderos. De buen parecer y gentil presencia, debido a su empeño en hacer cumplir la nueva legislación, entró rápidamente en conflicto con las élites locales, de manera tal que fue depuesto de su cargo por la Real Audiencia de Lima, en 1544, la cual entregó el poder a Gonzalo Pizarro.​ Enviado de vuelta a España, desembarcó en Tumbes y reunió un ejército con el que marchó contra los gonzalistas, con el ánimo tenaz de recuperar el poder. Pero hubo de retroceder y en la batalla de Iñaquito, cerca a la ciudad de Quito, fue derrotado y decapitado, el 18 de enero de 1546.

Datos biográficos

El linaje de los Vela en Ávila tuvo su origen en el conde Nuño Vela, originario de una familia condal alavesa arraigada en León bajo la protección real. De este rico-hombre procedieron los apellidados Vela Nuñez o Nuñez Vela.

Descendiente de un Nuñez-Vela fue Blazquez Vela, que fundó mayorazgo con facultad Real, siendo su hijo Luis Núñez-Vela, señor del mayorazgo de Tabladillo, y casó con la que fues progenitora de Blasco Núñez Vela, doña Isabel de Villalva.

Blasco Nuñez Vela ejerció los cargos de Corregidor de Málaga y Cuenca, Capitán de lanzas de Orán, Veedor general de las galeras y de la gente de guerra de Castilla, e Inspector general de la frontera de Navarra.

Como capitán general de la armada, realizó numerosas pero cortas travesías entre España y América, por lo que al momento de confiársele la alta responsabilidad en el Perú ya estaba un tanto familiarizado con el Nuevo Mundo. Para entonces era ya conocido por la rigurosidad de sus castigos, al punto de dejar lisiados a varios soldados y marineros.

Estaba casado con doña Brianda de Acuña, con la cual tuvo siete hijos. Dos de ellos, Cristóbal Vela y Acuña y Diego Vela fueron arzobispos de Burgos y Lugo, respectivamente. A don Antonio y don Juan se les dio el hábito de la Orden de Santiago a uno y el de la Orden de Alcántara al otro; a ambos hízoles primero Meninos de la Emperatriz y luego sus propios Gentiles-hombres; murió el mayor proveído para embajador en Francia, el segundo de Capitán general de artillería de España y Consejero de guerra. Blasco era también Caballero de la Orden de Santiago.

Primer virrey del Perú

El deseo de mejorar el trato y calidad de vida de los indios sometidos en América, inspiró al emperador Carlos V a redactar las famosas ordenanzas o Leyes Nuevas que sancionó en Madrid, el 20 de noviembre de 1542. De acuerdo a ellas, se prohibía la esclavitud y el trabajo pesado de los indios, determinaba la supresión a corto plazo del régimen de las encomiendas, ordenaba despojar de sus repartimientos de indios a todos los oficiales públicos y a las congregaciones religiosas, y además mandaba quitar sus encomiendas a los que habían intervenido en el bando pizarrista durante la guerra civil entre los conquistadores del Perú.

Para poner en vigor tales leyes, y a la vez terminar con el espíritu de insubordinación que mostraban los conquistadores y extirpar el germen del feudalismo que pretendían trasplantar a América, el rey juzgó conveniente enviar al Perú a un funcionario altamente caracterizado que era la máxima autoridad: el virrey, desplegando un gran boato y provisto de extensas facultades y que fuera un verdadero representante de la Monarquía Hispánica, de su poder real y de la persona misma del soberano. El virrey fue acompañado de una Real Audiencia compuesta de cuatro Oidores con alta jurisdicción así en lo civil como en lo criminal.

No fue fácil hallar quien quisiera aceptar un cargo de tanta responsabilidad como el de Virrey del Perú, habida cuenta que debía promulgar y hacer cumplir unas leyes que tanta impopularidad tenía entre los arrogantes conquistadores del Perú, convertidos en encomenderos. El emperador se fijó en Blasco Núñez Vela, quien al principio quiso rechazar el honor, para finalmente aceptar la voluntad real. Era ya para entonces un hombre maduro, aunque todavía gallardo y robusto, honrado, valiente, enérgico, leal y devotísimo al emperador de España, quien mucho le estimaba y favorecía. Era terco, arrebatado, de cortos alcances, y, por tanto, muy desconfiado, duro como el clima y áspero como la tierra en que había nacido. En abril de 1543 se le otorgó el título de Virrey, Gobernador y Capitán General de los reinos del Perú, Tierra Firme y Chile y presidente de la Real Audiencia, que con las atribuciones y preeminencias de la de Valladolid, debía establecerse en la Ciudad de los Reyes o Lima. Su salario anual quedó fijado en 18,000 ducados de oro.

Hacia el Virreinato del Perú

Blasco Núñez Vela, partió para hacerse cargo del Virreinato del Perú de Sanlúcar de Barrameda, con gran aparato y grandeza, el 3 de noviembre de 1543, en una armada cuyo mando se le confió, acompañado de los oidores de la nueva Audiencia (Diego Vásquez de Cépeda, Juan Álvarez, Pedro Ortiz de Zárate y Juan Lissón de Tejada), y otros varios ilustres caballeros. Las últimas instrucciones que recibió del Emperador Carlos V fueron

que procurase mostrarse severo castigador de pecados, para que nadie presumiese de no hacerlo, que los disimulaba y sufría.

No sospechaba Carlos V cuán caro había de costar a su fiel servidor el cumplimiento de este mandato.

Luego de hacer escala en las islas Canarias, la armada llegó a Nombre de Dios el 10 de enero de 1544. El virrey y su comitiva desembarcaron siendo recibidos con festejos; al segundo o tercer día se pregonaron las ordenanzas o Leyes Nuevas y comenzaron los disgustos entre los vecinos, sobre todo por la pérdida de posesión de sus indios esclavos, al ser obligados a enviarlos de regreso a sus tierras nativas. Otro hecho que causó indignación fue el embargue de un cargamento de oro y plata, que el Virrey ordenó arguyendo el hecho de haberse obtenido mediante el trabajo de los indios esclavizados.

El virrey pasó luego a Panamá, dando continuas pruebas de su carácter violento y replicando a las observaciones de los Oidores, que le aconsejaban más prudencia y mesura en sus procedimientos

que había de ejecutar las ordenanzas como en ellas se contenía sin esperar para ello términos algunos ni dilaciones.

Llegada al Perú

Dejando a los miembros de la Audiencia en Panamá, Blasco Núñez Vela se embarcó para el Perú y llegó a Tumbes, donde desembarcó el 14 de marzo de 1544. Decidió continuar por tierra su viaje a Lima y llegó a San Miguel de Piura, donde quitó a varios encomenderos los indios que tenían, así como obligó a otros particulares que dejaran libres a sus indios esclavos y los regresaran a Nicaragua y Panamá (de donde provenían). A esas alturas el descontento era ya general entre los vecinos frente a la tenaz rigurosidad con la que el virrey hizo cumplir las ordenanzas.

Continuando su camino llegó a Trujillo, en donde fue recibido solemnemente. Allí continuó su labor, liberando a los indios de los monasterios y a cuatro encomenderos (a estos por haber intervenido en el bando pizarrista durante la guerra de Las Salinas).

De Trujillo se dirigió a Barranca, donde pudo leer en la pared de la estancia en que comía esta advertencia preñada de amenaza:

A quien viniere a echarme de mi casa y hacienda procuraré yo echarle del mundo.

El dueño de aquella venta era un vecino de Lima, Antonio del Solar, hacia quien el virrey incubó un repruebo feroz, aunque por el momento lo guardó para sí. Hubo incluso un debate en Lima sobre si debía admitirse la entrada del virrey a la capital, pero al fin de cuentas primó el argumento de que se trataba del representante del propio monarca, “rey y señor natural”.

A tres leguas de Lima salieron a recibirlo varios caballeros y vecinos, y a una legua de la ciudad el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, entonces gobernador del Perú. También se hizo presente el Obispo Jerónimo de Loayza. Finalmente hizo su ingreso a Lima el 15 de mayo de 1544, siendo recibido con una pompa, y el 17 de mayo asumió el mando.

Aposentado ya en el Palacio de Pizarro, el virrey continuó con su propósito de hacer cumplir las Leyes Nuevas, mandando pregonarlas al día siguiente. Los encomenderos afectados, entre los que se contaban numerosos dueños de esclavos indios, los vencedores de las guerra civiles, los amancebados que habían contraído matrimonio para salvar sus encomiendas, entre otros, protestaron pero el Virrey se limitó a decir que él solo era ejecutor y no autor de las leyes, y que debían dirigir sus quejas al Rey, y que incluso él se prestaría a ayudarlos para hacer flexibilizar al monarca. Esto solo causó más cólera, con lo que creció más la impopularidad del virrey, lo que a la vez provocó en éste una gran desconfianza de cuantos le rodeaban.

Mientras tanto, los encomenderos organizaban una rebelión, eligiendo como líder a Gonzalo Pizarro, quien era el hermano de Francisco Pizarro, por entonces rico encomendero en Charcas (actual Bolivia). Este caudillo marchó al Cuzco, donde fue magníficamente recibido y proclamado Procurador General del Perú para protestar las Leyes Nuevas ante el Virrey y si fuese necesario, ante el propio Emperador Carlos V, en abril de 1544. Luego se puso en marcha hacia Lima, negándose a reconocer la investidura de Núñez Vela.

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Grabado decimonónico que representa al factor Illán Suárez tras ser muerto a tortas por el Virrey y sus servidores (13-IX-1544).

En Lima la situación continuaba tensa. Los oidores arribaron a la capital virreinal instalándose oficialmente la Real Audiencia, que debía ser presidida por el mismo Virrey. Este receló aún de su predecesor, el gobernador Vaca de Castro, a quien sometió a juicio de residencia y puso en prisión, para luego trasladarlo a bordo de un buque.

A Antonio del Solar (el encomendero de Barranca y supuesto autor del pasquín antes citado) quiso ahorcarlo en su propia casa, pero a instancias del arzobispo y otras personalidades, se limitó a encarcelarlo; luego los oidores lo pusieron en libertad al no hallar justificación de su prisión.

Pero el acto más execrable cometido por el virrey fue el asesinato del factor Illán Suárez de Carbajal, con sus propias manos y ayudado por sus sirvientes, en un arranque de ira tras acusarlo de haber propiciado la fuga de sus sobrinos y de otros caballeros al campo de Gonzalo Pizarro, el 13 de setiembre de 1544. Illán tenía un hermano llamado Benito Suárez de Carbajal, quien militaba en el bando gonzalista y juró vengar su fin.

Destitución y prisión

El bárbaro asesinato de Illán Suárez de Carbajal, colmó la medida de las arbitrariedades del virrey Blasco Núñez Vela. Los oidores de la Real Audiencia, para ganar popularidad, se inclinaron a defender los derechos de los encomenderos y resolvieron deshacerse del virrey. Al efecto, formando tribunal en el atrio de la catedral el 18 de septiembre de 1544, la Audiencia pronunció la destitución del virrey y ordenó su prisión con asentimiento general del vecindario.

El día 20 el virrey fue embarcado por el portezuelo de Maranga y conducido a la isla de San Lorenzo para ser entregado al oidor Juan Álvarez, bajo cuya custodia zarpó el 24 con rumbo a Panamá. El oidor Diego Vásquez de Cepeda, por ser el de más antigüedad, asumió la dirección política del Virreinato.

Liberación


Se dice que una vez que la nave que conducía al virrey Núñez Vela se alejó, el oidor Juan Álvarez se acercó a su custodiado para pedirle disculpas por el atentado cometido contra su dignidad, y que como leal servidor de Su Majestad, ponía su persona y el navío a su obediencia. El virrey, un tanto sorprendido, pero deseoso de aprovechar la situación, ordenó que la nave se dirigiera a Tumbes, donde desembarcó a mediados de octubre. Se dirigió a Quito, donde reunió tropas leales al Rey, formando un nuevo ejército para combatir la rebelión y restablecer su autoridad.

Entretanto, Gonzalo Pizarro realizaba su pomposa entrada a Lima el 28 de octubre, al frente de mil doscientos excelentes soldados provistos de numerosa artillería y desplegando el pendón real de Castilla. Los oidores, entre jubilosos y temerosos, lo recibieron por Gobernador del Perú.

La pelea estaba pues entablada entre los leales a la Corona o “realistas”, con el Virrey Núñez Vela a la cabeza, y los rebeldes o “gonzalistas”, con Pizarro al frente.

La “guerra de Quito”

El virrey Blasco Núñez Vela ocupó San Miguel de Piura y continuó hacia el sur. Enterado Gonzalo Pizarro, salió de Lima con sus fuerzas y se dirigió al norte, llegando a Trujillo. El virrey retrocedió entonces, temiendo el poderío de su adversario y volvió a Quito a marchas forzadas, largo y fatigoso trayecto que realizó mientras era perseguido muy de cerca por Gonzalo, apenas combatiendo muy poco. Luego se dirigió más al norte, hacia Popayán (actual Colombia).

Mientras tanto, el capitán Diego Centeno se sublevó en Charcas, alzando la bandera del Rey. Gonzalo Pizarro, desde Quito, ordenó a su lugarteniente Francisco de Carvajal emprender campaña en ese nuevo frente, mientras él quedaba a la espera del virrey.

Mientras tanto el virrey siguió concentrado en Popayán, donde recibió refuerzos provenientes del norte; uno de los capitanes que se le sumó fue Sebastián de Benalcázar, el gobernador de Popayán. A la vez que ganaba el apoyo de los curacas de la región, cuya labor fue valiosísima, pues desabastecieron a los gonzalistas, aumentándoles la impaciencia que padecían por la prolongada inactividad.

Fue entonces que Pizarro planeó una inteligente estrategia para sacar al virrey de Popayán, posición que consideraba difícil de atacar: dejando en Quito una pequeña guarnición a las órdenes de Pedro de Puelles, aparentó marchar al Sur con todo su ejército, encargando a sus aliados indígenas propagar la versión de que marchaba en auxilio de Carvajal contra Centeno. Cayó el virrey en el engaño y poco después sacó sus tropas de Popayán con intenciones de apoderarse de Quito. No contaba con que Gonzalo, en vez de pasar al Sur, se había estacionado a tres leguas de Quito, a orillas del río Guallabamba. Cuando los espías del virrey descubrieron el engaño era ya tarde para retroceder. Al ver que la posición de los rebeldes era demasiado ventajosa, Benalcázar aconsejó al virrey desviarse a Quito por un camino poco frecuentado, plan que fue aceptado.

Triste fue el recibimiento otorgado al virrey en Quito, donde sólo había mujeres quienes, conocedores de la superioridad de los gonzalistas, le reprocharon el haber

ido allí a morir.

Entre tanto, los gonzalistas habían tomado también el camino hacia Quito. El virrey, considerando poco propicio empeñar la defensa en la ciudad, arengó a sus tropas y les dio orden de salir a dar la batalla. Empezaba la tarde del 18 de enero de 1546.

La batalla de Iñaquito y su fin

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La fin del Virrey Blasco Núñez Vela en la batalla de Iñaquito (18-I-1546), según un grabado de la “Historia General de las Indias” (1554) de Francisco López de Gómara.

Esta larga campaña, con tan variadas y extrañas peripecias, terminó pues en el campo de Iñaquito (o Añaquito, cerca de Quito), donde se dio una batalla entre las fuerzas que obedecían al Virrey y a Sebastián de Benalcázar y las que comandaba Gonzalo Pizarro. Combatió en ella Blasco Núñez Vela desesperadamente lanza en mano haciendo prodigios de valor y de fuerza no obstante sus muchos años, hasta que al fin, rota la lanza, cayó a un golpe de maza que le descargó Hernando de Torres, vecino de Arequipa.

Benito Suárez de Carbajal, hermano del factor Illán, halló moribundo al Virrey tendido en el campo y auxiliado por el clérigo Francisco Herrera, y después de prodigarle los más groseros insultos, se dirigió a degollarle. Pero uno de los presentes, llamado Pedro de Puelles, le contuvo diciéndole que era mucha bajeza oficiar de verdugo en un hombre ya caído, por lo que Benito ordenó entonces a un neցro esclavo suyo que hiciera el trabajo: el viejo Virrey recibió la fin con dignidad y entereza. La cabeza cortada fue arrastrada por el suelo hasta Quito en donde se le puso en la picota; de sus blancas y luengas barbas hizo Juan de la Torre (llamado “el madrileño” para distinguirlo de su homónimo, el de los Trece de la Fama), un penacho que colocó en su gorra y lució como trofeo en las calles de Quito y de Lima.

Sepultura y descendencia

Gonzalo Pizarro ordenó traer a Quito el cuerpo del virrey Blasco Núñez Vela y retirar de la picota su cabeza, demostrando que dicha infamia había sido hecha sin su consentimiento; luego lo hizo enterrar honoríficamente en la iglesia mayor de la ciudad. El caudillo rebelde asistió personalmente al entierro y mandó decir misas por su alma, ordenando que todos llevasen luto por su fin. Dice el cronista Gutiérrez de Santa Clara, que un honrado vecino de Quito, llamado Gonzalo de Pereyra, de acuerdo con el sacristán de la iglesia, hizo poner sobre su sepulcro, a manera de epitafio la copla siguiente:

Aquí yace sepultado
el ínclito Visorrey
que murió descabezado
como bueno y esforzado
por la justicia del rey;
la su fama volará
aunque murió su persona,
y su virtud sonará,
por esto se le dará
de lealtad la corona.

