lagarduña
Madmaxista
- Desde
- 1 May 2015
- Mensajes
- 1.026
- Reputación
- 1.899
En torno a 1573, los japoneses comenzaron a intercambiar oro por plata en la isla filipina de Luzón, especialmente en las actuales provincias de Cagayán, Gran Manila y Pangasinán (concretamente la zona de Lingayén). En 1580 sin embargo, un corsario japonés forzaba a los nativos de Cagayán a prestarles fidelidad y sumisión.
Los primeros asentamientos japoneses en Filipinas habían sido realizados por los wokou, unos piratas muy activos en las costas de China desde el inicio de la dinastía Ming. Su actuación se intensificó de nuevo en el siglo XVI alcanzando también las Islas Filipinas, aunque para entonces bajo el nombre de wokou se debería incluir también a los piratas chinos.
Se encargó enmendar la situación a Juan Pablo de Carrión, hidalgo y capitán de la Armada. Carrión se hizo con la iniciativa y, gracias a la superioridad técnica de los barcos occidentales, cañoneó con facilidad un buque japonés en el mar de la China Meridional hasta obligarlo a retirarse. La respuesta pirata llegó a través del cabecilla Tay Fusa (también referido como Tayfusu o Tayfuzu), que navegó rumbo al archipiélago filipino con 10 navíos. Para contrarrestarlo, el capitán Carrión consiguió reunir 40 soldados españoles armados hasta los dientes y 7 embarcaciones: cinco bajeles pequeños de apoyo, un navío ligero (el San José) y una galera (la Capitana).
Al pasar por el cabo Bogueador la flota descubrió a un junco japonés que acababa de arrasar la costa y había tratado con extrema dureza a los habitantes. Aunque el barco japonés era mucho mayor y los japoneses superiores en número, la Capitana acortó la distancia para interceptarlo. Los españoles prepararon los cañones de la crujía y los falconetes y sacres de cubierta y los hombres se cubrieron con sus capacetes y prepararon sus picas, arcabuces y hachas de abordaje. Cuando la Capitana alcanzó al junco le lanzó unas ráfagas de artillería que destrozaron el casco y dejaron la cubierta llena de muertos y heridos. Posteriormente el galeón se enganchó al barco japonés y los españoles llevaron a cabo un abordaje. En la cubierta del barco, al ser los japoneses superiores en número, los españoles no podían apenas avanzar. Carrión, con su media armadura de acero, con la celada bajada, intentaba abrirse paso con su rodela y coordinaba el ataque con el resto de sus hombres.
Los rodeleros españoles debieron verse entonces contra auténticos samuráis japoneses, con las armaduras propias y armados con katanas. Como los japoneses contaban también con arcabuces, que les habían sido provistos por los portugueses, y como eran superiores en número, la batalla tuvo que continuar en la propia cubierta de la galera. Lentamente, como si combatieran en un campo de batalla de Flandes, los soldados de Carrión formaron una barrera con los piqueros delante y arcabuceros y mosqueteros detrás y comenzaron a retirarse hacia popa. Carrión cortó entonces con un tajo de su espada la driza de la verga mayor, que cayó de golpe atravesada sobre el combés, creando una trinchera. Rápidamente, los mosqueteros y arcabuceros se parapetaron tras ella lanzando una ráfaga de balas que causó entre los japoneses decenas de bajas. Tras esto saltaron sobre el enemigo los piqueros y rodeleros. En ese momento llegó el San José, que lanzó una ráfaga de artillería contra el junco acabando con los tiradores japoneses que desde aquella nave hostigaban a la galera española. En ese momento los japoneses se batieron en retirada y saltaron al agua para intentar llegar a nado a la costa. Entre las bajas del combate estaba Pero Lucas, un curtido combatiente. Aunque las armas de fuego fueron decisivas en la victoria, también lo fue la mejor calidad de las armaduras y armamento español.
