Es imposible conocer el valor de las cosas ya que el valor es subjetivo.
Es necesario que el valor sea subjetivo para que se produzca un intercambio.
Yo creo que esto es una falacia austríaca, en la que los austríacos barren para casa injustificadamente.
El que haya intercambios no demuestra que el valor sea subjetivo, sino solo que los bienes intercambiados, que son transferidos desde un agente al otro, tienen un valor diferente para cada agente.
Los electrones no circulan entre puntos de un circuito con el mismo potencial ni el agua circula por una tubería entre puntos con la misma presión, así que el que veamos circular a la electricidad o al agua por circuitos demuestra que hay una diferencia de tensión eléctrica o de presión entre puntos que genera “una fuerza” que impulsa esa transferencia. Sin embargo, esto no indica en absoluto que la presión en un punto de un circuito de tuberías sea “subjetiva”, impredecible o que esté indeterminada.
Observar el fenómeno real y objetivo de que un pastor y un pescador intercambian quesos por pescado nos permite deducir de forma objetiva que el queso tiene un valor mayor para el pescador que para el pastor y que con el pescado ocurre lo mismo. No hay nada de subjetivo, de indefinido o de impredecible en esto: los quesos, en casa de un pastor o el pescado en la cubierta de un buque pesquero adquieren un valor especialmente bajo y eso explica que los pastores “emitan” quesos al resto de la economía. Tampoco tiene nada de subjetivo que en las proximidades de las personas mayores los medicamentos adquieran un valor objetivo excepcionalmente alto lo que explica que las personas mayores succionen medicamentos del resto de la economía.
Llamamos “relojería” a un lugar en el que los relojes adquieren un valor económico excepcionalmente bajo, lo que hace que las relojerías “emitan” relojes y llamamos “relojero” o “proceso de producción de relojes” al agente económico y al fenómeno económico que crean ese entorno de bajo valor para los relojes.
Si imaginamos, algo chorramente, que hay un “campo de valor” cuyas partículas son los relojes, entonces un reloj adquiere cierto valor según en qué punto de ese campo se encuentre y ese campo induce en el reloj “una fuerza” económica que impulsa al reloj a moverse en cierta dirección. Suiza o las relojerías, serían algo así como cimas en el paisaje que forma ese campo y los relojes rodarían ladera debajo desde esas cimas.
Si consideramos, como simplificación, que un bien económico es “una solución” el valor de ese bien económico, como solución, se materializa en la proximidad o ante la existencia de ciertos problemas que esa solución resuelva.
En casa del zapatero aparece una sobreabundancia de zapatos: digamos que todos los problemas que los zapatos pueden resolver han sido resueltos hace tiempo lo que hace que los zapatos sean localmente una solución de poco valor: ni el zapatero ni su familia tienen problemas de calzado.
Podemos imaginar que la casa del zapatero es un “pozo” local en el que la actividad productiva del zapatero, que consiste en crear cierto tipo de soluciones llamadas “zapatos” crea una sobreabundancia de soluciones-zapato y un bajo valor, objetivo, determinista y explicable, de ese tipo de soluciones.
Puesto que la zapatería es un pozo local de bajo valor para los zapatos, los zapatos ganan valor cuando salen de la zapatería y son transferidos a otro punto de la economía, ya que casi en cualquier otro lugar de la economía los zapatos, como solución, tendrán más cosas que solucionar y serán soluciones más valiosas.
De modo que el zapatero, desde su pozo de bajo valor para los zapatos, estará dispuesto a entregar zapatos a cambio de casi cualquier otra mercancía porque el zapatero gana valor al deshacerse de esos zapatos, cuando esos zapatos escalan el pozo de potencial.
Si el que entra en la zapatería a proponer un trueque es un sastre, tendremos un pozo análogo de bajo valor para las camisas.
En el trueque entre zapatos y camisas que se produce entre el sastre y el zapatero, las camisas abandonan un pozo de bajo valor para las camisas a la vez que los zapatos abandonan un pozo de bajo valor para los zapatos.
