En Estados Unidos tengo un amigo íntimo llamado Jim Forest. Cuando lo conocí hace ocho años, trabajaba con la Hermanda Católica para la Paz. El invierno pasado Jim vino a visitarme. Yo normalmente lavo los platos después de cenar, antes de sentarme a tomarme una taza de té con los demás. Una noche Jim me pidió si podía lavar los platos. Le dije: "De acuerdo, pero si vas a lavarlos tienes que saber el modo de hacerlo". Jim me respondió: "¡Venga ya!, ¿te crees que no sé cómo lavarlos?". Y yo le repuse: "Hay dos formas de lavar los platos. La primera es para que queden limpios y la segunda, por el simple hecho de lavarlos". Jim se quedó encantado y respondió: "Pues elijo la segunda, la de lavarlos simplemente por lavarlos". A partir de entonces Jim supo cómo lavar los platos. Le tras*ferí la "responsabilidad" durante toda la semana.
Si mientras lavamos los platos, estamos pensando sólo en la taza de té que vamos a tomarnos al terminar, apresurándonos para sacárnoslos de encima lo antes posible como si esa tarea fuera un fastidio, entonces no estamos "lavando los platos simplemente por lavarlos". Además, mientras los lavamos no estamos vivos. En realidad, mientras estamos de pie ante la pileta no podemos percibir el milagro de la vida. Y si no lavamos los platos, lo más probable es que tampoco podamos tomarnos una taza de té. Mientras nos la tomamos, estaremos pensando en otras cosas y apenas seremos conscientes de la taza que sostenemos entre las manos. De ese modo nos dejamos arrastrar por el futuro y somos incapaces de vivir en el presente ni siquiera un minuto de nuestra vida.