Posteriormente sus restos fueron trasladados a la iglesia parroquial de Santo Domingo, en la ciudad de Ávila, España, su tierra natal. El emperador Carlos V no fue ingrato a la memoria de su con poca gracia pero fiel servidor: a sus hijos don Antonio y don Juan dióles el hábito de Santiago a uno y el de Alcántara a otro; a ambos hízoles primero Meninos de la Emperatriz y luego sus propios Gentiles-hombres; murió el mayor proveído para embajador en Francia, el segundo de Capitán general de artillería de España y Consejero de guerra, y el tercero, don Cristóbal, que siguió la carrera eclesiástica, de Arzobispo de Burgos.

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Nuñez Vela y Villalba, Blasco Biografia - Todoavante.es
 
Última edición:
¿y por qué se hizó un palacio en el Viso el marqués? Porque pudo y porque quiso

Los versos que he escuchado yo por aquellas tierras son:

"El Marqués de Santa Cruz
puso una casa en el Viso,
porque pudo y porque quiso."
 
27) García Jofré de Loaisa, el explorador vasco al servicio de Carlos V

Fray Francisco José García Jofre de Loaísa o García Jofré de Loaisa (Ciudad Real, 1490 – océano Pacífico, 30 de julio de 1526) fue un marino español que descubrió el cabo de Hornos y las islas Marshall. Comandó una famosa expedición con objeto de colonizar las islas Molucas, ricas en especias, cuya propiedad se disputaban las coronas de Castilla y Portugal.

Biografía

Sus padres fueron Álvaro de Loaysa y María González de Yanguas, que casaron en Plasencia. Era descendiente de Guido Jofre.

Las informaciones proporcionadas por Juan Sebastián Elcano sobre el estrecho de Magallanes movieron al rey Carlos V a organizar una nueva flotilla, ahora al mando de fray García Jofré de Loaysa. La escuadra partió de La Coruña el 24 de julio de 1525, y Jofré entró en el estrecho de Magallanes el 8 de abril de 1526. Una de sus embarcaciones, la San Lesmes, llegó hasta el grado 55 arrastrada por un temporal, y al regreso comunicó su llegada «hasta el acabamiento de tierras», anunciando de este modo el descubrimiento del cabo de Hornos.

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Trayecto de la expedición Loaísa.

La noticia del descubrimiento del «Paso», que llegó a Sevilla a bordo de la Victoria, la sobreviviente de la expedición de Magallanes, se desparramó por España como un reguero de pólvora. Carlos V, apremiado económicamente por sus empresas bélicas, auspició una nueva y rápida expedición con rumbo a las Molucas, haciendo caso omiso a las protestas de Portugal que alegaba derechos conforme a la demarcación alejandrina. Así, se organizó la expedición de fray José de Loaysa, comendador de la Orden de Malta. Siete naves (Santa María de la Victoria, Sancti Spiritus, Anunciada, San Gabriel, Santa María del Parral, San Lesmes y Santiago) fueron equipadas en La Coruña. Como segundo jefe de esta armada fue designado el famoso Juan Sebastián Elcano (quien años antes había comandado la primera expedición que consiguió circunnavegar la Tierra), y su oficialidad estaba integrada por los pilotos que habían regresado entre los dieciocho de la Victoria. Un lustro después se hacía a la mar esta escuadra en demanda del Estrecho.

El 14 de enero de 1526, cuatro de las naves embocaron el «Paso»; las otras tres lo confundieron con el estuario del río Gallegos. Encallaron, pero lograron zafar con la alta marea. Una tempestad hizo naufragar a la nave comandada por Elcano. De inmediato, un fuerte ventarrón empujó fuera del estrecho a las naves salvadas. Dos regresaron a España. El 24 de enero, García Jofré de Loaysa logró entrar en el canal con tres de las naves. Una de ellas, la San Lesmes, mandada por Francisco de Hoces, impulsada por los violentos vientos fue obligada a salir del estrecho y llevada a contornear la costa de Tierra del Fuego hasta llegar a la latitud 55° sur. Al reunirse luego con el resto de la escuadrilla, informó haber alcanzado «allí donde hay acabamiento de Tierra». ¡Un nuevo paso hacia el Pacífico al sur de Tierra del Fuego! (más tarde se lo denominará «pasaje de Drake»). La nave capitana llegó exhausta a las Molucas. Durante su travesía murieron Loaysa y Juan Sebastián Elcano. Otra nave recaló en México, y la última tuvo dificultades con los portugueses. De toda la tripulación, el primero que llegó de regreso a España fue un marinero que luego sería un gran explorador, Andrés de Urdaneta. Habían pasado doce años desde la partida

Expedición de García Jofre de Loaísa

La expedición de García Jofre de Loaísa fue una expedición marítima española (1525-1536) dirigida por García Jofre de Loaísa con objeto de tomar y colonizar las islas Molucas, ricas en especiería, cuya propiedad era disputada por las coronas de Castilla y Portugal.

La expedición, formada por una flota de siete naves y 450 hombres, se hizo a la mar en La Coruña el 24 de julio de 1525. Figuraban en ella dos de los más insignes marinos españoles: Juan Sebastián Elcano, que perdió la vida en la expedición, y el jovencísimo Andrés de Urdaneta.

Realizaron numerosos descubrimientos geográficos y marítimos, pero su travesía fue una sucesión de desastres, calamidades y deserciones. Durante el viaje murieron, entre otros, el almirante Loaísa y Elcano. Tres de las naves no llegaron a cruzar el estrecho de Magallanes y sólo una, la Santa María de la Victoria, alcanzó las Molucas, donde la tripulación tuvo que enfrentarse con los portugueses durante casi un año. Tras sufrir innumerables vicisitudes a lo largo de un durísimo y amargo viaje, sólo 24 hombres de esta nave regresaron a España, Urdaneta entre ellos.

Antecedentes

En 1522, poco después de la primera circunnavegación de Juan Sebastián Elcano, Carlos I de España decide formar una flota para conquistar las Islas Molucas para su imperio. El motivo era estratégico y económico, debido a la producción de especias (clavo, pimienta, canela y nuez moscada) en dichas islas —también conocidas como islas de la Especiería— y cuyos precios eran astronómicos en Europa a causa del oligopolio de italianos y portugueses.

El 31 de mayo de 1524 fracasaron las reuniones que mantenían en Elvas y Badajoz los representantes de España y Portugal sobre la cuestión de la propiedad de las islas Molucas. Con el fin de las conversaciones, el rey Carlos I ordenó que se realizara una expedición a aquellas tierras, ya prevista pero paralizada durante las negociaciones. Después de catorce meses de preparativos, la escuadra estaba lista para hacerse a la mar.

El 5 de abril de 1525, Carlos nombró a fray García Jofre de Loaisa, comendador de la Orden de San Juan, capitángGeneral de la Armada y capitán general y gobernador de las islas Molucas, escogiéndolo por su noble linaje y sus conocimientos de náutica. En dicho nombramiento, el monarca establecía:

Por cuanto Nos mandamos ir al presente una armada a la continuación y contratación de la especiería a las nuestras islas de Maluco, donde habemos mandado que se haga el asiento y casas de contratación, que para el trato de ellas y de las naos que de presente van en la dicha armada, y hemos de proveer de nuestro gobernador y capitán general de la dicha armada y de las dichas islas de Maluco, e tierras, e provincias de ellas, e de oficiales nuestros que con él residan, que vayan e anden en la dicha armada, por ende acatando la persona y experiencia de vos Frey García de Loaisa, Comendador de la orden de S. Juan, que sois tal persona que guardareis nuestro servicio, e que bien y fielmente entenderéis en lo que por Nos vos fuere mandado y encomendado, es nuestra merced y voluntad de vos nombrar, y por la presente vos nombramos por nuestro Capitán general de la dicha armada, desde que con la bendición de nuestro Señor se haga a la vela en la ciudad de la Coruña, hasta llegar a las dichas islas, porque a la vuelta que venga la dicha armada, ha de venir por nuestro Capitán general de ella la persona que por Nos fuere mandado, e vos habéis de quedar en las dichas islas para tener la gobernación de ellas: y asimismo vos nombramos por nuestro Gobernador y Capitán General de las dichas islas del Maluco, e hayáis y tengáis la nuestra justicia cevil e criminal en la dicha armada, y en las dichas islas e tierras de Maluco, así de naturales dellas, como de otras cualesquier personas, así de nuestros reinos e señoríos, como de fuera dellos que en ellas estuvieren, e de aquí adelante a ellas fueren, e de las que fueren y anduvieren en la dicha armada.


E por esta nuestra carta mandamos al presidente, y los del nuestro Consejo de las Indias, que luego que con ella fueren requeridos, tomen e reciban de vos el dicho Comendador Frey García de Loaisa el juramento y solenidad que en tal caso se requiere, e debeis hacer; el cual así fecho, mandamos a los capitanes y oficiales y maestres y contramaestres, pilotos, e marineros, e otras cualesquier personas e gente que en la dicha armada fueren o en las dichas tierras estuvieren, y con vos residieren, y a ellas fueren, que vos hayan, reciban y tengan por nuestro Gobernador y Capitán general, y Justicia mayor de las dichas tierras, e usen con vos, e con los dichos lugartenientes en los dichos oficios por el dicho tiempo que nuestra merced y voluntad fuere, e como tal vos acaten, y obedezcan, y cumplan vuestros mandamientos, so la pena e penas, que vos de nuestra parte les pusiéredes y mandéredes poner; las cuales Nos por la presente les ponemos, e habemos por puestas, e vos damos poder y facultad para las ejecutar en sus personas e bienes.
Y es nuestra merced, y mandamos, que hayáis, e lleveis de salario en cada un año de los que ansi vos ocupáredes en lo susodicho, contando desde el día que la dicha armada se hiciere a la vela con la bendición de nuestro Señor en la ciudad de la Coruña, hasta que en buena hora volváis a ella, dos mil e novecientos ducados, que montan un cuento y noventa y cuatro mil y quinientos maravedís, los cuales mandamos a los nuestros oficiales, que residen en la dicha ciudad de la Coruña en la Casa de Contratación de la especiería, que vos den y paguen en esta manera: los ciento cincuenta mil maravedís luego adelantados, que es nuestra merced de vos mandar dar con que vos adecereis, y proveais de las cosas necesarias para el viage, y lo restante, que se montare en vuestro salario a razón de los dichos un cuento y noventa y cuatro mil y quinientos maravedís por año, a la vuelta que volváis a estos Reinos en llegando a ellos en la dicha Casa de la Contratación de la especiería, sin nos pedir nueva libranza para ello, solamente por virtud de esta nuestra provision y asimismo que podáis traer en cada armada de las que vinieren, entretanto que vos estuviéredes en aquellas partes en el dicho cargo e gobernación, quince quintales de especiería, y la mitad sobre cubierta, y la otra mitad debajo de cubierta, y ocho cajas ansi mismo sobre cubierta. Y otrosí, por esta nuestra carta mandamos a los dichos nuestros oficiales de la Coruña, que luego que vos paguen quinientos ducados, que es nuestra merced de vos mandar de ayuda de costa, a costa de toda la dicha armada, habiendo respeto a lo que os habéis ocupado, y habéis de ocupar ante que la dicha armada parta, con que vos podáis mejor aderezar demás de los ciento y cincuenta mil maravedís, que vos mandamos de dar en cuenta de vuestro salario.
Dada en la villa de Madrid a cinco días del mes de Abril, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil e quinientos e veinte y cinco años.


( ) YO EL REY. ( ) Refrendada del Secretario Cobos. ( ) Señalada del obispo de Osma, y Beltran y Maldonado».


La expedición

La escuadra la componían las siguientes naos:

-Santa María de la Victoria, de 360 toneladas, al mando del propio Loaísa.
-Sancti Spiritus, de 240, al mando de Juan Sebastián de Elcano, como piloto mayor de la expedición y segundo jefe.
-Anunciada, de 204, al mando de Pedro de Vera.
-San Gabriel, de 156, al mando de Rodrigo de Acuña.
-Santa María del Parral, de 96, al mando de Jorge Manrique de Nájera.
-San Lesmes, del mismo tonelaje y al mando de Francisco de Hoces.

A ellas se sumaba el patache Santiago, de 60 toneladas, al mando de Santiago de Guevara, siendo la dotación completa de todas ellas de unos 450 hombres, lo que la convertía en una de las mayores expediciones de su época. Entre ellos estaban algunos veteranos de la primera circunnavegación del globo, como el mismo Juan Sebastián de Elcano, que era el segundo comandante y piloto mayor, y Rodrigo de Triana, que avistó América en el primer viaje de Colón.

Asimismo participaba en la expedición, como ayudante de Elcano, Andrés de Urdaneta, que llegaría a ser el más grande cosmógrafo de su tiempo.

Partida

La expedición zarpó del puerto de La Coruña antes del amanecer del 24 de julio de 1525, pasó el 31 de julio ante Madeira y el 1 de agosto arribó a la isla de Gomera, donde hicieron una escala de doce días, que se aprovechó para reabastecer a las naves, entre cosas de agua, leña, carne fresca y repuestos de velamen. Antes de zarpar, a instancias de Juan Sebastián de Elcano, Urdaneta se reúne con los capitanes y pilotos, haciéndoles ver las dificultades de las aguas cercanas al estrecho de Magallanes y el doblar el cabo de Hornos, por lo que se queda indicado que él con su nao navegará en cabeza y que procuren todos seguir sus aguas, para no sufrir pérdidas innecesarias.

Zarparon de esta isla el 14 de agosto rumbo al sur, siguiendo las recomendaciones de navegación establecidas por Colón. A los cuatro días, a muy poca distancia del cabo Blanco, se le partió el palo mayor a la capitana; para reforzar a los artesanos de a bordo, Elcano envía a dos de sus mejores carpinteros, que con una chalupa intentaron llegar a la nao averiada, logrando hacerlo, pero no sin un padecimiento exhaustivo, pues la mar de pronto se había arbolado, acompañada de un fuerte aguacero. La escuadra estaba navegando solo con los trinquetes, debido al mal tiempo reinante, lo que provocó en un falso movimiento, que la Santa María del Parral fuese abordada por la nao averiada, lo que le produjo grandes desperfectos en su popa, quedando muy mal parada.

Encuentro con una nao portuguesa

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Reconstrucción de una nao portuguesa

Encontrándose en aguas de la actual Sierra Leona, el 5 de octubre, los expedicionarios divisaron una nao y, siendo conocedores de que la Francia de Francisco I aún andaba a la greña contra España, se dio mando de caza general en prevención de ser atacados. Pero la solitaria nao, al verlos venir, viró y emprendió la huida, por lo que Loaisa, viendo que no se le podía dar alcance, da la orden de regresar al rumbo. El patache Santiago, al ser más ligero, pudo dar alcance a la nao y comprobar que era portuguesa. Cuando volvían, se encontraron al capitán Rodrigo de Acuña que, al mando de la San Gabriel, hizo disparar un tiro y mandó a los portugueses que se dieran por prisioneros, ordenándoles amainar las velas. Estos actos de Acuña molestaron sobremanera a Guevara, que si bien era un capitán de inferior categoría, no dejaba de ser el verdadero ejecutor de la captura. Ambos cruzaron graves palabras, faltando muy poco para que llegaran a las armas. La nave portuguesa fue bien acogida por los expedicionarios, que le encomendaron la entrega de cartas para el gobierno de Castilla.

Al entrar en la zona de calmas, los velámenes se quedan sin empuje y esto provocó que tardaran en recorrer ciento cincuenta leguas, casi un mes y medio. En estas aguas abundan los peces voladores, y estos causaron un gran asombro en Andrés de Urdaneta, quien en su Relación inédita dice:

En todo este golfo, desde que pasamos a Cabo Verde había mucha pesquería é cada día viamos una cosa ó pesquería la mas fermosa de ver que jamás se vio; y es que hay unos peces mayores que sardinas, los cuales se llaman voladores, por respeto que vuelan como aves en aire, bien un tiro de pasamano, que tiene alas como casi de murciélago, aunque con de pescado, y éstas vuelan y andan a manadas; y así hay otros pescados tan grandes como toninos, que se llaman albacoros, los cuales saltan fuera del agua bien longura de media nao, y estos siguen a los voladores, así debajo del agua, como en el aire, que muchas veces viamos que, yendo volando las tristes de los voladores, saltando en el aire, los albacoros las apañaban, é asimesmo hay unas aves que se llaman rabihorcados, los cuales se mantienen de los peces voladores que cazan en el aire; que muchas veces los voladores, aquejados de las albacoros y de otros pescados que les siguen, por guarecerse vuelan donde topan luego con los rabihorcados, é apañan de ellas; de manera que, ó de los unos ó de los otros siempre corren los voladores, é venían a dar dentro en la nao, y como tocaban en seco no se podían levantar, é así los apañábamos.

