Por qué los bollos tendrán menos grasa pero serán igual de dañinos | Gastro
Por qué los bollos tendrán menos grasa pero serán igual de dañinos
CRISTINA G. LUCIO Madrid
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14 FEB. 2018 03:27
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El Ministerio de Sanidad acaba de anunciar que los alimentos ultraprocesados sufrirán una reducción del 10% en sal, azúcar y grasas antes de que acabe 2020
Sin embargo, varias sociedades científicas y expertos en Nutrición dudan sobre la efectividad real de este tipo de medidas y alertan de que incluso puede incentivar su consumo
El I+D+i de una magdalena con menos azúcar... e igual de sabrosa
Bollos con menos azúcar, aperitivos con menos sal, precocinados bajos en grasas... El Ministerio de Sanidad anunciaba hace unos días que, en España, los alimentos ultraprocesados tendrán un perfil más saludable antes de que acabe 2020. Lo hacía con el recién estrenado Plan para la Mejora de la Composición de los Alimentos bajo el brazo; una estrategia que ha elaborado la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aecosan) en colaboración con la industria alimentaria y que prevé reducir en torno a un 10% el contenido de sal, azúcar y grasas de más de 3.500 productos. Unas 500 empresas ya se han comprometido voluntariamente con la iniciativa, según ha asegurado la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Dolors Montserrat, quien ha definido el plan como "una herramienta eficaz" para "favorecer la salud de los españoles y prevenir las enfermedades crónicas". "Va a servir para afrontar de una forma directa y eficaz los grandes retos que tenemos por delante en el ámbito de la salud", aseguró la ministra, que se mostró muy optimista durante la presentación del plan.
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Sin embargo, varias sociedades científicas y expertos en Nutrición ya han alzado la voz para dudar de la efectividad real de la intervención. "No va a tener ningún impacto beneficioso sobre la salud", apunta Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas), para quien una reducción de 10% o del 5%, como se plantea en algunos productos, "no es significativa".
UN 62% DE LOS ESPAÑOLES TIENE OBESIDAD O SOBREPRESO, Y ESTO NO PUEDE AFRONTARSE CON MEDIDAS AMORTIGUADAS
El acuerdo que la Aecosan ha firmado con el sector de la producción y distribución de alimentación recoge, por ejemplo, que, con la reformulación estipulada, las patatas fritas pasarán de tener 15,6 g/100 g de grasa saturada a unas cifras de 14,04 g/100 g, una reducción de poco más de 1,5 g. En el caso de las magdalenas, su contenido en azúcares totales se reducirá de 29,5 gramos a 28 gramos por cada 100 gramos de producto. "¿Qué supone una reducción de uno o dos gramos en cantidades que superan con creces las recomendadas? Es como si para combatir el exceso de velocidad planteas circular a 170 km/h en lugar de a 180 km/h. Sigue siendo una barbaridad", reflexiona Luis Jiménez, químico y autor de varios libros sobre alimentación y salud, como 'La guerra contra el sobrepeso'. Según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el consumo de azúcares debería ser siempre menor al 10% de la ingesta calórica total, lo que suele redondearse en un máximo de 50 gramos al día. Sin embargo, datos de la Encuesta Nacional de Consumo de Alimentos y Bebidas (Enalia), mostraron que, en nuestro país, los niños y adolescentes consumen unos 95,1 gramos de azúcares al día; una cifra que alcanza los 78,1 g en el caso de los adultos y que, en su mayoría, no proviene del azucarero, sino de los productos ultraprocesados. Algo similar ocurre con la sal y las grasas. "Tenemos un problema muy grave: los estudios más fiables hablan de que un 62% de los españoles tienen sobrepeso u obesidad y eso no puede afrontarse con medidas amortiguadas", señala Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra y uno de los 'padres' del estudio PREDIMED -que analiza el impacto de la dieta mediterránea en la salud-. Según su punto de vista, el plan es "un error" que puede promover justo lo que dice combatir.
