Hilo de grandes marinos de España

33) José Solano y Bote, marqués del Socorro

José de Solano y Bote Carrasco y Díaz, marqués del Socorro (Zorita, Cáceres, 11 de marzo de 1726-Madrid, 24 de abril de 1806), fue un militar y político español. Llegó a ser brigadier y capitán general de la Real Armada Española, Gobernador de la Provincia de Venezuela, capitán general de Santo Domingo y consejero de Estado.

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Primeros años

Habiendo estudiado geografía y política, Solano ingresó en la Real Armada Española como Guardiamarina el 20 de abril de 1742. Al acabar sus estudios se embarcó a bordo del Soberbio, navío perteneciente a la escuadra del Mediterráneo, mandado por Juan José Navarro, futuro marqués de la Victoria. Solano participó en el combate naval que tuvo lugar en el cabo Sicié, (Tolón) el 22 de febrero de 1744 contra la Marina Real Británica comandada por el almirante Thomas Mathews. Esta batalla se produjo en la guerra que enfrentó a España y Francia contra Gran Bretaña en virtud de la firma del llamado Segundo Pacto de Familia. Solano fue ascendido por su actuación en aquel hecho a alférez de fragata. Posteriormente, fue escogido como uno de los oficiales que acompañarían a Jorge Juan y Santacilia en un viaje por Inglaterra y Rusia encargado por el marqués de la Ensenada con el fin de estudiar los adelantos de su ciencia naval y organización de sus respectivas armadas con regreso a España en 1754.

Ascendió a capitán de fragata en 1754 y fue destinado a la Provincia de Venezuela como comisario nombrado por el rey Fernando VI con el objeto de asistir a la demarcación de límites entre España y Portugal al norte del rio Amazonas, mediante Real cédula expedida en el Palacio del Buen Retiro el 20 de diciembre de 1757. Dicho trabajo le ocupó siete años viajando por el rio Orinoco y sus tributarios y en varias oportunidades llegó a Santa Fe de Bogotá para rendir informes al virrey de la Nueva Granada. A la conclusión de la expedición en 1761 fue ascendido a capitán de navío.

Acciones en América

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El fortín Solano en el cuadro Vista de Puerto Cabello de Ferdinand Bellermann (1843).

En 1762, al declararse la guerra con Inglaterra, se le dio el mando del navío Rayo y al firmarse la paz es nombrado al año siguiente gobernador y capitán general de la Provincia de Venezuela, por Real Cédula del 12 de junio de 1763. Combatió el contrabando de ingleses y holandeses que azotaban las costas del litoral venezolano. Durante este esfuerzo logró apresar 103 embarcaciones y desalojó a los ingleses de las islas vecinas de Sotavento reduciendo el contrabando de tal manera que en 1770 cuando terminó su gobierno el ingreso de las rentas se había duplicado. Se le nombra Caballero de Santiago, por título extendido en San Lorenzo el 11 de noviembre de 1763.

Durante su periodo al mando de la Provincia de Venezuela dio la orden en 1766 para la construcción del Fortín Solano con la finalidad de reforzar la defensa de Puerto Cabello que ya contaba con el castillo San Felipe. Fundó la población de Chacao, hoy parte del área metropolitana de Caracas, en abril de 1768, con la intención de poblar el sitio y defender a sus pobladores e indígenas. Solano impartió justicia y por ello tuvo fama de ser un gobernante muy justo y respetado durante el periodo colonial venezolano. Fundó asimismo varias escuelas y fue un temible enemigo del contrabando y el vandalismo.

El 20 de septiembre de 1770 es nombrado capitán general de Santo Domingo y presidente de su Real Audiencia. En 1773 fue ascendido a brigadier de la Armada. Concluida la designación de límites con los franceses, que ocupaban el oeste de la isla, solicitó licencia para continuar sus servicios en la Armada, siendo promovido a Jefe de Escuadra en 1779.

Contra Gran Bretaña

Aliada como estaba España con Francia por los denominados Pactos de Familia, en plena guerra de independencia norteamericana la escuadra española debió unir fuerzas con la escuadra francesa de Orvilliers cuando en junio de 1779 fue declarada la guerra a Inglaterra. Solano fue destinado a la escuadra de Antonio González de Arce, saliendo con ella de Ferrol rumbo al canal de la Mancha. La escuadra combinada franco-española, en la que se contaban 68 navíos, logró ejecutar un exitoso bloqueo naval a Gran Bretaña; los buques ingleses se refugiaron en sus puertos causando el colapso del comercio británico. Solano tomó parte en las acciones destinadas al apresamiento del poderoso navío de línea británico Ardent , de setenta y cuatro cañones.

El 22 de febrero de 1780 se le confiere el mando de una escuadra de 12 navíos para escoltar 140 velas con carga a los principales puertos de América y además los acompañaban otros con 12 000 tropas con sus equipos militares para la defensa de esas posesiones, zarpa de Cádiz el día 28 de abril y logra conducirlo y desembarcar el ejército sin novedad en La Habana el 4 de agosto. Contra esta expedición se encontraba una escuadra de 33 navíos ingleses al mando del general George Rodney a las cuales se logró burlar gracias a la pericia y arrojo del almirante Jose Solano.

Colaboró eficazmente en la conquista de la Florida y en la toma de Pensacola, donde acudió en compañía de Francisco de Saavedra en ayuda de Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana, en marzo de 1781. En reconocimiento a dichos servicios, Solano fue ascendido a Teniente General de la Real Armada el 4 de agosto de 1781. También retuvo el mando de la Escuadra del Apostadero de La Habana el cual desempeña por dos años.

Últimos años

Solano volvió a España con sólo cuatro navíos y se trasladó a Madrid, donde en 1802 se le dio el encargo de ir a Nápoles para traer a Barcelona a María Antonia de Borbón-Dos Sicilias, prometida del príncipe Fernando, y a Francisco I de las Dos Sicilias, prometido de la infanta de España Isabel de Borbón. Por esta acción el Rey de Nápoles le nombró caballero de la Orden de San Jenaro. Fue ascendido a capitán general de la Armada y continuó en Madrid como consejero de Estado, falleciendo el 24 de abril de 1806.

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Extracto del testamento de Jose Solano y Bote.

Firmo un testamento recíproco con su mujer en el que se le otorgaba el poder para testar.

Por concesión especial del rey Carlos IV, se le rindieron honores militares. Su fin fue honrada a nivel nacional e incluso el rey levantó la prohibición de rendir honores fúnebres en la residencia del monarca, suponiendo un reconocimiento muy especial. Fue sepultado en una capilla del convento de San Hermenegildo de los Carmelitas Descalzos de la Villa y Corte en Madrid en medio de una ceremonia de gran importancia. El convento fue destruido y en su lugar hoy sólo queda la iglesia de San José en la calle de Alcalá. Sigue siendo un misterio si las bóvedas donde fue sepultado Solano se salvaron y sus restos fueron trasladados a la Parroquia; al parecer el sacristán de dicha iglesia dejó constancia escrita que todos los restos fueron reunidos y enterrados debajo del piso de la iglesia después de un incendio ocurrido en 1930.

Homenajes

A su regresó a España en 1782 y en fecha 1 de mayo de 1784, el rey Carlos III le concedió el título de marqués del Socorro, con un documento en el cual se hace una exposición de los méritos y servicios prestados en la guerra contra Inglaterra, incluyendo lo siguiente: «que fue vuestro mando en la guerra de tanto acierto, que no solo impedisteis al enemigo de hacer aquella conquista, echando los enemigos del Seno mejicano y costas de Honduras y tomarles la isla de Providencia y demás Lucayas o de Bahamas; y además mantuvísteis el comercio marítimo de aquellos mis Dominios entre sí y con estos mis Reinos, ya con el todo de mi Escuadra o parte y ya con escoltas de ellas; habiendo sido vuestra conducta gran causa de la ventajosa paz con que he determinado la última guerra; y finalmente que finalizada habéis conducido de aquellos mis Dominios a estos la Escuadra que habéis mandado y cargada de tesoros míos y del Comercio». Solano fue posteriormente condecorado con la gran cruz de la Orden de Carlos III el 9 de abril de 1791 y fue también nombrado caballero de la Orden de San Jenaro.

En Venezuela, el Municipio Chacao otorga desde 2010 la Condecoración "Orden Don José Solano y Bote" en reconocimiento a quienes se destacan en el ámbito de la defensa de los derechos sociales, la tecnología y el deporte en el municipio.

José Solano y Bote - Wikipedia, la enciclopedia libre

Historia Naval de España. » Biografía de don José Solano y Bote Moreno

José Solano Bote Un Marino Glorioso en el Secarral Extremeño
 
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34) Pedro Navarro, prototipo del soldado español del Renacimiento

Pedro Navarro (¿Garde?, Navarra, h. 1460 — Nápoles, h. septiembre de 1528), conde de Oliveto, fue un noble, marino, militar, el primer ingeniero militar de los ejércitos españoles e inventor de la mina terrestre, célebre por su actuación durante las Guerras de Italia y en el Norte de África. Luchó al servicio de Nápoles, Aragón y Francia.

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Juventud

Se conoce poco de esta etapa, y hay controversia con respecto a su lugar y fecha de nacimiento y sus padres. La opinión más extendida es que nació en Garde (Navarra), hacia 1460, como Pedro Bereterra y era hijo de un hidalgo llamado Pedro del Roncal (valle en el que se encuentra Garde). Algunos autores, como José de Vargas Ponce y Martín de los Heros, le suponen vizcaíno, de las Encartaciones, y creen que su nombre era Pereda o Beretta. Según el historiador coetáneo Gonzalo Fernández de Oviedo:

Fue este conde Pedro Nauarro, por su nacimiento nauarro, e hijo de vn hidalgo llamado Pedro de Roncal, que yo conocí, e desde muchacho siruio al marques de Cortón, cauallero del reyno de Nápoles, el cual fue preso por los turcos e lleuado a Turquia, e en vna nao del marques anduuo este Pedro Nauarro en curso por el mar mediterraneo, e hizo buenas cosas, por lo cual la marquesa, mujer del dicho marques e Don Enrique su hijo, le dieron la nao al Pedro Nauarro....

Gonzalo Fernández de Oviedo.

Durante su juventud se dedicó al pastoreo y las labores propias de la tierra, y puede que también trabajase en alguna mina de hierro de Vizcaya.

Mercenario y corsario

Pasó a Italia, al servicio de unos mercaderes genoveses que habría conocido en Sangüesa y posteriormente del cardenal Juan de Nápoles (hijo del rey de Nápoles Fernando I), que murió en 1485. También es posible que tuviera alguna relación directa (a sueldo de un armador) o indirecta (actuando como perista) con el corso.

Sea como fuere, se sabe que se enroló como soldado raso en las tropas florentinas que luchaban contra Génova por las disputas territoriales entre ambas repúblicas en el año de 1487. En esta guerra, fue cuando su forma de manejar la pólvora le hizo famoso. Bajo el mando del condottiero Piero del Monte participó en el asedio al castillo de Sarzanello (1487), en Sarzana (La Spezia), donde ensayó por primera vez su técnica de uso de minas terrestres militares, de la cual es considerado su perfeccionador. Consistía en emplear soldados del ejército sitiador excavando túneles hasta los cimientos de los muros de las fortificaciones, llenándolos de pólvora (utilizada por primera vez para este fin por Navarro) y, al hacerlos estallar, los muros se derrumbaban y se facilitaba el posterior asalto. Sin embargo, esta primera vez no obtuvo los resultados deseados, pero derribó parte del muro, por lo que se le dobló la paga.

Terminada la guerra marchó a Nápoles, donde trabó relación con el noble valenciano Antonio Centelles, titular del marquesado de Crotona y dedicado al corso, y se puso a su servicio. Zarpando con dos o más naves desde la villa de Crotona, Centelles y Navarro (con experiencia militar) atacaban navíos y puertos, tanto en las costas griegas (muchas de ellas bajo dominio otomano) como en el norte de África. Capturaban esclavos que luego vendían en Italia, y robaban las mercaderías de barcos turcos y norteafricanos, así como de los europeos que comerciaban con dichos puertos.

En 1495, al comenzar la primera guerra de Italia, en la que los Reyes Católicos, aliados junto al Papado en la Liga Santa (1495), se enfrentaron a Carlos VIII de Francia por el dominio del Reino de Nápoles. Ambos bandos contrataron corsarios, y Centelles tomó partido por los franceses, ya que había sufrido la expropiación del señorío durante las operaciones del Gran Capitán en Calabria.

Al terminar la guerra en 1497, se restituyó la propiedad del marquesado a Centelles, quien volvió a la piratería junto a Navarro, cuyas acciones le hicieron temido, siendo conocido como Roncal el Salteador entre la gente de mar de Italia y las costas fiel a la religión del amoras. Asaltó incluso los bien armados barcos de la República de Venecia, la mayor potencia naval en el Adriático entonces, hasta el punto de que el asunto se debatió en el Senado de la República, que resolvió acabar con él. Encargó la misión a una tropa de trescientos hombres en una flotilla al mando del capitán Loredano. Desembarcaron para ello en Roccella Ionica, donde se encontraba Navarro, que pudo resistir el ataque con los refuerzos que le envió Centelles desde Crotona, refugiándose en el castillo de la villa y aguantando el asedio varios días hasta que Loredano se retiró.

Poco después Centelles fue apresado por los turcos, llevado a Estambul y ejecutado. Sus bienes, incluyendo el marquesado y los barcos, quedaron en manos de su viuda, que los puso a disposición de Navarro para que siguiera ejerciendo el corso.

Al servicio del Gran Capitán

En el año de 1499 atacó sin éxito una nave de piratas portugueses, resultando herido de un arcabuzazo, por lo que decidió regresar a Civitavecchia, donde desembarcó y guardó cama, para su pronta recuperación. Estando en ella le dio tiempo de pensar y decidió no volver a la mar, para dedicarse a lo que mejor se le daba, que era el manejo de la pólvora y la ingeniería militar. Tras recuperarse de las heridas decidió ponerse al servicio de Gonzalo Fernández de Córdoba, por el cual sentía gran admiración, que le dejó encargado del manejo de las pólvoras y de la ingeniería.

En el mes de mayo de 1500, zarpó del puerto de Málaga, con rumbo a Mesina, uniéndose en este puerto la escuadra española y la de la república de Venecia, que juntas comenzaron una guerra naval contra los turcos para recuperar las posesiones venecianas en Grecia.

El objetivo de la expedición fue Cefalonia, plaza que fue sometida a asedio. En la fortaleza de San Jorge de esta ciudad, defendida por jenízaros al mando de un capitán albanés llamado Gisdar, Navarro pudo probar una nueva composición de la pólvora para las minas, además del azufre, el cual se introducía ardiendo en las troneras, abrasando a los defensores y provocando que abandonaran las defensas para evitar sus humos venenosos.

No consiguió derribar el muro del todo, pero el 25 de noviembre de 1500, al minar con bateles al nivel del mar las rocas sobre las que se asentaban las murallas del castillo, logró derribar un trozo de muro. Por esta brecha se inició el ataque al castillo, defendido bravamente por la guarnición turca. Las relaciones de la época hacen variar el número de defensores entre 300 y 700, y la duración de la toma de Cefalonia entre 40 días y varios meses.

Nápoles

Al terminar la guerra contra los turcos, siguió a don Gonzalo de Córdoba en su segunda campaña napolitana con rango de capitán. Allí volvió a demostrar sus conocimientos, contribuyendo a la reforma y modernización de la infantería como pieza clave del nuevo ejército que el Gran Capitán estaba estructurando en aquellos años.

De acuerdo con lo estipulado en el tratado hispano-francés de Granada (noviembre de 1500) desembarcaron soldados españoles en Tropea (julio de 1501) para tomar posesión de las regiones de Calabria y Apulia y doblegar los focos de resistencia local. Navarro destacó en las consiguientes operaciones. También como marino, pues derrotó a una escuadra francesa que intentaba aprovisionar (infringiendo el tratado) a los sitiados en Tarento (febrero de 1502).

Iniciadas abiertamente ya las hostilidades entre españoles y franceses tras las reiteradas violaciones del tratado, a Navarro le tocó repeler el primer gran embate del numeroso ejército francés enviado por Luis XII a ocupar todo el reino de Nápoles. Con sólo 500 hombres al inicio, rechazó tres ataques en Canosa (agosto de 1502), impidiendo a todo trance la pérdida de ella; pero le llegó la orden de don Gonzalo de que la abandonara, habiendo logrado causar muchas bajas al enemigo y retardado su avance, dando tiempo al Gran Capitán para organizar la defensa de Barletta. Así pues, Navarro negoció una capitulación con D'Aubigny para evacuar a los 150 supervivientes del cerco, y para demostrar que lo hacía en cumplimiento de una orden, hizo salir a su tropa con las banderas desplegadas a tambor batiente.

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Castel Nuovo (Nápoles).

Tomó parte como capitán de infantería y artillería en la victoria de Ceriñola (28 de abril de 1503). Prosiguió la conquista de la península itálica, y el día 15 de mayo cayó en manos españolas la población de Nápoles, quedando aún en poder de los franceses el Castello Nuovo.

Al ser esta fortaleza casi inexpugnable, se encargó a Navarro que preparase una de sus minas, que por fin funcionó tal como Navarro deseaba. Bajo la cobertura de la artillería puso a trabajar a los zapadores junto a la muralla y mandó introducir barriles de pólvora en las excavaciones (una de ellas bajo el polvorín francés) para luego cerrarlas totalmente. El 11 de julio el Gran Capitán desplegó soldados en el campo para simular un asalto y la guarnición francesa tomó posiciones en las almenas. Entonces Navarró ordenó prender fuego a la pólvora y el consiguiente estallido desplomó una parte de la muralla (arrastrando en la caída a los defensores ahí situados) por donde entraron luego los españoles para rendir finalmente la ciudadela al día siguiente.

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Castel dell'Ovo (Nápoles).

A continuación, Gonzalo de Córdoba se dirigió con la mayor parte de las tropas a Gaeta para expulsar totalmente a los franceses del reino, y dejó a Navarro al frente de la conquista de la otra fortaleza de la capital napolitana: el Castel dell'Ovo (Castillo del Huevo), cosa que éste hizo siguiendo el procedimiento anterior, tras lo cual se reunió con aquel. Todos estos acontecimientos y la forma de su realización, unidos a la masiva destrucción que producían, se difundieron rápidamente por Europa, por lo que se le reconoció a Navarro, incluso se llegó a denominarle "el inventor de la mina moderna militar".

Conocedor de la entrada de un nuevo ejército francés en Italia, Córdoba postergó la toma de Gaeta para interceptarlo en las orillas del río Garellano. Y en el enfrentamiento (desde mediados de octubre hasta la ofensiva final española del 28 de diciembre de 1503), Navarro estuvo al mando de tropas de infantería y de zapadores e incendió el puente del río para cortar el paso a los franceses. También participó en el resto de las operaciones posteriores hasta la completa pacificación del reino.

Una vez firmado el tratado de Lyon (febrero de 1504), en el que Luis XII reconocía la soberanía de Fernando el Católico sobre Nápoles, el nuevo virrey Gonzalo de Córdoba repartió títulos y propiedades entre sus oficiales más sobresalientes. A Pedro Navarro le correspondió la villa y el condado de Alvito.

Cuando surgieron las desavenencias entre Fernando y su virrey, Navarro viajó a España enviado por el segundo para intentar, infructuosamente, una reconciliación. En septiembre de 1506, el propio rey se trasladó a Nápoles. Organizó la administración del reino y destituyó de sus cargos a Gonzalo de Córdoba y sus capitanes, desposeyendo a estos últimos de sus señoríos, exceptuando a Navarro. El cual, el 4 de junio de 1507, siendo almirante de la flota napolitana, regresó a España junto al monarca. Navarro iba precediendo a la Armada real con sus 16 naves. Después de recoger al Gran Capitán en Génova, llegaron el 28 de junio a Saona, de donde zarparon cuatro días después, tras entrevistarse el rey con Luis XII de Francia. El 14 de junio llegaron a Barcelona, pero no pudieron desembarcar por una reciente peste, de modo que el Rey desembarcó finalmente en Valencia el 21, donde ya le esperaba Navarro.

De vuelta a España

Al poco tiempo recibió una orden real del Rey Católico, de que se pusiese al mando de un ejército, para volver al orden al Duque de Nájera, regente de Castilla y de León, cada vez más rebelde a los designios del aragonés, casado en segundas nupcias con Germana de Foix, en cumplimiento del Tratado de Blois con Francia. Al presentarse Navarro con sus fuerzas, el Duque de Nájera no creyó oportuno el presentar combate contra el afamado militar, por lo que le instó a entablar conversaciones, para llegar a un acuerdo y con él a la paz.

Por la excelente reacción de Nájera, y el final tan rápido al que se había llegado por la fama de Navarro, el Rey le nombró capitán general de su Armada en el año de 1508, con la misión de conquistar reductos en el norte de África, que eran de vital importancia para mantener alejados a los piratas berberiscos.

Campañas de África

La siguiente misión de importancia que el rey encomendó a Navarro fue combatir la piratería y el corso berberiscos, que se estaban convirtiendo en un serio problema para el tráfico marítimo mercante. Desde la primavera de 1508, Navarro estuvo al mando de una flotilla capturando o hundiendo embarcaciones piratas y corsarias, generalmente fustas o galeotas ligeras.

El 23 de julio del mismo año llegó al Peñón de Vélez de la Gomera, situado a poco menos de cien metros de la villa costera del mismo nombre. Ambos lugares eran un importante núcleo de corsarios. Navarro puso todos los barcos a tiro de cañón del islote, y aquellos huyeron a refugiarse en Vélez. Una vez tomado el peñón, mandó subir a él la artillería, y con ella destruyó completamente la villa y su puerto. Siendo el peñón un punto estratégico, ordenó fortificarlo y dejó en él una guarnición de treinta y dos hombres bajo el mando del alcaide Juan de Villalobos.

Poco tiempo después acudió a socorrer al destacamento portugués de Arcila, que estaba siendo atacado por numerosas tropas del rey de Fez, y consiguió que éstas levantaran el sitio y se retiraran tras cañonearlas desde los barcos.

La conquista de Orán

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El cardenal Cisneros en la Toma de Orán.
Pintura mural por Juan de Borgoña en 1514, conservado en la Catedral de Toledo.

En España, el cardenal Cisneros convenció al rey Fernando de la conveniencia de iniciar incursiones militares en el norte de África, ofreciéndose a financiarlas él mismo con las rentas de su señorío eclesiástico. El monarca designó al propio Cisneros capitán general de la campaña, y a Navarro, maese de campo encargado de dirigir las operaciones sobre el terreno. Navarro aceptó con desagrado el nombramiento de Cisneros.

Las fuerzas se concentraron en el puerto de Cartagena: 90 naves (80 de tras*porte y 10 galeras) y 22.000 soldados. Pronto surgieron fricciones entre el cardenal y el conde. La primera de ellas, a causa del botín obtenido de la captura, antes de partir, de varias fustas moriscas, que Navarro repartió enteramente entre los participantes en los asaltos, en vez de destinar la mitad a financiar la expedición, como estaba convenido.

La flota zarpó el 16 de mayo de 1509 y arribó al día siguiente a Mazalquivir, la cabeza de puente (bajo control español desde 1505) desde la que se partiría el día 18 para la conquista del primer objetivo: Orán, cercana e importante ciudad costera de 10.000 habitantes y bien fortificada y artillada.

Cisneros tenía intención de marchar él mismo en cabeza de la formación, pero finalmente Navarro le convenció de que se quedara en Mazalquivir, y planificó un ataque por mar y tierra que culminó a la postre en una fácil victoria. Mientras la armada bombardeaba las murallas, la fuerza terrestre, que Navarro dividió en cuatro cuerpos, se enfrentó con el enemigo a las afueras de la ciudad. La artillería y caballería españolas obligaron a los defensores a replegarse hasta que tuvieron que resguardarse dentro de Orán. Una vez consolidadas las posiciones del sitio, se inició el asalto con escalas, bajo cobertura artillera y con ayuda de minas. Cuando parecía que la batalla se estaba decidiendo en lo alto de las murallas, entraron los atacantes por las puertas de la ciudad. La lucha continuó, por poco tiempo, en las calles y en el puerto.

El resultado final fue, tras apenas dos o tres horas de combate, de 4.000 a 5.000 bajas enemigas por sólo 300 propias, y un gran saqueo posterior de la ciudad y los barcos capturados en el puerto por parte de marinos y soldados, que se hicieron con un botín de 500.000 escudos en monedas, mercancías, esclavos y rehenes. Navarro tomó posesión de Orán en nombre del rey, por lo que la plaza pasaba a manos de la Corona, privando a partir de entonces del mando a Cisneros, quien hubo de regresar a España.

Toma de Bugía y Trípoli

A pesar de las quejas de Cisneros al rey respecto a Navarro, el monarca le confirmó en su puesto al frente de la campaña y le envió refuerzos para continuarla. Tras pasar el invierno en Formentera, se dispuso a capturar la rica ciudad de Bugía.

Llegó a sus cercanías con 5000 soldados el 5 de enero de 1510 e inició el ataque al amanecer del día siguiente. Frente a él se encontraba un reyezuelo llamado Abderhamán con unos 10 000 defensores, que lanzó contra los españoles cuando estaban desembarcando, al tiempo que los cañoneaba desde la ciudad. Sin embargo, estos repelieron el ataque gracias a la ayuda de la artillería naval que les protegía, y comenzaron luego el asedio bombardeando desde tierra y mar. Al penetrar finalmente en la ciudad, la mayor parte del combate tuvo lugar en las calles de la ciudad, que se rindió al mediodía tras la huida de Abderhamán y su séquito y la fin de muchos de sus habitantes.

Después Navarro sacó provecho de las disputas entre Abderhamán, en realidad un usurpador, y su sobrino, el joven rey Muley Abdallá. Este le guio hasta la cercana sierra en la que se habían refugiado su tío y los fugitivos que se habían reunido con él. El roncalés les atacó por la noche con 500 españoles. Abderhamán volvió a escapar pero murieron 300 de sus hombres, otros 600 fueron apresados junto a su primera esposa, su hija y altos cargos de la ciudad, y su campamento, con sus muy valiosas pertenencias, fue saqueado y después incendiado por los españoles. Estos, que aumentaron su botín con el ganado y los camellos capturados y el rescate cobrado por los rehenes, tan sólo tuvieron una baja en esta incursión a la montaña.

Los contundentes éxitos militares logrados hasta entonces por Navarro intimidaron a los reyes de las ciudades-estado de Argel y Túnez, que ofrecieron vasallaje al de España y liberaron a todos los cristianos que tenían cautivos.

Tras consolidar el dominio en la región, el conde reorganizó la flota en julio (1510) en la isleta siciliana de Favignana y se embarcó con más de 14 000 hombres a la conquista de Trípoli, donde se enfrentaría a un similar número de defensores protegidos por fuertes murallas y baluartes.

La batalla se dio el 25 de julio tras el desembarco. Tras entrar en acción las artillerías de ambos bandos, se asaltaron con éxito las murallas. A continuación empezó una extenuante lucha casa por casa que se prolongó hasta bien entrada la noche, y que se saldó con unos 200 o 300 muertos españoles y 5000 berberiscos, más otros tantos de estos últimos capturados como esclavos. Una vez más los vencedores se hicieron con un cuantioso botín, incluido el obtenido de la captura de los barcos del puerto, entre ellos cinco naves de auxilio enviadas (ya tarde) por el sultán turco y barcos mercantes turcos, albaneses y venecianos o genoveses que arribaron (sin saber lo ocurrido) a Trípoli para descargar.

El fracaso de Gelves y los Querquenes

Alentado por estas victorias, Navarro manifestó al rey su disposición para continuar al frente de la empresa con nuevas y más ambiciosas conquistas. Pero su condición de hidalgo de origen humilde jugó en su contra y fue desplazado por el joven e inexperto García de Toledo, primogénito del segundo duque de Alba, a quien el monarca ya había nombrado en abril capitán general de África, con sede en Bugía.

A principios de agosto, al mando de don García, ya estaban listos para zarpar desde Málaga unos 7.000 hombres embarcados en quince naos gruesas, pero una epidemia norteafricana de peste obligó a aplazar la partida. Mientras tanto, Navarro estudió la posibilidad de atacar la isla de Yerba (Djerba, también llamada Isla de los Gelves), un conocido cobijo de corsarios berberiscos frente a la costa oriental tunecina. Por ello salió de Trípoli a principios de mes con una expedición de reconocimiento de ocho galeras y una fusta. Intentó persuadir a los principales jefes de la isla de que aceptaran rendir vasallaje al rey de España para evitar la confrontación. Al negarse éstos, decidió esperar la llegada de los refuerzos para iniciar la oleada turística.

