I. de A.
Madmaxista
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LA MATANZA DE SACERDOTES DURANTE LA GUERRA DEL 36
- septiembre 01, 2008
.
"Se cree que murieron 6.844 religiosos: 12 obispos, 283 monjas, 4.184 sacerdotes y 2.365 monjes (1).
Muchos de estos crímenes estuvieron acompañados de una frívola y sádica crueldad. Por ejemplo, al parecer, el párroco de Torrijos, Liberio González Nonvela, dijo a los milicianos que lo hicieron prisionero: «Quiero sufrir por Cristo.» «¡Ah!, ¿si? - le contestaron -, pues entonces morirás como Cristo.» Lo desnudaron y lo azotaron despiadadamente. Luego cargaron un tronco sobre las espaldas de su víctima, le dieron a beber vinagre y lo coronaron de espinas. «Blasfema y te perdonaremos», decía el jefe de los milicianos. «Yo soy quien os perdona y os bendice», contesto el sacerdote. Los milicianos discutieron como lo matarían. Algunos querían crucificarlo, pero al final lo mataron a tiros. Su última voluntad fue morir de cara a sus torturadores, para poder bendecirlos.
El obispo de Jaén fue asesinado con su hermana por una miliciana apodada «la Pecosa» ante una multitud alborozada de dos mil personas, cerca de Madrid, en un terreno pantanoso conocido con el nombre de «el pozo del tío Raimundo». Los obispos de Guadix y Almería fueron obligados a fregar la cubierta del buque prisión Astoy Mendi antes de ser asesinados cerca de Málaga. El obispo de Ciudad Real fue asesinado mientras trabajaba en una historia de Toledo. Después de fusilarlo, destruyeron su fichero de 1.200 fichas. Una monja fue asesinada porque rechazo la proposición matrimonial que le hizo uno de los milicianos que irrumpieron en su convento de Nuestra Señora del Amparo, en Madrid. El «Comité de la sangre» de El Pardo, en las afueras de Madrid, se fue emborrachando con vino de misa mientras sus miembros juzgaban al párroco. Uno de los milicianos se afeito utilizando el cáliz para mojar la brocha. Hubo casos aislados de monjas forzadas antes de ser ejecutadas. En la calle María de Molina de Madrid, fue abandonado el cadáver de un jesuita con un letrero colgado del cuello en el que se leía: «Soy un jesuita». En Cervera (Lérida), a unos monjes les metieron cuentas de rosario en las orejas hasta que les perforaron los tímpanos. En Barcelona, la exposición de los cuerpos exhumados de diecinueve monjas salesianas atrajo a grandes muchedumbres. A Antonio Díaz del jovenlandesal, en Ciempozuelos (cerca de Madrid), lo encerraron en un corral lleno de toros de lidia, que lo cornearon hasta dejarlo inconsciente. Después le cortaron una oreja, a imitación de la amputación de la oreja del toro que se hace en honor del torero, después de una buena faena. A menudo se pasearon orejas de sacerdotes. Algunas personas fueron quemadas, y otras enterradas vivas, después de verse obligadas a cavar su propia tumba. En Alcázar de San Juan, a un joven que se distinguía por su piedad le arrancaron los ojos. En esta provincia de Ciudad Real, los crímenes fueron realmente atroces. A la progenitora de dos jesuitas la obligaron a tragarse un crucifijo. Ochocientas personas fueron arrojadas al pozo de una mina. A menudo, el momento de la fin era acogido con aplausos, como si se tratara del momento de la verdad en una corrida. Luego venían los gritos de «¡Libertad! ¡Muera el fascismo!». Mas de un sacerdote se volvió loco ante estas atrocidades. Un párroco de Barcelona se paseo varios días enloquecido antes de que le pidieran su carnet sindical. «¿Que necesidad tengo de carnet? Soy el párroco de San Justo», contesto sin pensar . La matanza de los miembros de la Iglesia de Cataluña y Aragón dejó atónitos a muchos de los habitantes de estas dos regiones. Casi nadie sospechaba que el anticlericalismo fuera tan grande. Al fin y al cabo, desde 1931 allí no se había quemado ninguna iglesia.
En todo el país, la gente ya no decía «adiós», sino siempre «salud». Incluso un hombre llamado Fernández de Dios escribió al ministro de Justicia preguntando si podía cambiar su apellido por el de Bakunin, porque «no quería tener nada que ver con Dios» ". «¿Sigues creyendo en este Dios que nunca habla y que no se defiende ni siquiera cuando son quemados sus imágenes y sus templos?. Reconoce que Dios no existe y que vosotros, los curas, sois todos unos hipócritas que engañáis al pueblo». Estas preguntas se formularon en innumerables ciudades y pueblos de la España republicana. En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un repruebo tan apasionado contra la religión y todas sus obras.