Todo esto es sencillo de entender y no requiere ninguna subjetividad ni preferencias para explicarse. Si el zapatero, además de zapatero, es un metrosexual apasionado por las camisas, aparecerá una “fuerza adicional” en ese trueque, una colina cuya altura se añadirá al pozo de bajo valor para camisas que crea con su producción del sastre, pero esa fuerza adicional no es necesaria.
Que el valor de los bienes económicos cambia al movernos de lugar y de momento en el tiempo es una obviedad que podemos deducir que existan comerciantes que trasladen de lugar mercancías o especuladores que trasladen de un momento en el tiempo esas mercancías. El valor económico no sería una propiedad inherente a cada bien ni a cada agente económico sino que surgiría cuando los bienes interaccionan con ese “paisaje de valor económico”. El valor económico sería ese “paisaje” no un número absoluto.
Si los bienes económicos son soluciones a problemas (económicos) es natural que su valor aparezca cuando interaccionan con esos problemas y los solucionan y es natural que los diferentes tipos de problemas estén distribuidos según cierta estructura o paisaje en el espacio y en el tiempo.
Sin embargo nada de esto conduce a que el origen último de ese valor sean las preferencias subjetivas y arbitrarias de los agentes.
Si la economía es un mecanismo creado por las sociedades para resolver problemas económicos humanos, es obvio que cuales sean esos problemas que hay que resolver y cuál sea la importancia relativa de cada problema según los definan los seres humanos que forman esa sociedad determinará en última instancia esos paisajes de valor económico.
Sin embargo esto no demuestra que las preferencias subjetivas de esos seres humanos tengan un papel determinante, o sean el origen del valor económico. El valor económico está determinado globalmente por los problemas económicos que bombachan las sociedades pero las sociedades no tienen los problemas económicos que prefieran tener o no son solo los deseos de los agentes los que definen los problemas de los agentes.
Por ejemplo: podemos predecir objetivamente que en el paisaje de valor de los medicamentos contra enfermedades tropicales habrá una región de alto valor en los países tropicales. También podemos predecir que para esos medicamentos habrá un pozo de bajo valor en Suiza, donde hay una gran concentración de producción farmacéutica. Todo esto nos permite predecir que aparecerá una “fuerza” que hará fluir esos medicamentos desde Suiza hacia los países tropicales y que en ese viaje esos medicamentos aumentarán de valor (el propio traslado creará valor económico)
Nada de esto requiere preferencias subjetivas de los agentes. Los medicamentos contra la Malaria, como soluciones, adquieren más valor en los lugares donde existe la malaria como problema pero eso no depende de las preferencias de quienes padecen la Malaria como problema. Tampoco en bajo valor local de los medicamentos en Suiza, que hace que los medicamentos sean “emitidos” desde Suiza depende de preferencias subjetivas: un fabricante de medicamentos no concede bajo valor a los medicamentos como consecuencia de sus gustos personales o preferencias subjetivas sino como consecuencia de una sobreabundancia local de medicamentos que puede explicarse según mecanismos objetivos y deterministas.
Es cierto que podemos encontrar casos en los que las preferencias subjetivas de los agentes son importantes: por ejemplo los cinéfilos, por motivos puramente internos y personales, son esponjas que absorben cine porque el cine adquiere un valor local elevado en los cinéfilos. Sin embargo esto solo parece ser un caso particular del caso anterior mucho más general y como este caso particular no añade nada nuevo, todo indica que podemos prescindir de esas “preferencias subjetivas”.
El problema del valor y sus diferentes paisajes entrelazados se complica mucho más porque la mayor parte de los bienes económicos no son soluciones a problemas económicos humanos sino que son soluciones intermedias a problemas de producción.
El valor económico del Isocianato de Metilo, de los tractores agrícolas o de los hospitales no depende directamente de las preferencias subjetivas de los agentes porque la gente en general, no siente una mayor o menor predilección por los Isocianatos o los tractores.
El zapatero o el agricultor construyen soluciones a problemas humanos pero el fabricante de máquinas de coser para zapateros, el fabricante de tractores o de fertilizantes agrícolas construyen soluciones que no son soluciones a problemas humanos sino soluciones a problemas que surgen cuando zapateros o agricultores tratan de resolver los problemas humanos.
