Miércoles, 8 de agosto – Día 3. 1.49 am
—¡Cállate! —el Presi me sigue observando— ¿sabes lo que estás haciendo? No, ni idea, claro.
Se levanta y me da la espalda con un desplante casi torero. Lleva ropa militar y un grueso abrigo de cuero neցro con cuello de piel de castor. Niega con la cabeza y juguetea con una cadenita de la que cuelga una calavera de plata con incrustaciones de rubíes en las cuencas de los ojos.
—¿Sabes porqué estás aquí, Topo?
—Bueno... al parecer definí demasiado bien a un orate y...
—¡No! ¿Tú crees que nos importa una cosa que se hiera el ego de un analfabeto? Piensa más.
—No sé, no recuerdo haber insultado a nadie más, salvo que decirle a Siken que me gustaría que me la comiera sea considerado un insulto, y no un halago habida cuenta del hambre que parece pasar.
—¿Tienes idea de lo costoso que es mantener a un fulastre en burbuja sin que se vaya? ¿Sabes la cantidad de recursos que querido líder ha destinado a cuidar y mimar a esos tres?
La mandíbula casi se me desencaja de la sorpresa:
—¿Me estás hablando del Mongotrío?
—Son tres especímenes cultivados in vitro. Millones de euros dedicados a escoger los genes más debilitados e incompletos, luchando contra las leyes de Darwin para lograr que lleguen a la edad adulta, sin que se amputaran algún miembro bajando la tapa del water, para que ahora vengas tú a destrozarles el ego.
—No entiendo.
—¡menso! son garantía de visitas. Si Siken postea en un hilo las visitas se multiplican. Siken siembra la cizaña, inmy la riega y Thor la siega. Son ojo ciego, pedo y cosa. Por mucho que os esforcéis siempre hay alguien que los contesta y el resto no es más que emponzoñar y para eso está Siken.
—Pero eso tiene un nombre: troll.
—¡Por supuesto, estropeado besugo! Siken es tan buen troll que mantiene alejados a los demás trolls de internet. Y cuando se descontrola un poco la baneamos unos días para que le haga efecto la paroxetina.
Es como descubrir a tus padres amando, no salgo de mi asombro. El Presi se acerca a la ventana y mira afuera, se pasa una mano por la cabeza, desde la frente hasta la nuca.
—No me creo que querido líder esté tan loco como para hacer esto, Presi.
Se da la vuelta y me mira con tristeza, el ojo se le ha llenado de lágrimas y le tiembla el mentón.
—Topo... tú no sabes lo que ha cambiado querido líder desde que se puso a dieta. —se vuelve contra la pared y da un abrazo en la repisa que hace volar los retales de La Razón.— Antes podías comerte con él un entrecot de choto con patatas, regarlo con un Vega Sicilia y terminarlo con dos flanes con helado y un Malta 12 años. Ahora come tan sano que lo que caga tiene el mismo aspecto que le entró por la boca.
De pronto, avergonzado por el momento de debilidad que he presenciado, se vuelve y me da una bofetada. Caigo al suelo sangrando por la nariz.
—Tú... —se agacha, me coge de la pechera y me levanta en vilo con una sola mano, se acerca a mi cara tanto que puedo oler una mezcla de aftersave y orujo— tú, has estado a punto de mandarlo todo al carajo, Topo. Un plan de años urdido desde los anales del burbuja y has estado a punto de destruirlo.
—Yo no sabía...
—Ni sabrás, ya me encargaré yo de ello. Te voy a lobotomizar, Topo, te voy a dejar al nivel del Mongotrío...
—No, Nooo —el terror me embarga más que si me dicen que me van a cortar las piernas.
— ...Y tu vida se reducirá a una existencia de adulación y locura, jaleando a Siken.
—Noooooo —se me ha aflojado el esfínter y noto la calidez de la orina corriendo por la parte interior de las piernas... mis pies siguen sin toccar el suelo.
—Sí, Topo, sí —se dirige a la puerta sin soltar la presa, estoy al borde de la asfixia— ¡Guardias!
De inmediato entran dos hombres con armaduras antidisturbios con el rostro cubierto por un pasamontañas. Llevan un nombre grabado sobre el pecho. No consigo leerlo, hasta que El Presi, me arroja contra ellos como si fuera un peluche.
—¡Llevaos esta sarama a la galería veintiuno!
Estoy boca arriba a los pies de los dos guardias se miran y uno de ellos balbucea al preguntar.
—¿Ha... Ha dicho la vein... veintiuno, señor?
El presi no habla, sólo mira.
—Sí... sí señor —me cogen por las axilas y me arrastran al pasillo, mientras me deslizo hacia la ausencia— ha perdido los zuecos.
—Déjalo, a donde va ya no tiene importancia.
—Pobre diablo —es lo último que oigo antes de hundirme en una misericordiosa inconsciencia.