Instancia inédita de un alumno de la Academia de Infantería de Toledo (Promoción de 1907)
En febrero de 1985 llegaba a mis manos en mi despacho del Negociado de CAJA de la Academia de Infantería, donde me encontraba destinado como Capitán Profesor, una curiosa instancia suscrita por un alumno de la XIV Promoción de Infantería, y fechada en Toledo el 27 de Septiembre de 1.907.
La instancia del alumno en cuestión, escrita con una caligrafía elegante y rebuscada, en clásica letra redondilla, reunía dos importantes características que la hacían revestir de singular importancia a cualquier amante de la pequeña historia –o de la grande, según se mire- de España. La primera, el altísimo puesto en la jerarquía militar y en la Jefatura del Estado, al que, con el paso del tiempo, estaría llamado a desempeñar el jovencísimo –tenía tan sólo catorce años- y entonces oscuro alumno que ponía su firma al pié de su petición. La segunda, que dicha instancia contenía un error de protocolo, por omisión o lapsus involuntario, de un monosílabo que la desvirtúa por completo, puesto que ponía “en duda” nada menos que la reconocida bondad del Sr. Coronel Director de la Academia de Infantería, a quien iba dirigida la misma.
Fuente: Francisco Ángel Cañete Páez
En su instancia ,el alumno de mi historia, solicitaba del Sr. Coronel se dignase incluirle en la escala de “Aspirantes a pensión” como hijo de militar, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 3º del Real Decreto de 6 de Octubre de 1.895. (Estos beneficios de “derecho a pensión” para hijos de militares que estudiasen como alumnos de las distintas Academias y Centros de Enseñanza Superior Militar, no eran sino una modestísima compensación económica -prestación social le llamaríamos hoy- con que el Estado trataba de paliar los exiguos sueldos que, desde siempre y con cualquier clase de Régimen, han venido sufriendo los militares en España). Pues téngase en cuenta, que ingresar un hijo en la Academia costaba a los padres, además de los distintos uniformes (paseo, campaña, etc.) y prendas de cabeza (el Ros para paseo y formaciones y la correspondiente a los actos interiores de Régimen académico), junto al consabido e imprescindible sable, de acero toledano a ser posible, y una serie de prendas personales, el abono de una pensión (de la que quedaban exentos los hijos de militar) y que se cifraba en ocho reales diarios abonables por semestres anticipados, mas el importe de otro semestre como fianza.
Pues bien, siguiendo con la historia de la instancia del joven alumno, redactada con esa bonita letra ya descrita, al llegar a la parte protocolaria de despedida, formulada con el consabido ritual de “Gracia que NO duda alcanzar de la bondad de V.S...., por un lapsus involuntario, mas anecdótico que censurable, el alumno omitió el monosílabo NO y consignó “Gracia que duda alcanzar de la bondad de V.S...”. Imagínense el error. Un alumno que aspira a pensión y que “duda” de la consabida bondad de su Coronel-Director. Una chiquillada, en fin, sin consecuencias, debido más que nada, a los pocos años y al nerviosismo del mismo durante su redacción.
Mandaba y dirigía la Academia de Infantería en Septiembre de 1.907, el Ilmo. Sr. Coronel Don Juan San Pedro y Cea, para cuyo cargo había sido nombrado el 26 de Enero de 1.904. Era el Coronel San Pedro un militar de amplia ejecutoria, formado en las aulas del antiguo Colegio de Infantería y con múltiples condecoraciones ganadas en las campañas del Siglo XIX, tan pródigo en contiendas civiles e independentistas, y sobre todo por su valor y arrojo en la Tercera Guerra Carlista. Hasta su despacho en la dirección del Centro debió llegar la instancia del alumno de nuevo ingreso Francisco Franco Baamonde (que aún no había intercalado la “h” en su apellido materno), y mirándola por encima no debió encontrar nada raro en el texto, ni en su despedida protocolaria; una instancia más, en suma, de las muchas que a diario recibía de alumnos hijos de militar aspirantes a pensión. Por lo que , al no encontrar reparo alguno ,decretó al margen “Al Sr. Comandante Jefe del Detall, a sus efectos”. Toledo, 2 de Octubre de 1.907. Pero he aquí, que si bien la instancia pasó con éxito la primera lectura del Sr. Coronel, no tuvo tanta suerte con la segunda, pues el Comandante Jefe del Detall, a quien suponemos veterano jefe de nuestra Infantería, sí que cayó en la cuenta del error y descubrió la falta protocolaria del aluno en cuestión. En la instancia faltaba consignar un NO reglamentario, que hiciese factible la despedida de ritual “Gracia que NO duda alcanzar de la bondad de V.S. cuya vida guarde Dios muchos años para bien de sus subordinados”. Llamado a su despacho el alumno “abajo firmante” y corregido por el Sr. Comandante en forma, suponemos más paternal que disciplinaría,- téngase en cuenta los juveniles 14 años del alumno-, le ordenaría rehacerla con inclusión del monosílabo causante de la discordia, y una vez rehecha de conformidad, y restablecida sin lugar a duda de ningún género, la bondad del Sr. Coronel, procedería a darle el curso reglamentario. La instancia errónea quedó archivada en la Jefatura del Detall de la Academia de Infantería, y salvada milagrosamente, junto a otros libros y expedientes, de la destrucción del Alcázar en 1.936, es la misma que llegó a mis manos en 1.985, y que me honro en reproducir como “Anexo” en las presentes líneas.
