Documentos desclasificados implican al PSOE en las peores matanzas de la Guerra Civil española

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Historias de España: Casas Viejas, el primer asalto de la izquierda contra la II República

LUNES, ABRIL 27, 2009
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La II República española, en lo que a gobiernos o series de gobiernos se refiere, se divide habitualmente en tres tercios. El primer tercio es el bienio constitucional, en el que la izquierda diseña la Constitución republicana. El segundo tercio es el bienio de las derechas, durante el cual se produce el golpe de Estado revolucionario mal llamado Revolución de Asturias; y el tercero es el regreso de las izquierdas con el golpista Frente Popular.

Cada uno de estos tercios tuvo su tumba. La tumba del Frente Popular fue el golpe de Estado y la guerra civil. La tumba de las derechas fueron los escándalos del estraperlo y el caso Nombela-Tayá. Y la tumba del primer bienio de la República fue el feo asunto de Casas Viejas. Que es tan, tan feo, que hoy es el día que el pueblo de Casas Viejas ya no se llama Casas Viejas.
Ocurrió hace ahora 76 años, en 1933. Al iniciarse ese año, el anarquismo dijo basta. Los anarquistas y anarcosindicalistas siempre habían sido compañeros de viaje del sueño republicano, pero unos compañeros de viaje bastante incómodos. El sueño republicano fue alumbrado por políticos burgueses que no creían en otra cosa que en los regímenes parlamentarios reformistas, y algunos de izquierdas, situados casi siempre en el PSOE, los cuales, si bien eran en muchos casos marxistas avant la lettre, o bien se sacudían con elegancia esas teorías o bien las aplazaban hasta un futuro teórico lo suficientemente lejano como para convertirse, por la vía de los hechos, en avales del parlamentarismo burgués. Quizá el mayor ejemplo de esta tendencia pueda ser Julián Besteiro, quien se decía y consideraba marxista pero que, sin embargo, desde la tribuna de la presidencia de las Cortes, tras la aprobación de la Constitución republicana, no ahorraba epítetos positivos para el sistema parlamentario inglés y el posibilismo laborista.
Los anarquistas, sin embargo, estaban hechos de otra pasta. Llevaban 50 años luchando por el comunismo libertario y no iban a andarse con medias tintas. A ello se unió el parcial, en ocasiones completo, fracaso de la reforma agraria republicana, fracaso en el que tuvieron que ver defectos de diseño, el obstruccionismo de los propietarios y, sobre todo, la falta de financiación. El fracaso de la reforma agraria hizo que el anarquismo, que nunca había abandonado del todo las áreas rurales sobre todo en el sur de Andalucía, recibiese notables apoyos gracias a la profunda desilusión que muchos aparceros tenían hacia la República, en la que seguían muriéndose de hambre. Hay que hacer notar que parte de ese hambre era culpa de la propia República pues ésta, para evitar el abuso de los patronos con los jornaleros a la hora de fijarles salarios, dictó su llamada Ley de Términos Municipales, por mor de la cual no se podían contratar jornaleros fuera del término municipal donde estuviese ubicada la explotación. Esta medida fue muy positiva en aquellos lugares donde había explotaciones. Pero allí donde no las había o no se explotaban, condenaba a los jornaleros al hambre, pues no podían emplearse nada más que donde no había empleo.
El divorcio del anarquismo con la República se hizo más intenso en 1932, cuando la FAI organizó una serie de acciones revolucionarias en la cuenca del Llobregat, que hubieron de ser reprimidas y que hicieron al gobierno deportar a Guinea a dirigentes faístas como Durruti o Ascaso.
El 8 de enero de 1933, el anarquismo sacó músculo en Sevilla, Zaragoza, Logroño, Lérida, Granada, Barcelona y Valencia. Fue una insurrección en toda regla reprimida como tal por el gobierno. Sin embargo, esa represión no pudo impedir que la mecha revolucionaria se extendiese por el sur de Andalucía, y pronto hubo conflictos en Sanlúcar, La Rinconada, Utrera, Alcalá de Guadaira, Arcos de la Frontera…
Casas Viejas estaba, y está, situado en medio de ese merdé, en la provincia de Cádiz y perteciendo, entonces, al municipio de Medina Sidonia. Tenía unos 1.200 habitantes, todos o casi todos de los cuales vivían del campo. En el área había 6.000 hectáreas cultivables, pero en 1932 sólo se habían trabajado 1.300, porque los propietarios se negaban a explotarlas en las condiciones que les imponía la legislación. Por lo tanto, se estima que en aquel año habían trabajado unos 100 jornaleros en toda la aldea, lo cual suponía una astronómica cifra de paro del 80%.