El 15 de octubre descubrieron una isla deshabitada, a la cual se le puso el nombre de San Mateo. Se ha sabido después, por las coordenadas de Urdaneta, que era la actual isla de Annobón, en el golfo de Guinea. Loaísa ordenó lanzar las anclas y bajar a tierra, para recomponer los desperfectos del temporal pasado y hacer aguada, sobre todo por el mucho tiempo tardado en recorrer tan poca mar. Pero a su vez aprovechó para hacer pesquisa y poner en orden el conflicto anterior entre Acuña y Guevara. En juicio sumarísimo, después de ser informado de todos los detalles, determinó que Acuña pasara arrestado a la capitana por espacio de dos meses, quedando como capitán de la San Gabriel Martín de Valencia, que en principio era el destinado a tomar al mando de las carabelas que quedarían en las islas Molucas. A su vez, a Guevara le suspende de sueldo, pero no del mando. También ordena castigos a otros ocho gentiles hombres que habían intentado sublevarse en la nao de Juan Sebastián de Elcano.

Travesía por Sudamérica

Desde este punto la flotilla zarpó aprovechando los Alisios con destino al Brasil, cuyas costas avistaron el 19 de noviembre. Como era territorio de Portugal, viraron con rumbo al sur. En el trayecto pasaron frente a la isla de Cabo Frío (5 de diciembre) y el cabo de Santa María (19 de diciembre). El 26 de diciembre pusieron rumbo oeste, alejándose dos leguas de la costa, y el 28 sufrieron un temporal, del cual salieron algunas naos dañadas, lo que hizo que la capitana se perdiera de vista del resto de la expedición. Elcano, como segundo jefe de ella, propuso el que se la buscara a sotavento, pero la idea no fue aceptada por el piloto mayor de la San Gabriel. Debido a ello esta nao continuó su rumbo sola, quedando las demás en búsqueda de la capitana, pero pasaron los días y no se encontró a la una, y se perdió el rastro de la otra, por lo que las cinco restantes decidieron poner rumbo al sur, en dirección al río de la Santa Cruz, como había estipulado Loaísa. Dejaron atrás, pues, el Río de la Plata y alcanzaron Santa Cruz, a 50º de latitud sur, el 12 de enero.

Aprovechando la ensenada, Elcano decidió esperar un tiempo en Santa Cruz, a ver si se lograba reunir todas las naves, supuesto que se había tratado en el consejo de capitanes en la isla de Gomera; pero de nuevo la propuesta fue rechazada, en esta ocasión por la totalidad de los capitanes. No obstante, se acordó dejar en una isleta una gran cruz y debajo de ella una olla con las indicaciones para encontrar la expedición en caso de que las dos naos perdidas dieran con el lugar, diciendo que las esperaban haciendo agua y leña en el Puerto de las Sardinas (estrecho de Magallanes).

Llegada al estrecho de Magallanes

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Mapa del área del estrecho de Magallanes

A pesar de haber ya pasado por el estrecho de Magallanes, Elcano se equivocó en el lugar de acceso a él, pues el domingo 14 de enero de 1526 mandó dar la vela en el estuario del Río de San Ildefonso, error que cometieron muchos después de él. Pero al poco de entrar, empezaron a oírse crujidos de los cascos, por lo que se dio la orden de parar en el avance y de que una chalupa reconociera el lugar, por lo que la abordaron su hermano Martín, el clérigo Areizaga, y Roldán y Bustamante, que eran dos de los supervivientes del viaje de la primera vuelta al mundo. Lo curioso es que los dos, que ya habían pasado, daban por bueno el lugar y querían regresar, pero tanto Martín como Areizaga no lo tenían tan claro, por lo que se decidió el avanzar, lo cual les llevó a darse cuenta de que el lugar era el equivocado. Por eso viene a colación el comentario de Urdaneta: «A la verdad fue muy gran ceguera de los que primero habían estado en el Estrecho, en además de Juan Sebastián de Elcano, que se le entendía cualquier cosa de la navegación». Mientras tanto, comenzó a subir la marea, lo que liberó a las naos e, inmediatamente, sin esperar a los de la chalupa, se alejaron unos cabos mar adentro, antes de que los exploradores pudieran dar alcance a su nao. Ese mismo día, según cuenta el propio Urdaneta, dieron con la verdadera embocadura del Estrecho, fondeando al abrigo del cabo de las Once Mil Vírgenes.

Sobre las diez de la noche, las aguas de la bahía comenzaron a moverse de alarmante manera; así soportaron toda la noche, pero al amanecer se habían desatado todas las fuerzas de la naturaleza: el viento encajonado parecía rugir como un león herido, y el tamaño de las olas era tal, que pasaban a la altura de la mitad del palo mayor. Esta situación provocó que la nao Santi Spiritus, a pesar de haber lanzado cuatro anclas, comenzara a garrear, por lo que se intentó, realizando un esfuerzo casi sobrehumano, el rescatar a su tripulación. Para ello Elcano ordenó a la nao que largara su vela de trinquete, y de esta forma la fuerza del viento la arrastró hasta encallar en la costa. Pero la violencia de la resaca impedía el acercarse a ella, pues por la mucha mar, unas veces se aguantaba sobre las rocas y otras, la mar la sobrepasaba. Algunos tripulantes, viendo la costa cercana, se lanzaron al mar, y de diez sólo se pudo salvar a uno, al que se le había lanzado un cabo, el cual a su vez sirvió para que el resto de la tripulación fuera salvada. Urdaneta refiere el caso así:

... salimos todos con la ayuda de Dios, con harto trabajo y peligro, bien mojados y en camisa, y el lugar a donde salimos es tan maldito, que no había en él otra cosa sino guijarros, y como hacía mucho frío, hubiéramos de perecer, sino que tomamos por partido de correr a una parte y a otra por calentarnos.

Después de la marea vino la calma, la cual aprovecharon para sacar de la nao siniestrada todo lo posible, pero a las pocas horas el mar volvió a moverse, y esta vez la Sancti Spiritus se deshizo contra las rocas y se hundió, mientras que el resto de las naos pudieron aguantar mejor el temporal. Al volver la calma se enviaron unos botes para recoger a los tripulantes que se habían salvado y, asimismo, para que el propio Elcano, conocedor de la travesía, pudiera guiar a las naos restantes en el cruce de aquel temido paraje. Como en la chalupa no cabían todos, Elcano dijo que le acompañaría el que él designase, y fue precisamente a Urdaneta, quien lo relata así: «Así yo solo me embarqué con el dicho capitán, y nos fuimos a la nao Anunciada».

El domingo 21 de enero convocó Elcano consejo de capitanes, decidiéndose que Andrés de Urdaneta, con media docena de hombres, fuera hasta donde se habían quedado los náufragos de la Sancti Spiritus. La misión encomendada no era fácil, pues lo angosto del terreno, el frío y los vientos constantes hacían de aquellas tierras de lo más inhóspito del planeta. Se les proporcionó comida y agua para varios días. Desembarcaron y pisaron tierra, y a las pocas horas se les presentaron unos indios del lugar, los Selknam, que impresionaron a los españoles por su elevada estatura.​ Urdaneta los convenció de que sólo iban a recoger a unos compañeros y que en cuanto lo hicieran volverían a sus naves y se irían. Para ello les dio comida, por lo que los indios les siguieron hasta que, al día siguiente, les dieron el resto de la comida, y cuando se quisieron dar cuenta éstos habían desparecido, quedando solos y sin comida. A tanto llegó el desespero en los días siguientes, que Urdaneta nos cuenta:

Era tanta la sed que teníamos, que los más de nosotros no nos podíamos menear, que nos ahogábamos de sed; y en esto me acordé yo que quizás me remediaría con mis propias orinas, y así lo hice; luego bebí siete u ocho sorbos de ellas, y orné en mi, como si hubiera comido y bebido...

Prosiguieron la búsqueda de sus compañeros y lograron encontrar un charco de agua dulce, a cuyo lado crecían unos matojos de apio con los que se saciaron. Siguiendo en su camino se encontraron con unos riachuelos, que tuvieron que cruzar con el agua helada hasta la rodilla, para después trepar por unos acantilados de piedras cortantes. Urdaneta refiere que «Nuestro Señor, aunque con mucho trabajo nos dio gracia para subir». Volvieron a sentir el azote del hambre, pero entonces vieron conejos y patos, y se dedicaron a cazarlos, lo que les produjo una buena cena. Pero al encender el fuego, por un descuido, una ráfaga de viento llevó una brasa hasta un frasco de pólvora, el cual estalló y quemó a Urdaneta, quien escribe: «Me quemé todo, que me hizo olvidar todos los trabajos y peligros pasados».

Al atardecer del día siguiente, consiguieron llegar al lugar donde se encontraban los náufragos, cuya alegría fue indescriptible, pues todos se daban ya por perdidos. Pero con su llegada afirmaba que pronto vendrían a recogerlos y que tuvieran todo lo que se había podido salvar de la nao, para que se pudiera embarcarse en breve tiempo.

Estando en el nuevo campamento, el 24 de enero se divisaron unas velas, que no eran otras que la de la capitana, la San Gabriel y el patache Santiago. Loaísa se encontró con la San Gabriel el 31 de diciembre, y había llegado el 18 de enero al puerto de Santa Cruz, hallando las instrucciones que, al pie de la cruz, le había dejado Elcano. El 23 de enero encontraron al patache Santiago en la desembocadura del Río Gallegos, y allí estaban. Urdaneta y los suyos comenzaron a dar gritos y encender hogueras, para llamar su atención. Loaísa, sorprendido de ello, mandó al patache que se acercara a tierra y así recibieron nuevos ánimos, embarcándose unos cuantos, para que el resto quedara de guardia protegiendo los materiales rescatados del naufragio.

Entretanto, Elcano, con las tres naos restantes, se preparaba para el paso del Estrecho, y mandó lanzar las anclas a unas cinco leguas de su verdadera entrada. Al desencadenarse de nuevo la bravura de las aguas, las naos fueron nuevamente estragadas, comenzando por perder los bateles que estaban trincados a popa. La Anunciada comenzó a garrear y a las dotaciones les entró pavor, empezando a ampararse al cielo «pidiendo misericordia», ya que las naos - a pesar de las previsiones de estar alejadas - amenazaban con estrellarse contra los altos acantilados «donde ni de día ni de noche no podríamos escapar ninguno de nosotros». Entonces Elcano, logrando llegar a donde se encontraba Pedro de Vera, capitán de la nao, le explicó que si la gente comenzaba a trabajar de firme «como buenos marineros», se podía salvar a la nao. Diciéndoles que tenía «tomada por la aguja la punta de una playa», contagió a la tripulación los ánimos para lograr ponerse a salvo en alta mar realizando unas arriesgadísimas maniobras. Dos días después, la nao Anunciada regresó a intentar de nuevo el paso del Estrecho, donde nada más entrar, se encontraron a las dos naos de Loaísa fondeadas, con Urdaneta y los náufragos de la Sancti Spiritus. Por ello se esparce el regocijo del encuentro, ya que las dos partes se daban por perdidas, a lo que Urdaneta dice: «Dios sabe cuánto placer hubimos en hallarnos allí». El 25 quedó por fin reunida la expedición al abrigo del cabo de las Once Mil Vírgenes.

Loaísa encargó a Elcano que con la Parral, la San Lesmes y el patache se introdujera en el Estrecho y recogiera al resto de los náufragos y los materiales acopiados, por lo que zarpa el día veintiséis de enero, regresando diez días después con todos ellos y librándose, por poco, de otra tempestad tan frecuente en ese estrecho.

Cuando esto sucedió, se encontraban embarcados en la Parral tanto Elcano como Urdaneta que, junto al patache, buscan un buen refugio en un arroyo, donde las naos quedan a merced del fuerte viento del sudoeste. Pero Elcano, siempre atento, descubrió en la angostura un sitio mejor por ser un abrigo natural, logrando meter allí a su nao y el patache. Pero la San Lesmes, al mando de Francisco de Hoces, se vio obligada a correr el temporal y viajar hasta los 55º de latitud Sur, convirtiéndose en los primeros en descubrir el paso del cabo de Hornos, en el terrible extremo austral del continente. Se anticiparon así 55 años al pirata Francis Drake, y es por ello que en España y en parte de Hispanoamérica se llama mar de Hoces al pasaje de Drake de los anglosajones.

Cuatro días estaba Elcano en el mismo lugar, esperando que el temporal amainara, cuando de pronto vio salir por el boquerón a la San Gabriel, por lo que dio la orden de efectuar una salva. Ello propició que el capitán de la nao, Rodrigo de Acuña, se acercara y le pusiera en conocimiento del grave desastre ocurrido: en el mismo temporal que acaban de correr las naos de su mando, la capitana de la expedición se había estrellado, y salvo el maestre y unos pocos marineros que habían abandonado la nao, por lo que creía, que no era posible que Loaísa se hubiera salvado. Martín de Valencia le confesó además que se sentía derrotado ante tantos y tan repetidos desastres, y por ello resolvía el dar por terminada la expedición y regresar a España. Pero Elcano no pensaba lo mismo, por lo que ordenó el envío de auxilios a sus compañeros y el intentar rescatar la nao Victoria. Gracias a su oportuno auxilio se consiguió que la capitana no se hundiera, salvando al mismo tiempo a todos lo que habían permanecido a bordo.

Deserciones

Urdaneta anotaba en su diario, el día 10 de febrero, la deserción de la Anunciada, cuyo capitán, Pedro de Vera, expresó su propósito de navegar hacia las Molucas por el cabo de Buena Esperanza, es decir, con rumbo opuesto. La nao salió de la boca del Estrecho haciendo oídos sordos a las órdenes que se le daban. Dice Urdaneta: «No quiso venir adonde nosotros estábamos» y con cierta amargura continúa: «A la tarde desapareció y nunca más la vimos».

Después de las tormentas padecidas y el encallamiento de la capitana, las naos no estaban para aguantar ningún temporal. Por ello, el 13 de febrero, Loaísa y Elcano convinieron en regresar al río de Santa Cruz para reparar los daños que les causara el temporal a las naves. Se ordenó a Rodrigo de Acuña que con su nao fuera a buscar al patache para trasmitirle la orden, ya que de lo contrario se podría perder. Pero Acuña se hizo el desoído, actitud que molestó a Loaísa, que le ordenó de nuevo ir. Acuña aún le contestó «que adonde él no se quisiese hallar que no le mandare ir», pero ante la amenaza de Loaísa, ya muy firme, accedió a ir y de paso recuperar a su chalupa, que estaba en poder del patache. Urdaneta, en su diario, escribe:

Domingo á once de Marzo llegó el patax al dicho río de Santa Cruz, donde nos dijeron los que venían en él, que D. Rodrigo de Acuña había llegado dó ellos estaban en las Once mil Vírgenes, y quel capitán del patax le envió su batel con catorce hombres, los más de ellos de la nao Santi Spiritus, con algunos del mismo patax y que, en tomando el batel, luego se hizo a la vela, é que no sabían más del.

Al igual que en días anteriores cuando la Anunciada había desertado, ahora le ocurría lo mismo a la nao San Gabriel, que volvió a Castilla por la costa de Brasil, teniendo que hacer frente a tres galeones franceses. Tras la fin de Acuña, su capitán, Martín de Valencia, prisionero de los franceses y después liberado, consiguió entrar con su nave en el puerto gallego de Bayona el 28 de mayo de 1527, sin apenas ya víveres.

El paso del estrecho de Magallanes

Con la deserción de la Anunciada y la San Gabriel, la expedición quedaba herida de fin, pues a ello había que añadir que el resto de las naves no estaban, como se ha dicho, en condiciones de navegar. En este fondeadero permanecieron por espacio de un mes reparando las naves y haciendo acopio de comida. Las condiciones de la pesca eran muy fáciles, ya que en la bajamar incluso se podía coger el pescado con la mano; allí también probaron por primera vez la carne de foca.

Al dar la banda a la capitana, y aprovechando que la bajamar la dejaba en seco, se pudieron comprobar los graves daños que tenía: el codaste estaba completamente roto, así como tres brazas de la quilla, lo que hacía muy complicado el ponerla en servicio otra vez. Sin embargo, el hecho era que, con la pérdida de la segunda nao de la expedición y la deserción de la Anunciada y la San Gabriel, la expedición no podía dejar perder a su único buque bien armado y de mayor porte. Así que los expedicionarios se dedicaron casi por completo a reparar la capitana. A base del acopio de los materiales de la perdida Santi Spiritus y de los que llevaban de repuesto en los demás buques, se consiguió volver a poner a flote la Santa María de la Victoria utilizando, en casi toda la tablazón, planchas de plomo y «cintas de fierro». Aparte de esto, se construyó un batel para la Santa María del Parral y la San Lesmes. Por los daños que tenía esta última se la estuvo a punto de dar por inútil, pero las grandes bajamares de aquellas costas permitieron que se terminara de arreglarla y ponerla en servicio también.

El 24 de marzo concluyeron las reparaciones y se volvieron a hacer a la mar. El día 5 de abril doblan el cabo de las Once Mil Vírgenes, y el 8, con el patache en cabeza en misión de exploración, se adentran por el boquerón. Al llegar a la posición donde se había quedado anteriormente la nao capitana, Loaísa manda la chalupa para recoger algunos cepos de lombarda y toneles que allí habían quedado. Pero al llegar los hombres a tierra, los indios los atacaron con flechas, defendiendo aquellos enseres con su propia vida. Al siguiente día, el grueso de la expedición se encontró con el patache, que estaba a buen abrigo esperando su llegada, quedando todos reunidos.

