Hilo de grandes marinos de España

58) Salvador Fidalgo, uno de los tantos exploradores españoles de Alaska

Salvador Fidalgo y Lopegarcía (Seo de Urgel, Cataluña, 6 de agosto de 1756 – Tacubaya, Nueva España, 27 de septiembre de 1803) fue un marino español del siglo XVIII, recordado por haber realizado varios viajes de exploración en la Costa Noroeste de América del Norte (costas de la actual Alaska y Columbia Británica).

Inicios de carrera

Salvador Fidalgo nació en la Seo de Urgel (actual provincia de Lérida), España, siendo heredero de una familia noble vasconavarra. Ingresó en la Armada Española como guardiamarina en el Real Colegio de Guardiamarinas de Cádiz. Se graduó en 1775, con el rango de alférez de fragata.

Fue elegido para ser miembro del equipo de cartógrafos de Vicente Tofiño, trabajando durante la década de 1780 en el primer atlas de los puertos de España y sus aguas costeras. Sirvió en diversas tareas en el Mediterráneo y entró en acción contra los británicos y portugueses.​ En 1778 fue ascendido a teniente de navío y fue asignado a la estación naval española de San Blas, en la costa del Pacífico del actual México.

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Localización de los lugares de contacto españoles en el Pacífico Noroeste

Expedición de Fidalgo de 1790

Ya desde 1774, los españoles habían reanudado las expediciones de exploración de la costa del Pacífico Noroeste con el objetivo de reafirmar su soberanía y descubrir posibles asentamientos de comerciantes rusos de pieles, dados los crecientes rumores sobre esos comerciantes en las costas de la actual Alaska. Destacados oficiales habían dirigido varias expediciones —Pérez Hernández (1774), Heceta y de la Bodega y Quadra (1775), Arteaga y de la Bodega y Quadra (1779) y Martínez y López de Haro (1788)—, encontrando a los rusos solo en 1788. Alertados porque pensaban que Rusia quería establecerse de forma permanente en el Nootka Sound (una abrigada bahía en la isla de Nutka, una pequeña isla costera de la costa occidental de la isla de Vancouver), los españoles mandaron nuevamente a Martínez y Haro en 1789 para tomarlo preventivamente y fundar allí un puesto, San Lorenzo de Nootka, que se convertiría en el más septentrional de la Nueva España. Al año siguiente enviaron tres barcos más para fundar un fuerte, el fuerte de San Miguel, donde quedó establecida una pequeña guarnición

En 1790, bajo la dirección de Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo, entonces virrey de la Nueva España, Fidalgo fue enviado a San Lorenzo de Nootka. El 5 de mayo de 1790, Fidalgo zarpó con el San Carlos de Nutka rumbo al Prince William Sound y al Cook Inlet, en las costas alaskeñas, y algunas semanas más tarde, ancló frente a la actual Cordova. La expedición no encontró signos de la presencia rusa y negoció con nativos de la zona. El 3 de junio desembarcaron en la costa del actual Orca Inlet, y, en una ceremonia solemne, Fidalgo erigieron una gran cruz de madera, reafirmado la soberanía española y nombrando la zona como Puerto Córdova. Fidalgo continuó a lo largo de la costa de Alaska, hasta alcanzar punta Gravina, donde celebró otra ceremonia de re-afirmación de la soberanía española. El 15 de junio descubrieron un puerto, al que llamaron Puerto Valdez, en honor de Antonio Valdés, entonces Ministro de la Armada Española.

El 4 de julio la expedición hizo su primer contacto con los rusos, en la costa suroeste de la península de Kenai, que Fidalgo llamó Puerto Revillagigedo. La expedición siguió adelante y encontró el principal asentamiento ruso de la época en la isla de Kodiak, en la actual bahía Tres Santos. Fidalgo recibió a los rusos a bordo de su barco, y luego, el 5 de julio de 1790, llevó a cabo otra ceremonia de soberanía cerca del puesto avanzado ruso de Alexandrovsk (hoy bahía Inglés o Nanwalek), al suroeste de la actual ciudad de Anchorage, en la península de Kenai.

Fidalgo llevó a la expedición de regreso a San Blas, llegando el 15 de noviembre de 1790.

El asentamiento en bahía Neah (1792)

En 1792 Salvador Fidalgo fue asignado a establecer un puesto español en bahía Neah (el nombre de entonces en español era el de Bahía de Núñez Gaona), en la costa sudoeste del estrecho de Juan de Fuca, en el actual estado de Washington. Llegó de San Blas en la corbeta La Princesa el 28 de mayo de 1792. El puesto pronto fue despejado de vegetación y clareado para disponer un jardín, un cercado para el ganado (vacas, ovejas, cerdos y cabras), y una empalizada con una pequeña guarnición.

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Fuerte español de san Miguel en Nutka, 1793.

El puesto fue establecido durante las negociaciones entre España y Gran Bretaña a raíz de la crisis de Nutka que culminaron en la Convención de Nutka. No estaba claro si el puesto español en el Nootka Sound debería de ser cedido a los británicos y la labor de Fidalgo en bahía Neah era preparar una posible reubicación del puesto español en Nutka.

Más tarde, durante el otoño de 1792 se produjo un conflicto entre los makah, nativos de bahía Neah, y los españoles. El segundo al mando de Fidalgo, el piloto Antonio Serantes, fue asesinado y en represalia, Fidalgo ordenó un ataque a los makah, causando muchas bajas. Por esta acción Fidalgo fue reprendido después por sus superiores. El puesto de bahía Neah fue abandonado y Fidalgo fue llamado al Nootka Sound.

Últimos años

En 1794 Fidalgo fue ascendido a capitán de fragata. En 1795 navegó a la Argentina para entregar documentos diplomáticos. En 1801 reprimió una rebelión de nativos americanos en la isla del Tiburón, en el golfo de California.

Salvador Fidalgo murió el 27 de septiembre de 1803 en Tacubaya, cerca de la Ciudad de México.

Reconocimientos

La isla Fidalgo, una pequeña isla de solamente 106,68 km² cerca del Puget Sound, fue nombrada en su honor.

Salvador Fidalgo - Wikipedia, la enciclopedia libre

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El olvidado pasado español de Alaska
 
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59) Antonio Valdés, "inventor" de la bandera española

Antonio Valdés y Fernández Bazán (Burgos, 1744-Madrid, 4 de abril de 1816) fue un marino y militar español, 4º capitán general de la Real Armada, secretario de Estado del despacho universal de marina e Indias (cargo equivalente al actual de ministro) y caballero del Toisón de Oro.

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Inicios

Nacido en Burgos, sus padres eran originarios de Asturias. Su progenitor fue Fernando Valdés Quirós, hidalgo asturiano, nacido en el palacio Valdés-Bazán, que fue ministro de Hacienda. Sentó plaza de guardiamarina en el departamento de Cádiz el 26 de octubre de 1757. Continuó sus estudios, ascendiendo a alférez de fragata el 29 de junio de 1761. Embarcado en el navío Conquistador, perteneciente a la escuadra bajo el mando de Gutierre de Hevia, el primer marqués del Real tras*porte, se hallaba en el puerto de La Habana en ocasión del ataque británico de 1762. Desembarcó para la defensa y fue destinado a guarnecer el castillo del Morro, a las órdenes de Velasco. Mientras se rendía la fortaleza después de morir su gobernador, Valdés pudo retirarse en un bote con algunos soldados de marina y artilleros al castillo de la Punta, siguiendo en la defensa de éste hasta que capituló la plaza y fue tras*portado al puerto de Cádiz.

Fue destinado al apostadero de Algeciras, con cuyos buques combatió contra los piratas berberiscos; bajo los mismos muros de Argel represó una embarcación española. Por su valeroso comportamiento fue ascendido a alférez de navío el 17 de septiembre de 1767. Continuó desempeñando mandos de navíos, de divisiones y escuadra, siendo ascendido a brigadier el 5 de mayo de 1781.

Fue nombrado director de la fábrica de artillería de La Cavada, consiguiendo elevarla de su deplorable estado. Aún se conservan sus instrucciones para el gobierno y régimen de esta fábrica y de la de Liérganes. Cumplió su cometido con tal acierto que, al terminar, había sido ascendido a jefe de escuadra, siendo nombrado Inspector general de Marina.

Nombrado Secretario de Estado

Al estar gravemente enfermo el marqués Pedro González de Castejón, secretario de Estado y del despacho universal de marina, el rey mandó preguntar a éste quién creía más idóneo para sucederle en su cargo. Indicó para ello a tres generales de marina y en primer lugar a Valdés, que de hecho pasó a sustituir al marqués a su fin, acaecida el 9 de marzo de 1783, encargándose ese cargo (del Ministerio de Marina cuando sólo tenía 38 años de edad.

Fue digno continuador de sus ilustres predecesores en el ministerio: José Patiño, Ensenada y González de Castejón. Toda la obra iniciada por los antecesores estaba falta de «base nacional», es decir, de la infraestructura económica necesaria, y tenía que fundamentarse en las importaciones del extranjero. Valdés supo obviar ese grave inconveniente y emprendió su gran obra.

En 1785 presentó al rey varios modelos para la bandera de los buques y Carlos III escogió la roja y gualda, que más recordaba las glorias españolas, desechando «todo perecedero signo de linaje». Se amplió el arsenal de la Carraca y se acometió la construcción del dique; aprobó el proyecto de la nueva población de San Carlos; llevó a efecto el libre comercio con América, con la institución de consulados en las principales capitales, y se creó la Compañía de Filipinas.

En 1787 se inauguró el dique de La Carraca, entrando el Santa Ana, uno de los mayores de la época, de tres puentes y 112 cañones, y al año siguiente otro de tres puentes, el Conde de Regla. Se ampliaron los parques de artillería; se atendió al personal, aumentándosele los sueldos y creándose el montepío.

Mejoró también la instrucción de los oficiales; formó una escuadra compuesta por nueve fragatas, al mando de Juan de Lángara; se establecieron en todos los departamentos cursos de altas matemáticas y bibliotecas; amplió la enseñanza de la artillería; proveyó de material científico al Colegio de Medicina y Cirugía de Cádiz; abrió para la marina mercante un segundo Colegio de San Telmo en Málaga y se constituyeron cátedras en Barcelona, regentadas por el antiguo corsario Cinibaldo Mas.

Se impulsaron las expediciones científicas, tales como la de Antonio de Córdoba al estrecho de Magallanes y la de Alejandro Malaspina con las corbetas Descubierta y Atrevida y la de los bergantines Descubridor y Vigilante, al mando de Cosme Damián Churruca.

Encomendó a Vicente Tofiño el levantamiento del Atlas hidrográfico de las costas de la península, islas adyacentes y África; creó el Depósito Hidrográfico y se trasladó el observatorio a la Isla de León. Satisfecho el rey Carlos III le encargó también la secretaría de Estado y despacho universal de Indias, vacantes por fallecimiento de José de Gálvez. Valdés supo designar para los puestos de gobierno de Indias a los prohombres más capacitados para ello.

El rey, al ver lo manifiesto de su obra, le confirmó la plaza en el consejo de Estado en el año 1787 y le ascendió a teniente general en 1788, dándole además la llave de Gentilhombre de cámara de Su Majestad. Cuando fue ascendido, exclusivamente por su mérito, ocupaba el puesto número trece del escalafón de tenientes generales.

Últimos años

En 1792, terminadas las obras del arsenal de Cartagena, Valdés fue promovido al empleo de capitán general de la Real Armada y al terminarse la guerra con Francia, por la Paz de Basilea el 22 de julio de 1795, le confirió el rey el Toisón de Oro. A consecuencia de sus numerosas instancias y renuncias cesó al fin en el ministerio el 13 de noviembre de 1795, y el rey le dio muestra de su aprecio en un decreto muy encomiástico, ordenando se le conservase el sueldo y los honores de ministro.

En 1797 pasó a Cádiz para presidir el consejo de guerra de oficiales generales que debía juzgar a don José de Córdova y a Francisco jovenlandesales de los Ríos por su actuación en el con poca gracia combate de San Vicente de este mismo año, así como a los demás comandantes que tomaron parte en la acción.

Al debatirse la cuestión sobre si debía o no existir el almirantazgo, el rey pidió reservadamente a Valdés un detallado informe, sobre la mejor organización de la armada; su parecer se consideraba de gran valor, ya que Valdés había estado doce años al frente de ella. El almirantazgo había quedado suprimido en el reinado de Felipe V y se había establecido en su lugar la Dirección General de la Armada. Esta institución adolecía de algunos defectos que la experiencia y el tiempo hacían palpable.

Valdés proponía restablecer una especie de almirantazgo que se encargase de lo gubernativo, militar y económico y diese al cuerpo una doctrina inmutable, fuese cual fuese el ministro al frente. Podían constituirlo a su juicio, los tenientes generales Mazarredo, Gil de Lemos y Tejada; el ingeniero Tomás Muñoz, el jefe de escuadra Núñez Gaona, el intendente marqués de Ureña y como secretario José Espinosa y Tello. Aunque de momento no se admitió esa idea, ya que el ministro no quería organización que limitase sus funciones, en febrero de 1803 se instituyó al fin el Consejo del Almirantazgo.

Continuó Valdés en la capital Madrid, de decano del Consejo de Estado y presidente de la Asamblea de San Juan. Durante el desempeño de estas altas funciones falleció a los 72 años de edad. Fernando VII mandó que se le hiciesen los honores de capitán general de la Real Armada con mando, los más altos entonces.

Antonio Valdés, "inventor" de la bandera española

Cabe añadir que podemos considerar a Antonio Valdés como el "inventor" de la bandera española actual, ya que durante su mandato, se cambió en los barcos el distintivo blanco propio de los Borbones, que era del mismo tonalidad que el usado por los barcos franceses, que tenían la misma la dinastía reinante, e ingleses, cuya bandera es blanca con una cruz roja:

"Para evitar los inconvenientes y prejuicios que han hecho ver la experiencia puede ocasionar la bandera nacional de que usa mi Armada naval y demás embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con las de otras naciones he resuelto que en adelante usen mis buques de guerra de bandera dividida a lo largo de tres listas, de las que la alta y la baxa sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total y la de en medio amarilla, colocándose en esta el escudo de mis reales armas reducido a los cuarteles de Castilla y León con la Corona Real encima; y el gallardete con las mismas tres listas y el escudo a lo largo sobre cuadrado amarillo en la parte superior. Y que las demás embarcaciones usen, sin escudo, los mismos colores, debiendo ser la lista de en medio amarillo y del ancho de la tercera parte de la bandera y cada una de las restantes partes dividida en dos listas iguales, encarnada y amarilla alternativamente...

Señalado de mano de S.M.
En Aranjuez a veinte y ocho de Mayo de mil setecientos ochenta y cinco. El Almirante Don Antonio Valdés".


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Los doce bocetros presentados a Carlos III.

Para diseñar esta nueva bandera, que fuera visible en la lejanía, el ministro consultó a varios expertos y organizó una especie de concurso, en el que resultó elegido un diseño basado en el de la antigua bandera del reino de Aragón. Modificando esta bandera se crea una nueva compuesta de tres listas (la central, amarilla, de doble ancho y dos rojas) para los buques de guerra y otra de cinco franjas (la de en medio amarilla y más ancha que las demás) para las demás embarcaciones (marina mercante), siendo aprobadas en el Real Decreto de 28 de mayo de 1785.

Con el paso del tiempo la primera de ellas se convertiría en la Bandera de España aunque no fuese oficial hasta 1843, con Isabel II (Real Decreto del Gobierno provisional de 13 de octubre de 1843*), y que ha permanecido más o menos constante con el paréntesis del periodo de la segunda república, cuando se cambió el tonalidad de la franja inferior por el jovenlandesado (considerado erróneamente) del antiguo reino de Castilla para que la bandera no representara sólo a uno de los dos principales reinos que se integraron para formar España.

El decreto expone la necesidad de suprimir las diferencias entre la bandera nacional y las particulares de los cuerpos del Ejército, y añade que "las banderas y estandartes de todos los cuerpos e institutos que componen el Ejército, la Armada y la Milicia Nacional, usarán iguales en colores a la bandera de guerra española, y colocados éstos por el mismo orden que lo están en ella".

