Ding, ding, ding!
Es exactamente eso. Uno de los habituales, continuando su labor de socavamiento de los cimientos de la cultura cristiana occidental.
Y los put0s borregos burbujistas, riéndole las gracias.
Giovani Papini les caló bien, en una historia de su libro Gog llamada "Las ideas de Benrubi".
Pongo aquí las partes relevantes:
»Lo que fueron arneses de protección se convirtieron, con el tiempo, en instrumentos de venganza. Mucho más potente que el oro es, en opinión mía, la inteligencia. ¿De qué manera el hebreo pisoteado y escupido podía vengarse de sus enemigos? Rebajando, envileciendo, desenmascarando disolviendo los ideales del Goim. Destruyendo los valores sobre los cuales dice vivir la Cristiandad Y de hecho, si mira usted bien, la inteligencia hebrea, de un siglo a esta parte, no ha hecho otra cosa que socavar y ensuciar vuestras más caras creencias, las columnas que sostenían vuestro pensamiento. Desde el momento en que los hebreos han podido vivir libremente, todo vuestro andamiaje espiritual amenaza caerse.
»El Romanticismo alemán había creado el Idealismo, y rehabilitado el Catolicismo; viene un pequeño hebreo de Dusseldorf, Heine, y, con su genio alegre y maligno, se burla de los románticos de los idealistas y de los católicos.
»Los hombres han creído siempre que política jovenlandesal, religión, arte, son manifestaciones superiores del espíritu y que no tienen nada que ver con la bolsa y con el vientre; llega un hebreo de Tréveris. Marx, y demuestra que todas aquellas idealísimas cosas vienen del barro y del estiércol de la baja economía.
»Todos se imaginan al hombre de genio como un ser divino y al delincuente corno un monstruo; llega un hebreo de Verona, Lombroso, y nos hace tocar con la mano que el genio es un semiloco epiléptico y que los delincuentes no son otra cosa que nuestros antepasados sobrevivientes, es decir, nuestros primos carnales.
»A fines del ochocientos, la Europa de Tolstoi, de Ibsen, de Nietzsche, de Verlaine, se hacía la ilusión de ser una de las grandes épocas de la Humanidad; aparece un hebreo de Budapest, Max Nordau, y se divierte explicando que vuestros famosos poetas son unos alicaídos y que vuestra civilización está fundada sobre la mentira.
»Cada uno de nosotros está persuadido de ser, en conjunto, un hombre normal y jovenlandesal; se presenta un hebreo de Freiberg en jovenlandesavia, Sigmund Freud, y descubre que en el más virtuoso y distinguido caballero se halla escondido un invertido, un incestuoso, un asesino en potencia.
»Desde el tiempo de las Cortes de Amor y del Dulce Estilo Nuevo estamos habituados a considerar a la mujer como un ídolo, como un vaso de perfecciones; interviene un hebreo de Viena, Weininger, y demuestra científicamente y dialécticamente que la mujer es un ser innoble y da repelúsnte, un abismo de porquería y de inferioridad.
»Los intelectuales, filósofos y otros, han considerado siempre que la inteligencia es el medio único para llegar a la verdad, la mayor gloria del hombre; surge un hebreo de París, Bergson, y con análisis sutiles y geniales, abate la supremacía de la inteligencia, derroca el edificio milenario del platonismo y deduce que el pensamiento conceptual es incapaz de captar la realidad.
»Las religiones son consideradas por casi todos como una admirable colaboración entre Dios y el espíritu más alto del hombre; y he aquí que un hebreo de Saint-Germain de Laye, Salomón Reinach, se ingenia para demostrar que son simplemente un resto de los viejos tabús salvajes, sistemas de prohibiciones con supraestructuras ideológicas variables.
»Nos imaginábamos vivir tranquilos en un sólido universo ordenado sobre fundamentos de un tiempo y de un espacio separados y absolutos; sobreviene un hebreo de Ulm, Einstein, y establece que el tiempo y el espacio son una sola cosa, que el espacio absoluto no existe, ni tampoco el tiempo, que todo está fundado sobre una perpetua relatividad, y el edificio de la vieja física, orgullo de la ciencia moderna, queda destruido.
»El racionalismo científico estaba seguro de haber conquistado el pensamiento y haber encontrado la llave de la realidad; se presenta un hebreo de Dublín, Meyerson, y disuelve también esta ilusión: las leyes racionales no se adaptan nunca completamente a la realidad, hay siempre un residuo irreductible y rebelde que desafía el pretendido triunfo de la razón razonante.
»Y se podría continuar. No hablo de la política, donde el dictador Bismarck tiene como antagonista al hebreo Lasalle, donde Gladstone fue superado por el hebreo Disraeli, donde Cavour tiene como brazo derecho al hebreo Artom, Clemenceau al hebreo Mandel y Lenin al hebreo Trotski.
»Fíjese que no le he puesto delante nombres oscuros o de segundo orden. La Europa intelectual de hoy se halla, en gran parte, bajo la influencia o, si quiere, el sortilegio de los grandes hebreos que he recordado. Nacidos en medio de pueblos diversos, consagrados a investigaciones diversas, todos ésos, alemanes y franceses, italianos y polacos, poetas y matemáticos, antropólogos y filósofos, tienen un carácter común, un fin común: el de poner en duda la verdad reconocida, rebajar lo que está elevado, ensuciar lo que parece puro, hacer vacilar lo que parece sólido, lapidar lo que es respetado.
»Esta propinación secular de venenos disolventes es la gran venganza hebraica contra el mundo griego, latino y cristiano.