Se reanudó entonces el difícil paso del estrecho de Magallanes, un laberinto de entradas y salidas de 305 millas marinas de longitud, lo que obligaba a tener en constante vigilancia a algún buque explorador. Pero la mala suerte parecía perseguir a Loaísa: cuando ya estaban a punto de salir, en su nao, por estar encendido un fuego para cocer una caldera de brea, prendió fuego la cubierta. El pánico se apoderó de la dotación, que se amontonó para abordar la chalupa y hacerse al agua. Por suerte otros marinos acudieron al fuego y lograron apagarlo. Loaísa no se entretuvo en contemplaciones, y al ver el fuego sofocado «afrentó de palabra a todos los que entraron en el batel».

El 12 de abril, la expedición arribó al puerto de la Concepción y el 16 se encontraba en la punta de Santa Ana, que los expedicionarios bautizan con el sobrenombre de estrecho de las Nieves, por estar todas sus cumbres cubiertas de ella; pero, además, por una nieve de tono azulado, que se suponía que era por la cantidad de siglos que allí llevaban sin deshelar. El ensordecedor rugir de la mar, al encontrarse los dos océanos, hacía temblar los cascos de las naos. La noche del 18 de abril, los expedicionarios se llevaron un gran susto, pues de pronto y encontrándose en el puerto de San Jorge, comenzaron a oír los gritos que daban los patagónicos, los cuales se acercaban a gran velocidad con sus canoas y provistos de tizones encendidos, por lo que se aprestaron a las armas, pero según el relato de Urdaneta «no les pudimos entender, no llegaron a las naos y se volvieron».

Entre el 25 de abril y el 2 de mayo la expedición estuvo en Buen Puerto. El 6 de mayo, en las cercanías del puerto de San Juan, la expedición se vio obligada a correr otro temporal logrando no sin esfuerzos el arribar al mencionado puerto. Estando ya fondeados, comenzó a caer nieve y después de ello Urdaneta escribe: «No había ropas que nos pudieran calentar». El mal tiempo obligó a la expedición a permanecer en el lugar unos días. Pensando que el tiempo mejorará, se vuelven a hacer a la mar, pero a las pocas millas se ven forzados a regresar, ya que el temporal no amaina y aumenta su intensidad. Urdaneta anotaba en su diario las hórridas condiciones de vida a bordo de los barcos: «A las noches eran tantos los piojos que se criaban, que no había quien se pudiese leer»; hubo el caso concreto de un marinero que falleció de aquella plaga y que Urdaneta describe: «Todos tuvimos por averiguado que los piojos le ahogaron».

El 15 de mayo, el tiempo comenzó a abonanzar, lo que inmediatamente se aprovechó para hacerse a la mar. El sábado 26 de mayo de 1526, víspera de la festividad de la Santísima Trinidad, la armada alcanza el extremo de la isla Desolación y dobla el cabo Deseado, saliendo del estrecho de Magallanes tras 48 días de travesía por el mismo.

Separación de la expedición

Seis días después de entrar en la inmensidad del océano Pacífico, el 2 de junio, la escuadra se encontró con otro temporal que deshizo la expedición, puesto que desde las cofas no se advertía a bajel alguno a la vista. Estando ya a unas ciento cincuenta leguas del cabo Deseado, la tempestad se convirtió en casi un huracán, lo que todavía contribuyó más al alejamiento de las naos. La expedición ya no volvería a reunirse, pero se tiene constancia de los rumbos de los barcos separados:

-La San Lesmes fue vista por última vez por el patache, y de ella nunca más se supo. Más de dos siglos después, en el año de 1772, la fragata Magdalena encontró una gran cruz muy antigua cerca de Tahití, por lo que por esta noticia, el insigne historiador Martín Fernández de Navarrete sacó la conclusión de que, por la derrota seguida y las corrientes, y con los últimos datos del patache, se puede casi asegurar que fueron a parar allí. En 1929 se encontraron unos cañones españoles del siglo XVI en la isla de Amanu, en las Tuamotu. Otros autores opinan que llegaron hasta Nueva Zelanda y naufragaron en la costa meridional de Australia; desde allí la tripulación habría costeado la isla hasta pasar el cabo York, siendo después apresados, probablemente, por la segunda expedición del portugués Gomes de Sequeira.

-La Santa María del Parral logró cruzar el Pacífico y alcanzar las Célebes. Una sedición, preparada por los marineros Romay y Sánchez, dan fin al capitán, Jorge Manrique de Nájera, a su hermano y al tesorero. Después hicieron embarrancar en la isla de Sanguin, cercana a la de Cebú, donde desembarcaron. Pero los indígenas los atacaron, matando a varios de los españoles y capturando al resto. Menos de dos años después, en febrero de 1528, la expedición de Álvaro de Saavedra recogió a los dichos marineros. Los instigadores del motín, Romay y Sánchez, fueron procesados, declarados culpables de amotinamiento, desobediencia y asesinato, y ejecutados en Tidore.

-Con respecto al patache Santiago, al mando de Santiago de Guevara, puso rumbo norte y realizó un asombroso viaje de 10 000 km hasta alcanzar la costa de Nueva España. Dio fondo en el golfo de Tehuantepec el 25 de julio de 1526, y diversos pertrechos, junto con parte de la tripulación, participaron en la expedición de Álvaro de Saavedra, que también cruzaría el Pacífico entre 1527 y 1529.

La travesía del Pacífico

Mientras tanto la capitana, la nao Santa María de la Victoria, encontrándose sola el 4 de junio a 41º 30' de latitud sur, prosiguió el viaje. Su situación empeoraba por momentos, pues, a causa de los temporales, sus reparaciones se habían resentido y comenzaba a hacer agua. Tanta que las bombas de achique no daban para desalojarla. Además, el escorbuto empezó a causar estragos entre los tripulantes, dando comienzo a una triste y larga lista de fallecidos a su bordo. El 24 de junio falleció el piloto Rodrigo Bermejo; el 13 de julio le siguió el contador Alonso de Tejada; el día 30, cuatro días después del paso del Trópico de Capricornio, moría el jefe de la expedición capitán general Loaísa, siendo nombrado general de la expedición Juan Sebastián de Elcano, ya muy enfermo, que falleció 5 días después, el 4 de agosto. Andrés de Urdaneta fue uno de los testigos que firmaron el testamento del insigne marino,​ en el que dedicaba un recuerdo emotivo a su lugar natal. En sustitución de Elcano fue nombrado general Alonso de Salazar, e indica Urdaneta:

Bien creo que si Juan Sebastián de Elcano no falleciera, no nos arribáramos a las islas de los Ladrones tan presto, porque su intención siempre fue de ir en busca de Cienpago, por éste se llegó tanto hacia la tierra firme de la Nueva España.

Unas horas después de Elcano moría Álvaro de Loaísa, sobrino del jefe de la expedición, que había sido nombrado contador al fallecer el titular. Con su acostumbrada meticulosidad Urdaneta cuenta:

Toda esta gente que falleció (unos treinta desde la salida al océano) murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no podían comer ninguna cosa y más de un dolor de pechos con esto; yo vi sacar a un hombre tanta grosor de carne de las encías como un dedo, y otro día tenerlas crecidas como si no le hubiera sacado nada.

Llegada a Guam

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A Gonzalo de Vigo.

El 9 de agosto, la nao se encontraba a 12º de latitud norte, rumbo a las islas de los Ladrones. El 21 de agosto descubrieron la isla de San Bartolomé, pero lanzando la sonda, ésta no daba la profundidad, pues «parecía el agua muy verde». Viendo que no podían dar fondo, la treintena de supervivientes de la expedición puso nuevamente rumbo a las Marianas.

Consiguieron avistarlas el 4 de septiembre y alcanzar al día siguiente la isla de Guam, donde se lanzaron las anclas. Inmediatamente, una gran cantidad de piraguas rodearon la nao a gran velocidad. Los abordó un grupo de indígenas, totalmente desnudos, con una facilidad que asustó a los tripulantes. Pero de ellos se destacó uno, que en un perfecto castellano con acento gallego, les espetó: «Buenos días, señor capitán y maestre y buena compañía...» Este hombre no era otro que Gonzalo de Vigo, desertor de la expedición que, comandada por Gonzalo Gómez de Espinosa, se había separado de Elcano en 1521, en las Islas Molucas, en un intento de atravesar el Pacífico rumbo a Darién. Según Urdaneta:

... hallamos un gallego que se llama Gonzalo de Vigo, que quedó en estas islas con otros dos compañeros de la nao de Espinosa, e los otros dos muriendo, quedó él vivo, el cual vino luego a la nao e nos aprovechó mucho porque sabía la lengua de las islas...

Gonzalo de Vigo pidió el Seguro Real (o sea, el perdón) y por su amable llegada, más la ayuda que se comenzó a prestar a los enfermos de escorbuto, le fue concedida a bordo mismo y en ese instante.

Mindanao

Aún no recuperados del todo, el 10 de septiembre se volvieron a hacer a la mar. Sin embargo, a los cinco días de la salida falleció Toribio Alonso de Salazar, que había sido nombrado por Elcano capitán de ella, por lo que de nuevo surgieron problemas. Hubo dos que pretendieron el mando. Uno era Hernando de Bustamante y el otro Martín Íñiguez de Zarquizano, quienes a su vez tenían divididas las simpatías de los tripulantes. El primero era uno de los que fue con Elcano y fue llamado por orden real a presencia de Carlos I, por lo que su fama de buen navegante le era propicia para el cargo; el segundo era contador general de la expedición de Magallanes y también un superviviente de la primera vuelta al planeta, de modo que estaban los dos muy igualados. Para dilucidar quién debía ser el responsable, se acudió a la votación por mayoría, por lo que se organizó escrupulosamente ésta. Así, ese mismo día, 15 de septiembre, en presencia del escribano general, todos fueron pasando y dejando su papel con el nombre del elegido; según Urdaneta: «Y así todos votaron los unos por el dicho Martín Iñiguez de Zarquizano y los otros por el dicho Hernando de Bustamante».

Al realizar el escrutinio y ver el resultado, al escribano se le escapó una sonrisa. Esto provocó que, tal como cuenta Urdaneta: «Antes que se viesen los votos Martín Iñiguez se resabió con parecerle que tenía más votos el Bustamante y apañó al escribano los votos y echólos en la mar». Se desató un discusión por su proceder, pero no tuvo mayores consecuencias porque se llegó al acuerdo de que, si al llegar a las Molucas allí se encontraban los bajeles perdidos, y en alguno de ellos estaba alguno de los jefes, él decidiría; de lo contrario, en aquellas tierras se volvería a realizar la votación y, mientras tanto, compartirían el mando los dos.

Al amanecer del 2 de octubre, desde la cofa se dio aviso de tierra en la misma línea del horizonte: se trataba de la isla de Mindanao. Por ello Zarquizano convocó en el alcázar a Bustamante y a otros quince hombres, y les dirigió un discurso, según Urdaneta, «diciendo que ya veíamos cómo estábamos en el archipiélago de la Célebes y muy cerca del Maluco, y que era muy grande poquedad de todos los que íbamos en aquella nao y gran deservicio de su Majestad irnos así sin capitán y caudillo...»; a lo que añadió Urdaneta de su propio tintero: «Por no tener capitán nombrado y jurado podía acaecernos algún desastre como a hombres desmandados y desordenados». Proseguía Zarquizano: «Por parte de Dios y de Su Majestad», que por las instrucciones Reales y por ser el oficial de mayor graduación, debía ser elegido como capitán general de la expedición, y terminaba declarando que «era más hábil y suficiente para el dicho gobierno que Hernando de Bustamante». Ante estas palabras todos le juraron obediencia y respeto como a jefe supremo, pero Bustamante se negó; a ello respondió Zarquizano con la orden de ponerle grillos. Urdaneta lo cuenta así: «Le mandaron echar unos grillos, de que cobró mucho miedo, y así le hubo de jurar y obedecer».

El 6 de octubre consiguieron llegar a la costa. Zarquizano, con previsión, ordenó lanzar las anclas a cierta distancia de ella y, al tiempo, mandó a Urdaneta con la chalupa y varios hombres a ver cómo era la población indígena. Intentó conversar con ellos Gonzalo de Vigo, pero el lenguaje era distinto, por lo que recurrieron a la mímica. A cambio de baratijas relucientes consiguieron llenar la chalupa de cocos, plátanos, batatas, frutas diversas, vino de palma, arroz y hasta alguna gallina. Al ser la acogida tan agradable, Zarquizano ordenó levar anclas y acercar la nao a la costa, y una vez allí recibió la visita del cacique de la zona. Siguiendo con el trueque, lograron más provisiones, pero al apercibirse el capitán general de que los colgantes de los indígenas eran de oro ordenó que nadie intentara el trueque por ese metal.6​

Unos días más tarde, regresó Urdaneta con la intención de la primera vez. Pero en esta ocasión los indígenas habían sido soliviantados por un malayo, por lo que al empezar a hablar los indios les exigieron que apagaran las mechas de sus fusiles, a lo que lógicamente se negaron. Esto dio principio a una serie de acontecimientos, en los que ocurrió de casi todo: se comenzó por tener cada parte un rehén de la otra;y los indios empezaron a regatear. Mientras se negociaba, los españoles advirtieron que los nativos estaban intentando cortar las amarras de la chalupa. Por su parte, Gonzalo de Vigo (que era el rehén) se dio cuenta de que los filipinos que le rodeaban movían amenazadora e insistentemente sus machetes y estaban muy alterados, por lo que pegó unos gritos para advertir a sus compañeros. Andrés de Urdaneta se dio cuenta de la situación y prohibió a sus hombres contestar a Gonzalo para no alertar a los indios. Se levantaron los españoles dando explicaciones de que ya era muy tarde y que mañana proseguirían. En ese instante Gonzalo dio un par de empujones a los que tenía más cerca y salió corriendo, consiguiendo llegar a la chalupa donde sus compañeros le esperaban. Los nativos, temiendo las armas de los españoles, cesaron en la persecución y nadie resultó perjudicado.

Al día siguiente Zarquizano, con sesenta hombres perfectamente pertrechados, desembarcó y se adentró en la jungla hasta llegar al campamento, donde, cuenta Urdaneta, «envió a requerirles a los indios de paz a que nos vendiesen algunos alimentos». Pero la respuesta de estos fue salir corriendo con sus enseres y adentrarse en la espesura de la selva. Prevenido Zarquizano por Bustamante de la forma de combatir de los indios, dispuso la retirada con una buena defensa en la retaguardia, con lo que se evitó un ataque que a buen seguro se hubiera producido; Urdaneta aclara con estas palabras: «Quién por estas Indias anduviere y no fuere práctico, perderse ha, por ser los indios muy atraicionados...»

Al no poderse llegar a ningún acuerdo por la manifiesta hostilidad de los indígenas, Zarquizano ordenó levar anclas el 15 de octubre y hacerse a la mar con rumbo a la cercana isla de Cebú, pero una vez más los vientos contrarios le obligaron a desistir de ello, por lo que ya siendo favorables, los aprovechó para poner rumbo directo a las Molucas.

Las Molucas

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Moluccæ Insulæ Celeberrimæ. Mapa de Blaeu de las Molucas, que apareció por primera vez en 1630 en el Atlantis Appendix. Fue el primer mapa detallado en gran escala de las islas de las especias, en ese momento ya neerlandesas.

Arribaron el día 22 de octubre a Tálao, en el archipiélago de las Célebes, donde se abastecieron y pertrecharon con abundancia comerciando con sus habitantes. El jefe de la isla, después de realizados todos los intercambios, se reunió con Zarquizano, pidiéndole que le ayudara a terminar una guerra con un vecino. Pero Zarquizano, recordando que algo parecido le ocurrió a Magallanes y para evitar caer en la misma trampa se negó. Además se dirigió a los portugueses y les advirtió del riesgo que corren, pues a buen seguro que si se inicia la guerra, ellos serán los más perjudicados, por lo que estos se encargaron de disponer todo el armamento en caso de conflicto.

Zarpó la expedición de esta isla y se dirigió a Gilolo, la mayor de las pertenecientes a las Molucas, donde llegaron el 29 de octubre. A su llegada sus habitantes se les vinieron encima con sus canoas, confundiéndolos con portugueses; Urdaneta dice: «Nos vinieron a ver cientos de indios y hablándonos en portugués, de lo que nos holgamos mucho...». El 3 de noviembre, Zarquizano envió a Urdaneta y a cinco más a anoticiar a los reyes de Tidore y Gilolo de su llegada y de sus intenciones de ayudarlos contra sus enemigos. El 4 de noviembre entraron en el puerto de Zamafo, de donde partieron el 18 de noviembre rumbo a la isla de regazo. Llegaron a ésta el 30 de noviembre y desde allí retornaron a Zamafo; hicieron estancia en esta ciudad entre el 13 y el 30 de diciembre.

Pronto las rencillas del reparto del mundo por el tratado de Tordesillas provocarían la guerra entre españoles y portugueses, por estar estos en territorios de aquellos. Pero la acción de los españoles, que había sido encontrada de buenas maneras por parte de los nativos, provocó el que unos se pusieran de un lado y los otros de otro. Por eso Urdaneta recuerda estas palabras de su jefe: «Que nunca Dios quisiese que nosotros fuésemos en rehusar de cumplir lo que Su Majestad decía en el mote de la divisa de las columnas: Plus Ultra». Y prosigue: «Toda la gente estaba tan recia y fuerte como el día que partimos de España, aunque hacía diez y ocho meses que salimos». Y continúa: «Si los portugueses quisieran, bien nos alcanzaran; empero no les pareció buen partido, y así nos dejaron pasar».

