VII Liga Burbuja de ajedrez

Aún hoy recuerdo el nombre del juego. El año no lo tengo tan vivo en la memoria pero no sería más allá de 1985. La yaya había ido de excursión a Andorra con su comunidad religiosa (creo que "Comunión y Liberación") y nos trajo un Spectrum. Por entonces las viudas todavía jóvenes se metían a esas cosas. Y es que a ella nunca le gustó que la llamásemos abuela; era la yaya. La otra, la paterna, la que nos aguantaba con gusto todas las tardes no tenía ningún problema con la palabra. También es verdad que era algo mayor y conservaba al marido, iba a misa todos los días y rezaba el rosario pero no estaba metida en ningún grupo de beatas con sed de Dios. Esta era una mujer de muy buen humor y aquella era arisca. Para la yaya nosotros éramos un fastidio y de hecho sólo íbamos por su casa muy de vez en cuando. Creo que no echó mucho de menos al abuelo, tan diferente a ella. Pienso que hoy en día habría cambiado la repentina pasión religiosa por otras cosas. Apenas contaba cincuenta años y a decir de los hombres todavía tenía un meneo, aunque claro está que esto lo supe después. Pero a comienzos de los ochenta en un pueblo de La Mancha no había más para estas mujeres que la Iglesia.

Aquello fue un acontecimiento para nosotros. Supongo que para ella sería una especie de lavatorio de conciencia. De todas formas no nos duró mucho. Tuve que cargármelo yo porque de haber sido mi hermano le hubiese abierto la cabeza y no recuerdo tal cosa. El ordenador tenía una ranura donde se cargaban los juegos y había que andarse con ojo, pues tal era la advertencia de manipulación. Muchas veces se quedaba colgado y entonces había que reiniciarlo o algo así y volver a colocar el cartucho. Hasta que una tarde, supongo, desesperado por la lentitud de todo corrí el riesgo, me salté las reglas y perdí y me lo cargué. Mis gritos, maldiciones y lamentaciones tuvieron que ser de banda noruega de death metal.

Anoche acabé de ver la serie de vídeos con el gameplay de "Call of Cthulhu" El tío que la jugaba y comentaba tenía mi edad. Me recordó a un amigo de juventud. Todo me recuerda a algo.

Había sido un mal día de Año Nuevo. No me quité el malestar del cuerpo en todo el día, y eso que caminé cuatro horas por ahí bajo un sol magnífico. Por ello no presté demasiada atención a la última parte del juego, tan magnífico de ver. Un detective (como aquel que siendo niño maté para siempre) iba de acá para allá haciendo preguntas y buscando objetos misteriosos; también había algo de acción, alguna chica sexy y otra inquietante, como en "La novena puerta" de Polanski. Los gráficos que a mi parecer eran maravillosos no pasaban del aprobado justito para el experto comentador. Había monstruos horripilantes que te mataban una y otra vez hasta que tú encontrabas la vía correcta para matarlos una y cambiar de escenario. Era divertido de ver como se desesperaba el jugador. Uno hubo (ahora que lo pienso sólo había uno que salía un par de veces) que lo trajo por el camino de la amargura durante tres cuartos de hora. El pobre hombre ya no sabía qué hacer. Consultaba por el chat a quienes le siguieron en directo hace tres años, cuatro gatos mal contaos. Y gracias a uno de ellos pudo acabar con ese "cabrón" Había dos finales y escogió el "malo" no sin expresarnos su desinterés por el otro: "había venido a jugar y ya" dijo rememorando la frase del Un, Dos, Tres. Era un cachondo. Al acabar hizo un breve comentario alabando el juego que tantas veces le había vencido. Cerré la página, abrí una prono, me masturbé, apagué todo, me lavé los dientes y tras aplicar un poco de pomada en la cabeza contra la dermititis me puse el gorro de ducha y entré en la cama donde no tardé en dormir acompañado del audiolibro "El que susurra en la oscuridad"

Dormí del tirón y sólo tras salir de la ducha noté que algo no iba bien en el cuello. Una mala posición. El puñetero gorro. El descanso no había servido de nada y tuve que tomar un ibuprofeno que apenas sentí. A eso de las doce, cuatro horas más tarde, saltándome las recomendaciones, tomé otro que al rato me alivió un tanto. Esperaré a las ocho para el tercero.


