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A continuación un texto que no comparto en su defensa (siquiera implícita) del Estado de Bienestar (que yo afirmo como nocivo) y en su defensa del capitalismo (igual de nocivo que el ESTADO).
Pero es un texto que los que sí defienden al Estado, al bienestarismo y al capitalismo ("capitalismo bueno") deberían aplaudir, siempre y cuando, claro está, prefieran ser honestos con sus propias ideas bienestaristas, y no sinvergüenzas a los que todo les da igual y sólo miran por su ojo ciego de forma egotista.
Por lo demás, el texto hace referencia a una pareja que sí tiene hijos, pero sólo UN HIJO; por tanto, viendo que en la actualidad un hijo ya casi es familia numerosa, y que la gente se siente incluso orgullosa de no tener hijos, y que ya ni siquiera hay parejas, pues la cruda realidad nos indica que el texto está obsoleto en su análisis, porque ya estamos en la fase de extinción (que realmente es EXTERMINIO programado por el dúo ESTADO-CAPITAL).
"Pareja Dinky" (Double Income No Kids Yet) o mejor aún, pareja mezquina.
La mujer de nuestro caso no tiene, por supuesto, ningún problema para quedarse embarazada de nuevo. Su pareja es perfectamente estable y feliz y el sueldo de su marido (ella no trabaja), sin ser nada del otro mundo, es más que suficiente para sostener una familia. Tampoco sufren el terrible lastre de una hipoteca. Son, en muchos sentidos, unos privilegiados. Al menos por comparación con otros muchos matrimonios.
Pues bien: no les da la real gana de tener más hijos. ¿Por qué? Según su versión oficial, para así poder darle a Íñigo -con sus diez años, muy criado ya- 'todos los caprichos'. Como lo leen. Si fuese verdad resultaría vergonzoso, pero es que además es falso de toda falsedad: la única razón es que sin más niños se tiene más dinero en el bolsillo y más tiempo para uno mismo. Puro y sencillo egoísmo. No hay más.
Esta cuestión de las parejas mezquinas (quienes pudiendo tener hijos -en plural- deciden no tenerlos) puede analizarse, como mínimo, desde tres puntos de vista: los efectos sobre la sociedad en su conjunto (la estafa intergeneracional); lo que eso supone para el futuro del hijo único en caso de existir éste (Íñigo); y las implicaciones a largo plazo para la propia pareja que toma la decisión. Vayamos por partes.
LAS TRES ESTAFAS GENERACIONALES Y EL MINADO ECONÓMICO DE LA SOCIEDAD
La egoísta práctica dinky supone una estafa para tres generaciones distintas. A saber: para la generación de los propios dinkies, para la de los padres de éstos y (acaso la más grave) para aquella de la que deberían haber formado parte los hijos que nunca tendrán (o en nuestro caso, el solitario Íñigo). Es decir, para la exigua generación de los niños de hoy.
La estafa a los padres
En primer lugar nos encontramos con la estafa jovenlandesal que supone para los abuelos de Íñigo el que, mientras ellos lucharon para sacar una familia adelante dando así a los dinkies la oportunidad de venir al mundo y desarrollarse como personas, éstos por el contrario y de forma egoísta deciden no asumir el mismo esfuerzo que sus padres y privar así a otros (sus potenciales hijos) de la existencia que ellos han disfrutado. Y eso tan solo para poder regalarse una vida mejor y menos esforzada (también mas triste y solitaria, pero ésa es otra cuestión).
A esa estafa jovenlandesal se suma una segunda estafa de tipo más bien sentimental: se priva a los propios padres, tras una vida de trabajo y sacrificio en pos de sus dinkies hijos, de la posibilidad de ser abuelos, con toda la carga de frustración que eso supone.
Desde un punto de vista económico y social, lo que la dinky couple hace es profundamente insolidario, casi criminal. Sus padres invirtieron en ellos durante años, tanto en su manutención y necesidades básicas como en su formación académica. Estamos hablando de una gran cantidad de dinero que podrían haber empleado en proporcionarse una mejor vida. También les dedicaron incontables horas de trabajo y atención, tiempo que podrían haber gastado en sí mismos de haber decidido no tener hijos. Tomaron además críticas decisiones sobre su destino vital y profesional que muy probablemente no hubieran tomado de no tener que preocuparse de una familia. Es decir: sacrificaron tiempo, dinero y redujeron su horizonte vital para que ellos pudieran venir al mundo y llegar a ser adultos. Para darles la oportunidad de existir.