Zarpó por fin don García, tomó posesión en Bugía, dejó allí una parte de su armada con 3.000 hombres y se reunió con Navarro (quien sería su segundo) el 23 de agosto de 1510 en Trípoli para preparar la expedición. La flota llegó el día 29 y desembarcaron 8.000 hombres, que hubieron de hacerlo en bateles debido al poco calado de la costa. Una vez en tierra, el ejército se dividió en siete escuadrones al mando de un coronel cada uno. Don García se empeñó en marchar él mismo en el de cabeza, junto a un centenar de jóvenes de la nobleza castellana, y así lo hicieron.

La misión consistía en atacar un castillo donde se acantonaban los corsarios, y hacia allá se encaminó la tropa a través de una zona arenosa y bajo un calor sofocante. Los mandos, confiados en que iban a lograr una fácil y pronta victoria, no ordenaron llevar víveres ni agua. Los soldados, que además debían arrastrar a mano la artillería, fueron víctimas del calor, la sed y el agotamiento, y muchos cayeron desmayados. Al divisar vegetación, se dirigieron hacia ella, y al llegar allá los primeros hombres del escuadrón de vangardia descubrieron un pozo. En cuanto se corrió la voz entre la tropa, ésta acudió impacientemente y en desbandada hacia él, deshaciendo totalmente la formación a pesar de los intentos de los oficiales por poner orden. En ese momento unos pocos centenares de berberiscos emboscados aprovecharon la ventaja para atacar a pie y a caballo, matando a todos aquellos que no lograron escapar. Aproximadamente la mitad de los españoles (unos 4.000) quedaron muertos en la arena, incluyendo a don García y otros nobles. El resto huyó desordenadamente hacia el litoral.

Fuera del palmeral, el enemigo era mucho más numeroso (hasta 4.000 hombres), y Navarro, con ayuda de Pedro de Luján y otros coroneles, intentó organizar los escuadrones de retaguardia para hacerle frente, comprendiendo que de lo contrario la catástrofe podría ser total, pero no pudo detener la desbandada. Afortunadamente para los supervivientes, los jinetes e infantes jovenlandeses no continuaron la persecución. Unos 3.000 españoles que no pudieron reembarcar ese día hubieron de esperar toda la noche en la playa la llegada de los botes que los recogieron.

No acabó ahí el desastre, pues el día 31 un fuerte temporal hizo naufragar varias naves y dispersó a los veleros, que quedaron a merced del viento. La nao en la que viajaba Navarro fue a la deriva hasta las costas de Turquía y allá estuvo a punto de hundirse al abrirse las cuadernas. La tripulación se salvó gracias a la pericia como marino del roncalés, que consiguió escorar el barco hacia un costado y navegar así hasta Trípoli. Reagrupados tiempo después los treinta veleros y 5.000 hombres que quedaban, invernaron en Lampedusa.

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Islas Querquenes (Túnez).

A pesar de todos estos grandes reveses y de las inclemencias del invierno, Navarro aún tuvo fuerzas para emprender otra incursión en territorio de la religión del amor. El objetivo eran las Islas Querquenes (Ker-kenah), ricas en agua dulce y pasto para el ganado. Pensaba aprovisionar a la armada con carne y agua. Tras varios intentos fallidos por el mal tiempo, el 20 de febrero de 1511 desembarcó en la mayor de las islas una avanzada de 400 hombres al mando del coronel veneciano Jerónimo Vianelo (Girolamo Vianello). Pero la traición de un alférez, enfurecido por una trifulca con aquél, dio al traste con la misión: los lugareños refugiados en un extremo de la isla degollaron por la noche a Vianelo y sus hombres cuando dormían. Navarro tuvo que retirarse con los barcos a la isla de Capri.

De nuevo en Italia

A pesar de que el desastre de los Gelves le granjeó a Navarro muchas enemistades en la Corte, el rey volvió a contar con él, aunque nuevamente fue relegado del mando en favor de un noble. Se le ordenó que acudiera con su armada a Nápoles y se pusiera a disposición del virrey Ramón de Cardona, capitán general de los ejércitos coaligados de la Liga Santa (1511) que combatirían en Italia contra los de Ferrara, Florencia y de Luis XII de Francia.

Bolonia y Rávena

El 2 de noviembre de 1511, con Cardona al frente y Navarro como general de infantería, partió de Nápoles una expedición con la intención de desalojar a los franceses de Bolonia. Antes de iniciar el cerco a esta ciudad, el roncalés se encargó de rendir, primero con minas y luego con la infantería, la fortaleza de Genivolo (fines de diciembre de 1511). Se inició después (16 de enero de 1512) el mencionado asedio mediante la artillería, al tiempo que Navarro intentaba volar los muros de la ciudad. Sin embargo, debido a la humedad, el frío, la nevada del momento y el terreno blando y poroso sobre el que estaban, las minas no funcionaron. Cuando Gastón de Foix-Nemours, capitán general de los franceses en Italia, logró reforzar la defensa con 10.000 hombres, Cardona juzgó ya imposible la toma de Bolonia y ordenó levantar el sitio.

El siguiente enfrentamiento de importancia entre Foix y Cardona fue la batalla de Rávena (11 de abril de 1512). El francés realizó una maniobra envolvente que le permitió abrir fuego de artillería de lleno sobre la caballería pesada aliada, causándole cuantiosas bajas y provocando que Fabrizio Colonna, al mando de ella, lanzara un ataque a la desesperada sobre su homóloga francesa. Los de Colona, junto a la caballería ligera del marqués de Pescara que acudió a socorrerles, fueron arrollados por la experimentada caballería pesada francesa, muy superior en el terreno llano en que tuvo lugar el choque. Viendo la batalla perdida, Cardona huyó junto con las tropas de retaguardia.

La infantería española, en primera línea y bajo el mando de Navarro, mantuvo la posición, y consiguió resistir sucesivos embates de la infantería enemiga: de mercenarios lansquenetes, de la francesa y de la de Ferrara. Foix reagrupó todas las tropas y lanzó con ellas un nuevo ataque. Siendo imposible rechazarlo esta vez, Navarro organizó una retirada ordenada. En una carga de caballería contra los hombres que la cubrían murió el propio Foix. El conde de Oliveto fue herido y capturado por un soldado enemigo.

Paradójicamente, la batalla de Rávena se saldó con más bajas en el bando vencedor francés. De hecho, de no ser por la retirada de Cardona, la victoria habría sido para la Liga, ya que después de que Navarro consiguiera solventar la situación adversa, las tropas de la tercera línea con las que huyó el virrey podrían haber realizado un contrataque definitivo. A pesar de ello, Cardona y otros generales culparon al roncalés de la derrota, recriminándole que no hubiera atacado desde el principio (cubriendo así también a la caballería) en vez de esperar.

Navarro quedó prisionero del duque de Longueville, que pidió por él un rescate de 20.000 escudos de oro y le recluyó en su castillo de Loches (octubre de 1512). Fernando el Católico intentó su liberación sin pagar dicha cantidad, primero por la fuerza, cosa que impidió la guardia del castillo, y después diplomáticamente (también sin éxito), aprovechando las treguas firmadas con Francia.

Al servicio de Francia

Francisco I, yerno y sucesor de Luis XII, consciente del valor y la inteligencia de Navarro, le propuso en 1515 entrar a su servicio con el cargo de general. Este aceptó la oferta, dado que durante tres años el rey de España no quiso pagar el rescate que Longueville pedía, y devolvió el título de conde de Oliveto (que luego el monarca adjudicaría a Ramón de Cardona). Paradójicamente Navarro se había convertido en súbdito natural del rey Fernando durante su cautiverio, ya que a partir de 1512 el Reino de Navarra fue conquistado por el monarca católico, dejando de depender de la Casa de Labrit para pasar a manos de los Trastámara.

Navarro empezó su nueva labor reclutando veinte compañías de gascones, vascos y navarros para apoyar una nueva incursión francesa en Italia. En el verano de 1515, un numeroso ejército (50.000 soldados) cruza los Alpes, toma con facilidad Novara, Vigevano y Pavía, y se dispone a controlar totalmente el Milanesado. En la Batalla de Marignano (13-14 de septiembre de 1515) la infantería francesa que él mandaba se impuso a la suiza gracias al orden y disciplina de fuego que estableció en las hileras de arcabuceros y ballesteros. El 4 de octubre derrumbó con artillería y minas los muros del Castillo Sforza de Milán en el que resistía el duque Maximiliano, aunque durante la acción fue herido en la cabeza por una esquirla de piedra.

Brescia

El Papado, el Sacro Imperio Romano Germánico y España se habían aliado para hacer frente a Francia, quien a su vez contaba con el apoyo de Génova y Venecia. Esta última había perdido Brescia a manos de los imperiales, quienes ocupaban la plaza con una guarnición española de unos pocos cientos de hombres.

En noviembre de 1515, el embajador veneciano en Milán persuadió a Navarro para que comandara la conquista de la mencionada ciudad, y allá se dirigió con 8.000 soldados, la mayoría gascones y vascos que había reclutado el año anterior. En el mismo mes ya estaban fijadas las posiciones del sitio. En diciembre se iniciaron las excavaciones para la colocación de minas junto a la ciudadela. Los españoles, que ya conocían la técnica, pues la habían aprendido de él, guiándose por el ruido de los picos cavaron contraminas que luego hicieron estallar. Además de frustrar los planes enemigos, mataron a muchos de los zapadores que se hallaban en las galerías subterráneas, entre los que se encontraba un oficial veneciano que en un principio confundieron con el propio Navarro. El fracaso del ataque y la noticia de la llegada de refuerzos alemanes le condujeron a levantar temporalmente el sitio.

Tras colaborar con varios altos mandos en otras operaciones bélicas en el norte de Italia, en mayo de 1516 se puso al frente de 5.000 infantes que se unieron a las tropas de Teodoro da Trivulzio para ejecutar un asalto definitivo a Brescia. Tras haber desertado por falta de paga una parte de los defensores de ella y dada la inferioridad numérica de aquellos, los franceses lograron rendir la plaza acordando una capitulación con el capitán español de la guarnición, el catalán Lluís d'Icart, al que se permitió salir del lugar junto a sus hombres, portando éstos sus armas, pertrechos y bienes.

Breve etapa corsaria

Acabada la guerra (agosto de 1516), y habiendo quedado por ello sin ocupación, Navarro decidió dedicarse al corso, fijando su base operativa en Marsella. Obtuvo de la Corte francesa 20.000 ducados, con los que armó una flota de 18 naves, en la que embarcó 6.000 hombres para correr las costas de Berbería. Zarpó hacia fines de año con altas expectativas, pero el frío, la falta de alimentos y las enfermedades frustraron sus intenciones, y tuvo que regresar a Francia en enero de 1517.

En mayo del mismo año volvió a partir de Marsella, esta vez para enfrentarse a los corsarios berberiscos, contando para ello con 15 embarcaciones, entre ellas un galeón y una carabela. En octubre bombardeó Mehedia (Argelia), pero la defensa artillera de la ciudad hundió una de sus naves y le arrancó el mástil de otra. En el posterior desembarco surgieron disputas entre los franceses y los mercenarios españoles contratados por Navarro, y esto, junto al insuficiente número de sus tropas, no le permitió efectuar más que una pequeña demostración de fuerza ante el enemigo, tras lo cual volvió a Marsella.

A finales de año se entrevistó con el Papa, al que expresó su deseo de combatir contra los infieles bajo su auspicio. Con tal propósito obtuvo del pontífice una pequeña financiación (4.000 ducados), que le ayudó a reclutar 2.000 hombres. Junto a ellos navegó, en el verano de 1518, a bordo de 9 galeones y 5 bergantines, pero no pudo cumplir su mayor objetivo, la conquista de Monastir, por la fuerte resistencia que opusieron los defensores.

En diciembre logra el apoyo de Francisco I para salir a luchar una vez más contra los corsarios norteafricanos. El soberano le promete poner a su disposición unas 12 galeras, pero la puesta a punto de la expedición se fue demorando a lo largo del año siguiente por ciertos problemas, entre otros las dificultades legales para el reclutamiento de galeotes. Cuando finalmente Navarro se encontró, en octubre, al mando de 10 naves, con la escuadra del corsario Sinan frente a Mehedia, no pudo batirle, y tuvo que regresar a la Provenza. El hambre y las enfermedades habían mermado seriamente a la tripulación. Su último intento, un año después, con cuatro barcos, tampoco le daría los resultados apetecidos.

Rechazo de Carlos I

A principios de 1520 el monarca galo armó una poderosa flota en la Provenza, y, en contra de lo esperado, no le confirió el mando de ella a Navarro, sino al hermano de una amante suya. El roncalés, que se había sentido marginado durante el último año, decidió entonces romper su relación con Francia y ponerse a disposición de Carlos I de España (o Carlos V como Emperador). Para ello cursó una petición a través del Papa y del embajador español en Roma, Juan Manuel, señor de Belmonte, el cual se dirigía al soberano en estos términos:

Hame dicho el Papa que el conde Pedro Navarro le ha enviado á suplicar que le encomiende mucho a Vuestra Majestad, lo cual él dice que hará con muy buena voluntad, porque le parece que conviene mucho que á éste le reciba V. M. por su servidor (...) He sabido está muy mal contento con los franceses y con ganas de enojarlos, y con mayor gana de servir a Vuestra Alteza, lo cual me mandó avisar, si quiere servirse de él.

Juan Manuel, señor de Belmonte

En el mes de septiembre, el roncalés precisó en Roma su oferta: Se comprometía a arrebatar Génova a los Fregoso (aliados de Francisco I) para entregársela a los Adorno (asociados a Carlos V). La conquista sería financiada por éstos últimos, y se ejecutaría con unos mil soldados españoles. Sin embargo, y a pesar de la buena imagen que de él tras*mitía el embajador ("es persona muy señalada y bien leal a cuanto yo entiendo"), la propuesta de Navarro no fue tenida en cuenta por el Emperador.

Guerra italiana de 1521-1526

Cuando estalló la Guerra Italiana de 1521-1526 Navarro volvió a militar para Francisco I, quien le envió a reforzar la defensa de Génova con cuatro galeras y 2.000 infantes. Por desgracia para él, llegó a la ciudad justo cuando los imperiales entraban en ella (30 de mayo de 1522), y fue capturado por el maese de campo Juan de Urbina, quien había sido soldado a sus órdenes durante las campañas del Gran Capitán.

El embajador don Juan Manuel sugirió de nuevo a Carlos V admitir al roncalés a su servicio, señalando la mejora que supondría para la armada española contar con su dirección, solucionando así los problemas que en su funcionamiento se habían evidenciado recientemente. Pero también esta vez el monarca se negó a ello, y ordenó trasladar al prisionero al Castel Nuovo de Nápoles, la misma fortaleza cuyos muros derrumbara dos décadas antes. Allá permanecería cuatro años.

Según el Tratado de Madrid (14 de enero de 1526), que puso fin a la contienda, todos los prisioneros debían ser liberados, a condición de que se reincorporaran al servicio de su señor natural. Sin embargo, por lo que respecta a Navarro, varias voces en la Corte de Carlos V le tachaban de traidor, y era evidente que el soberano no quería saber nada de él. Por ello, se puso de nuevo bajo las órdenes de Francisco I, quien por su parte violó muy pronto el tratado, reanudando las hostilidades en Italia en lo que se conoce como Guerra de la Liga de Cognac.

Guerra de la Liga de Cognac

Navarro participó en este conflicto con el cargo de almirante de las fuerzas navales coaligadas. Como tal dirigía en persona el bloqueo marítimo de Génova (1526), cuando recibió noticia de la próxima venida de una flota española de socorro. Salió a interceptarla con un número de naves superior a ella, pero fracasó totalmente al evadirse casi por completo la formación enemiga. El rey le relevó del puesto y a cambio le dio mando en tierra.

Ahora como general de infantería, subordinado al mariscal Lautrec, el roncalés contribuyó a la toma de Génova, Alessandria (usando sus minas para derribar los muros) y otras plazas menores. Los ejércitos de la Liga pasaron el invierno en Bolonia, y se prepararon para la campaña primaveral, con el objetivo de expulsar de la península al rival, replegado en Nápoles.

Hacia fines de febrero de 1528, Navarro marchó en vanguardia de la incursión aliada en el reino napolitano. Se encargó de someter varias zonas y luego se reunió con Lautrec frente a la capital, para acometer la conquista del último bastión de los imperiales. El sitio y el campamento, cuya traza diseñó Navarro, se establecieron el 9 de abril. El pronóstico era de triunfo claro para los de la Liga: 26.000 hombres frente a 10.000 hispano-alemanes (además de unas reducidas infantería napolitana y caballería ligera albanesa).

El bloqueo marítimo, del que se ocupaba Andrea Doria ayudado por su sobrino Juan Andrea, pareció consolidado cuando fracasó el intento de romperlo por parte de Hugo de Moncada. Sin embargo, el almirante genovés negoció durante el asedio un cambio de bando con el Emperador. Así, en verano, tras la firma del nuevo contrato, las naves de tío y sobrino pasaron de impedir el abastecimiento y refuerzo para la guarnición hispano-germana a procurarlo, y comenzaron a atacar desde el mar a los sitiadores.

Para privar de agua a los cercados, Lautrec ordenó romper los canales que la conducían a la ciudad. Pero esto hizo que el terreno circundante, donde acampaban sus hombres, se encharcara. Y con el calor del verano, proliferaron en el lugar los mosquitos y otros insectos, y surgió entre las tropas aliadas un virulento brote de peste. A pesar de eso el mariscal francés confiaba aún en que Nápoles caería y no quiso levantar el sitio. Pero él mismo, al igual que miles de sus soldados, contrajo la enfermedad y murió el 15 de agosto. Poco después Navarro comenzó a sentir los primeros síntomas de ella. El Marqués de Saluzzo, sustituto de Lautrec, ordenó la inmediata retirada del ejército, que abandonó la artillería, tiendas y pertrechos (29 y 30 de agosto). Cuando los imperiales observaron la huida de sus enemigos, salieron de la ciudadela en su persecución. Mediante la caballería ligera alcanzaron en Aversa al grupo más numeroso de ellos, en el cual que se hallaba Pedro Navarro, que fue capturado por el capitán albanés Socallo.

Después de pasar un tiempo en la posada del maese de campo Alarcón (antiguo compañero suyo), en el cual mejoró ligeramente de sus dolencias, Navarro fue recluido de nuevo, por orden de Carlos V, en el Castel Nuovo. Quedó bajo la custodia del alcaide Lluís d'Icart (con quien ya coincidió en Brescia en mayo de 1516, cuando este último era el capitán de la guarnición española a la que se enfrentó), quien mandó construir una chimenea en su aposento, al ver los temblores que padecía.

Pedro Navarro falleció en el mencionado castillo hacia septiembre de 1528. Sobre ello existen varias hipótesis. Una afirma que Carlos V ordenó que se le diera fin. Por ello el capitán Icart habría ahogado al prisionero con una almohada: bien para librarle de sufrir la humillación de una ejecución pública, o bien para simular una fin natural, evitando de este modo que se diera una imagen negativa del rey, ya que muchos militares que conocieron a Navarro habrían considerado esa ejecución muy denigrante. Otra teoría es que la fin fue simplemente la consecuencia lógica de la enfermedad que padecía, a lo que cabría añadir su ya avanzada edad (cerca de 70 años).

El cadáver de Navarro fue sepultado bajo una losa de la iglesia napolitana de Santa María la Nueva, junto a los restos de Lautrec, en una capilla propiedad del Gran Capitán. Años más tarde, el nieto de éste, duque de Sessa, mandó erigir para ambos sendos mausoleos labrados en mármol

Navarro, Pedro Biografia - Todoavante.es

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Así que aquí van todas juntas.

Buén hilo.

K.
 
35) Francisco Javier de Winthuysen y Pineda, otro ilustre marino del s.XVIII olvidado

Jefe de Escuadra de la Real Armada Española, General subalterno de la Escuadra del Mar Océano, Comandante en Jefe del Cuerpo de Pilotos, Comandante interino de la Compañía de Guardiamarinas de Cádiz, Comendador de la Orden de Santiago.

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El 18 de agosto de 1743, vino al mundo en la población del Puerto de Santa María. Siendo sus padres, don Francisco Winthuyssen y Ticio, y de su esposa, doña Petronila de Pineda y Perri.

El 11 de noviembre de 1757, sentó plaza de guardiamarina en la compañía del Departamento de Cádiz. Única entonces. Expediente N.º 791.

Su primera salida a la mar, fue en el navío Dichoso, que pertenecía a la escuadra del marqués de la Victoria y con ella viajaron hasta el puerto de Nápoles, para tras*portar a la Real Familia con el que sería rey de España, don Carlos III a su nuevo reino.

En 1760 por pasar a carenar su anterior navío en el Arsenal de Cartagena se le ordenó tras*bordar al Oriente con el que arribó a la bahía de Cádiz, al poco tiempo se le ordenó hacerlo sobre Héctor, en el que realizó diversas comisiones, sobre todo como tras*porte de tropas a las plazas del norte de África para su refuerzo y de caudales al puerto de Génova pasando después a Marsella, a su regreso a la bahía de Cádiz se le comisionó para los consabidos cruceros de protección entre los cabos de San Vicente y de Santa María, para dejar libre la navegación de nuestros mercantes procedentes de las Indias.

En 1763 trasbordó al navío Fénix buque insignia del general don Carlos Reggio, quien tenía la comisión de proteger la bahía de Cádiz de un proyectado ataque de los británico, el cual no se efectuó, permaneciendo en esta misión hasta la firma en el mismo año de la Paz, por lo que el buque pasó a desarme, quedando él desembarcado.

Poco tiempo después se le ordenó embarcar en el navío Gallardo, con él realizó un viaje a las islas Canarias tras*portando tropas para refuerzo del Archipiélago, a su regresó permaneció un tiempo cruzando sobre el cabo de San Vicente, regresando a la bahía de Cádiz, donde al arribar se le dio la orden de trasbordar al navío España, siendo uno de los perteneciente a la escuadra del general don Agustín Idiaquéz, con el que realizó varios viajes a Tierra Firme, siempre con tropas de reemplazo y refuerzo de la Guaira y Cartagena de Indias.

Fue ayudante de órdenes del Mayor General de la escuadra, por sus grandes aptitudes demostradas y siendo aún guardiamarina, por su gran experiencia atesorada, posteriormente se le nombró maestro de navegación en la Academia de Guardias Marinas del Departamento de Cádiz, siendo confirmado poco tiempo después por el Capitán General del Departamento en estos destinos.

Por Real orden del 13 de febrero de 1766 fue ascendido a alférez de fragata, habiendo estado ocho años y tres meses de guardiamarina, pero ya era un consumado marino, por sus conocimientos, pericia y arrojo.

Pero tanta espera en su anterior grado, surtió el efecto de recibir la Real orden del 17 de septiembre de 1767 por la que era ascendido al grado de alférez de navío.

Regresó a la península la escuadra del general don Agustín Idiaquéz, pasando a obtener una licencia de descanso, el mismo año 1769 al incorporarse se le ordenó embarcar en el navío Santa Isabel, siéndole ordenado a su comandante pasar al Departamento de Ferrol, donde se le comisionó para efectuar misiones de guardacostas por las aguas del Cantábrico, permaneciendo a su bordo hasta que el buque pasó a desarme, quedando desembarcado.

En 1770 se le ordenó embarcar en el navío Santo Domingo, continuando en su anterior trabajo de guardacostas de las aguas de Galicia, pasando su buque a realizar unas pruebas en la escuadra del general don Pedro Castejón, al término de las cuales regresó a la bahía de Cádiz.

Se le ordenó trasbordar a la fragata Palas, con la que realizo un viaje a las islas Filipinas y a las Marianas, tras*portando pertrechos de guerra para aquellas lejanas posesiones. Por Real orden del 13 de enero de 1771, se le ascendió al grado de teniente de fragata. Regresando a la bahía de Cádiz el 7 de agosto de 1772, desembarcando por orden.

Embarcó en la fragata Industria, con la que se hizo a la vela, en derrota del puerto de Lima, realizó una brillante campaña por el Pacífico, protegiendo el tráfico mercante español y posteriormente, se le nombró Mayor general del capitán de navío don Francisco Hidalgo de Cisneros, comandante de la escuadra del Pacífico. Se cargó su buque con situado y doblando el cabo de Hornos regresó a la bahía de Cádiz.

Por Real orden del 28 de abril de 1774 se le ascendió al grado de teniente de navío. Recibió la orden de trasbordar a la fragata Venus, con ella realizó otro viaje a las islas Filipinas tras*portando de nuevo pertrechos de guerra.

Regresó directamente al puerto de Cádiz en 1776, a su llegada se le nombró Alférez de la Compañía de Guardiamarinas del Departamento de Cádiz, en la que prestó muy buenos servicios. El 9 de noviembre seguido embarcó para prácticas de mar con varios Aspirantes en el navío San Agustín perteneciente a la escuadra de don Miguel Gastón, al regresar se le comisionó para organizar la Compañía de Guardiamarinas del Departamento del Ferrol, embarcando de tras*porte en el navío San Miguel con sesenta guardiamarinas de la de Cádiz, dejándola a semejanza de ella, volviendo a demostrar sus dotes y especial acierto.

A pesar de su corta graduación, se le otorgó por Real orden del 7 de abril de 1778 el mando de la fragata Santa Leocadia, como reconocimiento a su distinguida carrera, con éste buque realizó un viaje, con una comisión importante y reservada a las isla Canarias; que por la gran satisfacción obtenida por el Gobierno, por Real orden del 23 de marzo 1778 se le concedió el ascenso al grado de capitán de fragata.

Al declararse la guerra con el Reino Unido en 1779 se le otorgó el mando de la fragata Escolástica por Real orden del 13 de junio, con la que realizó la protección de las costas bañadas por el mar Cantábrico, sostuvo varios combates con buques de la Gran Bretaña, que bloqueaban las costas y protegió convoyes, con tanta fortuna como destreza, pues en todo el tras*curso de la guerra nunca le apresaron ninguno.

Por Real orden del 22 de marzo de 1780 se le otorgó el mando de la fragata Santa Leocadia, del porte de 34 cañones recibiéndolo de su anterior comandante don Juan Quinlos, navegando en misión de guardacostas. En uno de sus arribos a Ferrol, al zarpar se le incorporaron bajo su mando las fragatas francesas La Foi y l'Inconstancia, realizando cruceros entre las dos Bayonas, la de Galicia y la de Francia, a estas se unieron después otras unidas españolas, consiguiendo mantener libres las aguas del Cantábrico al tráfico marítimo.

Arribó a Ferrol a principios de 1781, se le abasteció de todo los necesario para realizar una comisión reservada a las islas Terceras y Cartagena de Indias, para ello se le unió a sus órdenes la balandra Santa Natalia, al mando de don Baltasar Hidalgo de Cisneros, zarpando en conserva, el 30 de abril al encontrarse a unas doscientas leguas al Oeste de las costas de España, divisó a sotavento una formación naval en la que se pudieron contar sesenta y ocho velas de dos palos, dándoles escolta una fragata, fijándose que la escolta se daba a la huida, decidió acercarse al convoy con precaución haciendo las señales oportunas para ser reconocidos.

Se encontraba ya muy cerca de ellos, cuando divisó a un navío que sin contestar a sus señales se les venía encima, mantuvo su firmeza durante unos instantes, pero al ir pasando el convoy descubrió otras treinta velas de una escuadra, llegando a la conclusión que se había encontrado con la escuadra británica al mando del almirante Darby, por lo que ya no tenía otra que salir de allí lo antes posible, dio la orden de virar y ciñendo el viento se fue alejando, al mismo tiempo que a la balandra le daba la oportunidad de zafarse navegando en rumbo contrario, ya que un solo buque no podía atacar a ambos a la vez en rumbos distintos, por lo que inmediatamente varió de rumbo la balandra y se alejó navegando a ocho cuartas del de la fragata, mientras fue cayendo la noche y con ella el viento, en cuyo momento invirtió rumbo para cogerlo de empopada y tener la mayor cantidad de trapo desplegado para tratar de despistar al navío, pero no pudo efectuarlo por ser una noche de luna llena, por su claridad el navío le pudo seguir por saber en todo momento las maniobras que realizaba.

Estaba tan calmado el viento que al amanecer del 1 de mayo el navío estaba a tiro de pistola, momento en que se desplegó el pabellón español, haciendo lo propio el navío británico Canadá, del porte de 74 cañones, disponiendo en la primera batería de cañones de á 36, en la segunda de á 18 y el resto de á 12, contra los 34 de á 12 que eran 17 por estar a una banda, y con el agravante, de que la fragata era de 40 cañones, pero sólo llevaba los 34 mencionados. Siendo la española la que rompió el fuego con todo lo que tenía, mientras en su batería, se intentaba trasladar los tres cañones de una banda a la otra, lo que no se llegó a poder realizar pues al recibir los proyectiles sobre todo de á 36 enemigos todo se movía en la fragata y resultó imposible.