.../...
Desde luego, el número de muertos entre los seglares fue muy superior al de los eclesiásticos. Cualquiera de quien se sospechara que sentía simpatía hacia el alzamiento nacionalista estaba en peligro. Al igual que entre los nacionalistas, las circunstancias irracionales de una guerra civil hacían imposible discernir que era traición y qué no lo era. Morían personas ilustres, y a menudo sobrevivían personas indignas. En la Andalucía oriental, los camiones de la CNT llegaban a los pueblos y ordenaban a los alcaldes que entregaran a los fascistas de la localidad. A menudo los alcaldes tenían que decir que todos habían huido, pero muchas veces había alguien que informaba a los terroristas, diciéndoles cuales de los ricos del pueblo que seguían allí; entonces estos eran detenidos y fusilados en un barranco próximo. En la mayoría de los casos, los muertos fueron labradores denunciados por personas que les debían dinero. Haber apoyado a la CEDA o ser miembro de la antigua policía catalana de la época de Martínez Anido, el Someten, bastaba para ser fusilado en Sitges (Barcelona). Haber sido miembro de la Falange era fatal en casi todas partes, aunque muchos escaparon gracias a la negligencia o el arrepentimiento de quienes los habían detenido. .../... En las zonas rurales, a menudo la revolución consistió básicamente en el asesinato de los miembros de la clase alta o la burguesía. Y así, la descripción que hace Ernest Hemingway en su novela "Por quien doblan las campanas" de como los habitantes de un pueblo golpean primero a los hombres de la clase media y luego los arrojan por un precipicio se aproxima a la realidad de lo que ocurrió en la famosa ciudad andaluza de Ronda (aunque de lo ocurrido fuera responsable una banda de Málaga). Allí fueron asesinadas 512 personas el primer mes de la guerra. En Guadix, un grupo de jóvenes terroristas de ideas más o menos anarquistas se apoderó de la ciudad y mato bastante indiscriminadamente durante cinco meses.
En las grandes ciudades, donde los enemigos potenciales eran más numerosos, se utilizaron procedimientos más sofisticados. Los partidos políticos de izquierdas crearon unos cuerpos de investigación que se enorgullecían de llamarse a si mismos, siguiendo el modelo ruso, con el nombre de «checas». Solamente en Madrid, había varias docenas. Estos primeros días de la guerra civil en las ciudades republicanas se caracterizaron por la aparición de un verdadero laberinto de grupos diferentes, todos ellos con poder para decidir sobre la vida y la fin, y cada uno responsable ante un partido, un departamento del Estado, o un simple individuo. Las diferentes checas a veces se consultaban unas a otras antes de llevar a sus víctimas a «dar un paseo». (El lenguaje procedía de Hollywood; un reflejo de la gran cantidad de cines construidos en tiempos de Primo de Rivera). Pero no siempre se respetaba esta formalidad. Los interrogatorios de los sospechosos a menudo se desarrollaban entre insultos y amenazas. A veces, el jefe de la checa enseñaba al acusado un carnet a cierta distancia, para hacerle creer que se trataba de su carnet de afiliado a un partido hostil al Frente Popular.
Milicianos disfrazados con vestiduras religiosas tras el saqueo de una iglesia.
Las sentencias de fin de estos «tribunales» se indicaban en los documentos correspondientes con la letra «L» de libertad seguida de un punto. Esto significaba que el prisionero debía ser ejecutado inmediatamente. De esta tarea se encargaban brigadas especiales, con frecuencia compuestas por antiguos delincuentes.
Quizá la checa mas temida de Madrid era la conocida con el nombre de «la patrulla del amanecer», por la hora en que llevaba a cabo sus actividades. Pero no había mucha diferencia entre esta banda y la «brigada de investigación criminal», dirigida por un antiguo impresor y ex-dirigente juvenil comunista, Agapito García Atadell, quien, al parecer con el beneplácito de las autoridades, instaló su «checa antifascista» en un palacio de la Castellana. Ambos grupos utilizaron los archivos del ministerio de la Gobernación para facilitar su tarea persecutoria con los miembros de los partidos de derechas. (La Falange había destruido su lista de miembros; pero los carlistas y la UME no.)"