De este modo, la bandera rojigualda pasaba de ser exclusiva de la Marina de Guerra a ser común para todas las fuerzas armadas, a la vez que recibía el reconocimiento oficial de bandera nacional.

Biografía de don Antonio Valdés y Fernández Bazán.

Hidalgos en la Historia: Antonio Valdés y Fernández-Bazán Ministro de Marina y Cap. Gral. de la Armada. "La bandera de España"
 
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60) Esteban José Martínez, otro explorador olvidado

Esteban José Martínez Fernández y Martínez de la Sierra, o simplemente Esteban José Martínez (Sevilla, 1742-1798), fue un oficial naval español del siglo XVIII que participó en varias expediciones de exploración de la costa pacífica de Norteamérica: en 1774 era el segundo a bordo de la fragata Santiago, pilotada por Juan José Pérez Hernández. Fueron los primeros miembros de una nación europea en contactar con los haida; en 1788 dirigía su propia expedición en las costas de Alaska, la primera que entró en contacto con los rusos; y, en 1789, encabezaba una expedición destinada a construir un fuerte en la isla de Nutka y que desencadenó un conflicto que casi llevó a la guerra a España y al Reino Unido y que dio lugar a las convenciones de Nutka.

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Nació en Sevilla el nueve de noviembre de 1742.

Estudió pilotaje en el Colegio de San Telmo de Sevilla. En 1773 fue nombrado segundo piloto del departamento de San Blas y al año siguiente salió como tal en la fragata “Santiago”, alias “Nueva Galicia”, mandada por el primer piloto Juan Pérez, a recorrer la costa de California por San Diego y Monterrey.

Al mando de diversos buques continuó los viajes, siendo ascendido a primer piloto y a alférez de fragata.

En 1782 mandó las fragatas “Princesa” y “Favorita”, destinadas a llevar socorros a las misiones de la costa de San Diego y fundó un nuevo presidio denominado El Príncipe.

Cuatro años más tarde, cuando se encontraba en Monterrey con las fragatas “Princesa” y “Favorita”, recibió a La Pérouse, llegando allí con las fragatas “Boussole” y “Astrolabe”, en su famoso viaje.

En el año 1787 fue ascendido a alférez de navío y alternó el mando de buques con el destino de comandante de marina del departamento de San Blas.

Dirigió dos importantes expediciones, una en 1788 con objeto de reconocer los establecimientos rusos al norte de California y la segunda en 1789 para fundar un establecimiento en Nutka.

La exploración del Pacífico Noroeste

Los españoles habían explorado y reclamado la región del Pacífico Noroeste ya en 1774 en una expedición comandada por Juan Pérez, y en 1775 en otra al mando de Bruno de Heceta y Juan Francisco de la Bodega y Quadra. En la expedición de 1774, Martínez era segundo de Pérez, al mando de la fragata Santiago. La expedición tuvo el primer contacto de europeos conocido con los indígenas haida de la islas de la Reina Carlota en julio de 1774. La colonización de la América rusa, hoy Alaska, era una amenaza para las reivindicaciones de la soberanía española en la parte alta del Pacífico noroeste.

La expedición a las costas de Alaska (1788)

Durante la guerra entre España y Gran Bretaña, el puerto de San Blas se dedicó al esfuerzo de guerra en las Filipinas y los viajes de exploración fueron suspendidos. El apoyo de la Alta California, que dependía de San Blas, fue mínimo. En 1786 la Alta California se había vuelto casi autosuficiente y cuando la paz con Gran Bretaña fue restaurada, después del Tratado de París, se hicieron de nuevo posibles más viajes a las costas del Pacífico.

En marzo de 1788, fueron enviados al norte dos barcos desde San Blas para investigar la acitividad de los rusos. Martínez, en el Princesa, estaba al mando de la expedición, e iba acompañado por el San Carlos a las órdenes de Gonzalo López de Haro, con José María Narváez como piloto. Los barcos llegaron al Prince William Sound en mayo. Buscando evidencias del comercio de pieles ruso las naves se dirigieron hacia el oeste. En junio Haro alcanzó la isla de Kodiak y supo por los indígenas que había un puesto ruso cerca.

El 30 de junio de 1788, Haro envió a Narváez en un bote a buscar el puesto ruso en Three Saints Bay. Narváez encontró el puesto, convirtiéndose en el primer español en entrar en contacto con un gran contingente de rusos en Alaska. Narváez se reunió con el comandante ruso, Evstrat Delárov y lo llevó de regreso al San Carlos para que se entrevistase con Haro; luego lo devolvió a su puesto de avanzada. Delárov dio a Narváez un mapa ruso de la costa de Alaska y le indicó la ubicación de los siete puestos rusos que tenían ya cerca de 500 hombres. Delárov también le dijo a Narváez que los rusos querían ocupar el Nutka Sound, en la costa oeste de isla de Vancouver (actual Columbia Británica).

Después del encuentro, Haro navegó hacia el este y se unió a Martínez en la isla Sitkinak. Con la información proporcionada por Delárov, la expedición viajó a la isla de Unalaska, donde había un importante puesto ruso, también llamado Unalaska, bajo el mando de Potap Kuzmich Zaikov. Martínez llegó el 29 de julio y Haro lo hizo el 4 de agosto. Zaikov dio a Martínez tres mapas que comprendían las islas Aleutinas. También le confirmó que los rusos tenían previsto tomar posesión de Nootka Sound al año siguiente.9 Zaikov le explicó que dos fragatas rusas estaban ya en camino, y una tercera iba a navegar hasta el Nootka Sound. Se estaba referiendo a la expedición de 1789 de Joseph Billings, pero exagerando mucho su misión. La visita a Unalaska marca el punto más occidental alcanzado durante los viajes españoles en la exploración de Alaska.

La expedición española dejó Unalaska el 18 de agosto de 1788, emprendiendo rumbo sur hacia California y México. Debido al creciente conflicto entre Martínez y Haro, los barcos perdieron el contacto a los tres días, navegando hacia el sur por separado. Martínez había permitido esto, pero ordenó a Haro reunirse con él en Monterey, California. Pero durante el viaje al sur Haro, con el apoyo de Narváez y los otros pilotos, declaró que su barco ya no estaba bajo el mando de Martínez y navegaron de regreso a San Blas por su cuenta, llegando el 22 de octubre de 1788. Martínez pasó un mes en Monterrey en espera de Haro y llegó a San Blas en diciembre, encontrándose frente a varios cargos por un liderazgo irresponsable. Pronto recuperó el favor y fue puesto a cargo de una nueva expedición para ocupar el Nutka Sound antes de que los rusos lo hicieran.

La expedición para la toma de posesión del Nutka Sound (1789)

En 1789, el Virrey de la Nueva España, Manuel Antonio Flores, instruyó a Martínez para que ocupase preventivamente el Nutka Sound para construir un asentamiento y una fortaleza y dejar claro que España estaba erigiendo un establecimiento oficial. Martínez, en ese momento ya piloto primero y alférez de navío, encabezó una expedición que consistía en el buque de guerra La Princesa, a su mando, y el buque de suministro San Carlos, dirigido por Gonzalo López de Haro. Llegaron a Nutka el 5 de mayo de 1789 y encontraron allí a dos barcos estadounidenses, el Columbia, a las órdenes de Robert Gray, y la Lady Washington, al mando de John Kendrick, que habían invernado en la isla y que se dedicaban al comercio de pieles. Sus capitanes adujeron que habían recalado allí por las malas condiciones climáticas, por lo que Martínez les dejó partir. Se encontraba también en la isla el paquebote de bandera portuguesa Iphigenia Nubiana perteneciente a capitales británicos ligados a John Meares, un comerciante de pieles británico que ya había utilizado el Nutka Sound como base de operaciones y que afirmaba haber comprado de tierras a los indígenas nuu-chah-nulth. Poco después de la llegada de Martínez, apareció el paquebote británico Argonauta, al mando del capitán James Colnett, quien tras*portando mercaderías, pretendía fortificarse en la isla. Martínez apresó al Argonauta y al Iphigenia Nubiana. Poco después llegaron a la isla dos barcos británicos más, la balandra Princess Royal (Princesa Real), al mando de Thomas Hudson y la goleta Northwest América. Martínez procedió a detenerlas el 5 de junio y el 2 de julio. Bautizó el Nutka Sound como Puerto de San Lorenzo de Nuca y en el islote de San Miguel o isla de los Cerdos, se construyó un asentamiento, llamado Santa Cruz de Nuca, que comprendía casas, un hospital y el presidio Fuerte San Miguel. A finales de julio, siguiendo sus órdenes, abandonaron el establecimiento y regresaron a San Blas, en la Nueva España, con los buques capturados y las tripulaciones retenidas.

Estos eventos en el Nutka Sound llevaron a la conocida como crisis de Nutka, un conflicto entre el reino de España y el Reino Unido de la Gran Bretaña sobre la colonización y el acceso territorial a la costa del Pacífico noroeste de América del Norte. Martínez cayó en desgracia debido a sus acciones en el incidente y con el nombramiento de un nuevo virrey en octubre de ese mismo año, Juan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo. Ante el inminente conflicto el gobierno español decidió fortificar Nutka y establecerse allí de forma permanente, y en abril de 1790 envió al teniente de navío Francisco de Eliza para dirigir el asentamiento junto con 76 hombres de la Primera Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña comandados por Pere d'Alberní i Teixidor. La presencia de los voluntarios catalanes es el motivo por el que en los dibujos realizados por la expedición de Alejandro Malaspina, que pasó por Nutka en el verano de 1791, aparezcan numerosos individuos portando la típica barretina.

Una serie de convenios —suscritos en 1790, 1793 y 1794, y conocidos globalmente como Convenciones de Nutka— evitaron la guerra y en 1792 Juan Francisco de la Bodega y Quadra, volvió a Nutka para llevar a cabo diplomáticamente, junto con el capitán británico George Vancouver, la aplicación del primero de tales acuerdos.

Últimos años

Los graves incidentes ocurridos en este viaje entre Martínez y su segundo, y otros con traficantes británicos, motivaron el relevo de Martínez y su regreso a España, pero más tarde sería repuesto, después de haber sufrido un juicio sumarísimo y hallado inocente, por lo que se le incorporó a su anterior destino en San Blas, esto ocurría en el año de 1795.

Donde continuó prestando servicios hasta su fallecimiento, ocurrido el Loreto (California) el veintisiete de octubre de 1798.

Dejando una Hoja de Servicios con veinticinco años de navegaciones por las costas occidentales de América, desde San Blas a Unalaska, siendo el primer español que trató con los rusos al establecerse estos en el Norte de América.

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Martinez Fernandez de la Sierra, Esteban Jose Biografia - Todoavante.es
 
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61) Benito Soto, “el último pirata del atlántico”

Benito Soto Aboal, llamado también, “el último pirata del atlántico”, fue un sanguinario pirata nacido en Pontevedra en 1805, que con sólo 20 años ya era temido por todos los mares por su agresividad y violencia en los ataques.

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El término aventurero de pirata en algunos casos, sobre todo los reales, no se puede aplicar a la realidad. La mayor parte de los piratas eran ladrones sanguinarios y sin jovenlandesal que atacaban, robaban y mataban a la mayor parte de los tripulantes de las embarcaciones que abordaban.

El pirata Benito Soto fue uno de los más temidos y violentos. A los 17 años ya andaba, el angelito, embarcado en un bergantín brasileño que traficaba con esclavos. En 1823, con 18 años, aprovechando que estaban en África recogiendo “mercancía”, provocó un motín a bordo y se hizo con la goleta llamada “El Defensor de Pedro”, dejando a su capitán en tierra. A grito de “abajo los portugueses” atacaron y pasaron por el cuchillo a todos los que no estaban de acuerdo con el repentino cambio de capitán, tanto que una vez con el control del barco, mató también a su compañero de motín.

Ya como capitán del “Defensor de Pedro”, lo pintó de neցro y lo rebautizó como “La Burla de color” (que levante la mano el que le suene ese nombre de algo).

Benito Soto atacó numerosas embarcaciones y se cuenta que reunió una gran fortuna. Era famoso a parte de por los saqueos, por la violencia contra las tripulaciones de las cuales pocos de ellos sobrevivían a su ataque.

Se lanzó a la piratería, siendo su primera víctima la fragata mercante Morning-Star, de bandera inglesa. Habiendo saqueado la nave y asesinado a casi todos sus ocupantes, puso rumbo al Norte, hacia las islas portuguesas Azores, cometiendo varios abordajes más. Su segunda víctima fue la fragata norteamericana Topacio que provenía de Calcuta con un rico cargamento a bordo. La misma fue abordada, saqueada e incendiada, después de masacrar a gran parte de su pasaje. En viaje a las islas Cabo Verde, Benito Soto abordó un segundo bergantín inglés, al que también hundió y ocho días después, cerca del archipiélago de las Canarias asaltó la fragata Sumbury de la misma nacionalidad, que viajaba a Saint Thomas, acribillando a su tripulación.

Poniendo proa nuevamente a las Azores, Benito de Soto abordó de manera sangrienta un buque portugués procedente de Río de Janeiro y en viaje de regreso a España, asaltó el Cessnock, también lusitano y el bergantín inglés New Prospect. Las dos embarcaciones, en especial la británica, fueron víctimas de la terrible crueldad del pirata, así como también, la de su segundo en el mando, Víctor Barbazán.

Tras asesinar a tres de sus compañeros, por considerarlos poco leales, llegaron a puerto en La Coruña y, fingiendo uno de los piratas ser el legítimo capitán, vendieron la mercancía.

Hacia 1828 se dirigía “La Burla de color” hacia Cádiz y encalló cerca del Ventorrillo del Chato al confundir el faro de la isla de León con el de Tarifa. La cuestión es que tuvieron que quedar en tierra. Allí ostentaban de su dinero y llamaron mucho la atención, tanto que justamente un superviviente del “Morning Star” que andaba por allí por casualidad lo reconoció y lo denunció a las autoridades.

Diez de sus marineros fueran juzgados y ejecutados en Cádiz, aunque Benito Soto huyó a Gibraltar donde también fue apresado y juzgado por 75 asesinatos y 10 embarcaciones saqueadas y condenado también a la horca en 1830.

O hay mucha leyenda tras Benito o era muy aficionado a las frases lapidarias, ya que se cuenta que antes de ser ahorcado gritó a los presentes “Adiós a todos, la función ha terminado”.

A pesar de ese mal carácter y la corta carrera que tuvo Benito Soto, ha dado mucho que hablar sobre todo en cuanto a literatura, ya que hay gran cantidad de obras basadas en su vida. Se rumorea que incluso Espronceda se basó en él para su obra más conocida “La Canción del Pirata”.

También publicaba el ABC en 1904 una noticia acompañada de dos fotografías de la multitud que se volcó aquellos días “a la grata tarea de desenterrar duros entre la arena”. Unos trabajadores de una almadraba habían dado con unas monedas al abrir una zanja para enterrar los desperdicios de los atunes y pronto se corrió la voz desatando la euforia en la ciudad. Así se encontró parte del tesoro que guardaba la “Burla de color”. Y los gaditanos que no les hace falta nada para sacar una rima tuvieron tema “allí fue medio Cádiz con espilochas, y mi pobre suegra y eso que estaba medio pocha” cantó ese año la famosa Chirigota “Los Anticuarios”.

La última burla del pirata Soto - Levante-EMV

Benito Soto, el español errante | Blog Cátedra de Historia y Patrimonio Naval

Un pirata de verdad | Web oficial de Arturo Pérez-Reverte
 
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62) Don Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada

Zenón de Somodevilla y Bengoechea, I marqués de la Ensenada (Hervías, La Rioja, 20 de abril de 1702-Medina del Campo, Valladolid, 2 de diciembre de 1781), fue un estadista y político ilustrado español. Llegó a ocupar los cargos de secretario de Hacienda, Guerra y Marina e Indias. Asimismo, fue nombrado sucesivamente superintendente general de Rentas, lugarteniente general del Almirantazgo, secretario de Estado, notario de los reinos de España y Caballero del Toisón de Oro y de la Orden de Malta. Fue consejero de Estado durante tres reinados, los de Felipe V, Fernando VI y Carlos III.

