En Julio de 1938, 7 REPUBLICANOS maniatados, una mujer y 6 hombres, fueron ASESINADOS por mercenarios falangistas en La Bornaína (Asturias)
Una vez liquidado el frente norte, miles de combatientes Republicanos huyeron al monte, refugiándose como podían, perseguidos por jovenlandeses, franquistas y falangistas, que también represaliaban a sus familias y vecinos. En la estrategia persecutoria se quemaban todas las cabañas que había por los montes, lo que obligó a usar las cuevas naturales o minas que había por las montañas. El 28 de julio de 1938 fueron asesinadas 7 personas que se ocultaban en la mina abandonada El Rebollal, cerca de La Bornaína, en el concejo de San Martín del Rey Aurelio.
Eran soldados Republicanos derrotados por el ejército sublevado, y huían en retirada desde la zona oriental de Asturias hacia la zona central. Tras ser delatados, la mujer y 7 hombres, los falangistas se adentraron en la mina usando, a modo de escudo humano, al vecino de El Candanal
José Garcia Laviana, al que habían ido a buscar a su casa, organizándose un tiroteo entre los militares y los encerrados, resultando muerto cobardemente por los fascistas aquel vecino que nada tenía que ver con aquel encierro.
Los Republicanos tapiaron la bocamina, que no tenía otra salida al exterior, para asesinar a sus jovenlandesadores en aquella “cámara de gas natural” sitiando durante a los Republicanos 3 días y 3 noches. Eran:
Aquilino Suárez Fernández (25 años),
Cándido Fernández Montes (21 años),
Francisco Fernández Nava (30 años),
Vicente Roces Fernández (36 años),
Jamino Fernández Suárez (26 años),
Amalio Fernández Rodríguez (21 años) y
José Garcia Laviana (22 años), a los que se había unido la jóven de 23 años,
Oliva Faza Castillo, esposa del macabramente asesinado alcalde de Piloña,
Laureano Argüelles Felgueroso, que fue amarrado a la cola de un caballo y arrastrado por los caminos de Infiesto hasta ser rematado en un lugar conocido por Llano Del Río.
tras*curridos 3 días y noches, de asedio, agotados por el hambre y por la situación cada vez más irrespirable, se llegó a un acuerdo negociado en el que el jefe militar prometió respeto por sus vidas hasta que un consejo de guerra decidiera, prometiéndoles bajo su palabra de honor que si no tenían delitos de sangre serían declarados ciudadanos libres. El portavoz del grupo guerrillero, previa consulta con sus compañeros, sabía que ninguno de ellos tenía responsabilidades de ningún delito, excepto el puramente político; entonces accedieron a salir y entregarse sin hacer resistencia alguna. Sin embargo, uno de los sitiados, Aquilino Suárez Fernández, desconfiaba de las garantía de los fascistas, y convencido de que les esperaba la fin, prefirió pegarse un susto antes de entregarse a los fascistas.
Cuando decidieron abandonar su encierro fueron amarrados entre sí. Mientras estaban sentados en unos maderos apilados, comiendo una onza de chocolate con un trozo de pan que les habían suministrado los militares, el somatén falangista se acercó gritando: ¡ Ya cayeron estos me gusta la fruta !, y saltándose las garantías dadas por el jefe militar y sin que apenas hubiese más palabras los falangistas comenzaron a disparar ráfagas de metralleta contra aquellos hombres y aquella mujer hasta dejarlos acribillados como si se tratase de fieras, imponiendo la ley del silencio, el crimen y la fin ante la horrorizada presencia de las familias de las víctimas llevadas al lugar para presenciar tan ruin acto. La mujer y los 6 hombres cayeron fulminados al suelo, algunos tenían aún chocolate entre sus manos como se puedo comprobar cuando fueron enterrados allí, en el panteón levantado en el mismo lugar donde fueron asesinados.
Realizada la fistro matanza, los falangistas marcharon camino abajo cantando el “caralsol”. Pero esa banda no había subido a “montar guardia junto a los luceros”, sino que había ido a lo suyo, que nunca fue la trinchera, sino el robo, el asesinato y la violación. Aquellos y otros falangistas, cobardes en el frente, pero concienzudos asesinos en la retaguardia, desde el primer momento “montaron guardia”, pero en los cuartelillos de todos y cada uno de los pueblos de España, verdaderas agencias de asesinatos, como instrumento del terror para el ejercicio del terror, sistemáticamente decretado desde arriba durante la dictadura militar de Franco y sus sicarios.
Los restos de las víctimas descansan en el día de hoy con una placa puesta a su cabecera, donde se puede leer la fecha de su asesinato y el nombre de cada uno de ellos. La fiesta socialista en La Camperona se inicia, año tras año con el homenaje a las 8 víctimas de la represión franquista, muy cerca del enclave en el que en julio de 1938 fueron asesinadas en la mina La Bornaína,