Con ello no sólo tuvieron el gozo único de ver crecer a su descendencia (¡ser padres!), sino que también brindaron a la sociedad nuevos trabajadores que sostuvieran las estructuras públicas, y jóvenes consumidores, imprescindibles para el crecimiento económico. Nuevos individuos, susceptibles de pensar en nuevos conceptos y de inventar nuevas tecnologías. O como mínimo individuos que demandasen dichos conceptos y tecnologías para que otros se vieran obligados a proporcionárselos. Trayendo al mundo niños e invirtiendo tiempo, esfuerzo y dinero en ellos, no sólo se realizaban como individuos sino que estaban invirtiendo en el sostenimiento futuro de TODA la sociedad y asegurando la tras*misión cultural entre generaciones. Estaban, en definitiva, cumpliendo con la comunidad en un sentido material y respondiendo para con el propio legado cultural que ellos habían heredado de las generaciones que los habían precedido.
Sin embargo, ¿qué hace el dinkie? Éste, de forma perversos (y bastante cegata, puesto que no hay mayor felicidad que la de ser padre), decide no tener descendencia para poder ir más de vacaciones (y más lejos), comprar más artilugios de última tecnología y no perderse éste o aquél musical de moda. Para poder salir cuando quiera sin el ancla de unos niños y vivir con menos agobios y responsabilidades. Para permitirse más caprichos, mejor ropa, y dormir hasta más tarde. Para no cambiar pañales ni escuchar lloros. Para no tener problemas con un adolescente rebelde.
Con ello destruye la tras*misión de su propia cultura y costumbres, condenándola a la extinción, hipoteca el futuro de pensiones y sanidad, y destroza las posibilidades de crecimiento futuro de la economía, dejando además (y esto es lo más importante) sin la posibilidad de existir y disfrutar de la vida a esos hijos que nunca tendrá, es decir, negándoles a otros seres humanos lo mismo que él ha disfrutado. Y hace todo eso en contraste con el lógico, natural y positivo comportamiento de sus propios padres. He ahí la gran estafa a los que le precedieron. Niega a otros lo que él disfrutó.
La estafa a la propia generación
Los dinkie también estafan a su propia generación. El mecanismo de esta estafa es muy simple, y ya está implícitamente explicado en el epígrafe anterior: mientras otras parejas invierten su trabajo, tiempo y fondos, y restringen el abanico de sus opciones vitales, teniendo una descendencia que tras*mita su cultura y haga funcionar la sociedad, ellos insolidariamente ponen en peligro todo lo anterior a cambio de su propio beneficio y comodidad. En este punto es necesario añadir algo muy importante: la terrible injusticia de que quienes cumplen con la sociedad, y con la herencia recibida, reciben prácticamente el mismo tratamiento fiscal, y obtienen finalmente la misma pensión, que aquellos que no contribuyen a la marcha de la comunidad sino que la ponen al borde del precipicio con su egoísmo. Y no sólo esto: además quienes son padres, y precisamente por haber decidido serlo, tendrán más difícil costearse un plan privado de pensiones cuando son ellos con su prole quienes están ayudando a que el sistema pueda seguir existiendo. Los que por el contrario, con su decisión de no traer niños al mundo, están abocando al sistema público de pensiones al hundimiento, son escandalosamente los que disponen de más dinero para proporcionarse una jubilación privada. Esta situación es una vergüenza total y una sangrante injusticia.
La estafa a las generaciones nacientes
Muy probablemente la peor de todas. ¿Recuerdan lo que mencionaba la progenitora del comienzo de la entrada? Ella había decidido no tener más hijos para, supuestamente, darle un mejor futuro a Íñigo. Pues bien, precisamente por la hipócrita decisión de tantas y tantas parejas como ellos (más de tres millones, según los últimos datos; tantas como parejas cumplidoras) la generación de Íñigo va a tener las cosas muchísimo más duras y difíciles a lo largo de su vida. No sólo Íñigo no va a disfrutar de ninguna ventaja, sino que todo va a ser peor para él de lo que lo fue para sus padres.