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Nacimiento y juventud

Francisco Somodevilla y Francisca Bengoechea se casaron en el año 1688 y tuvieron seis hijos que fueron cronológicamente: Juana, Teresa, Zenón, Julián, Sixta y Paula.

En el año 1705 la familia se trasladó a la localidad de Azofra en donde recibió los primeros estudios en su escuela parroquial, y después, en 1707, a Santo Domingo de la Calzada de manera definitiva.

En el año 1720, cuando ya tenía dieciocho años, estaba trabajando de escribiente en una compañía consignataria de buques en Cádiz, aunque no se sabe cuando llegó allí. Ese mismo año José Patiño fue a Cádiz y visitó el arsenal de La Carraca. Allí conoció a Zenón Somodevilla y se lo llevó a Madrid, en donde le introdujo como funcionario en la Armada el 1 de octubre de 1720.

Bajo la protección de José Patiño fue escalando puestos en la administración naval y, en 1737, fue nombrado secretario del almirante infante don Felipe. En 1743, a la fin de José Campillo, fue llamado al ministerio por Felipe V.

Servicio militar

Somodevilla se inició como marino participando en la conquista de Orán en 1732 y en las campañas del futuro Carlos III en el reino de Nápoles (1733-1736) durante la Guerra de Sucesión polaca, a causa de las cuales, y por recomendación del futuro Carlos III, sería nombrado por Felipe V marqués de La Ensenada en 1736. Sus primeros cargos de importancia los consiguió bajo el reinado de Felipe V. Ocupó distintos cargos durante el reinado de Felipe V, Fernando VI y Carlos III.

En dicho reino italiano afianzó futuras amistades que, en el futuro, le resultarían de gran valor en su carrera política: el general Mina, el duque de Montemar o el marqués de Salas. Entre los primeros ensenadistas se cuentan sus amigos Alonso Pérez Delgado, oficial mayor en la secretaría de Marina desde 1747, o el bilbaíno Agustín Pablo de Ordeñana (1711-1747).

Primeros años al servicio de Fernando VI

Ensenada no era un gran reformista —de hecho, era más que nada un conservador—, pero impulsó con esfuerzo los cambios que sólo creía necesarios con tal de limar los problemas que afectaban al sistema político español. En esa tarea invirtió todos sus esfuerzos y sentó un precedente y favoreció la labor de otros muchos ministros ilustrados que vendrían tras él. Sin duda, Ensenada puso las bases para la creación de la potente y orgullosa armada española del siglo XVIII, que se hundiría décadas más tarde en Trafalgar.

En 1748 el marqués asume y se hace cargo definitivamente de todas las riendas del gobierno de España. Junto al inestimable apoyo de Carvajal, que mantiene ante el rey su política neutral de pacifismo en una Europa en guerra, Ensenada reordena y organiza con óptimos resultados la Real Hacienda, la Justicia, los sistemas municipales, la gobernación de Ultramar y, sobre todo, la Armada.

La Armada le interesa enormemente, dado que es la llave del dominio imperial español y de la defensa de las costas peninsulares ante los posibles ataques de otras potencias. Además de su actividad diaria como ministro, sus proyectos experimentan una energía incansable: en un mismo año presenta ante el rey unas interesantes reformas hidrológicas en el canal de Castilla, el intercambio de sabios e intelectuales y la promoción de visitas científicas de extranjeros a España, la Academia de Medicina, el Observatorio Astronómico, la confección de un mapa exacto de la geografía española, la cría de mejores caballos para el ejército español, nuevas ordenanzas de Artillería y la supervisión de la imprescindible defensa de costas.

Reformas de Ensenada

Apenas firmado un decreto, ya había otro o más de uno esperando sobre la mesa de Fernando VI. El marqués se encarga de saberlo todo: sabe tratar con suma elegancia y picardía a los embajadores acreditados en Madrid; conoce al dedillo el estado de las fuerzas de infantería que están estacionadas en Nápoles o en cualquier otro punto de la Italia borbónica; de los navíos de línea que anclan en la bahía de Cádiz... Ensenada está en todo. Gracias a su labor, la política europea empieza a hacerse en Madrid. Las distintas cancillerías saben que es él quien manda, y con él negocian.

Será tras la firma con los Borbones de Francia del Segundo Pacto de Familia, en 1743, y la Paz de Aquisgrán, de 1748, cuando Ensenada tendrá manos libres para dedicar todo su tiempo a los asuntos internos de España, acometiendo sus innovadores proyectos.

Gracias al decisivo impulso de Ensenada se construyen también los tres grandes arsenales clásicos en que quedarán apoyadas para siempre la Marina y la flota de guerra españolas: Ferrol, Cartagena y La Carraca.

Compitiendo en el mar contra la poderosa flota británica, el marqués aconseja en 1748 que el experto marino Jorge Juan y Santacilia vaya de visita a Gran Bretaña para informarse y conocer a fondo a los mejores técnicos navales del momento. Será así como proyecte y haga realidad la construcción para España de una flota digna en calidad a la británica, con un aumento de por lo menos 60 navíos de línea y 65 fragatas listas para operar. Asimismo, Ensenada eleva el Ejército de tierra a 186 000 soldados y la Marina a 80 000.

Pese a las enormes e interesadas presiones de Gran Bretaña para lograr la destitución de tan competente ministro de Fernando VI, por vía del embajador español en Londres Ricardo Wall, el marqués de la Ensenada se adelanta y presenta su dimisión ante el rey, aunque finalmente éste no se la acepte. El monarca se ha acostumbrado al eficaz trabajo de su primer ministro y ya no puede prescindir de él: leal, activo, cauto, incansable... manda un nuevo informe al rey, previo a las Reales Órdenes de 1751, en donde le detalla cuáles son sus próximos proyectos:

Proponer que Vuestra Majestad tenga iguales fuerzas de tierra que la Francia y de mar que la Inglaterra, sería delito, porque ni la población de España lo permite ni el Erario puede suplir tan formidables gastos; pero proponer que no se aumente el ejército y que no se haga una marina decente sería querer que España continuase subordinada a la Francia por tierra y a la Inglaterra por mar. Consta el ejército de Vuestra Majestad de 133 batallones (sin ocho de marina) y 68 escuadrones: vista la distribución por plazas y guarniciones resulta que sólo vienen a quedar para campaña 57 batallones y 49 escuadrones. Francia tiene 377 batallones y 255 escuadrones, por lo que se halla con 244 batallones y 167 escuadrones más que Vuestra Majestad y a principios de 1728 llegaba su ejército a 435.000 infantes y 56.000 caballos. La Armada naval de Vuestra Majestad sólo tiene presentemente 18 navíos y 15 embarcaciones menores; Inglaterra tiene 100 navíos de línea y 188 embarcaciones menores. Yo estoy en el firme concepto de que no se podrá valer Vuestra Majestad de la Francia si no tiene 100 batallones y 100 escuadrones libres para poner en campaña, ni de la Inglaterra si no tiene 60 navíos de línea y 65 fragatas y embarcaciones menores.

Destitución y últimos años

El marqués llegó a decantarse más por Francia que por Gran Bretaña, aunque los británicos lograron su final destitución en 1754 a causa de una serie de intrigas en palacio. El clima empezó a enfriarse desde 1750-51. La razón fue su actuación al margen del monarca, porque pretendía preparar en La Habana una flota dispuesta a asaltar las posesiones inglesas de Campeche y Belice.

Era su política francófila la que delataba sus intenciones, así que el rey, mostrándose partidario de la máxima neutralidad posible, lo destituyó. Había demasiado riesgo ante un nuevo conflicto con Gran Bretaña en el Caribe. Las intrigas inglesas, del embajador Keene, y francesas, del embajador Duras, intentaban forzar una entrada en guerra de España, pues la guerra de los Siete Años entre Francia y Gran Bretaña no se hacía esperar. Los incidentes diplomáticos de gran calado acabaron por afectar al mismo Ensenada, que sabía que el conflicto internacional no tardaría en estallar y que, sin duda, España debería contar con la flota ya lista para plantarle cara a Inglaterra.

Intentando forzar una guerra entre España y Gran Bretaña, Francia y sus agentes en Madrid dieron apoyo a la secreta intervención que preparaba el marqués para atacar a los colonos ingleses instalados en Belice y la Costa de los Mosquitos (Nicaragua).

Fernando VI recomendó a Carvajal hablar con Ensenada, mientras que la reina Bárbara sospechaba cada vez más de él a raíz de la pugna de éste con el embajador portugués, Vilanova de Cerveira, y sus diferencias en el conflicto con los jesuitas de Paraguay. La retirada del favor de la reina fue decisiva para la caída en desgracia del marqués.

El duque de Huéscar, amigo del soberano, presionó asimismo a Fernando VI, siguiendo las orientaciones de Carvajal para mantener una opción neutral a toda costa. Sin embargo, la repentina fin en abril de 1754 de José de Carvajal propició aún más que los hechos se acelerasen. El embajador británico, Benjamin Keene, buscó pruebas incriminatorias contra Ensenada con la ayuda de Ricardo Wall (con ascendencia irlandesa y sucesor de Carvajal). Finalmente, parece ser que se hallaron las órdenes de guerra firmadas por el marqués sin conocimiento del rey, lo que acabó por llegar a conocimiento de Fernando.

A las 12 de la noche del 20 de julio de 1754, el marqués de la Ensenada fue arrestado en su casa de Madrid por orden del rey, acusado de alta traición a la Corona por ocultamiento de órdenes de guerra. Si bien no se le condenó al exilio, sí que fue desterrado a provincias, pasando a residir "bajo vigilancia" en Granada y, más tarde, logrando permiso regio, el 21 de diciembre de 1757, para instalarse en El Puerto de Santa María, en Cádiz. En ambas localidades continuaría disfrutando, sin embargo, de influyentes amistades y apoyos, lo que le hizo su retiro algo más llevadero. Los objetivos ingleses de apartar a Ensenada del poder se habían cumplido; «no se construirán más buques en España» anotó satisfecho el embajador británico.

Sustituyeron al ministro Juan Francisco Gaona y Portocarrero, II conde de Valdeparaíso, (en Hacienda), Sebastián de Eslava (como Secretario de Guerra), Julián de Arriaga (en Marina) y Ricardo Wall (en Indias).

Mientras tanto, la mayoría de los ensenadistas de la Corte eran desterrados o apartados de los resortes del poder en que se habían instalado. Ricardo Wall siempre tuvo temores de posibles represalias por la conjura que había organizado junto al embajador británico para lograr la caída en desgracia del ministro, y por ello sembró Madrid de pasquines contra el marqués e inundó de rumores de conspiraciones con la Farnesio todos los círculos políticos. No le fue fácil acabar con el confesor padre Rávago, pero también éste fue apartado por orden del rey. Únicamente Farinelli mantuvo su lugar gracias al firme apoyo de Bárbara de pantaletanza, aunque nunca más quiso volver a inmiscuirse en política.

La llegada de Carlos III todavía le supondría un fugaz retorno a la corte española, en 1760, aunque contra lo que pronosticaron los ensenadistas, Carlos III jamás le hizo demasiado caso al retornado marqués, lo que sentenció definitivamente la etapa política de éste. El político trató de resumirle sus planes económicos en la Instrucción Reservada a la Junta de Estado, y de alguna manera logró que algunas de sus reformas se aplicaran hasta 1766. El estallido del célebre motín de Esquilache le perjudicó gravemente, dado que fue un cabeza de turco más junto al ministro italiano. De hecho no está del todo clara su participación en la conjura que dio lugar al motín (tal vez obra de agentes británicos en Madrid), aunque Carlos III decidió destituirle también para acallar la protesta popular. Perdió entonces los cargos de consejero de Estado y Hacienda y miembro de la Junta del Catastro.

Ensenada nunca se casó, pero fueron muchos sus aliados y amigos: desde el padre Isla hasta Torres Villarroel pasando por Farinelli, Nicolás de Francia (I marqués de San Nicolás), el arnedano Muro y el conde de Superunda (virrey del Perú). Tuvo fama de católico y jesuita, aunque un pasquín de 1754 decía que «no se le conoció confesor».

Exiliado por orden real a Medina del Campo, el marqués de la Ensenada falleció en dicha villa castellana el 2 de diciembre de 1781, sin poder salir jamás de allí y tras 15 años de inactividad política.

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Don Zenón de Somodevilla y Bengoechea. Marqués de la Ensenada.

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63) Rodrigo de Torres, vencedor de piratas, ingleses y holandeses

Rodrigo de Torres y jovenlandesales, primer marqués de Matallana, (Guadalajara, España; 6 de abril de 1687 - Madrid, España; 14 de diciembre de 1755) fue un marino español y almirante de la Armada Española.

Comienza su vida de marino en las galeras de Malta luchando contra la piratería del Mediterráneo, después pasó a Sicilia con el rango de teniente siendo más tarde ascendido a capitán de compañía. Durante este periodo ya realiza sus primeras presas.

En 1713 regresa a España, para servir del lado de Felipe V, en la guerra de Secesión española. Participa en el sitio de Barcelona donde conquista varias naves enemigas. Más tarde interviene en un combate naval con dos goletas enemigas, es herido y cae prisionero. Será prisionero durante casi un año en Mallorca hasta que la isla es conquistada por el bando borbónico.

Acabada la contienda favorable para el bando borbónico participa en la expedición contra Cerdeña en la escuadra del marqués de Mary y el general marqués de Lede. Regresa a España y parte para La Habana, de la que regresa pronto. Participa en un combate naval en el cabo de Gata con dos navíos holandeses que son puestos en fuga. En este combate falleció Antonio Hermenegildo de Barrutia, primer guardia marina español muerto en combate. También participa en la expedición a Sicilia, salvándose su nave de ser destruida en la batalla del cabo Passaro por encontrarse en posición adelantada.

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Escudo del Marqués de Matallana.

En 1719 regresa a Cádiz y se incorpora a la escuadra de Baltasar de Guevara que parte para Escocia para apoyar un levantamiento en favor de los Estuardos, la escuadra es desarbolada por los temporales. A finales de ese año, a la altura del cabo San Vicente, se enfrenta a la escuadra de Philip Cavendish consiguiendo que la escuadra inglesa se retire.

En 1720 es ascendido a capitán de navío, y se le concede el mando del navío Catalán. Vuelve al Caribe para encontrarse con la armada de Baltasar de Guevara. En La Habana se enfrenta a cuatro navíos ingleses mandados por Vernon y que son puestos en fuga.

En 1724 es nombrado jefe de escuadra y puesto al frente de la Armada de Barlovento hasta 1727, año en que regresa a España con la armada de Antonio Gaztañeta, logrando burlar una escuadra inglesa. Al llegar a España se pone al mando de una escuadra que marcha al Canal de la Mancha donde hace diversas presas. En los siguientes años realiza diversos viajes a América para, en 1731, formar parte como tercer jefe de escuadra de la armada que manda el marqués de Mari sobre Italia para defender los derechos del Infante Carlos sobre Parma y la Toscana.

En 1733 vuelve a América, y está al mando de una importante flota cargada de caudales que se pierde en las Bahamas. A pesar de ello, a su regreso a España un año más tarde es ascendido a Teniente General. De 1735 a 1737 es puesto a cargo del departamento de Cádiz así como miembro de la junta del Almirantazgo.

Al comenzar la guerra del Asiento se pone al frente de una escuadra con el que realiza diversas acciones de importancia, especialmente traer una flota cargada de caudales a España. Antes de acabada la contienda es sustituido por el comandante Regio.

Pero esto no le privó de seguir navegando, ya que en el año de 1744 enarbolando su insignia en el navío Glorioso, bombardeó la fortaleza de la regencia de Argel y la plaza de Tánger, mientras iba de una a otra y en sus navegaciones contra el corso apresó a tres jabeques jovenlandeses.

En una de sus arribadas, se le entregó una Real orden fechada el día cuatro de enero del año de 1745, para que se presentase en la Corte, para ello dejó el mando de la escuadra a don Isidro de Antayo el día uno de febrero siguiente.

Todo para ser recibido por el Rey y éste nombrarlo Ministro del Consejo y Cámara de Indias, permaneciendo en la Villa y Corte.

Ocupando este cargo, le sobrevino el óbito en la ciudad de Madrid el día catorce de diciembre del año de 1755, contando con sesenta y ocho años de edad y cincuenta de servicios a España.