A los treinta y cinco minutos de comenzado el fuego una bala de cañón impacto de lleno en el brazo de Winthuyssen, arrancándoselo casi de cuajo, por ello pasó el mando a su segundo don Juan Pérez Monte, siendo bajado a la enfermería, pero unos minutos después éste también fue herido, entregando el mando al tercero don Joaquín Moscoso, quien se mantuvo en el cumplimiento del deber, hasta que el buque estando ya mocho como un pontón, con dos grandes agujeros a flor de agua, por los que entraba sin poder ser parada, con ochenta muertos y ciento seis heridos, más una hora y media de desesperado combate, rindió el buque después de una gallarda resistencia.

Fue abordada la fragata por fuerzas británicas y entre ellos trasbordo el capitán Mr. Collier, quien tributó el merecido homenaje a la brava resistencia de su Comandante y dotación, fue marinada después de reparar los británicos lo necesario, pero dada la gran cantidad de agua que entraba por los dos boquetes, tuvieron que tras*bordar más tropas y marinería británica, para poder darle mayor velocidad a las bombas de achique, consiguiendo llegar a duras penas a Cork, donde los cirujanos británicos amputaron el brazo a Winthuyssen.

tras*cribimos el parte del combate, escrito por el capitán Mr. Collier entregado a su Almirantazgo:

«Hallándome destacado de la escuadra de Darby para observar el horizonte, avisté una fragata y una balandra de guerra que parecían enemigas. Le dimos caza y virando ellos por la proa se pusieron al pairo para examinarnos, retirándose después, bien se que sin forzar de vela, hasta por espacio de 70 leguas, y al amanecer del día siguiente la fragata se atravesó sobre las gavias y enarboló bandera española. El tiempo estaba totalmente en calma; pero la mar muy alborotada, sin lo cual no hubiera verosímilmente durado el combate como duró bizarramente cinco cuartos de horas, que fue lo que tardo en rendirse la fragata enemiga, hallándose muy maltratada y con muchos muertos y heridos. Se llama Santa Leocadia, y está forrada con plancha de cobre, tiene para 40 cañones y solo monta 34. Había salido de Ferrol seis días antes, destinada (según creo) al mar del Sur, con pliegos que arrojó al agua. Su valiente capitán D. Francis Winthuyssen, perdió el brazo derecho durante el combate, y también quedó herido el segundo capitán.»

Al ser tratado y verificar que la herida curaba con normalidad, fueron todos tras*portados al puerto de Portsmouth, donde él dio su palabra de honor y le dejaron regresar al puerto de Cádiz. Ya en éste puerto se realizó en consabido canje oficial, posteriormente pasó también por el Consejo de Guerra consiguiente por la pérdida de la fragata y al salir absuelto, como premio a la desesperada defensa en el buque de su mando y en justa recompensa, se le ascendió al grado de capitán de navío por Real orden del 16 de septiembre de 1781.

Todavía no estaba totalmente restablecido cuando ya estaba demandando un nuevo mando, así consiguió se le otorgara el del navío Terrible por Real orden del 25 de abril de 1782, con él realizó la segunda campaña del canal de la Mancha, estando la escuadra aliada al mando del general don Luis de Córdova. Al finalizar la campaña la escuadra al completo se reintegró a la bahía de Cádiz.

Para el ataque a Gibraltar se reunió un ejército francés y otro español, al mando en conjunto del duque de Grillon, mientras la escuadra aliada lo estaba al mando del general don Luis de Córdova, compuesta nada más que por setenta y cuatro navíos entre ambas naciones, con varias fragatas. (Con total probabilidad la mayor escuadra reunida en todo el siglo XVIII para un combate)

El 13 de septiembre de 1782 zarparon a remolque las diez baterías flotantes invento del francés D’Arçon, pero al mando del general don Ventura Moreno quien apoyaba con su división de navíos a éstas, teniendo que volcarse en su auxilio cuando comenzaron a arder por efecto de las ‹balas rojas› que les disparaban los defensores, envió sus embarcaciones menores a apagar los fuegos e intentar salvar a las dotaciones, mientras en primera línea se encontraban las lanchas cañoneras, inventadas por don Antonio Barceló y él a su mando, saliendo estas casi ilesas del enfrentamiento, en el que en total se estuvo cruzando el fuego de más de mil piezas de artillería entre ambos contendientes.

Al apercibirse del desastre que se avecinaba, el general don Luis de Córdova ordenó por señales de banderas fueran arriados todos los botes de la escuadra con la misión de intentar socorrer a las indefensas tripulaciones de tan infausto invento. Al ver la señal de su general ordenó arriar todos los botes y él al frente de ellos se dirigió a la batería flotante por nombre Rosario, ésta estaba ya en llamas y amenazando con saltar por los aires, a pesar de ello consiguieron rescatar a todos los posible y alejarse, estallando la batería cuando se encontraban tan solo a cincuenta metros de ella, recibiendo una lluvia de materiales de todo tipo, como consecuencia de ello y que los británicos había salido para capturar a todos los posible enemigos, recibió un bala de fusil en la espalda y de la lluvia de materiales un tablón de dio un fuerte golpe en la pierna izquierda.

En los incendios y voladuras de estas pesadas baterías en teoría insumergibles e incombustibles, con circulación de agua ‹como la sangre por el cuerpo humano›, hubieron trescientos treinta y ocho muertos, seiscientos treinta y ocho heridos, ochenta ahogados y trescientos prisioneros; pero los efectos fueron superados en mucho por el bombardeo de las lanchas cañoneras inventadas por Barceló, que lo hacían seguro y muy efectivo. En Gibraltar se defendía valerosamente el general británico Elliot.

El 20 de octubre de 1782, yendo con su buque en la línea en el puesto ordenado que era el número trece de ella perteneciente a la vanguardia, participó en el combate del cabo Espartel, enfrentadas las escuadras, española al mando del general don Luis de Córdova, contra la británica del almirante Howe, que regresaba de haber introducido socorros en el peñón de Gibraltar. No habiendo podido la española parar ese suministro, por aprovechar la británica un fuerte temporal, cuando pudo zarpar lo efectuó quedando a la espera del regreso al Atlántico de la británica a la salida del estrecho; el navío de Winthuyssen, fue el que más sufrió soportando grandes bajas.

El almirante Howe lo que admiró y comentó fue: «…el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias…» El combate tuvo una duración de cinco largas horas.

Los buques enemigos por llevar ya forradas sus obras vivas de cobre tenían mayor andar, lo que les permitió mantenerse en todo momento a la distancia que les convenía y cuando ya el resto de la escuadra española iba llegando al combate, decidieron por el mayor número de navíos españoles rehuirlo, por lo que viraron y enseñando sus popas se fueron alejando del alcance de la artillería española. La escuadra regresó a la bahía de Cádiz el día 28 siguiente.

Por orden su buque se destinaba a realizar un viaje a las Antillas, pero dado su estado físico fue revisado por los médicos, los cuales desaconsejaron que lo realizara a aquellas tierras, ya de por sí insalubres en buen estado, por lo que estando todavía sin cicatrizar por completo su brazo, a lo que se sumaba las últimas heridas y contusiones recibidas, fue exonerado del mando quedando desembarcado y sin destino, era el 1 de diciembre del propio 1782.

El 13 de septiembre de 1783, se le dio el mando del navío San Pascual, que con el Triunfante y el bergantín Infante, formaban la división del brigadier Aristizabal, que viajaron hasta Constantinopla con una comisión de Estado ante la Sublime Puerta, ya que era la primera vez que se establecían relaciones diplomáticas entre ambos países, en esta ocasión tuvo que ponerse a prueba así mismo, al sufrir su navío San Pascual una varada antes de atravesar los Dardanelos, que dañó un trozo de la quilla por la que hacía mucha agua, para evitar que lo pudieran ver los turco y pidieran abordar el buque para ayudarle, se acercó aun más a la playa que había adyacente al lugar, donde le dio a la banda siendo reparado tan rápido y por sus propios medios que nadie se enteró excepto los españoles de los sucedido. Volviendo a distinguirse ante sus superiores por sus grandes dotes de marino. La división cumplida su misión regresó el 8 de mayo de 1785, fondeando en el Arsenal de Cartagena.

Encontrándose en este puerto, recibió la Real orden con fecha del 14 de junio de 1785, por la que S. M. tenía a bien seguir los consejos de los mandos de la Real Armada, concediéndole el ascenso al grado de brigadier.

El 25 de julio de 1786 se le encomendó el mando interino de la compañía de guardiamarinas del Departamento de Cádiz y en enero de 1787, sin pérdida de su anterior destino, se le nombró Mayor General interino de la Armada.

El 25 de agosto de 1788 cesó en los cargos anteriores, por la llegada de sus propietarios y se le nombró Inspector y Visitador de los colegios de San Telmo de la ciudad de Sevilla y el de Málaga, siéndole encargada la redacción de las respectivas Ordenanzas. Permaneció seis meses en su trabajo, al finalizarlo elevó una ‹Memoria› a S. M., quien le dio las Reales gracias, reincorporándose a su Departamento de destino.

Estando de inspección en estos centros docentes, se le comisionó a su vez para examinar las minas de carbón de piedra de la población de Villanueva del Río, provincia de Sevilla, situándolas y levantando su plano. En esta casi obra de arte, siguió el curso del río siendo sondado todo él, de forma que pudo saber a la altitud que estaba cada tramo, el desnivel y la profundidad, a lo que añadió un pormenorizado dibujo del contorno del mismo cauce, dejando una vez más clara muestra de sus conocimientos en casi todas las materias, con todo ello y como era costumbre, envío a S.M. la ‹Memoria› de todo ello, por lo que nuevamente recibió la Reales gracias.

El 1 de noviembre de 1789, se le nombró Comandante General del Cuerpo de Pilotos de la Armada, con el expreso encargo de unificar los planes de estudio y metodología de todas las escuelas, unificando así los criterios y formas de los estudios, así como crear una mínimas exigencias para el ingreso en ellas, ya que el trabajo de piloto en la época era muy importante. Pero no se paró aquí, pues observó que había ciertas lagunas que “favorecían” en las antiguas ordenanzas, que además se llevaban a la práctica por dejar las mismas cierta manga ancha a su aplicación. Esto lo concretó para todas igual y las mejoró por una forma más correcta en su aplicación, que bien era por méritos en los estudios o por la práctica.

Por ello realizó un pormenorizado recorrido de todo el litoral español, desde Guipúzcoa hasta Gerona, en el que creó algunas donde no las había y hacían falta. Quedando unidas a sus respectivos Departamentos y de estos a los colegios de San Telmo de Sevilla y Málaga, de esta forma quedaba todo unificado y con distintos niveles de responsabilidad, hasta el más alto radicado en los propios colegios, que eran al final los que otorgaban los títulos.

Permaneció en el mando de estas escuelas hasta primeros de 1792, elevando una solicitud de piedad a S. M., ya que todos los desplazamientos y estancias en todo el litoral, habían sido sufragados de su peculio lo que le había dejado algo desamparado, por lo que pedía ser favorecido como tuviera a bien el Rey, ya que en su casa se estaba comenzando a pasar hambre. La carta que escribe a S. M. es para figurar como es debido en cualquier obra que se refiera a él, pero por ser muy extensa ahorramos al lector lo que ya conoce de sus sinsabores y méritos, ciñéndonos a la exposición sobre la que demanda con la máxima humildad.

«Nada parece, Señor, que resta para la felicidad del exponente, porque logró los conocimientos que apetecía para desempeñar los encargos de V. M.; lo ha acreditado así, y tienen en la falta de su brazo derecho una señal de que imita a sus predecesores, porque su abuelo D. Juan de Winthuyssen fue el primero que en el ataque de Gibraltar en 1742 asaltó el Pastel (hallándose de capitán), de donde rodo dos veces gravemente herido, que le obligó á retirarse de Coronel de las milicias de Niebla, donde murió; su padre D. Francisco Javier de Winthuyssen, a los 50 años de servicio, murió de Jefe de escuadra, después de haberse hallado en el bombardeo de Siracusa y glorioso combate de cabo Sicie, en la escuadra del Marqués de la Victoria; arregló los batallones de marina, dirigió varias expediciones de tropas para América, mereciendo así en esto, como en la Comandancia de guardias marinas y formación del cuerpo, Real aprobación. Y á tanta gloria, Señor, se ha remitido en todo tiempo y por todo servicio de importunar el trono de V. M. para recompensas, cree que la liberalidad de vuestras Reales manos los distribuye con oportunidad, y que los del suplicante no se perdierán de la vista de V. M.; con que verdaderamente el romper los diques de su silencio después de 32 años, es porque el exponente y sus antepasados han consumido sus haberes y patrimonio en vuestro Real servicio. Por tanto, á V. M. suplica se le conceda la honra de tenerlo en su Real gracia y presente en sus piadosas liberalidades para ocurrir á sus necesidades personales, ya con pensión, encomienda ó ascenso, á fin de que pueda manifestar al público el que los expresados servicios han sido de vuestro Real agrado, y sirva también de estímulo á la milicia.»

Comunicado al Rey, decidió darle una encomienda, ya que era caballero profeso de la Orden de Santiago, pero en ese momento no había ninguna libre en ella, por lo que decidió darle la del Corral de Caracuel, que correspondía a la Orden de Calatrava, con una renta anual de quince mil ochocientos maravedís y añadió un tiempo después, la Real orden del 11 de noviembre de 1792, por la que se le concedía el ascenso al grado de jefe de escuadra, pero sin abandonar su actual destino de la Comandancia General de Pilotos.

Pero de nuevo él demandó en varias ocasiones un mando a flote, hasta que en 1795 se le otorgó el mando del navío de tres baterías San José, enarbolando su insignia, siendo a su vez subordinado, del general don José de Córdova, quien era Comandante de la Escuadra del Océano, por cesar en el mando el general don Juan de Lángara por su avanzada edad, aunque fue nombrado ayudante personal por el mismo don José de Córdova. Con la que paso al Mediterráneo hasta firmar la paz con la nueva República de Francia, por el tratado de Basilea y poco después, se rompieron las hostilidades con el Reino Unido.

Al comenzar 1797 la escuadra del océano se encontraba en el puerto de Cartagena, al mando de su general don José de Córdova: la componían veintisiete navíos de línea, de ellos siete de tres baterías, más ocho fragatas, tres urcas y un bergantín, pero todos ellos estaban faltos en parte de su dotación, pues según datos del propio Córdova, no eran menos de cuatro mil los que le faltaban para afrontar un combate en garantías, de ahí su intención de entrar en la bahía de Cádiz y reforzar las dotaciones para proseguir la guerra, aparte de esto a algunos buques también les faltaba alguna pieza de artillería.

El 1 de febrero del mismo año zarpó la escuadra de Cartagena con rumbo a la bahía de Cádiz, se aprovechó su salida y se le incorporó un convoy con derrota a la misma bahía, además de veintiocho lanchas cañoneras y obuseras que se habían construido en el Arsenal, que se separaron para entrar en el apostadero de Algeciras, para ser utilizadas en la defensa y ataque al peñón de Gibraltar; con el convoy entró en la bahía la división al mando del general don Domingo Nava, compuesta por los navíos Bahama, al mando del capitán de navío don José Aramburu e insignia de la división, Neptuno, mandado por el capitán de navío don José Lorenzo Goicoechea y Terrible, al mando del capitán de navío don Francisco Uriarte.

Al estar a la altura de la bahía y decidido a entrar, de pronto se desató un fuerte y duro temporal de Levante que se lo impidió, como causa de la fuerza del viento fueron arrastrados sus buques durante ocho días lo que dejó más mermadas aún a las dotaciones, los que no estaban enfermos estaba casi reventados del duro trabajo y mal comer, comenzando a calmar cuando se hallaban a la altura del cabo de San Vicente, por efecto del Dios Eolo los buques quedaron desordenados, dispersos, algunos sotaventados, por lo que más que una escuadra, parecía que iban en un paseo naval pero sin orden.

El 14 de febrero se divisaron las fuerzas; la escuadra española al mando del general don José de Córdova, quien en esos momentos contaba con veinticuatro navíos y varias fragatas, contra la británica del almirante Jervis, compuesta por diecisiete navíos y varias fragatas y en excelente estado de armamento, dotación e instrucción.

El navío San José, su comandante al ver la señal de su general de acudir al fuego lo antes posible, consiguió colarlo en lugar donde la pelea era más dura, al poco tiempo a Winthuyssen una bala de cañón, se le llevó las dos piernas por las ingles, al verlo todo perdido aún tuvo tiempo de gritar: «¡Fuego a la santabárbara!», orden que no se pudo llevarse a efecto, por el abordaje final de los británicos. Allí sostuvo el enfrentamiento, pero la magistral maniobra del entonces comodoro Nelson con su Captain, impidió que la escuadra española envolviera a la británica, atacando de enfilada al San Nicolás, al morir su comandante el brigadier Geraldino se rindió, mientras el San Nicolás había abordado al San José, por perder el timón quedando inmóvil y parte de sus palos junto al aparejo sobre la cubierta del San Nicolás, de forma que quedaron entrelazados en un mortal abrazo, así al ser abordado el 74 cañones San Nicolás, Nelson pudo abordar al San José.

Winthuyssen quedó tendido en la cubierta del alcázar sin vida, pero sin soltar de su mano izquierda (la que le quedaba) su sable de combate desnudo. De esta forma se lo encontró el comodoro Nelson, al abordar al buque de tres baterías español.

Nelson, al llegar al cuerpo sin vida de Winthuyssen, se le quedó mirando, sólo el hecho de tener que arrancar de su mano el sable que no soltó al recibir el impacto, se negó siquiera a tocarlo, porque era una demostración palpable del valor hasta el último latido de su corazón, en respuesta a tan valiosa demostración de heroísmo supremo, le llevó a ordenar que su sable fuera devuelto a los familiares de tan heroico general y así se cumplió. Nelson siempre fue un gran admirador del valor de los hombres y en esta ocasión lo demostró, aparte de sentir un gran respeto por el enemigo vencido.

Falleció a los cincuenta y dos años de edad, y su nombre es digno de figurar entre los marinos españoles más distinguidos.

Tuvo dos serios percances con los ingleses, en el primero… una bala de cañón le arrancó el brazo derecho, en el segundo… otra bala de cañón, le segó el cuerpo por debajo de la cintura y le arrebató la vida. Está justificado que no sea Caballero Laureado de San Fernando... porque esta máxima distinción militar no existía cuando el dio su vida por España, pero no parece tan justificado que su nombre no figure en la popa de ninguno de nuestros buques de guerra...

Historia Naval de España. » Biografía de don Francisco Javier Winthuysen y Pineda

CONTANDO HISTORIAS ANTIGUAS... DE MILITARES: FRANCISCO JAVIER DE WINTHUYSEN Y PINEDA

Francisco Javier Winthuysen de Pineda: abriendo una nueva ruta tras*oceánica | Andalucia | Andalucía - Abc.es

Pag 8. Revista "El Mundo Naval Ilustrado":

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36) Antonio de Escaño, el marino que no tiene nada que envidiar al más engreído británico.

Antonio de Escaño y García de Cáceres (Cartagena, 1750 - Cádiz, 12 de julio de 1814) fue un militar y marino español.

Ingresó como guardiamarina a los 17 años y partició en casi todas las grandes operaciones navales que sostuvo España en su época: la expedición contra Argel en 1783, la defensa de Cádiz en 1797 frente a la escuadra británica de Jervis, la batalla de Brest, la de Finisterre y la batalla del Cabo de San Vicente, en la que, gracias a su visión militar, consiguió salvar el buque insignia español, el Santísima Trinidad, cuando su comandante José de Córdoba y Rojas "perdió los papeles", y por lo cual recibió la encomienda de la Orden de Santiago.

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Familia

Su familia tenía larga relación durante siglos y generaciones con la historia española, el Ejército y la Armada. Así, los orígenes más antiguos de la familia se remontan a unos antepasados que vivían en Burgos a comienzos del siglos XIII. Tras diversas generaciones, entre ellas las ligadas a la Reconquista en acciones guerreras con los diferentes reyes castellanos, y pasados los tiempos del Renacimiento y de los primeros Austrias, sabemos que ya hacia 1620 un antepasado de Antonio de Escaño, llamado Juan García de Cáceres y Marín, era regidor de Cartagena; un hijo suyo, llamado Juan García de Cáceres y Jara, poseyó la graduación de alférez mayor. A su vez, un hijo de ese alférez mayor, llamado Manuel García de Cáceres y Montemayor, nació en Cartagena en 1690 y fue capitán de infantería de las Galeras de España .

El propio padre de Antonio de Escaño, Martín de Escaño y Arismendi, fue capitán de infantería de las Reales Galeras (como el otro antepasado nombrado anteriormente), además de regidor de Cartagena. El abuelo de Escaño por parte materna sirvió como capitán de infantería. Escaño era el cuarto de seis hermanos, cinco varones y una hembra. El hermano mayor de Antonio, José, también fue regidor de Cartagena y sirvió en la Armada hasta el grado de brigadier. Otro de sus hermanos, Teodoro, fue capitán de navío. Y otro hermano, Joaquín, sirvió hasta el grado de teniente de navío.

Como se ve, todos los hermanos sirvieron a la Armada excepto uno, Martín, que no lo hizo porque murió joven. Su hermana Mariana casó con otro militar. Así que, aunque sea una perogrullada, hemos de afirmalo: la vinculación de Antonio de Escaño con el mar no le venía de casualidad.

Juventud

A la edad de 14 años sentó plaza de guardiamarina en Cádiz y terminados sus estudios embarcó en su primer destino, el navío Terrible (dos puentes y 74 cañones), en el cual ya empezó a distinguirse por su valor y destreza. Fue trasladado a los jabeques que bajo el mando de Antonio Barceló combatían a los piratas argelinos del Mediterráneo. Por su valor demostrado y los servicios prestados en estos jabeques fue habilitado a oficial en febrero de 1770 a la edad de 17 años.

Como Alférez de Fragata embarcó en el navío Vencedor (otro dos puentes). Nuevamente fue destinado a los jabeques durante un tiempo, tras el cual pasó a la fragata Santa Clara y después al navío Astuto (buque más antiguo, de 60 cañones).

En abril de 1774, con sólo 21 años, es ascendido a Alférez de Navío, navegando hasta Montevideo y Buenos Aires, desempeñando en tierra los destinos de Ayudante de Artillería, Subteniente de Batallón de Marina y Teniente de Batallón de Marina. De esta estancia americana se cuenta la anécdota de que resultó herido grave por coces de un caballo al tratar de defender a una dama.

Al regresar a España supo que había sido ascendido a Teniente de Fragata y se instaló en Cartagena para acabar de reponerse mientras se dedicaba al estudio de la historia y de los códigos militares. Tan pronto estuvo en condiciones de regresar al servicio activo, y ya como Teniente de Navío a la edad de 25 años, fue destinado a la escuadra de Luis de Córdoba y después de encargársele el detall para el armamento del navío San Nicolás (dos puentes y 80 cañones) su comandante le recomendó para ayudante de la Mayoría, empezando así a poner en práctica los conocimientos adquiridos por los estudios realizados durante su estancia en Cartagena para reponerse de su enfermedad.

Tras variadas singladuras, finalmente llegó a servir con el que sería su gran maestro, José de Mazarredo, otro de los más grandes marinos que ha tenido la Armada. Mazarredo se dio cuenta muy pronto de la valía y la capacidad de su ayudante, con el que formaría el mejor tándem posible que se podía imaginar. Ambos deseaban formar la mejor escuadra del momento y la destreza, valor y pericia demostrada por estos marinos fue reconocida por franceses y británicos. Así, en el combate del Cabo Espartel (20 de octubre de 1782) y participando en la escuadra de Luis de Córdoba, los británicos se admiraron de la pronta formación de la línea de combate, de la rápida colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y del cierre de distancia de la retaguardia al grueso. Mazarredo decía que la razón del éxito era la prontitud y acierto con que Escaño hizo obedecer sus órdenes.

A los 29 años, Antonio de Escaño fue ascendido a Capitán de Fragata y le dieron el mando de una división compuesta por una fragata, dos bergantines y dos balandras, navegando esta división por el Mediterráneo. Un año después fue nombrado ayudante del Subinspector del Arsenal de Cartagena, donde aumentó sus conocimientos de construcción de buques, carenados, armamentos y administración de almacenes. Posteriormente mandó la fragata Casilda donde luchó nuevamente contra piratas berberiscos como años atrás.

Tras ello, pasó a formar parte de la comisión que, bajo el mando de Mazarredo, era la encargada de realizar el estudio comparativo de construcciones navales, entre los que estaba un nuevo diseño de un tal Romero Landa. Mazarredo estaba al mando del navío San Idelfonso, realizando una campaña de pruebas entre este navío y el San Juan Nepomuceno, así como de las fragatas Brígida y Casilda .

Da idea del carácter firme, entero, fiel y disciplinado de Escaño este detalle ocurrido durante las pruebas: con la intención de comparar la ligereza de los barcos, ordenó Mazarredo, embarcado en el navío, que se largase toda la vela; arreció el viento, el navío aguantó perfectamente y partió a toda velocidad, pero no le ocurrió lo mismo a la fragata, comandada por Escaño, que escoró peligrosamente y estuvo a punto de zozobrar. Ante el temor generalizado de que la fragata fuese vencida por el viento, todos pidieron a Escaño que cortase la vela. Pero Escaño, con templanza, respondió: Al general le toca mandarlo; él lo ha dispuesto y nos mira. Continuó hasta que se rindió el mastelero mayor, terminando la prueba con esta avería, adrizándose automáticamente el buque.

Tras las pruebas, Mazarredo pasó a iniciar unas reformas de las Ordenanzas y pidió como auxiliar a Escaño. Este imaginó lo larga y pesada que habría de ser la permanencia en la Corte, así que empezó a frecuentar centros de cultura, cursando estudios de Historia Antigua y Moderna, Química y Botánica durante el tiempo en que no trabajaba en la redacción de la nueva Ordenanza.

Campaña del Rosellón

Terminado el trabajo con las Ordenanzas a mediados de 1793, y declarada la guerra con Francia, se le otorgó a Escaño el mando del navío San Fulgencio. Este era un navío de dos puentes y 64 cañones diseñado por Romero Landa y que habiendo sido botado 1787 estaba a la espera de ser dotado y armado; para poner su navío en condiciones, Escaño tuvo que luchar mucho en Cartagena por la falta de materiales y armamento en su Arsenal, e igualmente tuvo que esforzarse en dotar el barco, aunque esto último lo tuvo que hacer malamente pues mucha gente procedía de levas forzosas. Sus grandes cualidades como marino al mando del San Fulgencio nos las describe el libro Elogio Histórico de Antonio de Escaño.

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Casco del navío San Fulgencio
Museo Naval de Madrid

Con el San Fungencio participó en la campaña del Rosellón. Consiguió reforzar la dotación con parte de los veteranos de los jabeques. El navío sufrió un violento temporal en el Golfo de León y Escaño sufrió una fuerte contusión.

Estuvo en Tolón (ciudad francesa que estaba en poder de la alianza anglo-española y que fue sitiada y bombardeada por el entonces joven oficial Napoleón Bonaparte), integrado en la escuadra de Lángara. Allí realizó con presteza diversas acciones a él encomendadas. Una de ellas consistíó en salir en comisión urgente para Génova en busca de trigo para abastecer a la necesitada población. Zarpó a pesar del fuerte temporal que se avecinaba. Este temporal mató al capellán del barco. A Escaño le hizo caer en el alcázar y lo arrastró por un chillerón de municiones. El segundo comandante del barco, ante la perspectiva de un fatal desenlace, decidió entrar en San Eustaquio, pero Escaño, aún malherido, ordenó que lo llevasen a cubierta y vio que el fondeadero no era de confianza, así que ordenó dar la vela y que pasasen rascando la restinga de Oristan. Cuando acudieron a él para hacerle ver el peligro dijo sonriendo: En semejantes cartas (se refiere a las cartas de navegación) se sitúan los bajos más afuera, porque sus autores quieren dar resguardo a su pereza en practicar los medios de construirla con exactitud; sigamos navegando. Finalmente llegó tras grandes dificultades a Caller (Cerdeña) para obtener el trigo requerido (20.000 fanegas) .

Cuando vio que no eran eficaces los emisarios se presentó ante el virrey, para lo que fue llevado en camilla porque su estado no le permitía moverse. Ante el espectáculo de un comandante pidiendo con tales argumentos y en tal situación, no resistió más el virrey y el trigo fue embarcado. De vuelta a Tolón, se le ordenó recorrer las líneas de defensa dando un informe detallado, aún sin haberse repuesto de sus lesiones. El informe no gustó por lo poco prometedor de éxitos, pues Escaño consideraba que Tolón era indefendible, y se le ordenó llevar el trigo a Mahón. En este puerto alistó socorros para la llegada de los buques de Tolón cuya retirada había asegurado y previsto en su informe, cosa que no tardó en suceder, porque al empezar 1794 llegó a Menorca la escuadra con los fugitivos de Tolón.