Y es muy fácil de entender. La gigantesca proporción de parejas mezquinas en nuestra sociedad está destruyendo la fuerza de trabajo española: se estima que en una sola generación el número de españoles autóctonos en edad laboral se va a reducir en un 35-40%: es decir, casi a la mitad. Un auténtico suicidio cultural; la fin de una nación. ¿Los efectos? Además de tener que abrir las puertas a una inmi gración astronómica (mayor proporcionalmente que la que sociedad alguna haya recibido nunca) tendremos un estancamiento del crecimiento económico (sin aumento poblacional no puede haber apenas desarrollo por no haber, ni aumento de la fuerza de trabajo, ni de la demanda y el consumo).
Éste estancamiento implica a su vez muy poca creación de empleo (menos oportunidades por tanto para Íñigo) y una mayor carga impositiva para todos los trabajadores. ¿Por qué? Porque al haber muchos menos currantes disponibles (por no haber nacido) las cargas públicas (crecientes además por el envejecimiento) se han de repartir entre menos individuos. Además de eso, al estar muy limitado el crecimiento, tampoco por ese lado se incrementan los ingresos del Estado (como consecuencia de los estancados beneficios empresariales) lo que supone, de nuevo, más peso en los hombros de los Íñigos de turno. Y todo eso mientras nuestro niño, ya adulto, ve agonizar su cultura y tiene que desarrollar su vida en una sociedad descoyuntada e irreconocible para él. Completamente distinta a la que conoció en su niñez. Muchas gracias, mamá, por no haberle dado hermanos a Íñigo. Te lo agradecerá eternamente.
He aquí la da repelúsnte estafa a los niños actuales y a los que aún no han nacido.
UNA VIDA MUCHO MÁS POBRE E INESTABLE PARA ÍÑIGO
En el punto anterior hemos comenzado a ver cómo, en muchísimos sentidos, la vida de Íñigo va a ser muy difícil precisamente por el egoísmo mostrado por sus padres al no querer darle hermanos. Pero, además de la mayor carga impositiva sobre sus hombros; la sociedad desunida en la que habrá de vivir; la posibilidad de que él no disfrute de unos servicios públicos que sus padres sí conocieron; o las menores oportunidades laborales -además de tener que traer al mundo sus propios hijos y los que sus padres no trajeron-; también en un sentido familiar y sentimental su vida va a resultar significativamente peor.
Analicémoslo. Todos los autores, de izquierdas, derechas, o cualquier otra denominación posible, coinciden en que no existe red asistencial como la que ofrece la familia. Nunca ninguna para-estructura estatal va a poder ofrecer los 'servicios' y el sostén económico que ofrece la familia a cada uno de los individuos que la forman. ¿En cuántas ocasiones la familia resulta fundamental para poder hacer frente a una mala racha económica? ¿Para incluso poder tener un techo sobre nuestras cabezas si las cosas van realmente mal dadas? Coincidirán conmigo en que en muchas ocasiones sin el empujón financiero de un familiar es imposible poner en marcha un negocio. ¿Y cuántas veces un primo u otro tipo de familiar es la vía por la que encontramos un empleo? También son los familiares quienes dan consejo y nos brindan su experiencia, e incluso quienes nos cuidan en caso de enfermedad o accidente. Pues bien. Díganle adiós a todo eso: la famosa familia extensa española está herida de fin y va a desaparecer en un par décadas. Olvídense de dar o recibir apoyo o ayuda de hermanos, primos, sobrinos o similares, porque todo eso va a dejar de existir. ¿Y saben quién no va a disponer de ello en absoluto? Exacto. Íñigo.
Íñigo puede irse olvidando de encontrar trabajo gracias a un hermano, o de recibir un préstamo de él si lo necesita. De quedarse en su casa. De montar un negocio juntos. De recibir el consejo o el apoyo jovenlandesal del mismo ante un problema o una desgracia. Porque Íñigo estará solo. (Eso sí, antes habrá tenido 'muchos caprichos').
Estará solo también para soportar la carga (tanto en tiempo y dedicación, como en dinero) de sus padres cuando éstos sean ancianos. No podrá repartírsela con ningún otro. Y que no espere mucha ayuda del Estado porque, para entonces, los servicios públicos estarán quebrados precisamente por esa especie de política del hijo único espontánea que se da en España.
Pero las cosas no terminan ahí, porque Íñigo nunca sabrá lo que es formar parte de una gran cena navideña. Nunca irá al fútbol con ellos ni saldrán juntas su familia y la de su hermano. No sabrá lo que es tener cuñados o cuñadas. Todo eso, para Íñigo, será imposible. Pero, ¡eh!, de niño habrá disfrutado de una Playstation... Muchas gracias mamá.