Hugh Thomas, "La guerra civil española"
- septiembre 01, 2008
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"Se cree que murieron 6.844 religiosos: 12 obispos, 283 monjas, 4.184 sacerdotes y 2.365 monjes (1).
Muchos de estos crímenes estuvieron acompañados de una frívola y sádica crueldad. Por ejemplo, al parecer, el párroco de Torrijos, Liberio González Nonvela, dijo a los milicianos que lo hicieron prisionero: «Quiero sufrir por Cristo.» «¡Ah!, ¿si? - le contestaron -, pues entonces morirás como Cristo.» Lo desnudaron y lo azotaron despiadadamente. Luego cargaron un tronco sobre las espaldas de su víctima, le dieron a beber vinagre y lo coronaron de espinas. «Blasfema y te perdonaremos», decía el jefe de los milicianos. «Yo soy quien os perdona y os bendice», contesto el sacerdote. Los milicianos discutieron como lo matarían. Algunos querían crucificarlo, pero al final lo mataron a tiros. Su última voluntad fue morir de cara a sus torturadores, para poder bendecirlos.
El obispo de Jaén fue asesinado con su hermana por una miliciana apodada «la Pecosa» ante una multitud alborozada de dos mil personas, cerca de Madrid, en un terreno pantanoso conocido con el nombre de «el pozo del tío Raimundo». Los obispos de Guadix y Almería fueron obligados a fregar la cubierta del buque prisión Astoy Mendi antes de ser asesinados cerca de Málaga. El obispo de Ciudad Real fue asesinado mientras trabajaba en una historia de Toledo. Después de fusilarlo, destruyeron su fichero de 1.200 fichas. Una monja fue asesinada porque rechazo la proposición matrimonial que le hizo uno de los milicianos que irrumpieron en su convento de Nuestra Señora del Amparo, en Madrid. El «Comité de la sangre» de El Pardo, en las afueras de Madrid, se fue emborrachando con vino de misa mientras sus miembros juzgaban al párroco. Uno de los milicianos se afeito utilizando el cáliz para mojar la brocha. Hubo casos aislados de monjas forzadas antes de ser ejecutadas. En la calle María de Molina de Madrid, fue abandonado el cadáver de un jesuita con un letrero colgado del cuello en el que se leía: «Soy un jesuita». En Cervera (Lérida), a unos monjes les metieron cuentas de rosario en las orejas hasta que les perforaron los tímpanos. En Barcelona, la exposición de los cuerpos exhumados de diecinueve monjas salesianas atrajo a grandes muchedumbres. A Antonio Díaz del jovenlandesal, en Ciempozuelos (cerca de Madrid), lo encerraron en un corral lleno de toros de lidia, que lo cornearon hasta dejarlo inconsciente. Después le cortaron una oreja, a imitación de la amputación de la oreja del toro que se hace en honor del torero, después de una buena faena. A menudo se pasearon orejas de sacerdotes. Algunas personas fueron quemadas, y otras enterradas vivas, después de verse obligadas a cavar su propia tumba. En Alcázar de San Juan, a un joven que se distinguía por su piedad le arrancaron los ojos. En esta provincia de Ciudad Real, los crímenes fueron realmente atroces. A la progenitora de dos jesuitas la obligaron a tragarse un crucifijo. Ochocientas personas fueron arrojadas al pozo de una mina. A menudo, el momento de la fin era acogido con aplausos, como si se tratara del momento de la verdad en una corrida. Luego venían los gritos de «¡Libertad! ¡Muera el fascismo!». Mas de un sacerdote se volvió loco ante estas atrocidades. Un párroco de Barcelona se paseo varios días enloquecido antes de que le pidieran su carnet sindical. «¿Que necesidad tengo de carnet? Soy el párroco de San Justo», contesto sin pensar . La matanza de los miembros de la Iglesia de Cataluña y Aragón dejó atónitos a muchos de los habitantes de estas dos regiones. Casi nadie sospechaba que el anticlericalismo fuera tan grande. Al fin y al cabo, desde 1931 allí no se había quemado ninguna iglesia.
En todo el país, la gente ya no decía «adiós», sino siempre «salud». Incluso un hombre llamado Fernández de Dios escribió al ministro de Justicia preguntando si podía cambiar su apellido por el de Bakunin, porque «no quería tener nada que ver con Dios» ". «¿Sigues creyendo en este Dios que nunca habla y que no se defiende ni siquiera cuando son quemados sus imágenes y sus templos?. Reconoce que Dios no existe y que vosotros, los curas, sois todos unos hipócritas que engañáis al pueblo». Estas preguntas se formularon en innumerables ciudades y pueblos de la España republicana. En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un repruebo tan apasionado contra la religión y todas sus obras.