Dejó ordenado que sus restos fuesen enterrados en la Iglesia o Bóveda de los capuchinos de la Corte.

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64) Baltasar Vélez Ladrón de Guevara y de Vinuesa, capitán de la Expedición a Escocia

Familia

Hijo natural don Beltrán Manuel Vélez Ladrón de Guevara, casado con doña Nicolasa Manrique de Mendoza Velasco Acuña y Manuel. XII duquesa de Nájera, quien no tuvo descendencia. Don Beltrán, era hermano de don Íñigo Manuel Vélez Ladrón de Guevara y Tassis. VIII conde de Oñate, quien entre otros cargos ocupó la embajada de España ante la Santa Sede y compró de su peculio el palacio de los Monaldeschi, actual sede desde entonces de la Embajada de España en la plaza que le da su nombre de España en Roma, así como a la escalinata que le da acceso.

Fue su progenitora, doña Teresa de Vinuesa, conociéndose el dato de ser bautizado en la parroquia de San Martín de Madrid el 13 de enero de 1673.

Inicios

Comenzó sus servicios en el año de 1695, como soldado aventurero, logrando al poco tiempo ser nombrado capitán de la galeota San José y un tiempo después, de la galera Patrona.

Entre 1705 y 1706 al mando de una escuadra de galeras, participó en el sitio a la plaza norteafricana de Orán; su actuación en este combate fue memorable, pues expuesto al fuego y desde la falúa de su galera, dirigiendo las embarcaciones menores, permaneció protegiendo la retirada de las tropas españolas, al producirse la obligada evacuación del sitio.

Guerra de Sucesión

En 1708 participó en la toma de Tortosa, y estando en aguas de Alicante, desembarcó parte de la artillería de sus buques, para proteger a esta plaza del ataque al que estaba sometida, por el ejército austriaco.

En 1713 la mantenerse en la ciudad de Barcelona los defensores de don Carlos III, participó con sus galeras en el bloqueo por mar que ordenó don Felipe V, estando al mando de tres de sus buques, combatió frente a la costa de Mataró contra dos enemigos de 22 y 18 cañones, que procedían de Génova con tropas de socorro, consiguiendo rendirlos a pesar de la manifiesta inferioridad de sus naves y sobre todo la diferencia en hombres que tras*portaban los enemigos.

Siéndole reconocida la acción por el mismo Rey contando desde este momento con el mayor aprecio, el cual se lo demostró al año siguiente de 1714 al entregarle la Encomienda de la Reina en la Orden de Santiago, la cual tenía una renta anual de doce mil seiscientos siete reales de vellón.

Pero no se quedó aquí, puesto que por Real patente fechada el 22 de abril de 1715, le eleva al grado de jefe de escuadra. Como el documento tiene un alto valor para conocer sus anteriores méritos y para que nada se nos olvide, aunque algo largo pasamos a tras*cribirlo íntegro.

Expedición a Italia y contra el turco

En 1716 se le dio el mando de cinco galeras, que junto con la escuadra de seis navíos de línea de Esteban Mari, debían acudir en auxilio de Venecia, socorriendo a la isla de Corfú, donde los turcos habían desembarcado a treinta mil hombres y tres mil caballos, al mando de bajá Dianum Codgi, quien el día dieciocho de agosto ordenó el primer asalto a la ciudad, pero no pudieron con las defensas y se retiraron, se prepararon de nuevo para efectuar el segundo, en cuyo momento los vigías de la costa anunciaron la presencia de muchas velas, eran las escuadras de don Esteban Mary, don Baltasar de Guevara y don Andrea Pisani, almirante de Venecia, ante esta fuerza presentada de improviso, el baja decidió abandonar el segundo intento y a su vez la isla. Como las fuerzas estaban muy cercanas ya, embarcaron y zarparon, dejando en el campo cincuenta y seis cañones, ocho morteros, los hospitales, las tiendas y las provisiones.

Propusieron los Jefes españoles al almirante veneciano Pisani la persecución de los turcos, pero éste tenía otros planes y no lo aceptó, concurriendo con las tres escuadras para recuperar las plazas de San Butrinto y Santa Maura, que habían sido tomas con anterioridad a la República de Venecia, resultando casi un paseo militar ante el poder reunido. (Una vez más Venecia se aprovechaba del esfuerzo de España, para salir claramente beneficiada)

Tomó parte en las expediciones a Cerdeña, zarpando al mando de tres galeras del puerto de Barcelona, el día treinta y uno de julio del año de 1717. Arribó cerca del cabo Pulla, el día nueve de agosto y hasta el día veinte siguiente no llegó Mari, haciendo con el retraso que Cerdeña pudiese ponerse en estado de defensa, por lo que hubo que poner sitio a Cáller en toda regla, con la consiguiente pérdida de tiempo.

Pero todo fue causado por lo complicado de reunir a toda la expedición, ya que ésta se hizo a la mar el día quince de agosto desde el mismo puerto, la escuadra del marqués de Mari con insignia en el navío Santa Isabel de 80 cañones, compuesta por doce navío, seis fragatas, dos bajeles de fuego, dos bombardas y las tres galeras de Guevara, para dar apoyo a ochenta trasportes cargados con nueve mil hombres y seiscientos caballos, más los consabidos respetos de artillería de sitio y de campaña, los ingenieros y los bastimentos propios de víveres más la pólvora, donde desembarcaron con el apoyo de la escuadra, manteniendo de nuevo duros combates, que dieron un final feliz ya que fue conquistada en menos de dos meses, regresando igualmente a enarbolar el pabellón español, era un trozo más de los territorios perdidos durante la guerra de Secesión.

En 1718 durante las operaciones de Sicilia, fue destacado a Malta con dos navíos y una fragata, para incorporar las galeras sicilianas allí refugiadas, y por tanto no tomó parte en la primera fase de la batalla de cabo Passaro, acudiendo ya cuando Gaztañeta daba la señal de rendición, con su escuadra maltrecha ante el súbito y traidor ataque de la escuadra británica del almirante Byng; mas Guevara, con su navío insignia el San Luis, vio a tiempo la señal del San Felipe el Real, por la orden de arriar la bandera, lo que sirvió para saber que todo se había perdido y evitar que sus buques también fueran apresados, optando por virar y alejarse, pero no navegó muy lejos pues en los siguientes días batió y apresó a una fragata de guerra británica y a tres mercantes del convoy que ésta escoltaba; siendo por lo tanto el único que causo algún daño a los enemigos en tan desafortunada ocasión.

Expedición a Escocia

Ante la agresión británica el Gobierno español decretó, entre otras represalias favorecer al pretendiente al trono de Escocia a su auténtico sucesor James Stuart, por lo que envió una expedición en su auxilio siendo Alberoni el que más fuerza hizo para que se realizara.

Guevara reunió en la bahía de Cádiz a sus dos navíos y una fragata, que habían salido indemnes del combate anterior, más veinte tras*portes de tropas con los que se hizo a la vela el 10 de marzo de 1719, a pesar de sus quejas, que no fueron otras que la mala estación para navegar por aquellas aguas; arribó a Vigo, después a la Coruña, entró en Santander y recaló en Pasajes, en todos ellos fue aumentando algo su expedición siendo cuatro navíos y veinticinco de carga con infantería, más treinta mil fusiles, quinientos caballos, pólvora y municiones, embarcando a su vez muchos escoceses é irlandeses, quienes iban a las órdenes de sir George Butler, y el duque de Ormond.

Más sus quejas no era banas y a los pocos días de haber comenzado la navegación se desató un temporal de Norte, que obligó a correrlo, de forma que algunos buques fueron a dar en Finisterre, otros se fueron a pique, los que tras*portaban los caballos se vieron obligados a lanzarlos a la mar; varios buques se estrellaron contra la costa, dieciocho lograron entrar en Vigo o en diferentes puertos de Galicia, a Lisboa arribaron cuatro y algunos no pudieron hacer otra cosa que arribar Sanlúcar de Barrameda e incluso uno a Cádiz.

Dos fragatas de San Sebastián pudieron llegar a Escocia al lugar exacto, donde desembarcaron a mil hombres, tres mil fusiles y equipos para quinientos caballos; un navío y un patache desembarco algo más al norte otras tropas, uniéndose a estas fuerzas dos mil campesinos, pero el plan fracasó al contar con tan exiguo contingente, pues al poco tiempo acudieron las tropas del rey George y los vencieron.

Todo este desastre por no hacer caso a un experto, obligó al pretendiente don James Stuart a regresar a España de donde pasó a Liorna en las galeras del mando de don Pedro Montemayor, que cargadas al máximo aprovecharon el viaje para dejar provisiones en la isla de Sicilia, la cual por falta de buques desde la toma el año anterior no habían podido ser socorridas.

De don Baltasar de Guevara escribe Patiño con motivo de ésta expedición:

«Toda la flota y su empresa se encargó á D. Baltasar de Guevara, el cual, como jefe antiguo, hombre náutico y experimentado en la marina resistió cuanto pudo la salida, diciendo que la estación no era á propósito para ponerse á la vela y en aquellos mares, por esta misma razón, era arriesgar la flota, y por tanto, con muy fundadas razones prevenía la fatalidad.

Éste famoso capitán, conocido por su valor, no se arrojaba á entrar en lo más porque le faltaba animosidad para lo menos; pero gobernado por su ciencia y experiencia en marina, con aliento y no con miedo, pretendía evitar pretendidas desdichas. Y verdaderamente éste y otros casos enseñan que en el Ministerio debería haber hombres experimentados en cada una de las materias de Política, de Guerra, de Marina y de Estado, sin que se fiara todo á un solo sujeto, por mucho que alcanzara y que fuese hombre universal en las cosas; porque un entendimiento aplicado á una sola materia, sabe lo más intrínseco de ella y penetra más bien sus fondos que aquel que se extiende á muchas; por cuyo motivo, aun el más avisado, en algunos lances no conoce la ruina que corteja.

Por último, como los ilustres capitanes llevan la obediencia en el puño y no en la punta de la espada, D. Baltasar de Guevara ya no pudo resistir al orden superior, y así ilustró más su conducta sacrificando á la obediencia su valor y su pericia»


Últimos años

En 1720 se le ascendió al grado de teniente general y se le concedió el mando de la Flota de Indias, zarpando de la bahía de Cádiz con el rumbo ya previsto de las recaladas en La Guaira y Cartagena de Indias, arribando el 9 de julio del mismo año a Veracruz, saliendo de este puerto el 6 de septiembre, con la escuadra del jefe de escuadra don Antonio Serrano, arribando de nuevo a la bahía de Cádiz el 12 de diciembre con los caudales y las especias.

Zarpó de la bahía de Cádiz en julio de 1724 al mando de dos navíos de azogue, el San José, alias Tolosa (insignia) y Nuestra Señora de Guadalupe, arribaron a Puerto Rico el 13 de agosto donde se reparó el mastelero del insignia, una vez terminado zarparon el 23 siguiente rumbo a la Habana y el 24 encontrándose en la costa norte de la isla de La Española se desató un duro temporal, siendo arrojado el Guadalupe contra el cabo de San Rafael y al amanecer del día siguiente, el San José tocó con su fondos un arrecife quedando abierto, tanto que arrastró con él a quinientas setenta personas entre ellas a su general, salvándose sólo treinta. Contaba con cincuenta y un años de edad.

Historia Naval de España. » Biografía de don Baltasar Vélez Ladrón de Guevara y de Vinuesa

La accidentada travesía de la Armada de 1719
 
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65) Ramón Folc de Cardona-Anglesola, ilustre almirante de Aragón

Ramón Folc de Cardona-Anglesola (Bellpuig, Lérida, 1467 — Nápoles, 10 de marzo de 1522) fue un militar y marino español. Conde de Albento y duque de Soma, era hijo de Antoni de Cardona-Anglesola i Centelles y de Castellana de Requesens.

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Inicios

De acuerdo con la inscripción colocada en su sepulcro, nació el 4 de julio de 1467, probablemente en Bellpuig. La refinada educación de que haría gala más tarde, sobre todo en los ejercicios caballerescos, hace suponer que pasó su adolescencia en la Corte de los Reyes Católicos, lo que explicaría que siempre se expresara en castellano. En 1484 asistió, con diecisiete años, a las Cortes de Tarazona. Entre 1490 y 1504 negoció en nombre de su hermana Isabel, menor de edad, la boda de ésta con Bernat Vilamarí. En 1493 heredó la baronía de Bellpuig tras un pleito con Elfa de Perellós, mujer de su tío Hugo de Cardona.

Su trayectoria militar empezó como general de las galeras. Participó en las operaciones navales de apoyo a las campañas del Gran Capitán para la conquista de Nápoles en 1502 y 1503 al lado del almirante Bernat Villamarí, como el sitio de Gaeta. En septiembre de 1505 dirigió la armada en la toma de la plaza norteafricana de Mazalquivir, junto al alcaide de los Donceles Diego Fernández de Córdoba y en 1506 comandó la flota que trasladó a Fernando el Católico a Italia. Ese mismo año los principales miembros de la casa de Cardona se reunieron con el Soberano en Nápoles y Ramón casó con Isabel de Requesens y Enríquez, primogénita de Galcerán Bernat de Requesens.

Éste era un experto marino que había luchado en Nápoles a las órdenes de Ferrante I de Aragón, por quien fue recompensado con los condados de Trivento —en 1465— y Avellino —en 1468—, que luego vendería para continuar su trayectoria militar en España, donde el Rey Católico le dio por esposa a su prima hermana Beatriz Enríquez de Velasco y le concedió en 1486 el condado de Palamós en Cataluña.

Virrey de Sicilia

Isabel, que heredaría en 1509 este título, era también prima hermana de Ramón de Cardona, por lo que su matrimonio reforzó la cohesión de ambos linajes, caracterizados por la continuidad de sus servicios en la flota y la expansión feudal entre Cataluña, Sicilia y Nápoles. Isabel, III condesa de Palamós, sería objeto años más tarde de un famoso retrato de Rafael —o, quizás, de su discípulo Giulio Romano—, cuya historia se ha asociado a un episodio galante en el que se habrían visto envueltos, junto a Cardona, el cardenal Bibbiena y Francisco I de Francia. Unos meses después de la boda, el nombramiento de Ramón como virrey de Sicilia en 1507 —que algunos autores han supuesto dos años anterior— supuso la culminación de los lazos del linaje con ese reino insular, donde los condes de Golisano figuraban entre sus principales barones.

El gobierno siciliano de Ramón de Cardona no dejó especial huella en la memoria de la isla. Scipione di Castro no lo mencionaría en sus famosos Avvertimenti a Marco Antonio Colonna, bajo Felipe II, a pesar de que en su mandato tuvieron lugar sucesos tan relevantes como la ofensiva fiscal contra los barones que, iniciada por el jurista Giovanni Luca Barberi, fue frenada por el virrey en una muestra del talante conciliador con la aristocracia local que luego desarrollaría en Nápoles. A principios del siglo xvii Vincenzo di Giovanni, en su apologético compendio sobre Palermo, afirmaría que Ramón no hizo nada notable, si bien fue elogiado por su buen gobierno. La documentación de su virreinato siciliano es, de hecho, escasa, aunque no tanto como para justificar tal desatención historiográfica. Todo parece indicar que Cardona formó en este período un núcleo de servidores, como su secretario Cristóbal Briceño, que actuó ya entonces como agente del virrey en la Corte para canalizar múltiples asuntos de hacienda, justicia y provisión de oficios. En 1508 presidió el Parlamento de la isla y obtuvo 300.000 florines para luchar contra “i mori della Barberia”.