Fuente: Francisco Ángel Cañete Páez
Y llegados aquí, cabe preguntarnos: ¿Cómo había tras*currido en realidad la niñez y adolescencia del joven de mi historia, hasta su ingreso en la Academia de Infantería? La sintetizo muy brevemente en las siguientes líneas que dan continuidad y conclusión a mi artículo. En la mañana del 29 de Agosto de 1.907, y tras haber obtenido plaza de alumno en la Academia de Infantería, por haber superado las pruebas de ingreso convocadas al efecto, un joven de tan sólo 14 años, vestido con uniforme de paseo de Alumno de Infantería, traspasa la puerta principal del imperial Alcázar toledano, en cuyo dintel figuran las armas del Emperador; atraviesa el patio porticado, en cuyo centro destaca la estatua del César Carlos con el “Furor” aherrojado a sus pies, sube por la majestuosa escalera diseñada por Covarrubias y culminada por Villalpando, y una vez llegado ante el Negociado de Filiaciones y cuadrado ante el Oficial encargado del mismo, pronuncia la frase de ritual: “Se presenta el alumno de nuevo ingreso FRANCISCO FRANCO BAAMONDE”. (Hasta algunos años mas tarde, Franco no intercalaría la “h” en su apellido materno, que ya mantendría hasta su fallecimiento).
El joven que tan marcialmente se presentaba ante el Oficial de Filiaciones de la Academia de Infantería, y que con el tiempo estaría llamado a ocupar un lugar destacado en la Historia de España, había nacido en la localidad coruñesa de El Ferrol, un 4 de Diciembre de 1.892. Era hijo de Don Nicolás Franco y de Doña Pilar Baamonde. Acude de niño a un parvulario cercano a su casa, regido por dos señoritas, Doña Aurora y Doña Pepita, de las que siempre guardó un muy grato recuerdo –al decir del propio Franco- quienes le enseñan las primeras letras y le preparan para la Primera Comunión. Prepara después su ingreso en el Bachillerato, asistiendo a las clases de un colegio fundado por el sacerdote ferrolano Don Marcos Vázquez, y dirigido, al retiro de éste, por Don Manuel Comellas Coimbra; examinándose en el Instituto de La Coruña. Es por entonces un niño de extrema delgadez a quién sus compañeros le llaman “cerillita”. A los 12 años se prepara para ingreso en los Centros Militares de Formación de Oficiales (quería ser marino de guerra siguiendo la tradición familiar) asistiendo a las clases preparatorias que imparte el Teniente de Navío Don Saturnino Suances. El año 1.906, el Ministro de Marina, Vicealmirante Conca, aduciendo razones económicas, clausura la Escuela Naval. Con esta clausura quedaban truncadas las juveniles ilusiones de “Franquito” de ser marino de guerra, y para no desaprovechar la preparación obtenida opta por presentarse a la Academia de Infantería de Toledo.
Ante los muros del Alcázar, parece que queda atrás el mote de “cerillita” y ahora sus amigos y compañeros de promoción le llaman “Franquito”. No habrían de pasar muchos años para que “Franquito” sólo le llamase el Rey Don Alfonso XIII, el General Sanjurjo, el Teniente Coronel Millán-Astray y algunos (muy pocos) compañeros de promoción. Después, y casi durante cuarenta años, el tratamiento sería de “Excelencia” o de “mi General”.
