Manuel, el médico venezolano que recoge condones usados en un local de sesso liberal de Madrid: "Allí ganaba siete dólares al mes en el hospital"
Tiene 33 años y llegó a España en 2021. Obtuvo su título de Medicina en 2016 en Venezuela y, a la espera la convalidación, trabaja en la limpieza de un local de intercambio de parejas en Madrid. "Me miro al espejo y estoy orgulloso. Mis hijos sabrán de dónde venimos"
Ver archivo adjunto 1761139 Reportaje gráfico: Sergio González Valero
- Pedro Simón | Madrid
- Fotografías: Sergio González Valero
28/01/2024 22:38
Esas manos iban a suturar heridas, y a prescribir medicamentos, y a palpar un hígado inflamado, y a hacer un torniquete de urgencia. Y aquí están esas manos cuyo dueño
terminó la carrera de Medicina en 2016 con buenas notas. Esas manos que
Manuel se mira de vez en cuando en silencio, mientras habla y te cuenta. Como pidiéndoles perdón.
Las manos del médico venezolano que iba a coser cicatrices hoy se ocupan de la limpieza nocturna en un conocido local de intercambio de parejas de Madrid. Y esas manos friegan los baños cada poco tiempo. Y quitan las vomitonas de la clientela.
Y retiran los preservativos usados. Y los tampones que también. Y frotan manchas de sangre y de leche hasta que llegan las seis de la madrugada y acaba el turno de trabajo y el limpiador que estudió Medicina sale por la puerta.
Lo mejor es cuando acaba el mes:
en vez que los siete dólares que ganaba ejerciendo como médico en su país aquí ronda los 1.400 euros.
Lo mejor es cuando llega a su casa alquilada de Vallecas y hace magia con las manos al amanecer: y si Manuel Ignacio (siete años) ha pasado mala noche por culpa de la tos, papá sabe qué hacer. Y si a Manuela (dos años) le ha salido un sarpullido, papá se remanga para curar.
Es harto improbable que alguien que acude habitualmente a un local de intercambio de parejas -tríos con una chica, tríos con un chico, etcétera- se fije en el rostro de este hombre que limpia fluidos y sólidos en silencio. Pero si alguien lo hiciera y le preguntara quién es en realidad, si alguien con tiempo para levantar la cabeza en mitad de la oscuridad quisiera conocerle de verdad -decíamos-, le contaría la historia que sigue.
Manuel Agustín Reyes Colmenárez, 33 años recién cumplidos este mismo viernes, titulado en Medicina el 4 de mayo de 2016 por la Universidad Nacional Francisco de Miranda (Venezuela), médico cirujano,
el hombre que tuvo que cambiar el fonendoscopio por una escobilla.
(...)
En el colegio, siempre salía en el cuadro de honor de los alumnos más brillantes.
Al principio, Manuel quería ser policía, pero su progenitora lo desanimó.
Así que aquel chico -el segundo de tres hermanos de una familia venezolana de clase bien asentada en la ciudad de Santa Ana de Coro- decidió estudiar lo mismo que el primogénito: Medicina.
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El hombre de las manos con olor a lejía entonces subrayaba los apuntes de morfofisiología, tomaba notas de microbiología,
memorizaba lo que hay en el interior de los cuerpos y no fuera. Se emocionaba con la posibilidad de ser ginecólogo -si vieran sus ojos...-. Estaba "fascinado" con la anestesiología -continúa-, cuyo postgrado comenzó.
Fabulaba con un futuro de bata blanca y no de camiseta y pantalón neցros. Y, de repente, algo que cambia. O sea, todo.
-¿Por qué?
-Porque tras la fin de Chávez y la entrada de Maduro [2013] la situación se empezó a deteriorar en casa. Yo no acabé el posgrado en Anestesiología por eso. No preguntaba, pero observaba.
Las compras que hacían mis padres cada vez eran pequeñas y la nevera estaba más vacía. Les notaba más preocupados. Le tuvieron que decir a uno de los primos que vivía con nosotros que ya no se podían hacer cargo de él. A mi hermano, que estudiaba fuera, le tuvieron que decir lo mismo. El coche se averiaba y no se arreglaba...