Virrey de Nápoles

Nombrado virrey de Nápoles el 8 de octubre de 1509 en sustitución del conde de Ribagorza Juan de Aragón, Ramón de Cardona hizo su entrada en la capital partenopea el 24 de ese mismo mes por mar, procedente de Sicilia, con un cortejo que remedaba la entrada del Rey Católico tres años antes: cabalgó por la ciudad flanqueado por los cardenales de Borgia y Sorrento y los principales barones del reino, fue a la catedral y visitó a la reina Juana en Castel Capuano para dirigirse después a Castel Nuovo. Desde el principio impulsó los elementos simbólicos y ceremoniales que conllevaba la representación de la majestad, lo que llevó a discutir los más diversos detalles del tratamiento que debía darse al nuevo virrey. Cardona —“il più scaltrito ginetto di Spagna”, según su biógrafo Filonico— desarrolló un cuidado extremo en su asistencia a todos los actos y ceremonias ligados a la dinastía aragonesa de Nápoles y extremó los gestos de deferencia hacia los linajes locales, hasta el punto de erigirse en un modelo de entendimiento con éstos que más tarde sería contrapuesto al autoritarismo del virrey Pedro de Toledo por algunos de los máximos intérpretes de los intereses nobiliarios como Ferrante Carafa. De hecho, el crecimiento de la capital, promovido por los aragoneses de Nápoles, cobró nuevo impulso bajo Cardona.

El aumento de la metrópolis napolitana conllevó también nuevos problemas. Así, el descontento popular por las dificultades del abastecimiento, que había estallado bajo Ribagorza, volvió a dar lugar a un nuevo tumulto en 1510. El intento de asesinato del electo del pueblo Luca Russo por un noble del seggio de Portanova a causa de una querella particular produjo una rebelión que sólo cesó ante la presencia del virrey y los miembros de su Consejo. Sin embargo, la inestabilidad no cesó y en los meses siguientes el malestar social se manifestó nuevamente al surgir una causa capaz de aglutinar a los distintos estamentos, como fue la introducción de la Inquisición española, que daría lugar al más grave episodio de resistencia interna al que debió hacer frente Cardona. La idea de implantar el Tribunal en el reino se había planteado ya durante la conquista, a pesar de la oposición del Gran Capitán, que se había comprometido a no permitirlo con las autoridades de la capital cuando la tomó en 1503. Los rumores de rebelión desatados en 1509 decidieron a Fernando el Católico a organizar en Nápoles un instrumento de control político tan poderoso como el Santo Oficio. Pocos días antes que Cardona, el 19 de octubre, llegó a la capital el obispo de Cefalú, Reinaldo de Montoro, auxiliar en materia inquisitorial del obispo de Mesina Pietro Bellorado.

La llegada, el 29 de diciembre, de otro enviado real, Andrés Palacio, sustituto del inquisidor de Aragón, produjo una reacción de los diversos sectores de la capital, de los que se erigieron en portavoces los electos de los seggi, junto a algunos barones y caballeros. Todos ellos, tras entrevistarse con los inquisidores, protestaron ante el virrey alegando la ausencia de motivos que justificaran la introducción en el reino del Tribunal tal y como existía en España. El 7 de enero de 1510 se reunieron en San Lorenzo los representantes del pueblo y de la nobleza para adoptar una actitud común. En las discusiones siguientes salieron a relucir las diferencias entre los seggi de la capital: los representantes de Capuana, Porto y Portanova exigieron la salida inmediata de los inquisidores, mientras que los de Nido y Montagna propusieron que se elevase antes una súplica al Rey. El representante del pueblo, Francesco de Coronato, anunció que se sumaría al voto unánime de los demás. El 10 de enero se acordó la unión de todos los estamentos contra la Inquisición. Pero no fue hasta el 25 de abril cuando los electos de la ciudad decidieron enviar un emisario especial a la Corte, Francesco Filomarino, del seggio de Capuana. Altercados, rumores y tensiones se sucedieron durante todo el año, aunque la polémica se serenó hasta el mes de septiembre, a la espera de lo que respondiera el Rey al legado de la ciudad. El 23 de ese mes se celebró en la iglesia de Santo Agostino una reunión popular a la que acudieron varios miles de personas, para dar lectura a la carta de Filomarino en la que informaba en términos ambiguos de la marcha de sus gestiones, por lo que la asamblea, exasperada al no ver atendidas sus demandas por la obstrucción que éstas encontraban en la Corte, concluyó a los gritos de “Viva il re et jovenlandesa lo inquisitore”. El virrey se acuarteló en su residencia. La oposición al Santo Oficio, difundida al conjunto del reino, se estaba convirtiendo en un elemento aglutinante más allá de las divisiones faccionales y de nación. En esa situación, Cardona logró convencer al Monarca del riesgo que para su política de reconciliación y apaciguamiento con los grupos dirigentes del reino representaba una medida como la introducción del Santo Oficio en su versión española, hasta el punto de que si perseveraba en ella “había de ser por nueva conquista”. A finales de noviembre el virrey promulgó dos pragmáticas que anulaban el establecimiento de la Inquisición y, para calmar las inquietudes ortodoxas de la Corte, ordenaban la expulsión de los judíos, aunque finalmente ésta se pospuso por la presión de los influyentes sectores hebreos del reino en estrecha relación con la nobleza.

La habilidad de Cardona en la gestión de la crisis inquisitorial y, en general, sus criterios pactistas de gobierno, contrastaban con la relativa temeridad de que daría muestras en el escenario diplomático y militar italiano. Éste se vio sacudido desde 1510 por el deterioro de las relaciones entre Fernando el Católico y Luis XII de Francia a causa de la creciente enemistad del papa Julio II hacia el Rey Cristianísimo que haría inviable el mantenimiento de la Liga de Cambrai forjada contra Venecia. Fue entonces cuando volvió a plantearse la concesión de la investidura del reino de Nápoles por el Pontífice, solicitada por Fernando desde su visita a Italia en 1507 y ahora de nuevo, en 1510, tras la fin del hijo habido con Germana de Foix, todo ello mientras Julio II desataba las protestas del monarca aragonés por su intervención en los asuntos eclesiásticos napolitanos. Reforzado ese mismo año por sus triunfos en el norte de África, el Rey Católico pudo obtener la ambicionada investidura, como le comunicó su embajador en Roma, Jerónimo de Vich, el 25 de julio. La noticia se conocía en Nápoles desde el 7 de ese mes, pero no se hizo pública hasta el 13 de diciembre, cuando se celebraron diversos festejos con tal motivo. Sin embargo, no se descartaba una nueva oleada turística francesa, en unos momentos en que el reino quedaba desguarnecido por la salida de sus fuerzas terrestres y marítimas para cumplir con los compromisos diplomáticos del monarca aragonés. Las primeras estaban integradas por un contingente de mil ochocientos caballos al mando de Vincenzo de Capua, duque de Termoli, que se dirigió a través de los Estados Pontificios hacia el Véneto, para unirse con las demás fuerzas de la Liga de Cambrai contra Venecia. El ejército, que abandonó Nápoles en mayo de 1510, estaba integrado por españoles destacados en el reino y mandado por oficiales castellanos y napolitanos, muchos de ellos ligados al duque por relaciones de familia o clientela. En esa situación se convocó el Parlamento de mayo de 1511.

La solicitud real de más dinero no fue, sin embargo, atendida de forma inmediata y el Parlamento dilató la aprobación del donativo presentando múltiples alegaciones y peticiones de gracias. El virrey, que afianzaría su asentamiento familiar en el reino con su ingreso en los seggi de Nido y de Porto, multiplicó por entonces los esfuerzos para recabar el apoyo de la nobleza napolitana. El 9 de junio de 1511 se hizo público en Castel Nuovo el matrimonio entre Juana de Requesens, cuñada de Cardona, y el conde de Chiaramonte, aunque finalmente casaría con otro noble napolitano, Petriccone Caracciolo, IV conde de Martina.

Guerra de la Liga de Cambrai

El 4 de octubre de 1511 tuvo lugar la formación de la Liga Santa contra Luis XII de Francia. La alianza entre el Rey Católico, el Papa y Venecia, a la que pronto se sumaría Enrique VIII de Inglaterra, iba a producir el inicio de una nueva campaña militar en el centro y norte de Italia. Durante el verano de 1511 Nápoles se había convertido ya en un centro de operaciones, reuniéndose en la capital y sus alrededores efectivos procedentes de Castilla y de las plazas de Berbería, mientras el virrey era nombrado capitán general de la Liga. Cardona salió del reino en noviembre de 1511 al frente de un numeroso contingente del que formaban parte destacados nobles napolitanos. El impacto que la empresa produjo en la sociedad aristocrática napolitana sería reflejado por la colorista descripción de la salida del ejército que recoge la anónima narración novelada Questión de Amor. Fernando el Católico había apoyado el nombramiento de Cardona como capitán general de la Liga, frente a las presiones elevadas desde diversos círculos castellanos e italianos para que el cargo recayera en Gonzalo Fernández de Córdoba, lo que daría origen a una polémica poco después ante los primeros reveses militares de Cardona.

Éste se dirigió con sus tropas hacia Abruzo para desde allí, a través de la Romaña, alcanzar Bolonia, cuyo sitio se vio obligado a levantar el 4 de febrero de 1512 ante la rápida reacción del ejército francés, dirigido por Gastón de Foix, duque de Nemours y hermano de la segunda esposa del Rey Católico. Los franceses difundieron además el rumor de que una gran armada se dirigiría hacia Nápoles llevando consigo a Alonso de Aragón, hijo segundo del último rey aragonés, Fadrique, con el fin de ponerlo en el trono y obligar así al Rey Católico a que hiciera volver a parte del ejército a fin de defender el reino, desguarnecido bajo la lugartenencia de Francisco Remolines, cardenal de Sorrento. Cardona empezó a ser acusado de lentitud e incluso de cobardía por rehuir la batalla. A pesar de todo, el ejército siguió su marcha, que concluiría el 11 de abril en la batalla de Rávena, una de las más cruentas de la Edad Moderna y en la que se ensayó una potente artillería junto a otras armas, como los carros diseñados para Cardona por Pedro Navarro.

Durante siete horas se enfrentaron unos veinticuatro mil franceses frente a unos dieciocho mil hombres de la Liga Santa, de los cuales habrían muerto en torno a trece mil quinientos de los primeros y siete mil cuatrocientos de los segundos. La menor mortandad no impidió que las tropas de la Liga debieran abandonar el terreno, dejando un elevado número de prisioneros —como el propio Pedro Navarro o el joven marqués de Pescara—, mientras Cardona, levemente herido, emprendía una humillante fuga hasta Ancona, que sería satirizada por autores como Pedro Mártir.

Éste escribiría el 23 de abril siguiente que el papa Julio II “suele llamar a nuestro virrey ‘el señor Cardona’, pues es más elegante y pulcro que buen General. A juicio de todos en este asunto el Rey Católico estuvo desacertado. Siempre se mostró buena persona y de apacible carácter, así como afable entre los elegantes cortesanos, pero nunca entero y avezado a las cuestiones militares”. La supuesta cobardía del virrey llevaría a difundir más tarde la alusión papal deformada en madama Cardona. Sin embargo, la fin de Gastón de Foix impidió que los franceses pudieran aprovechar su costosa victoria. La noticia de ésta desencadenó la alarma en Nápoles, donde Remolines pidió al virrey de Sicilia Hugo de Moncada, con funciones de capitán general de Nápoles tras la marcha de Cardona, que pasase al reino para afrontar una eventual oleada turística. Pero, tras la primera alarma, el propio Rey prohibió que las tropas mandadas por Cardona regresaran a Nápoles. Fernando volvió a pensar entonces en enviar al Gran Capitán a Italia, idea que pronto abandonó al constatar que, entre tanto, la situación había vuelto a mejorar en el Mezzogiorno. El lugarteniente y los electos de la capital enviaban informes tranquilizadores, lo que permitió que Moncada volviera a Sicilia y Cardona regresase a Nápoles, donde hizo su entrada el 3 de mayo de 1512, para reorganizar las tropas y volver a tomar el camino del norte el 27 de mayo. Nuevamente, Remolines quedó como lugarteniente a pesar de haber mostrado su deseo de dejar el cargo y pidió a Prospero Colonna que volviese al reino para disponer de un capitán experimentado en caso de emergencia. A mediados de junio el ejército de Cardona cruzó de nuevo la frontera de Abruzo para dirigirse a Lombardía. La victoria francesa en Rávena iba a quedar pronto oscurecida por la recuperación de los ejércitos de la Liga, hasta el punto de producir un viraje en la situación política italiana a lo largo de 1512 cuyo primer síntoma se consumó en Florencia.

En septiembre, tras derrotar a las milicias organizadas por Maquiavelo en la ciudad de Prato, que fue sometida a un terrible saqueo, Cardona obligó a la República toscana a aceptar el retorno de los Médicis, con la intervención de nobles napolitanos como Cicco de Loffredo y el marqués de la Padula, que había de quedar como capitán de la gente de armas de la nueva Señoría, integrada en la Liga Santa, al igual que las repúblicas vecinas de Siena y Luca. En octubre de ese año la toma de Brescia preparó el camino para la restauración de los Sforza en el ducado de Milán, sancionada el 29 de diciembre con una solemne ceremonia en la catedral milanesa a la que asistió Cardona. A pesar de la firma de la paz de Fuenterrabía entre el Rey Católico y Luis XII en abril de 1513, el virrey permaneció con sus tropas en el norte de Italia, ahora frente a los venecianos y, tras restaurar en junio a Ottaviano Fregono como dux de Génova, se dirigió hacia Verona y puso asedio a Padua. A finales de septiembre sus tropas tomaron Treviso y bombardearon Venecia, un acto simbólico que causó gran impacto en la época a pesar de que, nuevamente, el ejército del virrey emprendió la retirada. Rodeados por los venecianos de Bartolomeo d’Albiano, los efectivos de la Liga se vieron obligados al combate en Olmo, cerca de Vicenza, que Cardona presentaría como una gran victoria.

El virrey no volvería a Nápoles, salvo breves intervalos en la guerra, hasta el 12 de noviembre de 1515.

Ese absentismo incentivó la inestabilidad, con un desarrollo del bandidaje y de las pugnas faccionales. No es extraño que en ese clima se produjeran revueltas antibaronales. La salida de Cardona del reino en 1511 supuso el inicio de un modelo de gobierno virreinal en ausencia en el que la figura del lugarteniente reproducía respecto al virrey la función que éste desempeñaba como desdoblamiento de la persona del Soberano. Bajo Cardona se configuró el sistema de delegaciones superpuestas que implicaba la ausencia del virrey, a través de los lugartenientes Remolines y Villamarí, cuyo protagonismo político y familiar en el escenario de los grupos proaragoneses del reino no sólo no impidió su enfrentamiento con gran parte de la nobleza, sino que lo acentuó al no verse respaldado por la inserción de los lugartenientes en un órgano institucional como el Consejo Colateral. Asimismo, la ausencia del virrey entre 1511 y 1515 frenó el desarrollo de la Corte virreinal que, a pesar de todo, lograría retomar el impulso inicial tras su regreso al reino en 1515, en gran medida gracias al mantenimiento en Nápoles del núcleo de su casa aglutinado en torno a la virreina Isabel de Requesens.

En noviembre de 1511 había quedado como lugarteniente general el citado cardenal Francisco Remolines, un catalán formado en la Universidad de Pisa, que debía su fortuna a los Borgia y que tras la elección de Julio II se había retirado a Nápoles junto con el cardenal Borgia. Ambos habían flanqueado a Cardona en su entrada en Nápoles en 1509 y desde entonces habían ocupado un lugar preferente en las múltiples ceremonias y fiestas presididas por el virrey.

Sus esfuerzos por imponer el orden acabaron disgustando a todos los grupos dirigentes. La marcha de Cardona y el gobierno de Remolines inauguraron uno de los momentos más complicados del reinado de Fernando el Católico en su nuevo reino. La oposición desencadenada por el lugarteniente llegó a tal punto que cuando en febrero de 1513 se trasladó a Roma para participar en el cónclave que debía elegir al sucesor de Julio II, el Rey aprovechó la ocasión para sustituirlo al frente del gobierno por otro catalán de su máxima confianza, el gran almirante del reino Bernardo Villamarí, conde de Capaccio, casado con Isabel de Cardona, hermana del virrey. Su gobierno se vería comprometido por las tramas de la aristocracia de la capital para reforzar sus posiciones e, incluso, atacar el dominio aragonés. Villamarí tenía una brillante carrera militar a sus espaldas y, tras suceder al príncipe de Bisignano en el cargo de Almirante, había tejido una densa red familiar y de alianzas con los principales linajes napolitanos. De ello era muestra el enlace entre su hija mayor con el marqués de la Padula y, sobre todo, el de su segunda hija, Isabel, con el joven IV príncipe de Salerno Ferrante Sanseverino, del que Villamarí había sido nombrado ayo por el Rey, así como su ingreso en el seggio de Nido.