Ascendido a brigadier, se le confió el mando del navío San Idelfonso. Llevó emigrados a Cartagena y Liorna, donde el Gobernador se negó a aceptar a los refugiados, pero que finalmente fueron admitidos gracias a la tenacidad de Escaño. El embajador español en Roma dijo de él: El comandante del navío San Idelfonso es una cabeza privilegiada; marino que no tiene nada que envidiar al más engreído británico.

Enfermo, regresó a España.

Una vez repuesto, en febrero de 1796 a la edad de 43 años tomó posesión de la mayoría general de la escuadra de Mazarredo, quien poco después fue nombrado jefe de la escuadra del Mediterráneo. Escaño expuso a Mazarredo el mal estado de los buques y este lo elevó al Gobierno, el cual, para variar, y como en tantas ocasiones en la historia española, no hizo ni puñetero caso al informe.

Se nombró un nuevo ministro, Pedro Varela, el cual pidió nuevos informes y Mazarredo, dándose cuenta de que los nuevos informes los quería este ministro para acusar al anterior, se limitó a decir que los informes eran los que ya se habían dado antes. Esto le costó el puesto a Mazarredo, pues Varela lo acusó de ser partidario del ministro anterior defenestrado, y a Escaño lo envió a tierra, al Departamento de Cartagena (es de suponer que a Pedro Varela se quedó le muy a gusto el cuerpo). Allí se entregó nuevamente al estudio y a la confección del Diccionario de Marina, que redactó en unión de Cosme Churruca.

Combate Cabo de San Vicente

Al empezar el año 1797 se le confió a Escaño el mando del navío Príncipe de Asturias (tres puentes y 112 cañones) y con él asistió el 14 de febrero al combate del Cabo de San Vicente. La flota española en esta ocasión estaba compuesta de tres escuadras (vanguardia, centro y retaguardia) y el Príncipe de Asturias fue destinado a retaguardia. Designado el teniente general Juan Joaquín Moreno como jefe del grupo de buques que componían la retaguardia, este enarboló su insignia en el navío comandado por el brigadier Escaño. El jefe de toda la flota, José de Córdova y Ramos, iba embarcado en el grupo del centro en el navío Santísima Trinidad.

Como es sabido, esta batalla acabó en derrota ante la flota británica comandada por John Jervis, en la cual uno de sus navíos era el HMS Captain al mando del entonces comodoro Horatio Nelson.

No se pretende aquí detallar lo ocurrido en el combate pero sí hacer un breve resumen para comprender el valor de la actuación del navío de Escaño en este combate. En San Vicente acontecieron una serie de causas desgraciadas unidas a un combate en el cual algunos de los oficiales españoles no supieron estar a la altura de lo que se esperaba de ellos. Pero otros sí .

El jefe de la flota española había destinado una serie de navíos a vigilancia y observación; se produjo una dispersión de la retaguardia y de algunos navíos del centro. En este centro no estaba formada una línea de batalla, sino un agrupamiento de navíos que navegaban conjuntamente con la vanguardia. Al iniciarse el combate el Príncipe de Asturias se encontraba a tiro y medio de cañón del navío almirante, hacia el ENE (este-noreste), muy sotaventado y alejado de su propia división, existiendo un gran hueco entre este navío de retaguardia y el último navío del grupo del centro.

Apareció la flota británica bien formada en hilera y en dirección aproximadamente perpendicular a la línea que todavía debía formar la flota española, dirigiendo sus proas justo al hueco existente entre el centro de la flota española y el Príncipe de Asturias para, llegado el momento adecuado, virar hacia el centro, dejando así aislados a todos los navíos de la retaguardia española.

Córdova ordenó formar pronta línea de combate sin sujeción a puestos ciñendo el viento por babor. Esta orden es la más discutible de Córdova y la que ha dado lugar a especulaciones sobre cuál era la orden que debía haber dado. Su decisión no le acercaba a la retaguardia, que quedaría aislada. Allí, alejado, estaba el Príncipe de Asturias. Este se encontró a la cabeza de una retaguardia sin formar, en un grupo muy disperso que iba a ser aislado del grueso de la flota española. Y estaba prácticamente solo. En estas circunstancias podía: 1) virar tratando de escapar de un combate desigual, combatiendo de lejos, pues los británicos le iban a caer en fila uno detrás de otro -15 navíos- mientras se dirigían al punto de virada para atacar el centro español, ó 2) acercarse y combatir a esta línea enemiga tratando de evitar el desastre que se intuía.

Escaño dio pruebas aquí de su pericia marinera y su valor: siempre fiel y disciplinado, maniobró y atacó en solitario a nada menos que la tercera parte de toda la escuadra británica , que empezaba a virar. Intentó cortar la línea británica y frenó hasta donde le fue posible a los navíos enemigos. Con esta oportuna y atrevida maniobra, emprendida en un momento crítico de los británicos, contuvo todo lo que pudo a la fuerza contraria que se dirigía a combatir el centro español. Así contribuyó, luchando contra toda una fila de navíos británicos, a salvar con su hábil y arrojada resolución los navíos Santísima Trinidad y Soberano que, sin su maniobra, se hubieran encontrado sin defensa .

En su empeño, Escaño pudo contar con la ayuda del navío Conde de Regla, que llegó para apoyarle. Aún así, el Santísima Trinidad tuvo grandes dificultades y se salvó por la decidida actuación de otro navío, el Infante Don Pelayo, que lo rescató "in extremis" de los británicos cuando el buque insignia español iba a ser abordado.

Sin ninguna duda, el Príncipe de Asturias se portó con gran eficacia en el combate. En el posterior consejo de guerra donde Córdova tuvo que dar sus explicaciones, nadie habló de Escaño si no era para alabar su conducta y reconocer que su buque se había batido de manera extraordinaria.

Vuelto a designar Mazarredo como jefe de la escuadra, este, como siempre, consiguió que Escaño fuese su mayor y tuviese el mando del navío Concepción. Y Escaño, como siempre, se impuso la tarea de hacer de su navío un modelo, como había hecho con sus buques anteriores. Paralelamente, se dedicó a reorganizar la escuadra y alistó embarcaciones con las que Mazarredo defendió Cádiz, que había sido bloqueado por los británicos. Se rechazaron ataques y después de dos años se consiguió hacer fracasar a los británicos, que abandonaron el bloqueo.

Navegando hacia Mahón una escuadra española, sufrió un violento temporal que le obligó a entrar en Cartagena y realizar reparaciones en el tiempo record de un mes gracias en gran parte a la tenacidad de Escaño, que no abandonaba el alcázar de su navío.

Al firmarse la paz de Amiens, y tomando Gravina el mando de la escuadra, se le ordenó a Escaño regresar a Cádiz. Muy a su pesar, y como consecuencia de la paz firmada, se entregaron a Francia dos hermosos navíos, el Conquistador y el Infante Don Pelayo, elegidos por los franceses.

La escuadra del Mediterráneo pasó al mando de Grandallana, que quedó muy sorprendido cuando un día Gravina le llevó en presencia del rey para decirle al monarca: Señor, me creo obligado a hacer presente a un rey justo la injusticia que se ha cometido con el primer oficial de la marina española, postergándolo en una promoción que acaba de publicarse; y sin nombrarlo, Vuestra Majestad y su ministro conocerán hablo del brigadier Escaño, tan digno de ceñir la faja, por lo que postrado a los reales pies no pido gracia sino justicia.

Dos días después, el 5 de octubre de 1802, Escaño era promovido a jefe de escuadra, con mando en el Departamento de El Ferrol, a los 49 años de edad .

Guerra contra Gran Bretaña y la Batalla de Trafalgar

Declarada de nuevo la guerra en 1804, pidió entrar en combate. El Gobierno le nombró mayor general de la escuadra a las órdenes de Gravina, que había exigido su nombramiento, pues sabía a quién pedía a su lado.

Navegó en el navío Argonauta. Los barcos españoles se unieron a la flota francesa que mandaba Villeneuve en la campaña napoleónica que acabaría en Trafalgar. Navegaron hasta las Antillas siguiendo un plan para distraer a la flota británica y cuando Villeneuve se enteró de que Nelson (que les había seguido picando el anzuelo) rondaba cerca dio vela y regresaron a Europa, hacia el Canal de La Mancha.

Siguiendo el plan maquinado por Napoleón para invadir Gran Bretaña, se dirigieron hacia El Ferrol con la intención de ir después hacia Brest, y en esas circunstancias se encontraron el 22 de julio de 1805, cerca del cabo Finisterre, con la escuadra británica del vicealmirante Calder. En esta batalla naval, debido a la sorpresa de encontrar una flota británica, a las indecisiones y falta de iniciativa de Villeneuve, Napoleón perdió casi toda posibilidad de llevar a cabo su plan.

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El Argonauta, magnífico navío de dos puentes y 80 cañones, insignia de Gravina al que secundaba Escaño.

El resultado del combate del Cabo Finisterre es incierto a pesar de la pérdida de dos navíos españoles, el Firme y el San Rafael (dos puentes con 74 y 80 cañones respectivamente), pero demostró falta de decisión de Villeneuve. A resultas de la actuación francesa, se decidió posteriormente que los barcos de las dos naciones aliadas fueran mezclados en lo sucesivo para evitar lo ocurrido en Finisterre: la mitad de los franceses no hizo un solo disparo y los barcos españoles tuvieron que llevar todo el peso de la batalla navegando y combatiendo en vanguardia. El navío que iba en vanguardia a la cabeza de la línea española y al que seguían los demás era el Argonauta. Villeneuve echó la culpa de todos los males a los españoles pero cuando Napoleón se enteró de lo ocurrido exclamó: ¿De qué se queja Villeneuve? En Finisterre los españoles se han batido como leones.

Tras fondear en tierras gallegas, Villeneuve ordenó dirigirse a Cádiz donde, ante el bloqueo del puerto por los británicos, se produjo la tormentosa reunión en el Bucentaure de Villeneuve, a la que asistió Escaño. Posteriormente, la flota francoespañola zarpó de Cádiz hacia Trafalgar. El orden de batalla lo redactó Escaño el 1 de octubre de 1805. Escaño embarcaba en el Príncipe de Asturias, insignia de Gravina, destinado a la escuadra de vanguardia.

Embarcados en el Príncipe de Asturias y ante el desastre que se avecinaba, Gravina estrechó la mano de Escaño y le dijo cariñosamente: Pelear hasta morir. Escaño le contestó con una sonrisa y ordenó arribar, presentando al enemigo toda la banda con que se rompe el fuego.

El principal objetivo de la columna de Collingwood era el apresamiento del buque del general Gravina. Pero no era tarea sencilla. Los británicos sabían que el Príncipe de Asturias no era un enemigo fácil. Es opinión extendida que de haber sido Gravina el jefe de la flota ello no hubiera garantizado una derrota británica en Trafalgar y probablemente también hubieran ganado la batalla los británicos, pero las cosas seguro que hubieran sido distintas.

Los británicos atacaron en manada. El Príncipe de Asturias tuvo que luchar con el HMS Defiance y el HMS Revenge. Al HMS Revenge (dos puentes, 74 cañones) le descerrajó una andanada tan terrible que el buque británico no pudo ni responder. Al HMS Defiance (dos puentes, 74 cañones) lo dejó desarbolado de un palo y varias vergas tras un intenso cañoneo, hasta que se vio obligado a dejar su puesto a otro navío británico mientras salía del combate a intentar reponerse. Entonces entró en acción el HMS Prince (tres puentes, 98 cañones) y después el HMS Dreadnoght (tres puentes, 98 cañones), poniendo las cosas muy difíciles a Gravina, que es herido gravemente (murió meses después a resultas de la herida del combate) y dijo a Escaño: Continuar sin descanso la pelea. Tomó Escaño el mando del navío y, como siempre, hizo cumplir la orden de su general. Recibió Escaño un balazo en una pierna que le obligó a sentarse pero no dejó el mando ni dejó de atender a todo. Perdió mucha sangre, tanta que decían que le desbordaba la bota, pero dijo: No es nada. Cayó desmayado.

Hecha una primera cura y recobrada la consciencia, ordenó que le subieran de nuevo al alcázar, donde volvió a desmayarse. El Príncipe de Asturias salió de la encerrona con la sacrificada ayuda del navío San Idelfonso, que fue capturado finalmente. Escaño, nuevamente recuperado, tuvo fuerzas para organizar el reagrupamiento y retirada de los buques que aún podían navegar, pues Gravina había ordenado que le siguieran. Los buques que pudieron hacerlo, españoles y franceses, fueron a Cádiz con el Príncipe de Asturias, que navegó con grandes averías remolcado por la fragata Thémis. Escaño aún organizó la salida de Cádiz de los buques de represa, procurando salvar las reliquias de la escuadra en medio de un violento temporal.

Al estar gravemente herido su superior, Escaño fue el encargado de comunicar el desastre a Godoy, ministro del rey Carlos IV.

El 9 de noviembre de 1805 fue ascendido a teniente general. El 20 de enero de 1806 fue nombrado Ministro del Almirantazgo. Gravina, antes de morir el 9 de marzo de 1806 en brazos de Escaño, pronunció estas palabras: Mi bastón de mando, aquel que nunca se ha separado de mi lado, se entregará en cuanto fallezca al dignísimo general Escaño, como prueba de haberlo empuñado bajo mi nombre.

Un año después, el 15 de marzo de 1807, Escaño era recibido como académico de la Historia.Tenía 54 años.

Guerra de la Independencia

Con la chispa del 2 de mayo de 1808 se extendieron por la península los levantamientos contra los franceses mientras la familia real estaba en Francia produciéndose un vacío de poder a la par que un entusiasmo generalizado iniciándose la Guerra de la Indendencia. Pero es necesario puntualizar: no todos los españoles se levantaron, hubo españoles que aceptaron y colaboraron con el gobierno de José Bonaparte. Los alzados contra Francia los llamaban afrancesados .

En este panorama, Escaño se resistió a los deseos del que había sido su gran maestro y amigo Mazarredo, que era jefe de la marina del rey José Bonaparte, rechazando los cargos que le ofrecía el gobierno que él consideraba intruso.

Cuando Madrid fue abandonado por los franceses, la Junta Central le nombró Ministro de Marina y en este cargo sus labores fundamentales fueron organizar las defensas navales para la seguridad de los puertos y costas, disponer la apertura de los arsenales de la marina para socorrer a los ejércitos de tierra y organizar salidas de navíos y fragatas para traer caudales de América. Asímismo, organizó Escaño nuevos batallones y brigadas de marinos al mando de jefes de la Armada, como los ya existentes, y esos cuerpos de marinos en tierra ayudaron en las batallas de Ciudad Real, Talavera, San Marcial y otras.

Poco más se podía hacer en los críticos tiempos de la ocupación francesa, con una Hacienda en bancarrota y en tiempos de postración de la marina. Gran Bretaña, antes feroz enemiga, era ahora nación aliada de España en su lucha contra Napoleón, de manera que los barcos británicos se encargaron de proteger el comercio que antes atacaban.

Es triste pensar que Escaño tomase la riendas de la Armada en unos días en que poco se podía hacer con ella. Él, tanto tiempo dedicado al estudio de temas navales e históricos, al trabajo metódico, que siempre fue disciplinado segundo del mando, hombre leal que gracias a su eficaz trabajo permite brillar a sus superiores aunque estos fuesen de menos méritos y talento, fiel segundo del general en quien este siempre podía confiar, marino que no tenía una sola tacha en su hoja de servicios y se había mostrado siempre sensato, instruído, culto, profesional y hombre de honor, marino de prestigio que exigieron tener a su lado Mazarredo y Gravina, se encontraba ahora al frente de una Armada sin recursos, sin caudales, sin la suficienter dotación, sin los necesarios suministros, con la que poco pudo hacer. Triste, muy triste. Si aceptó el cargo probablemente lo hizo porque no había en esos días muchos marinos de su alta reputación así como por su sentido del honor y del deber que en esos críticos momentos de la Guerra de la Independencia le impulsaban a prestarse siempre al servicio.

A pesar de todo, quiso la Junta Central recompensar su trabajo como ministro de Marina y le nombró virrey y capitán general de Buenos Aires, pero esta vez Escaño se negó a aceptar el cargo, poniéndose a disposición del servicio que la Junta ordenase. La Junta lo ratificó en el Ministerio.

Fue nombrado miembro del Consejo de Regencia que reemplazó a la Junta Central, disuelta poco después de la batalla de Ocaña. El conde de Toreno dice de él: En el Consejo de Regencia atendía exclusivamente a su ramo, que era el de Marina, Don Antonio de Escaño, inteligente y práctico en esta materia y de buena índole. Esta Regencia fue la que convocó e instaló las Cortes, que a la vuelta de tantos años de un silencio sepulcral resucitan para dar nueva vida pública a la nación. Las Cortes reunidas en Cádiz proclamaron la primera Constitución Española en 1812, que pronto fue popularmente conocida como la Pepa.

Escaño debía figurar entre los más honrados de entre los gobernantes: al tratar de los informes reservados, que sobre la conducta de los oficiales de marina se remitían anualmente a la autoridad superior, rechazaba este sistema con pundonorosa indignación, diciendo: Este sistema es un manantial fecundo de personalidades y de injusticia; un refinamiento del despotismo y de la tiranía; debe desaparecer para siempre de entre nosotros y se debe excogitar otro medio, para saber el mérito de los oficiales, sin ofender los derechos del hombre.

Según el conde de Toreno, Si el general Escaño, tenía apego a todo lo antiguo, también sabía levantar su autorizada voz contra las practicas más antiguas de la delación anónima y de los informes, tenebrosos e inquisitoriales con mengua de los derechos del hombre.

Después, los regentes cayeron en desgracia de estas mismas Cortes que habían convocado y fueron desterrados; a Escaño lo desterraron a Murcia, pero esta disposición se aplazó indefinidamente. Continuó en Cádiz siguiendo de cerca el desarrollo de los acontecimientos.

Todo mi consuelo y esperanza --decía-- son las Cortes de quien he sufrido tanto desdén...

Final

Se encontraba envejecido y cansado y, creyendo que estaba próximo su fin, otorgó testamento, legando a sus herederos una hoja de servicio sin tacha; su rica colección de instrumentos náuticos fue repartida entre personas que los apreciasen y usasen.

A la vuelta de Fernando VII llamado El Deseado (diciembre de 1813), rey felón, fue nombrado comandante general del Departamento de Cartagena, destino del que no llegó a tomar posesión (el nombramiento llegó a Cádiz tras su fin) .

El día 11 de julio de 1814, después de emplear la mañana en la lectura y dar un corto paseo, regresó a su casa y sentado a la mesa para almorzar, murió de un ataque de apoplejía.

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Escaño y Garcia Garro de Caceres, Antonio de Biografia - Todoavante.es
 
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37) Machín de Rentería, el hombre que derrotó a Barbarroja

Natural de Rentería, Martín de Rentería Uranzu, fue un valeroso capitán cuyos méritos excepcionales, por sus brillantes hechos de armas, le colocan entre las figuras más notables de Guipúzcoa.

Con Juan de Lazcano, fue Rentería de los primeros que pusieron en uso la protección del casco de las naves, siendo el referido artefacto sacas de lana dando su empleo sorprendentes resultados por permitir esta defensa de la nave acercare con gran seguridad a los bajeles enemigos. Hazaña que hizo Machin en varias ocasiones, dispersando él con una sola nao muchas de los contrarios que le acosaban violentamente.

La defensa de Bugía

En 1515, Aruch Barbarroja atacaba Bugía, quemando sus naves como hizo Hernán Cortés y sitiando la plaza. Martín de Rentería, que se encontraba estacionado en Argel con cinco naos vizcaínas, acudió en ayuda de la plaza, en la defensa de Bugía. Su acción permitió la llegada de auxilios de Mallorca, Valencia y Cerdeña. Efectuó desembarcos con su gente de mar, atacando los flancos de los sitiadores, clavándoles la artillería y, finalmente, tras la fin de Xaca Barbarroja (hermano de Aruch), los turcos y berberiscos se ven obligados a retirarse hacia el interior.

En 1518, luchó contra el corsario Cachidiablo, por cuya señalada acción se le concedió el uso de escudo de armas en las que figuran su galeón atacado por cinco galeras, siete galeones, cinco fustas y un bergantín, aludiendo al heroico comportamiento de haber luchado contra todas estas naos a las cuales hizo huir a pesar de haberle apiolado a casi toda su gente.

La nao de Machín de Rentería defendiéndose de 18 buques enemigos

En 1525, la nao de Machín se encontraba encalmada frente a las costas de Alicante. Una flota berberisca de 18 naves, entre galeras, galeotas y fustas, que estaba saqueando el litoral levantino, le ataca con su artillería. Martín soportó el fuego enemigo, sufriendo numerosas bajas, pero los berberiscos no se atrevieron a abordarle por el nutrido fuego con que les recibía cuando lo intentaban. Al anochecer, empezó a soplar una brisa que permitió a Martín alejarse de sus atacantes.

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El caso fue estudiado en los ambientes navales de la época, por la resistencia mostrada por la nao al no haberse hundido después de un ataque artillero de varias horas.

En 1526, luchó contra el bey de Argel, Barbarroja, así como contra los franceses en la defensa de Fuenterrabía en 1521 y 1523. Carlos V le concedió el título de general y el escudo de armas.

Cuando incendiaron en 1512, los franceses la villa de Rentería, la casa de Machin fue de las pocas que se salvaron, no así algunas propiedades suyas cuando el levantamiento de los Comuneros de Guipúzcoa, los cuales le quemaron un caserío por hallarse al servicio del Emperador.

En 1528, Martín de Rentería abordó al corsario francés Juan Florín en el cabo de San Vicente, prendiéndole con toda su gente siendo ajusticiado tan terrible pirata.

En 1534, el Emperador ordenó a Martin de Rentería preparar en la costa de Guipúzcoa y Vizcaya una Armada de veinte zabras, de la que fue capitán principal, para acudir con ellas con la mayor presteza posible a unirse con otra armada para la defensa de la costa contra las incursiones de Barbarroja.

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Machín de Rentería - Wikipedia, la enciclopedia libre

Patriotas Vascongados: Martín de Rentería
 
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Este hilo debería darse en colegios

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Solo Escocia y Francia pueden presumir de haber vertido más sangre inglesa que España.

Evitar una oleada turística nuestra es una de sus mayores hazañas militares.
 
38) Blas de Lezo, el almirante español cojo, manco y tuerto que venció a Inglaterra

Blas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, Guipúzcoa, 3 de febrero de 1689-Cartagena de Indias, Nueva Granada, 7 de septiembre de 1741) fue un almirante español —conocido por la singular estampa que le dieron sus numerosas heridas de guerra—, considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española y famoso por dirigir, junto con el virrey Sebastián de Eslava, la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio británico de 1741.

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Orígenes y principios de la carrera como marino

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Casa natal de Blas de Lezo en Pasajes de San Pedro, Guipúzcoa.

Blas de Lezo y Olavarrieta nació en el distrito de Pasajes de San Pedro (Guipúzcoa) —por entonces aún parte de San Sebastián— a principios de febrero de 1689 y fue bautizado en la iglesia de San Pedro de la misma localidad el día seis siguiente.​ Hijo de Pedro de Lezo y Agustina Olavarrieta, pertenecía a una familia con ilustres marinos entre sus antepasados, en un pueblo dedicado, prácticamente en exclusiva, a la mar. Era el tercer hijo del matrimonio, que tuvo ocho, de los que no todos sobrevivieron a la infancia. Sus padres pertenecían a la pequeña nobleza local, acomodada, y De Lezo contaba con algunos antepasados importantes: su tatarabuelo había sido regidor de la villa a comienzos de siglo, otro había sido obispo de Perú el siglo anterior, y su abuelo había sido capitán y dueño de un galeón. El mayorazgo le privaba prácticamente de heredar bienes, así que optó por emprender la carrera militar, como marino.

Se educó en el Colegio de Francia, una institución educativa para niños de la baja nobleza de la zona donde recibió la instrucción básica. En aquel entonces la armada francesa era aliada de España en la Guerra de Sucesión, que acaba de empezar al morir Carlos II sin descendencia. Dado que Luis XIV deseaba el mayor intercambio posible de oficiales entre los ejércitos y escuadras de España y Francia, Lezo se embarcó, a sus doce años, en 1702, en la escuadra francesa —que, en la práctica, había absorbido a la española, en estado calamitoso—, enrolándose como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón, hijo de Luis XIV.

Guerra de Sucesión

La guerra enfrentaba a Felipe de Anjou, apoyado por Francia y nombrado heredero por el difunto rey español, con el archiduque Carlos de Austria, apoyado por Inglaterra, ya que esta última temía el poderío que alcanzarían los Borbones en el continente en caso de unirse las dos coronas, española y francesa.​ Para recuperar Gibraltar —tomado por las fuerzas anglo-holandesas— y desbloquear el acceso al Mediterráneo, franceses y españoles aprestaron una gran armada.​ La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido a ella algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada. Frente a Vélez-Málaga se produjo el 24 de agosto de 1704 la batalla naval más importante del conflicto. En dicho combate se enfrentaron 96 naves de guerra franco-españolas (51 navíos de línea, seis fragatas, ocho brulotes y doce galeras, que sumaban un total de 3577 cañones y 24 277 hombres) y la flota anglo-neerlandesa, mandada por el almirante Rooke y compuesta por 53 navíos de línea, seis fragatas, pataches y brulotes con un total de 3614 cañones y 22 543 hombres, dando como resultado al final de la contienda 1500 y 2719 bajas,​ respectivamente.

Blas de Lezo participó en aquella batalla batiéndose de manera ejemplar, hasta que, poco después de comenzar el combate, una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda, teniéndosela que amputar, sin anestesia, por debajo de la rodilla. Debido al valor demostrado tanto en aquel trance como en el propio combate, fue ascendido en 1704 a alférez de bajel de alto bordo por Luis XIV, al que el comandante francés había notificado la bizarría de Lezo. Felipe V le otorgó también una merced de hábito, que conllevaba una serie de privilegios similares a los de la baja aristocracia.

Se le ofreció ser asistente de cámara de la Corte de Felipe V. Rechazó este cargo y, una vez recuperado de la pérdida de la pierna, siguió su servicio a bordo de diferentes buques, tomando parte en las operaciones que tuvieron lugar para socorrer las plazas de Peñíscola y Palermo; en el ataque al navío inglés Resolution de setenta cañones en la costa genovesa, que terminó con la quema de este; así como en el apresamiento posterior de dos navíos enemigos en el Mediterráneo occidental, que fueron conducidos a Pasajes y Bayona, todo ello en 1705.​ El mando de las presas se otorgaba como premio a los oficiales que se habían distinguido en el servicio, como debió de hacer Lezo en los combates de ese año.

Evidentemente necesitó una larga recuperación y rechazó estar en la Corte, pues ambicionaba conocer las artes marineras y convertirse en un gran comandante.

Pero enseguida es requerido por sus superiores y en 1706 se le ordenó abastecer a los sitiadores de Barcelona al mando de una pequeña flotilla, parte de la armada que con este fin mandaba un almirante francés. Realizó brillantemente su cometido, escapando una y otra vez de las naves enemigas y facilitando el aprovisionamiento del ejército del mariscal de Tessé. Para ello deja flotando y ardiendo trabajo manual húmeda con el fin de crear una densa nube de humo que ocultase los navíos españoles, pero además carga «sus cañones con unos casquetes de armazón delgada con material incendiario dentro, que, al ser disparados, prenden fuego a los buques británicos».​ Los británicos se ven impotentes ante tal despliegue de ingenio.

Posteriormente se le destacó a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón, donde participó en la defensa de la base naval francesa de la acometida de la flota del príncipe Eugenio de Saboya.​ En esta acción y tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla le reventó el ojo izquierdo.

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Fragata de Blas de Lezo remolcando el buque británico Stanhope. Se supone que la captura tuvo lugar durante la época en la que estuvo destinado en Rochefort, pero no hay documentación que confirme el apresamiento.

Tras una breve convalecencia fue destinado al puerto de Rochefort, en la costa atlántica francesa, donde le ascendieron a teniente de Guardacostas en 1707.​ Tres años más tarde le ascendieron nuevamente a capitán de fragata. Se afirma, aunque no hay documentación que respalde esta aseveración, que durante su destino en Rochefort rindió once barcos enemigos, el menor de ellos de veinte piezas.​ Por estas fechas se supone que tuvo lugar el combate con el Stanhope (de setenta cañones) mandado por John Combs. Se mantuvo un cañoneo mutuo hasta que las maniobras de Lezo dejaron al barco enemigo a distancia de abordaje, momento en el que ordenó lanzaran los garfios para llevarlo a cabo: «Cuando los ingleses vieron aquello, entraron en pánico».

