A mi lo que más me ha impactado de los últimos tiempos es darme cuenta de lo pastoreable y voluble que es la gente. La masa es incapaz de organizarse o rebelarse por si misma. Necesitan siempre que alguien de arriba les pastoree, y claro, cuando los de arriba lo hacen es siempre en función de sus intereses. El pueblo cuando lucha lo hace siempre por los intereses de los de arriba y en contra de los suyos propios. El pueblo no genera sus propios líderes, porque el sistema está montado para que no pueda surgir ningún líder que no esté controlado por ellos, y si sale alguno es aplastado de inmediato.
Si hace unos años me hubieran dicho que la gente aceptaría que les obligaran a comer bichos, a pincharse fármacos experimentales, a pinchar a sus hijos, a que los metan en una guerra, que aceptarían que los médicos que pagan con sus impuestos les atendiesen por teléfono, que les quitaran sus vehículos... no me lo hubiera creído. Pensaba que si alguien se atrevía a algo así, tendría que salir por patas ante la cólera de las masas. Nada más lejos de la realidad. La gente lo acepta todo mientras tengan la excusa de que lo hacen por una causa justa. Da igual que la excusa no se la crean ni ellos mismos.
De hecho, me ha sorprendido que no hayan terminado poniendo el pinchazo obligatorio, porque tal como ha respondido la gente, tenían margen de sobra para hacerlo. Con una coacción mayor la mayor parte de los que no han pasado por el aro hubieran terminado haciéndolo. Y al resto si los hubieran llevado a un campo de reeducación no le hubiera importado a nadie. Es más, lo habrían aplaudido.
Me sorprende incluso que no estén proponiendo que nos alimentemos de los fallecidos por la sostenibilidad del planeta (aunque ya han hecho alguna insinuación al respecto). Colaría igual. No veo a la gente con capacidad para rebelarse ante absolutamente nada. Peor aún, lo que me da más miedo es que llegado el momento, si los de arriba quieren, la propia gente se convertirán en vigilantes y verdugos de los que se nieguen a plegarse al sistema.
Si hace unos años me hubieran dicho que la gente aceptaría que les obligaran a comer bichos, a pincharse fármacos experimentales, a pinchar a sus hijos, a que los metan en una guerra, que aceptarían que los médicos que pagan con sus impuestos les atendiesen por teléfono, que les quitaran sus vehículos... no me lo hubiera creído. Pensaba que si alguien se atrevía a algo así, tendría que salir por patas ante la cólera de las masas. Nada más lejos de la realidad. La gente lo acepta todo mientras tengan la excusa de que lo hacen por una causa justa. Da igual que la excusa no se la crean ni ellos mismos.
De hecho, me ha sorprendido que no hayan terminado poniendo el pinchazo obligatorio, porque tal como ha respondido la gente, tenían margen de sobra para hacerlo. Con una coacción mayor la mayor parte de los que no han pasado por el aro hubieran terminado haciéndolo. Y al resto si los hubieran llevado a un campo de reeducación no le hubiera importado a nadie. Es más, lo habrían aplaudido.
Me sorprende incluso que no estén proponiendo que nos alimentemos de los fallecidos por la sostenibilidad del planeta (aunque ya han hecho alguna insinuación al respecto). Colaría igual. No veo a la gente con capacidad para rebelarse ante absolutamente nada. Peor aún, lo que me da más miedo es que llegado el momento, si los de arriba quieren, la propia gente se convertirán en vigilantes y verdugos de los que se nieguen a plegarse al sistema.