La flotilla continuó por el río Tajo (nombre del río Grande de Cagayán) encontrándose una flota de 18 champanes, abriéndose paso con sus culebrinas y arcabuces.4 Horas después, Carrión dejaba atrás los buques con cerca de 200 japoneses muertos o heridos.
Desembarcaron en un recodo del río para atrincherarse cerca de donde estaba el grueso de las fuerzas enemigas y colocaron en dicha trinchera los cañones desembarcados de la galera, con los que continuaron haciendo fuego contra el enemigo. Los wokou decidieron negociar una rendición y Carrión les ordenó marcharse de Luzón. Los piratas pidieron una indemnización en oro por las pérdidas que sufrirían si se marchaban, a lo que siguió una rotunda negativa de Carrión y los japoneses decidieron atacar por tierra con 600 soldados. La trinchera aguantó ese primer asalto, al que siguió otro. Como algunas picas eran arrebatadas por los japoneses los españoles pusieron sebo en la madera para que resbalaran y fueran más difíciles de agarrar. Los que intentaban sin éxito agarrar las picas estaban a merced de los hombres de Carrión, y eran ensartados y despedazados por piqueros y alabarderos.
Tras una tercera embestida, que prácticamente entró en las trincheras, y sin apenas pólvora, los 30 soldados españoles que quedaban lograron resistir y derrotar al enemigo, para luego lanzarse contra él, provocando una huida en la que eran acuchillados. Muchos japoneses se salvaron de las espadas españolas ya que, al ser sus armaduras más ligeras, podían correr más rápido. Los españoles entonces se hicieron con las armas japonesas que habían quedado sobre el campo de batalla como trofeo, lo que incluía katanas y hermosas armaduras. La esgrima europea había demostrado ser mejor que las artes marciales japonesas y las espadas de acero toledano mucho más resistentes y útiles que las katanas. Las armaduras japonesas fueron perfeccionadas con estilo europeo, añadiéndoles petos metálicos.
Pacificada la región, y ya con refuerzos, Carrión fundó en la zona la ciudad de Nueva Segovia (hoy Lal-lo). La actividad pirata aún quedaba de manera residual y de modo comercial en la bahía de Lingayén, en Pangasinán, muy centrada en el puerto de Agoo y consistía en el comercio de piel de ciervo.
Los primeros asentamientos japoneses en Filipinas habían sido realizados por los wokou, unos piratas muy activos en las costas de China desde el inicio de la dinastía Ming. Su actuación se intensificó de nuevo en el siglo XVI alcanzando también las Islas Filipinas, aunque para entonces bajo el nombre de wokou se debería incluir también a los piratas chinos.
Se encargó enmendar la situación a Juan Pablo de Carrión, hidalgo y capitán de la Armada. Carrión se hizo con la iniciativa y, gracias a la superioridad técnica de los barcos occidentales, cañoneó con facilidad un buque japonés en el mar de la China Meridional hasta obligarlo a retirarse. La respuesta pirata llegó a través del cabecilla Tay Fusa (también referido como Tayfusu o Tayfuzu), que navegó rumbo al archipiélago filipino con 10 navíos. Para contrarrestarlo, el capitán Carrión consiguió reunir 40 soldados españoles armados hasta los dientes y 7 embarcaciones: cinco bajeles pequeños de apoyo, un navío ligero (el San José) y una galera (la Capitana).
Al pasar por el cabo Bogueador la flota descubrió a un junco japonés que acababa de arrasar la costa y había tratado con extrema dureza a los habitantes. Aunque el barco japonés era mucho mayor y los japoneses superiores en número, la Capitana acortó la distancia para interceptarlo. Los españoles prepararon los cañones de la crujía y los falconetes y sacres de cubierta y los hombres se cubrieron con sus capacetes y prepararon sus picas, arcabuces y hachas de abordaje. Cuando la Capitana alcanzó al junco le lanzó unas ráfagas de artillería que destrozaron el casco y dejaron la cubierta llena de muertos y heridos. Posteriormente el galeón se enganchó al barco japonés y los españoles llevaron a cabo un abordaje. En la cubierta del barco, al ser los japoneses superiores en número, los españoles no podían apenas avanzar. Carrión, con su media armadura de acero, con la celada bajada, intentaba abrirse paso con su rodela y coordinaba el ataque con el resto de sus hombres.