Hubo un instante curioso hoy en el bar. Eran las tres de la tarde y la clientela de lo más variopinta: un par de sudamericanos en la barra, aparte de los dos amigos a quienes estaba oyendo contarse sus viejas películas y en el salón un par de maestras en compañía de un lgtb; un padre pijo tomando café con su hijo pijo; un niñato demasiado grande ya para seguir siéndolo, esta vez sin la compañía de su estulta novia y el pobre de iglesia que desde hace meses viene a nuestro bar.

Mis amigos se fueron sin haberme dejado hablar; en cuanto trataba de decir algo, aunque fuese una apostilla de cortesía, seguían a su ritmo, como si no oyeran. Pronto dejé de intentarlo. Entonces oí el rumor de la conversación de los latinitos, mucho "usted" hablando de charlas mantenidas con otros, "porque usted, le dije..." Unas voces melodiosas, muy alejadas de la sequedad usada por aquí que más parecen rocas que palabras lo que sale de nuestras bocas. El pobre de iglesia se acercó a la barra por otro chupito de JB. Poco antes había saldado la pequeña deuda que suele tener con nosotros, nunca más de diez o quince euros. "Cobro tal día -dice- y vengo y te pago" Y así lo hace. Cumple su palabra y le damos carrete. No molesta a nadie, va a su aire. Llega, coge el bote desinfectante que hay junto a la puerta y con cierta notoriedad se embadurna manos y antebrazos con él.

- ¿Chupito?" le pregunto
- Ja -responde y le sirvo el primero que se bebe de un trago- Y una caña

Le añado una pulga de chorizo o de atún, coge el As y va a sentarse en la mesa rinconera para leerlo. Luego una pasada por el water (que siempre deja impoluto), otro chupito de trago, recoge su mesa, deja el periódico en el revistero y adiós. Agarra la bicicletilla y se va.

Hemos hablado un par de veces; más bien le he escuchado, pues este también va a su ritmo. No puedo decir su edad; lo mismo tendrá cuarenta años que sesenta; el rostro oscuro, todo lleno de arrugas y apenas tres o cuatro dientes en una boca grande, el pelo ensortijado, neցro, fuerte; hay quien le encontraría aspecto de bosquimano pero él me contó que es "eslavo", con esa uve tan característica de aquellas gentes. Por el acento yo pensaba que era brasileño o portugués, quien lo sabe. Estuvo en Herrera de La Mancha, bebe demasiado, tiene una hija y cree en Dios con todo su corazón. Duerme en una cochera de alguien de la Cruz Roja. Pide en las iglesias y ayuda al sacerdote en las tareas que le encomiendan. Se le ve bravo, conserva una cierta dignidad personal. Sabe donde está pero "nadie es más que nadie, ¡sólo Deus!" No es un pordiosero, mantiene un buen aseo personal, algo que es un buen síntoma.


Hay un bar. Tú estás dentro y la gente entra y sale. Algunos interaccionan contigo y otros sólo hacen bulto. Te cuentan cosas y después se van. Unos vuelven y otros no. Tu objetivo es...


¿Escribirlo para llegar a comprenderlo?
 
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Salí un momento de la cocina para echarle un vistazo el salón y vi a un chico joven de gafas detrás de Gonzalo. Me acerqué y le pregunté qué iba a tomar. Hizo un gesto con la mano hacia la tragaperras, musitó algo y dijo que no quería nada. Entendí que era un familiar de Gonzalo, tal vez un hermano o un primo, puede que algún raro amigo, quien sabe, pero ante la duda lo dejé estar y regresé a la cocina para terminar de limpiar los platos de un mediodía muy ajetreado.

"No -me dije- si al final tendré un disgusto, verás"

Gonzalo había llegado al bar en plena efervescencia, a eso de las dos. Enseguida me di cuenta de que tenía uno de esos días.

- ¿Café? -le pregunté
- ¿Ves esto? -dijo dándole un ciliquitrón a la base de un refresco casi vacío que ya llevaba un buen rato sobre la barra esperando ser recogido. Y empezó a contar algo acerca del escaso líquido que aún contenía en su interior. Dejándole con la palabra en la boca fui a poner el café que no había llegado a pedir y al servírselo le quité de la mano sin violencias el Nestea al que estaba hablando.

Dos clientes estaban a su lado en animada charla futbolera. Gonzalo reconoció al más cercano, un antiguo amigo de correrías en la juventud que seguro ya lo había visto, y lo saludó.

- ¡Hombre, Gonzalo! ¿Qué tal estás?
- Harto.
- Ya...bueno -Y se dio la vuelta.