Nos lo cuenta un lunes porque Manuel ese día descansa de toallas y de sábanas y de retretes. La pequeña está en la guardería, el mayor está en el colegio y su esposa está trabajando. Nos muestra el título, los diplomas, la solicitud de convalidación de sus estudios de Medicina por la que sigue esperando. Y esas manos que no se dejan doblegar.
Lo que hicieron entonces esas manos de médico recién licenciado le procuraba una felicidad indecible. Primero fue en un centro de salud de Pedregal, donde llegaba a atender a 80 pacientes al día. Luego fue en la localidad de Sabaneta. Después fue en el ambulatorio Eliecer Canelón. Finalmente, en el Hospital Alfredo Van Griekin. Cosas que aquí son complicadas de ver.
Por ejemplo:
"En mi primera guardia, llegó un chico de 22 años con siete balazos en el costado. Se me murió en la camilla". Por ejemplo: "Estando en pediatría, se me murió otro niño de la sierra que había metido la mano en un guante de béisbol donde había un escorpión". Por ejemplo: "Aquel día llegaron dos chicos.
Uno se sacó el arma de fuego y nos dijo que si no curábamos a su amigo, nos mataba".
Pero las cosas no iban bien, decíamos. Y la salud del hijo del médico, tampoco.
Se había casado ya (eso era lo bueno). Manuel Ignacio estaba más delgado de lo saludable (eso era lo malo). Los padres decidieron que harían lo que fuera por él (eso era el amor).
"Estaba enfermo de reflujo gastroesofágico. No dormía, no tenía buen peso, todos los medicamentos eran muy costosos.
Yo ganaba al cambio como siete dólares al mes y sus fármacos costaban 12 o 15 y solo le alcanzaban para 30 días. Vivíamos con mi suegro, que nos ayudaba. Pero algo teníamos que hacer".
Por eso se marcharon a Ecuador, donde el médico ejerció la medicina durante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, pero tambien repartió publicidad y limpió en un hotel. Tres años después, llegaban a nuestro país.
Era julio de 2021 y aterrizaban en Madrid como quien alcanza una orilla segura.
Bienvenido a España, doctor Reyes Colmenárez.
Y recuerde las normas.
"En nuestro club, podréis perderos entre los reservados, las camas, el spa liberal, o incluso en nuestras habitaciones privadas".
Ellos serían felices acá, esa era la conjura.
"Las parejas y tríos tienen acceso completo a las instalaciones y deberán permanecer unidos".
Vivirían como una familia normal, eso sería lo extraordinario.
"Obligatorio discreción, respeto e higiene".
Ejercería la medicina, ese era el sueño.
"Os aseguramos que si venís con una actitud abierta no os tenéis que preocupar por nada. Os haremos sentir como en casa".
(...)
"Al llegar, empezamos viviendo en Pioz (Guadalajara) con mi tío. Antes del local de intercambio de parejas, estuve como repartidor con bici en Deliveroo. Iba desde el pueblo hasta Madrid [a 70 kilómetros de distancia] enlazando tras*portes públicos. Salía de casa a las siete de la mañana y tardaba varias horas en llegar a la capital... Al mediodía comenzaba a repartir, llevaba encima las arepitas que me había hecho mi esposa. Me pasaba fuera toda la jornada. Allá a las siete de la tarde solía iniciar el regreso. No llegaba a casa antes de las diez de la noche. Hasta que no conseguía 50 euros no volvía".
Y así un día y otro. Y al siguiente. Y otro más. El médico ciclista enlazó seis meses sin descansar ni una sola jornada y el número de kilómetros realizados sobre dos ruedas hoy los mide en una báscula: adelgazó diez kilos.
Hasta que su tía cayó enferma de la espalda y propuso a su sobrino para que ocupara su puesto en la limpieza de aquel local liberal.
Era septiembre de 2021 y ahora recuerda que fueron dos regalos en uno:
un trabajo con sueldo fijo por fin; una hija que crecía en el vientre de la esposa.
"Salía a las siete de la tarde de Pioz y llegaba al local liberal justo cuando abrían a las once de la noche. A las seis de la madrugada iniciaba la vuelta. Llegaba amaneciendo a Alcalá de Henares y allí hacía tiempo dando vueltas en el Carrefour 24 horas hasta coger el empalme. El primer autobús que me acercaba salía a las nueve y cuarto y me dejaba en Pezuela de las Torres, que está a seis kilómetros de Pioz... Así que me bajaba allí. Me iba caminando una hora hasta casa".