Los rodeleros españoles debieron verse entonces contra auténticos samuráis japoneses, con las armaduras propias y armados con katanas. Como los japoneses contaban también con arcabuces, que les habían sido provistos por los portugueses, y como eran superiores en número, la batalla tuvo que continuar en la propia cubierta de la galera. Lentamente, como si combatieran en un campo de batalla de Flandes, los soldados de Carrión formaron una barrera con los piqueros delante y arcabuceros y mosqueteros detrás y comenzaron a retirarse hacia popa. Carrión cortó entonces con un tajo de su espada la driza de la verga mayor, que cayó de golpe atravesada sobre el combés, creando una trinchera. Rápidamente, los mosqueteros y arcabuceros se parapetaron tras ella lanzando una ráfaga de balas que causó entre los japoneses decenas de bajas. Tras esto saltaron sobre el enemigo los piqueros y rodeleros. En ese momento llegó el San José, que lanzó una ráfaga de artillería contra el junco acabando con los tiradores japoneses que desde aquella nave hostigaban a la galera española. En ese momento los japoneses se batieron en retirada y saltaron al agua para intentar llegar a nado a la costa. Entre las bajas del combate estaba Pero Lucas, un curtido combatiente. Aunque las armas de fuego fueron decisivas en la victoria, también lo fue la mejor calidad de las armaduras y armamento español.
La flotilla continuó por el río Tajo (nombre del río Grande de Cagayán) encontrándose una flota de 18 champanes, abriéndose paso con sus culebrinas y arcabuces.4 Horas después, Carrión dejaba atrás los buques con cerca de 200 japoneses muertos o heridos.
Desembarcaron en un recodo del río para atrincherarse cerca de donde estaba el grueso de las fuerzas enemigas y colocaron en dicha trinchera los cañones desembarcados de la galera, con los que continuaron haciendo fuego contra el enemigo. Los wokou decidieron negociar una rendición y Carrión les ordenó marcharse de Luzón. Los piratas pidieron una indemnización en oro por las pérdidas que sufrirían si se marchaban, a lo que siguió una rotunda negativa de Carrión y los japoneses decidieron atacar por tierra con 600 soldados. La trinchera aguantó ese primer asalto, al que siguió otro. Como algunas picas eran arrebatadas por los japoneses los españoles pusieron sebo en la madera para que resbalaran y fueran más difíciles de agarrar. Los que intentaban sin éxito agarrar las picas estaban a merced de los hombres de Carrión, y eran ensartados y despedazados por piqueros y alabarderos.
Tras una tercera embestida, que prácticamente entró en las trincheras, y sin apenas pólvora, los 30 soldados españoles que quedaban lograron resistir y derrotar al enemigo, para luego lanzarse contra él, provocando una huida en la que eran acuchillados. Muchos japoneses se salvaron de las espadas españolas ya que, al ser sus armaduras más ligeras, podían correr más rápido. Los españoles entonces se hicieron con las armas japonesas que habían quedado sobre el campo de batalla como trofeo, lo que incluía katanas y hermosas armaduras. La esgrima europea había demostrado ser mejor que las artes marciales japonesas y las espadas de acero toledano mucho más resistentes y útiles que las katanas. Las armaduras japonesas fueron perfeccionadas con estilo europeo, añadiéndoles petos metálicos.
Pacificada la región, y ya con refuerzos, Carrión fundó en la zona la ciudad de Nueva Segovia (hoy Lal-lo). La actividad pirata aún quedaba de manera residual y de modo comercial en la bahía de Lingayén, en Pangasinán, muy centrada en el puerto de Agoo y consistía en el comercio de piel de ciervo.