.../...
Desde luego, el número de muertos entre los seglares fue muy superior al de los eclesiásticos. Cualquiera de quien se sospechara que sentía simpatía hacia el alzamiento nacionalista estaba en peligro. Al igual que entre los nacionalistas, las circunstancias irracionales de una guerra civil hacían imposible discernir que era traición y qué no lo era. Morían personas ilustres, y a menudo sobrevivían personas indignas. En la Andalucía oriental, los camiones de la CNT llegaban a los pueblos y ordenaban a los alcaldes que entregaran a los fascistas de la localidad. A menudo los alcaldes tenían que decir que todos habían huido, pero muchas veces había alguien que informaba a los terroristas, diciéndoles cuales de los ricos del pueblo que seguían allí; entonces estos eran detenidos y fusilados en un barranco próximo. En la mayoría de los casos, los muertos fueron labradores denunciados por personas que les debían dinero. Haber apoyado a la CEDA o ser miembro de la antigua policía catalana de la época de Martínez Anido, el Someten, bastaba para ser fusilado en Sitges (Barcelona). Haber sido miembro de la Falange era fatal en casi todas partes, aunque muchos escaparon gracias a la negligencia o el arrepentimiento de quienes los habían detenido. .../... En las zonas rurales, a menudo la revolución consistió básicamente en el asesinato de los miembros de la clase alta o la burguesía. Y así, la descripción que hace Ernest Hemingway en su novela "Por quien doblan las campanas" de como los habitantes de un pueblo golpean primero a los hombres de la clase media y luego los arrojan por un precipicio se aproxima a la realidad de lo que ocurrió en la famosa ciudad andaluza de Ronda (aunque de lo ocurrido fuera responsable una banda de Málaga). Allí fueron asesinadas 512 personas el primer mes de la guerra. En Guadix, un grupo de jóvenes terroristas de ideas más o menos anarquistas se apoderó de la ciudad y mato bastante indiscriminadamente durante cinco meses.
En las grandes ciudades, donde los enemigos potenciales eran más numerosos, se utilizaron procedimientos más sofisticados. Los partidos políticos de izquierdas crearon unos cuerpos de investigación que se enorgullecían de llamarse a si mismos, siguiendo el modelo ruso, con el nombre de «checas». Solamente en Madrid, había varias docenas. Estos primeros días de la guerra civil en las ciudades republicanas se caracterizaron por la aparición de un verdadero laberinto de grupos diferentes, todos ellos con poder para decidir sobre la vida y la fin, y cada uno responsable ante un partido, un departamento del Estado, o un simple individuo. Las diferentes checas a veces se consultaban unas a otras antes de llevar a sus víctimas a «dar un paseo». (El lenguaje procedía de Hollywood; un reflejo de la gran cantidad de cines construidos en tiempos de Primo de Rivera). Pero no siempre se respetaba esta formalidad. Los interrogatorios de los sospechosos a menudo se desarrollaban entre insultos y amenazas. A veces, el jefe de la checa enseñaba al acusado un carnet a cierta distancia, para hacerle creer que se trataba de su carnet de afiliado a un partido hostil al Frente Popular.
Milicianos disfrazados con vestiduras religiosas tras el saqueo de una iglesia.
Las sentencias de fin de estos «tribunales» se indicaban en los documentos correspondientes con la letra «L» de libertad seguida de un punto. Esto significaba que el prisionero debía ser ejecutado inmediatamente. De esta tarea se encargaban brigadas especiales, con frecuencia compuestas por antiguos delincuentes.
Quizá la checa mas temida de Madrid era la conocida con el nombre de «la patrulla del amanecer», por la hora en que llevaba a cabo sus actividades. Pero no había mucha diferencia entre esta banda y la «brigada de investigación criminal», dirigida por un antiguo impresor y ex-dirigente juvenil comunista, Agapito García Atadell, quien, al parecer con el beneplácito de las autoridades, instaló su «checa antifascista» en un palacio de la Castellana. Ambos grupos utilizaron los archivos del ministerio de la Gobernación para facilitar su tarea persecutoria con los miembros de los partidos de derechas. (La Falange había destruido su lista de miembros; pero los carlistas y la UME no.)"
Hugh Thomas, "La guerra civil española"