Y entonces -a solas, en medio de la nada-, el chico que salía en el cuadro de honor de los más brillantes del colegio, el titulado en Medicina, el padre ejemplar, el paciente esposo, todo él, se permitía el lujo de venirse abajo.
"Caminaba y me ponía a pensar. Me veía allí, matándome a limpiar, caminando: el médico...
Dormía tres horas. Mi mujer estaba embarazada. Era ella la que me daba energía. Iba caminando con los pies congelados. O empapados. Por el campo. Y pensaba en lo que era mi vida", se emociona. "Lloraba para llegar llorado a casa, para que ella no me viera hacerlo. Nunca le he contado que esa hora final, antes de entrar por la puerta, me la pasaba llorando".
Un día estalló y se vino abajo. Cuenta que llamó a su padre por videollamada. Que le dijo: "No aguanto más, mírame". Que luego le enseñó la escobilla con la que estaba limpiando y que la tiró al suelo: el chico que salía en la pantalla no parecía un médico, sino un enfermo. Que su padre le consoló:
"Aguante, usted tiene su familia y tiene que salir adelante como sea". Cuenta que ese hombre que le hablaba tenía razón. Que el hijo que era él obedeció y se agachó. Que recogió la escobilla. Que siguió limpiando.
(...)
Desde que hace casi dos años se mudaron a vivir a Vallecas, el médico cirujano no tarda más de media hora en metro en llegar al club. Tiene los baños del local impolutos. Una casa alquilada en la que nos recibe. El ánimo. La mirada. La esperanza: ya no debe de quedar mucho para la convalidación de su título de Medicina, le dicen sus compatriotas. Después de seis meses dando pedales y horas andando por un sendero, la meta que asoma.
"Lo mío es la limpieza", enumera. Y se le ve, si no feliz, al menos resignado, reluciente por dentro. Agradecido con sus empleadores, insiste varias veces. En el "mejor momento" de su vida desde que llegaron a España: ahorran, mandan dinero a Venezuela, se han comprado un coche de segunda mano.
"Lo mío es la limpieza", prosigue.
"Si se quiebra una copa, quito los cristales. Si algún cliente está indispuesto y vomita, yo lo limpio. Limpio las toallas, recojo las colillas, las toallitas sanitarias, los preservativos usados, los tampones, todo lo que imagines, con gusto, qué remedio".
Mientras avienta inmundicias puertas adentro, ahí fuera -cuando puede, entre horas- gusta de seguir ejerciendo.
Lo hace en una empresa privada de cuidados a domicilio. Te cita a doña Rosa. Te cita cuando sacaba a pasear a don Armando llevando a la bebé amarrada a su pecho. Te cita a Eduardo, un chico con varios intentos de suicidio con el que se quedaba a dormir y al que hoy -mucho mejor de su depresión- considera un amigo.
En casa le admiran. Los jefes le dan ánimo: "¿Cómo va lo tuyo?". Los pocos clientes que saben que es médico le alientan: "Venga, que ya te queda menos". El otro día una chica se cayó en el local y el señor de la limpieza que es Manuel le dio los primeros auxilios. Se había hecho un corte en la barbilla. Nos enseña la foto de la herida tras su intervención.
"Me dijo: '¿Tú eres médico?'. 'Sí'. 'Se nota'. '¿En qué?'. 'En que te has puesto guantes para atenderme'. 'Ah'. '¿Y por qué trabajas aquí limpiando?'. 'Porque me tocaba'.
'Pues qué cosa todo si en España un médico tiene que trabajar en una discoteca'...".
Un hombre no es lo que le pasa. Sino lo que hace con lo que le pasa.
Ese es el título que habría que colgar en la pared, chicos, y no el de Medicina. Ese es el tamaño de vuestro padre. Esa es la receta y la cura. Esa es la carrera.
Cuando crezcáis, sabréis lo que es bueno.
"
Ahora me miro al espejo y estoy orgulloso. He hecho cosas que ni me imaginaba. Cuando me encuentro mal, me digo: 'Tranquilo, lo bueno va a llegar'. Soy uno más en el trabajo. Nunca comento que soy médico, pero noto que mis compañeros me respetan más por ello...
Si de algo tiene que servir todo esto, es para que mis hijos sepan que lo primero es la humildad, para que sepan de dónde venimos. Con eso me basta".