Zarparon de esta isla y el día de Año Nuevo de 1527 la nao arribó a Tidore, donde fueron bien recibidos y se avituallaron nuevamente de alimentos frescos; pero el trato con los lugareños era irregular, por lo que hubo varios enfrentamientos entre ambas fuerzas. El 17 de enero los portugueses intentaron abordar la nao española, embarcados en las canoas de los indígenas; pero cometieron el error de hacerlo en una noche de luna llena, por lo que los vigías de guardia de la nao abrieron fuego sobre ellos, lo que provocó que la sorpresa ya no fuera tal y que los españoles salieran todos a ocupar sus puestos. Al final, el resultado fue de un muerto y dos heridos portugueses y un muerto y cuatro heridos por los españoles.

Al atardecer de ese día, los españoles, con doscientos indígenas, abortaron un intento de desembarco en las cercanías de la nao para hostigar con artillería al buque. Cuando se retiró, apareció una veloz embarcación que recorría la costa y de esta forma se apreció que portaba una bandera roja, en la que claramente se leía: «A sangre y fuego».

Al siguiente día regresaron los portugueses, y comenzó un nuevo cañoneo. De resultas de él la Santa María de la Victoria resultó alcanzada por tres de ellos. Pero, al parecer, el mayor daño lo sufría el buque al disparar sus propias piezas de artillería, por lo que quedó inservible para ser aparejado y volverse a hacer a la mar. Zarquizano, en palabras de Urdaneta: «Mandó llamar al maestre y piloto y marineros de la nao y a otras personas entendidas, y les tomó juramento en unos Evangelios si estaba aquella nao para poder navegar», pero «todos juraron uno a uno y depusieron que no era posible poderla aparejar de manera que pudiese navegar...» Esto consternó a Zarquizano, que no tuvo más remedio que resignarse. Por ello ordenó desmantelar la nao y reutilizar los materiales y la artillería para poder fortificar alguna posición.

Con la excusa de concertar la paz, los portugueses envenenaron a Zarquizano el 11 de julio de 1527. Por votación fue elegido nuevo capitán Hernando de la Torre, y los 120 españoles remanentes procedieron a construir una fortaleza en Tidore con dos docenas de piezas de artillería.

El 27 de marzo de 1528 llegó a Tidore la nao Florida al mando de Álvaro de Saavedra Cerón, enviada por Hernán Cortés para buscar a las expediciones de García Jofre de Loaísa y de Sebastián Caboto (esta última quedó en el Río de la Plata) en cumplimiento de órdenes del emperador. La Florida partió hacia Nueva España el 14 de junio de 1528, cargada con sesenta quintales de clavo de olor, pero hubo de regresar a Tidore a donde llega el 19 de noviembre de 1528. Parte de nuevo el 3 de mayo de 1529, pero nuevamente debe regresar. Llega a Gilolo el 8 de diciembre de 1529, muriendo Álvaro de Saavedra Cerón en el trayecto.

Tras varios meses de lucha, los portugueses habían tomado Tidore, abandonada por los españoles, lo mismo que las naves españolas, por lo que los 18 sobrevivientes de la Florida continuaron hacia Malaca, en donde fueron apresados por los portugueses, muriendo allí diez de ellos.

Los españoles de Tidore continuaron la lucha fuera de la fortaleza ocupada por los portugueses, pero en 1529 Hernando de la Torre firmó la paz con el capitán portugués de las Molucas, Jorge de Meneses.

Que los castellanos saliesen de aquellas islas y fuesen para el lugar de Camafon en la costa del jovenlandés, para lo que Don Jorge les daría embarcaciones para ir allá.

Se acordó que los españoles permanecerían en la isla de Maquien que habían tomado al rey de Ternate, sin intentar comprar clavo de olor ni aliarse a los enemigos de los portugueses, los reyes de Gilolo y Tidore. Los cosas tomadas mutuamente debían devolverse. Posteriormente fueron trasladados a Goa en la India, en donde se les unieron los sobrevivientes de la expedición de Saavedra.

Presos de los portugueses, los miembros de la expedición de Loaísa reciben la noticia de que el emperador había vendido los derechos sobre las Molucas a Portugal mediante el Tratado de Zaragoza (1529).

Los últimos 24 supervivientes llegaron a Lisboa a mediados de 1536.

Un mundo mejor: García Jofre de Loaísa (Descubre Annabon y cabo de hornos)

Jofre de Loaysa o Loaisa, Garcia Biografia - Todoavante.es

Expedición de García Jofre de Loaísa - Wikipedia, la enciclopedia libre
 
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28) Álvaro de Saavedra, descubridor del Pacífico

Álvaro de Saavedra Cerón (España, ¿? – océano Pacífico, 1529) fue uno de los primeros exploradores europeos en el océano Pacífico.

Se desconoce el lugar y la fecha exacta de su nacimiento, pero se sabe que nació a fines del siglo XV o a principios del XVI. Era español de nacimiento, primo de Hernán Cortés, a quien acompañó a la Nueva España, hoy México, en 1526.

En 1527 Hernán Cortés equipó una expedición que tenía como objeto encontrar nuevas tierras en el mar del Sur (océano Pacífico) y le encargó a su primo Álvaro Saavedra y Cerón que se hiciera cargo de la expedición. Otro objetivo de este viaje era encontrar la nave Trinidad enviada por Magallanes a las Filipinas, que se consideraba perdida en esa área.

El 31 de octubre de 1527 zarparon de Zihuatanejo (estado mexicano de Guerrero) las tres naves (Florida, Espíritu Santo y Santiago) rumbo al Pacífico. Atravesaron el mar del Sur, recorrieron la costa norte de Nueva Guinea, a la que nombraron «isla de Oro», y el 3 de octubre de 1528 llegó a las islas Molucas solo una de las naves.

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Ruta de los viajes de Saavedra.

La expedición de Saavedra, descubrió el archipiélago de Hawái el 28 de noviembre de 1527, se avistó tierra al norte, aproximadamente en la longitud de Hawái, pero no se encontró de nuevo después de una búsqueda de dos días. Además, más tarde desaparecieron el Santiago y el Espíritu Santo, pudiendo haber llegado a Hawái.

Hay un viejo relato oral de Hawái que describe a los blancos que llegaron a las islas muchas generaciones antes, y que fueron recibidos por el jefe Wakalana. Es posible que estos visitantes fueran miembros de la tripulación de Álvaro de Saavedra.

Los exploradores españoles llegaron a las islas de Hawái dos siglos antes de la primera visita registrada del capitán James Cook en 1778.​ Durante dos siglos y medio galeones españoles cruzaron el Pacífico a lo largo de una ruta que pasa al sur de Hawái en su camino hacia Manila. La ruta exacta se mantuvo en secreto para proteger el monopolio comercial español contra los poderes de la competencia.

El 27 de marzo de 1528 arribó a Tidore la nao Florida al mando de Álvaro de Saavedra Cerón, donde encontró a la expedición de García Jofre de Loaísa. La Florida partió hacia Nueva España el 14 de junio de 1528, cargada con sesenta quintales de clavo de olor, pero hubo de regresar a Tidore, adonde llega el 19 de noviembre de 1528. En su intento de regresar a las costas de la Nueva España, fue desviado por los vientos alisios del noreste, que lo lanzaron de nuevo a las Molucas.

Tiempo después, Álvaro Saavedra intentó nuevamente el regreso, pero navegando más al sur. Volvió a las costas de Nueva Guinea, una de las pocas islas conocidas del Pacífico en esa época, y después de recibir agua y alimentos de los nativos se dirigió al noreste, en donde descubrió los grupos de las islas Marshall y las islas del Almirantazgo.

Desembarcó en la pequeña isla de Enewetak, desde donde prosiguió su viaje hacia el este, y nuevamente fue sorprendido por los vientos, que lo llevaron por tercera vez a las islas Molucas.

El 3 de mayo de 1529, al intentar de nuevo regresar a Nueva España, le sorprendió una tempestad y nuevamente debe regresar, llegando a Gilolo el 8 de diciembre de 1529, muriendo Álvaro de Saavedra Cerón en el trayecto.


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29) Luis Vicente de Velasco, defensor de la Habana, el Capitán más bravo del Rey Católico

Luis Vicente de Velasco e Isla (Noja, España, 9 de febrero de 1711 - La Habana, Cuba, 31 de julio de 1762) fue un marino y comandante de la Armada Real Española. A lo largo de su carrera militar, destacó por su valentía y destreza al mando de varios buques del rey de España. Alcanzó su mayor gloria defendiendo La Habana de la oleada turística inglesa de 1762.

Por todos sus méritos y en recuerdo suyo, se creó el Marquesado de Velasco del Morro para su hermano Ïñigo José de Velasco y Fernández de Isla.

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Juventud

Luis Vicente Velasco de Isla nace en Noja el 9-II-1711, y muere en La Habana el 31-VII-1762. La E.U.I. Espasa y la Gran Enciclopedia de Cantabria coinciden en los datos biográficos de este trasmerano, cuya vida se desarrolla dentro de las peculiaridades más llamativas de los cántabros que admiraron los historiadores griegos y romanos. Ya era guardiamarina a los 15 años y recibió el bautismo de fuego a los 16. Desde entonces estuvo presente en luchas contra los piratas berberiscos, en la conquista de Orán y en viajes al Nuevo Mundo

Campañas militares

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Vista actual del Castillo del Morro en La Habana donde perdió la vida Velasco.

Un hecho ocurrido en 1742 define el temple de nuestro marino. Cuando iba al mando de una fragata de sólo 30 cañones que hacía la travesía de La Habana a Matanzas, le cerró el paso una fragata inglesa con mayor tonelaje y número de cañones, la cual tenía además a la vista un bergantín también británico que se acercaba, con problemas de escasez de viento, en refuerzo de su compatriota. Velasco no lo duda y abre fuego contra la fragata, cañoneándola a corta distancia y maniobrando para abordarla, lo cual consigue y, tras muy sangrienta lucha, rinde el navío inglés antes de que pueda recibir la ayuda del bergantín. Vira rápido la fragata española para dar caza al segundo buque británico y le dispara, logrando dos impactos sobre la línea de flotación a poco de empezar el nuevo combate (hecho que habla de la pericia de los artilleros y de la eficacia de los cañones). El bergantín comienza a hundirse y arría la bandera de combate e iza la de auxilio. Velasco se lo presta y captura a los náufragos. Luego entró en La Habana con los dos buques apresados y un número de prisioneros que casi duplicaba al de su tripulación.

Y no fue este un suceso aislado en el incesante patrullar del héroe, pues consta que en 1746, al mando de uno de los dos jabeques que componían una fuerza integrada por dos naves de este tipo, además de una balandra y un paquebote (denominado el Diligente), en misión de patrulla y observación por la costa norte de Cuba, capturó al abordaje otro paquebote inglés de 18 cañones y 150 hombres. El hecho fue conocido en la Corte y difundido en la "Gaceta de Madrid" el 13 de septiembre del mismo año, en la siguiente forma:

"D. Andrés Regio, Comandante de la Esquadra de S.M. que está en la Habana, ha participado en carta de 27 de Junio próximo pasado, que habiendo tenido noticia de que en las costas de aquella Isla cruzaban algunas Embarcaciones Corsarias Inglesas, destacó en su busca dos Javeques de la Compañía, armados con Gente de la Esquadra, una Balandra, y el Paquebot el Diligente, el todo a cargo del Capitán de Fragata D. Vicente de la Quintana. Estas Embarcaciones pudieron avistar dos Enemigas, y habiendo puesto la proa a la que parecía menor la Balandra, y el Paquebote el Diligente, y a la mayor los dos Javeques, lograron éstos alcanzarla después de tres horas de caza; y trabado combate por ambas partes con la mayor bizarría, determinaron D. Vicente de la Quintana, y D. Luis de Velasco, Comandantes de los dos Javeques, abordar el Bajel Inglés para rendirlo, como lo lograron después de una función bien reñida de cuatro horas, en que tuvimos 12 hombres muertos, y 29 heridos, comprehendidos en este número tres Oficiales: los Enemigos perdieron 39 entre muertos y heridos. El Armamento de esta Presa, y un Paquebote con 150 hombres de Tripulación, su Capitán Guillermo Clymer, consistía en 18 Cañones, 18 Pedreros, 180 Fusiles, 80 Sables, 60 Pistolas y cantidad considerable de Municiones y Artificios de fuego."

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Pág. 296 de la "Gaceta de Madrid" del 13 de septiembre de 1746.

En 1754 el rey Fernando VI le concede el mando del navío de línea La Reina, todo lo cual hace tambalear la creencia en el defecto de diseño de aquellos navíos de guerra españoles, que sí resultaban bien eficaces manejados por la inteligencia de Velasco y el vigor de los brazos que la obedecían. Durante la paz que siguió, continuó Velasco navegando e hizo viajes entre América y Europa, en las escuadra de los generales Regio y Spínola.

Sin embargo, los hechos narrados hasta ahora son poco en relación al valor que el cántabro derrochó en la defensa del Castillo de los Tres Reyes del Morro, que cerraba el puerto de La Habana. En junio de 1762 seguía Velasco con el navío Reina, formando parte de la escuadra del general Gutierre de Hevia, marqués del Real tras*porte.

Defensa de la Habana y fin

Tras el Pacto de Familia entre España y Francia de 1762, los ingleses, en el marco de la Guerra de los siete años, atacan Cuba con una escuadra de 23 navíos, 24 fragatas y hasta 150 barcos menores y de tras*porte llevando 14 000 hombres de asalto (que después reforzaron con otros 4000), al mando del almirante George Pocock, quien se presentó en La Habana el amanece del 6 de junio de dicho año. El desembarco inicial es de 10 000, que son dirigidos por el conde de Albermale.

La flota atacante embocó el Canal Viejo de Bahama, lleno de bajerío, por donde no se esperaba se atreviese tan nutrido convoy, de unas doscientas velas: con veintisiete navíos de línea, quince fragatas, nueve avisos, tres bombardas y ciento cincuenta tras*portes. Aún se dudaba de su actitud hostil, suponiendo fuese un convoy mercante anual entre Jamaica y el Reino Unido. La entrada del puerto de La Habana estaba guarnecida por el castillo del Morro, y la junta de guerra encargó de su mando al intrépido Velasco.

Los atacantes toman con facilidad las alturas dominantes, pese a que antes el gobernador de La Habana, Juan de Prado, hizo tras*portar a mano piezas de artillería para defenderlas.

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El HMS Marlborough, fue seriamente dañado durante la Toma de La Habana.

Pero Velasco resiste en el Castillo del Morro e intenta salidas. Deja al mando de las baterías a Bartolomé Montes y se va a dirigir en persona el fuego de los 30 cañones de las fortificaciones de Santiago, contra las 286 piezas que barrían las posiciones españolas desde los buques Stirling, Dragon, Marlborough y Cambridge. Tras seis horas de combate se retiraron los barcos británicos. Sólo el Stirling lo hizo ileso, y el Cambridge resultó muy averiado. Mientras, las baterías dirigidas por Montes también rechazaron a los ingleses.

Una y otra vez, en la peripecia vital de Velasco, se ve la fe que tanto él como el resto de los militares españoles tenían en su artillería.

El castillo, al mando de Luis Vicente de Velasco, resistió heroicamente dos meses en unas notorias condiciones de inferioridad. Se contó que el fuego que cayó sobre el castillo, le hacía parecer un volcán y que en esos últimos días de resistencia, Velasco parecía un espectro por su delgadez y cansancio, pero que desplegaba una energía sobrehumana y dormía unas pocas horas antes del amanecer con su sable en la mano.

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José Rufo, "Defensa del Castillo del Morro en La Habana", Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

La feroz resistencia termina cuando Velasco es abatido por un balazo en el pecho. El jefe de las fuerzas de asalto, sir Reppel, permite el traslado de Velasco a La Habana. Los médicos ingleses intentan salvarle la vida, pero todo resulta inútil y muere a consecuencia de la herida el 31 de julio de 1762. Ingleses y españoles pactan un alto el fuego de 24 horas para enterrar al héroe. Después todo fue un paseo para los británicos, que se apoderaron de La Habana (la cual volvería a la Corona española por el tratado de París del 10 de febrero de 1763).

Cuando lord Albemarle daba cuenta a su gobierno se expresaba, refiriéndose a Velasco, llamándole: El capitán, más bravo del Rey Católico.

El marqués del Real tras*porte decía en su parte, que a su imitación toda la oficialidad, guarnición y tripulación obraron todos con tanto desprecio de la vida, como tuvieron de ambición a dar un glorioso día a las armas del rey.

Curiosidades

El final histórico tiene mucho de epopeya clásica. Los ingleses levantaron un monumento a Velasco y al marqués de González en la abadía de Westminster. Y lo más sorprendente, durante muchos decenios, al pasar frente a Noja, los navíos de guerra británicos disparaban sus cañones como homenaje al heroico adversario (algo que recuerda el tratamiento que los poetas del Imperio Romano dieron a los antiguos cántabros).

En España el rey Carlos III mandó erigir una estatua en su honor en Meruelo (Cantabria), que le representa con la mano izquierda puesta en la herida y blandiendo con la derecha la espada, que es del modo en que murió. Se acuñaron medallas con su busto y el de su segundo, González.

Mandó también el rey que hubiera siempre en la real Armada un navío llamado Velasco y concedió a su hermano Iñigo José de Velasco el título de marqués con cuatro mil pesos de renta anuales.