Se incorpora pues, como hemos visto, Francisco Franco, a la Academia de Infantería, el mencionado 29 de Agosto de 1907, y como un alumno mas de los 382 que integran la XIV Promoción de Infantería. Por todo bagaje lleva un baúl, una maleta, un cubierto de plata con sus iniciales, dos sombrereras (una para guardar el “Ros” y otra para la prenda de cabeza reglamentaria en actos de Régimen Interior)y un sable de acero toledano, adquirido la víspera en un acreditado comercio de efectos militares, sito en la Plaza de Zocodover ,de la imperial ciudad de Toledo. Ello unido a unos cuantos libros y eso sí, al sagrado derecho a las migas doradas y sabrosas, tradicional desayuno en la Academia, y el deber, igualmente sagrado, de someterse a las novatadas de los alumnos veteranos. Pocos días mas tarde, el 27 de Septiembre de 1.907, redacta la instancia a la que ya hemos hecho alusión, y en la que comete el error por omisión, o lapsus antes mencionado. El día 13 de Octubre, tuvo lugar el solemne acto de Juramento a la Bandera de los Caballeros Alumnos de la XIV Promoción de Infantería. Formados en el patio del Alcázar, les tomó juramento el Coronel San Pedro, con la fórmula de ritual: ¡ALUMNOS DE INFANTERÍA!, ¿Juráis a Dios y prometéis al Rey seguir constantemente sus banderas, defenderlas hasta verter la última gota de vuestra sangre y no abandonar al que os estuviere mandando en función de guerra o preparación para ella?”. Un potente ¡Sí juramos! salido de las gargantas de los jóvenes alumnos rubricó la fórmula del Coronel-Director, y a continuación el Capellán, descubriéndose decía: “Y yo, en cumplimiento de mi sagrado ministerio, ruego a Dios que si así lo hacéis os lo premie, y si no, os lo demande”. Muchos años mas tarde, casi 30, en un trágico sábado del mes de Julio de 1.936, esos alumnos que habían empeñado tan solemne juramento en el patio del imperial Alcázar toledano, convertidos en hombre maduros, iban a enfrentarse con las mas dura y desgarrada decisión de sus vidas: interpretar personalmente y con arreglo a su conciencia, el contenido todavía válido de ese juramento.
El día 14 de Julio de 1.908, S.M. El Rey Don Alfonso XIII visita la Academia de Infantería, al objeto de presidir la entrega de Reales Despachos a los componentes de la XII Promoción. Formada la Academia, y tras serle rendidos a S.M. los honores de Ordenanza, tiene lugar la entrega de Despachos a los nuevos Oficiales; después, tras los discursos de rigor, desfilan los alumnos con marcialidad y gallardía ante el joven monarca. Pero nadie podía pensar entonces, por muy calenturienta que tuviese su imaginación, que uno de aquellos oscuros alumnos, introvertido y distante, que con su arma “sobre el hombro” desfilaba encuadrado entre los compañeros de su compañía – y más bien en las últimas filas, pues era de natural bajito- iba a suceder un día, tras una República accidentada y un desgarrador paréntesis de casi tres años de guerra civil, al joven y esperanzador Rey Alfonso XIII, en la Jefatura del Estado Español. Y menos aún, que desde esa Jefatura, llamara para sucederle a un descendiente directo del monarca.
El día 13 de Mayo de 1.910, reciben su Real Despacho de “Segundos Tenientes” los componentes de la XIV Promoción. Manda la Academia en esa fecha el Coronel Don José Villalba Riquelme (al Coronel San Pedro le sucedió el Coronel Fidrich, y a éste el Coronel Villalba). Porta la bandera por última vez, el número uno de la promoción, Don Darío Gazapo Valdés (que en Julio de 1.936 iniciaría el Alzamiento en Melilla), que luciendo ya su estrella de seis puntas, hace entrega de la enseña patria al “primeraco” de la XV Promoción, según vieja tradición militar académica. Reciben su despacho en dicho día, 312 nuevos oficiales, ocupando Don Francisco Franco Baamonde (aún sin la “h” intercalada) el número 251 de la promoción.
Y ya concluyo. Éste no es un artículo sobre la vida y trayectoria del que un día llegaría a ser Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales: Excmo. Sr. Don Francisco Franco Bahamonde (Ya con la “h” intercalada en su apellido materno). Mucho se ha escrito sobre su figura, y a veces con una iracundia desaforada por parte de sus enemigos, sin que él los tuviera por tales, como dejó escrito a la hora de su fin. Esta es una simple y breve historia de un Alumno de la Academia de Infantería de Toledo, que un día de Septiembre de 1.907, tuvo un lapsus, mas infantil que anecdótico, al omitir un monosílabo en la redacción de una instancia, que luego hubo de rehacer para subsanar el “entuerto”, quedando la primera archivada en las dependencias académicas, de donde llegó a mis manos.