El Dios que conozco

Mateo77

Laico católico
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Hay católicos que han llevado una vida de fe desde su niñez. Esta vida tendrá altibajos, pero siempre han estado cerca de Dios. En cambio, otras personas se han convertido en un momento determinado, y por esta misma razón, porque pueden comparar, reconocen claramente el gran tesoro que supone vivir con Dios. Yo soy de estos últimos.

Antes de mi encuentro con Dios nunca tuve fe. Sí que creía en que existía un Dios, pero este sería un Dios alejado de nuestra vida. Un Dios que ha creado todo como un juego o un experimento, y que luego se separa y se limita a contemplar cómo evoluciona la cosa. Los seres humanos tendríamos plena libertad para organizar nuestra vida como quisiéramos o como pudieramos, Dios nunca intervendría. Yo tenía derecho a procurarme todo el bienestar que pudiera por el medio que me pareciera mejor. No es que fuera especialmente malvado, pero me centraba primeramente en mi mismo y en aquellos que apreciaba, y que los demás se arreglaran como quisieran mientras no me molestasen. Por supuesto sostenía un discurso liberal (en el sentido económico y en el jovenlandesal), y tendía a culpar al perdedor de su fracaso. Yo había recibido unas cartas razonablemente buenas y las había aprovechado razonablemente bien. El que arruinase lo suyo se merecía el mal que sufría, y el que partiese de una situación de partida mala tendría que aprender a conformarse. Me aburría todo lo religioso, y lo miraba con desprecio, y por el contrario me interesaban Nietzsche, la ciencia y la tecnología.


Vanidad de vanidades

Eclesiastés 1, 2-4 Vanidad de vanidades; todo es vanidad. ¿Qué provecho saca el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol? Una generación pasa y otra generación viene, y la tierra subsiste siempre.​

En este estado de cosas comenzó la primera tormenta, que habría de durar diez años. Pienso que el primer golpe provino de mi interés por las teorías de Dawkins, que me expusieron a una cruda carencia de sentido de la vida. Si todo se limita a una lucha por perpetuar los propios genes, realmente ¿tiene sentido participar? ¿Para qué tanto esfuerzo en desarrollar los propios dones si solo es una gran farsa destinada a maximizar las posibilidades de engendrar descendencia? La propia búsqueda de bienestar paulatinamente se vacía de sentido. Como una droja, para mantener el nivel de placer hay que aumentar continuamente la dosis, hasta que se hace inviable por una razón u otra.

Tras esto comenzaron muchos problemas familiares y sentimentales, y acabé sumido en una profunda depresión. En lo profesional todo me iba bien, tenía dinero, éxito, reconocimiento y salud, pero llegue a encontrarme muerto por dentro, una sensación insorportable. Y al mismo tiempo llegaba a molestarme profundamente todo lo relativo a Dios. En este punto comenzó mi despertar a lo espiritual, elevando mi mirada desde lo meramente terrenal.

Esta búsqueda primeramente me interesó como un medio para recuperar el equilibrio interior. Poco a poco comencé a darme cuenta del poder de lo espiritual sobre lo material. Antes de esto tenía una mentalidad antropocéntrica y cientificista: el mundo estaba gobernado por los seres humanos, mejor o peor, y la ciencia nos daría todas las respuestas que necesitasemos. Por supuesto, estando lejos de Dios mi interés se centró en espiritualidades new age y orientales, y en asuntos esotéricos. Lo espiritual sería una “tecnología” más que investigar y dominar para servirse de ello.


Dios es Dios

Aquí llegó la primera gran prueba. Cierta doctrina new age del grupo de las escisiones de la cienciología, y que había capturado vivamente mi interés, presentaba un modelo de la Creación como un colectivo de espíritus, “divinas chispas” del todo que era Dios, y actuando sobre lo material, que sería inerte. Ese colectivo estaría organizado de manera jerárquica, con capacidades más generales o más concretas de actuación sobre lo material. En la cúspide, el “uno”, o una especie de Dios/demiurgo, pero que actuaría de manera muy amplia, incapaz de descender a lo concreto. Además, cada posición de la jerarquía estaría sujeta a cambio. En general el modelo estaba bastante bien planteado, pero me resultaba inaceptable la concepción de Dios como un igual. Yo me había comportado a lo largo de mi vida con una evidente falta de sabiduría, pero Dios, por la gracia del bautismo, me había dado esta pieza esencial de saber: que Dios es Dios y que la criatura es la criatura. Concluí que la otra opción me resultaba inaceptable. Esta es la gran división, la raíz de la prueba a la que se enfrenta el ser humano: o bien hay un “Dios diferente a la criatura” o bien “todos somos dioses”. Esta segunda cosmovisión, la planteada por la serpiente en el Edén, adopta múltiples formas. Desde el satanista cuyo lema es hacer su propia voluntad a costa de lo que sea hasta el ateo materialista que piensa que el ser humano ha de gobernarse del mejor modo que encuentre, pasando por el humanista antropocéntrico que busca una fraternidad humana universal, o por teorías que bajo una forma u otra postulan un “demiurgo” que sin ser Dios habría creado a la humanidad (por ejemplo, una raza alienígena con tecnología avanzada, o un ser espiritual poderoso que usurparía el papel de Dios). Frente a esto, la sabiduría de saber que Dios es Dios, y es distinto a la criatura, que Él ha creado.