El abordaje de los españoles era una maniobra ofensiva que los ingleses temían particularmente; los navíos españoles cañoneaban de cerca, tras lo cual lanzaban garfios y abordaban el navío contrario, buscando el cuerpo a cuerpo, hasta la rendición del enemigo. De este modo, con tripulaciones muy inferiores en número, los navíos españoles lograban apresar otros con mucha mayor dotación y porte. Blas de Lezo se cubrió de gloria en dicho enfrentamiento, en el que incluso fue herido, siendo ascendido a capitán de fragata.

En 1712, separadas nuevamente las Armadas francesa y española, pasó a servir a las órdenes de Andrés de Pes. Aunque se desconoce en qué acciones participó, se sabe que lo hizo con distinción por los informes favorables de Pes, que permitieron a Lezo ascender a capitán de navío algunos meses después de abandonar el servicio de este.

Posteriormente participó en el asedio de Barcelona al mando del Campanella, buque de setenta cañones de origen genovés, con el que estorbó el abastecimiento de la ciudad y la bombardeó.​ Durante el bloqueo y muy probablemente en una de las varias operaciones navales que acaecieron durante ese periodo, recibió un balazo en el antebrazo derecho, que quedó sin movilidad hasta el fin de sus días. De esta manera, con tan solo veintiséis años, el joven Blas de Lezo era ya tuerto, manco y cojo. Pocos días después, participó al mando del Nuestra Señora de Begoña en la fallida escolta de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, a España; la reina, después de unas horas en el mar, decidió abandonar la flota y viajar por tierra.

A continuación, el navío de Lezo formó parte de la flota enviada a conquistar Mallorca, aún leal al pretendiente austriaco al trono, que se rindió sin resistencia al arribar a Alcudia la flota con veinticinco mil soldados el 15 de junio de 1715.

El Caribe y el Pacífico

Terminada la Guerra de Sucesión, se le confió el buque Peibo del Primer Lanfranco, barco en calamitoso estado. Un año después, en 1716, partió hacia La Habana con la Flota de Galeones, con la misión habitual de escoltar a los barcos mercantes que viajaban a América y la especial de limpiar de naves corsarias las aguas de la región, que habían realizado algunas presas el año anterior. Cumplida la misión, Lezo regresó a Cádiz, donde en 1720 obtuvo el mando de un nuevo Lanfranco, de sesenta y dos cañones y también genovés, como su homónimo, conocido asimismo como León Franco y Nuestra Señora del Pilar.

Con este nuevo navío se integró en una escuadra hispano-francesa al mando de Jean Nicolas Martinet —francés al servicio de la Corona española— y Bartolomé de Urdizu —segundo de Martinet y capitán del único buque real que se unió a los que aportaban los corsarios franceses—, que partió en diciembre de 1716 a América con el cometido de limpiar de corsarios y piratas los llamados Mares del Sur, o lo que es lo mismo, las costas del Perú.​ La escuadra estaba compuesta por parte española por cuatro buques de guerra y una fragata y, por parte francesa, por dos navíos de línea.​ Tras diversos retrasos, el grueso de la flota alcanzó El Callao el 27 de septiembre de 1717. Urdizu y Lezo, sin embargo, tuvieron problemas para doblar el Cabo de Hornos y se retrasaron; alcanzaron El Callao finalmente en enero de 1720, cuando ya las autoridades del Perú habían devuelto a Europa a los franceses por las tensiones entre las dos partes.

Las primeras operaciones de los marinos españoles encargados de la reforma de la flota virreinal fueron contra los dos barcos, el Success (70) y el Speed Well (70) del corsario inglés John Clipperton, que logró evitar a la flota virreinal durante algún tiempo, pero tuvo finalmente que abandonar la zona. La flota pasó entonces a desempeñar labores de vigilancia y patrulla en la región, que acabaron por minar la salud de Urbizu. La mayor parte de las labores de patrulla, dada la mala salud de este, recayeron en Lezo.

Agotado Urbizu, lo sustituyó el 16 de febrero de 1723, Lezo, con el título de general de la Armada de Su Católica Majestad y jefe de la Escuadra del Mar del Sur, por entonces de escaso tamaño. Además del Lanfranco de Lezo, la formaban los navíos Conquistador y Triunfador y la fragata Peregrina.

En mayo de 1725, se casó con una limeña de la alta sociedad, Josefa Pacheco de Bustos y Solís, veinte años más joven; la boda la presidió el arzobispo de Lima, fray Diego Morcillo y Rubio de Auñón, que hasta el año anterior había sido virrey del Perú y había establecido buenas relaciones con Lezo.

Para reforzar la flota que mandaba, hizo reparar los navíos de línea con que contaba, desguazó y vendió la Peregrina, de cara recuperación y mal adaptada a las aguas de la región e hizo construir otros dos navíos. A principios de 1725 zarpó para combatir el corso y el contrabando de acuerdo a los bandos promulgados el año anterior por el nuevo virrey. Tras algunas semanas de patrulla, Lezo se topó con una escuadra holandesa de cinco barcos, que aventajaban a la suya en artillería. Sin arredrarse, la acometió; tras una denodada lucha logró derribar el palo mayor de la capitana y apresarla, y puso en fuga al resto de buques. Más tarde, atacó y se apoderó de una flota inglesa de seis barcos de guerra, de los que se quedó tres para la escuadra virreinal.

Estos éxitos y el crecimiento de la flota disuadieron a los enemigos y, paradójicamente, llevaron al enfrentamiento entre el virrey, marqués de Castelfuerte, que deseaba reducir la flota para ahorrar gastos una vez que la situación parecía controlada, y Lezo, que se oponía a ello. La relación entre ellos también había empeorado por el nombramiento nepotista del sobrino del virrey para el cargo de tesorero de los ingresos por comercio marítimo, que contravenía las disposiciones y del que Lezo se quejó. Mal avenido con el virrey, que trató de desacreditarle mediante una inspección —juicio de residencia— de su labor que no encontró falta en el desempeño del marino, disgustado por el desmantelamiento de la flota —el virrey prefirió armar corsarios que invertir en reforzar la flota— y con mala salud por la larga estancia en la región y las insalubres travesías, en septiembre de 1727 escribió al secretario de Marina, José Patiño para quejarse y solicitar su retiro. Patiño aceptó que dejase el mando de la escuadra del Perú y le llamó a España, pero no permitió que abandonase la Armada, consciente de su valía. El 13 de febrero de 1728, le relevó como jefe de la flota virreinal y le ordenó regresar a la península ibérica, pero Lezo, enfermo, no pudo hacerlo hasta el año siguiente; el 18 de agosto de 1730 arribó con su familia a Cádiz. Tras librarse de una epidemia de vómito neցro que aquejaba a la ciudad gracias a haberse inmunizado en América, acudió a Sevilla a visitar al rey, que ya mostraba signos de desequilibrio mental; la audiencia real tuvo lugar a finales de septiembre o principios de octubre.

En el Mediterráneo

Jefe de la Escuadra del Mediterráneo


Estuvo inactivo en Cádiz un año, hasta que el 3 de noviembre de 1731 se lo nombró jefe de la escuadra naval del Mediterráneo. Esta contaba con tres navíos de línea, entre ellos el Real Familia, de sesenta cañones y almiranta de Lezo. La escuadra tenía un papel fundamental en las ambiciones políticas del rey, que deseaba recuperar los territorios perdidos en la península itálica en los tratados de paz de la guerra de sucesión. En reconocimiento de sus servicios al rey, este le concedió en 1731 como estandarte para su capitana la bandera jovenlandesada con el escudo de armas de Felipe V, la Orden del Espíritu Santo —máxima condecoración francesa— y la Orden del Toisón de Oro —más alta condecoración española— alrededor y cuatro anclas en sus extremos.

Primeras misiones en Italia

Su primera misión fue participar en diciembre de ese año en la escolta del infante Carlos, que pasaba a Italia a adueñarse de los ducados de Parma, Toscana y Plasencia. Lezo mandaba una escuadra de veinticinco navíos, parte de una flota mayor en la que participaban los ingleses.

Al demorarse los genoveses en devolver los dos millones de pesos pertenecientes a la Hacienda española que se hallaban depositados en el Banco de San Jorge, Patiño ordenó a Lezo partir a la capital de la república para reclamarlos. Lezo ancló en aquel puerto con seis navíos y exigió un inaudito homenaje a la bandera real de España y la devolución inmediata del dinero. Sus seis buques apuntaban los cañones al palacio Doria, como amenaza al Senado de la ciudad. Mostrando el reloj de las guardias a los comisionados de la ciudad, que buscaban el modo de eludir la cuestión del pago, fijó un plazo, tras*currido el cual la escuadra rompería el fuego contra la ciudad.​ De los dos millones de pesos recibidos, medio millón fue entregado al infante don Carlos y el resto fue remitido a Alicante para sufragar los gastos de la expedición que se alistaba para la conquista de Orán.

Expedición a Orán

En junio de 1732, volvió de Cádiz a Alicante para sumarse a esta expedición. El objetivo de esta era recuperar la plaza, que había estado en manos españolas desde 1509 hasta 1709, cuando se había perdido durante la guerra de sucesión. Retomarla era una cuestión de prestigio para la Corona y un modo de demostrar el renovado poderío militar y naval español con la nueva dinastía.​ Lezo quedó como lugarteniente del capitán de la flota de la expedición, Francisco Cornejo, mientras que José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, mandaba las tropas de tierra. Lezo participó en la operación a bordo del Santiago, parte de la flota de doce navíos de guerra, dos fragatas, dos bombardas, siete galeras, dieciocho galeotas, doce barcos varios y más de quinientos tras*portes que componían la escuadra de la expedición.

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Desembarco de las tropas españolas de la expedición a Orán de 1732. De Lezo participó en la toma de la ciudad como lugarteniente del almirante que dirigía las fuerzas navales y meses más tarde tuvo que regresar para socorrerla del asedio de su antiguo señor.

El asedio de Orán comenzó el 29 de junio, con el desembarco de los veintiséis mil hombres de Montemar. Tras varios choques, se apoderaron de la plaza el 1 de julio. Sofocadas las últimas resistencias, que habían costado más bajas que la conquista de la ciudad, la expedición regresó a España el 1 de agosto, dejando una guarnición. El 2 de septiembre, Lezo estaba de vuelta en Cádiz

Cuando la expedición marchó creyendo cumplida su meta, Bey Hassan, señor de Orán hasta la reconquista española, logró reunir tropas, aliarse con el bey de Argel y sitiarla. Bombardeó el castillo de Mazalquivir y aplastó una salida de los defensores, en la que perecieron más de mil quinientos soldados y además murió el gobernador español, Álvaro Navia Osorio y Vigil. Este aristócrata fue el autor de "Reflexiones militares", libro de cabecera de Federico el Grande. Ante la desesperada situación de la plaza, el 13 de noviembre se ordenó a Lezo socorrerla. Este partió de inmediato con los barcos que estaban listos para realizar la travesía: dos navíos de línea, cinco menores y veinticinco tras*portes, que llevaban cinco mil soldados de refuerzo a la guarnición. Tras dos días de navegación alcanzó Orán, desbarató el acoso de las nueve galeras argelinas, que se retiraron al llegar la escuadra española y abasteció a la guarnición.

Decidido a acabar con la amenaza que suponía la flota argelina, decidió perseguirla. ​ En febrero de 1733 logró finalmente localizar la capitana de sesenta cañones, que se refugió en la bahía de Mostagán, defendida por dos castillos fortificados. Ello no arredró a Lezo, que entró en la bahía tras la nave argelina despreciando el fuego de los fuertes, logró poner en fuga una galeaza que surgió inesperadamente para auxiliar a la galera, abordarla, incendiarla y, a continuación, destruir los castillos. Retornó entonces primero a Orán y luego Barcelona, donde recogió cuatro regimientos de infantería que trasladó a África. Luego reanudó la patrulla de la zona, entre Tetuán y Túnez durante dos meses, hasta que una epidemia que se desató en la escuadra lo forzó a regresar a la ciudad de Cádiz.

Último periodo en Cádiz

Hasta 1737, mantuvo un continuo litigio con el virrey de Perú por el sueldo que se le adeudaba, que este se negó hasta entonces a pagarle, aduciendo falta de fondos. Lezo, empero, no pasó apuros económicos, tanto por la fortuna de su mujer como por los ingresos que obtuvo de diversos negocios, entre ellos el comercio en plata, oro y esclavos, que había realizado mediante un representante durante su estancia en el Perú. Parte de las ganancias las invertía en rentables pagarés y deuda; a pesar de sus continuos combates con los ingleses, mantuvo una cuenta en un banco londinense.

El 6 de junio de 1734 ascendió a teniente general de la Armada y se le nombró comandante general del Departamento de Cádiz. Tras realizar una visita a Madrid, dos años más tarde, en 1736, se le trasladó a El Puerto de Santa María como comandante general de los galeones, responsable de la seguridad del comercio tras*atlántico.​ Se dispuso a preparar la escuadra que escoltó a la última Armada de los Galeones de la carrera de Indias, la de 1737. Los preparativos se retrasaron tanto por las distintas dificultades —aprestar los buques de guerra, reclutar las tripulaciones, asegurar el matalotaje, etc.—, que Lezo suscitó el disgusto de Patiño, que le intimó que los acelerará. Cuando por fin la flota estuvo lista en noviembre de 1736, tuvo que esperar a que los barcos mercantes cargasen las mercancías y no pudo partir hasta el 3 de febrero de 1737. El convoy, formado por ocho mercantes, dos navíos de registro y los dos navíos de escolta de Lezo, realizó la travesía sin contratiempos y arribó a Cartagena de Indias.​ La familia de Lezo —por entonces, formada por su esposa y seis hijos, ya que uno había fallecido— permaneció en El Puerto de Santa María y no acompañó al marino a su nuevo destino en América.

De vuelta a América: Cartagena de Indias

Regresó a América con los navíos Fuerte y Conquistador en 1737 como comandante general de Cartagena de Indias, plaza que tuvo que defender de un sitio (1741) al que la había sometido el ataque del almirante inglés Edward Vernon. En los primeros años en Cartagena, Lezo se encargó de labores de guardacostas, que debían desbaratar el creciente contrabando, que acabó precipitando la nueva guerra con el Reino Unido. Con este mismo objetivo, creó junto con el gobernador de Cartagena una compañía de armadores de corso.​ El contrabando británico había crecido aprovechando las concesiones comerciales que el Reino Unido había obtenido en el Tratado de Utrecht: al comercio legal —quinientas toneladas ampliadas a mil en 1716—, se unieron pronto los contrabandistas, que amenazaban el comercio español y trataban de no pagar los derechos (impuestos) a la Corona. A pesar de la renuencia del Gobierno británico a enfrentarse a España y favorecer así su acercamiento a Francia, las quejas de los comerciantes afectados por las actividades de los guardacostas y el debilitamiento del gabinete de Horace Walpole acabaron por aumentar la tensión entre los dos países y condujeron finalmente a la guerra.

La justificación de los británicos para iniciar un conflicto con España -la llamada Guerra del Asiento- fue, entre otros muchos incidentes, el apresamiento de un barco mercante mandado por Robert Jenkins cerca de la costa de Florida en 1731. Juan de León Fandiño apresó el barco y supuestamente cortó la oreja de su capitán al tiempo que le decía: «Aquí está tu oreja: tómala y llévasela al rey de Inglaterra, para que sepa que aquí no se contrabandea». A la sazón, el tráfico de ultramar con la América española dufría los efectos de intenso comercio de contrabando en manos de holandeses y, fundamentalmente, británicos.

Rechazado en La Guaira el 22 de octubre de 1739, de la que había pensado apoderarse sin encontrar resistencia, Vernon conquistó la plaza de Portobelo (Panamá) en noviembre, y desafió a Lezo, a lo que el marino español contestó:

[...] puedo asegurar a V. E. que si me hubiera hallado en Portobelo para impedírselo, y si las cosas hubieran ido a mi satisfacción, aun para buscarle en cualquier otra parte, persuadiéndome que el ánimo que faltó a los de Portobelo, me hubiera sobrado para contener su cobardía [en referencia a los defensores del lugar, que la entregaron sin resistencia].

A continuación y de acuerdo al plan trazado, que los españoles conocían por los informes de un espía que trabajaba en Jamaica, Vernon se dirigió en marzo de 1741 contra Cartagena.​ Antes había realizado dos ataques exploratorios, con escasas fuerzas, en marzo y mayo de 1740, que Lezo rechazó.

La flota británica sumaba dos mil cañones dispuestos en casi ciento ochenta barcos, entre navíos de tres puentes (ocho), navíos de línea (veintiocho), fragatas (doce), bombardas (dos) y buques de tras*porte (ciento treinta), y en torno a treinta mil combatientes entre marinos (quince mil), soldados (nueve mil regulares y cuatro mil de las milicias norteamericanas) y esclavos neցros macheteros de Jamaica (cuatro mil). Las defensas de Cartagena incluían tres mil hombres entre tropa regular (unos mil setecientos ochenta), milicianos (quinientos), seiscientos indios flecheros traídos del interior, más la cuantiosa marinería y tropa de desembarco de los seis navíos de guerra de los que disponía la ciudad (ciento cincuenta hombres): el Galicia, que era la nave capitana, el San Felipe, el San Carlos, el África, el Dragón y el Conquistador.​ Tras tomar algunas de las defensas de la ciudad, el asalto británico al castillo San Felipe de Barajas, el último baluarte importante que la defendía, fracasó el 20 de abril; con gran parte de la tropa enferma, grandes bajas sufridas en los combates y la llegada de la época de lluvias, los británicos optaron por destruir las defensas a su alcance y abandonar el asedio.

Las pérdidas británicas fueron graves: unos cuatro mil quinientos muertos, seis barcos perdidos y entre diecisiete y veinte muy dañados.​ Estas últimas obligaron al Gobierno británico a concentrar sus fuerzas en las defensa de la metrópoli, el Atlántico septentrional y el Mediterráneo, y a desechar nuevas campañas en las colonias españolas en América. La derrota en Cartagena desbarató los planes británicos para la campaña y permitió que continuase el dominio español en la región durante varias décadas más.​ Los ingleses, que contaban con la victoria, se habían precipitado a acuñar monedas y medallas para celebrarla. Dichas medallas decían en su anverso: «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741» y «El orgullo español humillado por Vernon».

fin y castigo póstumo

El 4 de abril, el día que los británicos habían comenzado el bombardeo sistemático del castillo de San Luis de Bocachica, uno de los que protegía la ciudad, una bala de cañón había impactado en la mesa del Galicia en torno a la que estaban reunidos los mandos españoles en junta de guerra. Las astillas de la mesa hirieron en el muslo y en una mano a Lezo; la infección de estas heridas le acabó causando la fin. La mala relación entre Lezo y el virrey Sebastián de Eslava, jefe de la plaza y responsable de su defensa, se agudizó una vez levantado el cerco británico.​ El primero había abogado constantemente por adoptar medidas más ofensivas y por acosar al enemigo, mientras que el segundo había mantenido una actitud más prudente y defensiva, que para el marino pareció inactividad y desidia en la defensa.

Lezo, cada vez más enfermo, apenas abandonó su residencia a partir del 20 de mayo y mantuvo una guerra epistolar con el virrey, tratando de defender su actuación durante el asedio, por la que el virrey llegó a solicitar y obtener el castigo del rey para el marino.​ Lezo intentó que se reconociese su carrera mediante la obtención de un título nobiliario, petición para la que recabó el apoyo de José Patiño y de parte de sus compañeros de armas de la Armada, pero que el rey, que había recibido los informes desfavorables del virrey y de otros adversarios de Lezo, rechazó.​ Blas de Lezo falleció en Cartagena de Indias de «unas calenturas, que en breves días se le declaró tabardillo» a las ocho de la mañana del 7 de septiembre. Fue el único de los principales protagonistas del asedio de Cartagena que no obtuvo recompensa alguna por sus acciones. Su destitución como jefe del apostadero y la orden de que regresase a la península ibérica para ser reprendido se aprobó el 21 de octubre. El rey Carlos III recompensó al hijo de Lezo por las acciones de su padre, nombrándolo marqués de Ovieco en 1760. Fue enterrado en según una misiva escrita por su hijo en Convento de Sto. Domingo de Cartagena.

Su memoria en la actualidad

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Estatua en honor del teniente general de la Armada Blas de Lezo en la plaza de Colón en Madrid realizada por Salvador Amaya.

La Real Armada Española honra la memoria de Blas de Lezo con el mayor honor que puede rendirse a un marino español: tiene por costumbre inveterada que uno de sus buques lleve su nombre. El último así bautizado es una fragata de la clase Álvaro de Bazán: la Blas de Lezo (F-103). Anteriormente portaron dicho nombre un cañonero de la clase Elcano, llamado General Lezo, que en 1898 se encontraba en Filipinas, aunque no llegó a participar en los combates al tener las calderas desmontadas, el crucero Blas de Lezo, que se perdió en 1932 al tocar un bajío frente a las costas de Finisterre y un destructor procedente de la ayuda estadounidense, el Blas de Lezo (D-65). La Armada Colombiana también tuvo un buque con el nombre del almirante, el ARC Blas de Lezo (BT-62), un petrolero de clase Mettawee, adquirido a la Armada de los Estados Unidos el 26 de noviembre de 1947 y dado de baja en enero de 1965.

El 12 de marzo de 2014 se inauguró en el Paseo de Canalejas de la ciudad de Cádiz el primer monumento dedicado a Blas de Lezo en España.​ Al acto acudieron el embajador de Colombia en España y un almirante de la Armada Española. En la de derechasda de la Diputación Foral de Guipúzcoa, situada en San Sebastián, se encuentra desde 1885 un busto de Blas de Lezo, oriundo de Pasajes.

El 15 de noviembre de 2014 el rey Juan Carlos inauguró en los jardines del Descubrimiento de la plaza de Colón de Madrid una escultura en bronce de 3,5 metros —7 metros en total contando con el pedestal— con la efigie del almirante, muy próxima a la de otros dos marinos ilustres de la Armada Española como fueron Cristóbal Colón y Jorge Juan y Santacilia. El monumento fue sufragado íntegramente por suscripción popular con las aportaciones que un millar de ciudadanos de todos los rincones de España hicieron a la Asociación Monumento a Blas de Lezo. Cuatro días después el Ayuntamiento de Barcelona aprobó una moción con los votos de CiU, ICV, ERC y DCst, y con la abstención del PSC, en la que se pedía al Ayuntamiento de Madrid que retirara la estatua por haber participado Blas de Lezo en el bombardeo de Barcelona durante la Guerra de Sucesión Española. La petición fue rechazada en rueda de prensa por el ayuntamiento de la capital.

Existe una placa en su honor en el Panteón de Marinos Ilustres en San Fernando (Cádiz), donde reposan otros héroes de la Armada Española. También existe una maqueta de la batalla de Cartagena de Indias en la Academia de Ingenieros de Hoyo de Manzanares (Madrid). Análogamente, en el Museo Naval de Cartagena de Indias se exhibe un conjunto de maquetas con detalle de las fortificaciones de aquella bahía y que describen el sitio de la ciudad por el almirante Vernon, la defensa organizada por Don Blas de Lezo, y su victoria sobre el inglés.

Existen calles con su nombre en las ciudades de Valencia, Málaga, Alicante, Cartagena de Indias, Las Palmas de Gran Canaria, San Sebastián, Cádiz, Huelva, Fuengirola, Rentería, Irún, Pasajes —su localidad natal—, y finalmente, tras una recogida de firmas, el 28 de abril de 2010 se aprobó dedicarle una avenida en la capital de España, Madrid.

Sin embargo, aunque las proezas de Blas de Lezo están a la altura de los más grandes marinos de la historia, es un personaje histórico no suficientemente reconocido, ni su biografía merecidamente divulgada. Por esa razón, la empresa española DL-Multimedia está preparando un documental sobre su vida para los canales Historia y Odisea.

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Monumento a Blas de Lezo en el Castillo San Felipe de Barajas, Cartagena de Indias, Colombia.

Blas de Lezo es, al contrario, un reconocido héroe en Cartagena de Indias, que le rinde homenaje de varias maneras: barrios, avenidas y plazas le conmemoran en sus nombres; y su estatua frente al castillo San Felipe de Barajas mantiene vivo entre los cartageneros el recuerdo del defensor de su ciudad. El 5 de noviembre de 2009, en Cartagena de Indias, se dio cumplimiento a un deseo de Blas de Lezo, que en su testamento pedía que un grupo de españoles pusiese una placa que conmemorase aquella victoria. En la inscripción se puede leer:

Homenaje al Almirante D. Blas de Lezo y Olavarrieta. Esta placa se colocó para homenajear al invicto almirante que con su ingenio, valor y tenacidad dirigió la defensa de Cartegena de Indias. Derrotó aquí, frente a estas mismas murallas, a una armada británica de 186 barcos y 23.600 hombres, más 4.000 reclutas de Virginia. Armada aún más grande que la Invencible Española que los británicos habían enviado al mando del Almirante Vernon para conquistar la ciudad llave y así imponer el idioma inglés en toda la América entonces española. Cumplimos hoy juntos, españoles y colombianos, con la última voluntad del Almirante, que quiso que se colocara una placa en las murallas de Cartagena de Indias que dijera: Aquí España derrotó a Inglaterra y sus colonias. Cartagena de Indias, marzo de 1741.

Blas de Lezo, el almirante español cojo, manco y tuerto que venció a Inglaterra - ABC.es

Blas de Lezo - Wikipedia, la enciclopedia libre

Lezo y Olavarrieta, Blas de Biografia - Todoavante.es

La historia de BLAS DE LEZO, el mayor héroe español, en 5 minutos +HD - YouTube

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Batalla de Cartagena de Indias, guerra de la Oreja de Jenkins

Ficha de la Batalla de Cartagena de Indias

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Antecedentes Históricos de la Batalla de Cartagena de Indias

Era tiempos muy difíciles para España, en el siglo XVIII estábamos involucrados en multitud de conflictos bélicos. En 1713, España había firmado de manera deshonrosa el Tratado de Utrecht, por el que España había perdido las posesiones continentales europeas; pero todavía quedaban las americanas y sus ciudades que se habían convertido en bastiones críticos para asegurar el comercio con América.

Cartagena de Indias era la ciudad principal en el continente americano para los intereses españoles. Una ciudad bellísima y espléndidamente fortificada, donde los españoles iban a dar una muestra de su valentía y heroísmo en la guerra que pasó a la historia con el nombre de la Guerra de la Oreja de Jenkins. Un conflicto extraño y soterrado por los cronistas.

De dónde viene el nombre de Oreja de Jenkins

En las costas de Florida actuaba un pirata llamado Robert Jenkins, que fue interceptado por un guardacostas español, a las órdenes del capitán Juan de León Fandiño. El capitán permitió seguir con vida al pirata y le amputó una oreja; y con la oreja del pirata en la mano, le dijo:

«Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve».

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Como parte de una campaña de la oposición parlamentaria en contra del primer ministro Walpole, Jenkins compareció en la Cámara de los Comunes en 1738. En su comparecencia, Jenkins denunció el caso con su oreja en la mano. Como consecuencia de esta maniobra política, Walpole se vio obligado a declarar la guerra a España el 23 de octubre de 1739.

Inglaterra prepara su flota

Esto fue considerado como una afrenta en el parlamento británico y los ingleses declararon la guerra a España; una oreja iba a provocar una guerra. Pero la verdad no era así, los ingleses encontraron la escusa oficial para declararle la guerra a España ya que Inglaterra trataba de desplazar a España y ocupar su posición para su control marítimo y comercial de los mares atlánticos y arrebatarle a España las mejores posesiones americanas de su imperio.

Inglaterra organizó una formación de guerra formidable. Preparó y armó una magnífica flota de 195 navíos entre buques de guerra y tras*porte, la flota más grande jamás vista hasta la armada aliada del desembarco de Normandía. La flota se puso rumbo a Cartagena de Indias, para tomarla al asalto, era el gran objetivo de los ingleses.

Entre las tropas inglesas estaba el hermanastro de Jorge Washington, el futuro presidente norteamericano, que dirigía un grupo de 4.000 milicianos americanos que iban a participara en la toma de la ciudad.

Junto con los 195 navíos, viajaban 11.000 soldados de asalto, 15.000 marineros, los 4.000 milicianos americanos y 2.000 macheteros neցros jamaicanos. Los macheros serían la vanguardia, la carne de cañón de la Gran Bretaña en su intento de conquistar Cartagena de Indias. Importante resaltar que los ingleses eran los mejores artilleros del momento y que iban a contar, en sus buques, con 3.000 piezas de artillería. Inglaterra iba a atacar con lo mejor que tenía en su armada de guerra, en material y personal de asalto, estaba determinada a la victoria y desplazar a España de su Imperio Americano.

Blas de Lezo organiza las defensas de la ciudad

En aquellos días, Blas de Lezo era el responsable de la defensa de la ciudad. Cartagena de Indias contaba con unas magníficas fortalezas y castillos que protegían la ciudad. Las fuerzas defensoras eran pocas. Lezo disponía de 3.000 soldados del ejército regular español, reforzados con 600 arqueros indios del interior y unas 1.000 piezas de artillería. Esto es todo con lo que se contaba para asegurar que Cartagena de Indias pudiera seguir siendo española durante los próximos años.