Cardona, por su parte, gracias a su condición de máximo representante político y militar del Monarca en la Península, consolidaría su patrimonio adquiriendo en 1515 el condado de Oliveto —tras ser desposeído de él por traición Pedro Navarro— y en 1519 el lucrativo cargo de almirante del reino tras la fin del citado Villamarí, todo ello mientras actuaba con un notable margen de autonomía en el escenario italiano. En 1513 la embajada de obediencia enviada por Fernando al nuevo pontífice León X estuvo encabezada por el virrey y el embajador ordinario Jerónimo de Vich. Entre tanto, el rey de Aragón intentaba extender su influencia en Italia a través de una alianza con los Médicis que, al tiempo que facilitaba el entendimiento con el Pontífice, le permitiría intervenir en los asuntos toscanos. Para ello había intentado concertar en 1513 la boda de Juliano de Médicis con Bona Sforza y Aragón, hija de la duquesa viuda de Milán Isabel de Aragón y, ante la negativa de ésta, con Teresa de Cardona, que a su condición de pariente próxima del Monarca unía la pertenencia al mismo linaje que el virrey de Nápoles, en cuyo territorio había de formarse un potente estado señorial para la pareja. A finales de 1514 la intervención de Fernando en los asuntos centro y norteitalianos volvió a ponerse de manifiesto al proponer al nuevo papa León X de Médicis el casamiento de Teresa de Cardona, hija de la duquesa de Cardona, con Lorenzo de Médicis, prometiendo “darles estado en Nápoles”.

El 15 de febrero de 1515 el Pontífice ratificó la Liga con el Rey Católico, el Emperador, el duque de Milán y los suizos, que, bajo el pretexto de preparar la guerra contra los turcos, debía organizar un ejército común para la defensa de Italia y cuyo mando se confería al virrey de Nápoles. Fernando envió nuevas instrucciones a Cardona para que preparara las tropas y dispusiese el reparto de las capitanías encomendadas a barones napolitanos de acuerdo con las redes familiares de éstos. Pero la situación cambió radicalmente con la oleada turística de Italia por Francisco I, su victoria sobre los suizos en Marignano y la conquista de Milán, consumada con la rendición de su duque, Maximiliano Sforza, el 5 de octubre de 1515. Fernando, al parecer descontento con la actuación militar de Cardona, le ordenó que regresara con su ejército a Nápoles para defender el reino ante la imposibilidad de frenar la ofensiva francesa en el norte.

A la fin de Fernando el Católico en enero de 1516, el virrey —uno de los albaceas del testamento real— no comunicó la noticia hasta que se aseguró de la lealtad de las figuras más prominentes del reino al nuevo monarca Carlos de Austria, manteniendo contactos separados con los electos de los seggi de la capital y con los barones más próximos a él, Fabrizio Colonna y el marqués de Pescara, encargados a su vez de asegurar la aceptación de los otros grandes linajes.

Cuando la adhesión general estuvo garantizada, Cardona procedió a anunciar solemnemente el cambio de Monarca, dando lectura al testamento de Fernando.

Sólo se dejaron sentir ciertas resistencias por parte de algunos elementos de los seggi de la capital y, en concreto, de los de Capuana, Porto y Portanova, cuyos portavoces recordaron los derechos dinásticos del duque de Calabria Fernando de Aragón, en contraste con el apoyo a Carlos expresado por el seggio popular. El primer acto de Cardona tras la fin del Rey Católico fue una demostración de fuerza al encargar al marqués de Pescara la incorporación por la fuerza al patrimonio de la Corona del ducado de Sora, próximo a la frontera pontificia y en poder del prefecto de Roma.

En agosto Cardona fue confirmado como conde de Olivento y capitán de las galeras. Pero pronto surgieron tensiones con el grupo de Guillermo de Croy, que detentaba el poder en la Corte, patentes cuando el virrey solicitó el envío de una ayuda económica para pagar a las tropas del reino y la Corte de Carlos, en diciembre de 1516, y se negó a atender sus demandas.

Antes, los tumultos de Sicilia —encabezados por un pariente de Ramón, el conde de Golisano— habían llevado al nuevo Monarca a ofrecer el gobierno de la isla al embajador Vich y, al rehusar éste, al propio Cardona, que a su vez no quiso aceptar, siendo finalmente nombrado el napolitano conde de Monteleone Ettore Pignatelli nuevo virrey de la isla en 1517. Fueron esas tratativas las que hicieron que hasta el 19 de octubre de 1516 Cardona no recibiera la confirmación oficial de su continuidad en Nápoles.

Entre tanto, la diplomacia francesa aceleró sus tratativas con la Corte de Bruselas. El 1 de agosto de 1516 se reunieron los plenipotenciarios de ambas partes en Noyon: por parte de Carlos figuraban Guillermo de Croy y Jean le Sauvage. Francisco I apeló al tratado firmado en esa misma ciudad en 1505 entre Fernando el Católico y Luis XII, según el cual Nápoles debía pasar a Francia si Germana de Foix no tenía descendencia del Rey Católico. El 13 de agosto se firmó el nuevo tratado, cuyas cláusulas fueron publicadas en Nápoles por Cardona el 24 de septiembre de 1516.

Pese a los esfuerzos del virrey por tranquilizar los ánimos, las implicaciones del acuerdo para los intereses particulares de los grandes linajes y barones resultaron evidentes al adjuntarse un decreto del nuevo Rey para restituir los bienes confiscados a los antiguos partidarios de la causa francesa, una medida que inmediatamente despertó la alarma entre los grupos dirigentes del reino. Los nobles más afectados se reunieron en el monasterio de Monteoliveto y se negaron a cumplir el decreto hasta que un embajador especial enviado a la Corte expusiera sus razones al nuevo Soberano.

Las diversas instancias de poder se apresuraron a hacer llegar a Bruselas sus reclamaciones para garantizar la continuidad de los privilegios y acuerdos sancionados por el Católico. A lo largo de 1517 varias embajadas extraordinarias llevaron hasta Bruselas esas peticiones, con el respaldo explícito de Cardona.

La aparente normalidad que esas legaciones, así como el propio virrey, querían reflejar, encerraba, sin embargo, un frágil equilibrio que sólo pudo consolidarse por la capacidad de maniobra del noble catalán en la Corte flamenca. Muy pronto, destacadas figuras de los Países Bajos, empezando por el propio Guillermo de Croy, empezaron a recibir cuantiosos beneficios y cargos relevantes en Nápoles. En diciembre de 1516 Chièvres recibió el título de duque de Sora y fue nombrado gran almirante del reino y capitán general de todas las fuerzas marítimas de los reinos de la Corona de Aragón tras el fallecimiento de Bernardo Vilamarí. En la misma fecha se le otorgaron los derechos de fogaje y sal, entre otros, en varios lugares de la provincia de Tierra de Lavor, con carácter perpetuo y hereditario. En 1519 se le concedería la ciudad de Isernia en la provincia de Molisa, y otras ciudades y tierras en varias provincias, privilegios que heredaría su sobrino Felipe de Croy a su fin. Cardona, que ostentaba el ducado de Sora, accedió a vendérselo en 1516 a Croy. A su vez, éste lo vendería después al marqués de Pescara. En diciembre de 1519, tras la renuncia de Croy al cargo de gran almirante del reino, éste fue concedido a Cardona, junto con el título de “Capitán general de las fuerzas marítimas, no sólo de los reinos de la Corona de Aragón, sino de todos los reinos, estados y dominios sujetos a la potestad del monarca”, que antes había detentado el mismo Guillermo de Croy. En la misma fecha se producía la confirmación perpetua de la propiedad de la tierra de Oliveto con el título de conde que ya detentaba.

En esa situación, en abril de 1517 llegó a Nápoles, con el cargo de comisario general, Charles de Lecrec, como delegado especial de Chièvres para iniciar un reconocimiento exhaustivo de todas las entradas del país y una inspección de las estructuras administrativas y fiscales. La misión, que duró casi dos años, puso de manifiesto las múltiples irregularidades acumuladas en el período anterior. En 1517 el virrey, al frente de las tropas, había marchado hacia la frontera pontificia para apoyar al Papa, recaudando con eficacia el dinero necesario para pagar al ejército. Mientras, Cardona seguía desarrollando una intensa política patrimonial y de reforzamiento de su casa en Nápoles.

El 21 de febrero escribió al marqués de Arhiscot sobre las negociaciones para la venta del ducado de Sora y otros asuntos que reflejaban el mantenimiento de sus contactos con la elite flamenca de la Corte imperial.

En 1521 el nuevo frente militar abierto en la Italia del norte con el inicio de la primera guerra entre Carlos V y Francisco I determinó un agravamiento de las condiciones del reino de Nápoles tanto en el ámbito político —al acarrear una nueva ausencia del virrey tras su discutida asunción del mando de las tropas imperiales— como en el social y económico, por la contribución al coste de la campaña. Desde Roma, el embajador imperial Juan Manuel se quejó reiteradamente al Emperador por el comportamiento del virrey, afirmando que la situación en Lombardía cambiaría si Cardona marchaba al frente de los efectivos napolitanos, como había sucedido en 1511. Pero la dilación del virrey en tomar una decisión alimentaba la incertidumbre y quebraba la cohesión entre los aliados. Poco después, el 8 de julio, Juan Manuel podía comunicar al Emperador que Cardona se había puesto en marcha hacia la frontera septentrional del reino. Los poderes que el Monarca había concedido al embajador sobre los asuntos del ejército y de la Liga lo situaban en una situación de superioridad respecto al virrey. La oposición del embajador a que Cardona asumiera el mando supremo del ejército de la Liga como en los tiempos de la campaña de Rávena apenas ocultaba, bajo el pretexto de la oportunidad que aconsejaba no agraviar al marqués de Mantua despojándolo de tan alto oficio, la profunda animadversión que enfrentaba a los dos máximos representantes imperiales en Italia, fruto de la pugna faccional engendrada desde los tiempos de la regencia de Fernando el Católico en Castilla, cuando Juan Manuel fue uno de los principales felipistas.

Últimos años

A pesar de todo, cualquier cambio en el gobierno de Nápoles podía ser perjudicial, por lo que Juan Manuel aconsejaba mantener por el momento a Cardona en su cargo. El 22 de julio de 1521 Ramón comunicó a Carlos V la llegada de las tropas mandadas por Antonio de Leiva a Bolonia y la salida del reino de un ejército mandado por el marqués de Pescara con dirección a esa ciudad. El 31 de julio Juan Manuel escribió a Carlos V que había pedido a Cardona que, debido a su enfermedad, no siguiera la marcha a Lombardía y volviese a Nápoles para encargarse de recaudar el dinero necesario para la campaña, así como de reforzar los castillos del reino y luchar contra los bandidos. La marcha del virrey al frente del ejército se estaba convirtiendo en un serio problema para los aliados. En agosto de 1521 Cardona cayó enfermo de nuevo. Las tropas napolitanas estaban acampadas en Parma, mientras el Papa seguía protestando por la tardanza del virrey en ponerse al frente del ejército, que estaba permitiendo a los franceses reorganizar sus fuerzas. El 24 de febrero de 1522 Ramón firmó en la residencia virreinal de Castel Nuovo de Nápoles su testamento ante el notario Francesco Nubulis, que haría público el 11 de marzo el notario Aniello Jordan.

El 3 de marzo Juan Manuel escribió a Carlos V que Cardona estaba nuevamente enfermo y el 12 de marzo comunicó su fin. El virrey se había encontrado en una situación cada vez más difícil, tras un gobierno demasiado largo como para no suscitar los recelos de los diversos grupos nacionales y de facción que se disputaban el favor real en la Corte, empezando por los castellanos que reclamaban el cargo virreinal, al igual que hacían borgoñones como Charles de Lannoy. Pese a todo, Cardona, uno de los más destacados agentes de la política de Fernando el Católico y el principal protagonista de la política italiana de éste en los años decisivos de 1510 a 1515, había conseguido resistir en el poder, remontando un difícil tránsito de reinado y llegando a ser uno de los pocos virreyes que murieron en el ejercicio de su cargo. Su desaparición, el 10 de marzo de 1522, no supuso el final de la política de consenso con la nobleza que había impulsado el modelo aragonés de Fernando el Católico y que, continuada en sus líneas básicas por los virreyes flamencos de la década de 1520; sólo sería abandonada por un modelo más autoritario con la llegada del castellano Pedro de Toledo en 1532.

Mecenas del arte

El mecenazgo desarrollado por Cardona tanto en España como en Italia apenas empieza a ser conocido.

Fue objeto de diversas piezas literarias, como la citada Questión de Amor, el Psalmo en la gloriosa victoria que los españoles ovieron contra venecianos de Bartolomé Torres Naharro o unos versos encomiásticos del Jardinet d’orats de Romeu Llull. Se sabe que realizó diversas ofrendas al santuario de Montserrat y que en julio de 1507, poco después de su llegada a Sicilia como virrey, encargó al escultor Antonello Gaggini una gran tribuna marmórea para el altar mayor de la catedral de Palermo. Entre las obras que patrocinó en su señorío de Bellpuig destaca la construcción del convento franciscano de San Bartolomé, erigido entre 1507 y 1513 por Antoni Queralt y a la fin de éste por Miguel de Maganya, de acuerdo con el gusto gótico tardío aún predominante en los reinos españoles y en la Corte de los Reyes Católicos —patente también en el retablo del altar mayor que, aunque encargado al napolitano Nicola di Credenza en 1515, contaba con tablas de Joan de Borgonya—, mientras que en la reedificación del castillo familiar llevada a cabo por el mismo Antoni Queralt y Joan Llopis se aprecian ciertas novedades de la arquitectura palaciega y militar, reforzadas por las detalladas instrucciones enviadas por el virrey desde Nápoles en 1514, donde aludía a diversos ejemplos ornamentales italianos. La adaptación pragmática al medio de sus encargos artísticos llevaría a Cardona a optar en Nápoles por el temprano manierismo leonardesco del pintor calabrés Marco Cardisco en su muy probable comisión de la gran tabla de la Adoración de los Reyes Magos que, a modo de exvoto dinástico con motivo de la sucesión de Fernando el Católico por Carlos V, debía presidir la Capilla Real de Castel Nuovo. A falta de otros datos que puedan aparecer, cabe atribuir la decidida opción clasicista del sepulcro virreinal a la iniciativa de su viuda, Isabel de Requesens, quien pudo seguir el ejemplo de su cuñada Isabel de Cardona, autora del encargo de otro sepulcro similar aunque de menor envergadura para su marido Bernat Villamarí, también con destino a Cataluña.

La sepultura de Ramón fue encomendada al más reputado escultor clasicista activo entonces en Nápoles, Giovanni Merliano da Nola. El contrato se firmó en 1524, el mismo año en que Isabel de Requesens iba a morir en la capital partenopea, siendo enterrada en otro sepulcro, obra de Girolamo Santacroce, en la iglesia de la Anunziata. El sepulcro del virrey fue terminado en 1530, cuando se mandó a España, desembarcando en julio en el puerto de Salou para instalarse —con la intervención de Damián Forment y Martín Díez de Liazasolo— en el convento de San Bartolomé de Bellpuig que había concitado los cuidados de Cardona, cuyo solemne entierro en el mismo se produciría el 15 de marzo de 1531. El virrey, casi yacente, con armadura moderna y bastón de capitán general, aparece retratado —quizás a partir de una mascarilla funeraria— como en un sueño, con la cabeza apoyada en el yelmo —según una fórmula destinada a triunfar en la escultura funeraria napolitana— y sobre un thiasos o friso marino presidido por Neptuno y Anfitrite como alegoría del tránsito al más allá en diálogo con la batalla naval de Mazalquivir ganada por Ramón en 1505 y representada en la basa, mientras un friso superior despliega su otro hecho de armas más relevante, el paso del río Brenta con la caballería y la artillería para bombardear Venecia en 1513, todo ello bajo un gran arco triunfal donde las virtudes y los trofeos profanos rodean un relieve central con la Piedad y su esperanza de salvación. Este manifiesto funerario del humanismo aristocrático —que probablemente valdría a su autor, Giovanni da Nola, recibir el encargo del sepulcro de otro virrey, el castellano Pedro de Toledo— sería trasladado a la iglesia parroquial de Bellpuig tras la desamortización de Mendizábal y gravemente dañado a causa del incendio provocado por las milicias republicanas en 1936.