Con la perspectiva actual veo que aunque yo estaba alejado de Dios en la primera etapa de mi vida, Dios es fiel y estaba cerca de mi pese a todo. Dado que yo escogí la libertad, él se mantenía oculto de mi (o más bien yo, como Adán y Eva tras el pecado, me había ocultado de Dios). Pese a todo esto, de nuevo como hizo con Adán y Eva al dotarles de vestidos, Dios atenuó las consecuencias de mis actos. He cometido muchas imprudencias a lo largo de mi vida y me he metido muchas veces donde no debía, jugando con fuego. Y sin embargo nunca he llegado a caer del todo. He estado a punto de hacerlo, pero algo me ha sostenido en el último instante. Dios me ha protegido de maneras que ahora veo claras, y todo se reduce a esa sabiduría profunda de reconocer que Dios es Dios. No soy yo con mis escasas fuerzas el que he de encontrar el modo de protegerme, sino que es Dios con todo su poder el que lo hace. La doctrina panteista de la serpiente aboca a una guerra permanente dado que distintas personas tienen intereses que entran en conflicto. En cambio, Dios-Señor protege a quien se acoge a Él.


Jesucristo y la búsqueda de la Verdad

Tras determinar esto comencé a abrir los ojos y ver más y más problemas en las doctrinas planteadas por los grupos en los que me movía. Comenzaba la segunda gran tormenta, que habría de durar al menos otros diez años. Recuerdo que en estos ámbitos se suele utilizar de manera engañosa la figura de Cristo u otros referentes cristianos, presentándolo como un gran maestro de sabiduría entre muchos otros. Sin embargo, al comenzar los problemas instintivamente tendía a conceder más fiabilidad a aquello que se vinculara a Jesús, aunque ahora reconozco que eran solamente medias verdades. Él me llamaba y yo comenzaba a reconocer su voz. Comencé a sufrir diversas experiencias espirituales amenazadoras hasta que llegó la segunda gran prueba. El Dios alejado se acercó. Se sirvió de una persona para tenderme la mano. Esta persona me dijo que “El Padre y el Hijo” me estaban llamando, y que debía responder afirmativa o negativamente. Escuché la llamada y desde este momento Dios está cerca. En lo espiritual se desató el caos, el mal se resistía a perder su presa, pero Dios abre el camino y posibilita el recorrerlo, por difícil que parezca.

Una segunda gran bendición que Dios me concedió desde el bautismo es la del aprecio por la Verdad, sin caer en compromisos sociales. Esto lo apliqué a las cosas naturales, y en este momento también comencé a hacerlo en cuanto a lo espiritual, cuestionando todo y quedándome con lo bueno. Quien busca la Verdad en primer lugar acaba llegando a Dios, y no un Dios-ídolo al que se ha comprendido incorrectamente. El Dios-Verdad encuentra la manera de corregir cualquier apreciación incorrecta, con la condición de que la persona esté dispuesta a recibir esta Verdad. Si Dios-Señor se encarga de defender al que se acoge a Él, Dios-Verdad aclara de un modo u otro el error. Por supuesto esto es un modo de hablar, hay un solo Dios, pero es importante caracterizarlo correctamente para no caer en el engaño espiritual del mal que lleva a confiar en los ídolos. Una vez Dios me trajo a su presencia, comencé a desarrollar un profundo interés por las Escrituras. El Dios cercano a los hombres, y que muestra el camino de la Verdad por fuerza se ha de revelar de algún modo. Y por supuesto no hay que buscar muy lejos sino en aquello que lleva su nombre de manera coherente. Otros textos religiosos proceden de ángeles (el Corán) o de hombres sabios (los textos de Buda), o de seres que no se muestran como el único Dios, contraviniendo asi mi reconocimiento innato de Dios frente a la criatura. El Dios-Creador nos da la razón y toda una Creación ordenada para que descubramos su huella. Sin embargo, el Dios-Emmanuel revela su intimidad mediante las Escrituras, y quien acepta la alianza recibe la presencia de Dios en forma de Espíritu Santo.