Para el desenlace final de la batalla, resultó decisiva la eficacia de los servicios de inteligencia españoles, que consiguieron infiltrar espías en la Corte Londinense y en el Cuartel General del almirante Vernon. El plan general inglés así como el proyecto táctico de la toma de Cartagena de Indias fueron conocidos de antemano en las Cortes Españolas y por Blas de Lezo. Se dispuso de tiempo suficiente para reaccionar y adelantarse a los acontecimientos.

El virrey Eslava, jefe político y militar del Virreinato, tenía confianza de que el almirante Torres llegaría a tiempo a Cartagena para atacar a Vernon por la retaguardia, pues la flota española estaba anclada en La Habana a la espera de la llegada de la flota inglesa. Pero Torres nunca llegó a Cartagena.

Cartagena no se iba a rendir y Blas de Lezo se decidió por la resistencia a ultranza de la ciudad y organizó los recursos disponibles para este objetivo.

El sabía que tenía pocos recursos, pero aún así pretendía aguantar y resistir con todo lo que tenía. Los 6 navíos disponibles fueron hundidos por los españoles para impedir el movimiento fácil de los barcos enemigos por la bocana del puerto. Antes de hundir los navíos, Blas de Lezo, ordenó desmontar los cañones de las 6 naves y situarlas estratégicamente rodeando la ciudad; las colocó en posiciones claves.

Orden de Combate de la Batalla de Cartagena de Indias

FLOTA INGLESA

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RECURSOS ESPAÑOLES

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Comienza la Batalla de Cartagena de Indias

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La gran bahía de Cartagena está dividida en dos bahías naturales con problemas defensivos muy diferentes: la Bahía Exterior limitada por la península de Bocagrande, continente, y las islas de Tierrabomba, Barú y Manzanillo; y la Bahía Interior con el puerto colonial, cerrada también por Bocagrande, continente, y por las islas de Manzanillo y Manga.

El 17 de marzo de 1640, naufragan en la Bocagrande la nave capitana y los galeones Buensuceso y Concepción, de la armada comandada por Rodrigo Lobo da Silva. Los cascos hundidos sirvieron de núcleo colector de arena lo que aceleró la formación de la barrera, dificultando la navegación en 1741.

Después de 1640, las mareas profundizan de manera natural el canal de Bocachica cuyo fondo era de barro. Con un ligero dragado, los más pesados galeones y naves de guerra iniciaron su tránsito entre Barú y Tierrabomba, modificando radicalmente todo el sistema defensivo de la bahía de Cartagena. En 1741, el canal de Bocachica sería el adecuado para los navíos de guerra ingleses de tres puentes.

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El 13 de marzo de 1741 la imponente flota del almirante Edward Vernon llegaba a la bahía de Cartagena. Vernon ordenó las maniobras oportunas para que las naves inglesas situaran sus flancos frente a las defensas de Cartagena.

El 15 de marzo, llegan los primeros buques ingleses a Playa Grande y dos días después fondearon sobre la misma playa 195 navíos, pertenecientes a las tres escuadras, comandadas por el almirante Vernon, contra-almirante Chaloner-Ogle y el capitán en jefe Lestock.

19 de marzo, los ingleses continúan sin disparar y estudian el campo de operaciones. Algún pequeño intento de desembarco frustrado por la Boquilla sin relevancia.

20 de marzo, toda la armada inglesa queda anclada en la Punta de Hicacos, muy cerca del puerto de Cartagena; donde estaban los buques españoles Dragón y el Conquistador que impedían el paso a la bahía interior de Cartagena por Bocagrande.

Batalla de Bocachica

Ante la imposibilidad de entrar por Bocagrande, Lestock, al frente de 12 navíos ponen rumbo a Bocachica. Durante la travesía disparan contra la batería de Santiago que disponía de 11 cañones cuyo comandante , el capitán de fragata Lorenzo Alderete, también era el responsable de la batería de San Felipe de Bocachica, con 5 cañones. Fracasaron en su intento de romper el cerco de Bocachica y se mantuvieron disparando contra el castillo de San Felipe de Bocachica.

20 de marzo, consiguen desembarcar 500 efectivos cerca de la batería de Santiago y el 21 desembarca el resto del contingente británico.

Noche del 20 al 21, los ingleses toman la batería de Varadero y con sus cañones disparan a la de Punta de Abanicos. Los españoles abandonan la batería, quedando Campuzano con un sargento y 11 soldados del regimiento de Aragón y dos artilleros. Les responden con cañonazos los buques San Felipe y África, quedando demorados en reserva el Galicia y el San Carlos.

3 de abril, 18 buques alineados frente a Bocachica inician un terrible bombardeo para romper las defensas de los castillos de San Luis y San José que cierran su paso a la Bahía exterior. Knowles se dirige a la ensenada de Abanicos para destruir definitivamente la resistencia de Campuzano, que finalmente tienen que retirarse con su escasa tropa al castillo de San José.

4 de abril, la batería de Abanicos queda completamente destruida y Lestock vuelve al ataque con el objetivo de destruir el fuerte de San José y San Luis.

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El 4 y el 5 de abril, los fuertes reciben un intensísimo y prolongado cañoneo. Las tres baterías del fuerte de San Luis, que defendían por tierra y mar quedaron desmanteladas y descubiertas las playas para un desembarco. Las murallas del castillo San Luis se derrumbaron y por la brecha abierta cargaron los ingleses a bayoneta calada desde tierra. Ante la imposibilidad de resistir, se tocó retirada y durante toda la noche continuó el desembarco enemigo.

Batalla de la Bahia interior

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Noche del 5 al 6 de abril, Blas de Lezo sitúa los buques Dragón y Conquistador entre los canales del Castillo Grande y Manzanillo con intención de hundirlos para impedir el paso de los navíos ingleses por la entrada de Bocagrande.

Como parte fundamental de la defensa de Cartagena se planificó el hundimiento de los barcos cuando fuera oportuno, para dificultar la maniobra de la flota inglesa. Se incendió el San Felipe, y se disparó desde el san Carlos nueve cañonazos al África para hundirle en la bocana de entrada. Pero los encargados de disparar desde el San Felipe, fueron capturados por la imposibilidad de abandonar el barco antes de que llegasen los ingleses.

La situación empeoraba para los españoles, y los soldados del fuerte de San José fueron evacuados en pequeñas embarcaciones al castillo Grande y posteriormente a Cartagena.

11 de abril, los ingleses toman el castillo de Santa Cruz que previamente había sido abandonado.

El 13 de abril a las 9 de la mañana, comenzó el asedio de la ciudad con continuos bombardeos. Simultáneamente otra escuadra asediaba al fuerte Manzanillo. La situación empezaba a ser desesperada para los españoles, les faltaban alimentos y el enemigo no daba tregua.

Iban pasado los días, y el cañoneo inglés no cesaba, era intenso y continuo, mañana, tarde, noche, mañana ... pero la jovenlandesal de las tropas españolas estaban a la altura de las defensas de la ciudad, se mantenía intacta y no terminaba de debilitarse.

Cartagena de Indias fue severamente castigada por la artillería naval inglesa. Pero las defensas seguían soportando todo lo que les llegaba desde los barcos ingleses. Vernon estimó que los españoles resistiría dos o tres días más, no era posible pensar que tan pocos pudieran resistir el empuje y fuego de tantos. Los españoles tenían orden de resistir hasta el final no se les permitía ni un paso atrás, habían clavado la bandera e iban a morir allí, defendiendo la ciudad hasta el final.

16 de abril, 4 de la mañana, Vernon decidió que se tomaría Cartagena de Indias al asalto, más de 10.000 hombres desembarcaron por la costa de Jefar, los macheteros jamaicanos, los milicianos americanos y las fuerzas regulares inglesas.

Pero las sucesivas ofensivas inglesas se encontraron con trincheras inexpugnables así como con los mosquetes y bayonetas españolas.

El 17 de abril, la infantería británica, toma el alto de Popa, a un kilómetro del castillo de San Felipe, auténtico baluarte español en el Caribe.

Blas de Lezo tomó tres decisiones que fueron decisivas para el desenlace final de la batalla. Mandó excavar un foso en torno al castillo para que las escalas inglesas se quedasen cortas al intentar tomarlo. Ordenó cavar una trinchera en zigzag, evitando que los cañones ingleses se acercasen demasiado. Les envió dos “desertores” que engañaron y llevaron a la tropa inglesa hasta un flanco de la muralla bien protegido, donde serían masacrados sin piedad.

Asalto definitivo al castillo de San Felipe de Barajas

La noche del 19 al 20 de abril se produjo el definitivo asalto al castillo de San Felipe. Tras una potente preparación artillera desde un buque de 60 cañones y bombardas. Vernon intentó asaltar el castillo con unos 10.200 hombres de infantería, organizados en tres columnas, apoyados por los neցros macheteros jamaicanos. En frente tenía la batería de San Lázaro del propio castillo de San Felipe y 1.000 hombres muy motivados.

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La sorpresa fue mayúscula, cuando los ingleses comprobaron que sus escaleras eran demasiado cortas y no podían escalar las murallas del castillo. Las tropas inglesas no podían atacar ni huir debido al peso del equipo. Aprovechando esta circunstancia, los españoles abrieron fuego contra los británicos, produciéndose una carnicería sin precedentes.

Los ingleses no pudieron escalar las murallas pero al amanecer, se encontraron con las bayonetas de unos trescientos soldados de los tercios españoles que saltaban sobre ellos desde sus trincheras. Fue una masacre:

“…rechazados al fusil por mas de una hora y después de salido el Sol en un fuego continuo y biendo los enemigos la ninguna esperanza de su intento (…) se pusieron en bergonzosa fuga al berse fatigados de los Nuestros los que cansados de escopetearles se abanzaron a bayoneta calada siguiendolos hasta quasi su campo…”

El error del castillo de San Felipe desmoralizó a los ingleses. El orgulloso y engreído Sir Andrew Vernon había sido incapaz de vencer a unos pocos harapientos españoles capitaneados por un anciano tuerto, manco y cojo.

El pánico se apoderó de los ingleses, rompieron sus líneas de combate y huyeron despavoridos tras la última carga española hacia sus barcos para protegerse de la furia de la infantería de los tercios.

Desde el 22 al 25 de abril, decrecieron los enfrentamientos.

El 26 los ingleses volvieron a bombardear la ciudad.

El 9 de mayo, Vernon asumió que era completamente imposible que sus tropas pudieran tomar al asalto la fortaleza de Cartagena de Indias, los disparos de las tropas españolas era una resistencia insalvable para sus fuerzas. Vernon ordenó la retirada, levantar el asedio y volver a Jamaica. Había fracasado estrepitosamente. Tan sólo acertó a pronunciar, entre dientes, una frase: “God damn you, Lezo!”.

Vernon envío de una última carta a Lezo: “Hemos decidido retirarnos, pero para volver pronto a esta plaza, después de reforzarnos en Jamaica”. A lo que Lezo respondió con ironía: “Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque esta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres.”

Fueron tantas las bajas inglesas, que tuvieron que abandonar numerosos barcos y hundirlos allí mismo por falta de recursos para poderlos gobernar en la mar, no les quedaban suficientes marineros.

Hasta el 20 de mayo estuvieron saliendo embarcaciones inglesas de Cartagena. El último en abandonar el sitio fue Lestock. De los 195 buques se contaron en la retirada 186.

Los ingleses tuvieron 9.500 muertos, 7.500 heridos, perdieron 1.500 cañones y perdieron 50 naves.

Los españoles sufrieron 800 muertos, 1.200 heridos y perdieron 6 naves. Los fuertes de Bocachica, Castillo Grande y Manzanillo quedaron totalmente destruidas.

Esto fue un horror para los ingleses, quedaron completamente humillados. La mayor operación de la Royal Navy hasta el momento se saldó también como la mayor derrota de su historia.

La falsa victoria de los ingleses en Cartagena de Indias

A Inglaterra habían llegado noticias erróneas, la información aseguraba que la victoria en Cartagena se había consumado. Vernon , había mandado un correo al rey inglés asegurando que había logrado la victoria, lo que generó una euforia en su país. Pero para su desgracia, lo que consiguió en realidad fue la mayor y más humillante derrota de toda la historia de la Royal Navy, pues perdió 50 naves y 11.000 hombres a manos de una guarnición compuesta por sólo 6 barcos y 3.600 defensores españoles dirigidos por el Almirante español Blas de Lezo. En vista de las falsas buenas noticias remitidas por Vernon, el rey Jorge II ordenó se elaboraran medallas conmemorativas de la supuesta victoria. En las medallas se representaba a un Blas de Lezo, entero y completo con dos brazos, dos piernas, arrodillado ante Vernon. Hubo celebraciones y fiestas basadas en una gran mentira, vamos que se lo pasaron bien durante algunos días; hasta que llegó la verdadera noticia, anunciando la humillante derrota de Vernon antes Blas de Lezo; la realidad heló sus sonrisas.

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Bajas de la Batalla de Cartagena de Indias

BAJAS EJERCITO INGLÉS

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BAJAS EJERCITO ESPAÑOL

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Inglaterra silencia su derrota en Cartagena de Indias

La humillación fue tal que el rey Jorge II ordenó a los historiadores ingleses no se escribiera nada de la derrota; y los historiadores ingleses son hegemónicos, lo que ellos no publican no existe. Y como los historiadores no escribieron nada sobre Cartagena de Indias, esta batalla fue injustamente ocultada para la historia.

Muy pocos españoles han oído hablar de la guerra de la Oreja de Jenkins, en la que los británicos sufrieron quizás, la vergüenza más grande de su historia.

Consecuencias de la Batalla de Cartagena de Indias

La victoria aseguró el comercio con América 60 años más. Los ingleses nunca volvieron, ni a Cartagena ni aparecieron por los puertos del Caribe, que siguieron siendo hispanos hasta que decidieron ser hispanoamericanos. Los mares del Caribe volvieron a convertirse en un lago español. Los españoles pudieron continuar enarbolando la bandera en la inmensidad del océano Atlántico durante 60 años más.

Blas de Lezo: Batalla de Cartagena de Indias, Guerra de la Oreja de Jenkins

Sitio de Cartagena de Indias (1741 - Wikipedia, la enciclopedia libre)

Blas de Lezo y la Batalla de Cartagena de Indias HD - YouTube
 
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39) Díaz de Solís, el último descubridor

Juan Pedro Díaz de Solís (Lebrija, España, o São Pedro de Solis, Portugal, c. 1470 – Punta subida de peso, actual Uruguay, 20 de enero de 1516) fue un navegante y explorador castellano o portugués (en portugués, João Pedro Dias de Solis), considerado como el primer europeo en llegar al Río de la Plata.

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Orígenes

Juan Pedro Díaz de Solís nació alrededor de 1470. Las fuentes divergen acerca de su lugar de nacimiento, a tal punto que no se ponen de acuerdo ni siquiera en su país de origen. Pudo haber sido portugués, nacido en São Pedro de Solis (Alentejo), o español, de Lebrija (Sevilla). Si en verdad había nacido en Portugal, podría tener orígenes castellanos​ u orígenes portugueses.

Ingresó muy joven en la marina portuguesa. Juan Díaz de Solís viajó muchas veces desde su juventud hasta la India como piloto de las armadas de la India, donde Portugal poseía colonias y administraba una gran actividad comercial. Al llegar a España se alistó en naves corsarias francesas en las que recorrió el mar Caribe y desembarcó en Yucatán entre 1506 y 1507.

Solís y Pinzón

En 1508, Díaz tomó contacto con Vicente Yáñez Pinzón, compañero de Cristóbal Colón en sus anteriores viajes de descubrimiento. Yáñez convenció a Solís de embarcarse juntos, y ese mismo año partieron hacia el oeste.

No se conoce con precisión la ruta de ese viaje, pero en apariencia intentaban buscar la ruta a las islas de las Especias (las Molucas), el deseado pasaje a través del continente americano hacia el Pacífico y las Indias Orientales. Pasaron parte del tiempo explorando el mar Caribe desde el golfo de Paria (Venezuela) hasta la costa nicaragüense en la zona de Veragua. Al no encontrar el paso buscado, rodean la península de Yucatán y se adentran en el golfo de México hasta los 23,5º de latitud norte, protagonizando uno de los primeros contactos con la civilización azteca. Yáñez y Díaz regresaron a España en 1509, pero una grave disputa entre ellos terminó con Solís en la prisión. Sin embargo, los magistrados estimaron que tenía la razón, y lo liberaron al poco tiempo.

El navegante consiguió hacerse amigo del rey Fernando «el Católico», el cual, por su capacidad y pericia como marino, lo consideró como primer candidato al puesto de piloto mayor de la Casa de la Contratación, a la fin del célebre Américo Vespucio (febrero de 1512). De este modo, Solís se convirtió en sucesor del florentino.

Viaje al Río de la Plata

El 14 de noviembre de 1514 Díaz de Solís capituló con el rey Fernando II para que:

...fuera con tres navios á espaldas de la tierra, donde ahora está Pedro Arias, mi capitán general gobernador de Castilla del Oro, y de allí adelante, ir descubriendo por las dichas espaldas de Castilla del Oro mil setecientas leguas o más si pudiereis, contando desde la raya ó demarcación que vá por la punta de la dicha Castilla del Oro adelante, de lo que no se ha descubierto hasta ahora, sin tocar en tierra de Portugal, debiendo salir en Setiembre de 1515, hacer el viaje en secreto como que no es de mandato real, y al llegar á espaldas de Castilla del Oro, enviar un mensajero con cartas para hacer saber al rey, lo que descubriese y carta de la costa, y lo mismo á Pedrarias, y si halla camino ó abertura de Castilla del Oro á Cuba, avise esto inmediatamente.

Capitulación de Solís en 1514.

La expedición, que fue preparada en secreto en Lepe con 4000 ducados, estaba equipada con tres pequeñas carabelas y setenta marineros. El monopolio del comercio con Oriente estaba en manos de la Corona portuguesa, que temía perderlo en favor de los españoles y por ese motivo desarrollaba una ingente tarea de espionaje en todos los puertos que su rival pudiera utilizar para enviar expediciones.

Descubierta la proximidad de la partida de Díaz de Solís, los portugueses intentaron sabotear los tres barcos, lo que falló. No pudieron, por ende, impedir la partida del explorador desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515. Juan Díaz emprendió su último viaje en la búsqueda del pasaje tras*oceánico. En caso de encontrarlo, planeaba atravesar el Pacífico hasta alcanzar el Extremo Oriente.

Habiendo llegado a la costa del Brasil, Díaz de Solís navegó lentamente hacia el sur a la vista de tierra descubriendo la bahía de Babitonga (noreste del actual estado de Santa Catarina), bahía en la cual encontró un puerto al cual llamó de San Francisco, pasó por la isla de Santa Catarina, prosiguió explorando la costa hoy riograndense y la uruguaya alcanzando Punta del Este el 20 de enero de 1516. Allí tomó posesión de la tierra en nombre del rey de España, llamando al lugar «Puerto de Nuestra Señora de la Candelaria». Así ingresó en el río de la Plata, una enorme extensión de agua dulce que configura el estuario de los ríos Paraná y Uruguay. Confundiéndolo con un brazo de mar de salinidad inexplicablemente baja, Díaz de Solís lo bautizó, precisamente, «mar Dulce», y pudo penetrar en él gracias al escaso calado de sus tres carabelas.

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Desembarco de Juan Díaz de Solís en las costas de la Banda Oriental (actual Uruguay).
Díaz de Solís se adentró en el estuario con una carabela e hizo escala en la isla Martín García, que bautizó así porque allí tuvo que sepultar al despensero de ese nombre, fallecido a bordo de la carabela.

Viendo indígenas en la costa oriental, Díaz de Solís intentó desembarcar con algunos de sus tripulantes (entre ellos Pedro de Alarcón y Francisco Marquina) en un paraje entre Martín Chico y Punta subida de peso, o en alguna isla situada frente a esa costa coloniense. Solís y los suyos fueron atacados por un grupo de indígenas que los ejecutaron ante la mirada del resto de los marinos, que observaban impotentes sus muertes desde la borda del buque, fondeado a tiro de piedra de la costa. Los cadáveres fueron asados y devorados por los indígenas, que algunos autores identificaron como charrúas. Aunque en la actualidad se cree que pudieron haber sidos guaraníes de las islas del Paraná ya que estos eran antropófagos.

Los sobrevivientes, confundidos al haber perdido a su líder, y tomando el mando Francisco de Torres, cuñado de Solís, regresaron inmediatamente al cabo de San Agustín, en donde recogieron palo brasil y retornaron a España, arribando el 4 de septiembre de 1516. Desde entonces el estuario del río de la Plata fue conocido en España como río de Solís.

La fin de Juan Díaz de Solís en el relato de Pietro Martire

Así como un genovés descubrió América (Colón) y un florentino le dio nombre al continente ( (Américo Vespucio), un lombardo, Pietro Marti re d’Anghiera (1457-1526), escribió la primera historia oficial del descubrimiento: De Orbe Novo Decades (Décadas, 1516). Este insigne humanista, prelado e historiador italiano a quien los españoles llamaron Pedro Mártir de Anglena, nació en Arona (Lago Mayor) y murió en Granada.

Fue preceptor y tutor de los hijos de los Reyes Católicos y la Reina Isabel y miembro del Consejo de Indias; conoció a Colón, Vespucio, Solis, Magallanes y a casi todos los grandes navegantes de su tiempo, de cuyos testimonios recogió las impresiones directas del descubrimiento y los primeros viajes. En su segunda obra, De Rebus Oceanicus (Los Oceánicos, 1530), difundió el nombre de América al citar a Vespucio. He aquí cómo describió la horrenda fin de Juan Días de Solís a manos de los indios del Río de la Plata, en 1516:

“Los indios, como astutas astutas parecía que les hacían señales de paz, pero en su interior se lisonjeaban de un buen convite; y cuando vieron de lejos a los huéspedes comenzaron a relamerse cual rufianes. Desembarcó el desdichado Solís con tantos compañeros cuantos cabían en el bote de la nave mayor. Saltó entonces de su emboscada gran multitud de indios, y a palos los mataron a todos a la vista de sus compañeros; y apoderándose del bote en un momento lo hicieron pedazos: no escapó ninguno. Una vez muertos y cortados en trozos, en la misma playa, viendo sus compañeros el horrendo espectáculo desde el mar, los aderezaron para el festín; los demás, espantados de aquel atroz ejemplo no se atrevieron a desembarcar y pensaron en vengar a su capitán y abandonaron aquellas playas crueles”.

Los Confines Australes Juan Díaz de Solis (1515-16) | Sociedad Geográfica Española

La expedición de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata - Revista de Historia

Historia: Los corteses caníbales que introdujeron en su dieta a Juan Díaz de Solís
 
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40) Miguel de Horna, dueño del Mar del Norte

Miguel de Horna (Pamplona, año desconocido - La Coruña, 1640) fue un almirante español de la escuadra de Dunquerque y capitán de tierra y mar. Desempeñó un destacado papel en la Guerra de los Ochenta Años, sobresaliendo en las batallas del cabo Lizard (1637) y Dunquerque (1639).

Carrera militar

Fue muy distinguido en los combates que sostuvo a bordo de los buques de Dunkerque, tomando el mando de la escuadra, cuando Jacques Collart cayó prisionero y pasando a su propiedad al fallecimiento de éste en la Coruña en 1637.

En el mes de febrero, al serle entregado el mando de la flota interinamente por estar prisionero su jefe, zarpó con sus buques rumbo a Calais, desde donde no hacía mucho tiempo había salido una escuadra que había bombardeado Dunquerque, con lo que les devolvía la visita, pero aparte de bombardear la plaza y fortaleza, bajos los muros de la misma apresó a un buque enemigo.

Sin perder un instante abandonó estas aguas y a los pocos días se cruzó con una flota enemiga compuesta por veintiocho velas holandesa, dieciséis inglesas mercantes, siendo escoltadas por seis buques de guerra.

Demostrando una gran sangre fría, estuvo soportando el fuego enemigo con la orden a los suyos de no hacerlo, mientras las escuadra se iba acercando a la enemiga, sólo lo autorizó al estar a «toca penoles» causándoles gran destrozo; consiguiendo apresar a tres de sus buques de guerra, más otros catorce de los de tras*porte, yendo estos cargados de municiones y bastimentos, siendo conocidas desde entonces sus naves como las «Reinas del Mar»

En 1639 cuando el arzobispo de Burdeos, tenía bloqueados todos los puertos del norte y del noroeste peninsular, Horna con doce fragatas a su mando, rompió el bloqueo enemigo logrando meter en la Coruña, unos trescientos soldados walones, pero no se conformó con cumplir simplemente las órdenes, pues en el ataque consiguió hacer once presas a los franceses.

Los enemigos lanzaron un ataque sobre la plaza, pero el puerto estaba guardado por una gruesa cadena, siendo la intención de los enemigos romperlas con sus lanchas, aprovechando esto lanzarían sus brulotes al interior del puerto para sembrar el fuego y la fin; viendo Horna sus intenciones se hizo a la mar con cuatro fragatas de su escuadra y con un gran arrojo se puso a voltejear entre los enemigos, cañoneándolos y causándoles graves daños, regresando después de la acción sin haber tenido una sola baja.

El 16 de septiembre de 1639, tuvo lugar el combate naval de las Dunas, entre la escuadra española y la holandesa al mando Tromp, como era natural se vió en medio del encuentro, pues iba en la capitana de Oquendo, por orden del Rey con la misión de hacer de consejero y de práctico, por lo que se vió en lo más reñido del combate, combatiendo junto a las capitanas de don Lope de Hoces, Feijoo y de Massibradi, siendo y recayendo bajo su responsabilidad, la salvación de los buques que se habían refugiado en Mardick, consiguiéndolo, aunque no sin costarle la pérdida de un ojo.

Miguel de Horna, regresó al puerto de la Coruña, herido, pero llevándose con él las últimas siete presas, que había realizado en la isla de Ré.

Por sus méritos el Rey le hizo merced de concesión del hábito de Santiago, en marzo de 1640

Falleció en Coruña el 18 de junio de 1641 de enfermedad.

Horna, Miguel de Biografia - Todoavante.es

Batalla del Cabo Lizard. Combate frente a la costa inglesa

La batalla naval que vamos a relatar hoy en Todo a babor es otro de esos combates desconocidos que se han perdido en el tiempo, como tantas otras. No fue una batalla decisiva ni se logró alcanzar ningún objetivo determinante, pero sirvió para corroborar que los marinos españoles seguían siendo una fuerza temible. Nos referimos a la batalla del Cabo Lizard del 18 de febrero de 1637. Una batalla a la que ni siquiera se le dio un nombre aquí.

¿Donde está el Cabo Lizard?

Pues ni más ni menos que en la «boca del lobo», es decir, en Inglaterra. Aunque no fue un enfrentamiento entre ingleses y españoles, sino entre holandeses y españoles. En aquel tiempo España e Inglaterra se hallaban en paz.

EL Cabo Lizard (Lizard Point) se encuentra en el extremo sudoeste de Inglaterra, en la región de Cornualles (Cornwall). Situado a menos de un kilometro de la aldea de Lizard. Es el punto más meridional de Gran Bretaña, sin contar las pequeñas islas de la zona. Y como todos los lugares de paso, fue un lugar proclive a enfrentamientos navales. En este mismo punto hubo otra batalla del Cabo Lizard entre franceses y británicos el 21 de octubre de 1707.

Antecedentes

Este enfrentamiento se englobaba dentro de la Guerra de los Ochenta Años, un conflicto entre España y las Provincias Unidas holandesas que tuvo multitud de batallas tanto en tierra como en el mar, con victorias y derrotas por ambas partes.

En el lado español destacaron muchos grandes marinos, pero el que nos ocupa en esta entrada es un completo desconocido que, como tantos otros, merecería mayor recuerdo. Se trata del almirante Miguel de Horna, un decidido hombre de armas que se hizo cargo de la escuadra española de Dunkerque cuando su anterior comandante en jefe, el almirante flamenco Jacob Collaert murió en La Coruña de una enfermedad tras grandes servicios a la corona española.

En 1635 la Armada real española contaba con 47 galeones con un total de 22.347 toneladas, más dos pequeños embargados a los franceses en Cádiz. La Armada del Mar Océano tenía que hacer frente a cometidos en diversas partes del Atlántico, como Brasil y la carrera de Indias. Si bien su número era satisfactorio, al lado de franceses y holandeses era claramente inferior. Por eso se fomentó el corso con la esperanza de recibir ayuda por esa parte, algo que, vistas las cifras de los apresamientos de nuestros corsarios, resultó muy provechoso. El periodo de 1636 a 1639 es tenido como el más fructífero del corso en aquella zona. Además, los corsarios hacían de correos y buscaban noticias del enemigo logrando una buena función de informadores tan necesaria en aquella época.