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El 10 de enero, los estrategas anarquistas decidieron el estallido de una insurrección en toda la baja Andalucía, y sus correligionarios en Casas Viejas recibieron la orden de unirse a ella. El día 11 un grupo de anarquistas izó una bandera rojinegra en el pueblo, tomó sus escopetas de caza y se dirigió al cuartel de la guardia civil, donde los efectivos que allí estaban se negaron a secundar la rebelión. Ambos bandos se enfrentaron a tiros, resultando dos guardias heridos. Los sublevados tomaron el control del pueblo.
El gobierno civil de Cádiz, al tener noticia de esta insurrección, envió refuerzos. A las cinco de la tarde del mismo día 11 llegó al pueblo el teniente Fernández Artal, de la Guardia de Asalto, al mano de 12 guardias y cuatro números de la guardia civil. Logró liberar a los sitiados en el cuartelillo y, en general, sacar del pueblo a los rebeldes. Sin embargo, una pequeña partida, liderada por Curro Cruz, a quien todos conocían como Seisdedos, se hizo fuerte en una de las casas. Fernández Artal hizo dos intentos de componenda y los dos le salieron mal: primero le envió a un guardia para parlamentar, que fue herido y apresado por los anarquistas; y después a un detenido, el cual se unió a los sitiados. En total, allí dentro hay cinco hombres, dos mujeres y un niño. Fernández Artal, puesto que se hace de noche y tiene controlada la situación, decide esperar al día siguiente.
Mientras el teniente de Asalto espera, el primer acto real de la tragedia levanta el telón en Madrid. A la Puerta del Sol, sede de la Dirección General de Seguridad, llegan las noticias de Casas Viejas. Es director general Arturo Menéndez. Menéndez es en ese momento, como poco, un hombre presionado para impedir que la revolución brote en el sur de Andalucía; en buena parte, pues, su actuación de las próximas horas se basará en el deseo de evitar eso como sea. Prueba de que es así es que tres días antes de la sublevación de Casas Viejas, la DGS había hecho pública una nota de prensa en la cual instaba a las fuerzas de seguridad a «redoblar el rigor empleado» contra los sediciosos.
Menéndez ordena más refuerzos. Pero los refuerzos salen de Madrid, lo cual es lo primero que huele mal en toda esta historia, porque lo normal es que los refuerzos se envíen desde más cerca mejor, porque así llegan antes. Una compañía de guardias de asalto al mano del capitán Manuel Rojas Feigespan, hombre de absoluta confianza de Menéndez, se mete en el expreso de Andalucía de esa noche camino del sur. Menéndez acude personalmente a la estación del Mediodía a despedirlos, algo que tampoco es my normal.
Pero Menéndez tiene razones para acudir al andén. Una vez allí, se acerca a Rojas y le da órdenes taxativas: «ni heridos ni prisioneros cuando se haga fuego contra la fuerza». Así pues, el capitán Rojas viajó al sur convencido de que tenía patente de corso para hacer lo que creyese conveniente.
En la mañana siguiente, Rojas está ya en Casas Viejas. Intenta evacuar a lo sitiados con bombas de mano, sin conseguirlo. Apresurado por solventar el problema cuanto antes, resuelve hacerlo mediante el fuego. Los guardias lanzan sobre la casa piedras envueltas en trapos empapados de gasolina y acercados a la llama antes del lanzamiento.
 
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