A veces sueño con una tormenta solar de proporciones bíblicas que, por una serie de circunstancias cuánticas, cae exclusivamente sobre la cabeza de todos los asustaviejas de la vida: todas las redacciones de periódicos ardiendo, periodistas corriendo envueltos en llamas, editores chamuscados hasta el tuétano, estudios de radio y televisión calcinados hasta los cimientos con presentadores y locutores hirviendo en sus propias grasas, y al final del sueño, de toda la morralla de asustaviejas histéricas, sólo queda una suave ceniza que se mezcla con la brisa y da vida a las flores del campo. Y entonces me despierto con una gran sensación de calma y paz.
Sé que no pasará nunca y que el asustaviejismo solar es una pata más de la garrapata climática, pero aún y así, me encanta cuando tengo sueños bonitos.