La batalla del Cabo Lizard

Como decimos, Miguel de la Horna zarpó de Dunkerque con seis galeones y dos fragatas, con una mezcolanza de orígenes de comandantes que decía mucho de lo poco que se preocupaba el almirantazgo por esos temas. El que valía tenía mando, fuera de donde fuera. Así, tenemos a Antonio de Anciondo que era vizcaíno; a Marcos van Oben y Cornelis Meyne, que eran flamencos y Antonio Díaz y Salvador Rodríguez que eran castellanos.

Salieron el 8 de febrero, acercándose a Calais, donde les recibieron con disparos de artillería gruesa, que no pudo impedir que la escuadra española se hiciera con un mercante delante de sus narices.

Cruzando el Canal de La Mancha, avistaron sobre el Cabo Lizard una flota de 28 naos holandesas y 16 inglesas que estaba escoltada por seis galeones de guerra.

Miguel de la Horna no se lo pensó mucho y dio la orden de atacar. La exigua escuadra hispana no disparó un solo tiro hasta que no estuvo a tocapenoles del enemigo.

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Óleo sobre cobre, de escuela holandesa del siglo XVII que representa un combate entre galeones holandeses y españoles. Pintura del Museo Naval de Madrid.

Entre el enemigo

Lo primero que hizo el almirante español fue atacar al buque insignia holandés.

Parecía la capitana holandesa un monte por lo alta: sobre ella descargó nuestro almirante artillería y mosquetería sin perder tiro, de suerte que en poco tiempo la dejó tan mal parada que tomó por avante para repararse.

Estando el enorme galeón holandés en esa delicada situación, el galeón de Antonio Díaz la abordó, logrando meter unos cuantos hombres dentro. Pero los holandeses lucharon con bravura y lograron rechazar el abordaje, no sin que los españoles se llevaran antes la bandera de popa.

Miguel de Horna aprovechó para embestir a su vez, metiendo el bauprés de su galeón por la mesa de guarnición mayor del galeón enemigo. Al cabo de media hora de lucha cuerpo a cuerpo, los españoles debieron retirarse de nuevo. La presa era grande y se notaba.

Pero en esta ocasión habían quedado bastantes españoles en el buque insignia holandés que lo habrían pasado mal si Marcos van Oben, uno de los capitanes de Dunkerque al servicio de España, no hubiera aparecido por la otra banda, aferrándose al galeón holandés.

Antonio de Anciondo también intentó el abordaje, pero un balazo a la lumbre del agua lo dejó inutilizado. Tuvo que ser el otro capitán de Dunkerque, Cornelis Meyne, quien lo secundara y terminase el trabajo, rindiendo por fin a tan obstinado enemigo.

El escenario de la batalla estaba cubierto de una espesa niebla producto de los disparos, a los que se añadían los de los mercantes, que intentaban hacer alguna defensa. Por ello no se veían los buques unos a otros.

Tres de los galeones de guerra holandeses se fueron a pique, mientras que los otros dos que aún combatían tuvieron que rendirse. El convoy de mercantes terminó por dispersarse tratando todos de escapar por donde fuera. Los españoles fueron incapaces de alcanzarlos a todos debido a su poco número y a la caída de la noche.

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Detalle del cuadro “Acción de la escuadra de Dunkerque del mando de Miguel de Horna contra holandeses cerca de Nieuwpoort, 1640”. National Maritime Museum, Greenwich, London, Palmer Collection.

Aún así, apresaron unos cuantos. El buque de Anciondo amaneció a más de nueve millas a barlovento de la escuadra de Horna. Sin embargo, pudo reunirse con su almirante, volviendo con él a puerto, a donde llevaron los tres galeones de guerra apresados y catorce mercantes cargados de municiones y pertrechos que pudieron apresar. Como dijimos, en el fondo del mar quedaron los otros tres galeones de guerra de la escolta holandesa.

Las bajas personales son desconocidas, aunque debido a la intensidad del combate debieron ser cuantiosas por ambas partes.

Consecuencias

A parte del gran botín que se obtuvo y del descalabro de los holandeses en pérdidas para su marina, Miguel de Horna evitó al almirante holandés Phillips van Dorp, que andaba por la zona con una veintena de buques de guerra. Esta escuadra intentó un bloqueo a la escuadra española de Dunkerque, pero Horna no tuvo excesivas dificultades en burlarlo y seguir haciendo estragos al enemigo.

En julio atacó a varios convoyes holandeses, apresándoles doce mercantes. También fueron interceptados un convoy que venía de Venecia para Amsterdam, otros catorce de la Compañía de las Indias Orientales holandesa y otros ocho que llevaban regalos a Luis XIII de Francia.

Este bravo marino español aún tendría más actuaciones destacadas que ya repasaremos a su debido tiempo. De momento, quédense con otra actuación digna de admiración de la que no se acuerda nadie. Ni siquiera en su propio país.

Batalla del Cabo Lizard. Combate frente a la costa inglesa - Todo a babor
 
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41) Diego Brochero, el corsario y marino, reformador de la Armada y enemigo de Inglaterra

Diego Brochero de la Paz y Anaya, marino y corsario español, almirante de la flota en las incursiones a Inglaterra y en la ayuda a los irlandeses, nació en Salamanca en 1535 y murió en Madrid, con más de 90 años, el 30 de julio de 1625.

Corso

Su vida fue muy dura navegando en las galeras de Malta. Su nave fue capturada por los turcos y él condenado al remar en una galera enemiga, lo que equivalía a una condena a fin. Pocas personas sobrevivían a los 6 años bogando. Y si la nave se hundía en combate, había que contar con que la galera se hundía con todos los galeotes dentro.

Brochero tenía 35 años cuando fue capturado y remó durante más de cinco años antes de ser rescatado.

Con ganas de revancha, armó una galera a su costa y se dedicó al corso. Es decir, consiguió una patente de corso de la Orden de Malta y se dedicó a asaltar por su cuenta, y en su provecho, a las naves enemigas. Realizó muchas singladuras, consiguiendo hacer muchas presas, sobre todo en el golfo de Salónica, llegando a perder a la mitad de su tripulación. Después tornó a España, entrando al servicio de las escuadras de Nápoles y Sicilia.

Durante la Octava Guerra de Religión en Francia, estando en apoyo de la Santa Liga de París con la que operaba en Provenza, se le designó para que realizara la misma labor en la Bretaña francesa en conjunción con la escuadra de Juan del Águila.

En varios combates rindió a dos corsarios de La Rochelle, en la desembocadura del río Salazar, en otro a tres mercantes ingleses. En un desembarco en Morlaix, dejó a doscientos hombres que efectuaron una misión de castigo en lugares diferentes. Trasladó en un viaje al ingeniero Rojas para que diseñara y acondicionara el nuevo puerto de Brest.

En un enfrentamiento con los holandeses, atacó a un convoy de veinticuatro buques, contando sólo con cuatro galeras, y a pesar de que la escolta eran buques muy bien artillados, después de un fiero combate abordó a la capitana y a la almiranta, capturando en total siete buques.

En 1596, guardando la boca del río Tajo con dieciocho bajeles a su mando, evitó el desembarco de una fuerza inglesa al mando de lord Charles Howard, que viendo fracasar su acción, se dirigió al sur, cayendo sobre Cádiz, ciudad que fue saqueada. Al año siguiente Brochero participó en la derrota de la Expedición Essex-Raleigh.

Expedición a Irlanda

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El mismo 1597 Felipe II planeó un proyecto de ayuda a los irlandeses católicos contra la reina Isabel I, siendo nombrado Brochero almirante de la armada, en la que iba de capitán general Martín de Padilla. Sufrió la fuerza expedicionaria dos fuertes temporales, el primero en Finisterre que la dispersó, reuniéndose la flota de nuevo en La Coruña. Tras salir de este puerto, encontró el segundo temporal en el mar de Irlanda, el cual desarboló la almiranta de Brochero, afectando también a otros buques muy seriamente, siendo las urcas las que peor parte se llevaron, por su poco calado, que no las hacía muy prácticas para estos menesteres, con el resultado de la pérdida de algunas de ellas, siendo muy afectadas las propias para desembarco, las pinazas y los barcones por la misma causa, además de ir a remolque. Quedando la flota dispersada nuevamente, tal fue el desorden que fueron a parar a diferentes puertos de Flandes, Normandía y Bretaña, llegando siete a Inglaterra, que desembarcaron a 400 hombres. Estos se parapetaron hasta que, viendo que la armada no aparecía, se volvieron.

El 21 de noviembre anclaron en los puertos de La Coruña y de Ferrol 108 buques, sin contar los de Aramburu, que no habían llegado todavía. Se habían perdido tan sólo 12 buques, siendo además los de menor valor.

En 1600, con quince buques estuvo por dos veces de protector de las flotas de Indias, en las islas Terceras, consiguiendo hacerlas llegar sanas y salvas a España a la vista del enemigo.

Segunda expedición a Irlanda

Se repitió la mala experiencia de Irlanda con los mismos protagonistas a primeros de septiembre de ese mismo año. Esta vez desembarcaron y conquistaron Kinsale el 8 de octubre. Juan del Águila dio un manifiesto al pueblo, explicando la causa de su llegada, pero la actitud de los irlandeses fue de meros espectadores, no hallando apoyo. Por lo que, rodeado en las dos poblaciones conquistadas, la nombrada más Baltimore, apretaban el cerco de los 4.000 españoles, un cuerpo inglés al mando del virrey lord Mountjoy con 9.000 hombres, mientras que por la mar hacía lo propio sir Richard Levison. Aun en estas condiciones le llegaron refuerzos, primero 2.000 hombres al mando de Alonso Docampo y se le unió otro cuerpo de 4.000 hombres del conde de Tyrone. Mientras tanto mantuvieron su retraimiento los habitantes, haciéndose patente la falacia de sus ofertas, lo que le llevó a razonar que el esfuerzo español y su Hacienda no era compensado por los irlandeses, lo que le convenció además de que sus promesas habían engañado a su Rey, por lo que mandó al campo enemigo un mensajero, que comunicado con lord Mountjoy se realizara un parlamento, llegando al acuerdo de que si abandonaba las dos posesiones, sus banderas y hombres saldrían con todos honores de la guerra hacia su reembarco, para retornar a España, añadiendo a esta proposición la declaración de defenderse hasta el extremo máximo de sus fuerzas en caso de no ser aceptado.

A pesar de los continuos ataques a las flotas de Indias, en esta ocasión por los ingleses Monson y Lewson, Brochero consiguió hacerlas llegar a España, y los corsarios no se atrevieron a atacar al ver una escolta tan respetable. En el cabo de San Vicente, Brochero derrotó en el año 1603 a una escuadra anglo-holandesa, a la que apresó siete de sus buques, liberando a una flota de Indias que estos había a su vez apresado.

Las Ordenanzas para las armadas

Por Real Orden fue llamado al Consejo de Guerra Diego Brochero, autor de una Memoria que dirigió al Rey, en la que daba a conocer un estudio y consideración del estado de la Armada, haciendo hincapié y denunciando el mal tratamiento, inconsideración y menosprecio del marinero, el defectuoso armamento de los buques, no habiendo quien los supiera manejar, ni escuela donde aprenderlo. Los hurtos, llamando por su verdadero nombre a los enjuagues de bastimentos, jarcias y municiones, entre tantas corruptelas practicadas con los atrasos constantes de las pagas. Puso todo ello en conocimiento del poderoso duque de Medina-Sidonia, para la consulta de los puntos más graves.

Al ser llamado don Diego Brochero como almirante general al Consejo, dándole amplitud de atribuciones, que en buena hora se le llamó a la Corte para emplear su genio organizador del que también dotado estaba. Lo primero que hizo fue ponerse a trabajar con los inferiores, o sea la marinería, redactándose y poniéndolas en vigor las Ordenanzas para las armadas del mar Océano y flotas de Indias. Firmadas en Ventosilla el 4 de noviembre de 1606, en uno de sus artículos dice: cuán justo era honrar y premiar a los marineros españoles, sin que fuese menester echar mano de los extraños.

En cédula del 22 de enero de 1607 se prescribe a los hombres de la mar el uso de armas permitidas y de trajes, cuellos y coletos a su gusto; exención de alojamiento mientras estuviesen ausentes de sus casas; jurisdicción privativa y prerrogativas varias, condensadas en esta meditada prescripción:

Que a los que fuesen hijosdalgos, no sólo no ha de parar perjuicio a su nobleza ni a sus hijos y sucesores el asentarse a servirme o haberme servido en las armadas y flotas de marinero o otra de las plazas que acostumbra a servir en los navíos la dicha gente de mar, ahora ni en ningún tiempo del mundo; pero que el hacerlo sea calidad de más honda y estimación de sus personas.

Últimos años

Realizó un viaje con una flota en la almiranta de Miguel de Vidazábal, que tras*portaba a 42 compañías de infantería, con destino a Flandes en 1614.

Eran tantos los piratas que por la mar navegaban, que fue comisionado para la firma de un acuerdo entre España e Inglaterra, aprovechando la paz con Jacobo I, en el que se acordaba que cada país pondría veinte buques para luchar en conjunto contra ella, tanto en el mar Mediterráneo como en el océano Atlántico. Los generales de las dos fuerzas estaban obligados a apoyarse mutuamente; los buques ingleses saludarían con salvas y música a los españoles en sus aguas territoriales, haciendo lo propio los españoles a los ingleses en sus aguas; las presas que se hiciesen, serían repartidas por partes iguales entre ambas flotas.

En 1616, como capitán general de las gentes de la mar, don Diego Brochero, dejando descansar la pluma y como espectáculo al que no estaba acostumbrado el rey, se dejó deslizar en el río Bidasoa un galeón de 600 toneladas de nombre Santa Ana Real, propiedad del capitán y construido por Martín de Amézqueta, en honor de la infanta, que cruzaría el río para su enlace matrimonial con el rey francés Luis XIII.

En carta al duque de Medina-Sidonia le decía que Juan de Veas era el mejor maestro constructor de bajeles, sobre todo por el últimamente lanzo al mar en La Habana, que montaba cincuenta y cuatro cañones, ni mejor arbolado y aparejado, porque a de mas era marinero y se juntaba la práctica con los conocimientos.

El 31 de marzo de 1621 fallecía el rey Felipe III, y el nuevo soberano contaba 16 años, lo que no lo capacitaba para el gobierno. De ahí el que escogiera a Gaspar de Guzmán conde de Olivares, dándole poderes universales. Olivares persiguió sistemáticamente a los ministros del reinado anterior, haciendo blanco de preferente empeño a Pedro Téllez-Girón, gran Duque de Osuna, pese a ser uno de los mejores hombres que nunca tuvo España a su servicio.

En estudio de otras medidas reunió el privado, en su casa y bajo su presidencia, una junta en que entraban Diego Brochero y Fernando de Girón, del Consejo de Guerra, Juan de Pedroso y Miguel de Spinarreta, del de Hacienda y como secretario Martín de Aróstegui, con la facultad de decretar o decidir Reales Cédulas, las decisiones tomadas en él, sin más trámite que presentarlas a la firma del Rey: tratándose de las cosas de la mar y refuerzo de la armada del Océano y escuadras de ella y de lo demás tocante a la materia.

Su fama de escritor incansable es merecida. Dejó muchas cartas, memorias y notas, entre ellas Relación del viaje de ida y vuelta que hizo la armada de España desde Lisboa a Dunkerque.

Brochero de la Paz y Anaya, Diego Biografia - Todoavante.es

Diego Brochero, Almirante de la Armada. Marino de tierra adentro. - El Correo de Pozuelo

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42) Lorenzo Ugalde, la pesadilla de piratas y holandeses en Filipinas

Inicios

Vino al mundo en el Señorío de Vizcaya, sobre finales del siglo XVI.

De muy joven ya se alistó en los tercios de Infantería, como soldado, consiguiendo por su demostrado valor y capacidad de mando, el alcanzar el grado de Capitán del ejército.

Razón por la que se comienza a saber cosas de él, como ocurre con la mayoría de todos los conquistadores de estos siglos, ya que solo se saben cosas de ellos, cuando ya ocupaban cargos de responsabilidad.

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Contra los piratas

Por sus valores ya mencionados, sobre finales del primer tercio del siglo XVII, se le envió a las islas Filipinas, lugar donde la piratería causa graves daños a nuestro comercio, a parte de una intranquilidad constante a nuestras fuerzas y pobladores.

Se encontraba de Gobernador de aquellas islas don Sebastián Hurtado de Corcuera, teniéndose que enfrentar a continuas rebeliones y continuas incursiones de los piratas de la isla de Mindanao, por mandato de su Sultán, que era un enconado enemigo de la presencia española, a parte de no tener ni compasión de los propios filipinos, por que les acusaba de no defender su tierra y dejarse dominar.

Por lo que en el año de 1637, se organizó una expedición contra la isla, poniendo bajo mando de Ugalde, a una de sus columnas en las que estaba dividido el ejército pacificador, para reducir a la obediencia al ínclito Sultán y acabar de una vez con aquellas intrusiones tan perjudiciales, para todos los habitantes del archipiélago.

Fue elegido Ugalde, por su ya conocida fama de buen soldado y así quedó demostrado, ya que consiguieron hacer pie en la isla, y al hacerlo, demostró su valor una y otra vez, logrando tantas veces como fue necesario poner en fuga al enemigo, a pesar de que estuvo a punto de perder la vida, por recibir dos heridas de bala, que no le impidieron continuar avanzando y dando órdenes hasta concluirla.

Batalla de la Naval de Manila

Por estos años las visitas de los holandeses eran normales, ya en el mes de septiembre año de 1641, atacaron Manila y tuvieron que retirarse muy maltrechos, pero regresaron en el mes agosto del año de 1642, con cinco navíos de guerra y cuatro de tras*porte y lo curioso, con sus buques planos y proa recta utilizados en sus canales para mejor desembarcar a la tropa, con esta fuerzas consiguieron tomar una posición por falta de tropas y buques españoles, cuando estos ya se habían rendido, la recuperó un pirata chino llamado Kogsen, quien al desalojar a los bátavos la devolvió a los españoles.

Pero se fueron al Maluco a reponer fuerzas, al mismo tiempo que entablaban conversaciones con el Sultán de Joló, unieron fuerzas y de nuevo en el año de 1644 atacaron la misma posición, pero ya mejor preparados los españoles y sobre todo con la ayuda de los nativos, sufrieron un nuevo fracaso, que se volvió a repetir unos meses más tarde y eso que regresaron con siete navíos, pero igualmente fueron devueltos a la mar.

Al año siguiente de 1645 la ciudad de Manila sufrió un fuerte terremoto, ya que se dieron por muertos de sus habitantes a más de quinientas personas (hay que tener en cuenta que había poco edificio con más de una altura, la mayor parte eran cabañas) que fueron sepultadas al abrirse la tierra, pues nunca más se les puso ver. En este estado de aumentos de problemas, se presentó una escuadra bátava de dieciocho bajeles, menos mal que no se concentraron todos sobre la ciudad, ya que cinco los destinaron a la costa de Ilocos y Pangasinán, siete a dar caza al galeón de Acapulco, infructuosamente, y seis a las Molucas.

Las destinadas a las Molucas fue por estar en aprietos sus fuerzas, al verlos los españoles llegar se refugiaron en Zamboanga y muy resueltos fueron a desembarcar para envolver la fortaleza en la ensenada de Caldera, donde desembarcaron pero en el trayecto obligatorio para conseguirlo se habían emboscado treinta mosqueteros al mando del capitán Monforte y dos compañía de nativos, lo cuales les obligaron a buscar la retirada pues no fallaban un disparo, pero al final fue tan loca la huída y el intento de reembarcar, que solo en este último ataque quedaron cien holandeses tendidos en la playa.

Como no, regresaron en el año de 1646, pero mucho más reforzados puesto que su escuadra ascendía a veinticuatro velas, al llegar la volvieron a dividir como el año anterior, pero esta vez se encontraban en el puerto de Cavite dos de los buques de la carrera de Nueva España, los llamados Encarnación y Rosario, que fueron reforzados montando 20 cañones cada uno, añadiendo infantería y todo al mando de Ugalde, largo velas y levo anclas saliendo en su búsqueda, lograron encontrarla y se enfrentaron a ellos, eran cinco buques contra los dos españoles, pero después de cuatro horas de combate los bátavos abandonaron las aguas, no contento Ugalde continuó cruzando y de nuevo se encontró con otra escuadra, compuesta por cinco buques y dos brulotes, estos le fueron lanzados pero los desviaron los españoles, pasando al ataque que fue tan contundente, que a pesar de ser más se vieron obligados a retirarse y no tan completos como entraron en el desafío.

Por esta acción, se le otorgó el grado de Sargento Mayor y con él, el título de Gobernador de la isla de Joló, a la cual se desplazó con un puñado de hombres de armas.

Batalla de La Naval de Manila - Wikipedia, la enciclopedia libre

La batalla contra los Joloanos.

Estando aquí, sobre mediados del año de 1647, se presentaron dos buques de guerra holandeses, junto a dos mil joloanos, al mando del príncipe Salicala, que era el heredero de la isla.

Por lo que estos conocedores del terreno y ayudados de los holandeses, consiguieron desembarcar de noche, al amanecer del día siguiente comenzó el combate.

Los españoles eran muy pocos, pero a la cabeza de ellos se encontraba su Gobernador, fue tal la resistencia que ofrecieron a pesar de la inferioridad de los españoles, consiguiendo se prolongase durante tres días, en el último el almirante bátavo cayó muerto y a forma de la época medieval, al ver caer a su jefe los holandeses se retiraron abandonando a los joloanos.

Que siguieron enfrentándose a los españoles, pero al no disponer las fuerzas del príncipe de elementos de pólvora, los españoles se pudieron imponer muy rápidamente, por lo que los joloanos fueron derrotados en toda su línea, logrando escapar unos pocos de las envalentonadas fuerzas españolas, que arremetieron sin miramiento por considerarse traicionados.

Este hecho de armas, es quizás el más brillante de todos los llevados a cabo en aquel archipiélago, pero sigue un poco en el anonimato, por no tener datos suficientes sobre los hechos concretos, puesto que las diferencias de fuerzas, eran enormes, ya que como mucho se calcula, que los españoles no pasaban de medio centenar.

Días después de ocurrido el hecho de armas, Ugalde, iba inspeccionando los daños causados a la fortaleza, por el efecto del fuego de la artillería desembarcada por los holandeses, teniendo la desgracia, de que al pisar en una zona aparentemente firme, se desplomó y con ella él cayó al vacío, de resultas de los múltiples golpes, falleció.

Por lo que murió, sobre finales de julio o principios de agosto del año de 1647.

Ugalde de Orellana, Lorenzo Biografia - Todoavante.es

Patriotas Vascongados: Lorenzo Ugalde de Orella
 
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43) Pedro Téllez-Girón, el Gran Duque de Osuna, el español que combatió a los corsarios y limpió Nápoles de rufianes

Pedro Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar (Osuna, 17 de diciembre de 1574-Barajas, 24 de septiembre de 1624) fue un noble, político y militar español, Grande de España, III duque de Osuna, II marqués de Peñafiel, VII conde de Ureña y Señor de Olvera entre otros títulos, caballero del Toisón de Oro. Sirvió a Felipe III en los empleos de virrey y capitán general de los reinos de Sicilia (1610-1616) y de Nápoles (1616-1620), reorganizando su marina y combatiendo con éxito a turcos y venecianos. Se le atribuye la organización de la Conjuración de Venecia, uno de los episodios más oscuros del siglo XVII.

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Conocido como El Gran Duque de Osuna, Osuna el Grande o Pedro el Grande para sus contemporáneos, a pesar de disfrutar de unas enormes rentas, este Grande de España prefirió los campos de batalla y la aventura. Luchó en Flandes como soldado e intentó modernizar la Armada española, luchando contra turcos y berberiscos en el Mediterráneo. Pero no pudo vencer la corrupción de la Corte. Olivares, al considerarle hombre de Uceda, lo mandó a prisión, donde murió.

Francisco de Quevedo fue amigo, consejero y secretario del gran duque, y le dedicó varias obras. Asimismo, escribió una extensa biografía suya que nunca llegó a imprimirse: los Dichos y hechos del duque de Osuna en Flandes, España, Nápoles y Sicilia.​ Según el quevedista norteamericano James O. Crosby y Pablo Jauralde Pou, catedrático de Literatura Española en la UAM, este manuscrito inédito se conserva hoy —al parecer— en una colección de complicado acceso, la de José María Iduarre, marqués de Valdeterrazo.

Juventud

Fue bautizado en Osuna el 18 de enero de 1575. Sus padres fueron Juan Téllez-Girón de Guzmán, II duque de Osuna, y Ana María de Velasco y Tovar, hija de Íñigo Fernández de Velasco, IV duque de Frías y condestable de Castilla y señora de grandes dotes; tantas que en la corte se comentaba: «Si doña Ana se trocara en don Juan y don Juan en doña Ana, se vería en la casa de Girón un caballero de gran valor y una dama de mucha piedad». Ambas cualidades fueron heredadas por el hijo.

Los datos acerca de la juventud del gran duque de Osuna están cuestionados, ya que no hay pruebas documentales que demuestren la certeza de todo lo dicho por Gregorio Leti en su biografía, publicada en Ámsterdam en 1699. En todo caso, y de acuerdo a Leti, cuando su abuelo, Pedro Téllez-Girón y de la Cueva, primer duque de Osuna, fue nombrado virrey de Nápoles (1582-1586) se llevó allí a toda su familia, incluido a su nieto el futuro gran duque. Huérfano de progenitora, pasó sus primeros años bajo el cariño y cuidado de la segunda mujer de su abuelo y tocayo, doña Isabel de la Cueva y Castilla, que demostró ser para el joven Pedro una verdadera y amantísima progenitora.

Se le impuso un ayo, Andrea Savone, literato y humanista, que le enseñó latín a través de los «Diálogos» de Erasmo de Róterdam, así como historia y la geografía; al mismo tiempo que se ejercitaba con las armas, la equitación y otros ejercicios físicos, ya que su abuelo quería que Pedro fuese un perfecto caballero renacentista, tan ágil con la pluma como con la espada. A este respecto, el I duque de Osuna encargó a Luis Barabona de Soto una obra, los «Diálogos de la Montería», dedicada a su nieto, «que no había de criarse solamente en letras, porque no se hiciera flojo y descuidado en su particular provecto... y a quien convenía emplearse en la caza, así, para ejercitar el cuerpo como para revelar el ánimo de los cuidados y tristezas». Incluso llegó a realizar un viaje por la Calabria en compañía de Fabritio Codisponti por recomendación de su abuelo. Esta instrucción laica se completaba con la religiosa, a veces gracias a los nuevos conventos de jesuitas y dominicos.

Al volver a España el joven, hablaba y leía a la perfección el latín y el italiano. Por deseo expreso de su abuelo fue enviado a la Universidad de Salamanca, por tener mayor prestigio que la de Osuna, a casa de Francisco Minga, para completar y sistematizar los conocimientos adquiridos, estudiando además Retórica, Filosofía y Leyes.

Decantado por el oficio de las armas, con 14 años de edad, en 1588, participó al decir de Leti en la expedición real contra los rebeldes aragoneses a las órdenes de Iñigo de Mendoza. Nuevamente, no hay pruebas documentales de ello. Según Leti, como el conflicto duró poco, pasó entonces al cuidado de Alfonso Magara, con el que el futuro III duque aprendió Historia, Geografía y Matemáticas, así como elementos de mecánica y arquitectura aplicados a las fortificaciones, ejercitándose además con las armas.

Gregorio Leti afirma que acompañó al II duque de Feria, que había sido nombrado embajador extraordinario de España en Francia para que los Estados Generales aceptaran a la infanta Isabel Clara Eugenia como su soberana, instalándose en París. Como la capital le resultó poco edificante, se dedicó a la lectura, formando allí el fondo de lo que llegaría a ser una gran biblioteca. La educación política se obtenía con la práctica, y Pedro Téllez-Girón pudo instruirse en las sutilezas y tortuosidades de la diplomacia presenciando una audiencia con el rey Enrique IV y los jefes de la Liga Católica así como el ir y venir de unos y otros en sus desavenencias. Tampoco hay constancia documental de ello.

En todo caso, el 7 de febrero de 1594 estaba en Sevilla, en las ceremonias de su boda con Catalina Enríquez de Ribera, hija de Fernando Enríquez de Ribera, II duque de Alcalá, uno de los más ricos y destacados nobles andaluces, y nieta por vía materna de Hernán Cortés.

Servicio en Flandes

El ya marqués de Peñafiel, con los derechos y obligaciones que el disfrute de sus rentas comportaba, quiso conocer Portugal, viajando a su costa, pero con recomendación del rey; desde allí escribió a Fernando de Velasco una larga carta de impresiones y juicios, primer documento del duque que se conoce. De vuelta a la Corte, donde se hizo estimar del secretario Juan de Idiáquez, tal vez artífice de la designación para volver a Francia con la embajada que iba a concluir la Paz de Vervins. Murieron casi al mismo tiempo el rey Felipe II y Juan Téllez Girón, heredando Pedro la Grandeza de España y todos los títulos y estados patrimoniales de la Casa de Osuna, la segunda casa nobiliaria más rica de Castilla, tras los Medina-Sidonia.