Pagó el café y se fue a la tragaperras, algo no habitual pero tampoco demasiado extraño. Yo le echaba un ojo de vez en cuando. Fueron sucediéndose las venidas a la barra por dinero a cuenta de la tarjeta. De diez en diez, siempre en monedas. No le decía nada. Ya se lo dije en un par de ocasiones. Me conformaba con mirar el datáfono, ver que la operación era aceptada y darle las diez monedas. Antes, para cabreo suyo, tenía un límite de veinte, quizá por orden paterna, pero hoy la pasó cinco veces y todas fueron aceptadas.

Ya no quedaba nadie en el bar aparte de Gonzalo y un par de parejas en la mesa del fondo que se irían poco después cuando aquel chaval entró al bar. Gonzalo llevaba un buen rato hablando por teléfono mientras la tragaperras jugaba con él. Empezó a cambiarme billetes.

- No juegues más, Gonzalo, shishi.
- No, si me ha dado un premio rellenito...Es que se me han quedado ahí unos cangrejos...

El chaval se fue de repente y aproveché la ocasión.

- Gonzalo -le dije- ¿conoces a ese que estaba detrás de ti?
- ¿Quien?
- ¡jorobar! Un chico joven que estaba sentado detrás de ti.
- No, no lo conozco -respondió sin apartar la vista de la máquina.

El chico regresó y esta vez pidió un Nestea. Luego se fue al mismo sitio y desde allí me hizo una especie de seña que devolví de forma resignada una de las veces que Gonzalo vino a la barra para cambiar otro billete.

- No juegues más, Gonzalo...
- No, si es que tengo ahí unos cocos...

Con su característico paso lento se acercó una vez más a la barra.

- ¿Nos fumamos un pito, Kufisto?
- En cuanto acabe la cocina, Gonzalo. Ya me queda poco.

Todavía andaba Gonzalo de camino a la puerta cuando el chaval se puso a jugar. Pasé a fregar los últimos platos del día.

El chaval estaba a punto de irse cuando salí tras limpiar el último plato.

- ¿Lo conoces? -le pregunté.
- ¿A quien? -respondió.
- Al que estaba jugando. ¿Es amigo tuyo?
- ¿Amigo mío? -respondió en tono de desprecio- ¿Ese? ¡Ja! ¡Pero si no tiene ni idea! ¡Ha dejado premios pasar! Si yo tuviera dinero...

Y se fue.

Un buitre. Un buitre descarado. Un buitre al olor. Ni hermano, ni primo, ni amigo, ni nada. Un buitre. Un puñetero buitre granudo con gafas.

Cogí el abrigo y salí afuera para fumar con Gonzalo.

- Con lo inteligente que eres, tío -le dije- ¿qué shishi haces jugando a esas cosas? De verdad que no me lo explico.
- ¿Sabes por qué lo hago, Kufisto? - dijo tranquilo.
- ¿Por qué?
- Porque así no pienso. Veo las lucecitas, pulso los botones y así no pienso.
- ¡Pero pierdes! ¡Pierdes! ¡Pierdes el dinero de tu jubilación en algo gilipollesco, en algo que nada tiene que ver contigo! Si me dijeran de cualquier otro, de tantos petulantes como he visto dejándose sueldos enteros en un sólo día...¿Te acuerdas cuando aquella mañana nos fuimos adonde sueles andar? Pero tú, tan espiritual que es para matarte, que puedes ver la belleza del musgo sobre una fruta piedra perdida en un erial, que te emocionas hasta las lágrimas cuando ves un águila sobrevolando el cielo...¡Juegas a las pilinguis tragaperras!
- Ya...Sí...¿Pero tú sabes lo que es estar de psicólogos y psiquiatras que no te escuchan, que a todo lo que dices responden con algo que no tiene nada que ver con lo que estás contando?...Mira, he pasado tres horas jugando en la máquina y sólo he perdido quince euros. Tres horas a quince euros son cinco euros a la hora. ¿Sabes lo que cobran uno de esos? He pasado tres horas sin pensar y sólo he perdido quince euros. Yo sólo quiero no pensar.


Fumamos un poco más. No hacía el frío que prometía la helada mañana. El sol todavía lamía el segundo piso del edificio de enfrente. En el tercero y último están las pilinguis.

- ¿Sabes lo que te digo, Gonzalo?
- ¿Qué?
- Que tienes razón.
 
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