Ramón Folch de Cardona y Anglesola | Real Academia de la Historia

Folch de Cardona y Aragon, Juan Ramon Biografia - Todoavante.es
 
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66) Francisco de Rivera, el español olvidado que humilló a una flota fiel a la religión del amora de 55 galeras con cinco galeones

Francisco de Rivera y Medina (Toledo, hacia 1582 - fallecido en año desconocido) fue un marino español del siglo XVII, que ganó fama y renombre sirviendo bajo las órdenes del Duque de Osuna.

Inicios

Quedó huérfano de padre a muy temprana edad y, no teniendo recursos su progenitora para proporcionarle una buena educación, tuvo que hacer carrera con las armas. Se sabe que tuvo diversos duelos o lances de honor, por lo que tuvo que huir a Cádiz. Allí comienza a dedicarse a los asuntos del mar, sirviendo en la armada de Luis Fajardo y alcanzando el grado de alférez. Siendo alférez se bate en un duelo con un capitán, y tiene que huir de nuevo. Tras la firma de la tregua de los doce años con los neerlandeses, en el único lugar donde todavía se peleaba de firme, se alista en la armada del Duque de Osuna.

Pedro Téllez-Girón, tercer duque de Osuna, y que la posteridad llamaría Osuna el Grande, había formado a sus expensas una armada que desde su virreinato de Sicilia primero y de Nápoles después que mantenía el prestigio de las armas de España en el mar Mediterráneo. No era Osuna muy riguroso con los antecedentes de su gente si peleaban bien, así que incluyó a Rivera entre los suyos manteniéndole en su cargo de alférez y dándole el mando de un galeón.

Batalla de la Goleta

Desplegado en las aguas cercanas a Calabria, el alférez castellano acudió a patrullar la zona ante el aviso de velas corsarias. El galeón y una tartana, con 100 mosqueteros y 80 marineros a bordo, cayeron en la emboscada de dos galeras tunecinas, de 40 y 36 piezas de bronce, cuando perseguían a una nave sospechosa. Ribera resistió en su galeón más de cinco horas, sin que las galeras se atrevieran a abordarla y, llegada la noche, encendió fanal, lo que significaba que no tenía ninguna prisa. Cuando los enemigos se dieron por vencidos, la flota cristiana se refugió al norte de Sicilia; hizo dos presas corsarias que pasaban por allí y tras reponerse reanudó la persecución.

Francisco de Ribera buscó a sus asaltantes en la bahía que asienta la Goleta, que sigue siendo hoy la llave de la ciudad y del puerto de Túnez. Allí rindió, según Cesáreo Fernández Duro, a cuatro barcos corsarios, mató 37 turcos en ellos y rescató a 19 flamencos, antes de huir a causa del fuego desde la Goleta. En su huida perdió a uno de los cuatro barcos rendidos y, a tenor de los 42 cañonazos recibidos, casi se le hunde el suyo propio.

La temeraria acción en la Goleta asombró a Osuna, quien elogió al toledano por su arrojo «en este tiempo en que hay tan pocos de quien se pueda echar mano para esto». Le recompensó, además, con el empleo de capitán de una flota con otros barcos altos, esto es, diseñados más para el agitado Atlántico que para el sosegado Mediterráneo . La falta de remos podía ser una desventaja, pero la mayor potencia artillera de los galeones y su altura los convertía en castillos flotantes a ojos de las galeras, de gran longitud y poca altura. De ahí que cuando el virrey se trasladó a Nápoles reservara un puesto de privilegio a Ribera entre la comitiva de sus «bravos». El virrey creía que era el momento de poner toda la carne en el asador.

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Su mayor éxito militar lo obtendría el 14 de julio de 1616 en el cabo Celidonia.

La batalla del Cabo Celidonia

En el verano de 1616, la escuadra de Ribera –cinco galeones y un patache– se encontraba realizando actividades corsarias en torno a Chipre, cuando fue sorprendida por el grueso de la armada turca en el Cabo Celidonia. Patrullaba la zona ante la posibilidad de un ataque contra Calabria o Sicilia, y de repente se vieron acorralados por el enemigo.

El 14 de julio aparecieron ante el cabo 55 galeras con cerca de 275 cañones (la mayoría situados en la proa) y 12.000 efectivos a bordo. Sin perder la calma, el marino toledano se preparó para recibir al enemigo con disparos a distancia y para sacar ventaja de la mayor altura de los barcos atlánticos. Unió los seis barcos mediante cadenas para evitar que el viento aislara a alguno, mientras situó en vanguardia a su buque insignia, el Concepción, con 52 cañones.

La lucha comenzó a las nueve de la mañana y se alargó hasta el ocaso. La artillería de los galeones dejó a ocho galeras a punto de hundirse y otras muchas dañadas al final del primer día. El ataque se reanudó a la mañana siguiente, cuando, después de un consejo de guerra nocturno , los otomanos se lanzaron a la ofensiva con la obsesión de apresar la Concepción y la Almiranta, que eran con diferencia las que más daño les estaban causando. Otras 10 galeras quedaron escoradas durante esta acometida.

Así las cosas, la superioridad numérica de los turcos, que iban con sus mejores tropas de jenízaros embarcadas, renovó los ánimos. Después de una arenga a sus tripulaciones, los otomanos realizaron el asalto más crítico el día 16. La nave capitana de Ribera escupió fuego de mosquetes y cañones, como si fuera una fábrica de fuegos artificiales en llamas, para repeler el ataque turco. La intervención del galeón Santiago, defendiendo el flanco del buque insignia, infligió daños severos y dio la puntilla a los fiel a la religión del amores.

A las tres de la tarde, la armada otomana arrojó la toalla con 1.200 jenízaros y 2.000 marineros y remeros muertos y 10 galeras hundidas y otras 23 inutilizadas. Por su parte, los españoles contaron solo 34 muertos y regresaron con todos los barcos a puerto, aunque dos de ellos con importantes daños.

A raíz de un triunfo que parecía imposible, Osuna recibió a Ribera como a un general romano acampado en el Campo de Marte. El toledano fue promovido a almirante por el Rey, que también lo recompensó concediéndole el hábito de la Orden de Santiago. Los galeones del virrey confirmaron la superioridad tecnológica europea en Celidonia. Y Luis Vélez de Guevara escribió la comedia El asombro de Turquía y valiente toledano en honor a esta batalla.

Últimos años

Las siguientes campañas realizadas por Rivera fueron contra la República de Venecia, siempre dispuesta a conspirar contra los intereses de España. En 1617, tras adentrarse en el Adriático, a la altura de Ragusa vence y pone en fuga a una flota veneciana muy superior en número.

En 1620, con la llegada al poder del Conde-duque de Olivares, cae el Duque de Osuna en desgracia. La flota de Nápoles donde Francisco Rivera es general pasa a formar parte de la armada de Fadrique de Toledo que va a luchar a las costas de Brasil contra los neerlandeses. Las últimas noticias sobre Rivera son su llegada a Cádiz del Brasil en 1626 con muchas dificultades debido a los temporales.

Ribera y Medina, Francisco de Biografia - Todoavante.es

La hazaña del español olvidado que humilló a una flota fiel a la religión del amora de 55 galeras con cinco galeones

D. FRANCISCO DE RIVERA Y MEDINA, EL VALIENTE TOLEDANO | El Cadenazo
 
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Hoy Día de la Hispanidad volvemos con los grandes héroes que forjaron España.

67) Pedro de Zubiaur y su misión de rescate

Pedro de Zubiaur o Zubiaurre Ibarguren nació en algún momento no determinado del año 1540, en Puebla de Santo Tomás de Bolívar, anteiglesia de Santa María de Zenazurra o Ziortza (Vizcaya); siendo el segundo fruto de la unión entre Don Martín de Zenarruzabeitia, señor de la casa solar de Zubiaur, y Doña Teresa de Ibarguren.

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Pedro creció en el seno de una poderosa familia cuya fortuna procedía del flete de navíos mercantes, compuesta por hombres que ocupaban diversos y altos despachos en el Consulado del Mar. Por eso, de chico se embriagó de la pasión por el negocio familiar y la mar, pero también sintió un irresistible ardor que lo empujó a buscar gloria, fortuna y aventura como no se podía esperar de un personaje de su talla en plena era dorada del Imperio español, compaginando empresas puramente mercantiles en el Nuevo Mundo con el real servicio de las armas.

Hacia 1568, a los 28 años de edad, encontramos a Pedro ofreciendo su patrimonio y persona al rey Felipe II, armando dos zabras (fragatas pequeñas de unas 200 toneladas). Es entonces cuando da inicio a una prolija carrera al servicio de la Corona, siéndole encomendada una primera misión, que no es otra que la de llevar caudales al duque de Alba, duramente castigado por todo tipo de carencias en Flandes. Con anterioridad a dicho ofrecimiento, Pedro debió reunir no solo capital, sino también una intachable experiencia como marino para capitanear una flota por tan procelosas aguas, infestadas del enemigo del momento: el Francés.

El joven Zubiaur se enfrentaba a una dura prueba de fuego, a un peligro que podía superar al hombre más avezado. La probabilidad de toparse con barcos hostiles era muy alta, pero, a buen seguro, no sospecharía que a la altura de La Rochelle le saldrían al paso cuarenta bajeles, a los que se enfrentó con bravura, hurtándose de sus perseguidores al ganar puertos ingleses.

En los no siempre pacíficos resguardos de Albión, Zubiaur corrió a entrevistarse con Don Guerán de Espés, embajador de España ante la corte de la reina Isabel I. El diplomático, más sordo que una tapia por lo que se comprobó, aconsejó al vizcaíno que aguardara y refrenara sus impulsos, pues éste quería echarse de nuevo a la mar y alcanzar Flandes cuanto antes. Pedro hizo caso del consejo, pero Londres tenía sus propios planes: las acciones de castigo en las provincias rebeldes habían causado grandes perjuicios a los mercantes ingleses, por lo que, por decreto real, se ordenó el embargo de todos los navíos (se dice que 188 embarcaciones) que enarbolaran enseñas de las coronas hispánicas y estuvieran amarrados en sus dominios.

La medida de embargo no se contentó con los navíos, sino que alcanzó a las dotaciones, más de medio centenar de marineros y oficiales, que acabaron con sus huesos en presidio. Pedro de Zubiaur se contó entre ellos, sufriendo encierro durante un año, tras lo cual consiguió comprar su libertad y la de otros 350 hombres. Dicho periodo de tiempo no lo malgastó Zubiaur en lamentaciones y llegó a aprender la lengua inglesa, lo cual le vino que ni que pintado a la Corona española, sirviéndose del vizcaíno como embajador para diversas cuestiones ante la corte de Londres y para cuando trató con los rebeldes católicos de Irlanda; además de para copiar ciertos métodos para elevar aguas de los ríos que probó, ya durante sus últimos años de vida, para regar las huertas del duque de Lerma.

El siguiente acto reseñable de la biografía de Pedro de Zubiaur data de 1573, cuando sirve a los representantes de la Casa de Contratación de Sevilla en un viaje a Londres para reclamar una compensación por el ataque dirigido por Francis Drake en el río Chagres contra los españoles, apresando un cargamento del Tesoro del Perú, que estaba siendo trasladado de Panamá a Nombre de Dios; un acto de piratería pues en las fechas del ataque había paz entre España e Inglaterra. La misión de la Casa de Contratación, para su desgracia, acabó siendo un sonoro fracaso.

A partir de 1580 los mares se pusieron algo más que tensos. En aquella se encontraba don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, organizando una escuadra para someter a Portugal, tras la fin de Manuel I, para quien se acabaría coronando como monarca de todas las coronas hispánicas: Felipe II. Entre los hombres a las órdenes del almirante se encontraba Pedro de Zubiaur, de nuevo presto para cualquier hazaña y seguir conservando el favor real. El vizcaíno no dudó a la hora de poner varias naves a disposición de España, aunque una de ellas fuera requisada para cumplir con la misión de poblar el Estrecho de Magallanes, al mando de Diego Flores de Valdés y con la gobernación de Pedro Sarmiento de Gamboa.

Esta aventura militar, que sumó 87 galeras y 30 naos, trajo a Zubiaur más sinsabores que rendimientos, pues perdió la nao Pedro de Çubiaurre, al mando de Ortuño de Bilbao, por los daños sufridos durante el temporal que azotó a la flota durante su partida, los cuales no fueron debidamente reparados. Por si fuera poco, un rico cargamento procedente de las Indias, además de artillería, sería apresado ilegalmente en la Isla Terceira (Azores), ya estando pacíficos los territorios lusos.

En 1581 encontramos de nuevo a Pedro en Londres para ser soliviantado por los ingleses. La única razón de su presencia en la Corte fue la de reclamar, una vez más, restituciones ante la rapiña de Drake en tiempos de paz. El sir robó entonces a la Corona española la nada poco apreciable cantidad de dos millones de ducados. Los diplomáticos ingleses no estaban dispuestos a abonar más que 400.000 ducados en compensación y los españoles a recibir nada que no fuera igual a la cifra sustraída ilegalmente.

Tras esta misión comienza el interés de Zubiaur por las tumorosas provincias de Flandes, las cuales no fueron otra cosa que un continuo quebradero de cabeza y desazón. El vizcaíno tenía las cosas muy claras sobre el papel, llegando a proponer golpes de mano que, en su firme creencia y capacidad de estratega, podrían haber acabado con la rebelión e, incluso, haber llevado a feliz término los intentos de oleada turística de la Inglaterra hereje. Empeñando, una vez más, su patrimonio naval, Zubiaur estaba dispuesto a tomar la plaza de Flessinga, en el estuario del río Escalda, para cortar el tráfico mercante del puerto de Amberes. El embajador español ante la Corte inglesa, Bernardino de Mendoza, puso en común al vizcaíno y a Alejandro Farnesio, duque de Parma, para una empresa que contó con la aprobación de Felipe II, pero por la que el noble italiano, como en otras tantas ocasiones, no mostró mucho ánimo.

Las maquinaciones de Zubiaur en Inglaterra disgustaron a la reina Isabel I, que ordenó su inmediato encarcelamiento. A partir de entonces, el marino comienza una gira por varias prisiones inglesas y holandesas que duró cuatro años, siendo una experiencia nada placentera en comparación con la primera vez que probó la guandoca en Albión. La aventura frustrada de Flessinga le costó dos navíos, tres años de preparativos, el despilfarro de diez mil ducados y su salud.

Zubiaur volvería a la acción en Flandes, a las órdenes de Farnesio, preparando las tropas que habrían de cruzar el canal para la oleada turística de Inglaterra, en apoyo de la Gran Armada, en 1588. Pero de nuevo el destino y las inclemencias se cebaron con los españoles y el vizcaíno demostró su talante y saber de la lengua inglesa para el rescate de cientos de prisioneros. En el puerto de Darmouth, en 1590, consigue reunir más de medio centenar de hombres, supervivientes de la Felicísima Expedición y de otros encuentros en alta mar mal dados, como es el caso de ciento diez marineros capturados, miembros de la dotación de galeones de las Indias, los cuales Zubiaur escondió en sus navíos.

El problema al que el vizcaíno se enfrentó a pretender abandonar Darthmouth fue la artillería que montaban sus naves. Las autoridades exigían su desembarco al considerar que pertenecían a la Corona, pues procedían de galeazas inglesas perdidas en Calais, pero Zubiaur no estaba por la labor, por lo que hizo subir abordo a todos sus hombres y se hicieron a la mar sin autorización. La respuesta inglesa fue el mandar tras ellos cinco galeones que los hostigaron durante un tiempo, pero el 10 de febrero de 1590, los españoles arribarían a La Coruña, quedando a resguardo de cualquier peligro.