El camino

Desde este punto algunas de las siguientes grandes pruebas fueron el reconocimiento de qué Iglesia era la verdadera de entre todas las cristianas (la Católica), el descubrir la iglesia como comunidad (mi inclinación es a la individualidad, y abrirse aunque sea de manera abstracta a la comunidad no es un paso trivial), el comprender el estado desastroso en que se halla en esta época y comenzar la búsqueda de las causas, la importancia crucial de la Santísima Virgen María y la oración del Rosario, el darme cuenta de que Dios es consciente de todo este estado de las cosas y que Cristo vino precisamente para sanar a los enfermos, un largo trabajo de discernimiento, la necesidad de confiar únicamente en Dios, y, finalmente, que comprender que parte de la función sanadora de la Iglesia ha de ser la de restaurar las cosas cuando se desvían tanto como para impedir que la mayoría de las personas sigan el buen camino. Me resulta llamativo cómo en cada gran prueba del camino he considerado las dos alternativas en profundidad, porque encontraba aspectos positivos y negativos en ambas opciones. La elección acababa reducida a un salto de fe, que era confirmado a posteriori con bendiciones diversas. Dios respeta nuestra libertad, y si asi lo queremos (búsqueda de la Verdad) nos plantea decisiones perfectamente libres. La elección que tomemos responde a qué voz escuchamos, la de Dios o la de la serpiente. Las pruebas además han sido marcadamente individuales, he debido tomar la decisión en soledad. Esto, pienso, muestra que cualquiera puede tomar las mismas decisiones en esta época, con lo que tenemos a nuestro alcance, si no rechaza la asistencia de Dios. El camino que he recorrido queda trazado para otros, y entronca además con los caminos que tantos otros han recorrido antes que yo.

Otro gran aspecto de mi camino es el comprender la insuficiencia radical del ser humano natural. En la primera etapa de mi vida hice muchas cosas bien, pero el juicio finalmente fue negativo en vista del estado de fin interior al que me llevaron mis decisiones. Las circunstancias externas, mas o menos adversas, son irrelevantes, porque antes o después todos nos enfrentamos a todo tipo de problemas, y sin Dios la batalla está irremediablemente perdida. El ser humano natural simplemente no es capaz de resistir por sus propias fuerzas, y acaba en brazos de la fin. Tener esto siempre presente permite valorar de un modo correcto el enorme tesoro que Dios nos da mediante el Espíritu Santo. Está con nosotros de modo que jamás volvamos a sentir soledad interior, nos acompaña y nos sostiene. Nos muestra el camino correcto, corrigiéndonos en caso de que sea necesario, de modo que, salvo que expresamente escojamos rechazarle, ya no volvamos a los caminos de la fin. Y finalmente, nos colma de bendiciones ya aquí como anticipo de lo que ha de venir.


La bendición de Dios

No hay distinción entre el amor de Dios y el bienestar de estar en su presencia, ambos van de la mano. Da igual que las personas se acerquen a Dios por miedo, por interés o por puro amor: si sus intenciones son correctas todos acaban en el mismo lugar de destino. En uno crece el amor a Dios y al prójimo tras la bendición que Dios le concede gratuitamente, en otro surge la gratitud tras la protección obtenida y en otro, desde el amor llegan todo tipo de bendiciones por añadidura. Y al contrario, hay todo tipo de resistencias a Dios que nos privan de sus bienes. Unos se juzgan duramente y rechazan que Dios pueda querer mejorarles la vida, como si solamente en el sufrimiento estuviera la pureza. Otros solo buscan beneficios puramente materiales y rechazan el camino de purificación que Dios les plantea, como quien deja de comprar un producto que necesita por parecerle muy caro. Otros se acercan a Dios por temor, y en cuanto la tormenta pasa vuelven a su vida anterior, etc. Sin embargo, el que se acerca con buena disposición acaba recibiendo todo con independencia del camino que haya escogido. De hecho, pienso que Dios plantea a cada persona el camino más adecuado a su propia idiosincrasia, pero sabiendo que todos llevan al mismo lugar: el reino de los Cielos.
 
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