La Asociación para la divulgación de la Hispanidad (Disad) editó en noviembre de 2011 el cómic histórico titulado "Luis Vicente de Velasco y la batalla de La Habana" con motivo de la conmemoración de los 300 años de su nacimiento y los 250 de su fin. Los 10 000 ejemplares editados se distribuyeron gratuitamente entre los escolares de Cantabria. Dibujado por Rubén Martín Ojeda "Mudito" contó con la colaboración de la Dirección General de Relaciones Institucionales de la Defensa.

Velasco e Isla, Luis Vicente de Biografia - Todoavante.es

Don Luis Vicente Velasco.

Biografía de don Luis Vicente de Velasco e Isla.

---------- Post added 26-jul-2018 at 09:49 ----------

Artículo de Pérez Reverte sobre Luis Vicente de Velasco:

Reventando perros ingleses


Te estás amariconando, Reverte, me dice un lector de Santander. Diez años dando estiba en esta página a los perros ingleses, enemigo histórico de toda la vida, y ahora vas y recomiendas Master and commander, que es una película estupenda, sí, pero también un canto épico a la marina británica. A ver si de tanto leer a Patrick O’Brian y darte el pico con Javier Marías tienes el síndrome de Estocolmo. Cabrón. ¿Por qué no reivindicas la figura de mi paisano Luis Vicente Velasco? ¿Ein? Si ése fuera inglés, le habrían hecho diez películas. En hazañas navales no le moja la oreja ningún hijo de la pérfida Albión. Pero era español, claro. Santanderino de Noja. Por eso ya no se acuerda de él ni la progenitora que lo parió.

La verdad es que el lector cántabro tiene razón. Así que, para lavar mi culpa y evitar, de paso, que los futuros súbditos del Orejas se suban a la parra –este año andan muy flamencos con el tricentenario de lo de Gibraltar–, he decidido dedicarle hoy la página, por todo el morro, al capitán de navío de la Armada española don Luis Vicente de Velasco. A quien, las cosas como son, el viejo amigo Jack Aubrey no le llega ni a la bragueta. Y consuela mucho, la verdad, repasando nuestra desgraciada Historia, tan llena de baldones, vileza e incompetencia, toparse de vez en cuando con gente como don Luis: leal, inteligente y con los bemoles en su sitio. Ejemplo, una vez más, de lo que podría haber sido esta desdichada tierra si tantos buenos vasallos hubiesen tenido buenos señores.

Atentos a la biografía de mi primo. Guardiamarina con quince años, Velasco se fogueó en los intentos por recuperar Gibraltar, en la toma de Orán y en numerosos combates navales contra los corsarios berberiscos. A los treinta tacos era capitán de fragata, y al mando de una de ellas, artillada con treinta cañones, se encontraba en 1742 navegando entre Veracruz y Matanzas cuando le salió al paso una fragata de cuarenta cañones seguida por un bergantín, ambos ingleses. Si lo trincaban entre dos fuegos estaba listo de papeles, así que decidió darse candela con la fragata antes de que llegase el bergantín. Se arrimó al enemigo, que venía muy chulito, empezó el combate, y después de dos horas de sacudirse estopa pasó al abordaje, hizo arriar el pabellón a la fragata inglesa, volvió a su barco, dio caza al bergantín –que al ver el panorama había salido cagando leches–, lo rindió y entró en La Habana con las dos presas. Y para no enfriarse, cuatro años después, con dos jabeques guardacostas, tomó al abordaje otro buque de guerra inglés de treinta y seis cañones. La criatura.

Pero lo que grabó el nombre de Velasco en esa Historia de España que ahora, desde la Logse, nadie estudia, fue la defensa del castillo del Morro de La Habana en 1762; cuando, siendo capitán del navío Reina, se le encargó disputar esa fortaleza a la flota de oleada turística inglesa compuesta por doscientos barcos y catorce mil hombres. En la defensa del Morro, donde la artillería enemiga lo superaba seis a uno, Velasco estuvo treinta y siete días sin desnudarse y sin apenas dormir. Para hacernos idea de cómo se batió, el tío, basta echar un vistazo al magnífico cuadro conservado en el Museo Naval de Madrid: el fuerte soltando cebollazos, los ingleses cañoneándolo, el Cambridge desarbolado y hecho un pontón tras perder a su comandante, tres oficiales y la mitad de su tripulación, el Marlborough remolcándolo, el Dragon apartándose con graves averías y el Stirling huyendo del fuego como una rata. O sea. Rule Britania un carajo.

Al final, lo de siempre. España. Nosotros. Esa Habana abandonada de la mano de Dios. Una mina inglesa abrió brecha, los ingleses se colaron por ella, don Luis Vicente acudió espada en mano, y zaca. Lo reventaron. Agonizante, ya caído el Morro, el general inglés fue a abrazarlo y a decirle olé tus pelotas, chaval. Verygüel lo tuyo, top typical spanish eggs. Y en la carta que lord Abermale escribió a Londres dando cuenta del escabeche, lo llamaba «el capitán más bravo del rey católico». Que en boca de un hijomio inglés arrogante de entonces tiene su mérito de aquí a Lima. Y un detalle: todavía a mediados del siglo XIX, al pasar por la costa santanderina ante la playa de Noja, los navíos británicos ponían la bandera a media asta. Pero claro. En Inglaterra le preguntas a un colegial quién fue Nelson, y te lo dice. El de Trafalgar, ofcourse. Pregúntenle aquí, a cualquiera, quién fue Velasco.

Artículos de Arturo Pérez-Reverte: Reventando perros ingleses
 
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30) Tomás de Larraspuru y Churruca, marino constructor

Consejero Real de Guerra y Capitán General de la Carrera de Indias durante el reinado de Felipe III. Además fue Armador, Caballero de Santiago y Administrador de la encomienda de Dos Barrios de la misma órden.

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Vino al mundo el día 28 de diciembre del año de 1582, en la población de Azcoitia, siendo bautizado en la parroquia de Santa María La Real de la misma población el día 31 siguiente, siendo sus padres don Nicolás de Larraspuru y Balderraín, y doña María de Churruca Basterrica y Aramburu.

En el año de 1598 comenzó a prestar sus servicios como soldado, contando con tan solo dieciséis años de edad.

El 6 de mayo de 1603, yendo embarcado en el ''Delfín'', perteneciente a la armada de don Luis de Silva, se enfrentaron a seis buques ingleses y holandeses, el buque español abordó a la capitana enemiga, recibiendo en el combate un balazo en la pierna derecha de mucha gravedad.

Se le ascendió a capitán entregándole el mando del patache ''Nuestra Señora de la Esperanza'', con el que se distinguió, realizando misiones de enlace y reconocimiento, siendo todas ellas de mucho peligro.

En 1606 se enfrentó a una urca holandesa de gran porte, de la que pudo escaparse al conseguir con un efectivo fuego desarbolarla, pues llevaba mucha más gente y le era imposible intentar abordarla, pero la dejó medio tirada en la mar y a sus propios recursos.

En 1607 por todos estos servicios realizados a satisfacción de sus jefes, resolvió elevar al Rey un memorial de su persona, en el que le pedía se le otorgase el mando de un galeón, de los pertenecientes a la Carrera de Indias: en su memorial le decía al Rey: «servía continuamente a S. M. desde hacía nueve años, habiendo empezado con plaza de soldado, y que había pasado por los diferentes grados: cabo de escuadra, sargento, cabo de gente de mar y guerra de un patache y capitán de infantería»

Tenía solamente veinticinco años, cuando se le otorgó el mando del galeón solicitado.

Por el alto concepto que de él se tenía, fue nombrado Almirante en la escuadra, que estaba al mando don Lope Díaz de Armendariz, marqués de Cadereyta como su Capitán General.

En 1622 la escuadra estaba compuesta por ocho galeones y tres pataches, que daba escolta aun convoy de diecisiete galeones, fue el día cuatro de septiembre cuando zarparon de la Habana, tres días se después se desató un tremendo ciclón que destrozó casas, arrancó árboles y deshizo plantaciones, a la escuadra la pilló encajada en el canal de Bahamas, sin tener espacio para maniobrar, lo que ocasionó la pérdida del galeón ''Santa Margarita'', que fue arrastrado hasta varar en los cayos de los Mártires, donde se deshizo, el ''Nuestra Señora de Atocha'' Almiranta de la escuadra zozobró, y el ''Rosario'' fue a varar a la isla de la Tortuga, mientras que un patache fue deshecho por unos arrecifes, de los mercantes se perdieron cuatro, permaneciendo todos los demás a flote, aunque solo cuatro llevaban algún árbol.

Llegada la noticia del desastre a la Corte, comenzó una de esas reacciones propias españolas, ya que no se quedó nadie quieto, don Juan Fajardo fue destinado con tres galeones a la isla de Madera para dar protección a la escuadra cuando arribara; don Antonio de Oquendo se le ordenó cargar en su escuadra todo tipo de pertrechos para repara la escuadra que había ido llegando cada uno como pudo a la Habana; don Francisco de Rivera junto a don Fadrique Álvarez de Toledo y Juan Fajardo, al mando de sus escuadras para dar escolta a la Flota desde las Azores hasta la bahía de Cádiz, por tenerse noticias de un armamento especial de holandeses y jovenlandeses en su intento de hacerse con la Flota que sabían maltratada por el temporal.

Al llegar la escuadra de Oquendo y desembarcar lo aprestos en la Habana fue cuando Larraspuru demostró sus conocimientos de construcción naval, dirigiendo la reconstrucción de los buques, sobre todo de los galeones, que demostraron tener unas cualidades especiales, sobre todo náuticas y veleras.

Esta Flota era esperada con gran inquietud en la bahía de Cádiz, cuando llegó Larraspuru, con el galeón cargado con el situado y las especies, lo que le facilitó ganar mucha fama, por la demostración de su pericia y grandes conocimientos, no solo náuticos sino de tácticas navales que le valieron poder llegar siempre con sus buques a la Península.

Por éste ejemplo dado, se le nombró con mando en jefe de otra Flota, compuesta de catorce naos y tres pataches, con la misión de volver a América, para proteger y abastecer a Araya, que estaban siendo amenazadas de nuevo por los holandeses.

Al llegar, los holandeses ya no estaban, pero no se conformó, por lo que se dedicó a limpiar aquellas aguas de los corsarios y piratas tan dados a obtener el trabajo ajeno.

De nuevo regresó a España, escoltando a un convoy que traía donativos extraordinarios, que los vecinos de Nueva España y del Perú enviaban al Rey, pasó por el canal en agosto de 1624, realizando la travesía sin contratiempos, llegando a la bahía de Cádiz, ante la sorpresa de todos, pues no se esperaba la llegada de ninguna flota, ésta estaba compuesta de treinta y dos velas, desembarcando trece millones de pesos fuertes.

En 1625 por necesidades la escuadra del Océano se tuvo que desplazar a Flandes, para que no faltara ésta en su base de Lisboa, se le encargó a Larraspuru que formase otra, así el 21 de marzo, arribó la del mando del duque de Maqueda con seis galeones; Judici con otros cinco; Guipúzcoa aportó otro cinco; don Alonso de Idiáquez, uno; Matolosi, seis; el Almirantazgo, doce; agregándose poco después los dieciséis fletados en Pasajes y Cádiz, alcanzando por ello la cifra de sesenta y un galeones, cantidad muy a tener en cuenta. Por aprestar esta escuadra de galeones, en un muy corto espacio de tiempo, recibió el agradecimiento y el pláceme del rey don Felipe IV.

Siguió prestando servicios de protección muy notables, a las Flotas de Indias, que seguían siendo la miel a la que acudían todas las moscas y en primer lugar los holandeses, que las acechaban como a lobos de mar, a tanto llegó el asedio que por Real orden, se permitió que las flotas con rumbo a la península, pudieran realizar una recalada en la aguas de Galicia, para desembarcar el tesoro público, para así evitar a las manadas que las esperaban en la derrota de la bahía de Cádiz.

En 1626 en la protección de una de las Flotas procedentes de Indias, que como era acostumbrado había zarpado de la Habana, el 15 de agosto se le unió una de la Florida y a ellas la escuadra con trece galeones al mando de Larraspuru, se encontró con una holandesa al mando del famoso almirante Piet Hayn, con otra de trece galeones y de ellos ocho mucho más grandes que los españoles, pero viendo quien iba al mando de la española no se atrevió a cortarle el paso, a pesar de ser la escuadra holandesa mucho más poderosa y mejor armados que los españoles, pues como era costumbre estos venían con carga y por tanto con menos piezas de las normales listas para defenderse; ésta flota sufrió poco después un fuerte temporal que la medio deshizo, pues a pesar de venir maltrecha y con pocas posibilidades de defensa efectiva, se encontró con otra escuadra holandesa, esta vez al mando del almirante Henry Lonk, pero éste también evitó enfrentarse a la española, ¡a tanto había llegado su fama personal!. Arribó el 22 de noviembre de 1627, faltando la Almiranta de Honduras por haberse perdido.

En 1628 la plaza de la Mamora se encontraba sitiada por los jovenlandeses, el 8 de mayo zarpó Larraspuru de la bahía de Cádiz con su escuadra compuesta por treinta y cinco galeones, al llegar reconoció las posiciones, viendo que el puerto estaba bloqueado, así que dio la orden de desembarcar en las proximidades en una maniobra de tenaza, al mismo tiempo que él con la escuadra y con la misma velocidad que ya traía, embistió a la bloqueadores que le dejaron pasó, tanto que se internó toda la escuadra bombardeando a boca de jarro las fortificaciones, que al mismo tiempo eran atacadas por la parte opuesta por tierra, los jovenlandeses se vieron tan mal por lo inesperado del ataque, que salieron en una franca huida, al tomar la plaza se pudieron capturar ocho piezas de artillería, acompañada de gran cantidad de municiones y pólvora, ya que no les había dado tiempo a utilizarla. Su buque quedó medio destruido en la proa, pero los carpinteros y calafates los remendaron lo suficiente para regresar en él, las bajas enemigas subieron de los mil quinientos hombres, sobre todo por el efecto de los arcabuces en la huída de los jovenlandeses.

Entre los años de 1629 y 1632 continuó efectuando viajes redondos a América, pero utilizando derrotas en desuso pasando entre Caicos y Mayaguana, mientras que los enemigos lo esperaban en el cabo de San Antonio de la isla de Cuba, lo que no supieron y quedaron burlados, no solo por el almirante sino también por Oquendo, haciendo trabajar mucho a los exploradores, logró hacer llegar a España a dos Flotas de Indias sin avistar enemigos en toda la derrota. Arribó con la Armada y Flota el 7 de abril de 1629.

Sobre todo lo demostró en la de 1630 cuando llegó a la Corte la noticia que habían salido de Holanda ochenta buques para interceptar la Flota española, pero la continua utilización de las unidades más rápidas como exploradoras, don Tomás se enteró sin que le llegara el aviso de la Corte, se hizo a la mar desde Cartagena de Indias, pero sabiendo que los enemigos le esperaban en el cabo de San Antonio de la isla de Cuba, él puso rumbo a Jamaica continuando a Santo Domingo, desde aquí viró a Norte para aprovechar las corrientes y vientos (ya descubiertos por don Cristóbal Colón) que le llevaron a entrar en la barra de Sanlúcar a los noventa y nueve días de su salida, siendo a mediados o finales de diciembre, cuando ya se le daba por destruida su Flota, desembarcando los siete millones seiscientos treinta y dos mil pesos en oro y plata, más las especies tan apreciadas en Europa. Hemos de suponer que los holandeses cuando cayeron en la cuenta de la burla, nada podían hacer.

Por esta demostración de valor y conocimiento, el rey al cesar don Fadrique Álvarez de Toledo, le nombró Capitán General de Mar Océano, añadiendo al cargo como agradecimiento la merced del hábito de la Militar Orden de Calatrava y un puesto en el Consejo de Guerra del Rey. El Monarca se dice, que llego a comentar con firmeza, «que no tenía en su servicio mejor general».

Al parecer en total cruzó el océano en siete ocasiones al mando de las Flotas de Indias.

Don Fadrique Álvarez de Toledo había dictó en 1629 unas '''«Instrucciones Generales»''' compuestas por cincuenta y tres artículos, para regir la navegación y el combate, pero cuando en 1631 toma el mando como capitán general de la Armada de la guardia de las Indias, a lo ya escrito por don Fadrique cambió algunos artículos siendo aplicada el 10 de junio del mismo año:

«1.º Procuraran los capitanes y capellanes de la armada, que toda la gente de mar y guerra se confiese y comulgue antes de salir á navegar, pues ningun medio hay tan eficaz para conseguir los buenos subcesos que se desean.

2.º Ternán particular cuidado con que ninguna persona, de cualquier calidad y condición que sea, blasfeme ni reniegue de Dios, ni jure, poniendo las penas que pareciere y ejecutándolas inviolablemente.

3.º En ninguna manera haya juego ni de día ni de noche.

4.º Todas las mañanas y noches rezarán los muchachos las oraciones que se acostumbran, y los sábados la Salve y letanía de la Santísima Vírgen Nuestra Señora.

6.º Por el tenor de la presente declaro que pongo treguas y suspendo general y particularmente, y tomo en mis manos todas las pendencias, desafios é injurias que haya habido hasta la publicacion de la presente, de toda la gente, así de guerra como de mar, y otra cualquiera persona de mayor ó menor calidad que estuviese en el armada, por el tiempo que durare este viaje y un mes despues aunque las tales pendencias sean de mucho tiempo atras, y mando expresamente, so pena de aleve y traidor, y que muera por ello, que ninguno contravenga esta tregua y suspensión.