Y no sólo lo sufrirá Íñigo. Supongamos que consigue una estabilidad sentimental y, él sí, forma una familia que merezca tal nombre. En tal caso, sus hijos nunca sabrán lo que es tener tíos que les enseñen y ayuden en la vida. Ni tendrán nunca primos. Y todo lo que antes hemos aplicado a Íñigo, se dará en ellos con todavía más fuerza. Que se lo agradezcan a su abuela.
¡Y qué decir si Íñigo nunca llega a tener dicha pareja estable y definitiva! (Algo, por otra parte, tan común) En ese caso sí que estará absolutamente solo. Imagínense su madurez y su vejez. Imaginen su soledad y desamparo no sólo sentimental, sino también material: ni un hermano, ni un sobrino, ni siquiera un cuñado o cuñada viudos. Nada de nada. ¡Y que no le toque la desgracia de alguna enfermedad o accidente! De nuevo tendrá que agradecérselo todo a su progenitora, la cual, por su parte, jamás sabrá lo que es tener nietos. Y todo el cúmulo de experiencias, costumbres, cultura y sabiduría de esa familia morirá con ellos sin aprovecharle a nadie.
Estoy seguro de que, en su lecho de fin, Íñigo le agradecerá a su progenitora todos los 'caprichos' que le dio de adolescente. La 'mejor vida' que le proporcionó al no darle hermanos.
LAS IMPLICACIONES A LARGO PLAZO PARA LOS PROPIOS DINKIES
Como bien señalaba Mark Steyn, en ninguna época como en la actual se vive bajo una ilusión de permanencia tan poderosa. La gente parece haber olvidado verdades tan evidentes como que todos hemos de envejecer y morir y que nada asegura que nuestra sociedad no se hunda y desaparezca como tantas otras a lo largo de la historia.
En particular, nuestros queridos dinkies parecen pensar que ellos van a ser jóvenes para siempre. En muchos casos ni siquiera se dan cuenta de que entran de lleno en esa categoría, la de parejas dinkies. Piensan que tienen tiempo, que aún son jóvenes. ¿Tiene mucho tiempo para tener hijos -noten el plural- una mujer que, con treinta y cinco años, se esté planteando tener el primero? Ya puede ponerse las pilas, y esperemos que la naturaleza no le gaste una broma cruel: el descenso de la fertilidad femenina comienza a partir de los 32 años aproximadamente...
¿Se les ha ocurrido pensar a nuestros mezquinos dinkies lo que se están perdiendo? Nunca sabrán lo que es ver crecer a sus hijos, a la sangre de su sangre. Nunca sabrán lo que es verles jugar, hacerse mayores, echarse novia o novio, darles nietos. Nunca sabrán lo que es todo ello. Nunca les verán imitar sus gestos o su vocabulario, ni tendrán la oportunidad de legarles toda su experiencia y de enseñarles a vivir. ¿A cambio de qué están renunciando a eso? ¿Unas vacaciones en Cancún? ¿Fines de semana en paradores? ¿Televisores de plasma? ¿Cambiar de coche más a menudo?
¿Y se han parado a pensar que nunca tendrán nietos?
Bueno, olvidémonos de todo eso. En lugar de apelar a sus instintos naturales, a sus sentimientos y a su sentido común, apelemos a su egoísmo, que parece que es la única emoción humana que les guía. ¿Han pensado en la vejez de soledad y desamparo que les espera?
Quizás sean de los que todavía se engañan pensando que siempre tendrán la Seguridad Social y los demás organismos públicos asistenciales. Si ese es el caso, será mejor que se vayan desengañando ya que, gracias a su decisión de no tener hijos (o de no tener más que uno), además de vernos obligados a retrasar la edad de jubilación de forma significativa, todos esos dispositivos públicos en los que confían van a estar bajo mínimos o directamente acabados. Y llegados a ese punto, y dado que no quisieron tener hijos, ¿qué apoyo económico y asistencial creen que van a tener?
Por otro lado, esperemos que enfermedades y desgracias les respeten en su vejez, porque si no, no quiero ni pensar por lo que van a pasar...
¿Y cuando finalmente les falte su marido o su mujer? ¿Son conscientes de la situación en la que quedarán entonces?
Bueno, supongo que siempre les quedará el chalé que pudieron comprarse con lo que ahorraron en incómodos bebés.