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Coincide con su opinión el dietista-nutricionista y divulgador científico Aitor Sánchez: "El mensaje que le llega a la gente es que a partir de ahora los ultraprocesados serán alimentos más saludables, con una mejor composición, por lo que pueden interpretar que pueden consumirlos con mayor libertad". Pero "no es cierto", añade, porque en su opinión "este es un cambio para que todo siga igual, un maquillaje que responde a las presiones que está recibiendo la industria"
NO PUEDE SER MÁS BARATO COMER MAL QUE HACERLO BIEN.SE DEBERÍAN SER INCENTIVAR LOS ALIMENTOS SALUDABLES
Francisco Tinahones, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), sí considera, en cambio, "una buena noticia que la industria empiece a involucrarse en el abordaje de la obesidad" y se plantee reducir algunos de los componentes de sus productos. "Es un primer paso que hay que valorar como positivo", recalca. También Manuel Anguita, presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), se muestra "favorable a cualquier medida en contra de los hábitos que no son cardiosaludables", si bien añade que la apuesta "debería haber sido más ambiciosa" y considera que "las reducciones tendrán que ampliarse en el futuro".En ese sentido, Marian Dal-Re, vocal asesor de la Aecosan, señala que la mejora en la composición de los alimentos ha de ser paulatina, tanto por motivos "de fabricación", como para conseguir que "los cambios sean aceptados y permanezcan". El plan tiene "un enfoque poblacional", asegura, y sí aportará beneficios, porque "se trata de productos que se consumen habitualmente en familias y por los niños". Desde la Federación de Industrias de la Alimentación y Bebidas (FIAB), una de las firmantes del acuerdo junto a los sectores de la restauración y distribución alimentaria, afirman, por su parte, que el acuerdo es "reflejo del esfuerzo de las empresas" para "mejorar la dieta de los ciudadanos" y sí "tendrá un gran impacto en el global de la cesta de la compra". Uno de los puntos que más se ha criticado del plan es que se basa en la autorregulación de la industria -la adscripción es voluntaria- y no contempla sanciones en caso de incumplimiento de lo pactado. "El sector está utilizando la autorregulación como una forma de retrasar cualquier control", señala Hernández, quien recuerda que antes de llegar a ningún acuerdo con la industria, el Gobierno debería aplicar una regulación real. Su primer paso tendría que ser el cumplimiento de la normativa vigente, como la ley 17/2011 de Seguridad Alimentaria y Nutrición que, en uno de sus apartados señala que en las escuelas infantiles y en los centros escolares no se permitirá la venta de alimentos y bebidas con un alto contenido en ácidos grasos saturados, tras*, sal y azúcares. "Algo que no se está cumpliendo", apostilla.
ES COMO SI PARA COMBATIR EL EXCESO DE VELOCIDAD PLANTEAS CIRCULAR A 170 KM/H EN LUGAR DE A 180 KM/H. SIGUE SIENDO UNA BARBARIDAD
Hay muchas evidencias que demuestran que el autocontrol no es eficaz a la hora de resolver problemas de salud pública, añade Martínez-González. De hecho, asegura,"no hay que remontarse muy atrás para comprobar que la autorregulación no funciona". En 2013, el convenio PAOS ya se firmó para regular la publicidad de alimentos y bebidas dirigidos a menores "y hoy seguimos viendo anuncios a diario que se enfocan a este grupo de población". "No es una buena idea dejar que el lobo cuide del rebaño", señalan varios de los especialistas consultados. Sin embargo, insisten, sí hay otras muchas medidas que han mostrado ser eficaces a la hora de reducir el consumo de determinados productos, como los impuestos específicos -"no puede ser más barato comer mal que hacerlo bien"-, la mejora del etiquetado o la prohibición de la publicidad dirigida al público infantil, entre otras. "La estrategia debería basarse en desincentivar el consumo de alimentos ultraprocesados mientras se incentiva el de alimentos saludables", resume Miguel Ángel Lurueña, especialista en Tecnología de los Alimentos.Pero, para ello, debe ponerse en marcha una iniciativa coordinada y multifactorial que abarque aspectos políticos, socioeconómicos, educativos y de abordaje del ambiente obesogénico que, en definitiva, consiga que cada vez comamos menos 'fast food' y más lentejas. No es tarea fácil, continúa Lurueña, porque el aumento espectacular que el consumo de ultraprocesados ha tenido en los últimos años no sólo ha tenido una repercusión negativa sobre nuestra salud, sino que "ha cambiado nuestra forma de percibir las características de los alimentos". Nuestro paladar está tan acostumbrado a los 'chutes' de sal y azúcar que "ya no sabe apreciar sabores más sutiles, como el de un calabacín o una lechuga". Y necesita volver a aprenderlo.