7.º Por excusar las ofensas que se hacen á Nuestro Señor en embarcar mujeres públicas en los bajeles, ordeno y mando que en manera alguna se consienta que se embarquen.

9.º No se consentirá que ninguna persona traiga daga durante la embarcacion.

Nombres para los dias de la semana, en caso que no le pudieran recibir de la Real por algun accidente particular:

Domingo. . . .La Santísima Trinidad.

Lunes. . . . . .San Agustín.

Mártes. . . . . San Ignacio.

Miércoles. . .Santa progenitora Teresa.

Juéves. . . . .Santiago.

Viérnes. . . . .San Nicolas.

Sábado. . . . .La Virgen Santísima de Aranzazu.»


Falleció en Azcoitia en 1632, contando con cuarenta y nueve años de edad.

En la Colección de Jesuitas, tomo XCV, se hace una referencia a su vida y dice así: «D. Tomas de Larraspuru, favorito de la fortuna, marinero constructor piloto, ascendido por mérito excelente desde soldado a capitán general de la armada del mar Océano, primera de España, portadora del estandarte real, á cuya vista todos los otros se abatían. Señaló la insignia de Calatrava en su pecho el aplauso de las derrotas con que una y otra vez condujo á España caudales del Perú, pasando con pocas naves entre 80 que en ocasiones le buscaban. Antes de cumplir cincuenta años falleció en Azcoitia (1632), lugar de nacimiento.»

Historia Naval de España. » Biografía de don Tomás de Larraspuru (La Respur) y Churruca

http://euskalherria.***************/t1520-marinos-del-siglo-xvii
 
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31) Federico Gravina, un Héroe de la Armada Española

Federico Carlos Gravina y Nápoli (Palermo, 12 de agosto de 1756 – Cádiz, 9 de marzo de 1806) fue un marino y militar español y 12º capitán general de la Real Armada Española. Su hermano, Pietro Gravina, fue nuncio apostólico en España entre 1803 y 1816.

Célebre por su participación en la Batalla de Trafalgar, fue uno de los más insignes marinos de España, siempre eficaz tanto en sus cargos militares como diplomáticos:

Gravina es todo genio y decisión en el combate. Si Villeneuve hubiera tenido esas cualidades, el combate de Finisterre hubiese sido una victoria completa.

Napoleón Bonaparte, 11 de agosto de 1805.

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Biografía

Sus padres fueron Juan Gravina y Moncada, duque de San Miguel, Grande de España de primera clase, y Doña Leonor Napoli y Monteaporto, hija del príncipe de Resetena, igualmente Grande de España. Un tío de Federico, a la sazón embajador de Nápoles en Madrid, solicitó y obtuvo para su sobrino la entrada en la Real Armada Española. El 18 de diciembre de 1775 sentó plaza de guardiamarina mediante un riguroso examen del que salió con mucha honra, fruto de la sobresaliente educación que había recibido en el Colegio Clementino de Roma. Embarcó por primera vez en el navío San José.

En pocos meses fue ascendido a alférez de fragata y estuvo en el Brasil a bordo de la fragata Santa Clara. En el tras*curso de esta campaña, cumplió intachablemente su primera misión independiente al conseguir la rendición del castillo de la Ascensión, situado en un islote cercano a Santa Catalina.

En 1777, salvó la vida milagrosamente al varar su barco en el estuario del Río de la Plata, accidente en el que murió la mayor parte de la tripulación.

En 1778, de regreso a España, fue ascendido a alférez de navío y embarcado en jabeques de caza contra piratas argelinos. Ascendido de nuevo a teniente de fragata, obtuvo por primera vez el mando de un barco: el jabeque San Luis con el que participó en el bloqueo de Gibraltar. Sus méritos pronto le valieron los galones de teniente de navío y el mando del apostadero de la bahía de Algeciras.

Participó en la expedición contra Menorca (bajo control inglés), distinguiéndose en el sitio del fuerte de San Felipe. Tras esto y nuevas acciones en el sitio de Gibraltar, siguió su fulgurante carrera de ascensos hasta obtener finalmente el grado de capitán de navío.

En 1785 obtuvo el mando de la flota que combatió en la costa argelina contra la de este país. Se distinguió por su incansable actividad, consiguiendo el rechazo de las fuerzas argelinas.

En 1788 llevó a Constantinopla al embajador Jussuf Efendi. Allí inició observaciones astronómicas y escribió una memoria, iniciando su trayectoria como estudioso. Tras esto mereció el ascenso a brigadier. Por estas fechas tuvo lugar la fin del monarca Carlos III de España, siendo la fragata de Gravina Paz la primera en llevar la noticia a las colonias, al hacer el viaje Cádiz–Cartagena de Indias–La Habana–Cádiz en menos de tres meses, con lo que batió un sonoro record.

En 1790 recibió por primera vez el mando de un navío (la clase de barco de guerra más grande de la época), el Paula. Con éste participaría en la evacuación de Orán, protegiendo la retirada del ejército que abandonaba esas posesiones africanas y se embarcaba hacia Cartagena.

Tras ser promovido a jefe de escuadra, viajó a Inglaterra (ahora aliada de España) con el objetivo de extender sus conocimientos de náutica y tácticas navales. Fue recibido con los mayores honores. A su regreso obtuvo el mando de cuatro navíos, con los que pasó al Mediterráneo y tomó parte activa y destacada en la guerra contra la Francia revolucionaria. Su navío insignia fue el San Hermenegildo, de 112 cañones.

Declarada la guerra contra la Convención –el gobierno resultante de la Revolución francesa-, tomó el mando de una escuadra de cuatro navíos que se incorporó a la de Lángara, siendo uno de los artífices del entendimiento con el almirante británico Hood –ahora aliado- para la ocupación de Tolón. Allí mandó las fuerzas conjuntas desembarcadas, resultando herido en la toma del Monte Faron, que él condujo. Sin curar sus heridas, embarcó para socorrer las plazas sitiadas por los franceses, distinguiéndose en Rosas, por lo cual el Rey le otorgó la llave de Gentilhombre de Cámara.

Segundo en el mando de Mazarredo en la Escuadra del Océano, para la brillante defensa de Cádiz tras la batalla del cabo de San Vicente, fue con él al "encierro de Brest". Enseguida (1802), hizo un memorable viaje a Santo Domingo a por caudales.

Tras la firma de la paz en 1804 fue nombrado embajador en París, asistiendo a la coronación imperial de Napoleón. Su cargo diplomático tenía una condición solicitada por él mismo: en caso de guerra, volvería a la actividad naval y militar.

Batalla de Trafalgar

Abiertas las hostilidades con Gran Bretaña, Gravina se trasladó a Cádiz y tomó el mando de la flota de guerra española. Enarboló su estandarte en el navío Argonauta (80 cañones) el 15 de febrero de 1805.

El emperador Napoleón se proponía invadir Gran Bretaña. Siguiendo las órdenes del gobierno de Godoy, Gravina se puso bajo el mando del almirante francés Villeneuve, quien dirigía la escuadra franco-española hasta aguas caribeñas para despistar a la flota inglesa. El objetivo consistía en alejar a la mayor parte de la flota inglesa del Canal de la Mancha para permitir el cruce a los 180 000 hombres que Napoleón tenía aguardando en Texel y Boulogne para atacar Inglaterra.

El engaño surtió, en parte, efecto, puesto que la escuadra inglesa comandada por Nelson partió en busca de la escuadra combinada, sin conseguir interceptarla. Sin embargo, la flota franco-española libró a su regreso la batalla del Cabo Finisterre, perdiendo los navíos españoles Firme y San Rafael. Tras esto se refugió en Cádiz por orden de Villeneuve, contradiciendo el plan original de Napoleón. Los 180 000 soldados franceses nunca embarcaron y fueron desplazados al interior de Europa, participando muchos de ellos en la batalla de Austerlitz.

En Cádiz, Federico Gravina y otros altos mandos españoles, como Cosme de Churruca (al mando del navío San Juan Nepomuceno) o el general Cisneros (al mando del enorme Santísima Trinidad), mantuvieron fuertes discusiones con los mandos franceses. Estos optaban por salir de Cádiz, mientras que los españoles recomendaban esperar, por ser el viento desfavorable y aproximarse un temporal en la zona. Finalmente la flota zarpó de Cádiz el 20 de octubre de 1805, teniendo lugar al día siguiente la batalla de Trafalgar, desastrosa derrota franco-española frente a la escuadra inglesa.

Federico Gravina resultó herido, perdió un brazo, y esa herida terminará matándolo meses más tarde. A pesar de ello, logró llegar con su navío Príncipe de Asturias a Cádiz.

Trafalgar: el error que provocó la derrota naval más dolorosa de España ante Inglaterra

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Placa en homenaje a Gravina en Palermo.

Últimos meses de vida

Federico Gravina alcanzó la más alta dignidad militar cuando se le promovió a capitán general de la Armada. Pero sus heridas se agravaron y finalmente murió el 9 de marzo de 1806, con 49 años de edad. Sus restos se encuentran en el Panteón de Marinos Ilustres, de San Fernando.

Don Francisco de Paula nos hace de este tenor una descripción de su persona:

«Era de regular estatura, y su rostro retrataba al vivo la inalterable apacibilidad de su espíritu. Fué siempre en estremo culto, y expresivo en sus modales y palabras, irreprensible en sus costumbres, y absolutamente desprendido de todo tipo de interés mezquino. Espléndido con sus amigos, y generoso con los necesitados. Justificado y afable hasta con el último marinero, llano y aun familiar con sus subalternos, cautivaba los corazones de cuantos estaban bajo su mando. Su maestría en la profesión, su actividad vigilante y atinada en todo género de empresas, su impetuoso denuedo en el avance, su teson inflexible en el empeño, y sobre todo, su inalterable serenidad, hacen de él un perfecto remedo de uno de nuestros más esclarecidos capitanes del siglo XVIII».

El almirante Collingwood al saber de su fallecimiento dirigió un pésame al Marqués de la Solana, diciendo:

«Tenemos que lamentarnos al oir que el valeroso General Gravina ha muerto; sus amigos han vivido largo tiempo esperanzados de su restablecimiento; pero por desgracia, acaban de quedar frustrados sus deseos. La España pierde en él el Oficial más experimentado de su Armada, á cuyas órdenes sus escuadras, ya que alguna vez hayan sido vencidas, nunca han dejado de merecer los encarecimientos de los vencedores.»

https://www.onemagazine.es/movil/no...e-es-todo-un-heroe-de-la-armada-espanola.html

Gravina y Napoli, Federico Biografia - Todoavante.es

Biografía de don Federico Gravina y Nápoli.
 
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32) Pablo Morillo, el Pacificador

Pablo Morillo y Morillo, I conde de Cartagena , I marqués de La Puerta, conocido como El Pacificador (Fuentesecas, 5 de mayo de 1775-Barèges, 27 de julio de 1837) fue un militar y marino español, cuya figura histórica es objeto de controversias entre españoles y latinoamericanos dada su participación en la campaña de reconquista española del norte de América del Sur, durante las Guerras de independencia hispanoamericanas.

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Durante su etapa en la Real Armada Española participó en distintos combates, entre los que destacan la Batalla del Cabo de San Vicente y la de Trafalgar.

Sirvió también en el Ejército español y participó en las guerras de independencia de Venezuela y Nueva Granada como jefe de la expedición encargada de sofocar la rebelión. En su haber destacan la toma de Cartagena de Indias y las posteriores acciones militares que llevaron a la caída de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, así como el restablecimiento del virreinato. En Venezuela consiguió detener el avance de Simón Bolívar hacia Caracas tras vencerle en la tercera batalla de La Puerta. Con el posterior Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra de 1820 consiguió establecer una tregua y se abolió la Guerra a fin proclamada por Bolívar en 1813.

Previamente, había participado en la guerra de Independencia española, en las dos batallas más importantes de su inicio y de su final: Bailén, la primera derrota napoleónica, y Vitoria, que forzó la retirada de las tropas francesas de España. También fue decisiva su intervención en Puentesampayo, al dirigir el ejército que derrotó al mariscal Ney y obligar al ejército francés a evacuar Galicia.

Primeros años

Pablo Morillo nació el 5 de mayo de 1775 en Fuentesecas, Zamora, y fue bautizado dos días más tarde. Sus padres fueron Lorenzo Morillo y María Morillo.

Carrera militar

Real Cuerpo de Marina


El 19 de marzo de 1791, a los trece años de edad, se alistó como soldado en el cuerpo de Infantería de Marina.​ Muy pronto, con quince años recién cumplidos, participó en las guerras revolucionarias francesas. Se halló en los primeros días de mayo de 1793 en el desembarco de la isla de San Pietro, en Cerdeña, y después, en el sitio de Tolón, donde tomó parte en siete acciones hasta que fue herido y retirado del combate. Pasó luego a Cataluña, concurrió al combate del 13 de agosto de 1794 en las alturas de Cullera, y se halló en el sitio del castillo de la Trinidad en Rosas, formando la guerrilla, y asalto en lanchas, nuevamente bajo fuego enemigo.

Posteriormente, fue hecho prisionero a bordo del navío San Isidro en el ataque naval de 14 de febrero, siendo liberado poco después. A continuación, estuvo presente en el bombardeo de Cádiz por los ingleses. Por sus méritos y servicios en la Marina Real obtuvo los galones de sargento segundo, concedidos el 1 de octubre de 1797. Participó en la batalla del Cabo de San Vicente y en esta clase de sargento concurrió al combate naval de 21 de octubre de 1805 sobre el cabo de Trafalgar a bordo del navío San Ildefonso, donde fue herido y nuevamente hecho prisionero.

Guerra de Independencia Española

El 2 de junio de 1808 se incorporó a la milicia con el grado de subteniente de infantería formando parte del recién creado regimiento de infantería de Voluntarios de Llerena, y concurrió el 19 de julio a la memorable victoria en la batalla de Bailén sobre las tropas francesas invasoras enviadas por Napoleón Bonaparte. Allí, una vez más, sobresalió por su valentía y llamó la atención del general en jefe, Francisco Javier Castaños, que desde entonces se convirtió en su mentor. Tras la batalla, fue ascendido a teniente de infantería.

Pasó luego a Extremadura, donde se halló en el sitio y rendición de la plaza de Yelbes al mando de una guerrilla. En Almaraz, el 18 de diciembre derrotó a ciento cincuenta caballos enemigos. Destinado con esta misma fuerza en 22 de dicho mes al puente del Conde y acometido allí por tropas superiores, las repelió. Repetidas veces desde el principio de la campaña solicitó siempre los puestos más avanzados. Accediendo sus jefes a sus deseos se halló en la rendición de la escuadra francesa en Cádiz, donde pidió voluntariamente situarse en lo más inmediato del combate, teniendo la honra de que se lo concediesen. Siguió en guerrillas mandando asimismo en el sitio de Yelves una partida de descubierta —exploración—. Aumentó la partida de su mando, reclutando entre Madrid y Somosierra. Tuvo la importante comisión por el general Vázquez Somoza de infiltrarse para observar los movimientos de los enemigos.

Castaños escribe al ministro Saavedra, ya que la Junta central necesitaba del liderazgo una persona para enviarla a montar una fuerza en Galicia, designó a Morillo, el cual, promovido al grado de capitán del regimiento de Voluntarios de España el 22 de enero de 1809, y nombrado el 18 de febrero para aquella misión, partió para Galicia inmediatamente, y al mando de guerrillas, participará activamente contra el ocupante francés. Acepta la rendición de las fuerzas francesas en Vigo, alcanzando por ello el grado de coronel. Poco después será uno de los comandantes destacados de la victoria de la Batalla de Puentesampayo —7-8 de junio de 1809—). En 1810, al mando de una división volante, actuó en la sorpresa de Millarada el 29 de mayo y en las acciones de Castro de Faria. Fue ascendido a brigadier en 1811.

En 1813 se une al ejército inglés de Arthur Wellesley, duque de Wellington, y a su propuesta por orden de la Regencia del reino español, fue ascendido a mariscal de campo, el 3 de julio de 1813, en reconocimiento a su actuación en la batalla de Vitoria, librada el 21 de junio de 1813, al frente de la 1.ª División de Infantería del Cuarto ejército. Luego es nombrado teniente general y su prestigio aumenta en España. Como consecuencia de una nueva salida de Napoleón en campaña, en 1814, fue reforzada la línea de los Pirineos, ocupada por los aliados; en esa oportunidad enfrentó de nuevo a los franceses en su terreno, el 26 de enero de 1814; cuatro veces consecutivas se apoderó Morillo de las posiciones francesas y al final las abandonó ante la llegada de numerosos contingentes enemigos. En ese mismo año, junto al duque de Wellington, Morillo participó en la operación cuyo resultado fue la derrota del Ejército francés al mando del mariscal Soult en Orthez, Francia, el 27 de febrero. Finalizada la guerra de Independencia de España y repuesto Fernando VII al trono, el 14 de agosto de 1814 recibió su nombramiento como capitán general de Venezuela.