Fue tachado de libertino, por su fama de amoríos, cuchilladas, incidentes con la Justicia y escándalos que le llevaron al destierro de la Corte; alejado a Sevilla por nuevos escándalos, domiciliado en Osuna y preso en Arévalo en 1600. Nuevamente preso, se evadió con ayuda de su tío Juan Fernández de Velasco, condestable de Castilla, y marchó a combatir a los Países Bajos, abandonando en Isabel de la Cueva el cuidado de sus bienes.

Sin que le detuviesen en París el recibimiento y agasajo que le hizo Enrique IV, pasó a Flandes y fue recibido a mediados de octubre de 1602 con singular aprecio por el archiduque Alberto, y no menos de la infanta Isabel Clara Eugenia, causó no obstante confusión en la corte de Bruselas y en el Consejo de la guerra, por no saber qué destino ni cargo otorgarle a un joven inexperto, pero con categoría de Grande de España. Sentó plaza de soldado con cuatro escudos de paga al mes, en la compañía del capitán Diego Rodríguez, del tercio del maestre de campo Simón Antúnez, hasta que se le encomendaron dos compañías de caballería.

Sirvió en los Estados Bajos seis años, siendo el primero en todas las ocasiones que se ofrecieron, derramando mucha sangre en todas ellas, y poniendo su persona en los mayores peligros como si fuese un soldado más. Como se afirmaba en la causa que le juzgó por su fuga, al retornar a España:

Sirvió sin diferencia de los demás soldados; gastó mucho dinero de su hacienda y fue tenido por padre, amparo y ejemplo de soldados y excelente capitán.

Embarcó en La Esclusa, en una división de ocho galeras y tres buques cargados de batimentos, para intentar llegar a Ostende, pero los holandeses estaban esperándolos y les causaron muchas pérdidas, la más dolorosa la de Federico de Spínola, cuya vida fue segada por una bala de cañón. Osuna admiró a todos con su arrojo y serenidad, encareciéndolo tanto los testigos al general en jefe, Ambrosio de Spínola que éste, aunque afligido por la pérdida de su hermano, tras*mitió la noticia al Archiduque y un gentilhombre de su casa vino expresamente a felicitar a Pedro por primera actuación en la mar. Se interesó por la guerra naval desde aquel mismo momento.

Marchó al poco tiempo al sitio de Grave, donde dio a la infantería de Mauricio de Nassau una carga con un arrojo calificado de temerario, en la que perdió treinta hombres y el caballo que montaba, recibiendo un tiro de mosquete en la pierna, que sin ser grave, lo tuvo en la cama un mes y después le hizo sufrir toda la vida.

Era tanto el aprecio conseguido entre la tropa, que en 1602 y 1603 los archiduques le encomendaron en varias ocasiones que se encargara de apaciguar los numerosos motines del ejército por el impago de las soldadas; lográndolo, en muchas ocasiones, poniendo su propio peculio. De nuevo en el asedio de Ostende, a las órdenes de Spínola, realizó un ataque a las trincheras enemigas, con tanta energía que llegado al punto cogió de su propia mano a dos flamencos. El propio archiduque Alberto le distinguió con la honra de trocar su espada real por la del voluntario español.

De descanso tras la campaña de 1604, se fue el duque de Osuna de viaje particular a Londres, para conocer la capital inglesa y sus sistemas navales. En su estancia allí coincidió con las grandes fiestas que se celebraban por la paz conseguida entre Felipe III de España y Jacobo I. Su tío, el condestable de Castilla, fue el emisario español en esta paz. Osuna fue recibido por el monarca inglés con muchas honras, y se vio muy satisfecho al poder hablar con el monarca en latín. Aprovechando la visita, examinó los sistemas de organización marítima inglesa.

Cuando el archiduque Alberto escribió La memoria de la campaña de 1605, comentando las operaciones llevadas a cabo por Spínola, decía del de Osuna:

Ya estoy en disposición de juzgar al Duque, aprovechando en sus lecciones, hasta cierto punto, pues tratándose de acometer, bien que su persona no fuera obligada a evitar por la responsabilidad del mando el peligro, excedía ordinariamente los límites de la prudencia y más que nunca lo hizo en la batalla de Broeck, entrando tan al centro del ejército enemigo, que estuvo un momento prisionero, habiéndole sujetado las riendas del caballo, y con todo se libró, pareciendo milagro que saliera ileso entre la lluvia de balas que le dispararon.

En 1606, en el asalto a la plaza de Groenlo, una bala de mosquete le arrancó el dedo pulgar de la mano derecha, quedando de momento imposibilitado. Aunque se recuperó muy pronto, se vio en la necesidad de aprender a manejar la mano izquierda con la soltura con que lo hacía con la derecha, y con su acostumbrado fervor, aprendió a manejar la pluma, la espada, la pistola y el tenedor, de modo que no echará en falta la mano mutilada.

Tratando de recuperar la misma plaza Mauricio de Nassau, le sorprendió de noche el de Osuna e introdujo un refuerzo de ochicientos hombres, con lo que los esfuerzos del conde se vinieron abajo, viéndose obligado a levantar el sitio.

Osuna se opuso por completo a la negociación con los rebeldes, en la que tenía el archiduque tanto empeño, por lo que éste solicitó al rey que le sacasen al duque de sus estados,​ a lo que la Corona accedió de inmediato. Por sus méritos en combate y noble linaje le fue concedido e impuesto con gran ceremonia el Toisón de Oro. No sin pesar salió Osuna de Bruselas, y tan pronto como llegó a Madrid, después de una audiencia privada con el rey, éste llamó al Consejo, que en su presencia se reunió, siendo oído el duque durante dos horas, sin olvidar materia alguna, dada su proverbial memoria. Impresionado el Consejo con las explicaciones del duque sobre la situación en que había quedado Flandes, Su Majestad Católica vino a nombrarle gentilhombre de cámara con plaza en el Consejo de Portugal, además de convertirse en su consejero personal sobre los negocios de Flandes y la tregua con las Provincias Unidas.

Con suma habilidad acordó el matrimonio de su hijo y heredero, Juan Téllez-Girón, marqués de Peñafiel, con Isabel de Sandoval, hija del duque de Uceda y nieta del de Lerma, con lo cual se abría camino a los puestos más importantes del Estado. Por entonces reparó en la calidad intelectual del que sería su amigo y ayudante, Francisco Gómez de Quevedo..

Virrey de Sicilia

En 1610, reunido el Consejo para designar virrey de Sicilia, se levantó el duque, que había nacido para mandar y no para obedecer, y dirigió al soberano las siguientes palabras, que merecen ser reproducidas:

Si la previsión de un gobierno cualquiera, requiere grave consideración, creo, señor, que el virreinato de Sicilia la merece como ninguno. Sicilia es llave del reino de Nápoles, joya de la corona de V. M., y salvaguarda de la libertad en toda la península itálica. El imperio otomano la codicia y acecha de continuo con la esperanza de hacerla un día o el otro tributaria suya; bien lo sabía Carlos I, de feliz memoria, abuelo de V. M., cuando en previsión de lo futuro dio la isla de Malta a los caballeros desalojados de Rodas, a condición de hacer continua guerra al Turco desde aquel baluarte; pero ya la medida es ineficaz contra enfermedad tan aguda. Aquella isla noble y feracísima, que forma un triángulo de 700 millas de superficie, tan próxima a Italia que sólo la separa un estrecho de tres millas, es de naturaleza que fácilmente se hace inexpugnable por aquella parte, como puede serlo por la que confina con Malta. No obstante, la mar es grande, las fuerzas de V. M. remotas, y las del Turco potentes y vecinas, de modo que pueden pasar, como pasan, de uno a otro lado, atendiendo a que los venecianos no cuentan con armada propia, ni la emplearan en otra cosa, complaciéndoles más bien ver perpetuamente acosada la isla de corsarios, por los celos que la monarquía de V. M. les da.

Con tantos reinos, con tan considerables recursos, no ha podido vencer la augusta Casa de Austria a un puñado de rebeldes en los Países Bajos, porque su gran piedad la debilita, y el Turco, porque hace depender del interés la religión, y de la autoridad la vida y la sustancia de sus vasallos, triunfa y se extiende de manera que, si no se remedia, será pronto monarca y castigo de Italia.
¿En que consiste la fuerza de un Estado?. Si en el valor de la nobleza, en la fidelidad de los súbditos, en a reputación de las armas, en el número de los soldados, ninguno debe igualar al de V. M., porque no hay soberano que de tantas prerrogativas pueda loarse, y sin embargo, con menos recursos y fuerza, por sistema distinto el Turco se ha hecho terror del mundo por las armas.
Será injusto y tirano en el interior, mas no descuida medio de ser más y más poderoso fuera, y odiando a la casa de V. M. por el repruebo que ella tiene a los infieles, no piensa en otra cosa que en molestarla, siendo blanco principal de su saña los pobres sicilianos, como si fueran venidos al mundo para presa suya. Bien puede decirse que V. M. no tiene de aquel reino más que el título, y que disfrutan de usufructo los corsarios turcos.
Quisiera Dios que las rebeliones que allí se han sucedido reconocieran otras causas ¿Cómo han de amar los sicilianos a un príncipe que no los defiende? ¿cómo ha de serle adictos, viéndose abandonados a la crueldad de los bárbaros?. Sepa V. M., que de treinta años a esta parte han verificado los turcos más de ochenta desembarcos en Sicilia, ya en un punto, ya en otro, habiendo año en que se han contado cuatro, y en todos, tras el saqueo, ha iluminado el incendio el acopio de esclavos cristianos, que despuebla la isla, priva a la Corona de tantos súbditos y agobia el Erario, con el rescate que se ha discurrido por remedio del mal, con gran escándalo de la Cristiandad, sorprendida de un Rey católico que posee medio mundo no alcance a corregir ese mal crónico.
Ahora que V. M. va a designar virrey para Sicilia. ¿Irá a ser testigo de la miseria y de las ruinas que cada día causan los piratas en aquel reino infeliz y de la grita con que encadenan y embarcan en las galeras los esclavos? ¿Irá a servir de gacetero de la corte para avisar desembarcos, incendios de ciudades y asaltos de castillos, y que los partes pueden archivarlos en la secretaría, fatalidad ordinaria?.

Bien sabe Dios la aflicción que me causa esta exposición, que debo a la responsabilidad del Consejo, y muy particularmente a un Rey que funda su grandeza, como católico de título y de verdad, en la justicia. Dos determinaciones pueden adoptarse, en mi opinión, acudiendo al remedio de esos daños intolerables: negociar con el Turco la seguridad de Sicilia mediante tributo, o espumar la mar de corsarios constriñéndolos a envejecer en sus puertos. Pensar en el primero sería abrir una brecha mortal en la gloria de V. M., y echar el ignominioso borrón de otras naciones en la nuestra; de modo que habrá de pesarse en el segundo, pues harto ha durado la situación lastimosa e indigna de los piadosos sentimientos de V. M., en que se ven los sicilianos, y de no acabar, pudiera llevarlos a la desesperación. Vaya el virrey que se designe ahora con la firme resolución de levantar el espíritu de los insulares, y que halle en V. M., el apoyo de la autoridad y los recursos indispensables a una obra tan laudable.


El nombramiento fue acordado por el Consejo y el rey Felipe III en febrero de 1610, y Osuna recibió con fecha 18 de septiembre el título de virrey de Sicilia. Cuando tomó posesión del nuevo cargo en Milazzo, el 9 de marzo de 1611, el reino de Sicilia se hallaba en la última miseria. Por falta de crédito la Caja de Palermo (el erario público) había tenido que declararse en bancarrota y cerrar sus puertas. La moneda se adulteraba sin recato y la inflación arruinaba al sufrido pueblo siciliano. En Mesina los ladrones asaltaban las tiendas y los comercios a plena luz del día, en medio de la indiferencia general, y era imposible viajar sin una escolta armada. La justicia era un juguete de los poderosos y las cárceles estaban repletas. La escuadra estaba desarmada, convertida en ludibrio de golfos, y sin más reputación que la de su cobardía.

Pero pronto el enérgico Osuna puso remedio a tamaños males, con general aplauso: restituyó el crédito de la hacienda pública, restableció el peso y la ley de las monedas, ajustó los impuestos a las verdaderas rentas de los contribuyentes, equilibró los presupuestos e hizo aumentar los ingresos. Los caminos fueron limpiados de salteadores y facinerosos, la autoridad y la libertad de los ministros de la justicia, restaurada, y las cárceles repletas quedaron yermas y vacías.

Una de sus principales preocupaciones fue reorganizar la marina, como mejor medio de defender la isla contra las incursiones de turcos y berberiscos. La situación era desesperada, ya que el virrey solo contaba con 9 galeras para la defensa de la isla, desprovistas de remeros y bastimentos. Había tanta escasez de tripulantes para las galeras como exceso de pícaros, pordioseros con taras simuladas, que infestaban las calles y las puertas de las iglesias. Pero el nuevo virrey de Sicilia ideó un sistema de reinserción que resolvió simultáneamente ambos problemas:

Convocó un concurso de saltos de altura, con premio de un doblón para los que superasen un listón y un escudo de oro para los que lograsen salvar otro más alto: fue un éxito de asistencia; cojos, ciegos, mancos, tullidos de toda especie se curaron instantáneamente para aspirar al premio: los que lo lograron, obtuvieron su doblón o su escudo... más diez años de condena a galeras por tramposos.

Bajo su mandato las galeras sicilianas alcanzaron un alto grado de eficacia y disciplina, siendo lustre de las armas españolas y envidia de todas las naciones. Con ellas se impuso al poderío naval de turcos y berberiscos. Su primera medida fue dar audiencia a un tal Osarto Justiniano, un griego con cierto poder en el Peloponeso, que obtuvo de inmediato suministros y soldados españoles para apoyar una revuelta contra el poder turco. Suministros y soldados que el duque pagó de su propio bolsillo. La campaña fue un éxito total: los turcos fueron expulsados, sus fortificaciones conquistadas y el duque personalmente enriquecido con el botín, galeras para reforzar su flota, y esclavos turcos para sus remos. Los soldados, partícipes del saqueo, cantaron las maravillas del nuevo virrey.

También logró autorización para armar en corso buques de su propiedad, que realizaron muchas presas; de sus botines el rey recibía una quinta parte y otra la Hacienda Real, sus hombres otro quinto y el resto era para él, que lo solía utilizar en construir más buques y mantener incluso de su pecunio particular los buques de la Corona. Fue el primero en demostrar que, con tácticas y esfuerzo, se podía ganar con las galeras a los buques redondos, cosa que realizó en dos ocasiones.

El reforzamiento de la flota siciliana llegó en el momento preciso, ya que berberiscos preparaban una gran armada para capturar la Flota de Indias. Osuna envió a sus galeras al puerto de Túnez. Lograron infiltrarse al amparo de la noche, y varios soldados en lanchas acribillaron a la flota berberisca con bombas incendiarias, llevándose un buque abarrotado de mercancías preciosas. Enfervorecidos por el éxito, repitieron su hazaña con el mismo éxito en La Goleta.

Virrey de Nápoles

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El Calvario o La expiración de Cristo es una pintura de José de Ribera de 1618, que le encargó Pedro Téllez-Girón durante su estancia en Nápoles. Actualmente se conserva en la Colegiata de Osuna.

En recompensa de tantos servicios, Osuna fue nombrado virrey de Nápoles, al cual se trasladó en junio de 1616, convirtiéndose en uno de los personajes más destacados de la Italia de la época.

Por aquel entonces, el gobierno interior del reino, y especialmente de la ciudad de Nápoles, era un completo desbarajuste. Sólo existía justicia si era comprada, el comercio no podía vivir, y peligraba la seguridad personal entre los continuos crímenes que tanto de día como de noche se efectuaban en las mismas calles y aun dentro de las casas, asaltadas por los bandoleros. A la voz de «¡Cierra! ¡Cierra!» la gente huía, los vecinos pacíficos y los mercaderes atrancaban las puertas de sus casas y sus almacenes, y los rufianes y la gente de mal vivir quedaban por únicos dueños de las calles de Nápoles.

Por otra parte, estaba el problema del cúmulo de soldados que atestaban la ciudad: 18 000, de tantas naciones diferentes, y por lo general violentos y mal pagados. A ello había que sumar la envidia y el afán de lucro de una parte de la nobleza, siempre dispuesta a ir contra los virreyes españoles, y finalmente la desmoralización y corrupción de una parte del clero napolitano. A todo ello se unía la guerra secreta que Francia hacía a los Habsburgo españoles y austriacos.

Osuna se aplicó con firmeza al fortalecimiento del ejército y de la marina, construyendo galeones y galeras y reclutando dotaciones, que por cierto escaseaban, ocurriendo una anécdota:

Paseando un día por la ciudad se dio cuenta de que había muchos tullidos, le parecieron demasiados con respecto al total de la población, le recordó Sicilia pero como ya estaban advertidos los de la ciudad, tuvo que inventarse otro modo: llegó al palacio y dio orden de que en una carreta con seis hombres, dos a las riendas y cuatro, uno para cada saco de monedas de oro de su hacienda, recorrieran la ciudad arrojándolas; ante la lluvia de oro, de pronto los tullidos dejaban de cojear, a los mancos les crecían los brazos y los que llevaban muletas las arrojaban para recoger las monedas, detrás del carro iba una compañía de infantería de los tercios y a todos ellos los detenía por tramposos y mentir, ya que al hacer visible un defecto físico inexistente incurrían en ello para evitar el ser reclutados, para la marina o el ejército, además de retirárseles las monedas que habían recogido.

Así consiguió las dotaciones precisas y con la práctica, y algún latigazo, se convirtieron en unas dotaciones instruidas y disciplinadas.

De sus experiencias pensó como mejor táctica el hacer flotas conjuntas de galeones y galeras, pues las galeras podían servir de elementos de ayuda a los galeones, ya que podían sacarlos de un combate o, cuando faltara el viento, ayudarles a formar la línea, convirtiéndose en auxiliares muy importantes, además de su velocidad y potencia de fuego, y como tras*portes de infantería. El nuevo virrey creó una importante escuadra, que resultó modélica, dado que, por la cédula real, podía escoger en todo el reino a sus capitanes y alféreces, predominando los vizcaínos y castellanos, entre los que destacaron el palermitano Octavio de Aragón, vencedor en el cabo Corvo, y el toledano Francisco de Rivera, futuro almirante y vencedor de turcos y venecianos en batallas como la del cabo Celidonia o la de Ragusa. Se consiguió el dominio del Adriático y se llevó el hostigamiento hasta apoyar los levantamientos en tierras griegas. Le llamaban los turcos Deli-Bajá ('virrey temerario'), tanto era el daño que les causaba en las diversas correrías contra ellos dirigidas.

Francisco de Quevedo condensó sus triunfos en este soneto:

Diez galeras tomó, treinta bajeles,

ochenta bergantines, dos mahonas;
aprisionóle al turco dos coronas
y a los corsarios suyos más cueles.

Sacó del remo más de dos mil fieles,
y turcos puso al remo mil personas;
y tú, bella Parténope, aprisionas
la frente que agotaba los laureles.

Sus llamas vio en su puerto la Goleta;
Chicheri y la Calivia saqueados,
lloraron su bastón y su jineta.

Pálido vio el Danubio sus soldados,
y a la Mosa y al Rhin dio su trompeta

ley, y murió temido de los hados.


Sus continuas acciones corsarias y enfrentamientos con Venecia le distanciaron de la Corte, al desobedecer las órdenes del Consejo de Estado, que él consideraba que destruían el prestigio de la Monarquía Hispánica. Además, el duque de Osuna fue uno de los implicados en la famosa Conjuración de Venecia, junto con el embajador español en Venecia, marqués de Bedmar y el gobernador del Milanesado, Pedro de Toledo, trazada por la República de Venecia para desestabilizar el poder español en el norte de Italia.

Impresionan los regalos que en sus dos gobiernos hizo el Virrey: solamente al duque de Uceda envió en dinero contante y sonante 200 000 ducados, además de un par de tiestos de plata esmaltados con ramos de naranjas y cidras, que pesaban ciento veinticinco libras, trescientos abanicos de ébano y marfil, caballos, jaeces, mazas, alfanjes y cuchillos damasquinados, así como piezas de joyería más ricas por el trabajo del orfebre que por el peso del oro, los rubíes, diamantes y esmeraldas. Tales eran las riquezas que el gran duque de Osuna obtenía del corso.

Fue famoso, además, por su procedimiento shakespeariano de administrar justicia. Halló el duque en la visita de cárceles un preso encerrado hacia veinticuatro años; le otorgó al punto la libertad, diciendo que tan largo padecer era bastante para purgar el mayor delito; a un ****mita lo mandó quemar; a un letrado que el sábado había dormido con una cortesana, dándola fin aquella misma noche, le hizo cortar la cabeza el domingo por la mañana. Un fraile asesinó a cierto caballero en la iglesia, y un clérigo al gobernador de Isquia; hechas las ceremonias de costumbre, ambos fueron ajusticiados, no interponiéndose tiempo del delito al castigo. Fue perseguidor implacable de malhechores, y mortal enemigo de mentirosos; pero atropellaba las leyes cuando creía que entorpecían la acción de la justicia. Cuéntase que, en perjuicio de un hijo que había ocasionado algunos sinsabores á su padre, lograron los jesuitas que este los nombrase herederos a condición de dar al hijo lo que quisiesen. Ofreciéronle ocho mil escudos. El hijo acudió al virrey, que, enterado del caso, llamó á los herederos. Demandante y demandados expusieron su derecho, y entonces el Duque decidió la querella dirigiendo a los jesuitas estas palabras:

No habeis entendido el testamento. Dice que deis al hijo lo que queráis vosotros. ¿Qué queréis? La herencia; pues eso os manda que deis el testador.

El pueblo adoraba a su virrey, aclamándole por donde pasaba, vitoreándole y proclamando que «no queremos otro señor que al Duque de Osuna». Llegó a tanto su entusiasmo, que poco tiempo después de su llegada cantaban los ciegos: «Ora que habemos este Duque de Osuna, no se vende la Justicia por dinero».

Caída y fin

No fueron los venecianos, sino los napolitanos, quienes precipitaron el final de Osuna. Algunos nobles enemigos del duque le acusaron de pretender independizarse de España, cosa que nunca pasó por su cabeza, aunque el beneficio acumulado por las acciones de la flota corsaria le diera para ello. Fueron capaces de convencer al futuro san Lorenzo de Brindisi, para que defendiera su caso ante Felipe III. El viejo fraile alcanzó al rey en Lisboa en mayo de 1619, cuando su hijo estaba siendo coronado como rey de Portugal. El rey prestó atención a los argumentos de san Lorenzo, a pesar de los inmensos servicios prestados por Osuna. La caída de Lerma en 1618 y su sustitución por su hijo el duque de Uceda, había iniciado el proceso contra los miembros destacados de la administración de su padre.

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Castillo de los Zapata en Barajas (actualmente un distrito de Madrid), donde estuvo preso (1622-1624) y murió el duque de Osuna.

Al año siguiente, 1620, Osuna fue llamado a España para responder a los cargos presentados contra él, y se nombró su sustituto como virrey de Nápoles. Pedro tras*firió su flota a España y abandonó el cargo el 28 de marzo de 1620, y llega a España donde habla ante el Consejo Real. Pero mientras espera a ser recibido por Felipe III, el rey muere, y Osuna es detenido y encarcelado en silencio por su oposición al nuevo régimen, es decir, a la camarilla liderada por Baltasar de Zúñiga y su sobrino el conde de Olivares; nunca declaró ante la Justicia.

Enfermo de achaques y tristeza, para aplauso y regocijo de los enemigos de España, falleció en una mazmorra del Castillo de Barajas como un vulgar delincuente el 24 de septiembre de 1624, siendo sus últimas palabras: «Si cual serví a mi rey sirviera a Dios, fuera buen cristiano». No obstante, antes de morir tuvo la satisfacción de saber que ya la opinión general del reino se puso de su parte, reconociendo sus relevantes servicios prestados a su rey y a España. Fue enterrado en el convento de religiosos observantes de San Francisco de su villa de Osuna.

La flota que el duque creara a sus expensas y que tantos éxitos dio a España, conducidas por valerosos jefes, llegó a sumar veinte galeones, veintidós galeras y treinta embarcaciones de menor porte. Pero a su salida del virreinato, la flota fue decayendo en buques y hombres por la falta de un jefe ecuánime y ejemplar y por la falta de dinero para su mantenimiento, lo que hizo desaparecer por completo su obra.

Con su fin se perdió la oportunidad de haber creado de manera institucional una «segunda flota» fomentando la implicación de los nobles en el mantenimiento de flotas corsarias bien entrenadas que, como demostró la iniciativa del duque, podrían haber colaborado eficazmente en fortalecer la posición española en los distintos teatros de operaciones, socavando la posición de los enemigos de España sin generar costes a las arcas reales.

Semblanza del Gran Duque de Osuna

Uno de los más destacados personajes del siglo XVII, Pedro Téllez-Girón fue descrito como un «señor muy pequeño que era muy grande»,​ por su baja estatura, gran presencia e inmensas cualidades. Esbelto y elegante, tenía las piernas arqueadas de jinete, barba gris, rostro lleno de arrugas, la piel morena por el sol de las batallas, los ojos grises acerados y la voz quebrada. Era de ánimo esforzado, hábil diplomático, caballero, y generoso sin igual; amable y afectuoso, pasaba de la dulzura melancólica a la cólera leonina. Amante del pueblo, odiaba por instinto a la nobleza advenediza y tumultuaria, tanto como despreciaba la hipocresía y la falsedad.

Sabemos por Gregorio Leti de su afición a la lectura, a la que dedicaba al menos una hora al día, sintiendo predilección por Cardano, Tácito y Maquiavelo.

Patrocinio artístico y literario

Cuando Pedro Téllez-Girón llegó a Sicilia encargó a su capellán Jayme Saporiti una obra sobre las hazañas de sus antepasados y las suyas propias, sirviéndose de tales ejemplos para motivar a la virtud. Se dirige a su hijo y heredero del duque, el marqués de Peñafiel, que contaría unos catorce años, con fines pedagógicos. De él se esperaban grandes hechos y apartarle de la turbulenta juventud de su padre:

Espero que Vuestra Excelencia leyendo la sombra de las heroycas hazañas, antigua nobleza y famosísimo govierno del Ilustrísimo y Excelentisimo Señor su padre, se inflamará como Aguila a imitarle, y hazer cosas muy grandes, y señaladas en servicio de Su Magestad, sobrepujando las valentías de Alexandro, César, Cipión, Theseo, Themístocles, y del Gran Sultán Solimán

Sobre el Gran Duque

De la Asia fue terror, de Europa espanto,
y de la África rayo fulminante;
los golfos y los puertos de Levante
con sangre calentó, creció con llanto.

Su nombre solo fue victoria en cuanto
reina la luna en el mayor turbante;
pacificó motines en Brabante:
que su grandeza sola pudo tanto.

Divorcio fue del mar y de Venecia,
su desposorio dirimiendo el peso
de naves, que temblaron Chipre y Grecia.

¡Y a tanto vencedor venció un proceso!
De su desdicha su valor se precia:
¡murió en prisión, y muerto estuvo preso!


Francisco de Quevedo.

Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle fin y guandoca las Españas,
de quien él hizo esclava Fortuna.

Lloraron sus envidias una a una,
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas,
y su epitafio la sangrienta Luna.

En sus exequias encendió el Vesubio,
Parténope; y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio:

dióle el mejor lugar Marte en su cielo;
La Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.


Francisco de Quevedo, como epitafio para el Gran duque de Osuna.

"Los defectos de esa gran figura cuente el que se ocupe de su vida, y brille aquí, adornada de la corona naval que ninguna otra le disputa en nuestra historia. La de don Álvaro de Bazán, en la ejecución; la de don García de Toledo, en la energía; la de don Diego Brochero en la organización; las de Patiño y Ensenada, en el pensamiento, no la exceden; pues el Duque a reunir las condiciones de estos ilustres próceres, sin que ellos ni otro alguno, antes o después, alcanzara a discernir mejor, que cosa es marina militar, como se forma, para que sirve, y para que aprovecha."

(Extracto de El Gran duque de Osuna y su marina, de Cesáreo Fernández Duro).

Tellez Giron y Fernandez de Velasco, Pedro Biografia - Todoavante.es

Pedro Téllez-Girón y Velasco - Wikipedia, la enciclopedia libre

El «virrey temerario», el español que combatió a los corsarios y limpió Nápoles de rufianes
 
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Estooo, alguien sabe como montar un "pdf en condiciones" de todo el hilo?
 
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