Semejante acto no pasó desapercibido ni para el Pueblo ni para la Corte de Felipe II, ganándose Zubiaur, por decreto real, el título de Cabo de Escuadra de Filibotes, pequeños navíos que le permitieron realizar una encomiable actividad de corso, intendencia y escolta en el mar Cantábrico y el golfo de Vizcaya, ganándose repetidamente los laureles en distintos encontronazos que lo convertirían, a mis ojos, es una especie de Blas de Lezo adelantado; aunque bien es cierto que Zubiaur conoció el sabor de la derrota en más de una ocasión, parecía especializarse en combates en minoría, siempre mordiendo alguna presa y asombrando por su arrojo, como el demostrado en abril de 1593, cuando embiste en las aguas del puerto de Blaye a seis navíos ingleses que le cortaban el paso, logrando hundir la nave capitana y quemar la almiranta del enemigo. También es destacable el enfrentamiento que siguió al de Blaye, siendo Zubiaur acosado por más de medio centenar de navíos que zarparon de La Rochelle y Burdeos, logrando arribar a puerto seguro en Pasajes, lo cual se consideró en la época como un milagro del Santo Cristo de Lezo, al que se encomendaron los tripulantes españoles en medio de la persecución.

Las noticias de esta última hazaña llegaron a la Corte, por lo que el rey nombró a Zubiaur General de la Escuadra.

Zubiaur gastaría los próximos años conociendo de primera mano las miserias de los Tercios españoles en Bretaña y Flandes, la desmoralización y las deserciones que causaban el hambre, el clima y la malversación de caudales por parte del maestre de campo Juan de Águila. El vizcaíno siempre abogó en defensa de los derechos de aquellos soldados y marineros, columna vertebral del Imperio, que encontraban la sepultura en húmedas tierras de herejes. Echando nuevamente mano de sus arcas, Zubiaur trató de poner remedio al sufrimiento de los hombres a su mando.

Los ojos de la Monarquía hispánica, tras los sinsabores de las anteriores incursiones sobre Inglaterra, pasaron a fijarse en los católicos irlandeses. Zubiaur participaría de las acciones militares y diplomáticas en Kinsale, a las órdenes de un oficial al que no dudaba de criticar ferozmente en sus continuos informes a la Corte: el salmantino Diego Brochero, quien en 1595 sería nombrado Almirante de la Mar Océano. Los choques entre ambos marinos fueron constantes, más por parte del vizcaíno que por la de su superior, y venían de la época en Bretaña. Brochero forzaba la creación de una escuadra de galeras, pues se había formado en Malta y consideraba dichos navíos como perfectos para un roto y un descosido y lo que se terciara, pero el Atlántico no era lugar para semejantes embarcaciones. Posiblemente Brochero también viera con malos ojos la iniciativa del vasco y lo considerara como una amenaza a sus aspiraciones en la Corte; aún así, Brochero valoraba las virtudes militares de su subalterno, razón por la cual quiso contar con él para el asunto de Kinsale.

El 3 de junio de 1597, Zubiaur es nombrado capitán general de una escuadra de navíos de la Armada, puesto subordinado al capitán general de galeras y del Mar Océano, recibiendo la orden de patrullar entre Ferrol y Cádiz para tranquilidad del tráfico marítimo.

Durante estos últimos años de vida, Zubiaur iría encadenando distintas enfermedades que minaron su salud, lo cual no le impidió en tomar parte de los planes de Felipe III, quien sentía la misma quemazón que su padre por asaltar Inglaterra y devolverla al redil católico. Para ello era necesario partir al auxilio de los irlandeses. Si se tenía a favor la isla Esmeralda y se realizaba con éxito un salto desde Flandes, se cogería a los ingleses por dos frentes en tijera. Sin embargo, una cosa son los cuentos de la lechera y otra la realidad, pues la flota que largó velas el 3 de septiembre de 1601, al mando de Diego Brochero, con Zubiaur como segundo, era pobre, escasa de pertrechos y efectivos; por no añadir que, una vez frente a Irlanda, un nuevo temporal se opuso a los planes de los Hasburgo y separó las naves. Zubiaur llegó a Kinsale con mil soldados, lo cual sumaba un total de tropas expedicionarias muy inferior al que Juan del Águila había prometido a los caudillos irlandeses. Para dar la puntilla, Brochero viró en redondo hacia España y dejó a los españoles sin apoyo naval.

El regreso de la flota fue visto con recelo por la Corona, quien dejó por escrito su malestar por esta decisión tan precipitada y hasta susceptible de tacharse de fistro. Este espinoso asunto no fue a más pues la demostrada lealtad de Brochero y Zubiaur, así como su hoja de servicios, resultaba ser aval más que suficiente.

El vizcaíno regresó en diciembre a Kinsale con tropas frescas y entabló conversaciones con los caudillos irlandeses gracias a su conocimiento del inglés, a la sombra de unos planes que se fueron fraguando con poco tino, artillándose plazas y disponiéndose tropas sin ton ni son, siendo que el 6 de enero de 1602 las tropas irlandesas serían rechazadas en Kinsale. Los tercios españoles quedaron embolsados con un Juan del Águila sin instrucciones desde la Corte sobre cómo negociar la rendición y abandonado por la flota, que nuevamente había zarpado para España, con Zubiaur al mando y llevando como pasajero al caudillo Hugo O’Donnell.

Nuevamente, Zubiaur es puesto en tela de juicio, junto con el resto de oficiales. Se ordenó constituir una comisión que absolverá a Juan del Águila y a Diego Brochero, pero que condenará al capitán Alonso de Ocampo, comandante de las tropas que arribaron a Kinsale en diciembre, al contador Pedro López de Soto y a Zubiaur, que sufrió arresto domiciliario en la Corte hasta que en mayo de 1605 es absuelto de tres de los cuatro cargos que se le imputaban, llevándose de propina una buena reprimenda.

Tras la restitución real, Zubiaur recibe el mando de una escuadra de ocho naves y 2.400 soldados del tercio del maestre de campo Pedro Sarmiento; corría el año 1605, había paz con Inglaterra tras la fin de la reina Virgen y todos los ojos se centraron en Flandes. La flota zarpó el 24 de Mayo de Lisboa, encontrándose con el enemigo en el canal de la Mancha, que contaba con una escuadra de 80 navíos. Con una diferencia de 8 a 1, Zubiaur no se arredró y entabló combate con los neerlandeses del almirante Hatwain; con dieciocho navíos echándoles el aliento en las popas, Zubiaur y los suyos alcanzaron Dover, donde su artillería, por extraño que pueda sonar, tronó en auxilio de los españoles. Al parecer, durante la refriega, Zubiaur sufrió herida o se le acentuó alguna dolencia que lo obligó a dictar testamento el 2 de agosto, muriendo a los pocos días.

Sus restos fueron embalsamados y depositados en un ataúd de plomo para ser repatriados, vía Dunkerke, y enterrados en un primer momento en el centro de la nave de la iglesia parroquial de Rentería, junto con los padres de su esposa, María Ruiz de Zurco; luego, en el atrio de la también iglesia parroquial de Irún. Hoy día, el sepulcro de Zubiaur y su mujer se conserva en el museo de San Telmo de Donosti (Guipúzcoa).

Navegante del Mar de Papel: Pedro Zubiaur, marino vizcaíno y oficial de Felipe II

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68) Miguel Villalba, un gran corsario español, casi olvidado

A menudo se dice que las palabras “corsario” y “español” nunca o muy pocas veces debieron ir juntas, lo que es un grave error, pues si los primeros reyes de la Casa de Austria fueron refractarios a conceder tales permisos o “patentes” a particulares, la situación varió completamente desde Felipe IV, con casos como el mismísimo Capitán Contreras o con los demoledores escuadra y corsarios hispano-flamencos de Dunquerque. En el XVIII destacó especialmente Antonio Barceló, pero hubo muchos otros corsarios, y muy eficaces, como los que en la “Guerra del Asiento”, de 1739 a 1748, hicieron más presas a sus enemigos británicos que las sufridas por los buques españoles.

También se suele asociar la acción de los corsarios a mares muy distantes y hasta exóticos, donde la vigilancia enemiga es pequeña o inexistente, y a que sus presas fueran casi siempre mercantes poco o nada armados. Lo que es bastante acertado en líneas generales.

Pero hubo otros casos muy distintos, como el excepcional que narramos aquí, de un virtualmente desconocido corsario español, que brilló en una campaña que pocos o ningún paralelo tiene en la Historia Naval de todas las épocas.

Se llamaba Miguel Villalba, y mandaba un pequeño buque por nombre “San Francisco Javier”, alias “El Poderoso”, nombre que llamaba un tanto a comentarios irónicos, pues se trataba de un barquito de 43 hombres de tripulación y sólo tres cañones: uno grande a proa de a 24 libras de bala y dos pequeños de a 6 en las bandas, aptos sólo para combatir de cerca. Barco, patrón y hombres eran de Tarifa, y su peligrosísimo campo de actuación eran las aguas del Estrecho de Gibraltar, infestadas de enemigos mucho más potentes. Y era también una época muy difícil, finales del año 1800, cuando los marinos británicos barrían literalmente todo ante sí.

El 2 de diciembre por la mañana, y en medio de una espesa niebla, avistó un buque, al que se acercó, hasta que despejando, advirtió que era un buque de guerra enemigo y mucho más potente. En efecto, se trataba del bergantín “Paisley”, de la “Royal Navy”, con 16 carronadas de a 12 libras, con 58 hombres de dotación y al mando del Teniente de Navío Charles Nevins. Era como para pensárselo, pero los corsarios se animaron a la lucha, ya que la huida no era factible.

A menos de medio tiro de cañón, ambos buques izaron sus banderas respectivas y empezó el fuego, de metralla por ambas partes dada la corta distancia, haciendo el cañón de a 24 español nada menos que 35 tiros de esa clase de munición. Pero viéndose los españoles en desventaja, pues a sus dos piezas por banda y 30 libras de bala contestaban ocho británicas con 96 libras, intentaron un abordaje, que fracasó por maniobra del enemigo, probaron en una segunda ocasión, también fallida, y como suele ser proverbial, lo lograron a la tercera, rindiéndose el bergantín. Los españoles habían tenido un muerto y siete heridos, entre ellos el condestable Juan de Rey, que pese a tener el pecho atravesado por una bala de fusil en el primer abordaje, fue de los primeros en pasar al buque enemigo en el tercero y decisivo. El “Paisley” sufrió tres muertos y diez heridos, entre ellos su propio comandante, hecho que decidió la suerte del combate. Estaba a 3 leguas al sur del Peñón de Gibraltar, cuando arrió su bandera, tras echar al mar los mensajes oficiales que llevaba a la plaza desde Plymouth. Habían tras*currido dos horas y media entre la caza y el combate.

Tales habían quedado los aparejos de uno y otro, que derivaron hacia Ceuta sin poderlo remediar, hasta que, hechas las reparaciones más indispensables y desembarcados los heridos de ambos lados, pudieron volver el vencedor y su presa a Algeciras, base de la cañonera, ante el asombro de todos, fondeando a la una de la tarde del día 4.

Charles Nevins fue juzgado en Consejo de Guerra por el Almirantazgo, aduciendo en su defensa su herida, lo que era bien cierto, y que le atacaron dos buques, en lo que faltó a la verdad, como cuando dijo que le habían cañoneado a gran distancia con sus grandes piezas, sin poder él contestar debidamente con las carronadas, de menor alcance. Tal vez los severos lores almirantes no se creyeran tales asertos, pero debieron considerar que ya era bastante bochornoso el asunto como para dar otra alegría al enemigo con la ruina de un oficial de la “Royal Navy”, y decidieron absolverlo, así, y por otra parte, silenciaban bastante los hechos.

De Don Miguel Villalba nada más sabemos, salvo que la misma “Gaceta de Madrid” de que hemos sacado estos datos del parte del combate, completando los muy escasos que da Fernández Duro, recordó, al dar noticia de otra de sus victorias, que había apresado desde septiembre de 1799 hasta noviembre de 1801, en 26 meses de campaña en aquellas peligrosísimas aguas, nada menos que 16 buques enemigos, armados con 95 cañones en total y con 293 prisioneros, logros que enorgullecerían a cualquier corsario, no digamos a quien los consiguió al mando de su “Poderoso” de tres cañones y 43 hombres.

Y es muy significativo que nada más sepamos de este gran corsario, como también es muy significativo el que unos años después, por Real Decreto de 13-I-1807, se nombrara “Almirante General” de España e Indias a Manuel Godoy, que en su vida había mandado un buque, y mucho menos ganado un combate naval, por no hablar de sus responsabilidades en los hechos que llevaron a Trafalgar. Al lector dejamos la tarea de sacar las conclusiones oportunas de estos hechos.

Un gran corsario español casi olvidado | Espejo de navegantes

Los corsarios de Tarifa Poderoso y Valeroso - Todo a babor
 
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Mi sincera felicitación al creador del hilo. Debería ser enmarcado entre los mejores de este foro.

Me ha dejado cierto desazón ya que, si bien, son unas biografías apasionantes propias de héroes y genios que deberían enorgullecen a todos los que decimos sentirnos españoles, me ha traido el desasosiego al pensar en qué se ha convertido este maravilloso país.

Y no me refiero al poder, al prestigio, al capital del pasado. La Historia da muchas vueltas y todos los imperios se crean, llegan a su apogeo y caen. Eso está en lo previsible.

Me refería a cómo se ha permitido que alcancen los cargos de representación pública auténticos inútiles, parásitos, sarama antisistema que ahora vive muy bien gracias al Estado que denostaba, incluso sarama genética proveniente del otro lado del océano que ha tenido sirvientes sin pagar la Seguridad Social.

En lugar de poner los nombres de las calles a estos auténticos héroes...se pone a gaies que se han cagado en la bandera de España, a traidores, a vendepatrias sin escrúpulos, a trepas, a giliprogres y, en general, a me gusta la fruta de todo tipo y condición.
 
Mi sincera felicitación al creador del hilo. Debería ser enmarcado entre los mejores de este foro.

Me ha dejado cierto desazón ya que, si bien, son unas biografías apasionantes propias de héroes y genios que deberían enorgullecen a todos los que decimos sentirnos españoles, me ha traido el desasosiego al pensar en qué se ha convertido este maravilloso país.

Y no me refiero al poder, al prestigio, al capital del pasado. La Historia da muchas vueltas y todos los imperios se crean, llegan a su apogeo y caen. Eso está en lo previsible.

Me refería a cómo se ha permitido que alcancen los cargos de representación pública auténticos inútiles, parásitos, sarama antisistema que ahora vive muy bien gracias al Estado que denostaba, incluso sarama genética proveniente del otro lado del océano que ha tenido sirvientes sin pagar la Seguridad Social.

En lugar de poner los nombres de las calles a estos auténticos héroes...se pone a gaies que se han cagado en la bandera de España, a traidores, a vendepatrias sin escrúpulos, a trepas, a giliprogres y, en general, a me gusta la fruta de todo tipo y condición.

Forma parte de nuestro proceso de decadencia. Pero todo Occidente está igual. Si quiere amargarse, un inglés, un alemán, un francés, o un sueco, por ejemplo, tienen mil motivos.

Incluso en USA. ¿Por qué cree que ha ganado Trump a pesar del voto masivo demócrata de mujeres y neցros, y del control absoluto de los medios por parte de sus rivales?

Porque el americano medio está hartísimo de muchas cosas.

No pierda la esperanza. España y los españoles aún no han dicho su última palabra.

Y perdón por el Offtopic. Este hilo es espectacular.
 
Leyendo:

batallas_campales_ml.jpg


El capitulo dedicado a la armada de Flandes esta lleno de detalles interesantes: marinos muy capaces y que con medios limitadisimos hicieron extragos por los mares del Norte (las estadisticas de barcos capturados y/o hundidos me recuerdan a los enfrentamientos Tiger vs T34). Entre ellos destaca Jacques Colaert. Me da por buscar en la wiki y en castellano no se encuentra nada y en la inglesa me encuentro que Jaques Colaert fue capturado y ejecutado en 1600, lo que no me cuadra.

Al final, el equivocado es el libro que se ha liado con el personaje y le ha puesto un nombre erroneo: habla de Jacob Collaert:

Asi que aqui mi granito de arena a este hilo:

Jacob Collaert - Wikipedia

(lo siento, no hay entrada en la wiki en castellano para ninguno de los dos)

Vaya, resulta que a Jacques Colaert tambien se le conocia como Jacob Collaart:

Jacques Colaert / Jacob Collaart

No me extraña que la gente se lie.
 
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