En última instancia se producen máquinas de coser para zapateros porque la gente necesita zapatos y se fabrican tractores porque la gente necesita comer pero el esfuerzo dedicado a producir tractores hace que menos esfuerzo sea dedicado a producir zapatos y el esfuerzo dedicado a producir comida hace que deba sacrificarse la producción de máquinas de coser para zapateros.
El valor económico de las máquinas de coser para zapateros, soluciones que no resuelven problemas humanos, y el valor económico de la comida, que si resuelven problemas humanos, es el mismo objeto económico con las mismas propiedades y sujeto a los mismos mecanismos.
Una teoría del valor que explique el valor de los perfumes como originado por la preferencia de ciertas personas a oler bien, debe también explicar el valor económico indistinguible del Isocianato o de una cosechadora porque el mecanismo de fondo que explica el valor de las cosechadoras y el de los perfumes debe ser el mismo.
Parece claro que el valor de las máquinas de coser de zapatero deriva del valor de los zapatos y el valor de los zapatos deriva de los problemas de calzado, de la necesidad de zapatos o del gusto caprichoso y subjetivo de la gente por los zapatos pero el mecanismo, sea el que sea, que transmite el valor de la preferencia de la gente por los zapatos y el que transmite el valor de los zapatos a las máquinas de coser de los zapateros tiene que ser el mismo.
El paisaje de valor del Isocianato de Metilo no puede estar provocado directamente por las preferencias de la gente sino que tiene que ser consecuencia del valor de muchos otros bienes económicos cuya producción permite o facilita el Isocianato. En el sistema de ecuaciones o sudoku de la economía, el Isocianato debe ser una variable (quizás con la forma de un “paisaje”) cuyo valor afecta al valor de otras muchas variables, algunas de ellas determinadas por necesidades o preferencias humanas.
Así que hechos, más o menos caprichosos y nebulosos, como que “se hayan puesto de moda los colores azules o violeta” introducidos en el sudoku económico harían que el valor objetivo y duro del Isocianato aumentase desde 867 hasta 872
Tiene que haber mecanismos “duros”, mecanicistas, similares a la máquina de un reloj que dicten de forma determinista el valor de unos bienes en función de todos los demás bienes de la economía, que dicten el valor de ciertas soluciones en función de las demás soluciones porque el valor de una solución depende de la gravedad de los problemas que pueda resolver pero la gravedad de un problema depende de qué soluciones haya disponibles para él.
Parece claro que los mecanismos de transmisión de valor que hacen que el valor de unos bienes dependa de forma inextricable del valor de otros bienes, en partes de la economía suficientemente alejadas del consumidor final más o menos caprichoso, no pueden basarse en elecciones caprichosas basadas en preferencias subjetivas. Un ingeniero no decide si emplear un tipo u otro de transistor o si construir una pieza de un motor en aluminio o latón ni un médico elige un tratamiento para su paciente basándose en sus preferencias subjetivas.
Así que gran parte de la geografía del valor económico no puede deber su funcionamiento duro y objetivo, cosas como que ciertos componentes microelectrónicos tengan un precio un 24,6% mayor que otros, a preferencias subjetivas y cualitativas de los agentes. Tiene que ser algo mucho más mecanicista como un sistema de ecuaciones o red neuronal en la que los pesos de las influencias mutuas tomen valores objetivos y cuantitativos bien definidos, como 23,45
Tampoco parece razonable suponer que el valor económico las partes internas, alejadas del consumidor, de la maraña de relaciones mutuas de valor estuvieran determinadas por cierto mecanismo del tipo “máquina de relojería” y que ese mecanismo cambiase radicalmente por otro basado en preferencias cualitativas en las partes periféricas que conectan con el siempre caprichoso consumidor final.
Los deseos y preferencias subjetivas y “sin motivo aparente” de los consumidores son variables del sistema que afectan al conjunto pero el mecanismo de optimización conjunto que resuelve el sudoku y obtiene la solución óptima no puede estar basado en esas elecciones caprichosas.