Pacificación y reconquista de Nueva Granada y Venezuela

En 1815 estaba reunida en la bahía de Cádiz una expedición pacificadora que tendría a Morillo como jefe, quien había sido designado para este puesto a finales de 1814 por el rey Fernando VII. Esta expedición se encontraba destinada originalmente a la sitiada plaza de Montevideo, para con posterioridad contribuir con el Ejército Real del Perú en la pacificación de las provincias del Río de la Plata. Sin embargo, las noticias de la revolución del Cuzco en la retaguardia del Ejército Real, la derrota de la Real Armada en el Río de la Plata en la Campaña Naval de 1814, y la consiguiente caída de Montevideo en manos de los patriotas, así como la alarma por la guerra de exterminio —guerra a fin— en la insurrección de las provincias de Costa Firme hicieron que la expedición española fuera destinada hacia Venezuela y Nueva Granada.

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Monumento a Pablo Morillo en la ciudad de Zamora (España).

Sin embargo se mantuvo el secreto sobre los planes la expedición lo que mantuvo el estado de alerta entre los independentistas de Buenos Aires. El 22 de mayo de 1815 —un día después de llegada desde Río de Janeiro la noticia de que la expedición había zarpado con dirección a Buenos Aires— el Director Supremo y el Cabildo de la ciudad publicaron dos proclamas llamando al pueblo a combatir contra Morillo. Se recaudó todo el dinero o especies posibles para pagar los trabajos de defensa, los extranjeros fueron obligados a trabajar en ellos, se reclutaron hombres para engrosar los cuerpos de voluntarios y se ordenó la movilización obligatoria de todos los ciudadanos en las milicias. Sin embargo, el 1 de julio la Gaceta del Gobierno informó del desembarco de la expedición en Venezuela según informes de un diario inglés. La noticia no se creyó hasta que el 24 de septiembre llegaron informes a Buenos Aires desde Río de Janeiro de que, efectivamente, la tropa realista había desembarcado en Carúpano en el oriente venezolano. Por fin el 9 de mayo por medio de un real decreto el Rey Fernando VII informó del destino de la expedición de Morillo a Venezuela, además de informar del próximo envío de otros refuerzos a Perú y Panamá, y que en el futuro se planeaba contra Buenos Aires otra gran expedición cuando se pudiera, pero que nunca zarpó, de veinte mil infantes, mil quinientos jinetes y su artillería correspondiente. Durante las negociaciones del Congreso de Viena el delegado plenipotenciario de España el marqués de Labrador fracasa en el intento de obtener el apoyo de las potencias europeas —Rusia, Prusia y Austria— dirigido a someter las colonias americanas sublevadas.

La expedición partió de Cádiz el 15 de febrero de 1815. Constaba de unos sesenta y cinco buques, de los cuales dieciocho eran de batalla al mando de Pascual Enrile Acedo, incluyendo un navío de línea, el San Pedro de Alcántara, de sesenta y cuatro cañones. El total de la expedición entre la marinería, servicios logísticos y fuerza de combate sumaba unos 15 000 hombres, aunque el ejército destinado a combatir estaba formado por 10 612 hombres, organizados en seis batallones de infantería, dos regimientos de caballería, dos compañías de artilleros, un escuadrón a caballo, y un piquete de ingenieros militares, además de pertrechos y víveres. Fue el mayor esfuerzo que saldría de España en el curso de la contienda.

Luego de tocar tierra el 7 de abril en Puerto Santo, cerca de Carúpano, en el oriente de Venezuela, y de entrevistarse con el brigadier Francisco Tomás jovenlandesales, quien comandaba unos 7000 soldados realistas, Pablo Morillo se reembarca con 3000 ó 5000 hombres para anclar en Pampatar, isla de Margarita el 9 de abril, reduciendo así al último foco patriota venezolano, que pese a contar con una guarnición de hasta 3000 hombres se rinde con poca oposición. Bermúdez y 300 hombres, incluyendo la mayoría de los oficiales, evacuaron la isla hacia Cartagena de Indias. El día 10 desembarcaron las tropas restantes y el 11 ocuparon La Asunción. Morillo fue muy piadoso con los oficiales y soldados rebeldes que se rindieron, a pesar de las exigencias de jovenlandesales de que fuera severo con ellos. Organizó varios batallones y guarniciones con los soldados rendidos y llegó a cenar con el gobernador de la isla, Juan Bautista Arismendi. Posteriormente, cuando se dirige a Cumaná explota el San Pedro Alcántara que se hundió entre Coche y Cubagua el 25 de abril. La pérdida de mil tripulantes y un millón de pesos que tras*portaba el navío significo que Morillo rápidamente viajara al continente y dejara en Pampatar una pequeña guarnición. Luego sigue a La Guaira, Caracas y Puerto Cabello antes de partir el 5 de julio al Virreinato de Nueva Granada donde tras tomar la plaza fortificada concluye el asedio a Cartagena de Indias, que le valió el título de Conde de Cartagena. El asedio había durado 105 días, durante los cuales 6000 civiles fallecieron en el interior de las murallas de la ciudad, la mayoría a causa del hambre y las epidemias.

En Venezuela dejó una guarnición de 5000 españoles y 3000 a 4000 venezolanos, estos últimos acostumbrados al clima y veteranos de la lucha de 1813-1814; nombrando al coronel Salvador de Moxó y Quadrado presidente del Consejo de Guerra y al brigadier José Ceballos capitán general interino de Venezuela. Poco después Moxó fue elevado al grado de mariscal de campo de los Ejércitos del Rey y nuevo gobernador y capitán general de Venezuela con la clara misión policial y militar de reinstaurar el orden, acabar con las guerrillas rebeldes y desmovilizar a los combatientes. Debido a estos hechos Ceballos nunca tuvo mucha estima a Salvador, y gracias a los oficiales expedicionarios Moxó obtuvo el dominio sobre él en varias decisiones de la guerra, poco acertadas, que permitieron el fortalecimiento de los republicanos y la separación de los realistas. Por último Cajigal, despreciado por Morillo por sus derrotas, volvió a España. Desde Cartagena se había organizado el auxilio militar para la restauración de la independencia de Venezuela en el año 1813 durante la guerra a fin.

Reconquista de Nueva Granada y el Régimen del Terror

Al consolidar la ocupación de Cartagena las tropas de Morillo bloquean los puertos de La Dorada y ****** penetrando en territorio neogranadino hasta llegar a Santafé de Bogotá donde restaura al virrey Juan de Sámano en el poder.

Este periodo histórico que comienza con la toma de Cartagena y concluye con las condenas a miembros de la insurrección de Nueva Granada se denomina en Colombia «Régimen del Terror».

Pablo Morillo en principio aplica una política de indultos que suspende tras quedar conmocionado al recibir la noticia de la traición de Arismendi, gobernador de la isla Margarita, y al que había perdonado de la sentencia de fin, y que sin embargo se rebelaba a su partida, pasando además a cuchillo a toda la guarnición española. En represalia Morillo puso en marcha tribunales militares de justicia, de tres tipos: Tribunal de «guerra permanente», que dictaba sentencias de fin contra los patriotas; el «Consejo de Purificación», que juzgaba a los insurgentes no merecedores de la pena capital, y la «Junta de Secuestros» para juzgar, ajusticiar y expropiar a todos aquellos que estuvieran involucrados con la causa de Independencia. Con la instauración de las «juntas de secuestro» en Nueva Granada y Venezuela, y lo mismo que en España durante la guerra de independencia española, se incautó propiedades y bienes para cubrir los gastos de mantener el ejército en campaña, que a pesar de ello resultaron insuficientes ya que Morillo sufrió de carencias y oposición. El edificio del Colegio-Universidad de Santo Tomás sirvió en Santafé de guandoca para muchos de los acusados y condenados. En algún momento llegaron a estar 300 personas hacinadas allí.

Según el virrey Montalvo (1816-1818) en sus relaciones de mando, Morillo —directamente o a través de Juan de Sámano, su comandante militar— mandó ejecutar, en el territorio de la Nueva Granada varios cientos de personas, «... de las principales familias del Virreinato, que han sido pasadas por las armas por sentencia del Consejo permanente a las órdenes del General Morillo, unos delincuentes y otros no tanto, los cuales quizás hubiera convenido más al servicio del rey deportarlos para siempre de su país, a donde no pudieran perjudicar, después de haber hecho algunos ejemplares en cabezas principales de la revolución».

Se expropiaron propiedades y bienes de estas personas, se quemaron en público sus libros, y hasta sus retratos. Algunas ejecuciones fueron bastante crueles, como la de Camilo Torres, antiguo presidente de la confederación, fusilado en la cara, cortada su cabeza y exhibida durante varios días a la entrada de Santafé, en San Victorino, mientras los gallinazos comían sus carnes.

Entre los ajusticiados estuvo Francisco José de Caldas uno de los científicos más brillantes que tenía la Nueva Granada. Al oír su sentencia de fin, una tradición afirma que Caldas habría pedido clemencia a Morillo, cuya respuesta habría sido «España no necesita de sabios». La tradición adjudica la frase a Pablo Morillo o a Pascual Enrile, pero se duda de que alguna vez fuera pronunciada. Tampoco está claro si la negativa a indultar al sentenciado Caldas fue de Pablo Morillo o de Pascual Enrile Acedo. Se dice que Morillo era favorable al indulto y Enrile no. Además, Morillo detuvo su política de indultos al recibir la noticia del engaño de Arismendi, gobernador de la isla de Margarita, y a quien había perdonado de la sentencia de fin, y que sin embargo se había rebelado de nuevo, pasando además a cuchillo a toda la guarnición española de Juan Griego, unos 200 hombres al mando del gobernador Joaquín Urreiztieta (16 de noviembre) apoderándose de la isla. Francisco Tomás jovenlandesales había advertido a Morillo que no creía en su arrepentimiento por la ferocidad desatada contra los españoles de Caracas en la guerra a fin.

Con los clérigos y religiosos que habían colaborado con la causa independentista se procedió mucho más suave. La mayoría fueron juzgados por el «Consejo de Purificación», en cuanto habían apoyado indirectamente la causa patriota, pero que no habían liderado la misma. No obstante, durante el segundo semestre de 1816 fueron enviados a España los clérigos que habían integrado tropas y habían predicado la insurrección —y que habían sido capturados—. Se determinó que era más conveniente alejarlos de América, pues según el Pacificador, se habían convertido en gente «peligrosa» e «irreductible». Inicialmente marcharon 50 clérigos, en su mayoría seculares. Algunos religiosos, como los dominicos Ignacio Mariño y Pablo Lobatón fueron incluidos en la lista de color de rebeldes que debían ser ajusticiados y Morillo mandó su captura y su remisión a España, orden que nunca se cumplió, pues los dos estaban ausentes en Los Llanos, a donde habían ido a integrar las guerrillas de resistencia.​ La mayor parte de los frailes del convento de Tunja, Chiquinquirá Ecce Homo y parte de los de Santafé debieron presentarse ante los tribunales de Morillo.

Por último, la ordenanza venida de Europa con el ejército expedicionario de Morillo alejó también a caudillos y huestes realistas, veteranos de la guerra a fin, y que no vieron satisfechas sus propias expectativas. Asimismo la necesidad de instaurar un estado policial extraordinario debilitó aún más la ya maltrecha administración colonial tradicional. Muchos de los milicianos llaneros terminaron desertando y pasando a servir a los republicanos.

Tras recuperar la Nueva Granada, Morillo debe regresar a Venezuela en 1817 preocupado por el recrudecimiento de la guerra, pues Bolívar, Piar, Páez y otros jefes venezolanos reactivan su movimiento durante la estancia de Morillo en Nueva Granada. El 31 de julio de 1817, es derrotado en la Batalla de Matasiete por el coronel Francisco Esteban Gómez pero logra tomar en forma cruenta Juan Griego en la isla de Margarita. Su lugarteniente Miguel de la Torre no logra frenar la oleada turística de Guayana en 1817. Al conocer de la caída de Angostura por parte de los patriotas y ante la proximidad de más ataques por parte del ejército al mando del coronel Gómez, motivaron a Morillo que partiera con sus tropas restantes el 17 de agosto de 1817 rumbo a Cumaná, dejando definitivamente a la Isla de Margarita en poder de los patriotas. En 1818, Bolívar avanza hacia Caracas en su Campaña del Centro de Venezuela, pero Morillo le detiene al derrotarlo en la Batalla de La Puerta. Su dirección desde la primera línea de batalla le vale una herida de lanza en el abdomen y su victoria el título de Marqués de La Puerta. Más tarde Bolívar extiende su ofensiva a Nueva Granada en 1819 y ocupa Santa Fe de Bogotá tras derrotar al coronel José María Barreiro en la batalla de Boyacá. A finales de 1820 Morillo contaba con unos quince mil hombres mientras que Bolívar ya disponía de veinticinco mil​ aunque otras estimaciones reducen los ejércitos a 9000 y 20 000 respectivamente. Morillo recibe nuevas instrucciones del Gobierno liberal de España de negociar un armisticio con los colombianos, y se entrevista con Bolívar en Santa Ana de Trujillo el 27 de noviembre de 1820, firmando el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra y dando fin al periodo histórico colombo-venezolano denominado de guerra a fin. Dicho tratado fue importante en la causa patriota, ya que España, a través de Morillo, si bien no renunciaba a sus derechos sobre las tierras del Virreinato de Nueva Granada, reconocía de alguna manera la existencia del estado independiente recién creado por Bolívar. Luego de la firma del armisticio Morillo se retiró a España, dejando en su lugar al general La Torre y a unas fuerzas realistas desalentadas. El tratado, que no duró los seis meses estipulados, fue utilizado por Bolívar para rearmarse y consolidar de facto la libertad venezolana con la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821.

Trienio Liberal y Restauración absolutista

Finalmente Pablo Morillo consigue su retiro, solicitado en 16 ocasiones anteriormente, y regresa a España, dejando el mando del ejército realista al general Miguel de la Torre en diciembre de 1820. Siempre mostró desinterés en el percibo de sueldos, de los que se le debían a su retorno como jefe expedicionario la suma de 58 526 pesos fuertes, siendo el único general con mando en América en esta situación. Sin embargo a su retorno inmediatamente es llamado por el rey Fernando VII para una nueva misión. El 4 de mayo de 1821 fue nombrado capitán general de Castilla la Nueva, cargo que matuvo 18 meses durante el periodo de mayor furor revolucionario consiguiendo mantener el orden, sin embargo para no participar de la radicalización política dimitió de su cargo.

En julio de 1823 le fue encomendado su primer mando de Galicia a la entrada del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis al servicio de la Santa Alianza, y donde sufrió tentativas de asesinato por parte de Quiroga y los insurrectos. El Gobierno constitucional, ya en el tercer año de la revolución del Trienio Liberal, le destituye de todos sus honores y empleo en el mes de agosto de 1823. Sólo la persona de Morillo mantuvo la lealtad de las tropas españolas que se unieron al ejército del duque de Angulema. Se le dio el mando de la brigada francesa del conde de Bourk con la que rindieron las plazas de Vigo y La Coruña, restituyendo la paz en toda Galicia. Morillo consigue permiso para viajar a Francia por motivo de salud en el año 1824. Sin embargo, concluida la restauración de Fernando VII, tras la caída del trienio liberal en 1823, Morillo por su afinidad al bando constitucional es sentenciado por un tribunal «de purificación», mientras se encontraba de permiso en Francia, perdiendo sus cargos bajo un ambiente de intrigas y purgas en el Gobierno español.

Primera Guerra Carlista

Después de algún tiempo, en 1832 nuevamente se hace cargo de la Capitanía General de Galicia, desempeñado en dos ocasiones, esta segunda vez en 1836, pero su deteriorada salud y la necesidad de su presencia en la corte lo obligaron a volver a Madrid. Participa en la primera guerra carlista en apoyo de la reina regente Cristina, luchando en contra de los partidarios absolutistas de Carlos María Isidro de Borbón. No llega a ver el final de esta guerra, su deteriorada salud lo obliga a buscar atención en Bareges bajo permiso de la reina, y en estas circunstancias muere el 27 de julio de 1837 a la edad de sesenta y dos años, dejando a su viuda sin bienes y con cinco hijos menores. Refiriendo de él el historiador Rodríguez Villa:

Falleció este ilustre caudillo, tan rico en honores, como tan pobre en hacienda, que no pudo cubrir a su fin la dote de su mujer, habiendo consagrado toda su vida a la grandeza e independencia de su patria y al servicio leal y desinteresado a su Rey. ¡Ejemplo digno de admiración y de eterna memoria por su elevado patriotismo y sus eminentes virtudes cívicas y militares!

Rodríguez Villa el 1 de mayo de 1908.

Inicialmente fue enterrado en el cementerio de Luz-Saint Sauveur en París, hasta que por mediación del gobierno constitucional de la reina Isabel II fue trasladado al cementerio de San Isidro de Madrid el 8 de agosto de 1843, donde desde entonces reposan sus restos.

Distinciones

Ciento cincuenta acciones personales de guerra reconocidas, condecorado con once cruces de distinción, reconocidas cuatro heridas, dos mortales; alcanza el grado de teniente general; dos títulos de Castilla; dignidad de Prócer; Gran Cruz de Carlos III; Orden Militar de San Fernando, de Justicia, de Isabel la Católica, caballero de San Hermenegildo, regidor perpetuo de La Coruña.

La Historia de Pablo Morillo: El león de Sanpaio

Pablo Morillo, Pacificador de Nueva Granada - Desperta Ferro Ediciones

Pablo Morillo: La gran traición venezolana que convirtió al mayor héroe de España en un «terrorífico» malo
 
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